Sula

Toni Morrison

Si vuestro color de piel es diferente al de la mayoría de vuestros compañeros o compañeras, muy probablemente sentiréis que ese rasgo forma parte de vuestra señas de identidad más destacadas, pues así os lo hacen sentir día a día las mil y una formas de racismo que a buen seguro habréis sufrido. Ser mujer, ser negra, ser pobre, son sin duda rasgos que quedan por debajo en la balanza de los privilegios frente a ser hombre, ser blanco, ser de clase media alta. En el abanico de las identidades hay hilos que en determinados contextos apenas cobran relieve ser heterosexual, por ejemplo, en sociedades donde la heterosexualidad se da por supuesta mientras otros parecen tener un peso descomunal para nuestros frágiles hombros.

Resulta imposible abordar en un recorrido como este los muchos componentes de nuestras identidades múltiples, pero no podíamos silenciar dos de los más visibles... y fuente inmensa de desigualdades: el sexo y el color de piel. 

Mujeres negras son la mayor parte de las protagonistas de las novelas de Toni Morrison, escritora afroamericana y Premio Nobel de Literatura. De su novela Sula, publicada en 1973, extraemos el fragmento que sigue.

Texto 1

Sula y Nel son, pese al diferente carácter de sus familias, íntimas amigas. Crecen juntas en el apartado barrio negro de una pequeña ciudad de los Estados Unidos.

Así, cuando se vieron por primera vez, primero en los pasillos color chocolate [de la escuela] y después entre las cuerdas del columpio, sintieron la confianza y la desenvoltura propias de las viejas amigas. Porque una y otra habían descubierto, años antes, que no eran ni blancas ni varones, y que toda libertad y todo triunfo les estaban vedados, y ambas habían decidido crearse otra forma de ser. Su encuentro fue afortunado, pues les permitió apoyarse una en la otra para crecer. Hijas de madres distantes y de padres incomprensibles (el de Sula porque estaba muerto; el de Nel porque no estaba), encontraron en la mirada de la otra la intimidad que estaban buscando.

Nel Wright y Sula Peace tenían doce años en 1922; las dos eran delgadas como espoletas y de trasero desenvuelto. Nel tenía el color del papel de lija húmedo, justo lo bastante oscuro como para salvarse de los golpes de los pura sangre negros como el carbón y del desdén de las viejas que se preocupaban por cosas como las malas mezclas y sabían que una mula y un mulato compartían los mismos orígenes. De haber tenido la piel solo un poquitín más clara, habría necesitado la protección de su madre para ir a la escuela o bien una dosis de agresividad para defenderse. Sula era de un espeso color chocolate con grandes ojos tranquilos, sobre uno de los cuales exhibía una mancha de nacimiento que recordaba una rosa con su tallo y que se extendía desde el centro del párpado hacia la ceja. Eso dotaba a su cara, por lo demás corriente, de una tensión contenida y una amenaza de filo azul como la de la cicatriz queloide del hombre afeitado que a veces jugaba a las damas con su abuela. La mancha de nacimiento se oscurecería con los años, pero entonces tenía el mismo color que sus ojos jaspeados de oro, que conservaron siempre la persistencia y la limpidez de la lluvia.

Su amistad fue tan intensa como repentina. Encontraron solaz en sus mutuas personalidades. Aunque ambas eran criaturas desdibujadas, informes, Nel parecía más fuerte y más consciente que Sula, de quien prácticamente no cabía esperar que mantuviera ninguna emoción durante más de tres minutos seguidos. Sin embargo, hubo una ocasión en que sí mantuvo la misma actitud durante semanas, pero en defensa de Nel.

Cuatro adolescentes blancos, hijos de una familia irlandesa recién llegada, a veces mataban las tardes molestando a los colegiales negros. Con zapatos que les apretaban y pantalones cortos de lana que les dejaban círculos rojos en las pantorrillas, habían llegado al valle con sus padres, tan convencidos como estos de que se trataba de una tierra prometida, verde y ansiosa de darles la bienvenida. Se encontraron con un acento extraño, un intenso temor a su religión y una firme resistencia a sus tentativas de encontrar trabajo. Los residentes de más edad de Medallion les menospreciaban, con una sola excepción. Esta excepción era la comunidad negra. Aunque algunos de los negros ya vivían en Medallion antes de la guerra civil (el pueblo ni siquiera tenía nombre entonces), el odio que pudieran sentir por esos recién llegados carecía de importancia, puesto que no se manifestaba. De hecho, provocarles era la única actividad en la que coincidían todos los residentes protestantes blancos. En parte, sólo consiguieron asegurarse un espacio en ese mundo cuando se hicieron eco de la actitud de los antiguos residentes hacia los negros.

Esos mismos muchachos cogieron a Nel una vez y la zarandearon pasándosela de uno a otro hasta que se hartaron de ver su impotente cara asustada. Debido a ese incidente, el camino que seguía Nel para regresar a casa desde la escuela adquirió un curso complicado. Consiguió eludirlos durante semanas, y lo mismo hizo Sula después, hasta que un frío día de noviembre sugirió:

-Volvamos a casa por el camino más corto.

Nel parpadeó, pero accedió. Subieron calle arriba hasta llegar a la curva de Carpenter's Road, donde encontraron a los chicos recostados en un pozo en desuso. Ellos avistaron a su presa y se adelantaron displicentemente como si todos sus pensamientos estuvieran puestos sólo en el cielo gris. Controlando con dificultad sus sonrisas burlonas, formaron una barrera a través del camino. Cuando las niñas estuvieron a un metro de ellos, Sula metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó el cuchillo de pelar fruta de Eva. Los muchachos se quedaron secos, se miraron y renunciaron a toda pretensión de inocencia. La cosa iba a ser más interesante de lo que suponían. Las niñas iban a intentar resistirse y defenderse; además, con un cuchillo. Tal vez podrían coger a una por la cintura, o arrancarle una lágrima...

Sula se puso en cuclillas en medio del camino de tierra y lo dejó todo en el suelo: su fiambrera, su libro de lectura, sus guantes y su pizarra. Blandiendo el cuchillo en la mano derecha, acercó la pizarra hacia ella y apretó el índice izquierdo contra el marco. Su decisión era firme pero imprecisa. Sólo consiguió cortarse la punta del dedo. Los cuatro chicos se quedaron mirando boquiabiertos la herida y el jirón de carne que asomaba como un champiñón entre la sangre color cereza que empezaba a acumularse en las esquinas de la pizarra. Sula levantó la mirada hacia ellos y habló con voz serena:

-Si soy capaz de hacerme esto yo misma, ¿qué creéis que os haré a vosotros?

El polvo agitado fue lo único que le indicó a Nel que los chicos estaban retrocediendo; tenía la mirada fija en la cara de Sula, quien parecía encontrarse a muchos kilómetros de allí.

Pero no se caracterizaban por su dureza, sino por su espíritu aventurero y por una perversa determinación de explorar cuanto les llamaba la atención, desde los pollos tuertos que se paseaban pisando fuerte por el terreno acotado de sus gallineros hasta los dientes de oro del señor Buckland Reed; desde el rumor de las sábanas agitadas por el viento hasta las etiquetas de las botellas de vino de Tar Baby. Y no establecían ninguna prioridad. Podían abandonar la contemplación de una pelea con peligrosas navajas, distraídas por el glorioso olor del alquitrán caliente que vertían los peones camineros doscientos metros más allá.

En el seguro resguardo de su mutua compañía, podían permitirse renunciar a los hábitos de los demás para concentrarse en su propia visión de las cosas. Cuando la señora Wright le recordaba a Nel que debía tirarse de la nariz, ella le obedecía con entusiasmo pero sin la menor esperanza.

-Mientras estás ahí sentada, tírate un poquito de la nariz, cariño.

-Me duele, mamá.

-¿No quieres tener una nariz bonita cuando seas mayor?

Después de conocer a Sula, Nel empezó a esconder la pinza de la ropa debajo de las mantas en cuanto se acostaba. Y aunque tenía que seguir sufriendo el odiado peine caliente todos los sábados por la noche, sus consecuencias -una melena lisa- dejaron de interesarle.

Unidas en una mutua admiración, contemplaban el desarrollo de cada día como si se tratase de una película programada para su diversión. El nuevo tema que estaban descubriendo eran los hombres. Y así empezaron a encontrarse regularmente, sin haberlo previsto siquiera, para bajar hasta la Dulcería de Edna Finch al final de la calle, a pesar de que todavía hacía demasiado frió para comer helados.

Luego llegó el verano. Un verano renqueante bajo el peso de la floración: pesados girasoles lloraban inclinados sobre las vallas; los iris se enroscaban y se resecaban por los bordes, lejos de sus corazones morados; las mazorcas de maíz dejaban caer sus melenas doradas alrededor de sus tallos. Y los chicos. Los guapos, guapísimos chicos que salpicaban el paisaje como piedras preciosas, rompían el aire con sus gritos en el campo y espesaban el río con sus relucientes espaldas húmedas. Hasta sus pisadas dejaban una estela de olor a humo detrás.

Fue ese verano, el verano de sus doce años, el verano de los guapos chicos negros, cuando se volvieron recatadas, temerosas y atrevidas, todo a la vez.

Cuestiones para el coloquio

1. La descripción de Sula y Nel se centra en el color de su piel. Este constituye una de nuestras señas de identidad más visible; más sujeta también, por tanto, al establecimiento de un "nosotros" y un "ellos" en determinados contextos. Pero hay más. El rechazo a las señas de identidad "del otro" desencadena a menudo actitudes y conductas violentas. Comentad lo que, desde esta perspectiva, os sugieren las siguientes citas del fragmento que antecede:

2. ¿Cuántos libros habéis leído cuyos protagonistas sean negros? De la misma manera que cuando en las primeras páginas de un libro leemos un nombre extranjero estamos alerta para identificarlo cuanto antes como nombre masculino o femenino para poder imaginarnos al personaje que lo lleva, ¿estamos igual de abiertos y expectantes a la hora de determinar el color de piel de los personajes o damos por hecho que, en principio, todos son blancos? Explicad el porqué de vuestra respuesta. 

Texto 2

Nel y Sula han crecido, y sus vidas han tomado rumbos bien diferentes. Nel ha permanecido en Medallion, se ha casado y es madre de familia. Sula ha abandonado la ciudad para vivir una vida lo más libre posible. En uno de sus regresos a Medallion mantendrá una relación con Jude, el esposo de Nel, lo que provocará que este abandone el hogar familiar. Nel nunca se lo perdonará. El fragmento que recogemos pertenece a la parte final de la novela. Nel visita a una Sula enferma, definitivamente establecida en Medallion, pero sin parientes ni amigos próximos. Hablarán de aquello.

Oyó los pasos de Nel mucho antes de que abriera la puerta y dejara la medicina en la mesa al lado de la cama. Mientras Sula vertía el líquido en una cuchara pegajosa, Nel inició la conversación con la enferma.

-Tienes buen aspecto, Sula.

-Mientes, Nellie. Tengo muy mal aspecto. -Y se tragó la medicina.

-No. Hacía mucho tiempo que no te veía, pero te veo...

-No tienes que decirme eso, Nellie. Todo irá bien.

-¿Qué tienes? ¿Qué te han dicho?

Sula se pasó la lengua por las comisuras de los labios.

-¿Quieres que hablemos de eso?

Nel sonrió, un poquito, ante la brusca franqueza que había olvidado.

-No. No, en realidad no, ¿pero estás segura de que está bien que estés aquí sola?

-Nathan viene a verme. Y a veces también los Deweys, y Tar Baby...

-No es una gran ayuda, Sula. Necesitas tener a tu lado a una persona adulta. Una persona capaz de...

-Prefiero estar aquí, Nellie.

-Tú no necesitas guardar las formas conmigo.

-¿Guardar las formas? -La risa de Sula irrumpió a través de las fle-mas-. ¿Pero qué dices? Me gusta mi propia mierda, Nellie. No es cuestión de orgullo. De verdad creo que no te acuerdas de mí.

-Puede que no. Puede que sí. Pero eres una mujer y estás sola.

-¿Y tú? ¿Acaso no estás sola?

-No estoy enferma. Trabajo.

-Sí. Claro que sí. El trabajo te hace bien a ti, Nellie. A mí no me sirve de nada.

-Nunca tuviste que trabajar.

-Nunca lo habría hecho.

-Tiene sus ventajas, Sula. Sobre todo si no quieres que otros lo hagan por ti.

-Ni una cosa ni la otra, Nellie. Ni una cosa ni la otra.

-No es posible tenerlo todo, Sula. -Su arrogancia, su engreimiento in-cluso en las puertas de la muerte empezaban a exasperar a Nel.

-¡Por qué? ¡Si puedo hacerlo todo, por qué no habría de poder tenerlo todo?

-No puedes hacerlo todo. Eres una mujer y una mujer de color, además. No puedes comportarte como un hombre. No puedes pasearte dándotelas de independiente, haciendo lo que te dé la gana, cogiendo lo que te apetece y dejando lo que no te gusta.

-Te estás repitiendo.

-¿Cómo?

-Dices que soy una mujer y de color. ¿No es eso lo mismo que ser un hombre?

-Yo no lo creo así y tú tampoco lo pensarías si tuvieses hijos.

-Entonces de verdad actuaría como lo que tú llamas un hombre. Todos los hombres que he conocido abandonaron a sus hijos.

-Algunos fueron separados de ellos.

-Te equivocas, Nellie. La palabra es «abandonaron».

-Todavía pretendes saberlo todo, ¿verdad?

-No lo sé todo. Sólo lo hago todo.

-Bueno, no haces lo que hago yo.

-¿Te crees que no sé cómo es tu vida sólo porque no la vivo? Sé lo que hace cada una de las mujeres de color de este país.

-¿Qué?

-Mueren. Exactamente igual que yo. Pero la diferencia es que mueren como un árbol cortado. Yo, en cambio, me vendré abajo como una de esas secoyas. Lo que es seguro es que he vivido en este mundo.

-¿En serio? ¿Qué prueba tienes de ello?

-¿Prueba? ¿Para mostrársela a quién? Niña, yo tengo mis propias ideas. Y mis pensamientos. O lo que es lo mismo, me tengo a mí.

-Un poco solitario, ¿no?

-Sí. Pero mi soledad es mía. La tuya en cambio pertenece a otro. Otro la creó y te la entregó. ¿No tiene gracia? Una soledad de segunda mano.

Nel se incorporó en la sillita de madera. Sintió el roce de la ira, pero se dio cuenta de que Sula probablemente sólo estaba fanfarroneando. Era imposible saber cómo se encontraba realmente pero de nada serviría decir otra cosa que no fuera verdad.

-Siempre comprendí cómo conseguías apropiarte de un hombre. Ahora comprendo por qué no consigues retener a ninguno.

-¿Eso es lo que se supone que debo hacer? ¿Pasarme la vida reteniendo a un hombre?

-Vale la pena tenerlos, Sula.

-No valen más que yo. Y además, nunca quise a ningún hombre porque valiera la pena. Los méritos no contaban para nada.

-¿Y qué era lo que contaba?

-Mi voluntad. Eso es todo.

-Bueno, supongo que no hay más que decir. Eres la dueña del mundo y los demás vivimos alquilados. Tú montas el caballo y nosotros apaleamos la mierda. No he venido para que me hables así, Sula... No. He venido a ver cómo estabas. Pero ahora que has abierto el tema, mejor será que lo cierre. -Nel apretó los dedos en torno al barrote de latón de la cama. Iba a preguntárselo-. ¿Por qué lo hiciste, Sula?

Se produjo un silencio, pero Nel no se sintió obligada a llenarlo. Sula se removió al fin un poco debajo de las sábanas. Se pasó la lengua por los dientes con aire aburrido.

-Bueno, veía un espacio delante de mí, a mis espaldas, en mi cabeza. Y Jude llenó ese espacio. Eso es todo. Sólo llenó un espacio.

-¿Quieres decir que ni siquiera le querías? –Nel sintió el sabor del latón en la boca-. ¿Que ni siquiera fue porque le querías?

Sula volvió a mirar hacia la ventana claveteada. Sus ojos parpadearon como si estuviera a punto de dormirse.

-Pero... -Nel sujetó su estómago-. Pero ¿y yo? ¿Yo no significaba nada? ¿Por qué no pensaste en mí? ¿Yo no contaba para nada? Nunca te hice daño. ¿Por qué te lo llevaste si ni siquiera le querías y por qué no pensaste en mí? -Y luego-: Fui buena contigo, Sula, ¿por qué eso no cuenta?

Sula se volvió de espaldas a la ventana claveteada. Habló con voz pausada y la rosa con el tallo encima de su párpado se veía muy oscura.

-Si que cuenta, Nel, pero sólo para ti y para nadie más. Ser bueno con alguien es lo mismo que ser malo con alguien. Un riesgo. No se recibe nada a cambio.

Nel retiró las manos de los barrotes de latón. Estaba molesta consigo misma. Cuando por fin había tenido el valor de hacer la pregunta, la pregunta pertinente, nada había cambiado. Sula era incapaz de darle una respuesta sensata porque no la conocía. De hecho, sería la última en saberla. Hablar con ella del bien y del mal era como hacerlo con los Deweys. Tironeando los flecos del cubrecama de Sula, le dijo quedamente:

-Éramos amigas.

-Oh, sí. Buenas amigas -dijo Sula.

-Y no me quisiste lo suficiente para dejarlo en paz. Para dejar que le quisiera. Tuviste que llevártelo.

-¿Llevármelo, cómo? No lo maté, sólo follé con él. Si éramos tan buenas amigas, ¿cómo es que no pudiste soportarlo?

-Estás aquí metida en esta cama sin un céntimo ni un amigo o amiga que puedas llamar tuyo después de hacer todas las cerdadas que has hecho en esta ciudad, ¿y todavía esperas que la gente te quiera?

Sula se incorporó sobre los codos. La cara le brillaba bañada por la fiebre. Abrió la boca como para decir algo, luego se dejó caer otra vez sobre la almohada y suspiró.

-Oh, ya me querrán. Les llevará un tiempo, pero acabarán queriéndome. -Su voz sonó tan suave y distante como la mirada de sus ojos-. Cuando todas las viejas se hayan acostado con todos los adolescentes; cuando todas las jovencitas se hayan acostado con sus viejos tíos borrachos; cuando todos los hombres negros hayan follado a todos los hombres blancos; cuando todas las mujeres blancas hayan besado a todas las negras; cuando los guardianes hayan violado a todos los presos y todas las putas hayan hecho el amor con sus abuelas; cuando todos los mariquitas hayan acicalado a sus madres; cuando Lindbergh se acueste con Bessie Smith y Norma Shearer y ligue con Stepin Fetchit; cuando todos los perros hayan follado a todos los gatos y todas las veletas de todos los establos caigan del techo para montar a los cerdos..., entonces quedará un poquito de amor para mí. Y sé exactamente qué me hará sentir.

Cerró los ojos y pensó en el viento que le metía el vestido entre las piernas mientras corría hasta la margen del río, hacia un grupo de cuatro árboles con el follaje entrelazado y a cavar agujeros en la tierra.

Incómoda, irritable y un poquito avergonzada, Nel se levantó para irse.

-Adiós, Sula. Creo que no volveré.


Cuestiones para el coloquio

1. A lo largo del diálogo entre las dos amigas encontramos muchas alusiones a las expectativas asociadas al hecho de ser hombre o mujer, blanca o negra, casada (y madre) o soltera (y sin hijos). Comentad aquellos aspectos que más hayan llamado vuestra atención. Podéis apoyaros en este intercambio de pareceres que encontramos al comienzo de la escena:

- ¡Por qué? ¡Si puedo hacerlo todo, por qué no habría de poder tenerlo todo?

-No puedes hacerlo todo. Eres una mujer y una mujer de color, además. No puedes comportarte como un hombre. No puedes pasearte dándotelas de independiente, haciendo lo que te dé la gana, cogiendo lo que te apetece y dejando lo que no te gusta.

-Te estás repitiendo.

-¿Cómo?

-Dices que soy una mujer y de color. ¿No es eso lo mismo que ser un hombre?

-Yo no lo creo así y tú tampoco lo pensarías si tuvieses hijos.

-Entonces de verdad actuaría como lo que tú llamas un hombre. Todos los hombres que he conocido abandonaron a sus hijos.

2. Vale que Sula no quiere asumir los roles propios de la mujer de su época y de su entorno; vale que tenga cuantos novios y amantes desee... Pero vayamos al asunto crucial para las dos amigas: la fugaz relación de Sula con Jude, marido de Nel. Sula tiene la oportunidad de disculparse con Nel por ese episodio y, sin embargo, no solo no lo hace sino que trata el asunto con un cinismo desconcertante. 

3. Con lo que ya sabéis de la novela, ¿con cuál de estas cuatro cubiertas os quedaríais y por qué?

Taller de escritura

Basta leer el arranque del primero de los textos para darnos cuenta de que estamos ante la obra de una escritora excepcional, dotada de un magistral talento narrativo. Os invitamos a volver ahora sobre el segundo párrafo del primer fragmento, donde Toni Morrison describe el aspecto físico de sus dos protagonistas: adjetivos, comparaciones y metáforas insólitas dibujan unas criaturas únicas y nos ayudan a penetrar también en algo de sí mismas y de su entorno. Releed, subrayad y comentad.

Nel Wright y Sula Peace tenían doce años en 1922; las dos eran delgadas como espoletas y de trasero desenvuelto. Nel tenía el color del papel de lija húmedo, justo lo bastante oscuro como para salvarse de los golpes de los pura sangre negros como el carbón y del desdén de las viejas que se preocupaban por cosas como las malas mezclas y sabían que una mula y un mulato compartían los mismos orígenes. De haber tenido la piel solo un poquitín más clara, habría necesitado la protección de su madre para ir a la escuela o bien una dosis de agresividad para defenderse. Sula era de un espeso color chocolate con grandes ojos tranquilos, sobre uno de los cuales exhibía una mancha de nacimiento que recordaba una rosa con su tallo y que se extendía desde el centro del párpado hacia la ceja. Eso dotaba a su cara, por lo demás corriente, de una tensión contenida y una amenaza de filo azul como la de la cicatriz queloide del hombre afeitado que a veces jugaba a las damas con su abuela. La mancha de nacimiento se oscurecería con los años, pero entonces tenía el mismo color que sus ojos jaspeados de oro, que conservaron siempre la persistencia y la limpidez de la lluvia.

El estilo de Toni Morrison es, claro está, inimitable, pero vamos a intentarlo. Cada uno de vosotros pensará en un buen amigo o una buena amiga con quien tenga muchas afinidades pero también algunas diferencias. Se trata de que hagáis una descripción conjunta de ambas personas -lo que tenéis en común y lo que os diferencia-, aludiendo también a las circunstancias en que surgió vuestra amistad, tal y como hace Morrison: cuándo os conocisteis y dónde, qué años teníais y cómo erais entonces, qué sentisteis en ese primer momento, a qué creéis que responde vuestra afinidad, vuestra amistad... Escribidlo en tercera persona, como si fuerais un narrador (o narradora) omnisciente. Podéis utilizar a modo de plantilla el texto de Morrison.

Para seguir leyendo

En este libro publicado en 2016, el prestigioso periodista Te-Nehisi Coates, afroamericano, escribe una carta a su hijo de 15 años acerca de lo que supone, aún hoy, ser negro en Estados Unidos.

"No puedes olvidar -concluye la primera parte- cuanto nos robaron y cómo transformaron nuestros cuerpos mismos en azúcar, tabaco, algodón y oro".

Y para que no lo olvidemos dejamos aquí consignadas sus palabras.

El presente libro trata de desvelar las causas que llevaron a que las reivindicaciones de las mujeres negras fueran sistemáticamente invisibilizadas a pesar del potencial revolucionario que encerraba un movimiento semejante. En sus distintos capítulos, Angela Y. Davis ofrece un análisis riguroso y esclarecedor que no sólo pone de manifiesto las estrategias de lucha de las mujeres negras, sino los problemas de composición de las diferencias que siguen desgarrando los movimientos políticos actuales. (Fuente)

Querido Dios:

Tengo catorce años. Soy He sido siempre buena. Se me ocurre que, a lo mejor, podrías hacerme alguna señal que me aclare lo que me está pasando.

La otra primavera, poco después de nacer Lucious, los oía trajinar. Él le tiraba del brazo, y ella decía: Aún es pronto, Fonso. Aún no estoy bien. Él la dejaba en paz, pero a la otra semana, vuelta a tirarle del brazo. Y ella decía: No puedo. ¿Es que no ves que estoy medio muerta? Y todas esas criaturas.

Ella se había ido a Macon, a que la viera la hermana doctora, y me dejó al cuidado de los pequeños. Él no me dijo ni una palabra amable. Solo: Eso que tu mamá no quiere hacer vas a hacerlo tú. Y me puso en la cadera esa cosa y empezó a moverla y me agarró los pechos y me metía la cosa por abajo y, cuando yo grité, él me apretó el cuello y me dijo: Calla y empieza a acostumbrarte.

Pero no me he acostumbrado. Y ahora me pongo mala cada vez que tengo que guisar. Mi mamá anda preocupada, y no hace más que mirarme, pero ya está más contenta porque él la deja tranquila. Pero está demasiado enferma y me parece que no durará mucho.

Con estas palabras arranca El color púrpura, de la afroamericana Alice Walker, dura denuncia de los abusos hacia las mujeres y hacia la comunidad afroamericana en EEUU en la primera mitad del siglo XX. La novela recibió en 1983 el Premio Pulitzer y el National Book Award.