Giuseppe Cesari, Diana y Acteón (detalle)
David Hernández de la Fuente
I. LA ALTERNANCIA DE LA VIDA
Hay un tren que recorre Rumanía desde el corazón de Europa, desde el Danubio hasta el Mar Negro realizando el trayecto que otrora tuviera que caminar forzadamente el gran poeta de los amores, Ovidio, en dirección al Mar Negro, su exilio triste impuesto por el emperador Augusto. Aquel astuto princeps que mantuvo la ficción republicana hasta el final de su osado empeño, en su ideario de restauración moral, no podía tolerar la presencia del exquisito transgresor que fue el gran poeta latino. De Ovidio se recuerdan muchas cosas, como esta historia del exilio forzado, quizá por un asunto mal entendido por el propio príncipe y que implicaba a personas muy próximas a él. Pero sobre todo su obra inmortal queda, como dice él mismo: “mihi fama perennis / quaeritur, in toto semper ut orbe canar” (Amores 1.15). Obras como los Amores, Sobre la cosmética del rostro femenino, los Remedios de amor y sobre todo, lo que le dio fama inmarcesible a través de las edades fue, sin duda, su tratamiento de la mitología en las Metamorfosis. El Ovidio mitólogo depende grandemente de los modelos helenísticos y griegos en general. Se dice que es el gran transmisor de las historias míticas desde un punto de vista alternativo y muy frecuentemente teñido de la subjetividad femenina que también supo conocer. Así, el recuerdo de las cartas de las heroínas mitológicas griegas a sus amantes despechados traidores o perjuros, que recogen las Heroidas, es uno de los monumentos literarios más significativos que dio a luz la mitología griega. Pero pocas otras obras han tenido la inmensa recepción y el éxito a través de las edades, convertido en veneración, como solo los grandes clásicos saben hacer, como las Metamorfosis.
El poeta de la liviandad solo aparente y de los besos perfumados en las esquinas de la urbe habría dejado un rastro imperecedero en la historia ya solo con los versos de su Arte de amar o los Remedios del amor como uno de los más exquisitos y delicados cantores de la sensibilidad amorosa y de la sensualidad que caracterizaba al goce de la vida en el mundo antiguo. Pero su figura no hubiera estado completa sin el lado oscuro que tuvo que conocer merced al también oscuro episodio que marcó su exilio infausto en tierras bárbaras y extrañas donde pudo conocer las cumbres de la desesperación como en Roma había conocido las del placer. Estas simas paradójicamente profundas las describió en las Epístulas desde el Ponto.
No hay nada como conocer los extremos, es decir, la alternancia de la vida entre lleno y vacío, el rhythmós de la existencia que cantaba el lírico arcaico Arquíloco, para darse cuenta de la realidad de las cosas y de la filosófica trabazón del dolor y la dicha, esa lección dionisiaca, en la existencia. La carta de Ariadna a su novio infiel y perjuro ateniense que la abandonaba por un mejor partido en la isla rocosa y desérticas de la soledad metafísica preludia secretamente, como en una corriente subterránea y gozosa, un mar que late bajo otro mar la anticipación anhelante del dios que vendrá a despertarla del sueño irreal del dolor y llevarla hacia la dicha tras morir antes de morir. La heriona de Ovidio palpita de alegría báquica anticipada cuando llora: “aut ego diffusis erravi sola capillis, / qualis ab Ogygio concita Baccha deo” (Her. X 47-48). ¿Qué mayor metamorfosis que comprender y hacer comprender la alternancia que se da en nosotros?
Pocos poetas como Ovidio han sabido usar la mitología como expresión pura de afectos y pasiones de arquetipos inolvidables que reflejan la cambiante eternidad de la existencia. El trasfondo de los mitos pesa tras la apariencia de ligereza que matiza muchos de sus poemas. En las Metamorfosis, ese canto inolvidable a la alternancia de formas en la multiplicidad aparente sobre la unidad trascendental, el poeta colecciona un repertorio de mitos para hablarnos de lo divino y lo humano y de sus intersecciones gozosas. El gran poema mitológico de Ovidio, que será usado como libro de referencia durante generaciones, moralizado y diseccionado por teólogos, pintores, filósofos y oradores, sigue siendo hoy una de nuestras máximas inspiraciones al recrear el sugerente y profundo mundo del pensamiento mítico, siempre vigente para dar cuenta de las más íntimas realidades humanas.
II. METAMORFOSIS A OTRA REALIDAD
Entre el hombre y el dios media siempre la continua presencia de los animales, una etapa intermedia en la transformación. La figura mediadora de la bestia, a medio camino entre el mundo ideal y el sensible, en los márgenes de ambos mundos, está la posibilidad del híbrido animalesco. El cambiar la piel de serpiente por la del hombre ciervo o la mujer araña, como recuerda F. Frontisi-Ducroux, es una prerrogativa casi chamánica de los mitos griegos que sigue presente a lo largo de los siglos como leitmotiv imprescindible de la literatura universal. Por medio de diversos trasvases mágicos, milagrosos o mitológicos, la metamorfosis supone la ruptura de las barreras que contienen las formas del orden racional en pos de un mundo primordial. Si el animal se configura como un ser intermedio cuya adscripción no queda clara y que puede entablar comunicación indistintamente con los hombres y dioses, en la lengua primigenia que seguramente se hablaba en la edad de oro, transformarse en un animal supone un paso a la condición liminal y privilegiada que permite un conocimiento de otras facetas de la realidad, tal vez de la otra realidad. De ahí que sectas antiguas como la órfica o la pitagórica –no ajenas del todo a la idea de la reencarnación y del parentesco global entre las tres esferas, humana, animal y divina– defendieran la abstinencia de la carne de estos seres que un día fueron hermanos de los hombres y que desde antiguo la filosofía haya mostrado posturas favorables a reconocer la inteligencia de los animales, que los acerca a la humanidad de una forma muy alejada de los postulados modernos.
El momento clave de la metamorfosis en la mitología griega es el mismo que el de la epifanía de las diversas deidades en la naturaleza –pensamos en Ártemis ante un sorprendido Acteón, antes de iniciar su cambio de pelaje, que cuenta Ovidio en el libro III de sus Metamorfosis (138-252)–, es decir, el mediodía y, preferentemente, cuando arrecia el calor. El lugar es ameno, florido y umbrío, a ser posible junto al agua que corre y no se estanca. Está relacionado este procedimiento de la transformación con algunas de las más memorables actuaciones de los dioses en nuestro mundo, como puntos de contacto entre el más allá y el más acá, como muy bien pone de relieve la serie de transformaciones de Zeus en diversos seres para unirse a princesas de varios lugares de Grecia y engendrar héroes renombrados, o bien para dar inicio a estirpes legendarias. Huelga recordar la fecunda serie de seres híbridos, entre humano y animal, de los mitos antiguos o la serie de figuras míticas que utilizan el procedimiento de la transformación para obtener un saber más allá de la experiencia humana, como el caso de Tiresias el adivino (Met. III:316-338), que ha sido hombre y mujer y que aprendió sus artes mágicas y transformistas de la serpiente, animal chamánico por naturaleza en la experiencia religiosa griega. Otros mitos señalan a Proteo, divinidad que encarna el don de metamorfosearse en diversos seres, o la figura cambiante del viejo del mar, Nereo, en la Odisea. Toda esta percepción filosófica y literaria del animal fue gradualmente modificándose desde la llegada del cristianismo y con la preeminencia moral de la cultura bíblica sobre la clásica, cuando animales y humanos quedaron en ámbitos categórica y jerárquicamente opuestos, como bien se lee en el libro del Génesis. Ni que decir tiene que la serpiente, el animal telúrico y mediador par excellence, quedó muy mal parada.
La historia literaria es rica en transformaciones que, como patrimonio del folklore que puede hallarse en el Motif Index de Thompson, pueblan no solo la literatura fantástica, sino que llegan hasta la inquietante y existencial transformación de Gregor Samsa en insecto, de la que este año se cumple nada menos que un siglo. No podemos evitar la comparación de la metamorfosis que marcó la modernidad, la de Kafka, con las metamorfosis por excelencia en el mundo antiguo y medieval, las de Ovidio, a quien este homenaje se debe. Tanto excusa como materia literaria, en una fecunda tradición de la poesía helenística, el poeta desterrado por Augusto representa sin duda la cumbre del tratamiento de este tema mítico –que tomó como hilo conductor de su poema enciclopédico– tanto en la antigüedad como en su recepción posterior hasta el Renacimiento. El poema de Ovidio se convertiría a lo largo de los siglos en el manual de mitología por excelencia de escritores y artistas, pero también de una cierta filosofía oculta y alegórica. Muchas son las metamorfosis en animales, por supuesto, que tienen lugar entre Ovidio y Kafka, y sería empeño imposible pasar revista a todas ellas, desde El Asno de Oro de Apuleyo hasta Alicia en el País de las Maravillas: Chaucer, Dante, Collodi o Richard Flanagan son algunos nombres que conservan un indeleble rastro de los clásicos grecolatinos y, sobre todo, una deuda clara con Ovidio. El eco que supone Kafka, sin embargo, es revolucionario por su interpretación subversiva de este procedimiento mítico. Últimamente, como curiosidad y justo en tan señalado centenario, recordaremos que la senda de la metamorfosis sigue abierta en la literatura y más vigente que nunca. Hay un autor que ha invertido el camino recorrido por Kafka, como subversión de la subversión, y también sobre fondo clásico. Se trata de Un paseo por Vindobona (Madrid 2015), una novela de Carlos Montero de Doñoro en la que una cucaracha experimenta una transformación en ser humano y recorre los barrios de Viena. De nuevo, el tercer reino invade nuestro mundo merced a la inefable experiencia de la metamorfosis, herencia ovidiana en la literatura moderna.
Sobre el autor
DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE es escritor y profesor universitario. Doctor en Filología Clásica e Historia Social de la Antigüedad, ha sido investigador y docente en las universidades Carlos III de Madrid, Potsdam y UNED, y lo es actualmente en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de más de una veintena de libros, entre los cuales destacan Oráculos griegos (2008), Vidas de Pitágoras (2011), Mitología clásica (2015) o El despertar del alma: Dioniso y Ariadna, mito y misterio (2017), y de un centenar de artículos de su especialidad. Ha recibido diversas distinciones nacionales e internacionales a su trayectoria de investigación: ayudas como la Beca Juan de la Cierva, la Alexander von Humboldt o la Ramón y Cajal y Premios como el Pastor de Estudios Clásicos o el Burgen Scholarship Award (2014). Como novelista, es autor de cuatro libros de narrativa y ha recibido premios como el de Narrativa Joven de la Comunidad de Madrid (2005) y el “Valencia” de narrativa de la Institució Alfons el Magnànim (2011).