La orden del Cister

El Monasterio de Sobrado está bajo el dominio de la orden cisterciense, una de las órdenes más importantes a lo largo del tiempo, cuya historia se remonta siglos.

Historia

El movimiento monástico Cisterciense se originó en Francia a finales del siglo XI (1098), cuando un grupo de monjes del monasterio Cluniacense de Molesmes decidió abandonar su comunidad para establecer una nueva en la localidad de Citeaux (Cister). Dirigidos por el abad Roberto, su objetivo era restaurar la estricta Regla de San Benito de Nursia, fundador de la orden benedictina en el año 545. La nueva orden, conocida como Cisterciense, se basaba en principios de humildad, renunciando a la ostentación de riquezas y dedicándose al trabajo como medio de subsistencia, encapsulando el famoso lema "ora et labora" (ora y trabaja).  

El Papa Pascual II finalmente reconoció la orden bajo el liderazgo de Alberico, sucesor de Roberto. Más tarde, el tercer abad, Esteban Harding, promulgó la Carta de Caridad, estableciendo las normas para todas las comunidades cistercienses y fundando varias casas madre que serían fundamentales para la expansión de la orden.  

Bernardo de Claraval

En 1113, la orden comenzó a expandirse por Francia, liderada por Bernardo de Claraval, sucesor de Esteban. Tras la muerte de Bernardo en 1153, la expansión continuó, alcanzando alrededor de seiscientas cincuenta abadías para 1250. La orden se extendió fuera de Francia hacia países como Inglaterra, Alemania, Italia, la península Ibérica, Grecia y Oriente Medio.  

Una de las fusiones más significativas ocurrió con el Monasterio de Sobrado dos Monxes en Galicia. Esta unión fortaleció la presencia de la orden en la península ibérica y contribuyó a su expansión y desarrollo en esa región.  

Sin embargo, a medida que la orden crecía, enfrentó desafíos tanto internos como externos. Factores como la dispersión territorial y la incorporación de cenobios con sus propias prácticas afectaron la estabilidad de la orden. Además, eventos como el Gran Cisma de la Iglesia y la creciente influencia política y económica de las abadías llevaron a una pérdida gradual del rigor monástico.  

Papa Clemente IV

En 1262, las tensiones entre la abadía de Citeaux y las otras cuatro principales llevaron a conflictos internos, reflejados en la elección del abad Jaime II. El Papa Clemente IV intervino para restablecer el orden, dando a la abadía de Citeaux el poder exclusivo de elegir a su abad.  

Benedicto XII

El Concilio de Vienne de 1311-1312 cuestionó la capacidad de las comunidades para elegir a sus abades, lo que llevó al nombramiento papal de abades. Aunque esta medida fue revocada por Benedicto XII, la orden enfrentó desafíos adicionales, incluida la devastación causada por la peste, la crisis económica y las guerras religiosas.  

A pesar de los esfuerzos de reforma, como las Ordenanzas de 1570, la orden enfrentó divisiones internas, como la creación de la Estrecha Observancia en 1618. A lo largo de los siglos, la orden experimentó altibajos, con períodos de expansión y declive, culminando en la Revolución Francesa, que puso fin a su existencia en Francia.

La orden en la Península Ibérica

Aunque hay controversia entre los especialistas sobre cuál es el primer monasterio cisterciense de la península, parece que el primer asentamiento de los monjes tuvo lugar en 1140 en el monasterio de Fitero en Navarra, entonces parte de la corona de Castilla bajo el reinado de Alfonso VII el Emperador. Sin embargo, otros autores consideran que los monasterios de Sobrado dos Monxes o Moreruela podrían haber sido anteriores. Alfonso VIII fundó el monasterio de las Huelgas Reales y logró que fuera la casa madre de todos los monasterios femeninos de Castilla. Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, donó las tierras de Poblet para el primer asentamiento en terrenos de la Corona de Aragón.  

La mayoría de las fundaciones en la Península se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XII, siendo estas las que tuvieron más éxito. El procedimiento de fundación se repetía en cada caso: un grupo de doce monjes, provenientes del monasterio fundador o casa madre, ocupaban el lugar donado por el rey y se encargaban de preparar el terreno para la futura comunidad. Estas primeras construcciones debieron de ser modestas y no se conserva ninguna de ellas.  

El establecimiento de las comunidades se benefició de la falta de interés de los monjes en los asuntos políticos y económicos, lo que no interfiere con las ambiciones de clérigos y nobles. Además, su capacidad para organizar el trabajo agrícola, con monjes capacitados que supervisan a un gran grupo de conversos dedicados a estas tareas y sometidos voluntariamente a la disciplina monástica, permitía disponer de mano de obra dispuesta a trabajar en tierras improductivas.  

Acompañado del prestigio de la orden, esto atrajo a muchos devotos a los monasterios, lo que resultó en un crecimiento de los cenobios y la necesidad de expandirse y construir grandes complejos que han perdurado hasta nuestros días. Los nuevos monasterios se fundaron a partir de otro existente o "Casa Madre". En la península, Morimond fue principalmente responsable en la parte central, mientras que en Aragón fue la principal fundadora. En Galicia, León, Cataluña y Portugal, Clairvaux cumplió este papel.  

La conexión con el Monasterio de Sobrado dos Monxes en Galicia es un ejemplo destacado de la expansión de la orden cisterciense en la península ibérica. Esta unión fortaleció la presencia cisterciense en Galicia y contribuyó significativamente a su desarrollo en esa región.  

Aunque los monasterios de la península no replicaban exactamente la arquitectura de sus casas madre, sí compartían una distribución general similar. Sin embargo, existían importantes influencias locales, reflejadas en la arquitectura de grandes construcciones de la época como la catedral de Santiago de Compostela, que influyó en las construcciones de Galicia. Por ejemplo, en Gradefes, la cabecera del monasterio se asemeja a la de la catedral de Ávila y a Santo Domingo de la Calzada. Aunque en algunos monasterios los monjes participaron en su construcción, la presencia de estas influencias locales indica que también tuvieron que emplear mano de obra local, probablemente incluyendo arquitectos no religiosos. La presencia de marcas de cantero en las piedras de distintos monasterios sugiere la existencia de grupos de canteros profesionales asalariados y no religiosos.