A los inicios de los años 1900, Barranca era habitado por chinos y descendientes del lugar, destacando las familias Rosales, Dávila, Navarro, Wong y Lung.
Uno de los comerciantes chino, muy rico, fijó los ojos en una joven que pertenecía a la familia Rosales, quien a su vez estaba enamorada de Antonio, éste no era bien visto por la familia de aquella. Es así, que el comerciante chino pide en matrimonio a la joven y se casan, sabiendo que amaba a otro, pero él pensaba que, con transcurrir del tiempo, ella lo amaría.
Decidieron vivir en un terreno agrícola que compró él. En este ambiente campestre se distinguían grandes acequias y largos caminos entrecruzados.
Los que vivían por esos lugares llamaban a tales caminos, “atajos”
La joven aprovechando la ausencia de su esposo, se encontraba con su amante, con quien vivía un tórrido romance. El chino salía por las noches para realizar la contabilidad de su negocio, y no sabía nada del engaño. Los amantes manejaban una clave, que era la palabra “atajo”. Si alguien se acercara a la vivienda, ella gritaría ¡atajo! Que era la treta para que el amante pueda salir por la puerta superior.
Una noche el comerciante, cansado por la rutina de trabajo y deseoso de estar esa noche con ella para prodigarle su amor sincero, dejó el trabajo y fue a su encuentro. Al llegar a su vivienda quiso darle una sorpresa e ingresó por la puerta posterior para no molestar. Al entrar escuchó gemidos y encontró a su esposa con otro, ante tal sorpresa ella gritó ¡atajo! ¡vete! A lo que el chino astuto expresó: ¡Así que me engañabas, mientras yo trabajaba, ahora yo les atajo, ahora van a ver! Corrió al interior y cerró todas las puertas con llave, dejando encerrados a los amantes. Empezó a rociar gasolina por toda la casa. En el interior se escuchaban las súplicas de la mujer. El chino prendió fuego y del fondo de las llamas se escuchaban el nombre de ¡atajo, atajo! Nunca más se supo del comerciante. Es así como nace el nombre de la “ATARJEA”
(Iris Rosa Paico Navarro)