La torre de Hércules

- Cuéntame otra historia, abuelo.

- No. Ya es tarde. Tienes que dormir.

- Cuéntame una corta, la de la Torre de Hércules.

- Pero si te la conté ayer…

- Ya pero, es que me gusta mucho. ¡Por favor, por favor, por favor!

- Está bien. Pero luego tendrás que irte a la cama y nada de jugar a la consola.

- Bueno, está bien…

Hace mucho tiempo, habitaba en la tierra de La Coruña un gigante llamado Gerión. Tal era su fuerza que la gente empezó a decir que era hijo de la Tierra. Era alto, pero no tanto como los gigantes que aparecen en los tebeos que lees. Tenía el pelo y barba de color negro y sus ojos eran negros, almendrados y transmitían una brutalidad y una indiferencia salvajes. Su piel era morena y estaba curtida por el sol. Sus manos eran capaces de machacar el cráneo de un toro o de derribar un árbol. Renunció a la civilización y decidió vivir en una cueva, donde guardaba su ganado, pues era pastor. Se vestía con pieles de animales, como los hombres prehistóricos.

El caso es que la gente empezó a temerle y a abandonar la zona, pues los caminantes que se aventuraban a pasar por esas tierras, no regresaban. No tardaron en comenzar a correr historias y rumores sobre sus feroces hazañas.

Pero si grande es el problema, grande es también la solución, pues por aquellos días llegó la noticia de que el héroe Heracles había vencido al terrible león de Nemea, que asoló la región griega. Tan pronto como la gente oyó sus hazañas, se convocó a los ancianos para que se hiciera venir al héroe para neutralizar al salvaje Gerión.

Tan pronto como el héroe escuchó la historia de las fechorías de este, se puso en camino, y llegó a La Coruña deseoso de emprender una nueva aventura y dispuesto a aumentar su gloria. Cuando pasó por Gibraltar, decidió, según dicen, abrir el Estrecho con su fuerza sobrehumana para separar África y Europa.

Era un hombre alto, fuerte, musculoso y valiente. El pelo y los ojos eran castaños. Su piel era morena. Para demostrar su valor, llevaba la piel de león de Nemea como capa y no llevaba armadura, pero sí espada y, por supuesto, el arco y las flechas emponzoñadas con la sangre de la hidra de Lerna, a la que también dio muerte.

Sus hazañas eran tales que la gente empezó a llamarle hijo de Zeus, el dios más poderoso de su Grecia natal, rey de los dioses que mantenía al rayo y el trueno bajo su control.

El caso es que Heracles se aproximó a la morada de Gerión. No hizo falta que nadie le indicara el lugar, pues había por doquier restos de árboles arrancados a un kilómetro a la redonda. No había animales, salvo las especies más osadas, o algún animal desprevenido que encontraba rápidamente la muerte a manos del gigante. Los pájaros hacía mucho tiempo que habían abandonado el lugar. Era un lugar lóbrego y triste donde no se oía otro sonido que no fuera la rugiente furia del mar golpeando y rompiendo las olas, el furioso viento de tormenta que acompañaba a los nubarrones plomizos que traen las lluvias, o los rayos golpeando la tierra en un día de tormenta. Los campos, antes verdes con árboles, hierbas salvajes o cultivos ahora lucían grises por las rocas desnudas o las cenizas de los incendios. La cueva estaba en un inhóspito precipicio en la ladera de una montaña mirando al mar. La muerte, la destrucción la ruina, el silencio, la soledad y la barbaridad se apoderaron de aquel lugar y eran sus señores exclusivos, por lo no es de extrañar que Gerión prefiriera usar la cueva para dormir y pasara el día en el valle, donde ya no se oía el mar.

Nada más encontrarse, las dos moles de acero, dos titanes se enzarzaron en una violenta lucha. Dos días duró el feroz combate. Heracles luchaba con su maza, mientras que Gerión se defendía de su rival arrojándole piedras. Tembló la tierra. Se agitó el mar. Se estremecieron los ríos. El viento traía y llevaba los gritos de uno y de otro llamándose mutuamente de manera enérgica y furiosa. Los corazones de los hombres se encogieron dentro de sus pechos, despavoridos ante aquel espectáculo. Hasta que al día tercero se produjo el silencio. De pronto vieron acercarse a Heracles con el cuerpo de su enemigo. La lucha había pasado, Gerión había pasado, todo había pasado

Tres días duraron los festejos durante los cuales Heracles conoció a una bella muchacha, Crña, con la que según se cuenta se quedó el héroe en estas tierras. Ella fue la primera en vivir en las tierras que antaño pertenecieron a Gerión y ya libres de su dominio, por la que se dio el nombre a la nueva ciudad que se empezó a formar, La Coruña. Heracles mandó construir una torre de piedra sobre el monte en el que había enterrado a su rival. Esta torre hoy se llama la torre de Hércules y que aún hoy se puede ver en el emblema de la ciudad, sobre el esqueleto de Gerión. Tampoco nadie ha conseguido levantar un edificio más grande que ella, por lo que domina sobre dicha población.

(Basado en una leyenda gallega).