Tenemos ante nosotros el más largo de los puentes romanos del país, pues su longitud es de 792 metros y sus ojos hoy son sesenta y debieron ser en sus orígenes cuatro más. El puente salva el caudaloso río Anas de los romanos, nuestro Guadiana de hoy. En medio de las aguas una islilla a la que se puede descender desde el puente por medio de unas rampas. A la mitad del puente hubo una torre y, en su cabecera, una de las puertas de entrada a la ciudad.
Su calzada mide unos 8 metros de ancho, suficientes para absorber todo el tránsito. Es la obra que da sentido a la existencia de esta ciudad, y por su valor estratégico, un elemento crucial para el comercio y para todas las guerras que han tenido como escenario a todo el occidente de la Península.
Construido en su totalidad de hormigón forrado de sillares de granito.
Ha sufrido numerosas reparaciones desde su construcción. El rey visigodo fue quien hizo la primera en el 686; a ella pertenecerán los arcos que sobrepasan el medio punto romano. Lo original es lo que queda más cercano a la población, un tramo formado por ocho arcos de medio punto con otros intermedios pequeños que aligeran la obra y sirven de aliviaderos. Lo demás es lo reparado con motivo de destrucciones debidas a guerras o riadas. La vista sobre la ciudad es muy hermosa desde este puente, al que también podemos admirar desde otros de más moderna construcción.