4. El Café de la Perla
Desconocemos el año de apertura del Café de la Perla, aunque debió de ocurrir en torno a 1860. Su larga y azarosa vida hasta su desaparición en 1918, estuvo sometida a los continuos cambios de rumbo emprendidos por los muchos gerentes que tuvo. Sus comienzos fueron de café al uso, donde el disfrute del café y las tertulias culturales aderezadas con conciertos musicales representaron su principal naturaleza y así lo podemos leer en los testimonios de D. Luis Maldonado y E. H. Gutiérrez.
Pero a mediados de los 80, se produce un cambio significativo cuando comienza a ser atendido por bellas señoritas en lugar de mozos de café. Aún sin llegar a los niveles de escándalo de su vecino el café de la Nueva Iberia, la Salamanca de fin de siglo lo calificó como local de vicio y perversión. La mala fama que obtuvo entre los círculos más conservadores de la ciudad estuvo presente hasta su final, llegando a ser conocido como “el café de las camareras”. El edificio donde se encontraba fue pasto de las llamas el 27 de diciembre de 1889. Sus restos tuvieron que ser totalmente derruidos, para ser inmediatamente reedificado bajo la dirección de Joaquín Vargas, recién nombrado arquitecto provincial. El café reabre sus puertas en septiembre de 1890. El piso superior, que hasta entonces había ocupado la sociedad lúdica Círculo de la Perla, pretende ser ocupado por el Círculo Mercantil e Industrial de Salamanca en enero de 1891, sin embargo la ocupación o no se llegó a producir o esta fue muy efímera, puesto que en el mes de mayo la planta es ocupada por la nueva sociedad Casino o Círculo de La Perla.
Los propietarios se suceden, pero aún con el intento de supresión de las camareras por parte de algunos de ellos y de potenciar su actividad de restaurante y café de otros, su funcionamiento básico sigue fundamentándose en los espectáculos de variedades, cupletistas, flamencos, vedettes y “music hall”. Se representan funciones cinematográficas e incluso se pone en marcha un servicio de comida a domicilio, pero nada aplacará su mala fama hasta su desaparición en 1918, cuando abre en su lugar el Café-restaurant París de la mano del conocido hostelero Marcelino Chapado.
TESTIMONIOS:
“Era , este último establecimiento (situado a la entrada de la calle del Prior), tertulia de gente letrada: allí concurrían, a saborear el aromático café de Pépilis, las personas de mayor significación intelectual; los Cuestas, Aparicio, Navarro, Fuentes, Losada, Cambón y, el apartijo que formaban, tras una de las grandes columnas estucadas, era un aerópago en que se discutían los temas de mayor actualidad en la política y en la ciencia.
D. Luis Maldonado de Mis Memorias"
"“Recuerdos de antaño IV
El antiguo café de La Perla, situado entonces en el número 6 de la calle del Prior, era un bodegón adornado pobremente. Los divanes habían perdido su color primitivo, la polilla les había convertido en criba, y las sillas corrían parejas con los divanes en punto á vejez y deterioro. En el centro del salón un brasero, y clavados en las paredes seis quinqués, que proyectaban luz mortecina y despedían olor insoportable á petróleo. Al turno de Perico íbamos algunos estudiantes, y al del Arique los señores don Salvador y don Indalecio Cuesta, don Juan Portero, don Antonio García López, don Angel Villar y Maclas y su hermano don Manuel, el hoy fiscal de la Audiencia señor Mansilla y otros tres ó cuatro caballeros que formaban la peña de los intelectuales. Y mientras los estudiantes lo cerrábamos á blancas, aquellos discutían con calor y elocuencia las cuestiones palpitantes (valga el galicismo cometido con las dos palabrejas subrayadas), ya se tratase asunto teológico, ya versase sobre interpretación de una ley, ya se plantearan problemas económicos, históricos ó filosóficos, que los señores citados arriba cultura tenían y sobrado talento para argüir y redargüir sobre la cosa pública, y para desentrañar y juzgar cualquier tema, por obstruso y difícil que fuere...
Una noche, la de los Reyes Magos, fuimos á aquel café mi amigo José González Alonso y yo á gastar parte de lo que nos habían echado en nuestros bolsillos los monarcas bíblicos. Tomamos no se qué, y charlamos largamente sobre la revolución francesa y sobre las causas que originaron aquella sacudida del oprimido contra el opresor. Como yo leía por entonces á Michelet, y á los diez y seis años se siente gran placer en manifestar erudición, sea oportuno ó inoportuno el momento, volqué la mía, y con vehemencia hablé á mi amigo del escaso presupuesto de Instrucción pública y de la excesiva consignación para la Casa Real en tiempo de Luis XIV, Luis XV y Luis XVI; censuré aquel lujo, rayano en el oriental, vertido en Versalles, que aniquiló á la Francia; nombré para vituperarle, al conde de Provenza, por sus ambiciones al trono y sus acusaciones y calumnias dirigidas contra la desdichada María Antonieta, y, de remate, elogié á Turgot y á Mirabeau, á quien comparé con el autor de Recuerdos de Italia. Y así, de esta guisa, hablando y oyendo al Gallego, vasto en cultura é inteligencia de primer orden, que nos enseñaba á todos, pasamos buena parte de aquella noche, hasta que nos interrumpió un joven, sentándose á nuestro lado. Era amigo de Pepe. Se enteró el recién llegado de lo que hablábamos, y comenzó á poner al gran orador francés de azul y oro, diciendo que fué un traidor vendido a Luis XVI; y en cuanto á Castelar, siempre le resultaba la misma sal diluida en diferentes aguas. Siguió hablando con sin igual desenfado el hasta entonces para mí desconocido, y pronto comprendí que yo era de los tres el que debía callar, y así lo hice. | Al despedirnos supe el nombre de aquél. Era Isidoro García Barrado, á quien consagré, mientras vivió, cariños y respetos de hermano, y hoy, recuerdo imperecedero en mi alma.
E. H. GUTIERREZ."