Los ideales quijotescos

Los ideales quijotescos: justicia, libertad y sentido caballeresco.


En una primera aproximación a la figura de don Quijote se evidencia una falta de correspondencia con las representaciones del héroe de la literatura caballeresca.

No obstante, si las cualidades físicas (hombre ya maduro, de unos 50 años) y las posibilidades externas del personaje (escaso de fuerzas, lleva unas armas que pertenecieron a sus bisabuelos) lo definen como un aspirante a caballero grotesco o como simple imitador, sus rasgos morales (etopeya) lo convierten en ocasiones en un perfecto héroe. Don Quijote asume los peligros que le depara su existencia aventurera y no teme cumplir con ese código ético de defensa de los desvalidos y menesterosos. En esta brecha entre su prosopografía y su etopeya reside una de las características más peculiares del personaje: el deseo de ser lo que no puede ser. En muchas circunstancias, la constancia de don Quijote para afrontar cualquier reto o para ir más allá de sus propias posibilidades, lo convierten en símbolo del esfuerzo humano.

La locura lleva a don Quijote a tres conclusiones falsas en las que estriba la esencia de su caso patológico y de la novela:

─Don Quijote, hidalgo de aldea, tan pronto enloquece se cree que es caballero;

─está convencido de que lo leído en los libros de caballerías es verdad histórica y sus protagonistas auténticos y reales caballeros en tiempos pasados;

─cree que en su época ─principios del siglo XVII, en la España de Felipe III─era posible resucitar la vida caballeresca y los ideales medievales. Su sentido caballeresco le lleva a imitar algunos de los siguientes modelos:

a) Caballeros andantes (de la materia de Bretaña, del ciclo de Amadís, del Palmerín, , del Tirant , del Orlando furioso , etc.), amantes corteses, héroes del romancero, etc.

b) Personajes históricos lejanos con resonancias épicas, como el Cid, o cercanos; héroes de la épica culta, como Orlando furioso o Reinaldo de Montalbán; personajes de las historias romanas, griegas o tebanas; héroes bíblicos y míticos.

Don Quijote sale de casa en busca de aventuras con su escudero Sancho Panza para mejorar el mundo. Se considera un caballero andante, siguiendo el modelo del Rey Arturo de Inglaterra, de Amadís de Gaula y de muchos otros. La caballería es una religión para don Quijote. Traba batallas que en realidad no son necesarias, sale molido de ellas, y ve la realidad de forma diferente, como si estuviera bajo un encantamiento, pues o no ve lo real o piensa otra cosa. Don Quijote, aunque enloquecido, es un hombre de bien; no le gusta el mundo así como es y lo quiere mejorar.

La razón de ser de la caballería andante era restaurar el orden en este mundo. Durante la Edad Media los caballeros habían sido considerados paladines de la justicia y defensores de la fe: “…los caballeros, manteniendo la orden de caballería con la nobleza de su corazón y la fuerza de sus armas, tienen la orden en que están para inclinar a las gentes a temor, por el cual temen los hombres delinquir los unos contra los otros.” (Llull, Libro de la orden de la caballería) Los mismos valores están en los pensamientos del hidalgo: “…ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio…”


La locura de don Quijote le sitúa al margen de las leyes de los hombres. Don Quijote impone muchas veces por la fuerza de las armas la justicia divina (como en el episodio de los Galeotes, capítulo XXII de la primera parte) . La transfiguración de la realidad y de sus convenciones, le impide distinguir las normas jurídicas y legales de los ideales y usos de los libros de caballerías. En este capítulo XXII, don Quijote hace una defensa de la libertad individual. Se equivoca al dejar en libertad a los galeotes, pero vemos en él un alto ideal : solo Dios puede castigar los malos actos; ¿quiénes somos nosotros para privar de la libertad a otro ser humano? "porque me parece duro hacer esclavos a quien Dios y natura hizo libres". Nos muestra este argumento a un hombre que valora la libertad por encima de todo.

En realidad, Cervantes muestra también entre líneas algunos motivos que le preocupaban, como el de la falibilidad de la justicia y su aparato.

En la capítulo XXXI de la primera parte, don Quijote reconoce al joven Andrés, pastor que había aparecido en la primera salida de don quijote solo, y lo pretende utilizar como testigo de que realmente es necesaria la reivindicación de la caballería andante, pues supuestamente, ha corregido la injusticia que con él cometía su amo, no pagándole lo debido. La paradoja radica en que, lejos de arreglarlo, lo había estropeado aún más, porque, no solo no le había pagado, sino que además aún le había azotado con más saña. Y es que el sentido de la justicia de don Quijote no es de este mundo: ha creído en la palabra dada por el amo de Andrés, y la lectura que hacemos es que ya en la época de Cervantes, la palabra dada por un hombre no valía para nada.

Por todo ello, este capítulo XXXI también es muy significativo de la actitud de don Quijote , especialmente de cómo plasma Cervantes la insalvable distancia que media entre los ideales librescos de su protagonista y la tozuda realidad, que no se ajusta a los cánones novelescos, pues está poblada de gente miserable y difícilmente corregible.