Música vocal profana

La canción.

Hacia la segunda mitad del siglo XVII, la música profana evoluciona inventando un nuevo género, el de los solos, al tiempo que prolifera y se desarrolla la música escénica.

Los cancioneros de la primera mitad de la centuria son los siguientes:

- El de Turín.

- El de la Biblioteca Casanatense.

- El de Medinaceli.

- El de Olot.

- El de Munich.

- El “Libro de Tonos Humanos” de la Biblioteca Nacional.

- El Cancionero de Coimbra.

- El “Libro segundo de Tonos y Villancicos” de Juan Arañés.

- Los “Romances y Letras a tres voces” de la Biblioteca Nacional de Madrid.

- El de Onteniente.

- El de Ajuda.

El hecho de que procedan de la primera mitad de la centuria nos confirma la vigencia del género durante ese periodo. Recogen un repertorio uniforme, obras anónimas de autores vinculados a la corte madrileña, o ubicados en Barcelona. El caso de Juan Arañés es singular, embajador español en Roma. Algunos textos proceden de Góngora o Lope de Vega.

La forma musical es la tradicional hispánica: el romance, el villancico y otras similares. Con estribillo, coplas e introducción, para 3 y 4 voces, alternando los pasajes contrapuntísticos y homorrítmicos. A pesar de su brevedad, ya describen musicalmente las onomatopeyas del texto. En su momento se consideraron cultistas. De entre los muchos compositores destacan el Maestro Capitán (Mateo Romero), Juan Blas de Castro, Gabriel Díaz Besón o el portugués Manuel Machado.

La nueva canción se desarrolló gracias al cambio producido a mediados de la centuria de la mano de jóvenes compositores ligados a la corte madrileña. Siempre de compás ternario, son obras monódicas para 2 o 3 voces. Reciben varias denominaciones: ”tono humano”, “solo”, o “solo humano”. Como es habitual en la música barroca hispánica, abundan las síncopas, las melodías sencillas y silábicas, así como un rasgo típico de estos solos: el ritmo dactílico. Se acompañan con un solo instrumento. Constan de estribillo, coplas, y, a veces, de introducción. Barbieri recopiló la colección más importante de estas canciones, en la Biblioteca Nacional.

La música escénica.

Introducción.

El teatro fue en España un fenómeno de masas, con una pujanza desconocida hasta el momento. Las investigaciones sobre el teatro musical en la España del XVII, que abarcan desde José Subirá hasta Antonio Martín Moreno, aún no están concluídas.

Era hispánica costumbre considerar imprescindibles las actuaciones musicales ora vocales ora instrumentales en las obras de teatro. De carácter breve, siempre tenían relación con el argumento escénico. Los actores de las compañías teatrales cantaban, bailaban y tocaban instrumentos.

La Ópera y la Zarzuela.

¿Cuál fue la primera ópera que se representó en España?. Este es un asunto que ha generado ríos de tinta. Algunos defienden que se trató de “La Gloria de Niquea” (1622), representada ante la corte de Felipe III, cuyo autor musical fue el Maestro Capitán. Sin embargo, y pese al extraordinario montaje escénico y la importante intervención musical, no se ha conservado la partitura.

Otros autores defienden que la primera ópera representada en España fue “La selva sin amor” (1626-1629), una comedia de Félix Lope de Vega Carpio, en el teatro del Palacio Real de Madrid. Pero existen dudas de si se trataba de una verdadera ópera. No se conserva la música, ni se conoce su autor.[1] Lope de Vega, en el prólogo que escribió al Almirante de Castilla no deja lugar a dudas, calificándola como una <cosa nueva en España, porque se representó cantada>, y porque los instrumentos se colocaban en un foso sin ser vistos y la composición de la música expresa el contenido de los versos. La tramoya corrió a cargo del arquitecto Cosme Lotti,[2] un hombre que conocía muy bien las óperas florentinas. Su tramoya fue muy bien ponderada por Lope de Vega, así como la escenografía.

Tras “La selva sin amor”, hubo que esperar treinta años para se volviera a componer otra ópera en España: “La púrpura de la rosa”, en 1 acto, con textos de Pedro Calderón de la Barca. Se representó en el teatro del Buen Retiro de Madrid el 17 de enero de 1660. La música se ha perdido.[3] El libreto nos proporciona información acerca de su estructura. Habían recitativos, dúos, piezas a 4 y a 8, así como fragmentos orquestales; algunos de los cuales incluían trompetas y cajas en las situaciones bélicas. También la tramoya fue muy importante.

Por fin, la primera ópera de la que se conserva la música es “Celos aún del aire matan”, estrenada en el Teatro del Palacio Real en 1660, con libreto de Calderón de la Barca y música de Juan Hidalgo, a la sazón arpista de la capilla real (y un buen compositor). El argumento, mitológico, está inspirado en las “Metamorfosis” del poeta romano Ovidio. Fue una obra que gustó mucho en su día, pues se repitió varias veces en años consecutivos.[4] Aunque disponemos de toda la música, sólo se conserva la parte para canto y bajo continuo, como si se tratase de un guión. Esta práctica de escritura que no incluye las partes instrumentales era un hábito común en la música barroca española. El problema subsiguiente es la reconstrucción musical de las obras, una empresa muy delicada.[5] La música es una sucesión de recitativos y arias en ternario, entre las que se alternan breves coros en binario. Los recitativos son dialogados, a veces muy vivos, con un alto grado de expresividad y dramatismo. Superan totalmente el recitativo secco, lo cual los hace inusitadamente modernos. Pese a las influencias del Barroco medio italiano, (Bukofzer dixit), no se consigue eliminar totalmente el sabor inconfundiblemente hispánico.

La primera obra española en donde aparece el término “ópera” es “La guerra de los Gigantes”, estrenada ante Carlos II y la Corte el día 7 de febrero de 1700. Es una ópera en 1 acto. La música se conserva completa, ora las voces ora los instrumentos. El significado de esta ópera es muy importante para la Historia de la Música Española; pues es la última ópera genuinamente española, antes de la invasión de la ópera italiana durante el reinado de Felipe V.

Pero el siglo XVII es la centuria del nacimiento de la zarzuela, el género autóctono hispánico. Su importancia, según Bukofzer, supera a la de la ópera; pudiendo considerarse el equivalente al ballet de cour francés y a la masque (mascarada) cortesana inglesa. Su nombre se debe a uno de los lugares donde se llevaban a cabo los espectáculos teatrales, la Zarzuela, una parte de los bosques de El Pardo cercanos a Madrid y donde abundaban las zarzas. Felipe IV ocupaba con frecuencia un palacete construído allí. Dado que el rey era un gran melómano, mandaba traer cómicos profesionales desde Madrid para su distracción cuando pasaban allí las noches tras volver de cacería. Las funciones que se representaban en el palacete de la Zarzuela eran más breves que las habituales. La música tenía un gran papel. Conjubagan las partes cantadas con las habladas.

La música de las primeras zarzuelas se hubo perdido. La primera que se conserva es “Los celos hacen estrellas”, con música de Juan Hidalgo y letra de Juan Vélez de Guevara.

Fue el genial dramaturgo Don Pedro Calderón de la Barca quien potenció sobremanera el género zarzuelístico. Calderón ya había incluído en sus propias obras abundantes números musicales.[6] También fue Calderón el libretista de las que se consideran las dos primeras zarzuelas: “El Laurel de Apolo” y “El Golfo de las Sirenas”. Ésta última, representada en 1657, es la primera obra en el que aparece el título de zarzuela. En “El Laurel de Apolo”, estrenada en 1658, Calderón fija los rasgos del género: una obra en 2 actos en la que se canta y representa. Aunque no disponemos de la música, sabemos que había un coro inicial de pastores, canciones a solo, danzas, etc... La temática de estos espectáculos es similar a la de la ópera: personajes y hechos legendarios, heroicos, con semidioses y monarcas, que permiten la identificación de los espectadores regios con el espectáculo, quedando así alejado de la plebe. Este género fue el preferido dentro del teatro musical por los espectadores nobles durante el siglo XVII.

Sebastián Durón (1660-1716) ya avanzó notables cambios a fines de la centuria. Se conservan de este autor 4 zarzuelas en la Biblioteca Nacional: “Salir el Amor del Mundo”, “Las nuevas armas de Amor”, “Selva encantada de Amor” y “Apolo y Dafne”.[7] “Salir el Amor del Mundo” (1696), la primera que compuso Durón, ya anuncia nuevas tendencias musicales por la melodía y el acompañamiento.

Los Autos Sacramentales.

Proceden del drama litúrgico y están escritos en 1 acto. Su tema es alegórico y doctrinario, celebrando frecuentemente la Eucaristía y representándose al aire libre con ocasión de las fiestas del Corpus. Los personajes simbolizan las virtudes y los vicios, las alegrías y las penas. La tramoya y la escenografía adquieren una gran importancia y espectacularidad. La presencia de la música tiene mucha relevancia. En los Autos encontramos salmos, himnos, tonos, villancicos, romances, etc...

Una vez más, fue Calderón de la Barca el autor cuyas obras alcanzaron la perfección. De entre los músicos destaca Cristóbal Galán, Maestro de Capilla de las Descalzas Reales, colaborador de Calderón.