Resistencias antifúngicas

Contexto general

El tratamiento clínico de las micosis se ve condicionado por el limitado número de antifúngicos existente en la actualidad y la lentitud con la que se desarrollan nuevos fármacos antimicóticos. Además, los fármacos antifúngicos disponibles a día de hoy presentan importantes limitaciones, como su elevado coste, su toxicidad para las células animales, su escasa biodisponibilidad y/o su relativa ineficacia. En este contexto, la emergencia de resistencias a los fármacos antifúngicos está causando una gran preocupación en la comunidad científica, que ha llevado a la inclusión de la especie multirresistente Candida auris, otras levaduras del género Candida y las cepas del hongo filamentoso Aspergillus fumigatus resistentes a los azoles en la última edición de la lista de "Amenazas de resistencia a los antibióticos en los Estados Unidos" publicada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) [enlace al listado completo]. Del mismo modo, informes realizados en diferentes países sugieren que la resistencia a los antifúngicos es relativamente frecuente entre los aislamientos de hongos filamentosos y levaduras de origen animal. Sin embargo, se desconoce aún el impacto real de la resistencia a los antifúngicos en la salud de los animales de compañía y el sistema ganadero, ya que las micosis animales han recibido tradicionalmente mucha menos atención que las micosis que afectan a los seres humanos, y los ensayos de sensibilidad antifúngica siguen sin realizarse aún de manera rutinaria en la mayoría de laboratorios de diagnóstico micológico veterinario.

Origen de las resistencias antifúngicas

En general, los hongos pueden ser intrínsecamente resistentes a los antifúngicos (resistencia primaria) o pueden desarrollar dicha resistencia por selección de los individuos menos sensibles a los compuestos antimicóticos dentro de una población fúngica en respuesta a la exposición a tales compuestos (resistencia secundaria). Por otro lado, las resistencias secundarias pueden surgir en el entorno clínico bajo terapia antifúngica prolongada (vía clínica) o, alternativamente, a través de la selección de resistencia tras la exposición a largo plazo del microorganismo a concentraciones subletales de los compuestos antimicóticos en el medio ambiente (vía ambiental). La vía ambiental de desarrollo de resistencias antifúngicas parece tener gran importancia en diversos hongos de importancia clínica, como Aspergillus fumigatus, y tiene su origen en el uso generalizado de compuestos fungicidas en diversas aplicaciones agrícolas y de otros tipos (conservación de materiales, desinfección ambiental, etc.)

Por otro lado, la resistencia clínica se define como la persistencia o progresión de una micosis a pesar de la administración del tratamiento antifúngico adecuado. Es importante tener en cuenta que la susceptibilidad antifúngica de los aislamientos de hongos filamentosos y levaduras es sólo uno de los elementos que contribuyen a la resistencia clínica, ya que otros factores como la farmacocinética del fármaco antimicótico utilizado y diversos aspectos relativos al hospedador (por ejemplo, sitio de la infección, estado inmunitario, etc.) van a condicionar dicha resistencia clínica. En concreto, el tratamiento antifúngico tiene más probabilidades de fracasar en los individuos con disfunción inmunitaria grave, ya que el fármaco antimicótico debe combatir la infección sin el beneficio de una respuesta inmunitaria efectiva.

 Mecanismos de resistencia a los antifúngicos

A nivel molecular, la resistencia a los antifúngicos puede producirse por diversas vías, las cuales pueden ocurrir de manera independiente o concomitante y producir efectos aditivos o dar lugar a resistencias cruzadas entre diferentes compuestos. Entre los principales mecanismos de resistencia a los antifúngicos destacan los siguientes:

Resistencias antifúngicas en el entorno veterinario

Diversos estudios realizados en los últimos años indican que la resistencia a los antifúngicos es relativamente común entre aislamientos de hongos filamentosos y levaduras procedentes de distintas especies animales, y que incluso los individuos sanos pueden servir como reservorio de cepas fúngicas resistentes. No obstante, las cifras de resistencia varían mucho dependiendo de la especies animales, la ubicación geográfica y los métodos utilizados en las pruebas de sensibilidad in vitro. En general, una limitación importante de este tipo de estudios el pequeño tamaño muestral utilizado, especialmente cuando se compara con estudios similares que se centran en aislamientos fúngicos procedentes de casos de micosis en humanos. Además, hasta hace poco tiempo, o no se realizaban as ensayos de sensibilidad antifúngica de aislamientos veterinarios de manera rutinaria o, cuando dichos ensayos se realizaban, no  se seguían métodos estandarizados, lo que dificulta aún más la comparación directa de resultados entre estudios. Finalmente, otra importante limitación de la mayoría de los estudios sobre resistencias antifúngicas en medicina veterinaria es que cuando se detectan aislamientos resistentes a antifúngicos, éstos no se suelen caracterizar a nivel molecular para detectar la posible presencia de mutaciones génicas u otras características (potencialmente) responsables del fenotipo resistente. Por suerte, este aspecto está cambiando en los últimos años, y el número de publicaciones que analizan los mecanismos de resistencia antifúngica en aislamientos de origen animal está aumentando.