Cada familia, cada escuela, cada institución constituye una organización singular, inscripta en un contexto específico en el que se desarrolla su historia e identidad. A lo largo del tiempo construyen sentidos y prácticas. Las prácticas institucionales tienden a repetirse o reproducirse y en este proceso, con frecuencia se estereotipan o cristalizan, produciendo desencuentros y dificultades para interactuar con otros o  cooperar en un marco de corresponsabilidad.  ​

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Pensar la relación, escuelas, familias y comunidad supone descubrir las posibilidades de intercambio e interacción, entre estas singularidades históricamente construidas en contextos específicos. El primer paso entonces es generar espacios de encuentro que permitan expresarnos, darnos a conocer más o menos como somos, Una expresión genuina, que implica entonces poder reconocernos, conocernos y partir de allí construir lo común.

Para promover el encuentro es importante reparar en qué lenguajes habilitarán o favorecerán la expresión de los diversos actores. Sobre todo, teniendo presente que la distancia social, cultural y lingüística en muchas ocasiones obtura la comunicación.