Hawkins y Drake. Drake y Hawkins. Ellos son un buen ejemplo de lo que ocurría cuando la maquinaria del Imperio Español se ponía en marcha. Sin duda esa maquinaria tenía sus “fugas” y algunos remiendos y apaños dignos de nuestra mejor manera de ser (en “fino” se le llama “arte de improvisar”), pero, en general, funcionaba realmente bien. Envidiablemente bien.
Sus comunicaciones por mar con la Metrópoli y con otros Continentes, mejoradas en cada viaje; sus rutas comerciales interiores, en permanente ampliación por todo el Nuevo Mundo; sus ciudades, que no paraban de crecer atrayendo a nuevos pobladores con su pujanza; sus puertos, punto de llegada y de partida de todo tipo de mercancías; sus fortalezas, que daban seguridad a todo el entramado. Orquestar todo eso y que funcionara de una manera razonablemente correcta, ayudando a prosperar a la gente, no era fácil. (El que lo ponga en duda, debería preguntarse que tal es gestionar su comunidad de vecinos…).
Pero volvamos a Drake y Hawkins. Partamos de la base de que ambos, sobre todo Drake, sabían lo que se hacían. Él había sido el tercero (la primera y segunda vez fueron iniciativas españolas) en capitanear la circunnavegación del globo, conocía los mares de Centro-América como la palma de su mano y ya había pirateado por aquellas zonas hacía unos años (1585-1586), incluso se había significado contra la Gran Armada en 1588 (Vamos que le teníamos ganas…). Cierto es que había un manchurrón en su hoja de servicios por el fiascazo de la Contra-Armada inglesa (1589) que le había costado (casi) la bancarrota a la Reina Isabel. Pero eso lo pasamos por alto…
Así que cuando Drake y Hawkins (en la imagen) convencieron a su graciosa Majestad, Isabel de Inglaterra, de atacar la América Española, sabían qué buscaban. Cierto es que a Isabel no le costaría mucho convencerse porque España e Inglaterra estaban en Guerra desde 1585 (la Guerra de las Armadas). Una guerra con escenarios en Europa, en los mares y que Inglaterra quería llevar también al nuevo Continente. A ver si de paso pescaba en río revuelto, habida cuenta que con sus colonias del Norte no sacaba ni para papel de fumar…
Fue un 7 de septiembre de 1595 cuando la escuadra inglesa partía de Plymouth: soberbios, seguros. Muy ingleses ellos (… como a nosotros nos gustan, confiados. Sabiéndose vencedores…).
Una veintena de embarcaciones entre ellas seis galeones, de lo mejorcito de Inglaterra, con 1500 marinos expertos, 3000 soldados de “tierra” y, al frente, dos hombres temibles y respetados: Hawkins y Drake.
Tal vez penséis que no era mucho pero de veras que la cosa iba en serio. Era la mayor flota enviada, hasta el momento, contra la América Española (otra fue, mucho después, la de un tal Vernon. Que ellos tampoco aprenden, no penséis…).
Para poner en contexto, recordemos que la Contra-Armada Inglesa (y otros serios encontronazos varios contra España en esa guerra) había diezmado tanto el número de barcos ingleses “capaces” de un ataque de esta envergadura, como las arcas de su graciosa majestad (que estaban más tiesas que la mojama). La apuesta era arriesgada… (se deshacía de dos de sus mejores marinos y de buenos barcos, de los que andaba escasa, para defender Inglaterra…).
La apuesta era arriesgada, decíamos, y no empezaba bien. Algún problema surgió (básicamente que Drake alistó en los barcos que comandaba a más gente de la que podía mantener. Lo que llamaríamos en argot “técnico” una chapuza) porque no habían llegado ni a la altura de las Canarias y ya tenían problemas de avituallamiento: Sin agua potable no podrían alcanzar el nuevo Continente.
Estaba claro que le tenían más miedo a su reina que a los españoles, así que decidieron abordar Gran Canaria para abastecerse. Total… ¿qué les podría costar doblegar una pequeña población con semejante repertorio de barcos y hombres?
Alonso de Alvarado (deberíamos recordar este nombre…), gobernador de Gran Canaria, detecta su presencia (que tampoco sería muy difícil) y prepara la isla para su defensa (eso ya tenía más miga, porque no todos los días recibe uno tan “amistosa” visita…).
Los Ingleses lo intentan… pero aun con lo puesto, los guanches les dan suficientes palos como para no insistir mucho más en Gran Canaria. Además, en la trifulca, son apresados un par de soldados de cierto rango que le revelan a los españoles ‘grosso modo’ los planes ingleses. Los anglos realizan una inteligente maniobra de “avance en retroceso”, subiéndose a los barcos y consiguiendo lo básico para partir a América un par de islas más allá.
Claro que para entonces ‘La Máquina Hispánica’ se había puesto en marcha… y ya no se detendría hasta tocar hueso.
Ahí entra Téllez de Guzmán (también para recordar…), al mando de flotilla de los nuevos barcos que revolucionaron la navegación: Las fragatas. Excelentes barcos, maniobrables, rápidos y artillados. Españoles. Temibles.
Téllez de Gúzman (avisado por las autoridades gracias a la información de Alvarado) prepara su flotilla en un tiempo récord y parte de España llegando (atención) a la vez que Hawkins y Drake a América (de autentico ‘crack’) a la altura de la Isla Guadalupe. Ahorrándose las presentaciones enviste por detrás a los ingleses (que todavía se están preguntando de dónde había salido ese ‘Miura’…).
Del encontronazo, los españoles capturan uno de los galeones y de la tripulación consiguen conocer con cierto detalle las futuras intenciones inglesas: San Juan (en Puerto Rico) es su objetivo. La flotilla de Téllez se va directa a informar y a reforzar la ciudad.
El motivo de ir a San Juan es que el galeón Nuestra Señora de Begoña (perteneciente a la flota de Tierra Firme) estaba siendo reparado porque había sufrido daños en un fuerte temporal y obligado a separarse de la flota tuvo que buscar resguardo (… ni idea de donde saca Drake esa info…). Un galeón con más de 3 millones de ‘Reales de a ocho’ en sus bodegas (moneda española de plata y primera moneda de curso universal por su aceptación en todos los continentes. Sí, también los chinos…).
No cejan en su empeño los ingleses, aún sabiendo alertado y reforzado el puerto. Tenían ventaja numérica aunque hubieran perdido el factor sorpresa… (y dudamos mucho, dicho sea de paso, que el buen Drake se planteara si esa plata era el “quinto del rey de España” o bien pertenecía a miles de esforzados comerciantes europeos una vez vendidas sus mercancías en los mercados de América…).
Sea como fuere, lentamente, como león que acecha a la temerosa pero atenta gacela, recorren la distancia que les separa de su objetivo. Esperando, mientras tanto, la llegada de la luna nueva para atacar al amparo de la noche cerrada. La victoria será, si cabe, más espectacular.
Se acerca el momento clave. Arriman los barcos los ingleses (como quien dice a tiro de piedra) bajo la protección de la oscuridad. Silencio absoluto. En la bahía, las fragatas españolas en posición defensiva, en las fortalezas, actividad frenética. Están acojonados, casi se les oye decir a los ingleses mientras plasman la estrategia para hacerse con el puerto: Incendiar las fragatas para inutilizarlas y desembarco posterior, con todo. Victoria segura. Clinck, clinck, clinck… (o como carajo suene el choque de copas al brindar por su graciosa majestad).
Espectacular Castillo de San Felipe del Morro, Puerto Rico
Y ahora a cenar bien, con doble ración de tocino y ron para la tropa (que en tres o cuatro horas han de luchar como jabatos), mientras en el camarote de cada uno de los capitanes de navío, todos los oficiales del buque, dan cuenta de una glamurosa cena, preludio de una gran victoria (casi) segura.
Hete aquí que un pequeño imprevisto, pudiera torcerlo todo… A Hawkins, al gran Hawkins, se le atragantó un huesecillo en forma, tamaño y contundencia de bala de cañón que le amargó el resto de la noche. A él y a quince más. Así lo dejó escrito un tal Lope de Vega:
Cenando estaba un Anglo caballero
que de Teniente al General servía,
vió la luz desde el puerto un artillero,
y a la mesa inclinó la puntería:
la vela, el blanco, el Norte y el lucero
de aquella noche a su postrero día
la bala ardiente acierta de tal suerte,
que quince y él cenaron con la muerte.
La mesa, los manjares, los criados,
el dueño y todo junto fue al infierno…(*)
Así que, a las primeras de cambio por un quítame allá esa bala, Hawkins se caía de la lista de convocados. (vaaaya por dios…)
Eso sí, debemos conceder a los ingleses que el duro golpe no les hizo abandonar su empeño (3 millones, son 3 millones…). Más bien al contrario lucharían con más rabia y pundonor para vengar así la muerte de Hawkins al conseguir la victoria. Al fin y al cabo seguían teniendo (casi) intactas sus fuerzas y Francis Drake, el alma de la expedición, estaba convencido de que la presa estaba lista para ser cazada… Al menos es lo que dicen que él decía.
(*) La historia es un punto aún más espectacular. Los barcos ingleses no estaban a tiro de las fortalezas pero fondearon al alcance desde un montículo cercano al Fuerte de San Felipe del Morro. Los españoles movieron, amparados en la misma oscuridad que pensaban utilizar los ingleses, un cañón (que se dice pronto) de largo alcance hasta ese saliente. No nos resulta difícil escuchar las risotadas contenidas de los españoles mientras empujando sudorosos el pesado cañón, se imaginaban la sorpresa que se iban a llevar los ingleses…
El fragmento es de la Dragontea, donde Lope de Vega cuenta, en certeros versos, lo acontecido en aquel episodio de historia compartida entre ingleses y españoles.
Tres millones son tres millones, decíamos, y que una bala de cañón bien dirigida se llevara por delante Hawkins mientras cenaba, no era motivo suficiente para modificar ni los planes ni el objetivo. Retrasarían al ataque… pero eso no cambiaría nada. Drake dixit (más o menos…).
El ataque “sorpresa” a San Juan de Puerto Rico se inició bien entrada la noche del 23 de Noviembre de 1595 (Mientras el Archiduque Alberto recorría el Camino Español para hacerse cargo de los Países Bajos Españoles. Que un Imperio es lo que tiene…). Las tropas alimentadas y con la moral alta (3 millones…), los barcos preparados y Drake dispuesto. En la oscuridad de la noche avanzaron silenciadas las barcazas para llegarse hasta las fragatas españolas. El ataque conjunto inglés, con bombas incendiarías, fue un éxito. Las embarcaciones españolas empezaron a arder y todas las tripulaciones se dedicaron, como pudieron, a intentar no ser abordados y a apagar las llamas. Los ingleses, conforme al plan, aprovecharon esos momentos para avanzar con todo hasta la playa. Una vez desembarcados la victoria contra los “opresores y ultracatólicos” españoles estaba servida (3 millones…). Pero algo pasó… algo que no estaba previsto…
El fuego se propagó tan rápidamente por una de las fragatas (la Magdalena) que no pudo ser apagado. La tripulación (cuando el capitán vio que no había opciones…) abandonó el barco… y éste quedó allí, meciéndose dulcemente en la calmada agua de la bahía como una gigantesca antorcha… iluminándolo todo. Los cañones de las fortalezas y los de las fragatas que habían dominado el fuego, poco tardaron en apuntar a las lentas barcazas que buscaban la orilla como el sediento busca el agua, con desesperación. No hubo clemencia. No podía haberla. 400 valientes ingleses dejaron la vida, esa noche, en la bahía de San Juan.
Drake cayó en la cuenta al rato (mira tú que cosas…) que San Juan de Puerto Rico (y los tres millones que allí fondeaban…) no era, exactamente, el objetivo de su alta misión. Así que ordenó levantar anclas y poner rumbo hacia las costas de Panamá, que era a lo que habían venido. Con los ingleses abatidos por el resultado de la acción y los españoles todavía en tensión por posibles nuevos ataques, los únicos que estaban felices eran los tiburones, que se dieron un festín.
Mientras tanto la maquinaria Hispánica seguía a ritmo cadencioso: Todas las poblaciones principales de la costa de la America Española estaban siendo informadas de que Drake, Hawkins y compañía, venían dando guerra. ¿Y en España? en España se avituallaba otra flota (que se dice pronto…) para tomarle el relevo a Téllez de Guzmán y su flotilla de fragatas. Las fragatas se volvían hacía España (una vez certificado que Drake se había ido de San Juan para no volver), trasladando en sus bodegas las toneladas de reales de ocho del Galeón Begoña, con destino Sevilla.
Casi a la vez que llegaba Téllez de Guzmán a la península, partía hacia América (2 de Enero de 1596) Bernardino de Avellaneda y Juan Gutiérrez de Garibay al mando de una flota de veinte embarcaciones (entre ellas ocho galeones) y tres mil hombres a bordo.
Habíamos dejado a Drake, yendo hacia Panamá. Pero antes de dirigirse hacia Panamá se desvía un tanto para “visitar” Cartagena de Indias. Claro que para entonces, Pedro de Acuña, su Gobernador, había preparado a conciencia la defensa de la ciudad. Drake, evalúa las posibilidades y le sale que no (suponemos que no tendría ganas de arriesgarse a inaugurar el año con una nueva derrota, que le daría la puntilla a la misión sin haberla empezado).
A esas alturas, la alerta ha llegado a cada rincón del Caribe y hasta la poblaciones pequeñas están a la defensiva. Drake encuentraba muchísimas dificultades para avituallarse de alimentos y de agua. Cada vez que tocaban tierra era un goteo incesante de hombres que perdía por acciones de guerrilla. Para cuando llegaban a una población ésta había sido previamente abandonada y todos los víveres escondidos. La desesperación y las enfermedades hacía ya semanas que se propagaban, con suma facilidad, en el alma y el cuerpo de la tripulación.
Aquella América no era la que él conoció tan solo diez años antes. Algo había cambiado. Las poblaciones importantes estaban mejor fortificadas, las pequeñas eran abandonadas como plan de defensa. Y tanto unas como otras, informadas y atentas a sus movimientos. Más organizadas. Todo estaba a su alcance… pero nada podían alcanzar. Era como golpear al aire… no servía para nada. Bueno sí, les estaba dejando exhaustos. ¿Cómo podía haber cambiado tanto este continente en tan sólo diez años…?
Pero la determinación de Drake era total: o alcanzamos el éxito o morimos en el intento. Algo así debió pasar por su cabeza (Su graciosa majestad gastaba muy mala leche…), porque pusieron proa hacia “Nombre de Dios” una de las ciudades costeras del Atlántico, etapa habitual de la Carrera de Indias por entonces, que era puerta de entrada para acceder a Panamá ciudad, ya en el Pacífico.
El plan llevaba elaborándose lentamente en su cabeza desde hacía mucho tiempo. Y había nacido casi en el mismo momento en que recorriera aquellos mares años antes: Drake tenía la certeza absoluta de que, conquistando la ciudad de Panamá, podría poner en jaque a toda la América Española, tanto en el Atlántico como en el Pacífico.
Con tan solo ese estrecho tramo de tierra entre el Atlántico y el Pacífico (y que conectaba ambos) podría tener a su merced a todo el Imperio que España estaba trabajosamente tejiendo. Ese era el plan que había convencido a la exigente Isabel: Tener un puñal en el corazón de la América Española que clavar a merced. Un pequeño territorio con el que tener acceso a todo lo que saliera y llegara al Continente (y los españoles mejor que nadie sabemos como defienden los ingleses los pequeños territorios robados…).
Era aquí, en la captura de Panamá, donde Drake se lo jugaba todo. A estas alturas su reina Isabel ya sabría con detalle (espías había en todos lados…) la derrota en las Canarias, el encontronazo contra las fragatas y el fiasco de San Juan de Puerto Rico. Si esto no salía bien…, pensaba. Pero ciertamente esta vez sí lo tenía todo planeado: Atacarían la ciudad de Panamá haciendo una pinza sobre ella. Por una parte remontando el rio Chagres (cuya desembocadura estaba en el Atlántico) y por otra parte, desembarcando en Nombre de Dios adentrándose a pie hasta llegar a la ciudad, ya en la costa del Pacífico. Con las pocas protecciones que tenía la ciudad y el factor numérico de su lado, todo sería más sencillo.
Drake, sería un gran marino pero como estratega en tierra no daba la talla. Eso debió pensar Alonso de Sotomayor al ver a los ingleses desplegarse y acertar en sus predicciones de cómo Drake quería hacerse con la ciudad de Panamá. Quien lo decía era alguien que había realizado el primer Camino Español con 18 años (ahora contaba con casi cincuenta…), junto con lo más escogido de los Tercios y a las órdenes del Duque de Alba. Uno de esos miles de hombres salidos de Castilla y forjados a sí mismos en Flandes: Un veterano de los Tercios Españoles.
Ya era mala suerte… pensaba Drake. Mientras tanto el soldado mulato, que se había pasado al bando inglés, le explicaba que, quien estaba organizando la defensa de Panamá, era Alonso de Sotomayor. Un experimentado veterano de los Tercios, oficial con el Duque de Alba en Flandes… A Drake se le iban aflojando las carnes y apretándosele el cu… esto… el cuerpo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser? Se repetía hacía sus adentros una y otra vez…
—¿Y del Perú lo han enviado? ¿Del Perú a Panamá? le preguntó al mulato. Éste asintió tan decidido que parecía que supiera mismamente dónde estaba el Perú.
Y si han traído un jefe de los Tercios desde el Perú… ¿qué puede tardar que envíen un Tercio entero?, se preguntó hacia sus adentros Drake. Pero no hay marcha atrás. Concluyó. Además, hemos desembarcado en Nombre de Dios casi sin resistencia. Tal vez Alonso de Sotomayor esté al frente pero cuenta con poca gente de guerra (punto que corroboró el mulato) como para enfrentarse con posibilidades a los mil quinientos soldados con los que contamos.
Supo también por el mulato que Sotomayor estaba, en ese momento, protegiendo el acceso a la ciudad de Panamá por el río Chagres (que él tenia previsto recorrer con las barcazas que traía desde Inglaterra), así que ordenó que las tropas no se demoraran y recorrieran el Camino Real hacia Panamá mientras ellos aprestaban los barcos y preparaban la entrada por la desembocadura del Chagres.
No sabía Drake, ni lo supo nunca, que Alonso de Sotomayor tenía otro as en la manga: Con él estaba el ingeniero Bautista Antonelli (perteneciente a una saga familiar de ingenieros a la que el Rey Felipe II confiaba la construcción de fortalezas de su Imperio) que estaba en Panamá para fortificar la cercana e incipiente Portobello.
Poco antes del desembarco de Drake, Sotomayor y Antonelli habían recorrido el camino que separaba Nombre de Dios y la ciudad de Panamá, el Camino Real, para encontrar un punto desde el que poder defender con garantías la ruta: La loma de Capirilla. A mitad de camino entre Nombre de Dios y la Ciudad de Panamá, objetivo de La misión.
Con troncos y zanjas, los poco más de setenta hombres de Juan Enríquez, fortificaron la posición bajo las indicaciones dadas por Antonelli. Aún estaban en ello cuando conocieron la noticia del desembarco de Drake de boca de los que venían de Nombre de Dios (y que habían ofrecido una tímida resistencia a los ingleses, tal y como ordenara Sotomayor) antes de retirarse hacia la ciudad de Panamá. Dándoles agua y comida y deseándoles buena suerte (y agradeciendo al cielo no estar en su pellejo… 70 contra 1500…) les dejaron, atareados como estaban…
Los españoles detectaron el avance de los ingleses horas antes de que llegaran cerca de la loma. El avance de éstos no era fluido (varios días tardaron…). El camino era estrecho debido a la espesa vegetación y daba, escasamente, para que transitara un carro y poco más. En esas circunstancias el factor numérico importaba… pero no tanto. Aunque casi peor era la humedad y el calor que dejaba exhaustos a los hombres, en absoluto acostumbrados al clima americano en tierra…
Mientras tanto Enríquez y los suyos preparaban a conciencia la defensa. Muchos de los que allí estaban habían servido en los Tercios y sabían qué tenían que hacer. Era habitual que los soldados de los Tercios, una vez licenciados, rehicieran su vida en América acelerando el proceso de hispanización (al igual que los soldados romanos participaron en la romanización de Hispania). Así que sí, los Juan Enríquez, los Diego Juárez de Anaya o los Pedro de Quiñones y con ellos los más experimentados soldados de ese reducido grupo, formaban la primera linea de defensa. Habían aprendido en Flandes cómo hacer un disparo coordinado o recargar con rapidez y sin perder el pulso ante la acometida del enemigo. Y eso no se olvida. En la primera rociada cayeron muchos ingleses. Y siguieron cayendo, porque el espacio para acceder a lo alto de la loma era limitado, los disparos españoles certeros y su cadencia voraz. Los que conseguían alcanzar el improvisado fuerte, eran atravesados con las picas. Suma y sigue…
El primer combate duró dos horas. Dos largas horas. Y no fue mejor para los ingleses el segundo intento. No les faltó coraje ni valor, eso hay que reconocérselo pero hasta quinientos ingleses habían dejado la vida en la loma de Capirilla en lo que llevaban de día.
Drake me sacará la piel a tiras cuando se entere de esto, pensaba el Coronel Baskerville, mientras lanzaba órdenes en voz queda para agrupar con sigilo a su exhausto, aunque todavía numeroso, ejército y preparar el último y definitivo asalto al fuerte. Están al límite, se dijo el Coronel. Este maldito calor, esta humedad…
Un inglés veterano de la guerra de Flandes fue el primero en escucharlos. Cerró los ojos para concentrarse. Sí, eran tambores… pero no conseguía distinguir… Giró la cara para orientar el oído. Cuando reconoció el sonido, mudó su rostro. Se le heló la sangre. Pífanos… ¡¡Los Tercios!!. A los pocos segundos, con el silencio propagado por las filas inglesas, todos oían claramente la dulce música que anunciaba muerte. La suya.
El soldado mulato, ese que se había pasado a las filas inglesas, oyéndolos, se acerca al Coronel. Es mejor volver, le viene a decir. Esos clarines son los del Capitán Liermo, le dice. Lo sabe porque ha servido con él. Es soldado valeroso e inteligente, le apunta el mulato al Coronel, es seguro que viene con refuerzos, con Alonso de Sotomayor y quien sabe si con los mismísimos Tercios traídos de Flandes, que estos españoles…
Para cuando el Capitán Hernando de Liermo y sus, únicamente, cincuenta hombres llegaron al fuerte, los ingleses habían hecho de la retaguardia vanguardia y se dirigían, más bien rapidito, hacía Nombre de Dios. Los defensores de Capirilla estaban descojonados de la risa cuando llegó Hernando con su Tercio de cincuenta españoles. Ellos, esperando un infierno, no acaban de entender tanto júbilo y tanta risotada. Enríquez, herido de arcabuzazo en un brazo pero feliz por la ayuda caída del cielo, saludó con alegría a Hernando explicándole lo sucedido: Sus tambores y pífanos habían dado la puntilla al toro inglés. Con las mismas se pusieron manos a la obra para asegurar el fuerte (por si los ingleses volvían…) y enviaron un grupo de soldados a forzar a que los ingleses volvieran a sus barcos a la velocidad debida.
Y ese punto, señores míos, fue el más “cercano” que estuvo la mayor escuadra inglesa enviada hasta entonces a América, con Drake y Hawkins al frente (y su graciosa majestad, Isabel de Inglaterra), de cumplir con el propósito de amenazar permanentemente la América Española.
Aunque el periplo de los ingleses no acaba aquí…
El resultado de la batalla es un mazazo para Drake que, por mucho que le explican, no entiende como setenta hombres han podido detener a mil quinientos. Está hundido. Necesita pensar. Pero no en tierra, donde se siente vulnerable. Así que levan anclas y se adentran en el mar, que le parece el lugar más seguro del mundo (todavía no sabían lo de la flota española que andaba a su caza…).
A bordo, en los barcos, los heridos que reclaman atención y la limpieza de sus heridas. Antes de acometer la batalla final en el río Chagres, donde espera Alonso de Sotomayor, Drake intenta rehacer su maltrecha tropa (maltrecha física y anímicamente…) para atacar el Chagres. Pero los días se convierten en semanas porque el calor lo complica todo, las heridas no sanan, escasea el agua y la que queda se pudre por las altas temperaturas… Y ni hablar de tocar tierra donde esperan los españoles. Las enfermedades aparecen, el aire se hace irrespirable, los hombres mueren… Y Drake tampoco no sale indemne de esa batalla. Muere a las puertas de Portobello (un 28 de Enero de 1596) dicen que de disentería por consumir agua en mal estado. Puede ser. Ya lo dicen, ya: Al enemigo ni agua.
No se sabe, a ciencia cierta, cuales fueron sus últimas palabras pero, vista su aventura americana, para nosotros sólo hay seis posibles que pudiera exhalar Drake con sus últimas fuerzas: Maldito clima, maldita América… malditos españoles…
PD: Drake fue “enterrado” en las aguas cercanas de Portobello y la población (unas pocas casas en realidad, porque era incipiente su creación) fue destruida como muestra de poder o algo así… Los ingleses, dirigidos por el Coronel Thomas Baskerville que comandara las fuerzas terrestres en Capirilla, tomaron rumbo a Inglaterra. Claro que en la Isla de Pinos, en Cuba, donde pararon para abastecerse y reparar los barcos antes de atravesar el Atlántico, les dio caza la flota española de Bernardino de Avellaneda y Juan Gutiérrez de Garibay (un 11 de marzo de 1596). De este último encontronazo salieron también escaldados los ingleses porque les pilló por sorpresa.
A Inglaterra regresaron 8 barcos de los 28 que salieron y quedaron por el camino más de tres mil ingleses (que se dice pronto…) de los cuatro mil quinientos que salieron. (Lógico que se lo pensaran durante más de ciento cincuenta años antes de volver a intentarlo).
Alonso de Sotomayor, esperó durante semanas la llegada de Drake por la desembocadura del Chagres para enfrentarse a él. Un enfrentamiento que nunca se dio porque su estrategia de defensa de Panamá le dio la victoria sobre Drake sin ni siquiera enfrentarse directamente a él.