La Esperanza en la Sagrada Escritura (2)

Jesucristo nos anuncia, en cada página del Evangelio, un mensaje de esperanza. Él mismo es nuestra única esperanza (cfr. 1Tm 1, 1); es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. En Él tenemos puesta nuestra esperanza y por eso nos podemos acercar confiadamente a Dios Padre (1Tm 3, 12).

El Señor mismo nos señala que el objeto principal de la esperanza cristiana no son los bienes de esta vida, que la herrumbre y la polilla corroen y los ladrones desentierran y roban (Mt 6, 19), sino los tesoros de la herencia incorruptible, y en primer lugar la felicidad suprema de la posesión eterna de Dios. Como consecuencia, la esperanza se extiende a todos los medios necesarios para alcanzar ese fin. Bajo este aspecto particular, también los bienes terrenales pueden caer bajo el ámbito de la esperanza, pero solo en la medida y en la manera con que Dios los ordena a nuestra salvación.

San Pedro enseña que la esperanza tiende a la herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible del cielo y se funda en la protección del poder de Dios (1P 1, 4 ss).

Es infundida por Dios en el momento del Bautismo como una disposición e inclinación permanente. Bajo el impulso de la gracia actual será después el principio de aquellos actos que ayudan al hombre, por encima de sus flaquezas y culpas, a superarse continuamente hasta alcanzar el fin supremo.

Nuestra esperanza en el Señor ha de ser más grande cuanto menores sean los medios humanos de que se dispone o mayores sean las dificultades.