C - San Agustín. El problema de la libertad

EL PROBLEMA FILOSÓFICO DE LA LIBERTAD EN

SAN AGUSTÍN DE HIPONA

VIDA y OBRAS (SS. IV-V d.C)

Nació en el año 354 d.C. en Tagaste al norte de África (Imperio Romano). Su madre Mónica era católica y su padre Patricio pagano (éste se convirtió al catolicismo en el lecho de muerte haciéndose bautizar). Su padre gastó mucho dinero en la formación intelectual de su hijo, quien estudió en Cartago con los mejores maestros de la época. Fue formado por su madre en el cristianismo, que abandonó al llegar a su adolescencia, comenzando en Cartago una vida muy disoluta llevada por la fama, la lujuria, el egoísmo y los placeres mundanos. Tuvo un hijo natural llamado Adeodato. Este modo de vida le dejaba siempre insatisfecho, y provocó gran dolor a su madre que rezaba y lloraba pidiendo a Dios la conversión de su hijo.

Agustín comienza a entrar en la filosofía a los19 años a partir de la lectura de un libro de Retórica: el “Hortensio” del gran escritor, político, filósofo y orador romano antiguo Cicerón. Comenzó también a leer la Biblia y le parecía que ésta tenía un vocabulario demasiado sencillo y vulgar (aunque más tarde reconoció que le “había faltado humildad para poder entender la Escritura”).

Se trasladó a Roma donde dio clases, pero como sus discípulos no le pagaban se fue a Milán asumiendo la Cátedra de Retórica a los 30 años. También su madre se trasladó a Milán. Allí conoce al obispo del lugar: san Ambrosio, que era un intelectual de la época. Agustín empezó a admirar la sabiduría de Ambrosio e iba a escuchar sus homilías, aunque su vida continuaba siendo desordenada. Escuchando las predicaciones de Ambrosio reconoció que había estado “ladrando contra fantasmas”, pues vio que sus críticas a la Iglesia Católica eran fruto de su ignorancia respecto a ella.

Algo que siempre caracterizó a Agustín, hombre intelectualmente brillante y de espíritu fogoso, fue su incansable búsqueda de la verdad, que lo hizo pasar por varias escuelas filosóficas: Maniqueísmo, Escepticismo (=académicos) y Neoplatonismo. Gracias al Platonismo conoce el significado de un Dios espiritual. Lee en el Nuevo Testamento las cartas de san Pablo, descubriendo que fe y razón no son opuestas y que se pueden complementar excelentemente. Un día, estando en el jardín de su casa reza a Dios, llora y escucha una canción infantil que dice: “Toma y lee” y lo interpreta como una señal de Dios, abre la Biblia y lee un pasaje de san Pablo que le llevará definitivamente a la conversión, el pasaje decía: “Basta de comilonas y borracheras, de lujuria y desenfreno, nada de rivalidades ni envidias, revístanse del Señor Jesucristo”.

Según él comenta, en ese momento se disiparon sus tinieblas. Vuelve al cristianismo pero no se anima a bautizarse pues no está dispuesto al cambio radical de vida que esto conllevaba, de ahí su famosa frase: “Dame Señor la castidad pero no todavía”. Él mismo relata todo este periplo existencial e intelectual en su obra “Confesiones” uno de los libros más leídos de la historia.

Finalmente se hizo bautizar por Ambrosio y regresó a su tierra, allí su pueblo casi le obligó a ser sacerdote y luego fue aclamado y nombrado obispo de Hipona. Llevó una vida comunitaria junto a otros, dedicándose a la oración, la escritura de algunas de sus obras, la predicación y todas las tareas propias de un obispo y de un intelectual.

Los últimos días de su vida coincidieron con la invasión de los bárbaros contra el Imperio, esto lo llevó a Agustín a escribir una de sus obras más importantes: “Civitas Dei” (“La Ciudad de Dios)” con ella se creó la disciplina filosófica llamada Filosofía de la historia. A pesar de su mal estado de salud siguió viajando, enseñando y revisó todos sus libros y les hizo correcciones. En sus obras asimiló y recogió 2 culturas: la greco-romana y la judeo-cristiana, o sea que sin Agustín no podríamos entender correctamente la Civilización Occidental o Judeo Cristiana a la que pertenecemos (europeos y americanos), y que nos diferencia de las otras Civilizaciones (oriental, negro africana y musulmana).

Es considerado el último filósofo antiguo y el 1er filósofo medieval.

Murió en el 430 d.C., a los 78 años, y sus restos mortales están en la Catedral de Pavía (al norte de Italia cerca de Milán).

Junto a los santos Jerónimo, Ambrosio y el Papa Gregorio Magno fueron los más importantes Padres de la Iglesia de Occidente, pero el más importante es Agustín.

Algunas de sus obras: “Confesiones”, “La Ciudad de Dios”, “De la vida feliz”, “Sobre la Santísima Trinidad”, “Sobre el libre albedrío”, “Soliloquios”, “Los Diálogos”, “Contra los académicos”, “Las virtudes morales”, “Retractaciones”, y muchísimas otras obras de Teología, Filosofía y Sagrada Escritura.

INTRODUCCIÓN

Agustín siempre se sintió atraído hacia el tema-problema que podríamos formular así: ¿por qué existe el mal en el mundo? En un primer momento, durante su juventud, creyó encontrar la respuesta en el Maniqueísmo, secta seudo cristiana fundada por Mani. Después de algunos años abandonó esta escuela filosófica al percatarse de las contradicciones y soluciones demasiado simplistas que esta doctrina daba al problema. Considerando que nunca podría responder a las preguntas existenciales profundas que se hacía se hizo escéptico. Posteriormente conoció la filosofía de Platón a través de las obras de los neoplatónicos en especial Plotino, manteniendo hasta el fin de su vida una filosofía platónica. Convertido al catolicismo, encontró en las Sgdas. Escrituras la solución al problema del mal, elaborando su propia respuesta filosófica.

Un problema generalmente es la difícil conciliación de dos verdades discutibles que aparentemente se excluyen. En el problema que abordamos estas dos verdades son: la libertad del hombre y el señorío de Dios y su gracia.

La solución agustiniana al problema se basa en una concepción peculiar de la libertad. La definición que da san Agustín de la libertad comporta dos elementos: autodeterminación de la voluntad y orientación al bien.

La voluntad es un riesgo pues se puede hacer buen o mal uso de ella, pero funda la grandeza del hombre.

Una piedra cuando cae busca su “lugar”, pero sin saberlo ni quererlo. El hombre por el contrario ha de ir a Dios que es “su lugar”, su fin, de modo consciente y voluntario. A esta voluntad Agustín la denomina: libre albedrío.

LIBRE ALBEDRÍO PARA EL BIEN

El libre albedrío no es un valor absoluto, está encaminado a un fin: el bien. El hombre posee esta libertad radical e inicial llamada libre albedrío para alcanzar su fin: Dios, sólo así será verdaderamente libre (con Libertad). El hombre está orientado a Dios pues de Él salió y a Él debe volver, si no encamina el libre albedrío hacia ese fin queda frustrado, incompleto, infeliz: “Nos has hecho Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”, afirma en una célebre frase de las “Confesiones”.

DOS TESIS AGUSTINIANAS

  1. El libre albedrío o voluntad del hombre es incuestionable, y negarlo equivaldría a decir que el hombre no es hombre

  2. La gracia confiere al hombre la libertad. Por la gracia el libre albedrío alcanza la libertad

El libre albedrío no es valor absoluto sino relativo (referido a) al logro del fin. Se trata de estar liberados de los obstáculos que nos impiden alcanzar nuestro bien. El esclavo es aquél cuya acción está dirigida por otro a un fin ajeno, la determinación y finalidad de la acción, su por y su para le son ajenos, por eso es un hombre alienado (alio=otro), enajenado. En cambio, el hombre libre, en su acción busca su propio fin y lo busca de modo consciente y voluntario.

Si el fin de mi acción no es mi bien, mi acción es servidumbre, si es mi bien, mi acción es libertad.

Para que el hombre sea libre con libertas (Libertad), se requiere que, además de estar autodeterminado (tener el dominio de sus propios actos), el acto vaya orientado al fin propio, o sea, no es libre el que quiere cualquier cosa (éste sería siervo) sino quien quiere lo que es su bien. A estas alturas debemos dejar sentado que en Agustín el Bien es Dios (aquí aparece su base filosófica platónica, recordemos que para Platón la Idea más importante es el Bien).

El solo libre albedrío no es todavía libertad, libertad implica ordenación (=dirigirse) al fin, voluntad del Bien. Quien orienta su voluntad a un fin ajeno es esclavo, porque sirve a cosas inferiores.

Todos tenemos la voluntad natural de felicidad, la felicidad es definida por Agustín como “gaudium veritatis” (=gozo por la verdad), y la verdad es Dios o remite a Él. Por tanto, desear la felicidad es implícitamente desear a Dios, Verdad y Realidad plena, Dios es por tanto el fin (en gr. thelos) del hombre. Si Dios es el fin del hombre, es su Señor. El hombre será libre (con Libertas) cuando consciente y voluntariamente se oriente y dirija hacia su fin. Será siervo, cuando consciente y voluntariamente (=con libre albedrío) se oriente y dirija a un fin distinto.

Paradójicamente Agustín dirá: “sólo es libre quien sirve a Dios”, la razón: porque Dios es mi fin, mi bien. En cambio, quien no sirve a Dios no es libre, porque sirve a un señor que no es el suyo.

No pensemos que quien rehúsa servir a Dios no sirve a nadie y no tiene señor: es siervo de la imagen equivocada que se hace de sí mismo. Por tanto la alternativa es: servicio o servidumbre. Sólo es libre quien sirve a su señor, quien quiere su bien, quien se somete a la verdad de su ser, y el hombre es un ser-para-Dios: “nos hiciste Señor para Ti”.

Para Agustín el pecado fundamental, raíz de los demás, consiste en la soberbia, la voluntad de evadirse del servicio de Dios, y el pecado no libera sino que enajena y esclaviza.

LIBRE ALBEDRÍO, LIBERTAD Y GRACIA

El hombre, después del pecado original, no puede sin el auxilio gratuito de Dios (=gracia) querer su bien ni servir a su señor. Antes del pecado original el hombre era libre con Libertas (=Libertad mayor) pues amaba a Dios y podía no pecar, pero eso se perdió, por lo que ahora al hombre sólo le queda el libre albedrío (=libertad menor).

El hombre con el libre albedrío ha podido caer, pero no puede levantarse y volver solo a Dios, necesita el auxilio divino, o sea, la GRACIA. “El hombre puede sacarse los ojos, pero no puede devolverse la vista a sí mismo”.

El libre albedrío alcanza para pecar pero no alcanza para abandonar el pecado, para abandonar el pecado necesita la ayuda de Dios, su gracia.

El libre albedrío es condición necesaria y suficiente para el pecado, pero sólo es condición necesaria (y no suficiente) para obrar bien y salvarse.

El hombre dejado solo, únicamente puede obrar el mal, para hacer el bien necesita de la gracia. Antes del pecado original el hombre podía no pecar, luego de él no puede no pecar.

MANIQUEÍSMO y PELAGIANISMO

El Maniqueísmo, secta fundada por Mani en el S.III d.C. en Babilonia, a la que ingresó Agustín a los 19 años, afirmaba la existencia de dos principios, el del bien (=de la luz) llamado Zurván, y el del mal (=de las tinieblas) llamado Ahrimán, que al inicio estaban separados, y que luego se mezclaron, por eso en todo lo existente en este mundo hay parte de bien y parte de mal. Su antropología: el espíritu humano es de Dios, mientras el cuerpo es del demonio. Para los maniqueos el pecado no era producto de la libre voluntad, sino del dominio del mal o de la carne sobre la vida espiritual, entonces, el mal que hace el hombre, no lo hace él sino el principio del mal que está en él. Agustín demuestra en sus obras anti maniqueas que el mal no es obra de un dios malo, sino del hombre libre. O sea, en contra de los maniqueos, Agustín afirma que el origen del mal está en el libre albedrío. Entonces, ¿qué es mal moral?: ausencia de bien, y se da porque el hombre usa mal su libre albedrío. Para Agustín el mal metafísico (=ontológico) o sea absolutamente mala no existe pues el mismo existir es ya un bien, y por tanto no sería el mal absoluto. El Maniqueísmo perduró en China hasta el S.XVII y sigue teniendo hoy cierta influencia mundial a través de los movimientos New Age o de la Nueva Era.

El Pelagianismo (herejía sostenida por el monje británico Pelagio) sostenía que el pecado original no había dejado huellas negativas en el hombre, y que por tanto el hombre solo, con su voluntad, era capaz de realizar el bien y que por tanto no necesita de la gracia sino que nosotros solos nos salvamos. Pelagio consideraba que el pecado original cometido por los primeros hombres era personal y por tanto la muerte y resurrección de Cristo eran sólo un ejemplo, o sea, Cristo no es Redentor o Salvador del hombre. Para Pelagio es gracia: la creación, la libertad humana, las enseñanzas reveladas por Dios. Agustín, aceptando esto, va más allá, añadiendo que la gracia es un auxilio divino para hacer lo que Dios pide. La gracia actúa en nuestra inteligencia para que conozcamos la verdad, y en nuestra voluntad para fortalecerla de modo que obremos el bien. Así adquiere valor el sacrificio de Jesucristo en la cruz, su pasión no fue solo un ejemplo, sino que nos reconcilió con Dios. La gracia divina, fruto del sacrificio de Cristo es indispensable para salvarse. De aquí que a Agustín se le llame Padre de la Gracia. Sin embargo, esa gracia exige la colaboración humana. El Pelagianismo se difundió por el Imperio y fue necesario un Concilio convocado por el Papa para condenar el pelagianismo. En sus obras anti pelagianas, Agustín afirma que el solo libre albedrío no alcanza para hacer el bien, sino que es necesario el auxilio de la gracia, dado que el pecado original ha herido la esencia humana, aunque no la ha corrompido como sostendrán posteriormente Lutero y los reformadores protestantes, para los cuales el hombre no puede obrar nada bueno, y el hombre se salva por la fe sin necesidad de obras buenas.

Sólo con el auxilio de la gracia el libre albedrío alcanza su plenitud en la Libertas. La gracia nos capacita para querer nuestro bien, para servir a nuestro Señor, sólo por la gracia podemos ser Libres.

¿CÓMO NOS LIBERA LA GRACIA?

El hombre en el estado actual, perdida la perfección original, se halla sometido a dos fuerzas antagónicas: la atracción de Dios y la de sí mismo. Para amar a Dios que es el Bien y la Verdad, necesita que le sea deleitable, que le agrade más que los bienes finitos de este mundo, ésta es la acción de la gracia: hacer que el fin, mi fin, me agrade de modo que lo quiera eficazmente.

El justo es aquél al que le agrada más no pecar que pecar, y hace el bien no a la fuerza sino voluntariamente con libre albedrío; la gracia no arrastra, no obliga, solo atrae. No es que Dios quiera en lugar del hombre, es el hombre quien quiere bajo el influjo de la gracia, por tanto el acto bueno es a la vez todo del hombre y todo de Dios. No pensemos dice san Agustín que el hombre solo, llega hasta un cierto grado de bondad y que luego Dios le ayuda para que llegue más arriba, no: todo lo hace Dios y todo lo hace el hombre (dado que lo hace voluntariamente).

Una consecuencia importante es la necesidad de la acción del hombre, el cual ha de cooperar activamente con la gracia para salvarse, de ahí la famosa frase de S. Agustín: “quien te creó sin ti, no te salvará sin ti”

LIBERTAD Y AMOR

La gracia nos hace libres, por ella amamos a Dios que es nuestro bien y nuestro fin. El amor nos hace libres: “la ley de la libertad es la ley de la caridad”. Sólo la gracia nos capacita para amar desinteresadamente o sea, amar verdaderamente como ama Dios, liberándonos del amor egoísta que quisiera hacer de Dios y de los demás un medio para alcanzar la propia felicidad. (Sobre esto ha escrito el Papa Benedicto en la Encíclica: “Deus Caritas est” -enero 2006- distinguiendo el amor erótico del amor de agapé, en el 1ero, el centro aun soy yo, en el 2do el centro es el otro)

UNA CUESTION NO RESUELTA

¿Por qué a unos les deleita más hacer el bien y a otros el mal?

A esta pregunta profunda e importante, unas veces Agustín confiesa que no tiene respuesta y que nos hallamos frente a un misterio. Otras veces responde: si les gusta más pecar es culpa de ellos pues son soberbios y no oran. Pueden orar para conseguir que la delectación (=gusto) del bien sea superior a la del mal. Pero orar es un acto bueno, por tanto es necesaria la gracia para querer orar y para orar de hecho, por lo que estamos en un proceso “ad infinitum” (=hasta el infinito). Probablemente aquí Agustín ha dejado algo sin respuesta, aunque en algún momento parece afirmar que el hombre con el solo libre albedrío puede pecar u orar, entendiendo el orar más que como una acción como algo pasivo: dejar de oponerse a Dios.

¿DIOS ES LIBRE?

Si por libertad se entiende la elección entre el bien y el mal, Dios no es libre pues no puede hacer el mal pues su esencia es el Bien, el Amor. Si dejara de amar dejaría de ser quien es y se autodestruiría.

Pero para Agustín libertad es otra cosa, es ordenarse al fin voluntariamente, por tanto Dios es libre, en Él la Libertad es plena, en los demás seres será mayor o menor, según cuánto y mejor se ordenen al fin(=amen a Dios). El hombre participa de la libertad de Dios, hay entonces grados en la libertad. Por eso los bienaventurados en el cielo (=la Virgen y los santos) son más libres que los que estamos en la tierra pues ya no eligen sino el Bien y se deleitan en Él, han alcanzado el fin para que el fueron creados.

Extraído de: “Historia de la filosofía (Bachlilerato). Editorial: Ehistoria de la filosofía (bachlilerato), editorial edebé de Lorenzo Vallmajó Rierdebé de Lorenzo Vallmajó Riera.