La lucha por el Imperio

La Lucha por el IMPERIO

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El 12 de enero de 1519, murió el Emperador Maximiliano I. La Casa de Habsburgo llevaba casi un siglo al frente del Sacro Imperio Romano Germánico, desde la elección de Federico III en 1440, pero su hijo Maximiliano I nunca fue coronado por el Papa como emperador y, por tanto, la sucesión de Carlos podía ser abiertamente cuestionada. Para Carlos I y su equipo flamenco se convirtió en objetivo prioritario hacerse con la sucesión del Imperio. Francisco I de Francia, alarmado por el peligro que esto podría suponer para una Francia rodeada por naciones en poder de Carlos, también optó a la sucesión. Por su parte el Papa León X, que temía la concentración de poder en el flamenco-español, heredero de los reinos italianos de su abuelo materno, decidió oponerse a las pretensiones del aspirante.

Pero el joven Carlos desplegó una intensa batalla diplomática, dirigida por su tía Margarita de Saboya (o de Austria), de nuevo Gobernadora de los Países Bajos, y compró las voluntades de los siete "Príncipes Electores", comité de notables que, desde 1354, tenía encomendada la misión de la elección del emperador, de acuerdo con la "Bula de Oro" del emperador Carlos IV. Fue necesario emplear 850.000 florines de oro, "Guldens", en sobornos y hacer varias promesas en diferentes cortes europeas. Una de ellas fue la de la posible cesión a Francia del, recientemente incorporado a la Corona de Castilla, Reino de Navarra.

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Carlos V y Jacobo Fugger

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De la exorbitante cifra, prestada por los banqueros italianos, 543.000 florines lo fueron por el banquero Jacobo Fugger que no tardó en recordárselo por escrito: "Es notoriamente público y claro como el día que Vuestra Majestad Imperial no habría podido sin mí obtener la Corona Romana". De esta forma la banca Fugger se hizo durante tres años, como pago de la deuda y de sus intereses, con parte de las rentas de las órdenes militares, por un importe de 50 millones de maravedíes anuales. Fue, por tanto, Castilla la que pagó "el fecho del imperio". Los Fugger fueron los principales banqueros del emperador Carlos durante todo su reinado.

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Barcelona en el 1500

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Aquel año de 1519, Carlos, en su periplo para ser jurado por las Cortes de sus reinos españoles, se encontraba en Barcelona desde febrero. De la estancia del nuevo monarca en España, cuatro meses había permanecido en Castilla, ocho en Aragón y estaría un año en Cataluña. En Aragón había sido jurado rey y se le concedió un servicio de 200.000 ducados. El rey confirmó que Aragón sería la cabeza de los reinos marítimos.

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Zaragoza en siglo XVI

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En su viaje, fue acompañado por su hermana Leonor y por Germana de Foix, ya joven viuda de Fernando el Católico y, por entonces, supuesta amante de Carlos desde que coincidieron en Valladolid. Con Germana mantuvo un apasionado romance que dio como fruto una hija, Isabel, que nunca reconoció oficialmente, pero la niña residió y fue educada en la Corte. En Aragón se celebró por poderes el matrimonio de Leonor con Manuel el Afortunado, rey de Portugal.

En Cataluña, siempre tan europeista, se recibió con júbilo la noticia. Los catalanes pensaron, equivocadamente como es habitual, que desde el Imperio se les daría un tratamiento similar al de los otros reinos, pero su júbilo no fue acompañado de ninguna ayuda económica a la causa imperial, a pesar de la insistente petición del joven cesar. Las Cortes Catalanas se limitaron a costear los gastos de la corte del rey durante su estancia en Cataluña. Pero la suerte acompañaba al necesitado Carlos y, en diciembre de 1519, llega a Barcelona el primer cargamento de Hernán Cortés procedente de las indias. Esto le salvó de su ruinosa situación. También, durante su estancia en Barcelona se negociaron con Magallanes las condiciones de la expedición, por occidente, al Pacífico que culminaría, tras su muerte en Filipinas en 1521, Juan Sebastián Elcano. Allí se decidió también el casamiento de Germana de Foix con Fernando de Brandeburgo, con lo que el futuro líder europeo lavaba su imagen ante la opinión pública. Germana quedó pronto viuda, contrajo nuevo matrimonio con el Duque de Calabria y fue nombrada virreina de Valencia, cargo que ejerció con toda firmeza.

El Papa cedió al fin y el nuevo Carlomagno iniciaba a sí su carrera hacia la gloria, cuando aún no tenía 20 años. El 22 de junio de 1519, en Frankfurt, en la Iglesia de San Bartolomé, Carlos había sido designado emperador por el arzobispo de Maguncia. Pero faltaba la tan ansiada coronación oficial en Aquisgrán por el papa León X, lugar donde también fue coronado Carlomagno, en el año 800, por León III.

Carlos abandona Barcelona y convoca las Cortes en Galicia. El descontento se extendía por Castilla, el sobrino de Chièvres había sido nombrado Arzobispo de Toledo, y a la convocatoria no asistieron todos los representantes, en señal de protesta por el inminente viaje del rey, por las prebendas que seguían repartiéndose los flamencos y por el asunto, ya citado, del Reino de Navarra. Al final de la sesión, el rey en persona se dirigió a las enojadas Cortes comprometiéndose: a regresar al país en un plazo no superior a tres años y a no otorgar en el futuro cargos de importancia a los extranjeros.

Su promesa no impidió que, antes de partir, nombrara Gobernador de los reinos españoles al ya entonces cardenal Adriano de Utrecht, a Juan de Lanuza le dejó al frente de Aragón y Diego de Mendoza, conde de Melito, fue designado virrey de Valencia. Pero el descontento que dejó tras de sí desembocó, en el mes de julio de 1520, en la Rebelión Comunera y de forma, casi simultánea, en la Guerra de las Germanías, en Valencia. Ambas rebeliones fueron consecuencia de la larga transición ocurrida en España desde la muerte de Isabel la Católica. El enfrentamiento del pueblo con las nuevas formas de gobierno, cada vez más centralizado, había ido en aumento y el nombramiento de un monarca al que se consideraba extranjero y lejos de sus reinos fue la mecha que incendió, en casi toda España, el fuego de las revueltas. Entre ambas rebeliones siempre existió una corriente de simpatía mutua.

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Los Comuneros parten hacia la guerra

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La rebelión de los comuneros de Castilla, hecho más divulgado por la historia, se extendió rápidamente, fue un movimiento contra el poder de Carlos y de sus nobles flamencos, un intento de que el pueblo se gobernara por el pueblo bajo el gobierno único de la Reina Juana. Los líderes comuneros se personaron en Tordesillas y presentaron una constitución a la Reina. Esta se negó a firmar, frustrando, así, el desesperado intento de los rebeldes por legitimarse.

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Adriano de Utrecht recibe a una representación

de las Germanías de Valencia.

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La Guerra de las Germanías se desató en Valencia por la defensa de los privilegios que disfrutaban las hermandades de menestrales y artesanos que eran contrarios a los intereses de la nobleza loca. La lucha se vio favorecida por el hecho de que los rebeldes estaban autorizados a portar armas que, habitualmente, utilizaban para defenderse de los frecuentes ataques costeros de los piratas berberiscos. Por esto, durante mucho tiempo, las Germanías de Valencia, habían mantenido unas correctas relaciones con el Cardenal Cisneros y con Adriano de Utrecht. Tanto en Aragón, como en Baleares no fueron ajenos a cierta aceptación del movimiento populista de Valencia, aunque se pudo impedir su propagación efectiva a estas zonas.

El 20 de mayo de 1520, Carlos había partido hacia Flandes, vía Inglaterra, para visitar a sus tíos los reyes, Enrique VIII y Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos), y ganarse al rey para su causa imperial, ya que Francisco I pretendía la alianza con Inglaterra contra Carlos. Catalina, auxiliada por el diplomático español Bernardino de Mesa, fue siempre gran valedora de su sobrino en la corte inglesa mientras mantuvo el favor del rey Enrique VIII. Más tarde se acordaría el compromiso de matrimonio con María Tudor, hija de Enrique y Catalina, que por aquel entonces tenía cuatro años. Compromiso que consumaría Felipe II, en sus segundas nupcias, muchos años más tarde.