El Barroco en España

INTRODUCCIÓN HISTÓRICA.

El siglo XVII es el siglo de la crisis del Imperio hispánico. Fue la época del reinado de los Austrias menores, los tres últimos reyes de la Casa de Austria: Felipe III, Felipe IV y Carlos II. Pese a que su poder sigue siendo absoluto, dentro del peculiar sistema absolutista-foral de los Austrias españoles, los soberanos dejan el poder en manos de validos intrigantes e inoperantes: el Duque de Lerma y el Duque de Uceda (Felipe III), el jesuita P. Nithard (Carlos II) y el Conde-Duque de Olivares (Felipe IV). Tan sólo el andaluz Don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, se propuso seriamente solucionar la crisis por la que atravesaba el Imperio hispánico; si bien sus planteamientos centralistas acarrearon graves peligros para la estructura foral de la monarquía española, al tratar de homologar todos los territorios según las leyes y bajo el control de la Corona de Castilla. Algunas medidas de Don Gaspar[1] fueron, no obstante, valientes e insólitas en el siglo XVII, como el intento de imponer un impuesto de bienes y actividades económicas a la Iglesia.

La Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648) supuso la liquidación del Imperio hispánico en Europa. Además de reconocer la independencia de los protestantes en los Países Bajos, España cedió la primacía en Europa a Francia. Por la Paz de los Pirineos (1659), se confirmó el expansionismo galo a costa de las posesiones españolas, que incluyeron las regiones catalanas del Rosellón y la Cerdaña, además del paso libre de las mercancías francesas por nuestro territorio.

El enorme esfuerzo bélico se llevó a cabo en medio de frecuentes bancarrotas del Estado, que no dudó en devaluar la moneda, el real de vellón, ya durante el reinado de Felipe III. El ciclo económico depresivo comenzó a remitir cuando en 1685, y por medio del Conde de Oropesa, Carlos II permitió que los súbditos de la Corona de Aragón pudiesen comerciar con nuestras posesiones americanas. Fue el inicio de la lenta recuperación económica.

El coste humano de la guerra y el estrangulamiento económico de la Corona, asfixiada por los préstamos bancarios de las familias alemanas Welser y Fugger, así como el anquilosamiento de la estructura industrial, la adversa climatología y la carestía de la vida, se tradujo en las grandes hambrunas y las terribles epidemias de peste (tres grandes epidemias, 1597-1602, 1647-1652, 1676-1685). La expulsión de los moriscos firmada por Felipe III contribuyó todavía más a debilitar la actividad agraria. Todo ello se reflejó en la disminución de la población española (1 millón menos), quedando reducida a 7 millones en 1700, e, incluso, en la pérdida de estatura media de los españoles (alrededor de 10 centímetros).

Aislados de los grandes centros de investigación y saber científicos europeos, ahora en suelo protestante (Holanda, Inglaterra y Alemania del Norte), las universidades españolas, en manos de los clérigos, que mantuvieron férreamente la ortodoxia católica, languidecieron lentamente, confirmándose el atraso secular en materia científica.

Muy distinta fue la situación en el orbe artístico. Es el Siglo de Oro de la pintura barroca española que, aunque al servicio de la religión o de la Corona, reflejó con valentía y originalidad la sociedad de la época, ora su religiosidad ora sus miserias (Velázquez, Murillo, Zurbarán, Ribalta, Ribera, Carreño, Pantoja de la Cruz, etc...). También brilló sobremanera la imaginería (la escultura religiosa procesional de Semana Santa en madera policromada y estofada): Gregorio Fernández, Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena. La arquitectura escurialense del cántabro Don Juan de Herrera tuvo importantes seguidores durante el reinado de Felipe III (Juan Gómez de Mora); pero fue imponiéndose después el castizo estilo churrigueresco (José de Churriguera y Benito de Churriguera, tío y sobrino, respectivamente), ornamental, extraordinariamente recargado, el cual encontró numerosos adeptos, convirtiéndose en un estilo verdaderamente popular, y que perdurará hasta bien entrado el siglo XVIII. La novela picaresca (Guzmán de Alfarache, Francisco de Quevedo y Villegas) rivalizó con la cuidada poesía elitista culterana de Don Luis de Góngora y Argote. También fue una época dorada para el teatro: Tirso de Molina, Lope de Vega, Calderón de la Barca.

[1] Su autoritarismo le valió las críticas de Quevedo; a lo que el Conde-Duque respondió encarcelando al insigne escritor conceptista.