La epopeya de Gilgamesh

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Entre el tercer y cuarto milenio antes de nuestra era, el fondo del golfo Pérsico se encontraba ciento cincuenta kilómetros más al norte que en la actualidad. El Tigris y el Éufrates, que ahora confluyen para formar el Shatt-el-Arab, tenían entonces sus propias desembocaduras. Cuando la civilización nació en Mesopotamia, surgida del pueblo sumerio, las primeras ciudades se levantaron a orillas de los ríos y en el litoral del golfo. Hacia el tercer milenio, un segundo pueblo del norte de Mesopotamia, de origen semita, los acadios, se mezcló con los súmeros y, como ocurre a menudo en la historia, los conquistadores fueron a su vez conquistados por el espíritu superior de los vencidos. Los acadios adoptaron el arte, la ciencia, las instituciones y la escritura del país invadido. Pero como aquellos semitas hablaban un lenguaje más perfecto que el de los súmeros, la lengua acadia se impuso, aunque el idioma sumerio continuó empleándose para el culto religioso y como vehículo cultural.

S. N. Kramer ha hecho el balance de los textos sumerios de que se dispone en la actualidad: las nueve décimas partes son de orden económico, pero hay tres mil tablillas enteras o fragmentarias que contienen poemas épicos, mitos y oraciones. De estos textos literarios, no todos utilizables, se destacan principalmente: la epopeya de Gilgamesh, el poema de la Creación, los mitos de Enki y de Ninhursag, el nacimiento de Nannar, el dios luna, etc. Si esta riqueza literaria ha podido llegar hasta nosotros fue porque los dubshar o escribas la imprimieron, mediante una caña cortada, sobre tablillas de arcilla que luego eran secadas al sol o cocidas al horno. Una vez la tablilla se transformaba en duro ladrillo se convertía en un documento indestructible. En cambio, la arcilla de los ladrillos sin cocer que formaban la base de los templos y palacios mesopotámicos volvió al polvo, destruida por el tiempo, el sol, el viento y la lluvia. Las antiguas ciudades no son más que montículos de tierra que esconden las bibliotecas casi intactas de la civilización asirio-babilónica, los archivos de la vida y del espíritu del primer hombre histórico. Lo que los escribas registraron sobre el blando barro, el fuego lo fijó para el futuro.

Recientemente se ha encontrado un interesante documento sobre la vida de un pequeño escriba súmero, de un hijo de “la casa de las tablillas” que vivió hace tres mil quinientos años. El texto se compone de dos partes: las penas del discípulo y la esperanza en un futuro mejor. Por la mañana, temprano, el alumno dice a su madre:

Dame mi desayuno; he de ir a la escuela. Mi madre me dio dos panes y salí. En la casa de las tablillas, un celador me dijo: ¿Por qué llegas tarde? Yo estaba asustado, mi corazón latía con fuerza. Me acerqué a mi maestro.

Más adelante, el padre del alumno invita a su casa al maestro, lo hace sentar en el lugar de honor y le dice:

Desata la mano de mi hijo, haz de él un experto. Enséñale todas las delicadezas del arte del escriba…

La época en que la epopeya de Gilgamesh terminó de integrarse remonta aproximadamente al siglo XXV antes de nuestra era, pero debe tenerse en cuenta que los textos describían a la sazón un tema ya mítico, con un acento y un espíritu que eran los de su tiempo. Los héroes conducen la acción del poema; los simples humanos, con excepción de la hieródula, o prostituta sagrada del templo, representan un papel secundario. El nombre del héroe, Gilgamesh, que no ha sido explicado aún de una manera satisfactoria, es el equivalente de su nombre en sumerio y se escribía Iz-tu-bar. En los textos babilónicos, el nombre del héroe constaba abreviado: Gish. En una lista de la primera dinastía de Uruk consta que:

El divino Lugalbanda, un pastor, reinó durante 1,200 años. El divino Dumuzi, un pescador, nacido en Eridu, reinó durante 100 años… Gilgamesh, cuyo padre era un tal Lilla, sacerdote de Kullab (barrio religioso de Uruk), reinó durante 120 años. Ur-Nungal, hijo de Gilgamesh, reinó durante 15 años…

Aunque Gilgamesh declara descender de Lugalbanda, no era de estirpe real, y si llegó a ser rey de Uruk fue a causa de sus hazañas. Según la leyenda, su madre fue una diosa muy conocida, Ninsun, sacerdotisa de Shamash, dios del sol. Su nombre puede traducirse por “la diosa vaca”, lo que parece indicar la forma bajo la cual la representaban sus primeros adoradores. Lilla, el nombre del padre de Gilgamesh, significa “imbécil, medio loco”, pero lo más verosímil es dar a este término el sentido de lillu: demonio. Ese demonio se había unido a Ninsun, y por eso Gilgamesh, concebido por un demonio y una diosa, no fue completamente un dios. Sin embargo, será invocado por el pueblo como una divinidad, sobre todo en la época sumeria, según puede comprobarse en un himno que se le dirigía para solicitar la curación de los enfermos:

Oh Gilgamesh, gran rey, juez delegado de los dioses del cielo, príncipe, gran dispensador de órdenes para la humanidad, vigilante de todos los países, gobernador del mundo, señor de todo lo que existe en la tierra, tú juzgas soberanamente y como un dios dictas sentencia.

Enkidu, su fraternal compañero, es también hijo de una diosa, pero, como Adán, es creado con arcilla y representa la fuerza brutal y el despertar de lo humano tras haber conocido el amor de la mujer. Enkidu pasa así del estado de naturaleza a la civilización, mediante una revolución que se efectúa no sin sacudidas y dolor. De todas las divinidades del panteón súmero-acadio, Ishtar es la que se mezcla más directamente con el destino de los hombres. En el poema, la diosa vive en Uruk, en su templo, el Eanna o Casa del Cielo, rodeada de sus sacerdotisas. En la época asiria, Ishtar era la diosa de la guerra y, al mismo tiempo, de la fertilidad, el amor y las fuerzas de la naturaleza. Cuando en un sueño se revela al rey Asurbanipal para anunciarle la victoria, no deja de recordarle que lo alimentó con su leche. Es como cortesana de los dioses que se ofrece a Gilgamesh, como se ha ofrecido a tantos. Bajo este aspecto, Ishtar presenta una curiosa semejanza con la diosa conocida por el nombre de Kilili­ sha apati, “Kilili de las ventanas”, porque desde ellas llamaba a los hombres. También se la llamaba Kilili mushirtu, o sea, “Kilili que se asoma”, o bien “diosa de los muros y de las columnas”, y se la pintaba sentada en los rincones oscuros de las murallas de la ciudad. Cuando Ishtar se presenta acompañada de su séquito, éste está formado por las hieródulas o prostitutas sagradas adscritas al templo de la diosa. Una prostituta de esta categoría desempeña un papel importante en el poema de Gilgamesh. En la antigüedad asirio-babilónica la prostitución sagrada era muy distinta de la prostitución ordinaria. En el código de Hammurabi se detallan los derechos particulares de las hieródulas, “las mujeres de Marduk”, que vivían en comunidad y estaban protegidas contra el escándalo por las mismas leyes que amparaban la reputación de las mujeres casadas. Además de la prostitución permanente, existía en la antigua Babilonia una prostitución sagrada ocasional. Una vez en su vida, cada mujer babilónica debía ir a sentarse en el templo de la diosa de la fecundidad hasta que un extranjero se acercara a ella y, tras arrojar sobre sus rodillas una moneda de plata, dijera: “Invoco a Milita en tu favor”. La mujer, entonces, debía seguir al hombre hasta las dependencias del templo, y el dinero de esta manera obtenido se consideraba sagrado. Después de este rito, la mujer volvía a vivir su vida normal. Herodoto nos cuenta que había mujeres tan poco favorecidas por la naturaleza, que debían esperar años hasta que un hombre les arrojara la moneda. Como la Ilíada y la Odisea, como las canciones de gesta, el poema de Gilgamesh era recitado y fue vastamente conocido entre los pueblos del Asia anterior. No cabe duda que influyó sobre el tipo de héroe del Sansón bíblico y del Hércules griego, y cuando la leyenda se apoderó de la figura de Alejandro Magno, algunas de las hazañas de Gilgamesh le fueron atribuidas. Con los siglos, este gran mito de la fuerza del hombre y, a la vez, del héroe mordido por la conciencia de su vulnerabilidad, fue derribado y esparcido, y la sombra de los siglos lo cubrió.

Gilgamesh empezó a resucitar en Londres en los últimos lustros del siglo XIX, cuando Georges Smith, uno de esos autodidactos que de vez en cuando se encuentran en la historia de la arqueología, logró descifrar algunas tablillas mesopotámicas del llamado poema de Gilgamesh. Las tablillas de arcilla cocida estaban en acadio y en aquella escritura cuneiforme que por sus caracteres fue descrita, en los primeros tiempos de su descubrimiento, “como si hubieran corrido pájaros sobre arena mojada”. Las tablillas descifradas formaban parte de las 25,000 que componían la Biblioteca de Asurbanipal, hallada por Layard en la primavera del año 1860. Ninguno de los excavadores de Nínive reconoció, de momento, la extraordinaria importancia que encerraban los montones de maltrechas tablillas. Todo el material cuneiforme fue metido, sin embalar, en cestas que, sobre almadías, llegaron a Basora y después, a bordo de un buque de guerra británico, a Londres. Esta descuidada manera de tratar las tablillas les causó más daño —dice Ceram— que el que les habían producido los medos, quienes, en el año 612 a. de C., se apoderaron de Nínive y destruyeron el templo del rey Asurbanipal. Sin embargo, el gran poema, debido a hallazgos más recientes de otros fragmentos, ha llegado hasta nosotros en una proporción que da idea cabal de su totalidad: aunque mutilado, puede decirse que lo tenemos completo. Así, el hombre moderno puede conocer, a través de la poesía, lo que sin duda es la primera gigantesca figura del alba de la historia, el gran rey de Uruk: Gilgamesh. Con las tablillas de arcilla cocida, llegó a Londres, en realidad, la Odisea de la antigua Asia Occidental, tanto más cuanto que el personaje central no deja de tener cierta semejanza con Ulises. Como éste, Gilgamesh desprende su destino individual de su pueblo, es hombre de aventura y de búsqueda, y el impulso de su quehacer vital se mueve de una manera igualmente circular: cierra sus conquistas tanto como sus agotamientos. Si Ulises convoca a los muertos, Gilgamesh sabe de la muerte a través del espíritu de su amigo Enkidu. La magia, durante milenios, aisló con sus poderes nefastos o protectores a cuerpos y espíritus. Los sacerdotes mesopotámicos de los dioses de la magia, Marduk y Ea, vestidos de rojo, color antidemoniaco, o llevando una vestidura en forma de caparazón, utilizaban la varita del mago, con la que trazaban círculos, al tiempo que decían: “El círculo mágico de Ea está en mi mano, la madera del cedro, el arma santa de Ea, está en mi mano, la palma del gran rito está en mi mano.” Y, en los dominios de la magia, había la palabra, el número y el símbolo. Para los antiguos asirio-babilónicos, la “doctrina del hombre” se resumía en un principio fundamental: una cosa sólo existía cuando llevaba un nombre, es decir, el nombre de una cosa no solamente la expresaba sino que era su esencia. En el poema babilónico de la Creación, los primeros versos, que se refieren al Caos, dicen: “Cuando en lo alto el cielo no tenía nombre…” Así, cuando Gilgamesh afirma que quiere hacerse un nombre, el sentido implícito no es el de que quiere alcanzar la gloria o fama por sus hazañas, sino .de que desea nacer o existir, abrirse al destino del ser.

Una epopeya como la de Gilgamesh es la obra anónima de los siglos, y de ahí que en el poema se perciban claramente interpolaciones, incorporación forzada de leyendas anteriores, préstamos de la historia nacional y el aluvión de la memoria colectiva. Algunos se han preguntado si el poema de Gilgamesh debía ser considerado solamente como la narración de las hazañas de un héroe legendario o guardaba un sentido oculto. Si Gilgamesh, como afirman algunas teorías, es un dios solar que sigue el camino de Samash cuando va en busca de la inmortalidad, ¿no se colige de ello que todo el poema tiene un valor simbólico? En una palabra, ¿se puede explicar el poema? Georges Contenau, el gran orientalista, cree que los símbolos se encontrarán en el poema sólo si el lector los pone allí después de la lectura. Yo creo, sin embargo, que el hecho de que esta posibilidad exista es la mayor prueba de que una obra trasciende su literalidad, es válida tanto por lo que da como por lo que recibe. Los eruditos panbabilonistas tienden a sistematizar excesivamente la teoría de que la mitología astral de los antiguos mesopotámicos es la clave de su civilización, y consideran el poema de Gilgamesh como la evolución de un mito solar, que el número de doce tablillas del poema corresponde al número de los meses del año, etc. Ante la realidad del poema, esas hipótesis académicas tienen un valor de curiosidad, y nos suenan un poco como si un sabio, dentro de dos mil años, descubriera en Cristo un mito solar porque tuvo doce apóstoles. La epopeya de Gilgamesh es la más famosa creación literaria de la antigua Babilonia. A diferencia de otro gran poema babilónico, el de la Creación, cuyos protagonistas son dioses, los héroes del poema de Gilgamesh son seres humanos y la acción se desarrolla en la tierra. Aunque en él los dioses representan ciertos papeles, el hombre ocupa el centro de la escena, con sus eternos problemas: tiempo, poder, amistad, amor, muerte, gloria, inmortalidad… Todos los temas básicos del hombre en el mundo están presentes en el poema, y de ahí su trascendencia y palpitación. Gilgamesh, arrancado a su temporalidad mítica e histórica, podría incorporarse con su profunda vigencia a la actualidad desgarradora de la época moderna. Su ambivalencia de fuerza vencedora en la acción épica y de desvalidez moral ante el aguijón de la nada hincado en su ser, le comunican la tensión extrema de la división trágica. La figura de Enkidu, en quien cristalizan las experiencias del amor y de la muerte, tiene casi tanta grandeza y densidad como la de Gilgamesh. Aquí está el hombre, comprendemos en seguida: ser de acción, luz y sombra. Y en él nos reconocemos, por las mismas razones fundamentales que en él se reconocieron los hombres de cuatro mil años atrás. Gilgamesh no logra ser dios, es decir, no conquista la inmortalidad: se sabe irremisiblemente condenado a hombre. Como todos los hombres, Gilgamesh quiere conocer la verdad de lo desconocido, aunque ello suponga tener que “sentarse para llorar”. La respuesta de Enkidu es la desesperación milenaria: polvo y nada. Pero al final sabemos que si, para ciertos espíritus, sólo es posible comer desechos, hay otros, en cambio, que beben del agua fría de la vida.

Dejemos que las maltratadas tablillas de los escribas nos hablen desde un mundo que existió hace cuatro mil años…

Agustí Bartra


Tablilla I. El poeta nos advierte que va a cantar los hechos de un héroe sin par, del constructor de la gran muralla de Uruk. Pero Gilgamesh, el hombre “que ha visto hasta el fondo de todas las cosas” es también un rey tirano, cuyos súbditos piden a los dioses que los liberen del poderoso rey. Anu suplica a la diosa Aruru que cree un doble de Gilgamesh. La diosa accede y, con barro, modela primero y luego da vida a Enkidu, hombre rudo y salvaje que vive con los rebaños de la llanura, se alimenta como ellos y se convierte también en una carga para el país porque protege a las bestias y las salva de las trampas de los cazadores. Uno de éstos se queja de la situación a su anciano padre, quien le aconseja que se dirija a Gilgamesh y le pida una hieródula o ramera sagrada del templo para llevársela a Enkidu. El cazador y la mujer esperan a Enkidu cerca de un aguadero, y sucede lo que el viejo y Gilgamesh habían previsto. La mujer propone a Enkidu llevarlo a Uruk, para que conozca a Gilgamesh. Éste, mientras tanto, ha sido avisado de la llegada de Enkidu por dos sueños, que su madre, Ninsun, interpreta. En uno de los sueños, un aerolito caía del cielo sobre él; en el otro, un hacha caía también del cielo y Gilgamesh se la ponía al costado. En los dos casos, explica Ninsun, se trata de Enkidu, que se convertirá en amigo de Gilgamesh.

Tablilla II. Texto muy mutilado. La hieródula emprende la tarea de iniciar a Enkidu a una vida humana y civilizada. Más tarde, mientras ambos se encaminan hacia Uruk, Enkidu se topa con un campesino que le revela la verdadera condición del hombre que debe ganarse la vida al precio de mil fatigas. Enkidu y la hieródula entran en Uruk. Se supone que es a causa de la mujer que Gilgamesh y Enkidu luchan. Gilgamesh, a pesar de su fuerza, es vencido por Enkidu; pero éste manifiesta su admiración ante la resistencia del rey de Uruk, y se hacen amigos.

Tablilla III. Falta el principio de las dos columnas de la tablilla. Pena de Enkidu, causada seguramente por la pérdida de la hieródula. Gilgamesh le confía sus proyectos: ir a luchar contra Humbaba, el gigante que reina en el bosque de cedros, porque “quiere conquistar un nombre”. Fabricación de las armas. Los dos héroes celebran consejo con los ancianos de la ciudad. La madre de Gilgamesh ofrece un sacrificio propiciatorio para que su hijo triunfe.

Tablilla IV. Texto muy incompleto. Gilgamesh y Enkidu llegan al bosque de cedros. Los dos amigos hablan de las dificultades de la lucha. Gilgamesh reconforta a Enkidu, en quien ha hecho presa el miedo.

Tablilla V. Descripción de las maravillas del hombre. Sueños de Gilgamesh antes del combate. Los vientos, que han acudido en ayuda de los héroes, deciden la lucha, y los dos amigos logran cortar la cabeza de Humbaba.

Tablilla VI. Terminado el combate, Gilgamesh procede a ataviarse. La diosa Ishtar, admirada de la belleza del héroe, se ofrece a él. Gilgamesh la rechaza, reprochándole lo que ha hecho a los numerosos amantes que ha tenido. La diosa, enfurecida, sube al cielo, se queja a su padre Anu y le pide la creación de un “toro celeste” para aniquilar a Gilgamesh. Anu accede a ello, pero a condición de que su hija, diosa de la fertilidad, haga prosperar, durante siete años, las cosechas y los rebaños. Centenares de hombres valerosos tratan de resistir al monstruo, el cual los dispersa sólo con su aliento. Finalmente, el toro es abatido por Enkidu. Ishtar se lamenta en la muralla de Uruk. Enkidu arranca las partes del toro y las lanza contra la cabeza de Ishtar.

Tablilla VII. Sueño de Enkidu, que la tablilla, mutilada, no ha conservado. Sin duda, como castigo por haber ofendido a Ishtar, Enkidu debe morir. Muy enfermo, maldice a la hieródula, origen de su enfermedad. Samash se lo reprocha y le hace ver que sólo beneficios ha recibido de la mujer. Enkidu, antes de morir, tiene la premonición de lo que es el país de donde no se regresa.

Tablilla VIII. Muy mutilada. Al quiebro del alba, Gilgamesh canta las hazañas que él y su amigo muerto han realizado, y promete glorificar a su camarada.

Tablilla IX. Presa de pánico ante el cadáver de Enkidu, Gilgamesh toma la resolución de partir en busca de la vida eterna. Llega a las montañas de Mashu, donde encuentra a los hombres escorpiones que guardan el camino del sol. Tras una penosa marcha, se topa con un árbol maravilloso.

Tablilla X. Gilgamesh llega a la morada de la tabernera Siduri, cerca del mar. Siduri aconseja a Gilgamesh que, en vez de lamentarse, se entregue a los goces de la vida. Gilgamesh pregunta a Siduri cómo podrá llegar a la casa de Umnapishti, su ancestro, el único hombre que ha logrado alcanzar la inmortalidad. Viaje de Gilgamesh en la embarcación de Ursanabi, batelero de Ut-Napishtim. Atraviesan las aguas de la muerte. Encuentro con Ut-Napishtim, quien manifiesta a Gilgamesh que la inmortalidad no es patrimonio de los humanos.

Tablilla XI. Sin embargo, él, Ut-Napishtim, la obtuvo: es el único hombre que escapó del Diluvio, cuya narración hace. Deseoso, sin duda, de demostrar a Gilgamesh la fragilidad humana, Ut-Napishtim recomienda al héroe que trate de mantenerse despierto durante seis días y siete noches. Pero Gilgamesh se queda dormido en cuanto se tiende a descansar. Ut-Napishtim despierta a Gilgamesh y lo despide, pero, a ruegos de su mujer, que se ha apiadado del hombre, vuelve a llamar a Gilgamesh para decirle que en el fondo del agua encontrará la planta de la eterna juventud. Gilgamesh se sumerge en la corriente y se apodera de la planta, que le es arrebatada más tarde por una serpiente, mientras se baña en una fuente. Gilgamesh regresa a Uruk, terminado su inútil viaje, y muestra a Ursanabi la muralla de su ciudad.

Tablilla XII. Descripción de un árbol fabuloso, entre cuyas raíces vive una serpiente, en la cima un águila y un demonio femenino (o una gaviota, según algunos comentaristas) dentro del hueco tronco. Gilgamesh tala el árbol, dispone que con su madera se haga un trono y un lecho para Inanna-Ishtar y, con las ramas y raíces, se fabrican dos instrumentos musicales de poder mágico. A causa de un error en el rito de la ceremonia, esos dos instrumentos caen en la Gran Morada de las Sombras. Desesperación de Gilgamesh. Enkidu, o su espíritu, se ofrece para ir a buscarle los perdidos instrumentos y le dice lo que debe hacer para no irritar a los espíritus de los muertos. Gilgamesh desobedece, tal vez para incitar a los espíritus a que salgan y, de esta manera, volver a encontrarse con Enkidu. Por último, Nergal, dios de los infiernos, permite al espíritu de Enkidu que suba a la tierra por unos instantes. Gilgamesh pide a su amigo que le descubra cuál es la ley del mundo subterráneo. Enkidu accede, y su descripción es desconsoladora. Aquí termina el poema.