En cuanto a “Los altillos de Brumal” se trata de una narración donde, más importante que lo fantástico, es el tema de la identidad personal, lo que somos cada uno, lo que queremos ser, lo que no podemos dejar de ser, aunque la sociedad, incluso nuestra misma madre quiera cambiarnos.
En este relato, el elemento sobrenatural no se nos presenta hasta casi el final del mismo, acompañado también de la duda por la salud mental de la protagonista. Como en la mayoría de historias del libro, asistimos a una descripción de la vida de Adriana de niña muy centrada en pequeños detalles muy casuales: una enfermedad, el colegio, y su madre. Más tarde, tras un salto temporal, la encontramos ya adulta, con un trabajo como cocinera y escritora de libros de éxito. Parece que todo le va bien, que ha dejado atrás un pasado que la asfixiaba, pero al recibir un tarro de mermelada muy especial, algo la empuja a abandonarlo todo para iniciar un viaje en busca de sus orígenes.
Debe regresar para asumir su pasado y liberarse de la perniciosa influencia de la madre, de sus denodados empeños para que la chica no se aleje de lo racional, obligándola a estudiar Historia, y alejándola de la fantasía, herencia paterna de Brumal, aldea de brujos o alquimistas. En suma, la historia, en sus componentes metaliterarios, representa una defensa de lo fantástico, entendido como alternativa a la realidad. Esto nos lleva a la locura de la protagonista, y también al desencadenante de esto: los recuerdos.
En este relato podemos ver cómo, a pesar de que Adriana recuerda algunos momentos desagradables de lo que pasó durante su infancia en Brumal, al recibir la mermelada parece que en su memoria no tiene recuerdos claros del sitio donde pasó toda su infancia; debido a esto ella debe hacer un gran esfuerzo y consigue recordar tanto su enfermedad como su época en el colegio. Después de todo, ella decide volver a Brumal para recordar con claridad la aldea y todos los recuerdos que tiene de ella.
La locura aparece más tarde cuando ella vuelve a Brumal. Al llegar a la aldea se encuentra con el párroco y el siguiente recuerdo de Adriana es aparecer en la calle magullada , y cómo es trasladada a un psiquiátrico, donde permanece ingresada durante un mes.
La protagonista del cuento “Los altillos de Brumal” ejemplifica otro personaje problemático y en busca de una identidad o, mejor dicho para este caso, de una naturaleza que los adultos habían corrompido, imponiendo el olvido y el silencio. Adriana buscará sus orígenes en la brumosa aldea de su infancia, la cual puede representar los límites indefinidos de la identidad. Adriana es por su naturaleza doble: nacida en Brumal, su padre es de la aldea pero su madre procede de la playa, es decir en sí misma conviven dos polaridades distintas, como le pasa también al personaje de Clara Sonia Galván Kraskowa de "En el hemisferio sur", pero parece que la parte paterna prevalece; además parece que su madre lo había entendido, por esto había intentado reprimirla durante toda su vida, canalizando la energía de la hija hacia un objetivo que nada tenía que ver con su pasado en Brumal. Estamos frente a un cuento donde por un lado todos los elementos parecen confirmar una naturaleza-otra de la protagonista, en cambio por otro puede ofrecer una explicación lógica a todos los acontecimientos, es decir que las alucinaciones de Adriana son debidas al alcohol, a una mente trastornada en la cual la mujer inventa una segunda personalidad y una aldea inexistente, y sus acciones finales son el resultado de un estado psico-físico alterado, que la falta de sueño y de comida ha deteriorado. Esto sería habitual en los personajes de Fernández Cubas, que se revelan incapaces de interpretar la realidad, dejando a los lectores en la duda.
Se pone en evidencia la doble identidad de Adriana, su naturaleza (de bruja). Lo extraño ya aparece en el nombre de la protagonista, Adriana, cuya etimología procede de “Adria”, e indica algo que se refiere al negro, al oscuro. También la palabra Brumal, o sea relativo a la bruma, al otoño, a la niebla, indica la procedencia de un lugar extraño, donde sus amigas la llamaban “Anairda” y cantaban unas tonadillas con las palabras al revés. Al volver a su casa después del regreso a Brumal y después de un mes en el centro psiquiátrico, Adriana se encuentra en un estado de excitación -o de perturbación- que la empuja a escribir todos sus pensamientos y recuerdos, con una escritura de tipo terapéutico.
[...] silenciando las voces de la razón; esa rémora, censura, obstáculo, que se interponía de continuo entre mi vida y la verdad... Aunque ¿cómo llegar hasta ella? ¿Cómo desandar camino, desprenderme de Adriana y volver, por unos instantes, a sentirme Anairda? Tal vez no fuera difícil. Bastaba con descorchar una botella de aguardiente, debilitar ese rincón del cerebro empecinado en escupir frases aprendidas y juiciosas, dejar que las palabras fluyeran libres de cadenas y ataduras "
En estas afirmaciones intuimos la profunda crisis de identidad a la que se ve sometida Adriana, entre ella misma y su doble, Anairda, o entre la adulta y la niña que ya no existe. Es verdad que ella vuelve a sus orígenes y que recupera sus recuerdos, pero esto implica un desdoblamiento y la conciencia de la pérdida de una parte reprimida durante mucho tiempo. Además, aparece la conciencia de la pérdida de la infancia y de un mundo mágico cuya recuperación, por más que lo intente, es imposible. Sus palabras señalan un elemento más: para sentirse completamente libre y volver a sentirse Anairda, la mujer necesita beber alcohol, como había hecho en Brumal, o sea que confirma la duda sobre su salud mental. Al final, cuando Adriana piensa haber encontrado en la madre la causa de la represión de Anairda, ella misma revela tener una naturaleza diferente:
"De poco te sirvió eliminar un sutil personaje de las historias de hadas y prodigios que me contabas de pequeña, porque ese personaje maldito estaba en mí, en tu querida y adorada Adriana, arrancada vilmente de su mundo, obligada a compartir tu mediocridad, privada de una de las caras de la vida a la que tenía acceso por derecho propio. La cara más sabrosa, la incomparable."
¿Cuál era ese personaje? ¿Acaso una bruja? Y, si afirma tener dentro de sí misma aquel personaje, entonces ella misma es una bruja. Por lo tanto esto no hace sino confirmar su naturaleza-otra. Pero otra interpretación puede ser la siguiente: Adriana, que durante su infancia se había inventado un doble que cumplía con sus pulsiones y deseos secretos, llamado Anairda, símbolo de sus fantasías y de la parte de sí misma que ella consideraba la más auténtica y sabrosa, tuvo que reprimirlo para crecer y convertirse en una adulta. Por esta razón, el trastorno mental debido a esta represión le reclamaba el arreglo de cuentas, quizá desembocado en el alcoholismo.
Resumiendo, otra vez nos hallamos frente a un personaje que está al borde del trastorno mental, en este caso también del alcoholismo, y a un narrador que no logramos juzgar fiable o mentiroso. El hecho de que el nombre Brumal no aparezca en los registros del Obispado, un descubrimiento que Adriana hace después de un mes encerrada en un centro psiquiátrico, puede significar que ha sido todo un delirio, una alucinación o un sueño. Brumal y Anairda serían unas construcciones mentales que la protagonista imaginaba en su desdoblamiento, por culpa de una personalidad que no puede ser fija ni definida, como la atmósfera misma de la aldea envuelta en la bruma.