Todo se desmorona

Chinua Achebe

   «No existe un solo testimonio de la civilización que no sea al mismo tiempo un testimonio de la barbarie». (Walter Benjamin)

Se dice que la Historia siempre la cuentan los ganadores, así que todo lo que había que contar de África -desde el siglo XVI hasta el siglo XX- fue muy pronto una tarea monopolizada por quienes la conquistaron y devastaron. Fue una tarea reservada a Europa. Por otra parte, el carácter oral de gran parte de las culturas del continente africano impidió que los africanos contaran al resto del mundo lo que les había sucedido o les estaba sucediendo. Así que el relato oficial de África se vio marcado desde el inicio por las relaciones de dominación que los escritores e historiadores europeos mantenían con los pueblos africanos. 

Será Chinua Achebe, a mitad del siglo XX, el primer gran escritor africano que corregirá el relato imperialista que había dominado, desde el ciego privilegio y el etnocentrismo, toda la escena literaria. La perspectiva desde la que se sitúa Achebe deja en ridículo las certezas con las que Europa patrimonializó y construyó su insensible epopeya colonialista. Achebe se refirió con el título de su novela a todo lo que se desmoronó y se perdió de la cultura africana con la llegada de las potencias europeas. Paradójicamente, leyendo su novela, lo que cae ante nuestros ojos hasta su completo desmoronamiento es la falsa historia que Europa nos había contado de África. 

Resulta una obviedad decir que la historia de África deben contarla los africanos y las africanas. La literatura africana negra atraviesa actualmente un momento de llamativa efervescencia, por lo que podemos decir que la literatura universal está de enhorabuena. Por fin, en el siglo XXI, África está contando su propia historia. 


ASPECTOS ESTILÍSTICOS/TÉCNICOS QUE PODEMOS DESTACAR

Todo se desmorona está escrita con un estilo sencillo en el que resuena la rotundidad del mito oral. Se sirve de un lenguaje pulido e imágenes elementales que conectan con los relatos de una época siempre anterior, cuyo origen es a la fuerza remoto. 

Okonkwo es uno de los hombres más respetados de su aldea, Umofia, y de su clan. Tiene tres esposas y nueve hijos, aunque lamenta que el mayor de ellos se parezca más a su abuelo paterno, en su debilidad, que a él mismo. Cuando en unas celebraciones Okonkwo mata por accidente al hijo de otro miembro del clan, es condenado a un exilio de 7 años. Durante ese período se produce la llegada de los hombres blancos. Primero, en forma de misioneros; después, de gobernadores políticos. Y todo se desmorona. 


Todo se desmorona, editorial debolsillo. Traducción de José Manuel Álvarez Flores. 

Texto 1

Antes de nada, vamos a leer una descripción del protagonista de la historia, Okonkwo, porque es fácil encontrar en ella la explicación a su comportamiento. El prestigio de un hombre respetable en su tribu estaba determinado por un código férreo de hábitos y conductas. En el caso de Okonkwo, el peso de este código es mucho mayor, debido a una biografía personal que ha alimentado sus miedos más íntimos. 

Okonkwo regía su casa con mano dura. Sus esposas, sobre todo las más jóvenes, vivían con un temor constante a su carácter irascible, lo mismo les sucedía a los hijos pequeños. Quizá Okonkwo no fuera un hombre cruel en el fondo de su corazón. Pero toda su vida había estado dominada por el miedo, el miedo al fracaso y a la debilidad. Era más profundo y más íntimo que el miedo a los dioses malignos e imprevisibles y a la magia, el miedo al bosque y a las fuerzas naturales, malévolas, de garras y dientes crueles. El miedo de Okonkwo era mayor que esos otros miedos. No era un miedo externo, sino que estaba arraigado en su interior. Era miedo a sí mismo, a que se descubriera que se parecía a su padre. El fracaso y la debilidad de su padre le habían hecho sufrir ya desde pequeño, y todavía recordaba cuánto le había dolido que un compañero de juegos le dijera que su padre era agbala. Precisamente fue así como se enteró de que agbala no era solo otra palabra para decir "mujer", sino que también significaba "hombre que no ha tomado ningún título". Así que estaba dominado por una pasión: detestar todas las cosas que le habían gustado a su padre, Unoka. Una de esas cosas era la amabilidad y otra la ociosidad.

Texto 2

Okonkwo mata accidentalmente a un hombre y es obligado a exiliarse de Umuofia a la aldea de su madre. Además del exilio, Okonkwo se ha visto forzado anteriormente a sacrificar a un hijo adoptivo, castigo que para Nwoye, hijo de Okonkwo, supone una atrocidad incomprensible. Que Nwoye quede traumatizado por esta desgracia es importante, ya que, como veremos, tiene consecuencias en la historia. Pero volvamos al exilio de Okonkwo y su familia en Mbanta. Hasta allí han llegado noticias de la aparición por aldeas cercanas de los hombres blancos, suceso que produce curiosidad, porque desconocían hasta ese momento la existencia de la raza blanca, y desconfianza. La inquietud se eleva al conocer que una de las aldeas ha sido destruida por los blancos. Hasta que un día, el hombre blanco se presenta en Mbanta. 

El fragmento que transcribimos corresponde al capítulo 16 del libro. Arranca con la visita de Obierika, hombre sabio y amigo de Okonkwo, a este. 

Cuando Obierika volvió casi dos años después a visitar a su amigo desterrado, las circunstancias eran menos felices. Habían llegado a Umuofia los misioneros. Habían construido allí su iglesia, habían hecho algunas conversiones y estaban ya enviando predicadores a los pueblos y aldeas circundantes. Los jefes del clan estaban muy preocupados; pero muchos creían que aquella extraña religión y aquel dios de los blancos no iban a durar. Ninguno de sus conversos era un hombre cuya palabra tuviese peso en la asamblea del pueblo. Ninguno de ellos era hombre de título. Eran casi todos de los que llamaban efulefu, hombres inútiles, ignorantes. El símbolo del efulefu en el lenguaje del clan era el hombre que vendía el machete y llevaba la vaina al combate. Chielo, sacerdotisa de Agbala, decía que los conversos eran el excremento del clan y la nueva fe un perro rabioso que había ido a devorarlo.

Lo que impulsó a Obierika a visitar a Okonkwo fue la súbita aparición de su hijo Nwoye entre los misioneros de Umuofia.

- ¿Qué haces tú aquí? -le había preguntado Obierika cuando, después de ponerle muchas dificultades, los misioneros le habían permitido hablar con el muchacho.

- Soy uno de ellos -contestó Nwoye.

- ¿Cómo está tu padre? -preguntó entonces Obierika sin saber qué decir.

- No sé. No es mi padre -dijo Nwoye con tristeza.

Así que Obierika fue a Mbanta a ver a su amigo. Y se encontró con que Okonkwo no quería hablar de Nwoye. Solo la madre de Nwoye le explicó algunos retazos de la historia.

La llegada de los misioneros había causado bastante revuelo en la aldea de Mbanta. Eran seis misioneros y uno era blanco. Todos los hombres y todas las mujeres habían salido a ver al hombre blanco. Las historias sobre aquellos hombres extraños habían aumentado desde que habían matado a uno en Abame y habían atado su caballo de hierro al árbol sagrado. Por eso fueron todos a ver al blanco. Era la época del año en que estaban todos en casa. Ya habían recogido la cosecha.

Cuando estuvieron todos reunidos, el blanco empezó a hablarles. Les hablaba por medio de un intérprete que era un igbo*, aunque hablaba un dialecto que a ellos les parecía diferente y áspero. Muchos se reían de su dialecto y de la forma extraña que tenía de usar las palabras. En vez de decir "yo" decía "mi trasero". Pero era un individuo cuyo porte imponía y los hombres del clan le escucharon. Dijo que era uno de ellos, como podían ver por su color y por su lengua. Los otros cuatro hombres negros también eran sus hermanos, aunque uno de ellos no hablaba igbo. El blanco también era hermano suyo porque todos ellos eran hijos de dios. Y les habló de este nuevo Dios, el Creador del mundo entero y de todos los hombres y mujeres. Les dijo que ellos adoraban dioses falsos, dioses de madera y de piedra. Recorrió la multitud un ruidoso murmullo cuando dijo esto. Les explicó que el verdadero dios vivía en lo alto y que todos los hombres comparecían ante él cuando morían para que les juzgara. Los hombres malos y todos los paganos que habían adorado en su ceguera la madera y la piedra eran arrojados un fuego que ardía como el aceite de palma. Pero los hombres buenos que adoraban al Dios verdadero vivían eternamente felices en Su reino. 

-Este gran Dios nos ha enviado a pediros que abandonéis vuestras malvadas costumbres y vuestros falsos dioses y acudáis a Él para que podáis salvaros cuando muráis- les dijo.

- Tu trasero entiende nuestra lengua- dijo alguien bromeando, y todos se echaron a reír. 

-¿Qué ha dicho?- le preguntó el blanco al intérprete.

Pero antes de que le contestara, otro hombre hizo una pregunta:

-¿Dónde está el caballo del blanco?- preguntó. 

Los predicadores igbo hablaron entre ellos y decidieron que el hombre seguramente se refería a la bicicleta. Se lo dijeron al hombre blanco, que sonrió benévolamente.

- Decidles que traeré muchos caballos de hierro cuando nos establezcamos aquí- dijo-. Que algunos podrán montar ellos mismos el caballo de hierro.

El intérprete tradujo estas palabras, pero no le escuchaba ya casi nadie. Hablaban entre ellos nerviosos porque el blanco había dicho que iba a vivir allí con ellos. No habían pensado en eso.

Y entonces un anciano dijo que tenía una duda.

-¿Qué dios es ese vuestro?- preguntó-. ¿La diosa de la tierra, el dios del cielo, Amadiora el del rayo o cuál?


El intérprete habló con el hombre blanco y este dio su respuesta al instante:

-Todos esos dioses que han nombrado no son dioses. Son falsos dioses que os mandan matar a vuestros semejantes y asesinar a niños inocentes. Solo hay un Dios verdadero y Él tiene la tierra, el cielo, a ti y a mí y a todos nosotros.

-Si dejáramos a nuestros dioses y siguiéramos a vuestro dios- preguntó entonces otro hombre-, ¿quién nos protegería de la cólera de los dioses de nuestros antepasados y de nuestros dioses abandonados?

-Vuestros dioses no están vivos y no pueden haceros ningún daño -contestó el blanco-. Son trozos de madera y de piedra.

Los hombres de Mbanta rompieron a reír despectivamente cuando el intérprete les tradujo esto. Estos hombres deben de estar locos, se decían. ¿Cómo podían decir que Ani o Amadihora eran inofensivos? ¿E Idemili y Ogwugwu también? Así que algunos empezaron a irse.

Entonces los misioneros rompieron a cantar. Era una de esas canciones melodiosas y alegres del evangelismo que tuvo la virtud de pulsar silenciosas y polvorientas fibras del corazón de los igbo. El intérprete les fue explicando cada verso y algunos quedaron subyugados. Era una historia de unos hermanos que vivían sumidos en la oscuridad en el miedo, ignorantes del amor de Dios. Hablaba de una oveja que estaba en las montañas, lejos de las puertas de Dios y de los tiernos cuidados del pastor.

Después del canto, el intérprete habló del Hijo de Dios, que se llamaba Jesu Cristi. Okonkwo, que solo se había quedado con la esperanza de que la cosa pudiese acabar en echar a aquellos hombres de la aldea o azotarles, dijo entonces:

-Habéis dicho por esa misma boca que solo había un Dios. Y ahora nos habláis de su hijo. Debe de tener entonces una esposa.

La multitud se mostró de acuerdo.

-Yo no he dicho que Él tuviera esposa- dijo el intérprete un poco vacilante.

-Tu trasero ha dicho que tenía un hijo -dijo el bromista-. Así que tiene que tener una esposa y tienen que tener todos ellos trasero. 

El misionero no le hizo caso y pasó a hablar de la Santísima Trinidad. Okonkwo acabó completamente convencido de que aquel hombre estaba loco. Se encogió de hombros y se marchó a espitar el vino de palma de la tarde.

Pero había un muchacho que había quedado cautivado. Se llamaba Nwoye, el primogénito del Okonkwo. No era la lógica loca de la Trinidad lo que le había cautivado. No la había entendido. Había sido la poesía de la nueva religión, algo que sentía en los tuétanos. El himno de aquellos hermanos sumidos en la oscuridad y en el temor le había parecido que daba respuesta a un interrogante vago e insistente que atormentaba su alma juvenil: el de los gemelos** llorando en la espesura y el de Ikemefuna*** que había sido asesinado. Cuando penetró aquel himno en su alma sedienta sintió un alivio dentro. Su letra era como las gotas de lluvia congelada que se funden en la capa reseca de una tierra anhelante. La tierna inteligencia de Nwoye se sentía muy confusa.

                                                       

* El igbo es también una de las tres lenguas mayoritarias de Nigeria, junto al yoruba y el hausa. Es hablado por más de 18 millones de personas.
**Los gemelos eran considerados seres malignos y por lo tanto había que tirarlos nada más nacer. 
*** Ikemefuna es el hijo adoptivo de la familia, al que sacrificará Okonwko por mandato del consejo de ancianos. 

Texto 3

Okonwo regresa del exilio a su aldea, a Umuofia, y comprueba de qué manera ha cambiado en todo este tiempo. 

Umuofia había cambiado en los siete años que Okonkwo había estado en el destierro. Había llegado la iglesia y había arrastrado a muchos por el mal camino. No solo los humildes y los parias se habían unido a ella sino también algunos notables. Por ejemplo Ogbuefi Ugonna, que tenía dos títulos, y que se había cortado el brazalete de los títulos como un loco y lo había tirado para hacerse cristiano. El misionero blanco estaba muy orgulloso de él y fue uno de los primeros hombres de Umuofia que recibió de sacramento de la Sagrada Comunión o Banquete Sagrado, como se decía en igbo. Ogbuefi Ugonna había creído que se trataba de un banquete de comida y bebida pero más santo que los de la aldea. Así que había metido en la bolsa de piel de cabra el cuerno de beber para la ceremonia.

Pero además de la iglesia, los blancos habían llevado un gobierno. Habían construido un juzgado donde el comisario del distrito juzgaba los casos con total ignorancia. Tenía agentes que le llevaban a los hombres para que los juzgara. Muchos de aquellos agentes eran de Umuru, de la ribera del Gran Río, donde habían llegado primero los blancos muchos años antes y donde habían establecido el centro de su religión, comercio y gobierno. Aquellos agentes eran muy odiados en Umuofia porque eran forasteros y además arrogantes y despóticos. Les llamaban kotma y se ganaron el mote adicional de "Traseros Cenicientos" por el color de sus pantalones cortos. Eran los guardias de la prisión, que estaba llena de hombres que habían quebrantado la ley de los blancos. Algunos de aquellos presos habían abandonado a sus hijos gemelos y otros habían molestado los cristianos. Los kotma les pegaban en la prisión y les hacían trabajar todas las mañanas limpiando el recinto del gobierno y recogiendo leña para el comisario y los agentes. Algunos presos eran hombres de título que debían estar por encima de tareas tan viles. Se sentían agraviados por aquel oprobio y sufrían por sus cultivos abandonados. Cuando cortaban hierba por la mañana los más jóvenes cantaban al ritmo de los golpes de machete:

El kotma del trasero ceniciento

es bueno para esclavo.

El blanco no tiene juicio, 

es bueno para esclavo. 

A los agentes judiciales no les gustaba que les llamaron Traseros Cenicientos y pegaban a los hombres. Pero la canción se difundió en Umuofia. 

Okonkwo bajó la cabeza entristecido cuando Obierika le explicó estas cosas.

-Puede que haya estado fuera demasiado tiempo- dijo Okonkwo, casi como si pensara en voz alta. Pero no entiendo estas cosas que me cuentas. ¿Qué le ha pasado a nuestra gente? ¿Por qué han perdido la capacidad de luchar?

-¿No te enteraste de cómo destruyeron los blancos Abame?- le preguntó Obierika.

-Sí- contestó Okonkwo-. Pero también me contaron que la gente de Abame fue débil y estúpida. ¿Por qué no se defendieron? ¿No tenían fusiles y machetes? Seríamos unos cobardes si nos comparáramos con los hombres de Abame. Sus padres nunca se atrevieron a enfrentarse a nuestros antepasados. Tenemos que luchar contra estos hombres y echarlos de la tierra.

-Ya es demasiado tarde- dijo con tristeza Obierika-. Nuestros propios hombres y nuestros hijos se han incorporado a las filas del extranjero. Han aceptado su religión y ayudan a imponer su gobierno. Sería fácil echar a los blancos de Umuofia si nos lo propusiéramos. Solo hay dos. Pero ¿y los nuestros que siguen sus costumbres y les han dado poder? Irían a Umuru y traerían a los soldados y pasaría lo que en Abame. -Hizo una larga pausa y luego dijo-: Ya te conté en mi última visita a Mbanta cómo ahorcaron a Aneto.

-¿Qué pasó con aquel terreno en litigio?- preguntó Okonkwo. 

-El tribunal de los blancos decidió que pertenecía a la familia de Nama, que les dio dinero a los agentes y al intérprete del hombre blanco.

-¿Entiende el hombre blanco nuestra costumbre sobre la tierra?

-¿Cómo iba a entenderla si ni siquiera habla nuestra lengua? Pero dice que nuestras costumbres son malas; y nuestros propios hermanos que han adoptado su religión también dicen que nuestras costumbres son malas. ¿Cómo crees que podemos luchar cuando se han vuelto contra nosotros nuestros propios hermanos? El blanco es muy listo. Llegó silenciosa y pacíficamente con su religión. Nos reímos de su estupidez y le dejamos quedarse. Ahora ha convencido a nuestros hermanos y nuestro clan ya no puede actuar unido. Ha cortado las cosas que nos mantenían unidos y nos hemos desmoronado.          

"El blanco es muy listo. Llegó silenciosa y pacíficamente con su religión. Nos reímos de su estupidez y le dejamos quedarse. Ahora ha convencido a nuestros hermanos y nuestro clan ya no puede actuar unido. Ha cortado las cosas que nos mantenían unidos y nos hemos desmoronado." Quizá en estas líneas, en estos dos textos, están alguna de las claves que justifican el título de la novela: "Todo se desmorona". 

Cuestiones para el coloquio

1. Detengámonos en algunos aspectos estrictamente literarios de la novela.

2. La lectura de estos fragmentos invita a cuestionar la legitimidad del proceso de colonización europea del continente africano que, como hemos leído, se produjo en clara alianza con la evangelización de la población autóctona. ¿Qué ganó y qué perdió el continente africano con la colonización europea? ¿Contra qué atenta la imposición cultural? ¿Fue justo lo que hicieron? ¿Qué deuda tiene Europa con África?                      

Os sugerimos ahora que leáis dos documentos que aparecen abajo. Os ayudarán a situaros en el horizonte histórico en el que Achebe inscribe su relato: el último tercio del siglo XIX. Tras la lectura de los textos, ¿habéis cambiado en algo vuestra opinión?

A.

Interesa leer también dos breves comentarios de Chinua Achebe que, con seguridad, actuaron de fondo inspirador al escribir Todo se desmorona: 

Y por útimo, un comentario que hace Marlow, el protagonista blanco de El corazón de las tinieblas, novela de Joseph Conrad, escrita durante la época de expansión colonial europea: «No, no se podía decir inhumanos. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea de aquel remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos.»

B.

"El descubrimiento de la riqueza mineral del sur de África en la década de 1870 detonó la lucha por esos territorios entre los países europeos. Esa rápida carrera que llevó a siete países europeos a controlar todo un continente en menos de treinta años (alrededor del año 1900 toda África estaba bajo control occidental) atropelló a los inestables Estados africanos, que vieron cómo unos extranjeros desembarcaban en sus tierras y les arrebataban todo. [...] Los europeos no sólo derramaron sangre en su avance hacia el corazón del continente, sino que además implantaron las costumbres occidentales, terminando con culturas y tradiciones locales milenarias. Abolieron las monedas existentes, introdujeron impuestos, cambiaron los modelos de comercio… Tanto las materias primas como los recursos humanos fueron explotados en beneficio exclusivo de la industria y del comercio de Europa. Ante este ataque tan evidente, en varios puntos del continente surgieron movimientos de resistencia, que no duraron mucho. Los ijebu de Nigeria se rindieron en 1892, los matabele de Zimbabwe lo hicieron en 1896, los mandinga en 1898, los zulúes en 1908… (Fuente: El Orden Mundial)

Para leer en contrapunto

De Chinua Achebe se ha dicho que es el padre de la novela africana contemporánea. Paradójicamente, sus novelas están escritas en inglés, la lengua de los colonizadores. Uno de los más directos herederos de Achebe, el keniano Ngũgĩ wa Thiong’o, reflexiona sobre las raíces de esta contradicción en el volumen Descolonizar la mente. De él, del primero de sus capítulos - "La lengua de la literatura africana"- extraemos estos dos fragmentos. Os invitamos a leerlos y a debatir después en torno a estos dos afirmaciones:

Texto 1

En 1962 me invitaron a aquel encuentro histórico de escritores africanos en la Universidad de Makerere, en Kampala, Uganda. En la lista de participantes aparecían casi todo los que nombres que ahora se han convertido en objeto de tesis doctorales en universidades de todo el mundo. ¿El título? Congreso de Escritores Africanos de Expresión Inglesa. 

En aquel momento yo estudiaba inglés en Makerere, una universidad afiliada a la Universidad de Londres. Para mí lo más atractivo del congreso era la posibilidad de conocer a Chinua Achebe. [...] 

El título, Congreso de Escritores Africanos de Expresión Inglesa, excluía automáticamente a todos los que escribían en lenguas africanas. Ahora, cuando miro hacia atrás desde las alturas de mi autocuestionamiento de 1986, me doy cuenta de que este planteamiento estaba cargado de anomalías absurdas. [...]

Los debates sobre la novela, el relato corto, la poesía y el teatro se basaron en extractos de obras escritas en inglés y, por tanto, excluyeron el importante corpus de textos escritos en swahili, zulú, yoruba, árabe, amárico y otras lenguas africanas. [...]

El inglés, como el francés o el portugués, fue asumido de forma natural como la lengua de mediación literaria o incluso política entre africanos dentro de una misma nación y entre diferentes naciones de África y en otros continentes. En algunos casos se vio a las lenguas europeas como capaces de unir a los pueblos africanos frente a las tendencias divisivas inherentes a la multiplicidad de lenguas africanas habladas desntro de un mismo estado geográfico. [...] En el ámbito literario a menudo se vio a las lenguas europeas como destinadas a rescatar a las lenguas africanas de sí mismas. En el prólogo al libro de Birago Diop Los cuentos de Amadou Koumba, Sédar Senghor elogiaba al autor por utilizar el francés para rescatar el espíritu de las antiguas fábulas y cuentos africanos. El inglés, el francés y el portugués han venido a rescatarnos y hemos aceptado con gratitud el regalo que nunca pedimos.[...]

El hecho es que todos los que optamos por lenguas extranjeras (los participantes en el congreso y la generación que les siguió) aceptamos esta lógica fatalista en mayor o menor grado. Nos dejamos guiar por ella y la única cuestión que nos preocupaba era cómo hacer que las lenguas extranjeras prestadas fueran capaces de transmitir el peso de nuestra experiencia africana mediante, por ejemplo, la utilización de proverbios africanos y otras peculiaridades de nuestra oralidad y folclore.[...]

¿Por qué, podríamos preguntarnos, debería un escritor africano, o cualquier escritor, desarrollar tal obsesión por robarle expresiones a su lengua madre para enriquecer otras lenguas? ¿por qué debería entenderlo como su misión prioritaria? Nunca os preguntamos: ¿cómo podemos enriquecer nuestras lenguas? ¿Cómo podemos hacernos dueños de la rica herencia humanística y democrática de las luchas de otros pueblos en otros tiempos y en otros lugares para enriquecer la nuestra? ¿por qué no podemos tener a Balzac, Tolstói, Shólojov, Brecht, Lu Hsun, Pablo Neruda, H.C. Andersen, Kim Chi Ha, Marx, Lenin, Albert Einstein, Galileo, Esquilo, Aristóteles y Platón traducidos a las lenguas africanas? [...]

¿Cómo llegamos a aceptar esta "lógica fatalista sobre la posición incuestionale del inglés en nuestra literatura", en nuestra cultura y en nuestra política? ¿Cuál fue la ruta desde Berlín en 1884 vía Makerere en 1962 hasta lo que es todavía la lógica prevaleciente y dominante cien años después? ¿Cómo es que nosotros, en tanto que escritores africanos, llegamos a ser tan flojos con respecto a las exigencias que nos planteaban nuestras propias lenguas y tan agresivos en nuestras forma de reclamar otras diferentes, particularmente las lenguas de nuestra colonización?

El Berlín de 1884 se hizo efectivo mediante la espada y la bala. Pero a la noche de la espada y la bala siguió la mañana de la tiza y la pizarra. A la violencia física del campo de batalla le siguió la violencia psicológica del aula. Pero mientras que la primera era visiblemente brutal, la segunda era visiblemente amable". [...]

En mi opinión, la lengua fue el vehículo más importante mediante el cual el poder fascinó y atrapó el alma. La bala era el medio de la subyugación física. La lengua era el medio de la subyugación espiritual.

Texto 2

Empecé a escribir en gikuyu en 1977, después de diecisiete años de implicación en la literatura afroeuropea, en mi caso la literatura afroinglesa. [...]

Creo que mi escritura en gikuyu, en una lengua keniata, forma parte de las luchas antiimperialistas de los keniatas y de los africanos. En las escuelas y en las universidades, nuestras lenguas keniatas (esto es, las de las muchas nacionalidades que forman Kenia) fueron asociadas con características negativas de atraso, subdesarrollo, humillación y castigo. Los que pasamos por ese sistema escolar estábamos destinados a graduarnos sintiendo odio y desprecio por el pueblo y la cultura y los valores de la lengua de nuestra humillación y nuestro castigo cotidiano. No quiero ver crecer a los niños keniatas en esa tradición, impuesta por el imperialismo, de desprecio por las herramientas comunicativas desarrolladas por sus comunidades y reflejos de su historia. Quiero que sean capaces de trascender la alienación colonial.

La alienación colonial adopta dos formas interrelacionadas: un distanciamiento activo (o pasivo) entre uno mismo y la realidad de su alrededor, y una identificación activa (o pasiva) con lo que resulta más ajeno al propio entorno. Empieza con una desidentificación deliberada de la lengua de la conceptualización, del pensamiento, de la educación formal y del desarrollo intelectual con respecto a la lengua de interacción cotidiana en la familia y en la comunidad. Es como separar la mente del cuerpo, de modo que estén ocupando dos esferas lingüísticas sin relación ninguna dentro de la misma persona. A escala social, es como producir una sociedad de cuerpos sin cabeza y de cabezas sin cuerpo. 

Así que quisiera contribuir al restablecimiento de la armonía entre todos los aspectos y divisiones de la lengua para reintegrar al niño keniata a su entorno, para que lo comprenda en profundidad hasta estar en condiciones de transformarlo por el bien común. Me gustaría ver a las lenguas maternas de los pueblos de Kenia (¡nuestras lenguas nacionales!) produciendo una literatura que refleje no solo los ritmos de la expresión oral de un niño, sino también su lucha contra la naturaleza y su ser social. Con esta armonía entre su yo, su lengua y su entorno como punto de partida, puede aprender otras lenguas, e incluso disfrutar de los elementos humanísticos, democráticos y revolucionarios en las lenguas y culturas de otros pueblos, sin ningún complejo acerca de su propio ser, su propio lenguaje, su entorno. La lingua franca nacional keniata, el kiswahili; las otras lenguas nacionales (esto es, las lenguas de las nacionalidades como los luo, los gikuyu, los masáis, los luhya, los kallenjin, los kamba, los mijikenda, los somalís, los galla, los turkana, los hablantes de lenguas árabes); otras lenguas africanas como el hausa, el wolof, el yoruba, el igbo, el zulú, el nyanja, el lingala o el kimbundu, y las lenguas extranjeras (es decir, extranjeras en África) como el inglés, el francés, el alemán, el ruso, el chino, el japonés, el portugués o el español, se situarían entonces en su perspectiva correcta en las vidas de los niños keniatas.

Para seguir leyendo

Además, naturalmente, del primer Premio Nobel de Literatura africano, Wole Soyinka.

Durante el siglo XX, les fue mucho más fácil acceder a la cultura a los grupo sociales privilegiados, representados fundamentalmente por población blanca. Esto explica que surgieran escritores de la talla Nadine Gordimer y J.M. Coetzee, ambos con Nobel, sobresalientes también en su compromiso, siempre del lado de la población sometida. Destacamos una novela de cada uno de ellos.