Locke - Carta sobre la tolerancia

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John Locke (Wrington, Somerset, 1632 - Oaks, Essex, 1704) estudió en la Universidad de Oxford, donde se doctoró en 1658. Su especialidad era la Medicina y mantuvo relaciones con reputados científicos de la época como Isaac Newton. Fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y alcanzó renombre por sus escritos filosóficos,

La Carta fue publicada primero en latín en mayo de 1689 en Gauda, Holanda, y posteriormente una traducción al inglés (A Letter Concerning Toleration), realizada por William Popple, fue publicada en octubre del mismo año. Pese a que ambas publicaciones aparecieron en forma anónima, existen razones para creer que Locke participó de alguna manera en la traducción al inglés. También resulta curioso mencionar que, pese a que su amigo Van Limborch, a quien la Carta estaba sin duda dirigida, ciertamente estaba al tanto de la autoría de Locke, la correspondencia entre ambos detalla la aparición de la Carta como si fuera un hecho ajeno.

La Carta generó un intenso debate acerca del derecho del gobierno de usar la fuerza, si era necesario, para que los disidentes reflexionaran acerca de los méritos del anglicanismo, como la verdadera religión. Este debate fue iniciado por Jonas Proast, y en 1690 Locke responde con A Second Letter Concerning Toleration. Proast contesta, y Locke publica en 1692 A Third Letter Concerning Toleration. En 1703 Proast contesta nuevamente, y Locke no alcanza a finalizar su Fourth Letter Concerning Toleration, la que es publicada póstumamente, una vez que en su testamento reconoce la autoría de sus obras anónimas.

Popple inicia su traducción de la Carta con una ‘Nota al lector’, en la que aparece una frase famosa que a menudo ha sido atribuida a Locke, pero que sin duda refleja el ánimo de su escrito: “Absolute liberty, just and true liberty, equal and impartial liberty, is the thing that we stand in need for” (Absoluta libertad, justa y verdadera libertad, igualitaria e imparcial libertad, eso es lo que reclamamos).

La Carta apela a las conciencias de aquéllos que han perseguido, atormentado, destruido o matado a otros hombres por motivos religiosos. Este tipo de situaciones tiene consecuencias más dañinas que cualquier tipo de disentimiento en materias eclesiásticas. Hay que distinguir exactamente entre lo que concierne al gobierno y aquello que concierne a la religión. El gobierno tiene claro su objetivo de procurar, preservar y avanzar en pro de los intereses civiles, pero este objetivo no puede ni debe extenderse a la salvación del alma.

El énfasis en la libertad de la persona implica necesariamente que las creencias no pueden ser impuestas por la fuerza. El comportamiento religioso individual, si tiene finalidad alguna, está necesariamente definido con base en la convicción subjetiva. En asuntos privados, cada uno decide cuál es el mejor curso a seguir, así también debe suceder con temas de conciencia religiosa. El cuidado de alma, como el cuidado de lo que es propio, es algo que pertenece al individuo.

Pero la iglesia, que es una asociación voluntaria de hombres, tampoco tiene jurisdicción alguna en asuntos terrenales. De esta forma, la autoridad eclesiástica debe ser mantenida dentro de la Iglesia, y no extendida a los asuntos civiles, que son de competencia del gobierno.

Éste es el gran punto de la Carta, y el gran legado político en cuanto a la separación de los poderes del Estado y de la Iglesia. Cada institución debe atenerse a los papeles que le competen, marcándose así claramente los límites entre lo eclesiástico y lo civil.

El legado de John Locke, en particular su defensa de la tolerancia, como respeto al derecho religioso individual, representa una llave fundamental para el desarrollo del mundo moderno. El lenguaje del deber pierde protagonismo frente al nuevo lenguaje del derecho. Una importante consecuencia de este giro ha sido el hecho de que el ciudadano puede finalmente dar a conocer la voz de su conciencia.