OVIDIO Y SU OBRA I: "LOS FASTOS"

De Claudia Hortensia, en Roma, a su amiga Engratia en Valentia. Salud.

Borra de tu memoria las quejas que te hice en mis dos últimas cartas, querida amiga, pues desde entonces ha ocurrido algo estupendo –y déjame decirte que tú te lo pierdes, por tu cabezonería–: mi estancia en el Lacio ha dado un giro muy favorable. ¿Recuerdas mis amargas quejas por lo aburridísimo que resultaba el invierno en la villa rural de nuestra admirada y generosa Baebia Fulvia? ¡Olvídalas! La salud de su anciana niñera ha mejorado hasta el punto de permitirle viajar y hace unos días la propia Baebia declaró estar hastiada (como yo) de tanto campo y dispuso que nos trasladásemos enseguida a su domus de Roma. No puedes imaginarte cómo se exaltaron nuestros ánimos solo con los preparativos. Mi querida anfitriona pareció despertar de un letargo invernal y volvió a ser la enérgica matrona que conocemos. No había bastantes esclavos en la villa, y son varias decenas, para seguir al punto todas sus órdenes. He aprendido mucho, observándola estos días, acerca de las cualidades que debe de tener un general.

“Va a empezar el mes dedicado a Marte, Claudia Hortensia”, me dijo una vez estuvieron listas las diez carretas con el equipaje y nos acomodamos en la que nos transportaría a nosotras. “Siendo este dios el padre del pueblo romano, es preciso homenajearlo y conocer todo lo que se refiere a él”. A continuación, me habló de la sacralidad de Roma, de sus templos y de sus fiestas hasta que el traqueteo del carro me hizo caer rendida en el sueño.

Te ahorro los detalles del viaje pero, apenas pusimos el pie en su mansión del Esquilino (lo que nos llevó un par de días), comprendí que empezaba una etapa llena de sorpresas. Antes siquiera de revisar que todo estuviera organizado en la casa según sus instrucciones, Baebia Fulvia llamó a su presencia al viejo pedagogo de sus hijos. El anciano se ocupa ahora de recopilar las cartas y documentos de su difunto esposo y de mantener actualizada la biblioteca familiar. “Ahora se encargará también de enseñarte todo lo que debes saber sobre el calendario que organiza la vida de esta ciudad”, me dijo.

¡Me entraron temblores, te lo digo de verdad, cuando vi aparecer aquel rostro amarillento como un papiro, hosco y fruncido por un ceño que no presagiaba nada bueno! Por un momento temí retroceder a las jornadas de estudio de antaño. Sin embargo, cuando nos quedamos solos me preguntó: “¿Conoces los Fastos de Publio Ovidio Nasón?” Como yo no contestaba, me hizo una señal para que lo siguiera y se encaminó al despacho de su antiguo amo. Dos de las paredes están cubiertas por estanterías, pero él, sin dudar, se dirigió a uno de los estantes, sacó varios rollos, los examinó y finalmente me tendió uno de ellos. “Este es el tercer libro, el que se refiere al mes de Marzo. Léetelo y si tienes alguna duda ven a preguntarme.”

¡Qué descubrimiento, Engratia! No sabes con cuánto deleite voy aprendiendo las costumbres y las viejas historias referidas a esta ciudad. Desde ahora mismo te declaro mi adoración por Ovidio y mi promesa de llevarte sus obras si, finalmente, no te decides a venir tú en persona. ¡Casi te diría que sueño con él! Pero eso no es todo: mi anfitriona ha puesto a mi servicio a su esclava de mayor edad y a otra que tendrá más o menos la mía, para que me acompañen a todas partes. ¿Y puedes creer cuál fue nuestra primera salida? Ir al mercado de las flores a proveernos de todas las necesarias para la celebración de la Fiesta de las Matronas, en las calendas de marzo.

Créeme si te digo que se me empañaron los ojos de emoción al día siguiente, cuando Baebia Fulvia y yo nos ceñimos las sientes con coronas de rosas y alhelíes y, junto con varias damas amigas suyas, nos dirigimos al antiquísimo templo de Juno Lucina, que se levanta aquí cerca, en el mismo Esquilino. Yo me encargué de llevar las guirnaldas de flores que trenzamos al alba para ofrecerlas a la diosa. Las calles rebosaban de mujeres que, procedentes de toda la ciudad y cargadas con sus ofrendas florales, se dirigían a honrar a la protectora de los nacimientos. Por la lectura de Ovidio imaginaba una fiesta alegre, pero verla y vivirla yo misma, percibir la emoción de las matronas que querían agradecer a Lucina la ayuda prestada para alumbrar a sus hijos, o le pedían auxilio para sus próximos partos, es algo que no puedo expresar con palabras. Se me hizo un nudo en la garganta al llegar al templo y pisar con mis propios pies aquel suelo sagrado que han hollado tantas generaciones de mujeres desde la fundación de esta ciudad.

Al regresar a casa, Baebia Fulvia recibió los obsequios que le habían enviado sus hijos con motivo de esta fiesta. “Mi difunto esposo solía regalarme diez perlas cada año”, me explicó, “así recordaba que en los tiempos del fundador de Roma el año tenía diez meses y que este, dedicado por el propio Rómulo a su padre, el dios Marte, era el primero”. Luego me hizo leerle en voz alta el pasaje en el que Ovidio explica la causa de que las mujeres erigieran el templo a Juno en ese lugar y también el siguiente, donde evoca a las valerosas antepasadas sabinas que tuvieron el coraje de interponerse entre el ejército romano y el sabino para impedir que yernos y suegros se matasen entre sí. ¡Está más que justificado que los maridos hagan regalos a sus esposas en este día, en recuerdo y homenaje a las sabinas! Después de esta lectura y de una gratísima charla al respecto, Baebia se quedó pensativa. Creo que se acordaba de sus hijos, pues ambos sirven en el ejército y se hallan muy lejos de sus hogares.

¿Y qué decirte, amiga mía, de la fiesta de los Salios? A verla me acompañaron el pedagogo y las dos esclavas. Descendimos hasta el foro y conseguimos colocarnos casi en primera fila delante del templo de Saturno. ¡Te hubieras quedado con la boca abierta al ver a los sacerdotes Salios! Son doce jóvenes de las mejores familias, ataviados con gorros en forma de cono, túnicas de color púrpura y togas ceñidas por cinturones de cobre. Llevan en las manos los sagrados escudos llamados ancilia y unas dagas con las que los golpean y ensordecen a todo el mundo.

Además de hermosos cuerpos, estos sacerdotes gozan de una singular agilidad. Su danza consiste en dar saltos, mover los escudos y trenzar con los pies, todos a la par y según les va indicando el principal sacerdote, pasos bellísimos y, a mi parecer, difíciles de ejecutar. Deben de ensayar durante todo el año. Ellos mismos acompañan su danza con cantos antiquísimos, mas a decir verdad no entendí ni una sola palabra de lo que decían. Recorren el centro de Roma andando y, cuando llegan delante de un templo, se detienen para ejecutar su danza. Tengo que preguntar al pedagogo sobre el motivo por el cual la flamínica, sagrada esposa del flamen dial, no puede peinarse en esos días. En cuanto al origen de los escudos, es una historia extraordinaria, pero me niego a contártela.

¿Creías que ibas a librarte esta vez de mis reproches? Ni hablar. Si ya mientras permanecí en la villa rústica del Lacio me pesaba como el plomo tu ausencia, ahora que estoy en Roma y disfruto de sus maravillas aún te echo más de menos. ¡Qué tonta, tontísima fuiste al rechazar la oportunidad de venir conmigo a la urbe cuando Fortuna nos la brindó a ambas y tú, por motivos fútiles, la rechazaste! Tu decisión ha sido perjudicial para las dos. Para ti, pues te pierdes experiencias que no vivirás en ningún otro lugar, y para mí porque más de uno me tomará por lunática al oírme hablar sola. Te extraño tanto que a veces me sorprendo a mí misma charlando y comentando los asuntos más diversos contigo, como si estuvieras a mi lado. Añoro nuestras risas y secretillos y, con más frecuencia aún, tu atrevimiento.

¡Hubieras disfrutado como nunca ayer, en la fiesta de Ana Perenna! La actividad en la casa fue una locura desde el amanecer. Baebia Fulvia estaba empeñada en que su niñera, Oppia Montana, a quien cuida como si fuera su propia madre, conociera esta fiesta, pues la anciana retornará a Sagunto antes del verano. En las cocinas se laboró a toda velocidad para preparar las cestas con la comida y la bebida, y también se añadieron manteles y mantas para colocarlos sobre la hierba. ¡Con qué precisión y agudeza describe Ovidio el ambiente festivo en los campos del Trastévere! Estoy segura de que debió de asistir muchas veces, pues todo era como él lo cuenta: después de atravesar el puente Sublicio, la multitud se desperdiga por los prados y por las verdes riberas del Tíber, monta tiendas y abrigos apoyando las propias togas sobre ramas o cañas y recibe ruidosamente al sol primaveral.

Nosotras nos acomodamos cerca del Hortus Caesaris, la villa que fue de César y que ahora disfrutan todos los ciudadanos sin excepción. A nuestro alrededor, grupos de muchachas se acompañaban de palmas y cantos picantes mientras bailaban con los pies descalzos. Allá se oían risas; más cerca de nosotras, los muchachos competían en beber y sus amigos contaban a coro las copas según las trasegaban. Tuvimos que improvisar un toldo, pues brillaba tanto el sol que temimos que el contraste de su calor con la brisa que subía del río pudiera hacernos daño. Me tumbé sobre una de las mantas que llevábamos y cerré los ojos para que mis oídos disfrutaran mejor de aquel bullicio. Respiré hondo aquel aire que olía a hierba fresca y a flores silvestres.

La vieja Ana Perenna se presenta cada año en Roma, querida Engratia, engaña una vez más las ansias amorosas del dios Marte, como explica muy bien el poeta Ovidio, y trae la primavera en sus manos arrugadas por la edad. Puedo decirte que jamás había sentido yo un deseo tan intenso de vivir, de abrir los brazos al mundo, de cantar a pleno pulmón y dejar a mi cuerpo moverse como una ola en el mar. Y todo eso he hecho, y he girado también sobre mí misma y hasta he bebido tres o cuatro copitas de vino muy rebajado con agua, pues me lo ha permitido una radiante Baebia Fulvia. Si no corriera el riesgo de parecerte ilusa o fantasiosa, te diría que ayer nació algo nuevo dentro de mí.

Te equivocaste al no venir conmigo, Engratia, pero tu error aún tiene solución. ¡No muevas dubitativamente la cabeza, pues aún no sabes lo que voy a decirte! Hace unos días tuvo lugar en el puerto de Ostia, con gran solemnidad, la ceremonia del Barco de Isis, así que ya ha comenzado la temporada de la navegación. ¡Dime, querida mía, que le pedirás a tu padre que te autorice a venir a Roma en barco! A él, que fleta tantos para comerciar con vino, no le costaría demasiado meterte en uno de sus mercantes acompañada por un liberto y tres o cuatro esclavas de confianza.

Mañana se celebrará la fiesta de Líber, los muchachos de quince años tomarán la toga viril y en las calles habrá viejas coronadas de hiedra cociendo en sus hornillos portátiles tortas de trigo para venderlas a quienes quieran ofrecerlas al dios. ¿Has de perderte todo lo que está por llegar? Te hablo muy en serio, amiga mía: ven. Oigo, a lo lejos, el rugido de los leones y de otras fieras salvajes que te entusiasman y entusiasmarán a quienes acudan a los juegos en el anfiteatro Flavio. Hay mil historias aún por conocer y experiencias por vivir y no existe en el mundo una ciudad que conquiste los corazones con tanta intensidad y tan deprisa como esta.

Cuídate.

ISABEL BARCELÓ CHICO

BIBLIOGRAFÍA

Ovidio.- Fastos. Traducción de Bartolomé Segura Ramos. Gredos, 2001

G. Vaccai. Le Feste di Roma Antica. Miti, riti, costumi. Edizioni Mediterranee, 1986

Jean-Noël Robert. I piaceri a Roma. Rizzoli Editore, 1985

Moreno Valero, Amparo y Marco Gascó, Charo. Domus Baebia Saguntina. Revista ARSE, nº 42, 2008. Puede descargarse aquí: http://www.centroarqueologicosaguntino.es/revista-arse.php?pg=3


Sobre la autora de este artículo :

ISABEL BARCELÓ CHICO, licenciada en Filosofía y Letras, es escritora y conferenciante. Comprometida con la recuperación y dignificación de la memoria de las mujeres del pasado, es autora de las novelas “Dido reina de Cartago”, “La muchacha de Catulo”, y “La ira de Medea”, entre otras. En abril de este mismo año, 2018, publica su último trabajo: “Mujeres de Roma. Heroísmo, intrigas y pasiones”, en la editorial Sargantana: una incursión en la Roma actual para buscar el rastro de las mujeres del pasado, devolverlas a la vida y acompañarlas en sus momentos críticos. Autora del blog “Mujeres de Roma”. http://mujeresderoma.blogspot.com