Dedicatoria de Agustín Millares Sall
Dedicatoria de Pedro Perdomo Acedo
Dedicatoria de Luis Feria
Ilustración de Antonio Padrón en una publicación de Lázaro Santana
Dedicatoria de Fernando Ramírez
Dedicatoria de Maud y Eduardo Westerdahl
Dedicatoria de Eduardo Westerdahl
Dedicatoria de Agustín Millares Sall
La carta de Lázaro Santana incluye tres poemas:
Publicación Mujeres en la Isla, septiembre 1960.
Canción del centro
Campo: tu amor el viento,
la aulaga, el matorral
de zarzas, aposento
de ruina y soledad.
Nunca te nació un río
por donde ir a la mar,
ni árbol que de la nube
retuviera el pasr.
Quiebra tu piel el fuego
y eres horno sin pan.
Lázaro Santana
O cantabas, ya casi para ti,
en la tarde del pueblo,
pulsando la guitarra luminosa
y la oscura nostalgia,
luz sombría del ser.
Estabas siempre allá
bebiendo lo telúrico y celeste,
el volcán y la paz,
el dolor y la nada,
los signos más palpables
y los más invisibles.
Estabas siempre allá,
solitario, obstinado,
enclavado en la tierra
múltiple de la isla:
en este tiempo nuestro
y detrás y delante
del tiempo y sobre el tiempo.
Estabas siempre allá,
demiurgo cotidiano.
Pero de pronto, sin aviso previo,
en un suave poniente
de primavera lenta,
ya no estabas allá.
Y todos lo supimos
-hielo y llanto, mañana detenida
ya no estabas allá.
Amarillos y blancos,
azules, ocres, negros,
grises de sueño y vida,
colores de alegría sorda y honda
levantaron, crearon nuevamente
el mundo de la isla.
Pero, Antonio Padrón,
amigo de gacelas y de peces,
amigo fraternal de tus amigos,
amigo de la luz y de los vientos,
de la soledad fértil,
del color y los campos;
pero, Antonio Padrón,
pintor, soñador, músico,
no estás ya aquí,
en la isla.
Ventura Doreste
Ventura Doreste
ELEGÍA
Estabas siempre allá.
Y amarillos y blancos.
azules misteriosos,
ocres de pasión súbita,
negros de apaciguada pesadumbre,
leves grises reptantes,
colores de alegría sorda y honda
levantaban, creaban nuevamente
el mundo de la isla.
Y tú apenas hablabas,
demiurgo cotidiano
de las tierras ,arados y camellos,
de las costumbres lentas y los hombres;
demiurgo cotidiano
condueño de la luz, la sombra
y el silencio propicios.
Y estabas siempre allá;
y algunas veces, pocas, conversabas
sobre flores del trópico,
sobre gacelas y aves, sobre peces y acuarios,
sobre cultivos,
sobre campesinos,
sobre el barro y sus formas,
sobre el blanco asombroso,
tierno de Zurbarán.