Cristina Fernández Cubas sitúa sus relatos en la realidad cotidiana y no hay nada que prepare al lector o lectora para el hecho fantástico que perturba la normalidadad. Sus cuentos no provocan miedo, pero sí inquietan y nos angustian. Al final de los relatos no hay una única explicación de los hechos razonable y satisfactoria. No aparecen objetos sobrenaturales sino objetos y personajes reales que cobran un sentido diferente por encontrarse en un entorno que no les pertenece o simplemente porque los acontecimientos parecen carecer de una causalidad y finalidad.
«En general, sitúo mis cuentos en escenarios cotidianos, perfectamente reconocibles, en los que, en el momento más impensado, aparece un elemento perturbador. Puede tratarse de un ave de paso o de una amenaza con voluntad de permanencia. En ambos supuestos, las cosas ya no volverán a ser las mismas. Algo se ha quebrado en algún lugar...»
En cuanto a “Los altillos de Brumal”, se trata de una narración donde más importante que lo fantástico es el tema de la identidad personal, lo que somos cada uno, lo que queremos ser, lo que no podemos dejar de ser, aunque la sociedad, incluso nuestra misma madre quiera cambiarnos. Es el relato de una prueba y una liberación, de un aplazado viaje de la protagonista y narradora, la indomable Adriana, a la aldea en la que transcurrió su infancia, cuando aún era la niña Anairda. Debe regresar para asumir su pasado y librarse de la perniciosa influencia de la madre, de sus denodados empeños por que la chica no se aleje de lo racional, obligándola a estudiar Historia, y amputándole la fantasía, herencia paterna de Brumal, aldea de brujos o alquimistas.
En suma, la historia, en sus componentes metaliterarios, representa una defensa de lo fantástico, entendido como alternativa a la realidad —digamos— lógica, además de una muestra de que existen también otros mundos, si bien casi nunca llegamos a ser conscientes de ellos.
En el desenlace de «Los altillos de Brumal», la narradora sugiere cómo deben encararse las historias fantásticas. Aconseja silenciar las voces de la razón, en el fondo una rémora interpuesta entre la vida y cierta verdad, quizá más compleja y sutil, y también debilitar «ese rincón del cerebro empecinado en escupir frases aprendidas y juiciosas, dejar que las palabras fluyan libres de cadenas y ataduras».
CLASIFICACIÓN DE LOS RELATOS EN TRES GRUPOS:
1) Aquellos en que aparece lo fantástico o sobrenatural, lo imposible, lo inconcebible, lo inexplicable, lo que supone una transgresión de las leyes físicas de la naturaleza.
Aquí se engloban “Mi hermana Elba”, “El reloj de Bagdad”, “Los altillos de Brumal” y “La noche de Jezabel”.
2) Historias que quedan abiertas en una vacilación entre dos posibles explicaciones:
a) el hecho fantástico se ha producido y, por tanto, la realidad se rige a veces por leyes sobrenaturales o inexplicables;
b) el hecho fue un producto de la imaginación del protagonista o de una perturbación de su capacidad cognitiva (amnesia, sueño, locura, drogas....), así que las leyes del mundo no han sido transgredidas realmente y por tanto permanecen inalterables.
Aquí estarían por ejemplo “Lúnula y Violeta” y “En el hemisferio sur”.
3) Relatos que se sitúan dentro de lo extraño, lo extraordinario, lo insólito; es decir, aquellos en que la historia que se nos cuenta no tiene ningún elemento imposible, pero sí choca con nuestra idea convencional de realidad, nuestras ”certidumbres preconstruidas” sobre esta, lo que esperamos por costumbre que suceda o siga sucediendo.
Ejemplos: “La ventana del jardín” y “El provocador de imágenes”