Mujeres y poder. Un manifiesto

Mary Beard

"Hemos de reflexionar acerca de lo que es el poder, para qué sirve y cómo se calibra. O, dicho de otro modo, si percibimos que las mujeres están totalmente fuera de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es el poder, no a las mujeres". Son palabras de Mary Beard, la autora del ensayo que ahora nos ocupa. 

Y es que, por lo visto hasta aquí, podríamos decir que el Poder es solo cosa de hombres: De Creonte a El Príncipe, de dictadores a conquistadores, es siempre una figura masculina lo que evocamos cuando pensamos en el Poder. ¿Qué ocurre con esa otra mitad de la Humanidad constituida por la mujeres? ¿Tienen voz en la esfera pública? ¿Por qué aún su presencia es minoritaria en los Parlamentos, los Consejos de Administración, los puestos directivos de universidades o empresas? ¿Hay "formas masculinas" y "formas femeninas" de ejercer el poder?

Texto 1

El libro consta de dos largos capítulos: "La voz pública de las mujeres" y "Mujeres en el ejercicio del poder". Seleccionamos algunos fragmentos del primero de ellos.

Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer «que se calle», que su voz no había de ser escuchada en público. Me refiero a un momento inmortalizado al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años, una historia que tendemos a considerar como el relato épico de Ulises y las aventuras y peripecias a las que tuvo que enfrentarse para regresar a casa tras finalizar la guerra de Troya, mientras su leal esposa Penélope le aguardaba y trataba de ahuyentar a sus pretendientes que la apremiaban para casarse con ella. No obstante, la Odisea es asimismo la historia de Telémaco, hijo de Ulises y de Penélope, la historia de su desarrollo personal, de cómo va madurando a lo largo del poema hasta convertirse en un hombre. Este proceso empieza en el primer canto del poema, cuando Penélope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: «Madre mía —replica—, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca... El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa». Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior. 

Hay algo vagamente ridículo en este muchacho recién salido del cascarón que hace callar a una Penélope sagaz y madura, sin embargo, es una prueba palpable de que ya en las primeras evidencias escritas de la cultura occidental las voces de las mujeres son acalladas en la esfera pública. Es más, tal y como lo plantea Homero, una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su especie. Las palabras literales pronunciadas por Telémaco son harto significativas, porque cuando dice que el «relato» está «al cuidado de los hombres», el término que utiliza es mythos, aunque no en el sentido de «mito», que es como ha llegado hasta nosotros, sino con el significado que tenía en el griego homérico, que aludía al discurso público acreditado, no a la clase de charla ociosa, parloteo o chismorreo de cualquier persona, incluidas las mujeres, o especialmente las mujeres. 

Lo que me interesa es la relación entre este momento homérico clásico en el que se silencia a una mujer y algunas de las formas en que no se escuchan públicamente las voces de las mujeres en nuestra cultura contemporánea y en nuestra política, desde los escaños del Parlamento hasta las fábricas y talleres. Es una acostumbrada sordera bien parodiada en la viñeta de un viejo ejemplar de Punch: «Es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizás alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla»

Mi objetivo aquí es adoptar un punto de vista amplio y distante, muy distante, sobre la relación culturalmente complicada de las mujeres y la esfera pública de los discursos, debates y comentarios: la política en su sentido más amplio, desde el comité de empresa hasta el Parlamento. [...]

En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público. En primer lugar, se les concede permiso para expresarse a las mujeres en calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su muerte. [...] La otra excepción es más corriente, pues en ocasiones las mujeres podían levantarse y hablar legítimamente para defender sus hogares, a sus hijos, a sus maridos o los intereses de otras mujeres. [...] Dicho de otro modo, en circunstancias extremas las mujeres pueden defender públicamente sus propios intereses sectoriales, pero nunca hablar en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto. En general, tal y como lo expresó un gurú del siglo II d. C., «una mujer debería guardarse modestamente de exponer su voz ante extraños del mismo modo que se guardaría de quitarse la ropa». [...] Lo que quiero decir es que el discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género. [...]

Cuando nos detenemos en las tradiciones modernas de oratoria en general, vemos que las mujeres tienen licencia para hablar en público en los mismo ámbitos: ya sea en apoyo de sus propios intereses sectoriales o para manifestar su condición de víctimas. Si buscamos las contribuciones de las mujeres incluidas en esos curiosos compendios llamados «los cien mejores discursos de la historia», o algo parecido, encontraremos que la mayoría de las aportaciones femeninas, desde Emmeline Pankhurst hasta el discurso de Hilary Clinton en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre las mujeres de Pekin, tratan del sino de las mujeres. [...]

Cuando las mujeres defienden una cuestión en público, cuando sostienen su posición, cuando se expresan, ¿qué decimos que son? Las calificamos de «estridentes»; «lloriquean» y «gimotean». [...] ¿Realmente importan estas palabras? Por supuesto que sí, porque apuntalan una expresión que sirve para despojar de autoridad, fuerza e incluso humor, aquello que dicen las mujeres. Se trata de un término que restituye con eficacia a la mujer a la esfera doméstica (la gente «lloriquea» por cosas como fregar los platos); trivializa sus palabras o las sitúa en el ámbito de lo privado, contrariamente a lo que ocurre con el hombre de «voz grave», con todas las connotaciones de profundidad que aporta la simple palabra «grave». Se da el caso de que cuando los oyentes escuchan una voz femenina, no perciben connotación alguna de autoridad o más bien no han aprendido a oír autoridad en ella; no oyen mythos. Y no se trata solo de la voz: pueden añadirse los rostros ajados y arrugados que indican madurez y sabiduría en el caso de un hombre, mientras que en el caso de una mujer son señal de que se le ha «pasado la fecha de caducidad». 

Por otro lado, tampoco se suele escuchar la voz de alguien experto, por lo menos no fuera de los ámbitos tradicionales de los intereses sectoriales de las mujeres. Para una parlamentaria, ser ministra de Igualdad (o de Educación o Sanidad) es algo muy distinto que ser ministra de Hacienda, cargo que hasta el momento no ha sido ocupado por ninguna mujer en el Reino Unido. [...]

Estas actitudes, supuestos y prejuicios están profundamente arraigados en nosotros: no en nuestros cerebros (no hay ninguna razón neurológica que nos haga considerar que las voces graves están más acreditadas que las agudas), pero sí en nuestra cultura, en nuestro lenguaje y en los milenios de nuestra historia. [...]

Hasta aquí el diagnóstico pero, ¿cuál es la solución? ¡Ojalá lo supiera! [...] Lo que necesitamos es cierta sensibilización sobre lo que consideramos «voz de autoridad» y cómo hemos llegado a crearla.

Cuestiones para el coloquio

1. ¿Cuál es la tesis de este texto? Elegid una.

2. El texto podría organizarse en tres momentos. Señalad qué párrafos desarrollan cada una de estas ideas.

3.  Ofrecemos varios documentos recientes que podrían servir de ejemplo a algunas de las ideas vertidas en el texto. Explicad, en cada caso, con qué palabras de Mary Beard se relacionan.

Las mujeres son el 51% de la población pero solo el 28% de cargos de la administración, el 11% de miembros de las reales academias o el 19% de los alcaldes. (El diario.es, 28.2.2018)

#ÉlPorElla: el discurso de Emma Watson sobre feminismo que emocionó a la ONU (La Nación, 23.9.2014)

Anuncio Don Limpio

Trump se burla de la mujer que acusa a Kavanaugh de abusos sexuales. (El País, 3.10.2018)

4. Para el debate. ¿Y en vuestro entorno? ¿Director o directora? ¿Jefe de estudios o jefa de estudios? ¿Delegado o delegada? ¿Qué voces son más respetadas, las de los chicos o las de las chicas? ¿Estáis de acuerdo con Mary Beard o hay puntos en los que discrepáis de ella?

✔︎ Antes de nada, pensad en cuál va ser la tesis de vuestro texto y formuladla con claridad.

✔︎ Trabajad los distintos argumentos en que os vais a apoyar. ¿Experiencia personal, ejemplos, comparaciones, argumentos de autoridad? Seleccionad los tres argumentos que os parezcan más sólidos.

✔︎ ¿Qué contraargumento os podrían oponer quienes piensan de manera diferente? Habréis de recogerlo y rebatirlo también en vuestro texto.

✔︎  ¿Qué orden seguiréis en la exposición? ¿La tesis irá al comienzo o al final del texto?

✔︎  Pensad también en cómo abrir y cerrar el texto. Introducción y conclusión son dos piezas clave en un texto argumentativo.