Federico O'Reilly Togno
Por Raúl Rueda
Federico O'Reilly Togno
Por Raúl Rueda
Escribir solo un recuerdo o anécdota de mi relación con Federico, resulta muy difícil. Desde 1985 que nos hicimos buenos amigos, pasaron muchas cosas, que me hacen imposible pensar en una sola.
¿Qué contar?. De nuestras primeras colaboraciones académicas, siendo yo simpatizante de la corriente bayesiana de la estadística y él frecuentista; de las discusiones que nos llevaron a conciliar en la estadística fiducial; o de todas las discusiones académicas, en donde demostraba la gran intuición que siempre tuvo para prever lo que deberíamos obtener o cómo debería de comportarse lo que estábamos haciendo. De las largas pláticas vespertinas donde me contaba anécdotas de su familia, sobre todo de sus papás.
A medida que la amistad crecía, las vivencias también. Por ejemplo, contar de cuando su casa se volvió bodega de cajas de Coca-Cola para la Olimpiada de Matemáticas, pues la Pepsi-Cola tenía la concesión en la UNAM. De las varias invitaciones a comer o cenar a su casa en compañía de Renata y en la que conocimos a su familia: Ana María, María, Eugenia y Federico. De las veces que Eugenia aceptó tocar el piano en las ceremonias de premiación del concurso de la Olimpiada de Matemáticas en el DF.
O bien, de nuestras “encerronas” en Guanajuato de dos o tres días, para terminar el trabajo que ya se estaba haciendo muy largo. De sus malas noches, porque los perros ladraban exactamente abajo de su cuarto, o las papas de la cena le habían caído mal, o notó que el corazón le latía de una manera desenfrenada. De cómo presumíamos de nuestros autos antiguos: él su camioneta y su “vochito” y yo de mi Maverick. De la vez que veníamos de Guanajuato en el Maverick muy rápido, según confesó él hace unos años, pero que comenzó a hacer ruido y decidimos que me dejaba en casa y él se lo llevaba a la suya, para después llevarlo con el Sr. Peña. Posiblemente se ofreció, porque ¡ya no quería que lo llevara a su casa!.
De las muchas tardes en el IIMAS en las que nos pasábamos varias horas contándonos nuestros “dramas familiares”. Los viernes eran especiales, porque Fede sacaba una botella de anís y su oficina se convertía en salón de reunión con todos los miembros del Departamento que todavía andaban por ahí.
De los innumerables chistes que contaba y a veces más de una vez, pero con la misma gracia que la primera y que, en general, me hacían reír por mucho que no quisiera. En ocasiones, cuando estábamos con más gente, yo le decía “Fede, cuéntate el chiste de …” , lo hacía y yo me reía como la primera vez.
De las “famosas tocadas” en que no nos salía una sola canción bien tocada, pero nos reíamos hasta el cansancio. Las grabamos y luego le hacía una copia que se la puso a todo incauto que llegaba a su oficina y las risas de ambos se oían hasta el mío, a pesar de que ambas puertas estaban cerradas.
Y de los viajes a Valencia. De su pasión por las motocicletas. Todavía un poco antes de la pandemia tuvimos una plática larga sobre su enfermedad, de cómo se sentía y lo que hacía para mantenerse optimista hacia el futuro.
Perdí a mi tutor. De él aprendí a pensar en un problema mucho y cuando ya estaba claro en la cabeza, tomar lápiz y papel. Como mencioné, Fede tenía una intuición fabulosa, debido a su experiencia y a sus conocimientos, y muchas veces preveía qué deberíamos de encontrar o a dónde deberíamos de llegar. Trabajar con él fue un privilegio, un gozo, una diversión y un aprender constante.
Perdí un amigo con el que compartí muchas tardes no académicas, pero también llenas de enseñanza. Un amigo que me escuchaba con mucha atención y siempre tenía el comentario exacto en el momento exacto, que incluso podía ser uno de sus famosos chistes. Y que también me pedía consejos en ocasiones.
Fui su alumno, su ayudante, su colega, su doctorante, compañero de trabajo, colaborador, pero antes que todo esto, me honró dejándome ser su amigo.
Fueron 36 años de vivencias, de colaborar, de platicar y de, que también los hubo, enojos y concesiones. Pero sobre todo, fueron 36 años de una gran amistad que siempre llevaré conmigo. Donde quiera que esté, se acordará cuando una tarde me dijo: “ Cuando estemos viejitos, nos acordaremos de estas tardes”.