Relatos de perdón, de pacificación y de reconciliación

Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Valladolid. España

01.12.08 @ 12:10:17. Archivado en Justicia y paz

Un desafortunado refrán japonés dice: “Lo pasado, tirarlo al agua”. Es como “borrón y cuenta nueva”. Pero el auténtico perdón no es borrón y cuenta nueva, sino cuenta renovada, a pesar de que no se pueda hacer borrón de lo pasado.

El olvido del mal pasado conlleva dos males: 1) creer que lo pasado, pasado está y... aquí no ha pasado nada. 2) permitir o fomentar su repetición en el futuro.

“Hay abusos del olvido...Bajo formas institucionales de olvido se cruza demasiado fácilmente la frontera con la amnesia... La amnistía se convierte en caricatura del perdón,.. Imponer como deber el olvido sería fomentar la amnesia... Conservar la frontera entre amnistía y amnesia favorece la integración de la memoria, el duelo y el perdón”.

Así hablaba el filósofo Paul Ricoeur en su magistral obra La memoria, la historia y el olvido (2000). Habría que recomendar su lectura a quienes hablan superficialmente, para recomendar a la ligera e irresponsablemente el consejo del olvido; se corre el riesgo de manipular la memoria y fomentar, con la amnesia, la repetición de los errores pasados.

Los humanos compartimos la doble experiencia de ser autores y víctimas del mal. En el primer caso, a la imputación y acusación sigue la exigencia de pena y castigo. En el segundo, el sufrimiento de las víctimas sube en forma de clamor pidiendo que hagamos algo para remediarlo, evitarlo y que no se vuelva a repetir.

Al reconciliarnos con el pasado, a pesar de lo que ocurrió, y al apostar creativamente por el futuro, a pesar de la incertidumbre, nos humanizamos.

El ensañamiento vindicativo y la renuncia a volver a empezar nos deshumanizan. La justicia rehabilitadora de la memoria histórica recuerda el mal para que no se repita. La imaginación creativa capacita para prometer no repetirlo.

Nadie puede perdonar en lugar de la víctima, dice el filósofo francés, ni podemos obligar desde fuera a las víctimas a que perdonen. Pero tampoco puede nadie sustituir al agresor para pedir perdón en su lugar, así como de poco servirá imponerle forzadamente un arrepentimiento que no le brote de dentro.

Pero oramos para que cada persona reconozca que “otro yo es posible”, que hay, dentro de quien fue capaz de lo peor, la capacidad de lo mejor. Que despierte en el criminal la capacidad latente de prometer no repetir la agresión. Que despierte en la víctima la capacidad de renunciar a la venganza. Que despierte en la sociedad entera la capacidad de hacer justicia rehabilitadora y reconciliadora (no vindicativa), pero sin olvidar, manteniendo viva la memoria histórica del mal para no repetirlo y de imaginar creativamente caminos para volver a empezar siempre de nuevo.

Quienes compartan la fe evangélica comprenderán que perdonar no es olvidar, sino orar y confiar en que es posible volver a empezar, aunque “lo hecho, hecho esté” (la persona asesinada no resucita) y lo recordemos, no para reabrir heridas, sino para que no se reproduzcan las agresiones.

24.04.09 @ 03:40:23. Archivado en Bioética, Conferencia episcopal

Un reportaje atinado de J. G. Bedoya desarrolla hoy, en El País, la distinción entre delito y pecado -elemental en derecho, ética y teología moral-, con la que la ministra Bibiana Aído puso los puntos sobre las íes a pronunciamientos jurídicamente incorrectos de algunas instancias eclesiásticas sobre el tema.

En efecto, ni compete al legislador dictaminar sobre el pecado, ni a la iglesia llamar pecado al delito. Pero todavía hay que añadir una matización más para que sea cum laude el merecido sobresaliente de la ministra en la asignatura que algunos eclesiásticos no aprueban.

Es que ni siquiera se puede decir, sin más, que la iglesia determine (extrínseca, legalística y preceptivísticamente) lo que es pecado. Si algo es pecado, no lo será por la mera razón de que así lo haya dicho una instancia eclesiástica (Por ejemplo, no tiene por qué ser pecado de ninguna manera la contracepción, aunque lo diga incluso una tristemente célebre encíclica papal).

En vista de las confusiones abundantes sobre este tema, parece oportuno dedicar una serie de post a deshacer malentendidos sobre pecado y culpa, pena o castigo y perdón. Comencemos, de momento, por las reflexiones siguientes.

No es de recibo que algunas personas creyentes tengan una idea de pecado como delito, ni que algunas instancias “eclesiásticas” distorsionen la conciencia “eclesial” llamando pecado al delito o perturben la “conciencia cívica” intentando imponer a la sociedad una idea de delito como pecado.

Vendría bien recordar dos estilos de moral, como distinguía Bergson: cerrada y abierta, legalista o personalista. Quien dice 'no me salto el semáforo [delito] para evitar la multa' y quien dice 'no me voy con la mujer del prójimo porque mi Dios lo prohíbe y me va a castigar' están al mismo nivel de moral cerrada (tanto si son creyentes como si no lo son).

En cambio, tanto quien dice 'observo las reglas de tráfico porque, aunque no me coja la policía, es para mí importante evitar accidentes, proteger otras vidas y la mía' como quien dice 'no violo a esa chica porque merece que la respete y me respete a mí mismo' están a nivel de moral abierta.

Ambas personas están al nivel de la moral abierta, tanto si son creyentes, como si no lo son. Pero las dos personas anteriores, tanto la que solo tiene el criterio de la prohibición penal como la que solo tiene el criterio de la prohibición religiosa, están al mismo nivel de moral cerrada, prohibicionista, negativa y psicológicamente patológica.

27.04.09 @ 02:09:59. Archivado en Religion y sociedad

La ley determina lo que es delito, la conciencia lo que es pecado.

Si decimos que no todo delito penal es pecado, correcto.

Si decimos que no todo lo que pueda ser pecado debe necesariamente penalizarse, también correcto.

Si decimos que la determinación de lo penalizable corresponde a la legislación, también correcto.

Si decimos que la iglesia determina qué es pecado y qué no es pecado, ni correcto ni incorrecto, sino confuso. Porque la razón de que algo sea pecado no es porque lo ponga la iglesia en una lista como quien determina las reglas de un club para sus miembros.

Cuando el Código de Derecho Canónico (en el canon 1398) afirma que quien procura el aborto incurre en excomunión automáticamente (latae sententiae) considera esa acción objetivamente como un “delito en sentido canónico”; pero, como decía el aforismo teológico tradicional: de internis, neque ecclesia, no puede la iglesia dictaminar si dicha persona ha pecado o no. Eso queda en el secreto de la conciencia religiosa ante Dios.

No es lo mismo, sin más precisiones, cometer un pecado que ser un pecador.

Tres casos:

La persona X., tras dudas, sufrimientos y presiones, optó por abortar. Lo hizo dentro del marco de la ley y, por tanto, no se le imputa un delito, no es considerada sujeto de una acción criminal.

La persona Y., es el mismo caso de X. Sabe que no se le va a imputar un delito, pero su conciencia (no especialmente religiosa) le hace sentirse mal. No le imputarán un delito, pero se siente responsable ante su conciencia por haber suprimido una vida.

La persona V., es el mismo caso de X y Y. Pero por ser religiosa sufrió más antes de tomar la decisión, que no hubiera querido tomar. No se le imputa un delito, pero se siente responsable desde su conciencia religiosa.

Reconciliación> La persona V.,acude con fe a la reconciliación sacramental, no como quien va a pagar una multa, no como quien va borrar una mancha o a saldar una cuenta, no como quien va a compensar con una penitencia; tampoco va como quien va un juicio. Va a un doble reconocimiento: reconocer ante el Dios en quien cree que hizo el mal que no debía haber hecho y a reconocer, haciendo un acto de fe en el perdón, que es posible siempre empezar de nuevo.

La persona que, en nombre de Dios y de la comunidad creyente la acoge en el sacramento de la reconciliación no la juzga, no la llama criminal, no le impone una pena que compense o borre mágicamente el mal hecho, no le dice tampoco que “aquí no ha pasado nada”. Le dirá más bien: “Nadie sabe más que Dios lo que esto te ha hecho sufrir. El único que lo sabe es quien más incondicionalmente te acoge y quiere tu sanación. Que esa vida que no nació y regresó al seno del misterio creador sea, de ahora en adelante, tu ángel protector. Oramos juntos agradeciendo el que en esta conversación de reconciliación nos hemos recordado juntamente que todos estamos necesitados de perdón, hacemos juntos un acto de fe en el perdón y decimos juntos con el salmo 51: “Recréame de nuevo con tu Espíritu, crea en mí un corazón puro, devuélveme la alegría “.

NOTA: Este post no está escrito desde diccionarios de teología, sino desde la experiencia de muchas horas sentado en el confesionario.

Se ruega a comentaristas se abstengan de cuanto no tenga que ver con el tema o cause malentendidos.

28.06.09 @ 05:02:03. Archivado en Religion y sociedad

"Adiós al confesionario y bienvenida al pacificatorio". Con este lema se abre una serie de posts sobre la reconversión del sacramento de la paz, lamentablemente reducido a la confesión rutinaria, a veces neurotizante. El papable cardenal Martini coincide con los últimos papas en revalorizar el sacramento de la conversión y reconciliación. Pero su preocupación no es que disminuya el número de penitentes ni la frecuencia con que lo practican, sino recuperar la riqueza pacificadora y terapéutica del “confiteor”.

Confiteor significa “yo confieso”. Pero, ¿Qué confesamos cuando confesamos? No sólo confesamos el pecado, dice el cardenal Martini. Confiteor significa alabar, reconocer y manifestar.

Confesamos la alabanza y gratitud. Confesamos la manifestación de la vida con sus luces y sombras, reconociendo ambas. Y confesamos la fe. Confiteor significa “yo alabo, yo reconozco y yo creo”.

Confesor y penitente se ayudan mutuamente a reconocerse pecadores perdonados, a agradecer el perdón y a confesar la fe orando juntos. La palabra de reconocimiento de quien se confiesa y la palabra de absolución de quien ratifica de parte de Dios el perdón son sacramento de la transformación pacificadora y terapéutica operada por el Espíritu, que hace crecer frutos de gracia donde se habían sembrado semillas de culpa.

En sus Meditaciones de Ejercicios, al hilo del evangelio, comenta el exegeta Martini: “La confesión de alabanza repite la experiencia de Pedro en Lc 5. Comienza el coloquio penitencial recordando el itinerario de la propia vida; ¿Qué tengo que agradecer desde la última confesión?”

Al comienzo de este Año del Ministerio, es oportuno recomendar tres lecturas que ayuden a cambiar el confesionario por el pacificatorio:

1. Vicente Gómez Mier, Adiós al confesionario, Ed. Nueva Utopía, 2000

2. Domiciano Fernández, Dios ama y perdona sin condiciones, 1989 (Ver nueva edición de 1999 en: http://www.servicioskoinonia.org/biblioteca/teologica/CelebracionPenitencia.zip

http://personal.auna.com/rubio/confe0.htm

3. Conferencia episcopal española, Dejaos reconciliar con Dios, 1989

01.07.09 @ 18:33:15. Archivado en Religion y sociedad

(Reconciliación,2) Reconoce el cardenal Martini que la confesión frecuente, como expresión del camino penitencial, está en decadencia. Atribuye una de las razones de la crisis de la penitencia al formalismo en que se había caído.

Pero al agonizar la confesión, puede resucitar el sentido de la conversión. “La Iglesia, dice Martini, ha recuperado un sentido penitencial mucho más fuerte que antes, sobre todo por lo que atañe a la conciencia de los pecados sociales, de la injusticia, de la necesidad de fraternidad”.

Durante siglos no existió en la iglesia la celebración de la penitencia por el método de la confesión con absolución individual. Pero desde el principio existió en la iglesia la llamada a la conversión, la fe en el perdón como parte del Credo y la oración que nos capacita para perdonarnos mutuamente en el Padre Nuestro.

La desaparición de una determinada forma de confesarse y recibir el perdón no significaría la pérdida de nada esencial. Pero si desapareciera la llamada la conversión, la fe en el perdón y el propósito de perdonar, entonces sí que se estaría perdiendo algo fundamental.

Por tanto la crisis de la penitencia no consiste en que se confiese menos gente con menos frecuencia. La crisis estaría en la pérdida de sentido de la ambigüedad humana (que nos hace ser portadores inevitablemente de luces de bien y sombras de mal), la falta de expresiones simbólicas para reconocerlo, la falta de fe en el perdón y la disminución de la capacidad de dejarse perdonar, sentirse perdonado y tratar de perdonar.

El problema no es la falta de visitas al “kiosko”, como a veces llaman al confesionario. Más bien la muerte del “kiosko” prefigura la resurrección del sacramento. Hay que pasar del confesionario al pacificatorio...

04.07.09 @ 01:16:11. Archivado en Religion y sociedad

(A petición de quines no pudieron tener acceso al artículo publicado en El País (el pasado 26/06/2009 ), se publica de nuevo en este blog. A petición igualmente de lectores y lectoras que han sentido malestar por los comentarios impertinentes, se mantiene el blog de momento cerrado a comentarios).

PROPONER SIN IMPONER, CUESTIONAR SIN CONDENAR

Ningún Gobierno tiene derecho a arrogarse el monopolio de la democracia. Ninguna Iglesia o confesión religiosa tiene derecho a detentar el monopolio de la moral. La elaboración y presentación de un anteproyecto legislativo para someterlo al debate parlamentario es un servicio a la comunidad política, pero no puede dictar de antemano a ésta los resultados de dicho debate. Asociaciones profesionales, medios de comunicación, entidades educativas e investigadoras o representantes de tradiciones religiosas ejercen su derecho a contribuir al debate cívico, enriqueciéndolo con aportaciones y matizándolo con cuestionamientos; pero no pueden imponer esas opiniones saltando por encima de las reglas constitucionalmente consensuadas por la comunidad política para su funcionamiento parlamentario.(Los obispos no son ni más ni menos que uno de esos grupos...) Todos pueden proponer, sin imponer. Todos pueden cuestionar, pero sin condenar.

Cuando la tradición del debate parlamentario está arraigada en una sociedad sanamente plural, laica y democrática, no tiene sentido que un determinado grupo cultural o religioso se erija en portavoz exclusivo de la moral ante la opinión pública, como tampoco se concibe que haga tal imposición un determinado sector político, ya sea del Gobierno o de la oposición.

No parece, sin embargo, que disfrutemos en el Estado español de esa situación equilibrada. Aparecen a menudo ante la opinión portavoces eclesiásticos que enarbolan la bandera de la moral, presuntamente amenazada por el Gobierno, tentando a portavoces gubernamentales para que entren al trapo devolviendo la pulla, con el regocijo de quienes pescan morbo informativo en el río revuelto de la polémica.

En el debate sobre la interrupción del embarazo, tal reducción del tema a una contienda de romanos contra cartagineses lo ha desenfocado. Parece un pugilato de izquierdas contra derechas, Gobierno contra Iglesia, posturas pro mujer contra posturas pro vida, defensa de madres contra protección de fetos y un interminable etcétera de oposiciones maniqueas. Seguimos sin aprobar la asignatura pendiente: proponer sin imponer; despenalizar sin fomentar; cuestionar sin condenar; concienciar sin excomulgar.

En el caso de parlamentarios creyentes, en unos y otros partidos, se espera que conjuguen su conciencia religiosa con la prudencia legislativa, sin condicionamientos de pertenencia confesional o política. Sabrán que no todo lo éticamente rechazable ha de ser penalizado, ni tampoco lo despenalizado es, sin más, éticamente aprobable. Sin ceder a presiones, ni partidistas ni religiosas, buscarán conjugar la protección de la vida naciente con la necesidad de evitar aquellos excesos penales que harían un flaco favor a la vida que se desea proteger.

No es fácil el debate sereno entre quienes se atrincheran en un discurso incondicionalmente asertivo y dilemático, incapaz de alternativas al blanco y negro. Deseando contribuir a esa búsqueda de alternativas, reformulo una vez más un decálogo de reglas para el debate sobre el aborto.

1) Evitar el dilema entre pro-life y pro-choice. Posturas opuestas pueden coincidir en que el aborto no es deseable, ni aconsejable; hay que unir fuerzas para desarraigar sus causas; nadie debe sufrir coacción para abortar contra su voluntad, y debe mejorarse la educación sexual para prevenirlo.

2) No mezclar delito, mal y pecado. Rechazar desde la conciencia el mal moral del aborto es compatible con admitir, en determinadas circunstancias, que las leyes no lo penalicen como delito. El apoyo a esas despenalizaciones no se identifica con favorecer el aborto a la ligera.

3) No ideologizar el debate. Evitar agresividad contra cualquiera de las partes, no hacer bandera de esta polémica por razones políticas o religiosas y no arrojarse mutuamente a la cabeza etiquetas descalificadoras ni excomuniones anacrónicas. Ni el aborto deja de ser un mal moral cuando la ley no lo penaliza, ni la razón de considerarlo mal moral depende de una determinación religiosa autoritaria.

4) Dejar margen para excepciones. No formular las situaciones límite como colisión de derechos entre madre y feto, sino como conflicto de deberes en el interior de la conciencia de quienes quieren (incluida la madre) proteger ambas vidas.

5) Acompañar personas antes de juzgar casos. Ni las religiones deberían monopolizar la moral y sancionarla con condenas, ni las presuntas posturas defensoras de la mujer deberían jugar demagógicamente con la apelación a derechos ilimitados de ésta para decidir sobre su cuerpo. El consejo psicológico, moral o religioso puede acompañar a las personas, ayudándolas en sus tomas de decisión, pero sin decidir en su lugar ni dictar sentencia contra ellas cuando la decisión no es la deseable.

6) Comprender la vida naciente como proceso. La vida naciente en sus primeras fases no está plenamente constituida como para exigir el tratamiento correspondiente al estatuto personal, pero eso no significa que pueda considerarse el feto como mera parte del cuerpo materno, ni como realidad parásita alojada en él. La interacción embrio-materna es decisiva para la constitución de la nueva vida naciente y merece el máximo respeto y cuidado: a medida que se aproxima el tercer mes de embarazo aumenta progresivamente la exigencia de ayudar a que éste se lleve a término. Para evitar confusiones al hablar de protección de la vida, téngase presente la distinción entre materia viva de la especie humana (p. e., el blastocisto antes de la anidación) y una vida humana individual (p. e., el feto, más allá de la octava semana).

7) Confrontar las causas sociales de los abortos no deseados. No se pueden ignorar las situaciones dramáticas de gestaciones de adolescentes, sobre todo cuando son consecuencia de abusos. Sin generalizar, ni aplicar indiscriminadamente el mismo criterio para otros casos, hay que reconocer lo trágico de estas situaciones y abordar el problema social del aborto, para reprimir sus causas y ayudar a su disminución.

8) Afrontar los problemas psicológicos de los abortos traumáticos. Es importante prestar asistencia psicológica y social a quienes su toma de decisión dejó cicatrices que necesitan sanación. No hay que confundir la contracepción de emergencia con el aborto. Pero sería deseable que la administración de recursos de emergencia como la llamada píldora del día siguiente fuese acompañada del oportuno aconsejamiento médico-psicológico.

9) Cuestionar el cambio de mentalidad cultural en torno al aborto. Repensar el cambio que supone el ambiente favorable a la permisividad del aborto y el daño que eso hace a nuestras culturas y sociedades.

10) Tomar en serio la contracepción, aun reconociendo sus limitaciones. Fomentar educación sexual con buena pedagogía, enseñar el uso eficaz de recursos anticonceptivos y la responsabilidad del varón, sin que la carga del control recaiga sólo en la mujer. Sin tomar en serio la anticoncepción no hay credibilidad para oponerse al aborto; hay que fomentar la educación sexual integral, desde higiene y psicología a implicaciones sociales, e incluya suficiente conocimiento de recursos contraceptivos, interceptivos y contragestativos.

¿Será posible este modo de debatir alternativo o se quedará en sueño? La pelota está en el tejado de dos debates: cívico y parlamentario. Quisiera apostar por una mayoría éticamente serena, capaz de independizarse de las patologías extremistas de sus respectivos partidos e Iglesias.

Juan Masiá, profesor de Bioética en la Universidad de Santo Tomás de Osaka (Japón).

05.07.09 @ 03:08:21. Archivado en Religion y sociedad

(Penitencia 3, prosigue la serie, tras la interrupción de ayer))

El P. Sawada, sacerdote de la diócesis de Tokyo, juega con la gramática para explorar el perdón de los pecados.

Invita a comparar las frases siguientes:

Yo perdono tus pecados

Yo te perdono

Yo te perdono tus pecados

Tus pecados son perdonados

Tus pecados te son perdonados.

Llega el P. Sawada a la conclusión de que ninguna de las fórmulas satisface por completo. Perodonar no es borrar, ni limpiar, ni decir que “aquí no ha pasado nada”, porque sí ha pasado y lo mal hecho, hecho está. Perdonar es decir que, a pesar de todo eso, a pesar de los pesares, yo te libro de la esclavitud con que te esclaviza tu pecado.

Retraduce así las frases evangélicas, sustituyendo la expresión “tus pecados son perdonados” o “te perdono tus pecados” por otra más exacta que sería: “Yo pongo una barrera entre tus pecados y tú, yo doy un corte a la cadena que te esclaviza a tus pecados. El pecado y el mal siguen estando ahí, pero yo corto la relación (en japonés, lo dice con la noción budista de “EN”) , la vinculación, el encadenamiento entre el pecado y tú. En pocas palabras: “Yo, dice Jesús (el único que puede decirlo) te libero del pecado”. El perdón es liberación, penitente y confesor ruegan por esa liberación y dan testimonio juntos de recibirla. Por eso el sacramento es pacificatorio, terapéutico y letificante.

06.07.09 @ 13:38:40. Archivado en Religion y sociedad

(Penitencia 4) Las meditaciones del cardenal Martini que originaron esta serie de posts insistían en el triple significado del confiteor: confesar la alabanza y gratitud; confesar la vida con sus luces y sombras; confesar la fe.

Recomendaba Martini: “Si me es difícil hacer la confesión breve, ¿por qué no probar a hacerla más larga?” Y siguuendo la sugerencia del Ordo poenitentiae propone escuchar juntos una palabra evangélica, orar juntos y reaccionar a ella según los tres pasos siguientes::

1. Confesión de alabanza.¿En qué he encontrado últimamente motivos para dar gracias? Reconocerlo es confesar la alabanza.

2. Confesión de la vida. ¿Cuáles han sido recientemente las luces y sombras en mi cotidianidad? ¿Sucedió algo que me pesa y quisera que no hubieraq sucedido? Reconocer ese “peso de los días” y pedir liberación es confesar la vida.

3. Confesión de fe. ¿Soy capaz de perdonarme a mí mismo y dejarme perdonar, creyendo en el perdón, con ese acto de confianza que me lleva más allá de las patologías de autocondenación o de las de autojustificación?

Realizar este camino, acompañada la persona por el ministerio del perdón, es lo que Martini llama "hacer el recorrrido del camino penitencial". Se sale de la celebración sacramental con alegría y paz. Ha muerto el confesionario torturador y ha resucitado el pacificatorio terapéutico y esperanzador.

07.07.09 @ 02:33:10. Archivado en Religion y sociedad

(Penitencia 5)El añorado Martín Descalzo tituló su famoso libro "Un cura se confiesa". Estaría de acuerdo en decir, al hilo de Martini que "confesor y penitente se confiesan y perdonan mutuamente".

No es ripio, sino una verdad como una casa. Lo acentuaba el cardenal Martini al decir que penitente y confesor se ayudan mutuamente a reconocerse pecadores y receptores de perdón por parte del Único que perdona...

Lo que ocurre es que el confesor sale ganando. Viene una persona penitente, me recuerda que yo también soy pecador perdonado, mientras yo se lo recuerdo a ella y oramos juntos para ser liberados. La persona se marcha alegre. A continuación, viene otra y otra. Y yo salgo ganando.

Cada una de estas personas ha tenido una oportunidad de que le recuerden su condición pecadora y la alegría del perdón, a la vez que esa persona se lo ha recordado al confesor. Pero este último sale ganando, porque si han venido esta tarde veinte personas, le han recordado a él veinte veces que es pecador perdonado. Él sale ganando por uno contra veinte.

Desde mi experiencia puedo asegurar que es así, resulta privilegiado el confesor. Veinte personas me han recordado veinte veces esta tarde que soy llamado a convertirme, que no estoy libre de pecado y que puedo y debo creer en el perdón. Yo he tratado de recordárselo a cada uno de ellas, pero sin duda me llevo la parte del león, he salido ganando... Pues muchísimas gracias...

08.07.09 @ 23:19:40. Archivado en Religion y sociedad

(Penitencia 6) Experiencias de sentirse querida la persona y dejarse querer hacen posible superar la amargura, el rechazo a o la angustia que se producen ante los males pasados, presentes o futuros.

La celebración del sacramento de la pacificación podría y debería convertirse en expresión y confirmación de que somos objeto del amor y la acogida incondicional por parte de la única instancia absoluta que es capaz de perdonar más allá y por encima de todas las traiciones. Qui salvandos salvas gratis...

Si la celebración del sacramento en forma de coloquio penitencial sirve de mediación para esa experiencia de sentirse la persona acogida, querida, sanada, liberada y perdonada, entonces la absolución no es un borrón y cuenta nueva, ni una invitación al olvido, ni una amnistía barata.

Lo mal hecho, mal hecho está, se sigue recordando para que no se repita, no se finge que no haya pasado nada, pero se acepta que una instancia absoluta corte el lazo entre ese mal y yo y me libere. (No es meramente poner un manto que lo tape, sino cortar radicalmente la vinculación entre la persona y lo que la esclaviza).

El sacramento deja de serlo y no ayuda a fomentar esta experiencia cuando se convierte en rutina, en tensión neurotizante, en saldo de cuentas, en pago de multas o en ventanilla burocrática para expedir permisos que tranquilicen los autoengaños.

Por el contrario, la vivencia auténtica del reconocimeinto simultáneo del pecado y del perdón abre perspectivas de paz y serenidad.

En efecto, solamente de esa vivencia se puede recordar el mal pasado ,sin que sea morboso el recuerdo; solamente desde esa vivencia se puede afrontar el mal presente, sin que el asco disuelva el buen humor; y solamente desde esa vivencia se puede anticipar el mal futuro ,sin que el miedo deje a la persona bloqueada”

Libera nos, quaesumus, Domine, ab omnibus malis praeteritis, paesentibus et futuris...

13.07.09 @ 00:58:36. Archivado en Religion y sociedad

Hortensias, flor de Kobe. Lluvia fina (kirisame japonesa y sirimiri en Donosti) empapa la tierra, da matices a las hortensias y encanto al paseo. “Mi Palabra, como lluvia, no volverá a mí vacía” (Isaías 55, 11).

Dice en un post José Manuel Vidal, haciéndose eco de lamentaciones papales jeremíacas, que está en crisis la confesión. Pero no importa que esté en crisis el confesionario o que desaparezca la confesión, si se recupera la fe en el perdón y la práctica de la reconciliación.

La celebración de la penitencia no es cuestión de número y frecuencia. Más importante que la confesión es el perdón como parte del Credo: Creo en el perdón de los pecados.

Más importante que la confesión es el perdón como parte del Padre Nuestro: Pedimos perdón y capacidad para perdonar. Más importante que la confesión es el perdón que pedimos y recibimos al principio de cada Misa y a lo largo de toda la celebración Eucarística.

Más importante que la confesión es que luchemos juntos para desarraigar el “pecado estructural, social y colectivo del mundo”.

Pero puestos a celebrar con sentido en algunos “momentos fuertes” el perdón en forma de conversación (que no es privada, “entre Dios y yo”, sino pública, con el acompañamiento mutuo de quien confiesa y quien es testigo, no juez, testimonio de que Dios perdona), entonces habrá que hacerlo, no al estilo del confesionario, sino del pacificatorio (como exliqué en la serie de posts anteriores sobre la penitencia).

Cuando sustituimos el confesionario tradicional por unos locutorios favorables al coloquio penitencial, insistí al arquitecto en que evitásemos colocar a penitente y confesor frente a frente, como ante una mesa burocrática. No se arreglaba nada con solo cambiar la rejilla de celosía por el cara a cara de ventanilla.

Tampoco eran solución las celebraciones penitenciales colectivas, si no se daba la absolución colectiva. Por eso fracasóla reforma de los nuevos rituales, mezcla explosiva de lo ritual y lo rutinario. En los cambios hay que ir más al fondo.

Había que formar un triángulo. Penitente y confesor, en oblicuo, se orientan hacia el icono, la imagen o el crucifijo, formando un triángulo. Se rompe la imagen del examinador o el juez, incluso la del mero terapeuta. Confesor y penitente, mirándose lateralmente, orientan a la vez sus miradas juntas hacia la imagen mediadora de la instancia absoluta desde la que viene el perdón y la acogida.

Penitente y confesor dialogan, pero a la vez oran juntos, se dirigen la mirada y la palabra mutuamente, pero a la vez que las dirigen y orientan hacia un más allá de ambos.

Y ahora que Roma ha anunciado el año del sacerdocio ministerial (mejor que ministerio sacerdotal; aunque habría sido mejor llamarlo el Año Ministerial), es el momento de desear y orar porque en el futuro, tanto la presidencia de la Eucaristía como celebración del perdón no se reduzcan al ministerio de varones ordenados, sino se lleven a cabo indistintamente por mujeres o varones dispuestos y disponibles para esa diakonía... Pero para eso habr:a que esperar al siguiente Papa del siguiente del siguiente, no lo verán nuestros sobrinos nietos...

(Nota: La foto está tomada del blog japonés del P.Katayanagi, muy leído por nuestra juventud parroquial. Gracias).

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Orar y cantar con Taizé

Vigilia de la Luz Pascual del 22/08/09

Música: sí / no