LA VIVIENDA ROMANA
LA VIVIENDA PRIMITIVA
La vivienda primitiva romana es típica del mundo mediterráneo: una cabaña redonda u ovalada -según el terreno- con techo cónico de troncos recubierto con cañas y pajas. Son las propias del mundo rural (casae o tuguria) que servían de protección en los campos y que estuvieron en el origen mismo de los palacios de Minos y micénicos. Las conocemos a través de sus representaciones artísticas (un vaso de urna funeraria conservada en el Museo Británico), restos arqueológicos (tugurium Faustulum y casa Romuli en el Cermal del Palatino, templo de Vesta en el foro) y las descripciones de autores clásicos.
En los orígenes de la vivienda romana, la cabaña etrusca parece estar más cerca de la imagen que tenemos de la domus. Su forma rectangular presentaba una abertura también rectangular en el techo - cuya utilidad es permitir la salida de humos y la entrada de luz y agua de lluvia- que se corresponde con el compluvium e impluvium del atrium, lugar donde se desarrolla la vida familiar y en torno al cual surgen las distintas habitaciones.
TIPOS DE VIVIENDA
A la hora de clasificar las viviendas del mundo romano, se ha establecido la siguiente tipología:
Insulae: edificio de apartamentos donde, en alquiler o en propiedad, vivían los ciudadanos más pobres. Muchas veces quedaban reducidos a una habitación multiuso. Vitrubio, el gran arquitecto del mundo romano, decía que estas insulae se construían muy deprisa, con materiales de muy mala calidad y que por ello estaban expuestas a hundimientos e incendios. A medida que Roma fue creciendo y debido también a la proliferación de hombres ricos, propietarios de una grandes solares que favorecieron la "especulación inmobiliaria", fue necesario elevar la altura de las insulae, aunque ya Augusto prohibió su elevación más de 70 pies por motivos de seguridad. Conservamos huellas de estas insulae en Ostia, el puerto de Roma. En Extremadura, y más concretamente en Mérida, no quedan restos.
Domus: vivienda particular, ocupada por un solo propietario y su familia, que normalmente consta de un solo piso. Sus dimensiones son muy variables dependiendo del poder económico del propietario así como de sus gustos e intereses. Conservamos magníficos ejemplos de este tipo de viviendas en Pompeya y Herculano. En Mérida, tampoco faltan notables ejemplos de este tipo de casa destacando la Casa del Anfiteatro, la Casa-basílica en el teatro, la Casa del Mitreo y la Casa de los Mármoles en Morería.
Villae: son viviendas en zonas rurales que, según su uso se denominan villae rusticae, si están dedicadas a las labores agrícolas y ganaderas, con graneros, bodega, granja de animales, etc., una especie de cortijo; y villae urbanae si están dedicadas al disfrute y descanso del propietario y su familia.
LA DOMUS: CARACTERÍSTICAS Y PARTES
La vivienda romana particular donde vive una sola familia y que generalmente tiene una sola planta recibe el nombre de domus. Pompeya y Herculano ofrecen notables ejemplos de este tipo de vivienda, de ahí que se conozca también como “de tipo pompeyano”.
En un principio, la domus era una vivienda en la que cada habitación tenía un uso concreto: el cubiculum funciona como alcoba, el triclinium como comedor y el tablinum como sala de visitas. Estas viviendas eran sencillas y baratas. Un ejemplo conservado es la casa de Livia en el Palatino. No obstante, con las Guerras Púnicas se generaliza una tendencia entre las familias ricas a ampliarlas al estilo heleno incorporando junto a fauces, atrium, cocina, alae, lararium y tablinum otras partes cuyos nombres indican su procedencia griega como son el peristylum, triclinium, oecus, exedra, nimphaeum, bibliotheca...
Estas viviendas son mucho más cómodas, amplias, elegantes, ventiladas y soleadas. Los planos no son uniformes pues atienden a las necesidades, gustos y peculiaridades del terreno. Ejemplos son la casa del fauno en Pompeya o la casa del atrio o mosaico en Herculano.
Vestibulum et fauces
De la acera de la calle a la entrada de la domus solía haber uno o dos escalones que daban acceso a dos pilastras con capiteles ornados en cuyo interior se encontraban las puertas, que se abrían al interior. El espacio que se crea en este marco se denomina vestibulum y consta del umbral (limen inferum), dintel (limen superum) y las jambas (postes o Ianua). En el pavimento era frecuente encontrar el saludo “Salve! Cave canem”, que con o sin razón pretendía evitar visitas indeseadas.
Fauces es el nombre que recibe el tramo de corredor que va de la puerta al atrio, lugar donde solía colocarse un banco para que pudieran sentarse las visitas y de cuyo techo podía pender una cortina para evitar miradas curiosas desde la calle cuando se dejasen las puertas abiertas.
La puerta (fores) consta de dos hojas (valvae). Conservamos la de la casa de L. Tiburtino y se sospecha su existencia en la de Pansa, en Pompeya. A veces, podía estar cada una cortada horizontalmente a mitad de altura, de forma que pudieran abrirse las superiores dejando las inferiores cerradas para ventilar o solear la entrada, como la Casa de Cuartión, en Pompeya. Son fuertes, grandes, con montantes y marquesinas, de bronce o madera de encina, bien trabajadas y claveteadas de hierro o bronce; giran sobre recios goznes (cordines) en un quicio metálico que produce un sonido (crepare, concrepare, strepere) cuya comicidad acreditan en su obras Plauto y Terencio. Se cierran desde fuera con cerrojos (en Pompeya se han encontrado llaves de diversos tamaños) y desde dentro con trancas (serae), pestillos de madera (repagula) o cerrojos (pessulus).
Las puertas de una domus son sagradas, en las fiestas religiosas se adornan y cuentan con dioses que las protegen: Ianus, Forculus presiden las puertas; Limentius, el umbral; Cordea, los goznes...
Atrium
Es la parte central de la domus, un espacio abierto en torno al cual se dispone el resto de las dependencias que gozan así de luz y aire limpio. Su función es la de recibir las salutationes. En sus paredes, se adosan armarios, cajas de caudales (arca) e imágenes del propio dueño de la casa; en uno de los extremos solía encontrarse el lararium, una capillita (sacellum, aedicula) sencilla dedicada a los Lares, al genius familiar u otras divinidades, hecho de mármol o estuco. El atrio suele ser porticado y adornado con columnas de mármoles preciosos, e incluso con alabastro; sus paredes también aparecen lujosamente revestidas de piedra o con pinturas al fresco, su artesonado suele lucir las más caras maderas y, en ocasiones, bajo la apertura del impluvium llegaron a tenderse toldos de magníficos tejidos. Con pebeteros de perfumes, mesas de mármol, estatuas y el estanque central, el lugar podía llegar a ser verdaderamente delicioso.
Tablinum
Se trata de una estancia situada frente a la entrada sin más puertas que, en ocasiones, unas cortinas colgadas de soportes de bronce. Su nombre deriva de tabula, término que hace referencia a los documentos familiares, archivos, imágenes y tablillas de los que se rodeaba el cabeza de familia en esta habitación, un lugar donde también recibiría a las visitas e incluso albergaría la escuela familiar con armarios-estanterías, escaños para que los niños se sentaran, una silla (cathedra) para el maestro y alguna imagen de Apolo, Minerva o de las Musas. En su parte posterior, abierta al peristilo, se ofrecía la posibilidad de cerrar la estancia para cenar allí en invierno o dejar abierto para hacerlo en verano.
Alae
Son dos recintos gemelos abiertos a ambos lados del fondo del atrio y comunicados entre sí, muy cerca del tablinum.
Andron
Es la habitación de los varones en la casa griega si bien en Roma consiste en el corredor situado a un lado del tablinum que comunica el peristilo con el atrio a través de un cortinaje.
Peristilum
Cuando se impuso la vida social y aumentó el número de esclavos domésticos se necesitó una zona de la vivienda señorial en la que se pudiese disfrutar de la privacidad e intimidad familiar. Como Terencio indica, su valor reside en que “a esta zona no llegan las conversaciones del atrio”. Se trata de un espacio mayor que aquel, descubierto, rodeado por un pórtico columnado, con un jardincillo y una fuente centrales. A él se abren las habitaciones de la familia, más amplias y lujosas que las que rodean el atrio, que quedan para el servicio. Las columnas presentan bases adornadas con pretil entre las que macetas, rosales, plantas aromáticas, estatuas y fuentes embellecían el espacio. Las paredes lucían hermosos mármoles y el artesonado solía estar magníficamente trabajado.
Cubicula aut conclavia
Son las habitaciones de descanso. Sus pavimentos suelen adornarse con mosaicos en blanco con ornamentación diversa, sus paredes presentan pinturas murales de diverso color y contenido. El techo sobre la cama era más bajo, creando una especia de dosel abovedado. La antecámara (procoeteon) era para el siervo de confianza, el cubicularius. Solían cerrarse con llave, de ahí el nombre.
Horti
Son unos jardincillos, tras el peristylum, donde podía haber un systus, pórtico abierto, un solarium o una pergula.
Exedra
Es una sala espaciosa, bien decorada, abierta totalmente al pórtico en su extremo, se utilizaba para recibir a las visitas y ofrecer un lugar privado donde conversar y discutir. Allí también se sesteaba en divanes y llegó a imitarse en edificios públicos como palestras, termas, foros, bibliotecas,...
Oecus
Es una estancia redondeada, de uso íntimo, que sirve de comedor más amplio y lujoso que el triclinium.
Bibliotheca
Solía orientarse hacia levante para que la luz de la mañana iluminase la estancia cuando se trabajara en ella y para evitar la humedad del viento del oeste. Albergaba los volúmenes en armarios de maderas preciadas o en cajones (armaria, loculamenta, feruli, nidi) según estuviesen enrollados o encuadernados. Según parece, la biblioteca solía estar decorada con estatuas de importantes intelectuales, de Minerva o de las Musas, que inspiraban y supervisaban el trabajo que allí se llevaba a cabo.
Otras estancias
En las casas opulentas otras estancias que aparecen son el sacrarium, una especie de basílica o salón; los cenacula , terrazas; y el solarium de invierno, en el piso superior.
Triclinium
Cuando el refinamiento de la civilización griega y la riqueza doméstica se establecen en la vida romana, en el atrium se crearon habitaciones para comer recostados, si bien antes se hacía en el tablinum o en una habitación sobre él, el cenaculum. Muy frecuente era contar con un triclinium en el jardín de verano, con lechos de mampostería cuya parte más cercana a la mesa tenía cierta elevación, con cojines y almohadones que evitaban la dureza del asiento. La mesa también era de mampostería, a veces portátil. En las casas más pudientes, llegaron a construirse un triclinium orientado hacia el mediodía para comer en invierno (triclinia hiberna) y otro con orientación norte para el verano (triclinia estiva), como la casa de Salustio, en Pompeya.
Los comedores pompeyanos eran pequeños, capaces de albergar tres lechos casi adosados a las paredes. En Roma, no obstante, son enormes y elegantes. Sus techos y artesonado (lacunar, lacunaria), apoyados sobre vigas (contignatio) son magníficas piezas de artesanía hechas con maderas preciosas de limonero, cedro, tuya, alerce, ciprés, olivo e incluso marfil y oro, con finos trabajos de ebanistería y marquetería (bracteatum lacunar). Los pavimentos también eran ricos terrazos (pavimentum sectile), losas de mármol claro y verde que formaban hermosos cuadros... Los mosaicos de paredes y pavimentos (opus musicum) representaban emblemas y cuadros de gran belleza, portátiles y carísimos, los más bellos adornaban comedores y dormitorios y sólo se ubican en el suelo de las habitaciones o lugares donde no van a sufrir el paso frecuente. La pavimentación más dura, de edificio público, se empleaba en en el resto de habitaciones con basaltos, granitos, o si se quería un mayor lujo, con mármoles, jaspes...
Culina
Si nos remontamos a las primeras descripciones que conservamos en la literatura, observamos que los palacios de los héroes homéricos no tenían cocina. Tampoco existía en la primitiva casa romana donde las comidas se preparaban en el atrio. Cuando la casa crece, el hogar se convierte en la parte principal de la misma. La cocina calienta las habitaciones más cercanas de los niños y sirvientes aunque no era más que un habitáculo pequeño y mal dispuesto como puede deducirse de los restos conservados de la casa de los Vecios en Pompeya o la domus Livia en Roma. Con el tiempo, la cocina fue un refinamiento, su espacio contaba con un fogón de albañilería, colocado en un ángulo y adosado a las paredes sin chimenea, lo que constituía una molestia enorme para los cocineros y un peligro por los incendios. Algunas eran metálicas, portátiles como se ve en Pompeya; otras, de buen tamaño, contaban con un horno de pan y albaños para el desagüe, retretes y baños.
Balnea
Su utilidad como espacio para el aseo es limitado, en el baño de la casa (lavatrina) los miembros de la familia se lavan brazos y piernas cada día; el cuerpo lo hacían una vez a la semana en las termas o baños públicos. El baño solía encontrarse cerca de la cocina para poder abastecerlo con rapidez de barreños y agua caliente. En los siglos III- II a.C. pocas casas tenían baño y, si lo tenían, éste era sencillo. Ejemplos tenemos en la casa del Fauno, en Pompeya, en la del gran Mosaico, en la del Laberinto - con tres departamentos -. Crece en dimensiones a finales de la República, cuando se convierten en pequeñas termas con calidarium o cella caldaria, cella frigida o frigidarium y cella tepidaria o tepidarium, una sala sin bañera en la que se disfrutaba de un chorro de agua templada que facilitaba la transición entre una y otra. También allí se daban masajes, depilaban, ungían,...
Cella penuaria
Estas cámaras servían para guardar las provisiones (penus), solían ubicarse con orientación norte para que no entrase ni el sol ni los insectos. A cargo de su supervisión estaba un superintendente que daba al cocinero la ración diaria de los productos que necesitaba. Tenía diferentes cámaras: para la miel, las uvas, las frutas, los salados, el aceite... El vino y el aceite se guardaban en bodegas subterráneas, en cubas o tinajas empotradas en el suelo o en bancos de mampostería integrados en las paredes.
Tabernae
Designa propiamente la habitación hecha de tablas, muy pobre. En sentido lato, es una tienda donde se vende algo: sutoria, vinaria, argentaria, libraria, carnaria... Cuando era un quiosco desmontable se denominaba tentorium o también tentoriolum, nombre que también se daba a las tiendas de campaña militares. En tiempos de los reyes romanos ya se conocían. Luego, pasaron a ser hosterías más o menos respetables (meritoria o diversoria caupona) que deriva en lasciva taberna o salax taberna y que se adosaban a las murallas, como barracones, y a las casas.
En la domus, las tabernae ocupan los ángulos interiores que dan a la calle y poseen una puerta exterior que les da independencia. En muchas de las de Pompeya, hay mostradores de albañilería para la mercancía con tinajas empotradas en las paredes, para conservar las bebidas, y en su parte baja hay espacio para el fuego, si se sirve caliente y para el hielo o nieve si se toma fría. Las tabernae son pequeñas, por eso en ellas se compraba desde fuera y se conocía lo que ofrecían gracias a muestras colgadas en la puerta de la calle. Así, ocurrió que las calles se especializaron en vender determinados productos, por ejemplo, la Via Sacra era de artículos de lujo. Junto a las muestras aparecía sobre el dintel de la puerta el nombre del tendero. En el interior solía haber una o dos trastiendas separadas por una pared. La vivienda estaba en un piso superior al que se accedía por una escalera interior o desde la calle. Podía vivir en ella el tendero o tenerla alquilada a los pobres. Esta estancia se denominaba, irónicamente, pergula. Podía haber a ambos lados de la puerta una casa con igual profundidad que las fauces. La taberna, por lo general, es propiedad del dueño de la domus que regentaba un liberto o el esclavo del atrio. Se cerraban por la noche con postigos (lenones).
Petronio recoge un refrán que denota lo miserables que eran estas viviendas: qui in pergula natus est, aedes non somniatur.
EL AJUAR DE LA DOMUS
En general, la casa romana apenas estaba amueblada. Más allá de los armarios donde guardaban documentos familiares e imágenes de los antepasados o los asientos para las reuniones familiares, en los cubicula no cabía más que la cama y un escaño y, en el comedor, más allá de la mesa y tres lechos a su alrededor, poco más habría. Quizá sea la biblioteca la habitación más completa y el oecus, con sus scrinia para recoger los volúmenes, sus asientos y alguna mesa.
El mobiliario pretendía mostrar la dignidad del dominus más que ser confortables. En la decoración se empleaban maderas, tapices, vasos y vasijas carísimas fabricadas con materiales que han soportado el paso de los años, las inclemencias climatológicas y los desastres humanos. Entre los útiles de la casa cabe distinguir:
Instrumenta: todo lo necesario para la conservación de la casa como los uela cilicia, toldos que aplicaban a los techos para protegerlos de la intemperie; reservas de vigas, estucos, tejas para reparaciones, menaje de escaleras, cubos, mangas de riego...
Supellex: todo el mobiliario que servía para adornarla (cuadros, estatuas, doseles, cortinas, alfombras, adornos de columnas, láminas de talco y yeso para proteger las ventanas del viento y filtrar la luz o lapis specularis, toldos o uelaria,...) y los muebles propiamente dichos.
Lecti
Soportaban más uso del que lo hacen hoy en día porque además de para dormir (lectus cubicularis) servían para trabajar (lectus lucubratorius) y para comer (lectus triclinaris).
El cubicularis se componía de un bastidor de madera rectangular sostenido por cuatro o seis patas. Los más lujosos constaban de un respaldo en la cabecera (fulcrum). Al lecho se subía con ayuda de la sponda, un escabel bajo. A veces, el bastidor podía ser de bronce, concha, hueso, marfil, plata e incluso oro o guarnecido con estos materiales. Sobre él, un jergón de paja u hojas (institae, fasciae) y un colchón (torus, culcita) de lana (de Mileto, preferiblemente) o plumas (las más caras, de ganso) servían de acomodo. Las almohadas (puluini, cervicalia) y las mantas o cobertores (stramenta, stragula, peristromata) se colocaban debajo y sobre el cuerpo. Los mejores eran de Sardes, Tiro, Sidón, Cartago, Mileto, Corinto y Alejandría, que presentaban bordados muy vivos y en invierno eran sustituidos por pesadas pieles. La cubierta arrastraba hasta el suelo por todos los costados y era la prenda más lujosa.
El lucubratorius era como un diván, revestido de almohadones y cojines cómodos, donde el dominus escuchaba al lector mientras saboreaba una chuchería, dictaba al amanuense, escribía apoyado en sus rodillas o en un atril (pluteus), leía, meditaba...
Los triclinares eran más bajos que las camas y muy lujosos en su confección y revestimiento. La literatura nos ofrece un claro ejemplo en el banquete de Trimalción. Algunos se hacían de mampostería para ahorrar espacio.
En cualquier caso, el romano común dormía en míseros petates y comía sentados en un taburete o en el propio suelo.
Mensae
Unas servían de adorno en el atrio o en otras habitaciones; otras exponían la vajilla y joyas antes de comenzar el banquete (abacus), costumbre muy popular sobre todo a principios del II a.C., cuando con la conquista del mediterráneo los romanos fueron llenando sus casas de vasos y vasijas) -, otras soportaban los platos de los comensales en el banquete sobre los triclinios (tabula vinaria, cartibulum, cilybathum, urnarium), otras, muy pequeñas se colocaban junto a los lechos de trabajo para facilitar bebida y comida (mensa lunata y abacus, nombre que también recibía la mesa de trabajo de matemáticos y geómetras, derivada de a b c, mesa de estudio, sobre la que espolvoreaban arena para dibujar las figuras). Otras servían para el juego (mensae lusoriae), alueus o abacus (Suetonio describe a Nerón de niño en una jugando a carreras de circo). También las hay para oficios como el de cambistas, usureros y banqueros y se denominan argentarii, trapezitae,...), para comerciantes, con sus pesos y medidas (ponderari), y mostradores. En los templos, junto al ara, también en una se exponen los instrumentos del sacrificio, las ofrendas...
Antiguamente eran sencillas y las más valoradas, por su calidad, eran las de nogal. Paulatinamente, fueron empleándose maderas exóticas y decorándose con metales preciosos y patas de marfil, bronce, plata, oro, con incrustaciones de pedrería, labradas con forma de animales, leones, panteras, grifos, esfinges,... El limonero, la cidra o tuya eran maderas valiosas porque el diámetro de sus troncos eran pequeño de modo que cuando se lograban planchas lo bastante anchas como para fabricar una tabla de una sola pieza se llegaban a pagar cantidades insultantes. Como dueño de una gran riqueza, se dice que Séneca poseía 500 mesas de cidro. Estas maderas en cualquier caso servían para el tablero (orbis), las patas y el soporte central (trapezophorus) solía ser de marfil, hueso, o metal fino. El nogal y el olivo eran valoradas por el dibujo de sus fibras. Capricho de hombres, Marcial las hace hablar en 14. 88-101.
Hemos hablado del cartibulum, mesa de mármol, que en el atrio, entre el estanque y el tablinio sustituía el primitivo ara familiar. Se han encontrado preciosos ejemplares en Pompeya, de mármol blanco con las patas decoradas. Éstas eran un recuerdo del ara, no tenía más fin que el decorativo y jamás se empleaban para comer.
Había mesas de un solo pie (monopodia) que se introdujeron en Roma tras la conquista de Asia Menor y eran muy valoradas. Construidas de cidro o acebo de Mauritania, su pie era esculpido artísticamente, eran objeto de lujo y alguna se ha encontrado en Pompeya. La tripes, sin embargo, era modesta, también llamada Delphica porque recordaba el trípode de Delfos, solía ser de metal bien trabajado y muy valiosa, era fácil de llevar, ocupaba poco y algunas eran plegables. Las de cuatro patas son abundantes. El tablero suele ser redondo o rectangular, este último era más frecuente en las casas pobres, construidas con maderas ordinarias.
Sedes aut sedilia
Entre los sedes, o sedilia (de mampostería) adosados a la pared en las fauces o en el jardín, podemos distinguir:
El tabuerete (scamnum, subsellium), banquillo de madera sostenido por dos o más patas destinadas a siervos y niños o a los parásitos en los banquetes (sub, indica subordinación y sella, mando). El bisellium es semejante pero para dos personas y de él tenemos una representación pompeyana con un joven y una muchacha tocando la lira. En los municipios, como en Roma a los magistrados con sella o subsellium, se concedían en recompensa a funciones bien realizadas. Como escabel, el suppedaneum o scamnum, puesto delante del solium, la cathedra y junto a la cama, era rectangular, con cuatro patas y algunos, como los que se ponían ante el solium, artísticamente decorados.
La silla (sella) se apoya en cuatro patas rectas, sin respaldo y con brazos opcionales. Es ligera y fácil de transportar, se fabricaban de madera y bronce y eran muy usadas según podemos ver en las pinturas de Pompeya y Herculano. La sella curulis, plegable, con asiento de cuero y patas curvadas en forma de s fue introducida según Silio Itálico de la Etruria en tiempos de Tarquinio el Soberbio. De marfil la usaban en público los magistrados mayores pero las de las casas (sella familiarica) eran sencillas. La sella gestatoria o lectica era una silla de mano, cubierta o no, que se empleaba para ser conducido por las calles, fue usada principalmente por mujeres.
La cathedra es una silla con respaldo largo y arqueado que se hacía casi únicamente de madera. Las patas suelen estar algo arqueadas hacia afuera, sin apoyo para los brazos. Solían usarse cojines para estar más cómodos usaban sobre todo mujeres y hombres afeminados (Juvenal 6,90) aunque también se denomina así al asiento del maestro en la escuela, con apoyo y respaldo recto.
El solium o trono era una cathedra lujosa, más alto que aquella, por eso solía acompañarse de un escabel para apoyar los pies. Era el asiento propio de los dioses, reyes, príncipes y, en casa, del paterfamilias. Es el asiento de honor y su posesión pasaba de padres a hijos. Se compone de un asiento cuadrangular, alto, y recto respaldo, con apoyo para los brazos, con patas torneadas, simple y sobrio, con un almohadón o cojín. Solían hacerse de madera con algunas incrustaciones en bronce, marfil o hueso en el apoyabrazos y con patas talladas. Se cree que es un derivado del que usaban los etruscos, delicadamente cincelados con elementos vegetales, estilizados e incrustados de finos cristales y piedras preciosas. No suelen ser zooformes. El solio estaba en el atrio de la casa y cuando no lo usaba el padre se cubría con un tapiz de lana de vivo colores. Se usaba en recepciones y en las salutationes matutinae, cuando había consejo de familia, more antiquo, en el atrio. En los teatros los había en forma de trono para la autoridad y en tiempos cristianos para el obispo o preste.
Los almohadones de lechos, divanes, sillas, tronos, se denominan ceruicalia, puluinar, puluinis o puluillus, son fundas de tela (culcita o torus) rellenos de material resistente y elástico (paja, alga, heno, hojas secas, borra o tormentum, plumas, de cisne las más cotizadas, lana, etc). Podía ser de lino finísimo, en púrpura recamada de oro, con bordados de flores, animales, escenas mitológicas, de cuero, rellenos de aire que inflaban según la conveniencia. Se traían y llevaban según se necesitasen: al salir de paseo, ir al circo, al teatro, a la escuela, o para honrar a un huésped. Los había de todos los tamaños y formas. Apuleyo en Met., 10, 20, los elogia.
Armaria et arcae
Los griegos y etruscos no usaron armarios si bien para los romanos sí que fueron unos muebles muy populares y usados según se atestigua en el último siglo de la República. Su nombre indica que eran ellugar donde se guardaban las armas. Eran parecidos a los nuestros sólo que en lugar de cajones tenían tablas corridas a lo ancho que distribuían su interior según lo que guardase: en las tiendas, según las mercancías; en los talleres, según los productos; en las bibliotecas, según los libros que contuviesen... No conservamos ejemplos en madera más allá de las representaciones que nos ofrece la pintura Pompeyana, aunque sabemos que también los hubo practicados en la pared, como nuestras alacenas, grandes como los que contenían numerosos anaqueles en las alae y en el tablinum los documentos familiares y las imagines maiorum, o más pequeños como aquellos otros donde se guardarían las ropas, vajillas, alhajas, etc. Todos podían cerrarse con llave. Los cofres o arcas eran de variadas formas según su fin: grandes de madera para la ropa (arca vestuaria), las de guardar el dinero o los objetos de valor, protegidas con bronce u otros metales ricamente claveteadas (arcae ferratae o aerata), de las que sí se conservan diversos ejemplares en Pompeya; la pequeña arca (loculus, cista o scrinium) para las joyas y productos femeninos o para guardar las provisiones y objetos de uso cotidiano (arculae, cistae, capsae). Juvenal dice que las arcas eran cosa de ricos, que los pobres, por su pobreza, se bastaban con un sacculum para guardar sus pertenencias. Las arcas se colocaban en el atrio, adosadas a alguna pilastra, puestas sobre base de mampostería y fijadas al suelo por un fuerte clavo que atravesaba el fondo. Eran auténticas cajas fuertes y de un tamaño tal que se entiende la anécdota de Apiano (B.C. 4,44), la de un ciudadano proscrito que se mantuvo varios días escondido en una en casa de un liberto suyo metido en uno de estos muebles.
Specula, solarium et clepsydra
En un principio, los espejos se fabricaban en un metal blanco, resultado de la aleación del cobre y el estaño, después también se hicieron de plata. Era una lámina redonda u ovalada sostenida por un mango finamente trabajado que, a pesar de la paulatina entrada del uso del cristal, nunca llegó a desterrar al metal. Se abrillantaba con piedra pómez y lo empleaban sobre todo las mujeres aunque los hombres también. Los espejos que empleaban las mujeres en su aseo eran grandes y lo soportaban dos esclavas mientras otras la peinan y aderezan, los portátiles son menores y empleados por las mujeres con coquetería.
Los romanos conocieron y emplearon dos clases de relojes: el de sol (solariun) y el de agua (clepsydra). El de sol, pudo haber sido introducido durante la primera Guerra Púnica. Cuando su uso se extendió, aquellos que mostraban las horas en los lugares públicos quedaron sometidos a la vigilancia de los censores. Como los nuestros, consistían en un plano horizontal, vertical o inclinado sobre el que una varilla (gnomon) proyectaba la sombra. El plano estaba divido en sectores y la sombra, al ir pasando por ellos, marcaba la hora aproximada ya que, con su sistema horario, las horas eran muy largas en verano -cuando el sol se pasaba quince horas en el horizonte- y muy cortas en invierno -cuando sólo alumbra nueve horas-. Así pues, la precisión era imposible si bien para los romanos no tenía mayor importancia. En las casas y villas de los más ricos solían estar situados en un lugar señalado de la zona abierta donde se ubicase.
Bastante tardía es la introducción del reloj de agua griego en la cultura romana. La clepsydra se componía de dos recipientes en forma de copa, una invertida, que se comunicaban entre sí por un conducto estrecho, como los nuestros de arena. Se usaban fundamentalmente en los tribunales para medir el tiempo de las intervenciones de los oradores y solían ser pequeños. Otros, más grandes, que duraban veinticuatro horas, marcaban por medio de una escala en el recipiente inferior las horas transcurridas. Su invención se adjudica Platón. Por la dificultad de poner sincrónicas dos clepsydras dice Séneca que es más fácil poner de acuerdo a dos filósofos que a los relojes (Apocol. 2,3).
Mensae apparatus
Era una auténtica pasión la que sentían los romanos por la vajilla fina. Las múrrinas, de oriente, hechas de material misterioso aún no identificado (ágata, ónice o sardónica), con forma de vaso o copa eran tan apreciadas como el oro. El nombre quizá provendría de murrha o murrhitis, porque olería o tendría el color de la mirra. Había una pasta artificial de vidrio que lo imitaba, pocula murrhina, de menor valor. Esta imitación tiene sentido si consideramos que el precio rondaría los 300.000 sestercios. Su calidad era excelente y las formas que se lograban con este material, maravillosas. Sabemos que Nerón se mandó hacer una fuente de mesa que ascendió al millón de sestercios y logró una colección de vasos murrhinos tan abundante que le sirvieron para adornar un pequeño teatro donde cantaba para sus allegados. Preciosas eran también las vajillas de ónice, sardónica y cristal.
Algunas se conservan porque con el paso de las generaciones no se han perdido debido a su valor y así podemos contemplar las que se exhiben en el Louvre, el museo de Nápoles o las que se han conservado por haber pasado del culto pagano al cristiano, como el Tesoro de San Marcos de Venecia, auténticas joyas de arte. El cristal de Roca también era preciado aunque la más común y antigua fue la vajilla de plata.
Los antiguos romanos se contentaban con tener un salero de plata sagrado en la mesa, pero conquistada España y descubierta sus minas de plata, su presencia en la casa fue notable. Desde Tiberio hasta Aureliano, se prohibió el uso de vajillas de metales preciosos fuera del ámbito religioso, pero sin éxito. La razón era que la continua depreciación del dinero llevaba a considerar que la inversión en estos objetos, fáciles de transportar y difíciles de consumir o estropear, era un valor seguro. Suetonio cuenta que Galba no salía de casa sin que le acompañara un carro donde transportaba sus vajillas, por lo que pudiera pasar. En Pompeya salvo en villa Boscoreale, se encontraron pocas vajillas preciosas, a pesar de ser tan comunes como estamos comentando, ya que quienes tuvieron tiempo las pusieron a buen recaudo.
Aulaei, uelae et cetera
En la casa antigua, los tapices y cortinas son una reminiscencia de las telas que en la primitiva cabaña revestían los interiores, las puertas y las ventanas. Este uso provenía de Oriente y evitaba que se viesen las paredes de ladrillo y protegían del calor, de ahí la rica industria persa de tapices y alfombras. Los griegos, conocieron pronto estas comodidades y las emplearon en los pórticos para dar sombra y en los templos para tapar las imágenes de los dioses en determinadas festividades. Entre los romanos, el uso de uela es el de ver sin ser visto. Son numerosas las citas donde se acredita esta afirmación: Tácito (Ann., 13, 5) cuenta que Agripina seguía las sesiones senatoriales oculta tras un tapiz; Suetonio (Vitae, 10,1) cuenta que Claudio fue proclamado emperador al encontrarlo los soldados tras unas cortinas cuando murió Calígula. No obstante, en las casas particulares, se emplean para evitar luz y curiosos. Eran complicadas en las casas ricas y sencillas en las normales (cena sine aulaeis era señal de condición humilde). En algunas casas de Pompeya y Herculano se han encontrado anillas o escarpias para sostener cortinajes tendidos sobre el atrio, ante el tablinum, para aislarlo del atrio. También se usaban en las lecticae (plagae o plagulae), en las sellae gestatoriae y en los carruajes de viajeros.
Iluminatio et calefactio
La calefacción de las casas se lograba con hornos fijos de leña construidos en un lugar bajo la casa cuyo humo y calor pasaba bajo el piso por aberturas creadas bajo el suelo o a lo largo de las paredes entre dos tabiques o tuberías. También contaban con hornos portátiles (foculi), más comunes, grandes recipientes con forma de cubo donde se quemaba leña. Para éstos últimos, la primera quema se hacía en el atrio o en el peristilo y luego se introducía en las habitaciones donde con fuelles podía animarse el fuego. El problema es que enrarecía el ambiente y causaba dolores de cabeza.
El alumbrado se lograba a través de antorchas (taedae, faces), candelas (candelae) y las lámparas de aceite (lucernae):
Las antorchas, sacadas de madera resinosa, fueron al comienzo un sistema de iluminación usual en las casas. Con el tiempo, su uso se reservó para bodas y funerales aunque los rústicos mantuvieron su uso.
Las candelas, también de uso antiquísimo, se lograban envolviendo en capas de cera o sebo un pabilo vegetal (papiro, estopa, esparto, junco, cáñamo, cuerda con pez, cera o sebo) retorcido en ellas para formar gruesas hachas que resistían y se llamaban funalia o funales cerei o simplemente cerei. Eran llevadas por un esclavo que acompañaba al señor cuando salía de noche y en los triunfos.
Cuando se generalizó el uso del aceite, la lucerna o lychnus fue el sistema de iluminación más común en las casas romanas. Son recipientes oblongos y aplastados, provistos de un asa por la parte posterior y de un pico o más (rostrum, myxus) en la anterior por donde sale el pabilo (ellychnium). En el centro tiene un agujero por donde se mete el aceite y la mecha de estopa, cáñamo o papiro. Fuera del uso doméstico, también se empleaban en las fiestas públicas, en las solemnidades religiosas, colgadas en las ventanas alumbrando la calle, en los espectáculos nocturnos -como los juegos en el circo que Domiciano presenció a la luz de enormes lámparas de aceite-. Con frecuencia, se regalaban por el cumpleaños a un niño, antiguamente no se apagaban hasta que se agotaban y existía la costumbre de llevarlas a los muertos. Estas costumbres se deben a la creencia en el carácter sagrado del fuego. Las más ordinarias eran de arcilla, aunque las había también de bronce y de materiales preciosos, con incrustaciones en oro, piedra, alabastro, vidrio y ámbar, destinadas para los templos y sepulcros de hombres ricos. Las formas que presentan son muy variadas: las que iluminaban la mesa de trabajo del tablinum tenían la apariencia de un trípode; otras, para poder ser colgadas, tenían una cadenita por la que podían pender del techo; otras lucernas podían tener un soporte o agruparse en candelabros (se han encontrado preciosos lampadarios en Pompeya) con forma de árboles de los que cuelgan frutas, en forma de ganso, rana, columnillas, estatuillas...
Las linternas (laternae), portátiles, fueron de uso es temprano. En casa o en la calle tenían la ventaja de que no se apagaban ni había riesgo de quemarse pues encerraban la luz del viento entre sus transparentes paredes de vitela fina, cuerno (laterna cornea), vejiga (laterna de uesica) y más tarde de cristal. Sus formas eran semejantes a las nuestras y las más preciadas venían de Cartago: Plauto se ríe de la delgadez de un cordero comparándola con la de una linterna púnica (Aul. 567).
Los candelabros eran originariamente soportes para colocar las candelas o lámparas de aceite. Constaban de una caña con una arandela en la parte superior donde se colocaba una tea o una piña de pino ardiendo, un soporte base que podía simular una columna o figura humana y el pie triple con la apariencia de las patas de un animal que lo fija al lugar deseado. Así eran los más primitivos y con esta forma perduró entre los rústicos. Aunque empezaron siendo sencillos y baratos, su popularidad los acabó convirtiendo en un objeto precioso con incrustaciones de todo tipo de material noble que lo encarecía enormemente y dotaba de gran sofisticación cualquier hogar pudiente. Los más cotizados eran de Egina y se vendían hasta por más de 50.000 sestercios. Espectacular debió ser el que el rey de Siria regaló al templo Capitolino de Júpiter Optimo Maximo y que se quedó Verres según cuenta Cicerón en Verr., 4, 64-67.
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