LAS CADENAS DE LOS BÁRBAROS: LA ALTERIDAD EN OVIDIO

Conmemoración de la estancia de Ovidio en Contanza (Rumanía), [imagen derecha], estatua creada por Ettore Ferrari (1887) de la cual existe una réplica en Sulmona (ciudad natal de Ovidio) erigida en 1925 [imagen izquierda].

LAS CADENAS DE LOS BÁRBAROS: LA ALTERIDAD EN OVIDIO

César Sierra Martín

Universitat Autònoma de Barcelona


En la vida de Ovidio no hubo momento con mayor tensión dramática que su partida al exilio en Tomis (actual Constanza), situación inmortalizada en el prólogo de Tristes (o primera elegía) cuando el poeta se dirige alegóricamente a su propia obra:

Pequeño librito (y no te desprecio por ello), sin mí irás a la ciudad de Roma, ¡ay de mí!, adonde a tu dueño no le está permitido ir. Ve, pero sin adornos, cual conviene a un desterrado.

Tr. I. 1

Más que un viaje era un vía crucis puesto que, para un ciudadano de buena posición como Ovidio, Roma era la capital del imperio y el mundo civilizado. Hasta el momento, Ovidio formaba parte del entorno social e intelectual de la corte imperial y, cabe añadir, las obras del poeta gozaban de una gran popularidad. Estamos ante un proyecto creativo singular, guiado por Octavio Augusto, que debía dotar a Roma de un armazón cultural a la altura de sus conquistas. Por ello se reunieron bajo patrocinio imperial los intelectuales más notables de la época como Virgilio, Propercio, Horacio o Tibulo (Tr. IV. 1. 45-50). Por tanto, un proyecto solo comparable a la Alejandría helenística o la Atenas de Pericles.

Con todo, para el intelectual de cualquier época la proximidad al poder conlleva un sinfín de ventajas pero igual número de peligros, dado que un paso en falso siempre puede ser el último. Así pues, el 8 d.C., Octavio Augusto declaró a Publio Ovidio Nasón como relegatus conservando su patrimonio y ciudadanía pero obligado a vivir hasta el fin de sus días en Tomis (Tr. II. 135-140). Las verdaderas causas de la sanción imperial son desconocidas pero, según el propio Ovidio, se debió a dos factores: carmine et error (un poema y un error; Tr. II. 207). Como se ha recordado en repetidas ocasiones, es posible que el poeta conociera alguna trama para situar al hijo de Julia la Mayor, Agripa Póstumo, como heredero de su abuelo Octavio Augusto en detrimento de Tiberio y Germánico. No obstante, todas las interpretaciones posibles deben quedarse en el terreno de la especulación. Sea como fuere, la ofensa de Ovidio fue de tal magnitud que Augusto retiró sus obras en las bibliotecas públicas de Roma, especialmente Arte de amar, ante lo cual el poeta contesta con amargura:

Mis poemas han hecho que mujeres y hombres quisieran conocerme a causa de mi Arte, cuya desaparición ha sido ordenada. Quítame esta pasión y suprimirás también los delitos de mi vida. Reconozco que soy culpable a causa de mis versos: éste es el precio recibido por mi afición y laboriosas vigilias; el castigo ha sido fruto de mi inspiración poética.

Tr. II. 5-13

Víctima de su talento y condenado por un príncipe que antaño fuera su benefactor, Ovidio llega a Tomis tras un tortuoso y peligroso camino. Desde el inicio presenta el lugar como la región más extrema y menos civilizada del orbe; todo ello en contraposición a Roma, la capital del mundo. Se trata de un contraste interesante que nos acerca a la dicotomía civilización/barbarie cuyo extraordinario recorrido histórico comienza en Grecia tras las guerras médicas. En cualquier caso, lo importante en la anterior relación es la autodefinición de un colectivo como civilizado y portador de extraordinarios principios humanos (moral, religión, costumbres, lengua…). A partir de aquí están los demás pueblos que toman forma en función de la mayor o menor proximidad a estos valores. Naturalmente nos movemos en el discurso polar que una cultura hegemónica quiere imponer como imagen autoritaria de la realidad étnica y ello es tan válido en la Atenas de Pericles como en la Roma de Augusto y, salvando las distancias, en la actualidad.

Tengamos presente que lo importante en la relación civilización/barbarie para Ovidio no es Tomis sino Roma. Lo anterior cobra más relevancia si cabe en tanto nuestro poeta formaba parte de la alta sociedad romana con sus excentricidades y refinamiento. En cierto modo, la idea de una Roma Caput Mundi no deja de ser la culminación de un proceso de apropiación del ‘Yo’ griego por parte de la cultura romana; una transformación de la que fue testigo el propio Ovidio. Por ejemplo, en el Arte de amar, el poeta establece una diferencia nítida entre lo que era Roma en época republicana y la brillante metrópoli augustea. No hablamos tanto de un cambio material o arquitectónico (o no sólo eso) sino de una renovación espiritual que nace de las conquistas romanas del Mediterráneo. En suma, una nueva realidad que brota del sometimiento de otros pueblos sobre la que merece la pena entrar en el detalle:

[…] Antes imperaba una rústica sencillez, ahora Roma es de oro y tiene en su poder las grandes riquezas del mundo que ha conquistado. Mira como es ahora el Capitolino y cómo fue antes: diríase que el de antes pertenecía a otro Júpiter.

Ars. III. 113-116

Modestos orígenes y grandes logros son las señas de identidad de Roma, que no es una ciudad fundada ex novo para la gloria de un imperio sino el resultado de un esfuerzo continuado. Notable resulta la percepción ovidiana de un cambio histórico y político desde una Roma republicana, sencilla e incluso bucólica, hasta la Roma imperial y refinada de época augustea. Naturalmente otros autores verán en esta ciudad de oro el principio de una decadencia moral que portará indefectiblemente a la corrupción de la sociedad romana. No parece ser el caso de Ovidio cuando a renglón seguido apostilla: Que otros se complazcan con lo antiguo; yo por lo menos me alegro de haber nacido en este tiempo: esta época a la conviene a mi forma de ser (Ars. III. 121-124). Digamos que a partir de testimonios como el anterior, Ovidio se aproxima a la forma epicúrea de entender la vida, otorgando importancia a lo material y al presente frente a la continencia y resignación estoica. Por este y otros motivos el poeta no estaba preparado para asimilar el exilio en Tomis, un lugar donde no llegan las Musas. Pese a ello, las obras que nuestro autor terminó en el destierro Tristes, Pónticas, Ibis y la reedición de Fastos demuestran una actividad notable.

Entrando en los detalles sobre el destierro, debe entenderse la descripción de Ovidio como una deformación de la realidad debido a las circunstancias descritas. Ajustándonos a la realidad, la ciudad de Tomis era una fundación milesia que contaba con una población mixta entre griegos y getas (escitas) pero éstos utilizaban sin problemas la cultura material romana, hablaban griego y, en cierta manera, estaban bastante helenizados. En virtud del mestizaje descrito, podríamos decir que los getas que entraron en contacto con Ovidio no eran ajenos a la cultura mediterránea de matriz grecorromana. En cambio, el ‘biologismo’ romano de la época no es un elemento que debamos soslayar en la percepción de la diversidad cultural pues, si no, recordemos las palabras que Tito Livio puso en boca Cn. Manlio cuando en 189 a.C. los romanos se enfrentaron a los gálatas: estos ya han degenerado, por el mestizaje, y son realmente galogriegos, como se los llama (Liv. XXXVIII. 17. 9-10). Por consiguiente, la entrada en contacto con culturas helenizadas no garantizaba la simpatía de los romanos y, por añadidura, aún podríamos razonar largo y tendido sobre la recepción de la cultura griega en algunos ámbitos de la sociedad romana. Volviendo a la descripción ovidiana, las imprecisiones y continuas hipérboles han hecho pensar a muchos estudiosos que el poeta no estuvo nunca en dicho lugar. Se trata de una opinión poco aceptada pero que nos acerca a la composición entre realidad y ficción que Ovidio muestra sobre la ciudad del Ponto.

Ante todo, la Tomis de Ovidio era un lugar inhóspito y gélido poblado por gente ruda y sin educación; lugar impropio para un poeta:

El lugar puede hacer el destierro más suave: no hay debajo de los dos Polos otra tierra más desolada que ésta. De algo sirve estar cerca de las fronteras patrias: a mí me tiene el extremo de la tierra, el fin del mundo. Tu laurel, oh César, garantiza la paz incluso a los desterrados […]

Pont. II. 7. 63

La combinación entre protesta y alago hacia el emperador es una constante. Por un lado, Ovidio se lamenta de que otros desterrados con un crimen mucho mayor a sus espaldas hayan sido enviados a tierras más amables pero, por otro lado, el poeta sabe que Augusto es el único que puede sacarle de tan apurada situación. Las exageraciones y licencias poéticas en la descripción de Moesia impiden ver con mayor claridad que, en el fondo, Ovidio tuvo que adaptarse a la región ya que pasó allí cerca de diez años. De hecho, jamás volvió a Roma. Sea como fuere, sabemos que al inicio nuestro desterrado no comprendía el idioma local cosa que todavía agravó más su situación. Por ejemplo, hacia el tercer año de exilio el poeta escribe en el décimo capítulo del quinto libro de Tristes sus impresiones y vivencias en Tomis. Aquí, se aprecian con gran nitidez el énfasis en ciertos rasgos que se utilizan para establecer un punto de apoyo sobre el cual edificar las diferencias culturales entre getas y romanos: lengua, vestido, aspecto físico, costumbres o religión. Nada mejor que un ejemplo que nos ofrezca una imagen de estos elementos a partir de los cuales se construye al otro:

Aunque no los temieras, los odiarías sólo con ver sus cuerpos cubiertos de pieles y por una larga cabellera. Incluso aquellos que se tienen por oriundos de una ciudad griega, se cubren con calzones persas, en lugar de con su vestido patrio.

Ellos emplean entre sí una lengua común, mientras que yo me he de expresar por gestos. Aquí el bárbaro soy yo, puesto que nadie me entiende, y los estúpidos getas se ríen de las palabras latinas. Y con frecuencia, con toda tranquilidad, hablan mal de mí en mi propia presencia.

Tr. V. 10. 31-41

El testimonio anterior supone apenas unas líneas donde Ovidio condensa toda la inquina y angustia de la vida fuera de Roma. Las señas de identidad que definen y articulan la vida de un romano no valen nada en Tomis donde el poeta debe reconocer entre exabruptos que el extranjero es él. Ni tan siquiera los griegos pueden reconocerse como tales. Por consiguiente, retornamos sobre la idea según la cual, en materia de alteridad, lo importante es la identificación de los rasgos que conforman la cultura dominante y, posteriormente, la construcción del otro según estos parámetros. En el caso de Ovidio la situación se invierte y ello le produce una gran impotencia. Sobre este particular, en Pónticas, el autor afirma que Octavio Augusto desconocía totalmente cómo se vivía en el Ponto. Así lo explica en una misiva a Paulo Fabio Máximo, hijo del cónsul Quinto Fabio Máximo, relatando que en Tomis no temen a los ejércitos ni a la autoridad romana sino que viven confiados en sus armas y su valor. El César (Octavio Augusto) desconocía las condiciones en las que se encuentra el lugar y la escasa fidelidad a Roma. Además, socarronamente, sentencia: […] grandes esfuerzos por los asuntos de estado ocupan a ese gran dios [Augusto]; ésta es una preocupación menor en un espíritu divino (Pont. I. 72-75). Un dardo directo a la autoridad imperial de la que ya no esperaba clemencia alguna. Con todo, volviendo a la cuestión del idioma, no debemos retener a nuestro autor como un romano contumaz que persiste puerilmente en el uso del latín. Bien al contrario, en otra misiva reconoce haber aprendido gético y sármata, al menos a un nivel que le permitía interaccionar con la población local (Tr. V. 12. 60-65).

Mención aparte en el relato de Ovidio merece la cuestión del clima y la geografía, que se definen como extremados e inhóspitos en relación a Italia. Siguiendo una idea enraizada en los escritos médicos de la Grecia clásica, Ovidio entiende que el entorno configuraba el carácter e inteligencia de los habitantes de Tomis. La geografía ovidiana destaca ante todo el río Histro (el Danubio) comparado en su formidable caudal con el Nilo. Para el poeta el río es tabla de salvación puesto que separa Tomis de los pueblos bárbaros del norte, que amenazaban siempre la seguridad. No obstante, el clima gélido de la zona producía que el río (y parte del Ponto) se congelaran en invierno lo cual permitía que dichos pueblos cruzaran la frontera a través él (Tr. III. 10. 10). La congelación del Danubio se describe vívidamente puesto que le causó un gran impacto y ello resulta peculiar teniendo presente que Ovidio procedía de la fría región samnita (Sulmona). Por añadidura, la tierra se define desde epítetos como: estéril, yerma o insegura. De nuevo nos hallamos ante una exageración del poeta que trata de ofrecer una imagen salvaje del lugar, lo cual comenzaba a exasperar a los lugareños que sí entendían latín y además leían sus obras (Pont. IV. 14. 10).

A modo de conclusión, entendemos que la alteridad en Ovidio tiene más elementos poéticos que etnográficos o geográficos. Al abrigo de lo anterior, debemos entender que Ovidio fue un hombre con privilegios y acostumbrado al otium de la selecta sociedad romana. Por consiguiente, el contacto con sármatas y getas o la descripción de Tomis debemos entenderlos dentro de su particular descenso a los infiernos. En este sentido, la imagen de Roma y su imperio en las obras de Ovidio anteriores al destierro contrastan sobremanera con las escritas desde Moesia. En paralelo al proceso anterior, las esperanzas depositadas en la clemencia de Augusto se van disipando a medida que los años transcurren. Por ello, tras la muerte de Augusto (14 d.C.), trata de obtener el perdón de la mano de Tiberio y Germánico pero éste no llega y Ovidio muere hacia el 17 d.C. en su aborrecida Tomis. En este sentido, el poeta siempre percibió su exilio como una privación de libertad: […] sería contrario a las leyes divinas que alguien de sangre latina, mientras haya Césares, tuviera que sufrir las cadenas de los bárbaros (Tr. II. 205).

Bibliografía:

von Albrecht, M. 2014: Ovidio: una introducción, Murcia: Edit.um (Universidad de Murcia).

Barchiesi, A. 1994: Il poeta e il principe: Ovidio e il discorso augusteo, Roma-Bari_ Laterza.

Claasen, J. M. 2013: Ovid Revisited: the Poet in Exile, London: Bloomsbury Academic.

Syme, R. 1978: History in Ovid, Oxford: Clarendon Press.


Sobre el autor

La trayectoria investigadora de César Sierra Martín (Barcelona, 1982) se enmarca en el campo de la Historia antigua de Grecia y, en concreto, en la Historia de las ideas. Desde 2012 es doctor en Historia antigua por la Universitat Autònoma de Barcelona con una tesis doctoral sobre la recepción de la medicina hipocrática en la historiografía griega (Heródoto, Tucídides y Jenofonte). Durante su etapa como investigador posdoctoral ha orientado su línea de investigación hacia el estudio de la medicina griega en el ámbito militar, prestando especial atención a la alteridad en el mundo grecorromano desde la perspectiva del pensamiento médico. Fruto de la anterior línea de trabajo ha publicado diferentes artículos en revistas especializadas y ha participado en diferentes congresos nacionales e internacionales.