La creación del mundo

Miguel Torga

Origen geográfico y cultural, color de piel, orientación sexual... Y clase. 

“En España, la pobreza y la riqueza se heredan”, denuncia Oxfam Intermón en el informe publicado en 2019.  “Si naces en una familia de ingresos altos ganarás un 40% más que si perteneces a un núcleo familiar con renta baja”. Así mismo, la diferencia de esperanza de vida entre los barrios ricos y pobres de ciudades como Madrid y Barcelona oscila entre los 7 y los 11 años. Nacer pobre, nacer rico, es por tanto un factor determinante en la construcción de nuestra identidad y en el devenir de nuestra biografía. 

Bien lo saben quienes, desde posiciones sociales acomodadas, se niegan a compartir espacios -la escuela, por ejemplo- con quienes pertenecen a entornos más desfavorecidos. Y bien lo saben quienes, viviendo en contextos atravesados por la pobreza o la precariedad, denuncian un sistema estructuralmente injusto y se rebelan contra él.

Este fue el caso del escritor Miguel Torga, de cuyo libro de memorias La creación del mundo vamos a leer unos fragmentos.

Torga, cuyo verdadero nombre era Adolfo Correia da Rocha, tomó el pseudónimo de Miguel por ser el nombre de pila de dos escritores españoles que admiraba: Cervantes y Unamuno. Más curioso aún es el porqué del "Torga" de su apellido: "No sé bien si saben, pero soy transmontano y en mi tierra hay una planta llamada torga, de fuertes raíces, tan fuertes que una persona intenta arrancarlas de la tierra pero no puede." 

Miguel Torga (Tras-Os-Montes, Portugal, 1907-Coimbra, 1995) estaba destinado, como hijo de campesinos pobres, a no salir de su aldea natal. O eso, o los estudios en el Seminario, o la emigración a Brasil. En La creación del mundo Torga da cuenta de cómo logró escapar finalmente a su destino y pudo llegar a ser, tal y como anhelaba, médico y escritor. El nacimiento de esta doble vocación se nos narra en el libro íntimamente entrañada con su toma de conciencia social y política, lo que le valió, en tiempos de dictador Salazar, la censura y retirada de su libro. 

Texto 1

Los dos textos que presentamos pertenecen al "Primer día" del libro, en que Torga nos refiere su infancia en Agarez y luego en Oporto, al servicio de una familia de la burguesía. Quizá muchos de los términos de este primer texto os resulten desconocidos, pues corresponden a unos modos de vida rurales a los que hoy día damos la espalda. Os anticipamos el significado de algunas de estas palabras para facilitar la comprensión del fragmento.

DRAE

carretero1. m. Fabricante de carros y carretas.2. m. Hombre que guía las caballerías o los bueyes que tiran de tales vehículos.
arriero, ra1. m. y f. Persona que trajina con bestias de carga. 
adral1. m. Cada uno de los zarzos o tablas que se ponen en los costados del carro para que no se caiga lo que va en él. U. m. en pl.
yunta2. f. Par de bueyes, mulas u otros animales que sirven en la labor del campo o en los acarreos. 
laja2. f. Mar. Bajo de piedra, a manera de meseta llana. 
aguijada1. f. Vara larga que en un extremo tiene una punta de hierro con que los boyeros pican a la yunta. 
colleras1. f. Collar de cuero o lona, relleno de borra o paja, que se pone al cuello a las caballerías o a los bueyes para que no les haga daño el horcate. (Horcate: 1. m. Arreo de madera o hierro, en forma de herradura, que se pone a las caballerías encima de la collera, y al cual se sujetan las cuerdas o correas de tiro.) 

Poco tiempo después de los exámenes, el señor Botelho mandó llamar a mi padre y tuvo con él una larga conversación en mi presencia. Era una pena que yo no siguiese estudiando. Sabía las estrecheces en que vivíamos, que los tiempos eran malos y todo lo demás. En cualquier caso, que viese si podía hacer un sacrificio y me mandaba al instituto de la Vila.

Mi padre sonrió tristemente. Se estaba riendo de él... ¡Ir al instituto! Solo empeñando el palo de la azada... Pues claro que le gustaría verme de profesor, de médico o de abogado. Faltaba lo más importante... Y de donde no hay no se puede sacar... Ya había pensado en el seminario. Ahí a lo mejor podía ser. Si consiguiese meterme gratis o pagarme poco...

El maestro reaccionó. ¡Cura! ¡Vaya país desgraciado era el nuestro! Los mejores alumnos que pasaban por sus manos o se quedaban allí amarrados a la tierra, embruteciéndose, o eran acaparados por la Santa Madre Iglesia. ¡No! Todo menos santurrones. ¡Mejor entonces el Brasil!

- Eso seguramente es lo que le espera...- concluyó mi padre, resignado-. Lo que no va a hacer es quedarse aquí para cavar. Para eso basto yo.


No era la primera vez que hacía tal afirmación. Pero nunca había puesto en ella tanta firmeza. Como que se le vino a la boca, en aquel momento, toda la amargura de una larga y atribulada crónica familiar, en la que él había sido comparsa, y que no quería ver prolongada en mí. Crónica que, de impresionante que era, se me había ido grabando en la memoria a través de los años, hoy un capítulo, mañana otro.

Mi abuelo paterno, carretero; mi abuelo materno, arriero. Ambos honrados y trabajadores y ambos pobres de por vida. Recordaba la madrugada en que el primero, el de las oraciones en verso, bajaba la cuesta del Pinhao agarrado a los adrales del carro, sin conseguir evitar la tragedia: la yunta, todavía nueva, descoyuntada, el tonel caído y reventado, el vino corriendo por las lajas abajo, toda la ganancia de la carga perdida, y mi padre, que por un tris no había sido atropellado, con la aguijada en la mano llorando la desgracia.

Con el corazón en un puño atravesaba yo también el río por los vados, sentado en las colleras de los bueyes, entraba en las fincas a por hierba, expuesto a que me dieran un tiro, tiritaba de frío en las noches de invierno dormidas en cualquier sitio, con la ropa empapada haciéndome de manta, y roía un mendrugo cuando lo había para engañar al estómago.


Después estaba mi abuelo materno que había pateado la carretera de Oporto, tirando de la recua de mulos, cercado por los lobos en el Marâo, asaltado por la banda del Reigaz en lo alto de Quintela, siempre en la miseria, sin poder dar como ajuar a las hijas, cuando las casaba, más que una triste manta. Y comprendía que allí solo me esperaba un destino igual. Pero el Brasil estaba lejos, y el seminario significaba ser cura...

- ¡Pues tienes que escoger!...-insistía mi padre, inflexible-. No te quiero aquí. Así que decídete.

Mi madre le oía, callada. Me miraba con sus ojos verdes, profundos, oscurecidos por espesas cejas negras, se secaba una lágrima obstinada, y continuaba cortando las hortalizas. [...]


Había servido como criada en casa del Dr. Rafael. De allí huía a veces cuando no podía aguantar más el hambre. Y allí volvía, obligada por su madre que no quería molestar a personas de tanto respeto. Reaccionaba a aquel pasado de servidumbre al contrario que mi padre: veía negro cualquier horizonte que me llevase lejos de su regazo.

- Todavía es muy pequeño...-alegaba para justificar la indecisión en que se debatía.

Y fue necesario que yo mismo, sin querer, le arrancase del corazón la orden de salir.

A pesar de rendirme a las razones que aconsejaban mi marcha de Agarez, era allí donde me apetecía quedarme, aunque sin la humillación de tener que andar descalzo al lado del hijo del señor Arnaldo, siempre con buenos zuecos forrados, de tener que servir de arriero a los catequistas cuando iban de retiro a Mateus -dos leguas detrás de ellas, repantingadas en las sillas-, o de tener que pasar las noches de verano cayéndome de sueño en las huertas del Tío Faustino, alumbrando a mi padre en los riegos, mientra los nietos del ventero dormían tranquilamente en su cama. Pero ni yo tenía claramente en la cabeza estas restricciones, ni mi madre sospechaba siquiera que existiesen. Y pasó lo que ninguno de nosotros esperaba.

Solíamos coger al tercio las castañas del huerto del Mercador. Trombas de agua en las costillas, madrugadas de morirse de frío, tormentas de temblar de miedo, las manos engarabitadas pinchándose con los erizos, el costal cargado hasta la misma casa del individuo y, después, dame a mí dos partes y llévate tú el resto.

- ¡No me parece bien! -protesté un día, mientras me secaba a la lumbre.

- Hijo, el que es pobre tiene que aguantarse... A ver qué comíamos todo el invierno...

- Yo no tengo por qué aguantarme-declaré.

- Entonces, no te quedes aquí.

Texto 2

Comprometida por ese grito del alma que no había podido evitar, pero anhelando tenerme cerca y dudando de mi vocación sacerdotal, trató mi madre de resolver las cosas de la mejor manera. Habló con las hijas de sus antiguos patronos, mis catequistas, "las señoritas", como ella siempre las llamaba, que le habían prometido el oro y el moro y cuando me quise dar cuenta estaba de criado en Oporto, en casa de unos primos suyos.

Era portero, pero también regaba el jardín, iba a los recados, hacía de burro para los niños más pequeños que yo, limpiaba el polvo y pulía los metales de la escalinata con crema Coraçao. Llevaba chaquetilla blanca, dormía en un cubículo con campanilla a la cabecera, y ganaba seis reales por mes. También formaban parte del personal el señor Manuel, el jardinero (iba los jueves y los sábados), Elvira, la cocinera, Laura y Estrela, las criadas, y la señora Lúcia, madre de Estrela, que se ocupaba de la ropa.

Con curiosidad por todo y capaz de orientarme en el mayor laberinto, pocos días después de mi llegada ya conocía las principales calles de la ciudad. Azorado y taciturno dentro del palacete de mis amos, la vida me sabía fuera de él como en Agarez. Las pescaderas decían las mismas burradas, el Duero, al que de vez en cuando cortejaba, era el mismo que se veía desde Sâo Leonardo -solo que más ancho-, y la ropa tendida en los balcones de los barrios pobres tenía también remiendos. Y me perdía por avenidas y callejones mirando los escaparates, observando el movimiento, y, principalmente, sobreponiendo a la propia realidad lo que ya sabía de memoria: el Pedro IV de la Historia, identificado en la Plaza de la Libertad, el novelista Júlio Dinis de mi libro de lectura, admirado con figura humana, la casa donde había nacido el infante de Sagres...

En una de esas correrías me encontré casualmente con Eurico. Había sido mi condiscípulo, y seguía estudiando en un colegio. Me preguntó qué hacía yo y me vi obligado a confesarle que estaba sirviendo.

Cuando nos separamos, me eché a llorar de desesperación y entré en casa secándome los ojos. Estrela fue corriendo a contárselo a la señora. Y doña María, con su nariz corva y su carácter severo, quiso saber las razones de aquel llanto absurdo. Las oyó y se puso furiosa. Nunca pensó que existiese gente como yo. ¿No sabía agradecer la obra de caridad que hacían conmigo teniéndome allí, alimentado y limpio? [...]

Y yo me sentía allí como desterrado entre enemigos.

Ni siquiera me pareció divertida la función de teatro que hicieron los señoritos en casa de sus primos. [...]


A pie, atravesando la ciudad en compañía de Elvira, con el peso de las botellas vacías de las limonadas consumidas en la representación, muerto de sueño y calado por la humedad, a la profunda amargura que sentía se unía una profunda pena de mí mismo. Si hubiera nacido rico, tampoco a mí me faltaría de nada. Coches, buenas ropas, comidas y bebidas de las mejores, profesores de francés, de inglés y de alemán, libros de todas clases. Allí, allí iba, a patita, medio uniformado, con la barriga vacía, comparando, avergonzado, mis pobres estudios primarios con la sabiduría de los señoritos, y condenado a hacer de tramoyista de sus excelencias.

Elvira, que se había pasado todo el tiempo en la cocina llenando fuentes y lavando vasos, sin ver nada, quebró súbitamente el silencio:

- ¿Ha sido bonito?

- ¡Yo qué sé si ha sido bonito o feo! Vengo más renegado...

- ¿Por qué?

- Porque sí.

Nos quedamos callados. Pero el camino era largo y ella, poco después, volvió a la carga:

- ¿No te gusta trabajar?

- Claro que me gusta.

- Pues desde que llegaste todos están convencidos de que eres un holgazán y de que lo haces todo sin ganas.

- Me gusta trabajar, ¡pero no me gusta hacer de criado para otros!

Cuestiones para el coloquio 

1. Agarez, aldea natal del protagonista; La Vila, localidad algo mayor donde está el instituto; Oporto, ciudad a la que irá "a servir" el joven Miguel. La vida de quien nace pobre está a menudo marcada por la migración, por los desplazamientos... Localizad en este mapa los tres pueblos o ciudades mencionados.

2. Aunque los dos textos recogidos en esta página aparecen de manera consecutiva en el libro, las referencias a la clase de social del protagonista cambian de tono entre uno y otro. En el primero, aparecen de manera meramente descriptiva (ej. "tiritaba de frío en las noches de invierno dormidas en cualquier sitio, con la ropa empapada haciéndome de manta, y roía un mendrugo cuando lo había para engañar al estómago"), mientras que en el segundo, nos muestran ya la toma de conciencia del protagonista y su sentimiento de humillación o de rebeldía (ej. Ej. la humillación de tener que andar descalzo).

3. El fragmento combina narración, descripción y diálogo. De una u otra forma el autor consigue hacernos llegar la actitud que todos los protagonistas tienen con respecto a lo que parece el destino inexorable del niño Miguel: quedarse o huir, trabajar como campesino o estudiar, obedecer o rebelarse. Anotad las frases en que esto se pone de manifiesto, así como el procedimiento narrativo empleado.

Ej. Maestro: "El maestro reaccionó. ¡Cura! ¡Vaya país desgraciado era el nuestro! Los mejores alumnos que pasaban por sus manos o se quedaban allí amarrados a la tierra, embruteciéndose, o eran acaparados por la Santa Madre Iglesia. ¡No! Todo menos santurrones. ¡Mejor entonces el Brasil! (Estilo indirecto)

4. Frente a ellos, las mujeres de la burguesía, las catequistas. ¿Qué sabemos de ellas? ¿Cómo lo sabemos? ¿Tienen conciencia de pertenecer a un grupo social claramente diferenciado de otros? De haberlos, ¿cuáles son esos "rasgos diferenciales"?

5. Finalmente, Torga marchará a Brasil, regresará, estudiará Medicina en Coimbra y ejercerá como médico y veterinario durante toda su vida. Pero junto a esta "apacible existencia profesional corría la otra, más sobresaltada, de poeta, con visitas meteóricas a Coimbra, dos veces por semana, cuando podía." Allí participa activamente en la vida cultural, funda diversas revistas, y sigue escribiendo.

"Queríamos un arte rebelde. [...] Un viento de protesta, de denuncia y de fraternidad barría inexorablemente los zaguanes de las torres de marfil. Sabíamos que hundir demasiado la pluma en esa tinta rubra implicaba algunos riesgos. De tanto clamar por la justicia, la voz solidaria terminaría siendo monótona. Una página de prosa que enumerara miserias tercamente, desembocaría en un fastuoso informe. En vez de poemas y novelas, tendríamos panfletos y reportajes. Sacrificar el individualismo creador en el altar colectivo, era apagar en la tierra la llama de la singularidad y de lo imprevisto. Por eso, buscábamos un camino de libertad asumida, en que el hombre no fuese traicionado, ni el artista negado. Ninguna desesperación nos era ajena, ni ahogábamos en melodías de opio el grito de los oprimidos. Fieles a la lección del pasado y atentos a los horizontes del futuro, vivíamos el presente como seres conscientes de carne y hueso, condenados a la duración concreta de nuestro cuerpo. [...] Al lado del poema gratuito, la página comprometida. [...] A pesar de ser individualistas, no concebíamos una sociedad de soledades. Soñábamos con el mundo unificado en un esfuerzo mutuo de colaboración, salvaguardando nuestra respectiva e inviolable intimidad."

6. Os dejamos con algunos recortes de prensa recientes que ponen de relieve, con rotundidad innegable, que la clase social es aún hoy un elemento esencial en nuestras identidades colectivas. Ponedlos en relación con lo leído en el texto y con vuestra propia experiencia.