Para los que visiten hoy La Algaba, es difícil poder imaginar La Algaba que conoció nuestro pintor. La Algaba de los años 20 del siglo pasado era un blanco caserío junto al Guadalquivir. Sobre las casas encaladas de una o dos plantas, descollaban apenas unos pocos edificios, destacando la Iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, la Torre de los Guzmanes y alguna casa de familia hacendada. Poco más.
El caserío irregular de trazado mudéjar aglutinaba en calles insalubres sin asfaltar a una población en general campesina y de pocos recursos económicos. Las casas de construcción pobre (ladrillo sobre todo), sufrían de manera periódica los embates de las riadas del Ribera de Huelva y del Guadalquivir.
Alrededor del pueblo se expandía un anillo de huertas, cuyos productos llevaban las algabeñas a vender a Sevilla, en especial los cítricos sobre todo la naranja.