Mi segundo hogar
Alejandro Zárate, comparsero, miembro de la Comisión Directiva, integrante del taller y, sobre todo, apasionado de Yasí Berá, habla sobre cómo vive el carnaval, desde el amor por su comparsa.
Los talleres de los clubes se convierten, durante los calurosos meses de verano, en el escenario en que los sueños se proyectan en un carrete amalgamado de desvelos, esfuerzos y compañerismo.
Los nervios, el hambre, el cansancio, todo… absolutamente todo se comparte con el tereré que, en cada trago, renueva el ánimo inigualable que mana de la persecución de un mismo objetivo, reactiva las fuerzas y doblega a las agujas del implacable reloj.
En este sentido, los vínculos que allí se construyen son, para sus integrantes, una condición tan importante, como aquellas actividades relacionadas con la distribución de materiales y el armado de los trajes y carrozas.
“Creo que explicarlo con palabras es muy difícil, por el solo hecho de que ya somos familia. Somos cuatro, cinco o diez. No importa el número.
Todos estamos abocados a una tarea que tenemos que cumplir y nuestra función es que el comparsero, que se predispone a bailar, se sienta cómodo y en familia…” contó Alejandro, con los ojos humedecidos por el orgullo.
En este y todos los lugares que ha ocupado, desde hace doce años, deja el alma al descubierto por su queridísima roja y negra, dedicándole lo más valioso con que se cuenta en esta vida: el tiempo y el amor.
“Para mí Yasí Berá, hoy, es mi segunda casa. Paso veinticuatro horas metido o pensando en el Club, porque me gusta estar ahí.
Gracias a Dios, me ha tocado estar con gente dispuesta a ayudar y para mí es más fácil pensarlo de esta manera: entre familia, hermanos, amigos y compañeros es mucho más sencillo sobrellevar el carnaval. Así que… sí, es mi segundo hogar”. Estas son las palabras de Alejandro, las cuales exhiben todo lo que despierta en él, su comparsa.
Hay algo dentro de sí que, evidentemente, se ilumina al hablar ella y por supuesto, no puede disimular. ¿Por qué habría de hacerlo?
Pero no es para nada extraño y, de hecho, se vuelve común en esta época y, es por esto que les sucede, que contar sus historias trasciende el mero hecho lingüístico: aquí se comunica a través del amor y la pasión.