Hace un año comía
junto a la ventana de un bar
y miraba pasar la calle, la vida
tan desnuda y decisiva.
Casi idiotizado, con cierta
convicción existencial
me hurgaba la nariz. Yo no era nadie en el universo y desde mis pies subía
un fracaso de restos de comida.
Y me dormí y soñé
con aposentos vivos de cristal y oro
donde todo era victoria interminable,
mientras el mundo abierto
abandonaba su oficio y no me justificaba
y una lluvia oscura que cae todavía
borró la calle y las
reales dimensiones de la gente.