3. El Café Suizo
El Café Suizo fue establecido en Salamanca, en el nº2 de la calle Zamora, entre 1860 y 1862, como una sucursal de la compañía Franconi & Matossi, sociedad que habían creado Bernardo Pedro Franconi y Francesco Matossi ambos suizos del pequeño pueblo de Poschiavo llegados a España en 1813. Se instalaron y abrieron una pequeña pastelería en Bilbao donde dieron a conocer un bollo especial para servir con café, al parecer creación de Franconi, que con el tiempo acabó llamándose bollo suizo. Expandieron su negocio abriendo cafés en Bilbao, Madrid, Burgos, Granada, Valladolid, etc.. llegando a disponer de una cincuentena de franquicias.
El café fue del gusto de la población, que bien pronto se convirtió en centro de reunión de las clases acomodadas salmantinas. En el piso superior del moderno y elegante café estableció, en 1865, su sede el Casino de Salamanca que permaneciendo en él hasta 1880.
Unos cuantos años después de ser inaugurado, la gerencia del café pasó a manos de D. Francisco Gambotti y posteriormente de su hijo Antonio que en 1885. Por serios problemas económicos, es subarrendado (el local era propiedad del Ayuntamiento) a la sociedad Ramos, Santos y Compañía formada por los señores D. José Santos, D. José Cea, D. Lisardo Romero y D. Francisco Núñez Izquierdo, reinaugurándose el 1 de septiembre de 1885.
El 20 de julio de 1889 se instala la luz eléctrica, colocandose dos lámparas de arco voltaico y alumbrandose con lámparas incandescentes el resto de las habitaciones.
Este mismo año, el Ayuntamiento se ve obligado en virtud de una orden del ministerio de hacienda a subastar el edificio donde se encuentra ubicado el café. La subasta, celebrada simultáneamente en Madrid y Salamanca, queda otorgada al Sr. Gil Florido que pujó en Madrid 165.500 pts, frente a las 135.000 pts de D. José Santos en Salamanca.
A pesar de los rumores de desahucio, las condiciones de la subasta establecían que el café continuara en el edificio al menos hasta la finalización del contrato de arrendamiento con el Ayuntamiento, que expiraba en 1893. Sin embargo, la escuela que estaba instalada en el piso superior dirigida por Dª Urbana Micó se trasladadó a la calle Azafranal nº2.
Antes de la finalización del contrato, el edificio fue adquirido por el Círculo Mercantil que instaló su sede en el piso superior, garantizando la actividad del café Suizo en el edificio.
El 21 de noviembre de 1899 el cafė es traspasado a Vicente González Fernández que reformará el local al gusto modernista en 1902 y continuará la gestión del café hasta 1914, cuando en febrero traspasa el negocio a D. Castor González y D. Claudio Gambotti, nieto de D. Francisco Gambotti.
El 18 de junio de 1916 es inaugurado en el piso superior la oficina de telégrafos, al acto asistió don José Francos Rodríguez, Director General de Comunicaciones, que aprovechó el evento para conocer el solar que el Ayuntamiento de Salamanca ofrecía para instalar la nueva sede de Correos en la plaza de Santa Eulalia.
En 1918 es de nuevo traspasado, esta vez a D. Francisco Moretón, propietario del café Terminus en la calle Toro 18-24, y solo dos años más tarde el edificio es adquirido por el recién creado Banco del Oeste para la instalación de su sede.
El 19 de agosto de 1920 a las 12 de la noche cerró definitivamente al público.
La actividad bancaria del local continúa en la actualidad, formando parte de las oficinas que el banco de Santander dispone en Salamanca..
El Suizo formó parte relevante de la vida social, estudiantil, política e industrial de Salamanca. En sus inicios fue punto de reunión de políticos liberales, convirtiéndose en parte de la tradición republicana de Salamanca. Más tarde fueron los comerciantes, industriales y ganaderos los que frecuentaron sus tertulias. En ellas se forjó la idea de la construcción de la Plaza de Toros de la Glorieta y se gestó el nacimiento de El Adelanto. Además fue escenario de multitud de fiestas, convites y bailes, de innumerables conciertos musicales para amenizar las veladas de los salmantinos, de bulliciosas tertulias estudiantiles, con sus tunas y sus fiestas y de cultos corrillos literarios y periodísticos.
"LA DESAPARICIÓN DEL CAFÉ SUIZO
….En aquella agitada época de frecuentes conmociones políticas, en los años 1863 al 68 y 69 al 73 era dueño el señor Gambotti del Suizo. En el Suizo se conspiraba, se hacía política, se ganaban elecciones, se preparaba la revolución, se hilvanaban manifiestos, proclamas y discursos. Eran contertulios obligados del Suizo, por aquella época José Martín Benito, Vicente González Casal, Santiago Riesco, Mariano Cáceres. Joaquín H Agreda, Santiago Flores, Pedro Llevot, Manuel Santerbás, Manuel Carnero, Mariano Alegría, Joaquín y Manuel Ramos, Agustín Moro (el popularísimo y obeso El Fuma), Casimiro García, Agustín Bullón Bernardo Martín Pérea, Vicente Bomati, Julián Sánchez Ruano (el ático Sánchez Ruano, de quien Pérez Galdós hizo en sus Episodios un grande elogio). Cleto Bretón, Domingo Díaz del Valle. Carlos Recio, Ricardo Pedraza. Bernardo De Antonio, Manuel Martínez, Agustín Sánchez, Antonio Bazán, Manuel Ramírez y tantos y tantos más, que no es posible recordar. Tenía el Suizo varios locales, y en el destinado a billares y a partidas de mús, concurría también una pléyade de artesanos y de gente bien de profundo espíritu liberal, que alternaban entre la tertulia política del salón del café y las pártidas de mús, y eran Agustín Moro, Tomás Pierna, José Sánchez Crespo, Carlos Récio, Peramato, Cárdenas, Sánchez (Gumersindo), Agustín Sánchez Pérez, etc., etc.
Antes de 1868 el Suizo, lo mismo el salón del café que los locales accesorios, era centro de reunión de liberales. Allí conspiraban y allí hacían la propaganda de sus revoluciones. Después del 69, el Suizo se convirtió en centro republicano. Y tan intensa fué la vida política en el Suizo, que en 1873, el 10 de Febrero, víspera de la proclamación de la República, había quedado nombrado, en el café, el Comité provincial republicano, que presidió el general Guerrero. Pasó todo aquello y el Suizo continuó siendo, hasta hace muy pocos años, el refugio amado de los republicanos salmantinos; allí presidieron las asambleas del partido Valentín Cáceres. Timoteo M. Orea, Laureano Iscar, Enrique Meca, Hipólito R. Pinilla... Allí estuvo la tertulia republicana, en época de Vicente González; allí hablaron D. Rafael M. de Labra, D. Celso Romano Zugarrondo, D. Luis Caballero Noguerol, don José Martín Benito y otra porción de figuras republicanas locales. La última voz elocuente y doctrinal que se oyó en el Suizo fué la de Hipólito R. Pinilla, cuando pretendía, con su enorme talento y su clara visión del porvenir, hacer surgir la potencia, ya muerta, de un partido que se les marchó a todos de las manos...
Al lado de esta intensa y extensa fase política — que para colmo de la paradoja terminó con una tertulia maurista recalcitrante de los Sres. Iscar (M. y F.), García Sánchez, González Lago, etc.— el Suizo, desde su segunda época desde el año 1885, tuvo también una fase comercial e industrial de suma importancia. Allí acudían entonces D. Fernando Iscar, D Mariano Rodríguez Galván, don Gonzalo Mier, D Anselmo Pérez Moneo, D. Floreado Rodríguez Vega, don Sebastián Gorjón., D. Ramón Faure, don Francisco Núñez, D. Lorenzo Velasco, D José Martín Benito, D. Cipriano Durán, y cerca a esta tertulia, a la derecha del mostrador, los ganaderos Carreros, Tabernero, Sánchez (D, Ildefonso), Sánchez (D. Ricardo), D. Patricio A. Montalvo, consejero y asesor de todos, hombre de claro talento y de reposada y discreta palabra.
En el café Suizo se estudiaron infinidad de empresas industriales, y también en una tarde de tertulia, entre los señores D. Teodoro Valle, D. Fernando Iscar, D. Francisco Núñez, D. Ramón Fernández de Córdoba, D. Mariano Rodríguez Galván y otros, surgió la idea, que se convirtió bien pronto en realidad, de construir la nueva plaza de toros actual. Y por si faltase algo. El Adelanto surgió también de una tertulia del Suizo. Fueron Eduardo Muñoz y Fernando Fernández de Córdoba, con Jacinto Hidalgo, sus primeros «pobladores»,.. Luego, Arsenio Huebra, director y Francisco Núñez. propietario.. ¡Cuántas noches! El Adelanto quedaba redactado en el Suizo, por Huebra y su gente, entre la que estaban Crotontilo, Felipe Uríbarri, Lanuza, H. Gutiérrez...
El Suizo, café obligado de los estudiantes, allí celebraban sus reuniones, organizaban sus tunas de Carnaval, aumentaban las cuentas de los camareros y... se pasaban al lado de la estufa las frías y crudas tardes del invierno pagando en sonetos y romances al camarero o leyendo tal cual novelucha de a peseta el tomo,..
El café Suizo, en los días de Carnaval, se convertía en aquella su primera época, en un rebosante, hermoso salón de baile. Se recogían las mesas y las sillas, y se bailaba hasta la madrugada ¡Qué de máscaras y qué de muchachas bonitas!.. Toda la clase media y artesana llenaba el Suizo, haciendo famosos sus bailes y revistiéndolos de una brillantez extraordinaria. Entretanto, en el piso superior, donde hoy están instaladas las oficinas de Telégrafos, se hallaba el Casino de Salamanca, presidido por el marqués del Vado y del Maestre, hasta que en 1881 fué trasladado a la casa que hoy ocupa, fundándose posteriormente el Círculo Mercantil, que tuvo épocas de potente vida, que organizó fiestas excelentes, bailes brillantes y por último unos ciclos de conferencias, que aún se recuerdan con satisfacción. Mas no pretendemos hacer la historia documentada del Suizo. Sólo recogemos unos cuantos apuntes, de las nutridas páginas que informan su vida. Del Suízo podrían escribirse no varias columnas, sino un voluminoso libro…”
El Adelanto, 10 de agosto de 1920. UN REPORTER
"EL SUIZO
Un Repórter, de El Adelanto, con frases más cordiales que merecidas, me tira de la lengua para que eche un cuarto a espadas y saque a luz mis recuerdos con ocasión de la clausura del café Suizo. Fué éste durante muchos años un foco de la vida salmantina y, los que la hemos vivido intensamente, hacemos memoria de muchas cosas relacionadas con él. El primitivo café, émulo de La Perla, no tenía las espléndidas proporciones de hoy en día. La viguería y las columnas de hierro, que ahora le hermosean, fueron obra de Gambotti en la época de mayor esplendor de su industria, cuando servía, a la vez, él gran casino «de los señores» instalado en el principal ricamente amueblado con colgaduras y poltronas de legítimo terciopelo carmesí. Gambotti no sabía hacer las cosas a medias y, cuando se le presentaba ocasión, rayaba tan alto como el que más en la organización de fiestas y banquetes. Recuerdo de uno que los socios del Círculo dieron al ministro salmantino D Cristóbal Martín de Herrera, hermano del actual arzobispo de Santiago. Era Herrera un gran mozo ribereño, elegante y apuesto, orgullo de
la tierra que lo vió nacer; y como los ministros charros son cosa rara y que apenas se da de siglo.en siglo, fué grande el regocijo público cuando hizo su primera visita a la ciudad con todos los honores que se rinden a un consejero dé la Corona.
Como digo, los alfonsines especialmente, echaron la casa por la ventana, y Gambotti tuvo carta blanca para el menú y para los adornos de la mesa, que se colocó a lo largo del espacioso salón del Casino, llena de flores y alumbrada por grandes candelabros. Los chicos de aquel tiempo aprendimos de corrido la lista de la memorable comida, que nuestros padres llevaron a casa como recuerdo de fiesta tan espléndida: allí de las ostras, venidas ex profeso de Arcachón y de los capones de Bayona y.del salmón asturiano y el caviar ruso y el exquisito foie gras. El suculento consomé fué presentado en la admirable e histórica sopera japonesa del inolvidable D. Jacinto Vázquez, y servido en la vajilla de plata de la casa de Castellanos; la rica cristalería era de la casa de Parfrondi; pero lo que más despertó nuestra admiración infantil fueren los vinos: el Rhin, que fué servido en altas y verdes copas; el Köenisberga, que bebieron los comensales en vasos de Bohemia con pies de vermeille; el Tokay en rosadas cráteras de Venecia. Aquello fué el acabose.
¡Veinticinco duros cubierto!, decían nuestras madres suspirando por tan grande prodigalidad, cuando nos llevaron a contemplar la mesa, momentos antes de comenzar el banquete. Pero, eso sí, el pabellón quedó bien puesto, y Gambotti acreditó una vez más que, cuando tenía barro a mano, no iba en zaga ni a Lardhy, ni a Fornos que eran los mejores cocineros de la corte. Martín de Herrera, que entonces era ministro de Ultramar y gozaba de la famosa «regalía de tabaco», obsequió a sus anfitriones con exquisitos cigarros habanos y cajetillas de Canet, en tal abundancia que durante algún tiempo no fumaron.otra cosa.
El Suizo tenía un sello distinto de La Perla. Era, este último establecimiento (situado a la entrada de la calle del Prior), tertulia de gente letrada: allí concurrían, a saborear el aromático café de Pépilis, las personas de mayor significación intelectual; los Cuestas, Aparicio, Navarro, Fuentes, Losada, Cambón y, el apartijo que formaban, tras una de las grandes columnas estucadas, era un aerópago en que se discutían los temas de mayor actualidad en la política y en la ciencia. El Suizo era café de liberales exaltados, estudiantes, y gente de industria y de comercio que entonces no ligaba, como ahora, con los señorones del Casino. Los ganaderos no formaron su famosa peña hasta después de inaugurados los ramales ferroviarios de la frontera portuguesa que les pusieron en fácil comunicación con la capital. En las mesas de Juan, uno de los mozos (entonces lo era, y bien arrogante, por cierto) que han sobrevivido a la casa, formábamos piña los discípulos de Repila, el gran picador salmantino, furibundo carlista y maestro de equitación de todos los muchachos que podían cabalgar en aquel tiempo. Ibamos sólo los domingos v días de guardar, y a la vuelta de las grandes cacerías de liebres, que celebrábamos, después de levantadas las cosechas, a través de rastrojeras y barbechos. En estos días, sobre todo si la caza había sido abundante, nos permitíamos un lujo mayor que el pelado café con gotas. Solíamos pedir las deliciosas tortillas al ron, flameantes y almibaradas, que se hacían a maravilla en la cocina de Gambotti, las medias copas de ron y marrasquino de Zahara y luego aquellos cigarrillos de Canet o Palmira o alguna que otra aromática breva de las que se despachaban en el mostrador para los asiduos parroquianos. En verano, los grandes ventanales, sombreados por las persianas, daban respiración y holgura a los pulmones; la fuente de mármol con el airoso surtidor y la verdura de las macetas que la rodeaban, refrescaba el ambiente y era una delicia el llegar allí a primera hora y saborear el masagrant al dulce murmurio de la charla amistosa un tanto entorpecida por el golpeteo de las fichas de dominó sobre el mármol de las mesas. De cuando en cuando, sobre todo cuando asomaba competencia, Gambotti presentaba algún atractivo que sostenía y aun aumentaba la habitual concurrencia. Yo recuerdo de haber oído allí al gran violinista Fortuny y al enorme pianista Power, que eran el entusiasmo de los tertulianos del café Imperial, de Madrid. ¡Cuántas veces obligamos a repetir, al primero, aquel pasaje del Carnaval de Venecia en que el arco, al rozar las cuerdas, simula el canto de una vieja!
Allí y en el Casino presenciamos también los prodigiosos juegos del famoso Hartman. Era, este prestidigitador, hombre de tal vocación por su arte, que todo el día se lo pasaba haciendo diabluras por las calles. Llegó al Corrillo, donde estaba el mercado de los huevos, se acercó a una vendedora, examinó uno de ellos y sonándolo, exclamó:
—Esta vasío siñora; sona como uno cascabelo.
—Cáchelo usted— dijo la mujer indignada—-; está puesto de esta misma mañana.
El gran taumaturgo lo cascó sin dudar y apareció vacío de yema y clara y con una moneda de cinco duros haciendo de sonaja.
—Ya desía yo que era uno cascabelo.”
D. Luis Maldonado de Mis Memorias
EL ADELANTO 13 agosto de 1920