Supone que las emociones funcionan tanto como facilitadoras de la respuesta apropiada ante las exigencias ambientales, como inductoras de la expresión de la reacción afectiva a otros individuos.
Así por ejemplo, según la primera de estas funciones el miedo favorecería la huida o la inmovilidad corporal defensiva y según la segunda función adaptativa, la expresión de miedo podría ser útil para apaciguar una reacción intensa por parte de un agresor.
Esta función está especialmente delimitada en el caso de las emociones primarias y es más evidente en los primeros años. A título de ejemplo, indicamos la correspondencia entre emoción y función adaptativa más utilizada a nivel experimental.
La expresión de las emociones permite predecir a las demás personas el comportamiento que vamos a desarrollar y a nosotros el suyo, lo que tiene un indudable valor para las relación interpersonales y para la adaptación al entorno social.
La emoción es visible y por medio de ella realizamos intercambio informativo con nuestros interlocutores. Las principales señales de comunicación del estado emocional a los demás son la expresión facial y los movimientos de la postura, juntamente con la expresión verbal.
Prestando atención a esas señales podemos conocer los estados e intenciones de un sujeto en relación a los otros (tanto si son miembros de una misma especie como de otra diferente), con lo cual afectan al comportamiento o a las acciones de los otros y, a su vez, las emociones expresadas por los demás vuelven a influir en el primero.
En otras palabras, las reacciones emocionales expresan nuestro estado afectivo, pero también regulan la manera en que los demás reaccionan ante nosotros.
Igualmente, la propia represión de las emociones también tiene una evidente función adaptativa, por cuanto que es socialmente necesaria la inhibición de ciertas reacciones emocionales que podrían alterar las relaciones interpersonales.
La relación entre motivación y emoción es íntima: toda conducta motivada produce una reacción emocional y a su vez la emoción facilita la aparición de unas conductas motivadas y no otras.
La relación entre motivación y emoción no se limita al hecho de que en toda conducta motivada se producen reacciones emocionales, sino que una emoción puede determinar la aparición de la propia conducta motivada, dirigirla hacia determinado objetivo y hacer que se ejecute con intensidad.
Esta función no depende del tipo de emoción sino de la dimensión de agrado-desagrado de la emoción y de la intensidad de la reacción emotiva. Por ejemplo, la tristeza (emoción) nos llevaría a realizar una determinada conducta, fundamentalmente de supervivencia (conducta motivada) y que, dependiendo no de la emoción sino de su intensidad y agrado/ desagrado puede hacer que la persona llore a solas o que busque compañía.