Segunda república

España fue entre 1923 y 1930 uno de los países europeos más tranquilos y prósperos, bonanza que iba a invertirse en el decenio siguiente. Conviene advertir que al llegar a este período la distorsión propagandística de la historia alcanza cotas altísimas.

Las dificultades de Primo de Rivera no vinieron de los partidos que habían acosado a la Restauración, sino de derechistas que con su corrupción o ineptitud habían desacreditado al régimen constitucional, pero decían añorarlo. Conspiraron políticos como José Sánchez Guerra, Niceto Alcalá-Zamora o el conde de Romanones, que creían buenos todos los caminos para mandar, según frase de Cambó, y no vacilaban en buscar alianza con los mismos anarquistas; o militares republicanos, o masones, o enfadados con los ascensos por méritos, a muchos de los cuales calificaría de «sencillamente locos» Miguel Maura, quien jugaría un papel mayor en la venida de la ll República.Volvía aquella clase de locura a la que había aludido Amadeo de Saboya.

Alfonso XIII, de quien dependía legalmente Primo de Rivera, pudo apostar por éste o inclinarse hacia sus enemigos, pero procuró nadar entre dos aguas. El dictador proyectó un régimen que funcionase mediante un partido conservador, la Unión Patriótica, y un partido socialista, pero el PSOE lo rechazó y el primero no llegó a cuajar. Por otra parte estaba enfermo de diabetes, y al terminar la década más sana, y el rey lo intentó. Los enemigos de la Restauración renacieron, achacándole su colaboración con la dictadura, pero se trataba de grupos minoritarios, dispersos y desconfiados entre si. Sin embargo, el rey apenas halló auxilio entre sus mismos seguidores, fieles a su tradicional frivolidad y oportunismo, por lo que hubo de encargar la transición a Berenguer, militar poco brillante y político aún más mediocre, y luego al almirante Aznar, todavía más inepto, bajo la guía de Romanones, uno de los «politicastros» más irresponsables.

Para empeorar, los políticos Alcalá-Zamora y Miguel Maura, monárquicos hasta la víspera, unieron a republicanos, socialistas y nacionalistas catalanes en el Pacto de San Sebastián, en agosto de 1930. Su típico acuerdo fue organizar un golpe militar para romper la transición constitucional e imponer la república.

El golpe fracasó en diciembre, pero esa victoria no benefició a Alfonso XIII, ya que se transformó en un éxito de propaganda para sus adversarios.Aun así, la transición prosiguió y el 12 de abril de 1931 se celebraron comicios municipales, ganados abrumadoramente por las candidaturas monárquicas, salvo en las capitales de provincias. Mas para entonces la crisis moral de la monarquía alcanzaba su ápice. Miguel Maura convenció a los republicanos de tomar sin más el poder, mientras Romanones convenció al rey de que debía marcharse y entregar el Estado a los perdedores de las elecciones, caso con muy pocos precedentes en la historia del mundo. Sólo el ministro Juan de la Cierva advirtió a Alfonso: «El rey se equivoca si piensa que su alejamiento y pérdida de la corona evitarán que se viertan lágrimas y sangre en España. Es lo contrario, señor».

La República pasó por tres etapas: un bienio de gobierno izquierdista, otro bienio derechista y unos meses de derrumbe desde febrero a julio de 1936. Empezó, pésimo augurio, con una oleada de incendios de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza católicos, que ocasionó pérdidas invalorables y dividió al país.

Las primeras elecciones dieron la victoria a las izquierdas, que elaboraron una Constitución democrática muy defectuosa, pues vejaba la religión de la mayoría, hacía de los clérigos ciudadanos de segunda, prohibía la enseñanza católica y disolvía a los jesuitas.

Pasó a gobernar una conjunción de republicanos de izquierda y socialistas, presidida por Azaña y marginando al partido republicano más tradicional y votado, el Radical de Lerroux. Como jefe

del Estado o presidente de la República quedó Alcalá-Zamora.

El PSOE, gracias a su colaboración con la dictadura, era el partido más fuerte, pero se radicalizaba por momentos: sólo aceptaba la república burguesa como un instrumento pasajero con vistas a la «dictadura del proletariado», es decir, de su propio partido.

Siguieron dos años de medidas mal atinadas, que sólo muy parcialmente tienen que ver con la crisis económica mundial, la cual afectó a España mucho menos que a otros países del entorno: una reforma agraria realizada con demagogia e ineficacia; leyes de corte feudal en el campo, pensadas para proteger los salarios pero con efectos opuestos; una reforma militar bien enfocada, pero averiada por su aplicación arbitraria; una autonomía catalana ideada para resolver la cuestión planteada por los nacionalistas, pero que éstos entendieron como simple hito en un camino que llevaba mucho más allá; una reforma educativa poco eficaz, envuelta en retórica anticristiana y supresión de prestigiosos centros de enseñanza católicos, entre ellos el único centro superior español de economía; una Ley de Defensa de la República que estrangulaba las libertades públicas; una ley electoral diseñada para asegurar la permanencia de la izquierda en el poder (aunque se volvería contra sus autores).También se concedió, con renuencia de la izquierda, el voto generalizado a la mujer.Y aumentaron el desempleo, la delincuencia y los atentados. El hambre volvió a cifras de principios de siglo.

Versiones corrientes acusan a la derecha de atacar a la República desde el primer momento, pero no fue así. Sólo después de la quema de conventos hubo conspiraciones militares, insigniticantes, y oposición monárquica. El grueso de la derecha se unió, tan tarde como marzo de 1933, en la CEDA, Confederación Española de Derechas Autónomas, liderada por José María Gil-Robles. El general Sanjurjo, que había contribuido a traer la República más que casi cualquier líder republicano, dirigió un pequeño y frustrado golpe en agosto de 1932, en el que sólo una mínima parte de la derecha estuvo complicada, resultando de él un robustecimiento de la izquierda.

Quienes más perjudicaron al gobierno de izquierda fueron los anarquistas, que se convirtieron en una plaga del régimen como lo habían sido de la Restauración. Una de sus insurrecciones, en enero de 1933, abocó a una matanza de campesinos perpetrada por la republicana Guardia de Asalto en Casas Viejas.

El suceso hundió la popularidad de Azaña y algo menos la del PSOE. En las elecciones generales siguientes, de noviembre de 1933, los desórdenes, pobreza y fracaso de las reformas pasaron su factura a las izquierdas, que perdieron por tres contra cinco millones de votos en cifras redondas. Durante la campaña electoral, la izquierda asesinó a varios derechistas, sin réplica equivalente. La CEDA fue el partido más votado, seguido por el Radical de Lerroux, entonces de tendencia centrista,y entre ambos se entendieron para reconducir al régimen a una posición más centrada, comenzando la segunda fase de la República.

La izquierda rechazó el veredicto de las urnas. Azaña intentó dos veces el golpe de estado, los nacionalistas catalanes se declararon «en pie de guerra», el PSOE preparó la guerra revoucionaria (excepto el grupo moderado de Besteiro, que fue marginado), y los anarquistas lanzaron su insurrección más sangrienta hasta el momento: un centenar de muertos. En verano de 1934 se sucedieron las maniobras de desestabilización contra el gobierno legítimo por parte de azañistas, socialistas, nacionalistas vascos y catalanes. La agitación preludió la insurrección de octubre de 1934 por los socialistas y los catalanistas, con participación de ácratas y del PCE, y respaldo de los republicanos de izquierda, algo muy distinto del golpe de Sanjurjo. Los socialistas pretendían su propia dictadura; los nacionalistas catalanes querían una república federal o la secesión; los anarquistas catalanes se abstuvieron, por aversión a los nacionalistas; el PCE trató de dirigir el movimiento. El golpe, planteado por el PSOE y los nacionalistas catalanes como guerra civil, fue vencido, dejando 1.400 muertos y enormes destrozos materiales. La izquierda pudo haber recogido la lección y cambiado de actitud, pero no lo hizo, por lo que aquella revuelta fue «la primera batalla de la guerra civil», que se reanudaría más tarde con mayor fiereza. En aquella ocasión la derecha y el general Franco defendieron la legalidad republicana, aun si ésta no les gustaba.

El centro-derecha gobernó dos años, en los cuales la economía mejoró algo, pese a la continua convulsión: el hambre retrocedió, crecieron la renta per cápita y el presupuesto de instrucción pública, y después de la insurrección del 34 remitieron los atentados y la delincuencia. Pero los planes de reforma de la Constitución y otros quedaron en nada, por la división entre las propias derechas y el boicot de Alcalá-Zamora, celoso de Lerroux y Gil-Robles.Y tal como en el primer bienio fue la izquierdista CNT-FAI la que hundió al gobierno de izquierdas, en 1935 sería el presidente derechista quien saboteara al Partido Radical y a la CEDA. En otoño, abusando de sus prerrogativas, Alcalá-Z.amora expulsó a la CEDA del gobierno, nombró otro sin apoyo parlamentario, hubo de disolver las Cortes y convocó nuevas elecciones para el 16 de febrero de 1936.

Republicanos de izquierda, socialistas, comunistas y otros partidos fueron a las elecciones en coalición pronto llamada Frente Popular, denominación comunista, aunque el PCE era minoritario en ella. No se publicaron las votaciones, pero dicho frente se atribuyó la victoria, y la deprimida derecha se sometió. Habían ganado los mismos que habían asaltado la legalidad republicana en 1934, y habían ganado con una campaña electoral virulenta, basada en acusaciones a la derecha por la represión de Asturias en el 34, acusaciones falsas casi todas, pero que exacerbaron los odios: si en 1934 muy pocos habían secundado la insurrección izquierdista, en 1936 las furias estaban desatadas. Aquellas elecciones acabaron de demoler la República de abril del 31.

La tercera etapa republicana duró cinco meses frenéticos: cientos de asesinatos, incendios de iglesias, de registros de la propiedad, de centros políticos y prensa de la derecha, ocupación ilegal de fincas, paro rampante, terrorismo, milicias... Alcalá-Zamora, que había llevado al poder a las izquierdas, fue ilegalmente destituido por éstas, que arrebataron escaños a la derecha mediante una ilícita revisión de actas. La situación era peor que la previa al golpe de Primo de Rivera. El ejército se dividió entre izquierdistas y derechistas, y algunos militares, encabezados por el general Mola, conspiraron contra el Frente Popular. Muchos se decidieron sólo cuando policías y milicianos socialistas asesinaron al líder de la oposición José Calvo Sotelo, el 13 de julio. El 17 comenzó el golpe militar, que fracasó a los tres días, al quedar en manos de las izquierdas la parte mayor, más industrial y poblada del país, el grueso de la aviación, de la marina, la mitad del ejército de tierra y la mayoría de los cuerpos de seguridad. Y se desató la revolución y el terror contra el clero y la derecha, así como el contrario…

En España, fracasado el golpe de Mola, Franco salvó del desastre a los suyos pasando tropas del ejército de África a la península mediante un puente aéreo y un arriesgado cruce del Estrecho por mar. Con mínimas fuerzas aseguró la precaria zona andaluza que había conquistado Queipo de Llano, subió hacia el norte siguiendo de cerca la frontera portuguesa y abasteció Mola de municiones, cuya falta le tenía al borde del colapso.

Contra leyendas, la parte decisiva del puente aéreo se hizo con aviones españoles, sólo después intervinieron los junkers alemanes. En noviembre, Franco llegó a Madrid, y la guerra pareció a punto de acabar, pero sólo entró en una fase nueva y más masiva. Pues el ejército izquierdista, reorganizado y provisto de tanques, aviones,artillería y expertos soviéticos,frenó a los nacionales.

Los posteriores intentos de éstos por rodear a Madrid por el Jarama y por Guadalajara fracasaron. Hasta noviembre, la intervención alemana e italiana había sido débil, pero a raíz de la soviética aumentó notablemente.

El fracaso en Madrid dio lugar a una tercera fase bélica cuando Franco trasladó al norte su ofensiva, y allí, también en inferioridad material -excepto en aviones-, derrotó a los revolucionarios y al PNV entre abril y octubre del 37. Simultáneamente desbarató las embestidas que el Frente Popular realizó por los frentes del centro (Segovia, Brunete, Belchite y otras), explotando la inferioridad aérea y terrestre en que habían quedado allí los nacionales.Victorioso en el norte, el

ejército de Franco alcanzó por primera vez la superioridad material, obteniendo la industria pesada de Vizcaya y la armamentística de Asturias y Santander. En el curso de la campaña, el PNV traicionó a sus aliados izquierdistas, abriendo el frente a los nacionales.

Una cuarta fase comenzó cuando las izquierdas tomaron Teruel. Franco se desvió entonces hacia esa ciudad, transformó en total derrota la ofensiva enemiga y alcanzó el Mediterráneo, en abril de 1938, partiendo en dos la zona izquierdista. Las izquierdas se desmoralizaron, pero Negrín y los comunistas mantuvieron la guerra con esperanza de enlazarla con la europea. que se preveía cercana, y que habría multiplicado las víctimas y los daños. Por ganar tiempo e implicar a las democracias, Negrín hizo ofertas de negociación que Franco, viéndose ya triunfador, rechazó lógicamente.

Una quinta etapa se abrió con la ofensiva revolucionaria por el Ebro, en julio de 1938, que aspiraba a estrangular la línea franquista al Mediterráneo para embolsar sus tropas desplegadas hacia Valencia y volver a unir las dos zonas izquierdistas.

Tras una enconada lucha de cuatro meses, la ofensiva se trocó, como en Teruel, en contraofensiva que llevó a los nacionales hasta los Pirineos en febrero de 1939. Aún quisieron los comunistas y Negrín resistir en la extensa zona del centro-sureste del país, donde disponían de más de medio millón de soldados, una base naval y una flota importantes. Esta sexta y última fase de la guerra tiene el mayor interés. Franco pudo haber aplastado en pocos meses a su enemigo, pero prefirió esperar a que éste se descompusiera, lo cual ocurrió en medio de una guerra civil entre las propias izquierdas. A finales de marzo de 1939 los nacionales entraban en Madrid y el 1 de abril concluía oficialmente la contienda.