Antígona

Sófocles


 ¿La obediencia a la ley es siempre una virtud? ¿Hay leyes injustas? Si una ley nos parece que atenta contra los derechos humanos, por ejemplo, ¿qué debemos hacer, obedecer o rebelarnos? ¿Qué consecuencias puede tener para nosotros la desobediencia? ¿Y para el conjunto de la sociedad?

De todo esto nos habla Antígona, una tragedia escrita en la Grecia del siglo V por Sófocles, y una de las cumbres del teatro universal. Leedla con muchísima atención para poder abrir luego un debate en torno a la postura moral que encarnan en ella cada uno de los personajes implicados. 

Al final de la página encontraréis algunas notas sobre la tragedia griega. 

Texto 1 

A la muerte de Edipo, rey de Tebas, sus dos hijos varones -Eteocles y Polinices- se enfrentan dándose muerte recíprocamente. Creonte, tío de ambos, será quien suba al trono. Tal y como establece la ley, Creonte ordena que el cuerpo de Eteocles, que murió defendiendo la ciudad, sea debidamente sepultado, mientras que el de Polinices ha de quedar insepulto y ser pasto de alimañas. 

Antígona, hermana de ambos, decide contravenir la ley y dar sepultura a Polinices. Así se lo cuenta a su hermana Ismene que, temerosa de Creonte, rehúsa colaborar con ella.

Uno de los guardianes entra en el palacio de Tebas y comunica a Creonte, regente de la ciudad, que alguien ha tratado de enterrar el cuerpo de Polinices, contraviniendo sus estrictas órdenes. Su relato provoca la indignación de Creonte, que le acusa de dejarse sobornar para permitir tal acción. El guardián se marcha ofendido y al poco tiempo regresa, esta vez arrastrando a Antígona, a la que ha sorprendido mientras echaba tierra sobre el cadáver de su hermano Polinices. Entra entonces Creonte y comienza el interrogatorio a Antígona, que es su sobrina y futura nuera.

(Entra Creonte con numeroso séquito)

CREONTE (Dirigiéndose a ANTÍGONA):

¡Eh, tú! Tú, La que inclina la cabeza al suelo,  ¿reconoces  o niegas haber hecho eso?

ANTÍGONA:

Reconozco haberlo hecho y no lo niego.

CREONTE:

 (al GUARDIÁN): Tú puedes retirarte libremente adonde quieras, eximido de una grave acusación.

(A ANTÍGONA) En cuanto a ti, contéstame si extenderte, con brevedad, ¿sabías que estaba pregonada la prohibición de hacer eso?

ANTÍGONA (Levanta la cabeza y mira a CREONTE): 

Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era bien clara.

CREONTE:

Y aun así, ¿te atreviste a transgredir esa ley?

ANTÍGONA: 

No fue Zeus quien dio ese bando, ni la Justicia que comparte su morada con los dioses infernales definió semejantes leyes entre los hombres. Ni tampoco creía yo que tuvieran tal fuerza tus pregones como para poder transgredir, siendo mortal, las leyes no escritas y firmes de los dioses.  Pues su vigencia no viene de ayer ni de hoy, sino de siempre, y nadie sabe desde cuándo aparecieron. De su incumplimiento no iba yo, por temor al capricho de hombre alguno, a recibir castigo entre los dioses. Que iba a morir, ya lo sabía -¡cómo no!-, aunque tú no lo hubieras prevenido en tu proclama. Y si muero antes de tiempo lo tengo por ganancia, pues quien vive como yo en una muchedumbre de desgracias, ¿cómo no va a sacar provecho con la muerte? Así, el alcanzar este destino no me causa dolor alguno. En cambio, si hubiera tolerado ver insepulto el cadáver de quien nació de mi madre, con eso sí me dolería.  Con esto otro, en cambio, no siento dolor alguno. Si a ti te parece que he cometido una locura, tal vez sea un loco ante quien incurro en falta de locura. 

CORIFEO:

Se ve la casta fiera de un fiero padre en la chiquilla. No sabe doblegarse a la desgracia.

CREONTE (Dirigiéndose al CORO):

Pues bien: entérate de que son los temperamentos tozudos en demasía los que más veces caen, y que al fortísimo hierro, al sacarlo del fuego forjado y endurecido, se le puede ver con la mayor frecuencia romperse y desgarrarse. También sé que con pequeño freno se doma la fogosidad de los caballos, pues no es posible tener orgullo cuando se es esclavo del vecino. Esta supo entonces mostrarse insolente al transgredir las leyes establecidas, y ahora, después de haberlo hecho, comete un segundo acto de insolencia: jactarse de ello y reirse aun siendo culpable. Pero en verdad no sería yo hombre ahora y lo sería esta si el haberse salido con la suya le fuera a quedar impune. Pues bien: aunque sea hija de mi hermana y lleve más de mi sangre que cuantos protege Zeus en mi hogar, ni ella ni su hermana escaparán de la muerte más terrible. Porque también a esa la inculpo por igual de haber tramado este sepelio. ¡Ea!, llamadla. Hace un momento la he visto dentro de casa, frenética y sin dominio de sí misma. Y suele el ánimo furtivo de quienes en la oscuridad no traman cosa buena delatarse antes de cumplir su intento. Aborrezco ciertamente que, cuando se sorprende a alguien en delito,  pretenda luego darle una apariencia hermosa.

ANTÍGONA:

¿Quieres de mi algo más que matarme, una vez que me tienes en tu poder? 

CREONTE:

Yo no: con eso me basta.

ANTÍGONA:

¿A qué esperas, entonces? Porque ninguna de tus palabras me es agradable, ni me lo podría ser nunca. De la misma manera a ti también te desagrada todo lo mío. Y eso que ¿cómo hubiera podido adquirir yo fama más gloriosa que depositando en la tumba a mi hermano? Que a todos estos eso les parece bien, podría decirse, si no les atara la lengua el miedo. Pero la tiranía, entre otras muchas ventajas, tiene la de poder hacer y decir cuanto le viene en gana.

CREONTE:

Tú eres la única entre los cadmeos que lo ves así.

ANTÍGONA:

También estos lo ven, pero cierran la boca.

CREONTE:

¿No te da vergüenza tener un modo de pensar distinto al de estos?

ANTÍGONA:

No hay vergüenza alguna en practicar la piedad con los nacidos de las mismas entrañas.

CREONTE:

¿No era de tu misma sangre el que murió enfrente de este?

ANTÍGONA:

De la misma, de una sola madre y del mismo padre.

CREONTE:

¿Cómo entonces le otorgas un honor que resulta una impiedad para el otro?

ANTÍGONA:

No atestiguará eso el muerto.

CREONTE:

Sí, si le honras por igual que al impío. 

ANTÍGONA:

No era un esclavo, sino su hermano, quien murió. 

CREONTE:

Pero tratando de destruir esta tierra. El otro murió, en cambio, enfrentándose con él en su defensa. 

ANTÍGONA:

A pesar de todo, Hades quiere la igualdad ante la ley. 

CREONTE:

Pero el bueno no está en igual situación que el malo para obtenerla.

ANTÍGONA:

¿Quién sabe si eso es lo piadoso abajo?

CREONTE: 

Jamás, ni aun después de muerto, será amigo el enemigo.

ANTÍGONA:

No he nacido para compartir el odio sino el amor.

CREONTE:

Desciende, pues, abajo, si has de amar, y ámalos. A mí, mientras esté con vida, no ha de mandarme una mujer.


SÓFOCLES, Antígona, ed. Pengüin Clásicos, ed. de Jordi Batlló y Xavier Pérez, 2018

Cuestiones para el coloquio

Leed todas estas preguntas y reflexionad sobre ellas de manera que a continuación podamos abrir un breve coloquio sobre el fragmento sin necesidad de seguirlas una a una.

Texto 2

Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, intenta disuadir a su padre de su determinación, pero este no da su brazo a torcer, alegando que no se puede consentir el incumplimiento de la ley .

En este diálogo entre Creonte y Hemón, interviene además el Corifeo. Este personaje, que surge ya en los orígenes del teatro, resulta esencial en la tragedia. Él lleva a escena la opinión de los miembros del coro, quienes representan, a su vez, la "voz" del pueblo. El Corifeo es, además, el único que puede dialogar con los personajes principales que actúan en cada escena. Fijaos bien en su actitud y sus opiniones.

HEMÓN: 

Padre, los dioses han hecho crecer en los hombres la inteligencia, la más preciada de cuantas posesiones tienen. Yo, por mi parte, no podría, ni sabría decir, que no tienes razón en lo que dices. Mas tal vez podría ser lo justo de otro modo. En todo caso, soy yo el más indicado para examinar en lo que te concierne cuanto se dice o se hace o se puede reprochar. Tu rostro, en efecto, atemoriza al vulgo cuando murmura cosas que no te agradaría escuchar. Pero a mí, en cambio, me es posible oír en la sombra los acentos con que lamenta la ciudad a esa joven, como la menos merecedora de todas las mujeres de perecer del modo más infame, pues no permitió que su hermano, caído de herida mortal, fuera, insepulto, destrozado por los perros voraces o por alguna ave de rapiña. «¿No es ella merecedora de un áurea recompensa?» Tal es el clandestino rumor que corre sigilosamente.  [...] No tengas, pues, en tus adentros una sola idea, ni creas, como afirmas, que es ésa, y no otra alguna, la cierta. Pues son los que se creen los únicos en reflexionar, o que tienen una lengua, o un alma como ninguno, a quienes se ve vacíos al ser abiertos. Para el hombre, por sabio que sea, no constituye deshonra alguna el aprender más y más y el no obstinarse demasiado. [...] ¡Ea!, pues, apacigua tu cólera y consiente en cambiar. Y si hay en mí, aunque sea más joven, una pizca de juicio, afirmo que con mucho es lo mejor que el hombre esté lleno de sabiduría innata para todo, pero, si no es así —puesto que no suele la balanza inclinarse de este lado—, es hermoso aprender de quienes hablan con prudencia.

CORIFEO:

Señor, es natural que, si dice algo oportuno, te dejes enseñar por él, y que tú hagas otro tanto. Por ambas partes se ha hablado con razón.

CREONTE:

¿A nuestros años vamos a recibir lecciones de cordura de un mozalbete de su edad? 

HEMÓN:

En ellas nada hay que sea injusto. Y si soy joven, no conviene atender más a los años que a las acciones.

CREONTE:

¿Es una buena acción, acaso, tener clemencia con los sediciosos?

HEMÓN:

No te exhortaría yo a tener escrúpulos de conciencia con los malvados.

CREONTE:

¿No está esa infectada de semejante peste?

HEMÓN:

No lo afirma así la muchedumbre de sus conciudadanos de Tebas.

CREONTE:

¿Nos va a decir la ciudad lo que debemos ordenar?

HEMÓN:

¿No ves que eso, en el tono en que lo has dicho, es juvenil en exceso?

CREONTE:

¿Para quién, sino para mí mismo, debo gobernar esta tierra?

HEMÓN:

No hay ciudad que sea de un solo hombre . 

CREONTE:

¿No se estima que la ciudad es de quien tiene el poder?

HEMÓN:

Solo, podrías mandar bien en una ciudad desierta.

CREONTE:

Este, al parecer, defiende la causa de la mujer.

HEMÓN:

Si es que tú eres mujer, pues es de ti de quien me cuido.

CREONTE:

¡Canalla redomado! ¿Entras en litigio con tu padre?

HEMÓN:

Porque veo que estás errando en contra del derecho.

CREONTE:

¿Estoy errando al velar por el prestigio de mi autoridad?

HEMÓN:

Por su prestigio no velas, al menos pisoteando los honores de los dioses.

CREONTE:

¡Ah! ¡Naturaleza impura que se deja dominar por una mujer! 

HEMÓN:

No podrías ciertamente sorprenderme dominado por pasiones vergonzosas.

CREONTE:

Todas tus palabras van en defensa de aquélla.

HEMÓN:

Y en la tuya, y en la mía, y en la de los dioses infernales.

CREONTE:

A esa es imposible ya que la desposes viva.

HEMÓN:

Esa, entonces, morirá, y con su muerte habrá de causar la perdición de alguien.

CREONTE:

¿Recurres a las amenazas con semejante atrevimiento?

HEMÓN:

¿Qué amenaza hay en hablar contra una determinación irreflexiva?

CREONTE:

Lágrimas te van a costar tus lecciones de cordura, cuando careces de ella en absoluto.

HEMÓN:

Si no fueras mi padre, diría que no estás en tu sano juicio.

CREONTE:

¡Esclavo de una mujer, no me aburras con tu charla!

HEMÓN:

¿Quieres hablar y no escuchar nada cuando hablas?

CREONTE:

¿De verdad? ¡Por el Olimpo!, sábelo bien, no te alegrarás de denostarme con tus vituperios. (A un servidor.) Traed ese aborrecido engendro, para que muera al punto en presencia y ante los ojos de su prometido.

HEMÓN

No, por cierto, no lo pienses ni por un momento: ni ella habrá de morir junto a mí ni tú podrás dirigirme a la cara la mirada con tus ojos. Sigue con tu locura en compañía de los amigos que se avengan a ello. (Sale precipitadamente)

[…]

CORIFEO:

¿Tienes la intención de hacerlas matar a ambas?

CREONTE:

A la que no puso sus manos en el asunto, no. Tienes razón en lo que dices.

CORIFEO:

¿Con qué clase de muerte piensas matarla?

CREONTE:

Llevándola a donde haya una senda no frecuentada por los hombres, la ocultaré viva en una cueva pétrea, poniéndole de comida lo preciso tan sólo para evitar la contaminación, a fin de que la ciudad entera se libre de mancilla. Allí tal vez, si se lo pide a Hades, el único dios que adora, obtendrá la gracia de no morir, o reconocerá al menos, aunque sea ya tarde, que es esfuerzo baldío rendir culto a las cosas de Hades.

(Entra en palacio.)

(Aparece ANTÍGONA conducida por dos centinelas y con las manos atadas).

CORIFEO:

Y yo también ahora, al ver lo que estoy viendo, me siento inclinado a desobedecer las leyes y no puedo retener el raudal de mis lágrimas contemplando cómo Antígona avanza hacia el lecho, el lecho nupcial en que duerme la vida de todos los humanos.

(Entra ANTÍGONA conducida por esclavos)

[...]

ANTÍGONA 

Vedme, ciudadanos de la tierra patria, recorrer el postrer camino, y por postrera vez, mirar el resplandor del sol, que ya no he de ver más. Me lleva en vida Hades, cuyo lecho acoge a todos, camino de la ribera del Aqueronte, sin cantos de himeneo, sin que se me haya entonado himno nupcial. Y es en el Aqueronte donde celebraré mis desposorios.


SÓFOCLES, Antígona, ed. Pengüin Clásicos, ed. de Jordi Batlló y Xavier Pérez, 2018

Cuestiones para el coloquio

Hemón cuestiona la decisión de su padre. Se enfrenta a él porque su decisión de condenar a muerte a Antígona le parece injusta, y no por el hecho de que la ame. Buscad en el texto los argumentos de cada uno de ellos. Como material de apoyo, que podéis consultar al término de vuestro rastreo, os ofrecemos algunos de los argumentos de uno y otro. 

Argumentos/afirmaciones de Hemón

a. La gente de la ciudad no se atreve a decírtelo, porque eres rey y te tiene miedo, pero compadece a esa joven por cumplir las leyes divinas:

b. Tu opinión no es la única. Al hombre, por sabio que sea, no debe causarle ninguna vergüenza el aprender de otros.

c. No es la edad sino los consejos los que hay que tener en cuenta. No por joven debes despreciar mis consejos.

f. Es por tu persona por quien me preocupo.

g. Su muerte acarreará la de otro.

h. Refuto tus decisiones.

i. No quieres escuchar.

Argumentos/afirmaciones de Creonte

1. La ciudad no es la que tiene que decirme lo que tengo que hacer.

2. No tengo nada que aprender de un joven.

3. Solo me incumbe a mí gobernar este país y la ciudad es del que manda.

4. Te has convertido en aliado de una mujer.

5.  Estás esclavizado por una mujer.

6.  Mientras vivas, jamás te casarás con esa mujer .

7.  Me amenazas.

8.  Pagarás con lágrimas tus lecciones de cordura.

9.  Como venganza, haré matar a esa mujer.

Texto 3 

En este fragmento aparece Tiresias, el adivino ciego, uno de los dos adivinos más célebres de la mitología griega. Se cuenta que la diosa Hera lo dejó ciego por haber revelado a Zeus un secreto sobre el placer sexual de las mujeres. Zeus, sin embargo, le otorgó el don de la profecía y una larga vida. La importancia de Tiresias reside en su papel de mediador entre los dioses y los hombres y también entre los hombres y las mujeres. A continuación podréis comprobar ese carácter de mediador y de profeta.

TIRESIAS:

Pues bien, entérate: no son muchas las raudas carreras del sol que te faltan para dar el cadáver de un ser nacido de tus propias entrañas como satisfacción de esos cadáveres, porque has arrojado a uno de los de arriba, encerrando su vida indignamente en un sepulcro, y retienes a su vez aquí un cadáver, privándole de los dioses infernales, de honras fúnebres y de ritos sagrados. De ello no tienes tú potestad alguna, ni los dioses de arriba, que de ti reciben esta imposición a la fuerza. Por eso te acechan las Erinias de Hades y de los dioses, deidades destructoras que producen la ruina a la larga, para que seas presa de los mismos males. Mira si esto lo digo por dinero. Se habrán de ver, y no habrá que esperar mucho tiempo, lamentos de hombres y mujeres en tu casa. Llenas de hostilidad contra ti se agitan todas las ciudades a cuyos cadáveres despedazados rindieron los fúnebres honores perros, o fieras, o cualquier ave de presa, llevando su hedor impuro a la ciudad custodiadora de altares. Tales son, puesto que me irritas, las flechas que a guisa de arquero he disparado contra ti, certeras, en la ira de mi corazón; y de su dolor abrasador no podrás escapar. (Al esclavo.) Muchacho, retírame tú a casa, para que éste descargue su cólera en gente más joven y aprenda a tener la lengua más queda y el juicio más cuerdo que sus arrebatos de ahora.

(TIRESIAS y el niño se retiran. El CORO está aterrado. Silencio.)

CORIFEO:

Señor, el anciano se ha ido tras hacer un horrible vaticinio. Y sé, desde que estos mis cabellos de negros se están tornando blancos, que hasta el momento jamás dijo cosa falsa a la ciudad.

CREONTE:

Me he dado cuenta también yo, y estoy turbado en mi corazón. Ceder ciertamente es terrible, pero el abocar en desastre, por oponerse con obstinación, también lo es.

CORIFEO:

La Prudencia es necesaria, ¡oh Creonte!, hijo de Meneceo. 

CREONTE:

¿Qué se debe hacer, pues? Explícamelo: yo te obedeceré.

CORIFEO:

Ve a sacar a la muchacha de la cámara subterránea y prepara una sepultura al muerto insepulto.

CREONTE:

¿Es ese tu consejo, y crees que debo ceder?

CORIFEO:

Y lo más pronto posible, señor. Los castigos que envían los dioses con la ligereza de sus pies atajan a los insensatos.

CREONTE:

¡Ay! A duras penas, eso sí, pero renuncio a mi resolución. Con la necesidad no se ha de sostener un desigual combate.

CORIFEO:

Ve entonces a hacerlo, y no lo dejes en manos de otros. 

CREONTE:

Tal como estoy emprenderé el camino. Id, id, criados, los que aquí estáis, y los que no, corred con hachas en las manos hacia ese lugar que se divisa a lo lejos. Y en cuanto a mí, puesto que mi decisión se ha inclinado en este sentido, como fui yo quien la llevó a prisión, yo mismo la pondré en libertad. Me temo, en efecto, que no sea lo mejor pasar la vida observando las leyes establecidas.

(Abandona la escena.)


SÓFOCLES, Antígona, ed. Pengüin Clásicos, ed. de Jordi Batlló y Xavier Pérez, 2018

Cuestiones para el coloquio

Creonte finalmente es convencido por el Corifeo, que apoya las palabras del adivino Tiresias, y se lanza a sacar a Antígona de la gruta donde la ha encerrado. 

Texto 4

Para concluir, os presentamos el final de la obra. Como habéis leído, Creonte, convencido por el Corifeo, decide finalmente salvar a Antígona, pero llega tarde. Un mensajero entra en palacio para contarle otras desgracias. El final se precipita hacia la tragedia total.

(Entra un mensajero.)

MENSAJERO

Vecinos del palacio de Cadmo y de Anfión. No hay vida humana tan estable a la que pueda yo prestar mi aplauso o mi censura. Pues la fortuna endereza y la fortuna abate en todo momento tanto al dichoso como al desdichado y no hay adivino posible de la estabilidad de la suerte reservada a los mortales. Creonte fue en su día, en mi parecer al menos, digno de envidia, por haber salvado de enemigos a esta tierra de Cadmo y haberse hecho con el mando absoluto del país. Dirigía su rumbo, floreciente en un noble linaje de hijos. Ahora, en cambio, todo se le ha ido, pues, cuando un hombre se despide de las cosas que son su gozo, no le tengo yo por vivo, sino por cadáver animado. Puedes atesorar, si quieres, en tu casa gran riqueza y vivir con el fausto de un tirano, pero cuando de ello está ausente la alegría, por todo lo demás, puesto a elegir con ésta, no le daría yo a nadie ni la sombra del humo.

CORIFEO

¿Qué nuevo dolor es el que traes para los reyes?

MENSAJERO

Están muertos, y los vivos son la causa de su muerte.

CORIFEO

¿Quién es el que ha matado? ¿Quién es el muerto? Dilo.

MENSAJERO

Hemón ha perecido. Una mano pariente ha derramado su sangre.

CORIFEO

¿La de su padre o la suya?

MENSAJERO

Se ha dado muerte a sí mismo, furibundo con su padre por culpa de su homicidio.

CORIFEO

¡Oh, adivino! ¡Cuán exactamente cumpliste tu profecía!

MENSAJERO

Ante esta situación, motivos hay para deliberar sobre lo demás.

(Sale Eurídice de palacio.)

CORIFEO

En efecto, veo cerca a Eurídice, la infortunada esposa de Creonte. Sale de palacio, bien por haber oído hablar de su hijo, bien por mera coincidencia.

EURÍDICE

Ciudadanos todos, oí vuestras palabras al acercarme a la salida, cuando iba a saludar con mi plegaria a la diosa Palas. En el preciso momento en que estaba descorriendo el cerrojo de la puerta para abrirla, me hiere en los oídos el rumor de una desgracia familiar. Caigo de espaldas sobre mis criadas y del espanto quedo estupefacta. Pues bien, repetid de nuevo la noticia, cualquiera que sea: no la habré de oír inexperta en la desgracia.

MENSAJERO

Yo, ama querida, te la diré como testigo presencial, sin omitir un punto de verdad. Pues ¿para qué voy a suavizar aquello en lo que después habrá de quedar patente mi mentira? La verdad siempre es lo recto. Fui yo en el séquito de tu esposo como guía hasta el extremo del llano, donde yacía aún sin obtener piedad, despedazado por los perros, el cuerpo de Polinices. Y tras haber suplicado a la diosa de los caminos26 y a Plutón que contuvieran benévolamente su cólera, lavamos con agua lustral y quemamos en una pira de ramas recién cortadas lo que quedaba de él. Erigímosle un túmulo elevado de tierra de su patria, y nos encaminamos a la pétrea cueva de la muchacha, cámara nupcial de Hades. Desde lejos alguien oye en la alcoba sin ritos funerarios el clamor de agudos lamentos, y va a comunicarlo al amo Creonte. Al acercarse éste, le llegan al oído los acentos inciertos de una voz lamentable, y rompiendo en sollozos pronunció estas desgarradoras palabras: «¡Ay, desdichado de mí! ¿Acaso soy adivino? ¿Acaso estoy recorriendo el más aciago camino de mi vida? Me saluda la voz de mi hijo. ¡Ea!, criados, acercaos rápidos y, poniéndoos junto a la tumba, mirad, introduciéndoos hasta la entrada por la brecha que hagáis quitando las piedras, si estoy oyendo la voz de Hemón o me están engañando los dioses». Ante la orden de nuestro acongojado amo miramos eso, y en el fondo de la tumba divisamos a la joven colgada del cuello, suspendida de un nudo corredizo hecho del hilo de su velo, y al muchacho caído sobre ella, abrazado a su cintura y lamentando la ruina de su boda con la muerta, la acción de su padre y su desdichado casamiento. Cuando Creonte lo vio, dando un horrible quejido avanza en dirección suya hacia dentro y le llama entre sollozos: «¡Oh desdichado! ¿Qué has hecho? ¿Qué intención fue la tuya? ¿En qué desgracia te has perdido? Sal, hijo, te lo suplico implorante». Y mirándole con fieros ojos el muchacho, le escupió en el rostro sin replicarle nada, y desenvainó el doble filo de su espada; mas erró el golpe, por haber escapado de un salto su padre. Luego, furioso consigo mismo el infeliz, tal y como estaba, arqueó el pecho y se hundió en el costado media espada; con conocimiento aún, estrecha en sus desfallecidos brazos a la joven, y derrama, jadeante, un chorro impetuoso de sangre sobre sus pálidas mejillas. Y allí yace, cadáver sobre un cadáver, tras haberle cabido en suerte celebrar los ritos de su boda en la mansión de Hades, y tras haber mostrado al mundo con cuánto es la imprudencia el mayor mal que puede afectar al hombre.

(Eurídice entra en palacio.)

CORIFEO

¿Qué interpretación darías a esto? La reina se ha marchado, antes de decir palabra buena o mala.

MENSAJERO

También yo estoy perplejo. Pero abrigo la esperanza de que al oír el doloroso fin de su hijo no estimó decoroso el lamentarse en presencia de los ciudadanos, y que, una vez dentro de casa, ordenará a sus criadas lamentar el luto familiar. No está tan desprovista de cordura como para cometer una falta.

CORIFEO

No lo sé. Para mí es tan grave el excesivo silencio como el inmoderado griterío.

Entrando en palacio sabremos si secretamente oculta algo reprimido en la ira de su corazón. Estás en lo cierto: también hay cierta gravedad en el excesivo silencio.

(Entra en palacio. Acto seguido aparece Creonte con su séquito, llevando en sus brazos el cadáver de Hemón.)

CORIFEO

Mas he aquí al rey en persona, que llega sosteniendo en sus brazos la prueba evidente, si es lícito decirlo, de que su ruina no es obra ajena, sino de su propia culpa.

CREONTE

Estr. 1

¡Ay yerros de mi mente mentecata,

obstinados y mortales!

¡Ay vosotros que veis matar y morir

a las gentes de mi linaje!

¡Ay de mis infaustas determinaciones!

¡Ay hijo, joven, con muerte prematura,

ay, ay, moriste, te disolviste,

por mi demencia, no por la tuya!

CORIFEO

¡Ay! ¡Qué tarde pareces haber visto el castigo!

CREONTE

¡Ay! He aprendido, desdichado de mí.

Era un dios ciertamente quien entonces,

quien entonces descargó sobre mi cabeza

el peso ingente de sus golpes;

y quien me sacudió en su camino atroz.

Derribando y pisoteando lo que era mi alegría.

¡Ay, ay, penas horribles de los hombres!

(Sale de palacio un mensajero.)

MENSAJERO

Señor, ¡cuántas desdichas tienes y aún te quedan! Unas, las que traes en tus manos, tú las llevas; las de casa, parece que has venido para verlas al punto.

CREONTE

¿Qué? ¿Hay algo todavía más desdichado que la propia desdicha?

MENSAJERO

Tu mujer, la infortunada, la madre entrañable de ese cadáver, ha muerto hace un momento de reciente cuchillada.

CREONTE

Antístr. 1

¡Ay puerto del Hades, imposible de purificar!

¿Por qué, por qué me destruyes?

¡Ay mensajero de dolores

en mala hora anunciados!

¿Qué palabras dices? A un hombre ya perdido

has rematado. ¿Qué dices, hijo?

¿Qué nueva muerte es esa de que hablas?

¡Ay, ay!, la muerte a cuchillo de mi mujer

que, para destruirme, viene a sumarse a la otra muerte.

(La puerta de palacio se abre, dejando ver el cuerpo de Eurídice.)

CORIFEO

Puedes verla, ya no está dentro.

CREONTE

¡Ay de mí! He aquí la segunda

desgracia que contemplo, infortunado.

¿Qué sino, qué sino aún me aguarda?

En mis brazos, desventurado de mí, desde hace un rato a mi hijo tengo y estoy viendo

frente a mí ese cadáver.

¡Ay madre desdichada! ¡Ay hijo mío!

MENSAJERO

Herida de aguda cuchillada, sentada en el altar, dejó caer sus párpados en las tinieblas, tras llorar el lecho vacío de Megareo el que murió primero, luego el de éste, y desearte por último a ti, el asesino de su hijo, malas venturas.

CREONTE

Estr. 2

¡Ay, ay! Estoy fuera de mí de horror.

¿Por qué no me hunde alguien

en pleno pecho una espada de doble filo?

¡Ay triste de mí! sumido como estoy

en tan triste congoja.

MENSAJERO

Cual si tuvieras la culpa de esta muerte y de la otra, eras denunciado por la muerta.

CREONTE

¿De qué forma puso fin a su vida al matarse?

MENSAJERO

Hiriose a sí misma con su propia mano bajo el hígado, cuando se enteró de esa desgracia lamentable de su hijo.

CREONTE

¡Ay de mí! La culpa de esto jamás se podrá

hacerla revertir de mí en otro mortal.

Pues soy yo, desdichado de mí, quien te mató,

yo, y digo la verdad. ¡Ea!, esclavos,

retiradme cuanto antes, quitadme de en medio,

a mí que ya no soy ni un despojo.

CORIFEO

Provechosa es tu exhortación, si provecho puede haber en la desgracia. Los males del momento, cuanto más breves, mejores.

CREONTE

Antístr. 2

¡Que venga, que venga! ¡Que se muestre

el más bello de los destinos para mí,

el supremo, el que traiga

el término de mis días! ¡Que venga!

¡Que venga, para que no vea ya otro sol!

CORIFEO

Eso pertenece al futuro. Es menester hacer algo de lo que nos acucia de momento. De aquello se cuidarán quienes deban cuidarse.

CREONTE

Lo que yo deseo, lo he resumido en esa súplica.

CORIFEO

No le añadas entonces otra alguna, pues les es imposible a los mortales liberarse de las desgracias señaladas por el destino.

CREONTE

Quitadme de en medio, a mí, a este insensato,

que te dio muerte, hijo mío, involuntariamente,

y a ti también, esposa. ¡Ay desdichado de mí!

No sé a cuál de los dos mirar, adónde inclinarme.

Todo lo que tengo en las manos ha dado al través,

y sobre mi cabeza se abatió un sino insoportable.

CORIFEO

Con mucho, la sensatez es la primera condición de la felicidad. En las relaciones con los dioses es preciso no cometer impiedad alguna. Las palabras jactanciosas de los soberbios, recibiendo como castigo grandes golpes, les enseñan en su vejez a ser cuerdos.


SÓFOCLES, Antígona, ed. Pengüin Clásicos, ed. de Jordi Batlló y Xavier Pérez, 2018

Cuestiones para el coloquio

Seguro que ahora entendéis por qué a este género lo denominamos "tragedia", y por qué Sófocles es uno de sus máximos exponentes. En la tragedia no hay respiro, no hay luz, no hay esperanza. George Steiner, uno de los más prestigiosos críticos de nuestro tiempo, dice que la tragedia responde a una visión de la realidad en que se asume que el ser humano es "un huésped inoportuno del mundo" y que, como afirmara Sófocles, "lo mejor es no haber nacido". Es la forma dramática de una visión estrictamente negativa, desesperanzada, de la presencia del hombre (y la mujer) en el mundo. La tragedia, concluye Steiner, es irreparable.


Debate final

¿Son siempre justas las leyes? ¿Es mejor seguir las costumbres? ¿En qué casos sí y en qué casos no? 


Otras Antígonas

El personaje de Antígona tiene tanta fuerza que sigue vigente hoy. La obra ha continuado representándose año tras año en todo el mundo y ha inspirado a artistas de todas las épocas: pintores, músicos, coreógrafos, dibujantes...  

Un fragmento de la ópera Antígona de Mikis Theodorakis
Un fragmento de la obra de Mendelssohn
 Charles Jalabert, Edipo y Antígona, 1842
Antígona frente al muerto Polinices de Nikiphoros Lytras, 1865               
Benjamin Constant, Antígona y Polynices, 1868
Antígona dando sepultura a Polynices , de Sébastien Norblin, 1825
Antígona, de Frederic Leighton, 1830-1896
Antígona, de Marie Spartali Stillman

Sobre la tragedia griega

La tragedia griega está directamente relacionada con el origen del teatro. Nace en Grecia hacia el siglo VI a. de C. , asociada a ceremonias y rituales de sacrificio en honor a Dioniso (Baco en la mitología romana), dios de la vendimia y del vino, en las que se ofrecían animales para obtener buenas cosechas y buena caza. Esto sucedía dos veces al año, en los cambios de estación (equinoccios y solsticios), aunque las más importantes llegaron a ser las fiestas de primavera, que se llamaron Grandes Dionisias. A ellas, impulsadas bajo el gobierno de Pisístrato, llegaban poetas de toda Grecia para participar en los certámenes poéticos que se convocaban. 

La palabra “tragedia” viene del griego  τραγῳδία, compuesta de la raíz de «macho cabrío» (τράγος / trágos) y cantar (ῳδία / odía), y podría tener varios significados: las máscaras con cuernos de macho cabrío que llevaban los que oficiaban estas ceremonias, el premio que ganaba el vencedor del certamen trágico (un macho cabrío); o el sacrificio de este animal sagrado al dios. En estas ceremonias, un coro de doce hombres, ataviados con cuernos de macho cabrío, bailaban y entonaban cantos al dios Dioniso, que se denominaban ditirambos,  dirigidos por un corifeo, o portavoz del coro. Se cree que fue Tespis, ganador de un concurso dramático allá por el 530 a. de C.,  el primer actor de la historia y el inventor de la tragedia como forma teatral. Aristóteles le atribuye este papel al haber sido el primero en introducir en las ceremonias a un personaje o actor (hipocrites, ὑποκριτής), lo que abría la posibilidad del diálogo con el corifeo. De esta manera la representación coral dejaba de ser puramente recitativa para abrirse al diálogo y al enfrentamiento entre las partes. Así que, a partir de este diálogo, en el que se planteaban cuestiones de la vida cotidiana que agradaban al público, podemos decir que el teatro inicia su andadura en la historia.

Se dice que Tespis, además, fue el primero que introdujo la máscara como elemento caracterizador del personaje: desde la aplicación de un maquillaje elaborado con albayalde, hasta la fabricación de máscaras de lino.

Fue en el siglo V a. de C. cuando el teatro griego alcanzó su apogeo,  en el llamado “Siglo de Pericles”. Este político y orador ateniense, impulsor de la literatura y las artes, favoreció especialmente el desarrollo del teatro con medidas tales como obligar a que las familias ricas de Atenas cuidaran y sostuvieran los coros y los actores, ya que -según la tradición- las piezas de teatro servían para educar moral e intelectualmente al pueblo.

El siglo de Pericles fue la época en que vivieron los grandes dramaturgos trágicos griegos, Esquilo, Sófocles y Eurípides, cada uno de los cuales aportó importantes innovaciones al teatro. 

Esquilo (525-456 a. de C.) fue quien fijó las reglas fundamentales del drama trágico. Introdujo plenamente en la escena las máscaras y también los coturnos, sandalias de madera con alzas que permitían la elevación del personaje. Además, inventó la figura del segundo actor, facilitando así la dramatización del conflicto. Determinó también que la representación consistiera en tres piezas (trilogía) y la duración que debía tener: del amanecer a la puesta del sol, tanto en la vida real como en la ficción.  La Orestiada, que incluye Agamenón, Las Coéforas y las Euménides, es una de sus trilogías más representadas.

Sófocles (496-406  a. de C) introdujo un tercer actor, que permitió que se multiplicara en la tragedia el número de personajes posibles, aumentando a quince el número de participantes del coro (coreutas) e introdujo el uso de la escenografía. Los coros de sus obras dejaron poco a poco de participar en la acción y se transformaron en espectadores y comentaristas de los hechos que ocurrían en escena. Abandonó el formato de trilogía, que tanto le gustaba a Esquilo, y fue el primero en introducir el monólogo. Algunas de sus obras más representadas en todo el mundo son Antígona, Edipo Rey  y Electra.

A Eurípides (484-406 a. de C.) le debemos una de las innovaciones más importantes del teatro: la profundización en la psicología de los personajes. Rompió moldes en muchos aspectos: sus héroes, al contrario de los decididos protagonistas de los dramas de Esquilo y Sófocles, son personas problemáticas e inseguras, muy alejadas del modelo del héroe clásico, al que ridiculiza a menudo, y se comportan como verdaderos seres humanos, cercanos a veces a la  locura, la perversidad o el deseo de venganza. En sus obras se reduce todavía más el papel del coro y se puede decir que resultan hoy más modernas en comparación con las de sus contemporáneos. Escribió 92 obras pero solo conservamos 19 de ellas. Algunas de sus tragedias más representadas son Hipólito, Alcestis y Medea.

A pesar de su origen, relacionado sobre todo con esas ceremonias rituales en honor a Dionisos, la tragedia griega fue evolucionando y hoy se define como como una representación cuyos protagonistas, personajes nobles, se ven arrastrados por el destino (pathos) a un final desgraciado, que tiene como causa principal la hybris, el orgullo desmedido que hace a los mortales creerse superiores a los dioses. Según Aristóteles, que escribió mucho acerca de la tragedia, los espectadores, al asistir a ese cúmulo de desgracias ajenas, experimentaban la catarsis (kátharsis) que los liberaba de sus bajas pasiones purificándolos emocionalmente

Lecturas en contrapunto