Música religiosa

Rasgos generales.

Supuso una continuación de la tradición del siglo XVI, en especial por lo que respecta a la organización de la música sacra:

- Mantenimiento de la estructura de las horas canónicas.

- Participación de la polifonía en los momentos más solemnes del culto.

- Constitución de las capillas musicales.

- La composición en lengua vulgar para los maitines de Navidad, la procesión del Corpus y otras festividades locales.

- El papel del órgano en la liturgia.

A medida que transcurrió la centuria, fue más compleja y solemne. Junto a la progresiva influencia del estilo del bel canto, aumentó el número de componentes de las capillas de instrumentos, llegándose así a fusionarse completamente música vocal y música instrumental en una misma composición.

El motete y sus formas afines.

El motete español es una de las formas más perfectas del género. Es Tomás Luis de Victoria el punto de partida, con su “Officium defunctorum”, publicado en Madrid en 1605. Entre los compositores herederos de Victoria destacan, en la primera mitad del siglo, Sebastián de Vivanco, López de Velasco y Pontac; y, en la segunda mitad del siglo, el autor más relevante, Juan García de Salazar, documentado como niño del coro de la catedral de Burgos en 1656. Aunque un clásico, contiene elementos de la época de la armonía y de la interválica.

A partir de 1630 se produce un giro en la composición motetística. Los textos se recomponían con otros tomados de las mismas fuentes. Las secciones fueron escritas para un mayor número de voces, siendo la más habitual la de 8 voces repartidas en dos coros. La policoralidad extrema (12 o más voces) fue rara, reservada para los salmos y los magníficats, siempre con acompañamiento de continuo. Con las secciones muy bien definidas, su escritura tendió hacia la verticalidad. Con todo, tanto el motete cuanto otras obras similares (responsorios y graduales), cayeron en un relativo desuso.

La misa.

Mantienen la tradición estilística del siglo XVI. Las más frecuentes se escriben a 8 voces con continuo e instrumentos que formaban generalmente un coro. Las misas más tradicionales mantuvieron la alternancia entre el estilo compositivo contrapuntístico y melismático para los números de texto breve, frente a la homorritmia de las piezas con amplios textos y abundante estilo doctrinal.

En las misas en estilo moderno estas diferencias fueron menos acusadas, con el empleo del bel canto y fragmentos solistas de gran virtuosismo que alternaban con coros solemnes de acordes verticales. Las secciones contrapuntísticas, la parodia o la misa con cantus firmus ostinato no se abandonaron en este estilo. La obra maestra fue la “Misa Aretina” (1702).

Los salmos.

Siguieron la tendencia de Victoria: policoralidad espectacular a 8, 9, 10, 11, 12 y hasta 16 voces. Con estilo homorrítmico y acordes verticales entre los que se intercalaban pasajes contrapuntístico-imitativos. Destaca el “Miserere”, un salmo barroco cantado como conclusión a las “Tinieblas” de Semana Santa. Su importancia fue creciendo a lo largo de la centuria, manteniéndose durante los siglos XVIII y XIX.