LA ESPERANZA EN LA SAGRADA ESCRITURA (3)

El que ha puesto su esperanza en Cristo vive de la esperanza, y lleva ya en sí mismo algo del gozo celestial, pues esta virtud es fuente de alegría y permite soportar con paciencia los sufrimientos (Col 1, 11-24); confía con constancia en todas las situaciones de su vida; soporta pacientemente la tentación, las tribulaciones y el dolor; trabaja esforzadamente por el reino de Dios, y emplea todas sus fuerzas para lograr la vida eterna, a través de su quehacer humano. La esperanza lleva al abandono en Dios, pues sabe el cristiano que Él cuenta con todas las situaciones por las que ha de pasar nuestra vida: edad, enfermedad, etc., y otorga las ayudas necesarias para salir adelante.

San Pablo, poco antes de morir, nos dejó este canto de esperanza: Cuanto a mí, a punto estoy de derramarme en libación, siendo ya inminente el tiempo de mi partida. He combatido un buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. Ya me está preparada la corona de la justicia, que me otorgará aquel día el Señor, justo Juez, y no solo a mí sino a todos los que aman su venida. El Señor me asistió y me dio fuerzas. El Señor me librará de todo mal y me guardará para su reino del cielo. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (2Tm 4, 6-8, 17 y 18).

La devoción a la Virgen es la mayor garantía para conservar y aumentar esta virtud teologal. "Ella nos ha precedido por la vía de la imitación de Cristo, y la glorificación de nuestra Madre es la firme esperanza de nuestra salvación; por eso la llamamos Spes nostra y Causa nostrae laetitiae, nuestra esperanza y causa de nuestra felicidad".