La vagina rocosa


Los ciclos deben iniciarse de una manera especial y por ello acepté la invitación a la visita ceremonial en Amatlán. No era la primera vez que participaba en una ceremonia de este tipo, recuerdo el evento de alineación astral en Veracruz en el que muchos se emocionaron con los gritos de los chamanes y manifestaron haber visto ángeles y sentido diversas energías. Yo me llevé un gran aprendizaje: cada quien consigue lo que busca.

Este viaje se desarrolló en un bosque, al pie de un cerro —al que se llega por la vereda construida por el paso constante de los lugareños— y cuya abertura parece una vagina. Como parte de la ceremonia, los guías quemaron copal y siguieron sus rituales; otra vez observé a los asistentes maravillados con las sensaciones, pero en mi no ocurrió nada.

Quizá tenía muchas expectativas de lo que podía emerger de aquella apertura matriarcal o de la huella que dejaría en mi vida, pero resulta que solo quedó en el anecdotario personal.

Así como aquel atrevido poema que compuse en mi juventud dedicado precisamente a la vagina… quizá estaba adelantado a mi tiempo, porque ahora ya es un término del que se puede hablar o escribir con menos tabúes.



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