Marina Raskova

Marina Raskova nació 28 de marzo de 1912 en el seno de una familia rusa de clase media. Su padre, Mikhail Malinin, era profesor de canto y su madre, Anna Liubatovich, profesora. Su infancia en Moscú transcurrió rodeada de música. Su padre inculcó en Marina su pasión, por lo que no es de extrañar que estudiara en el conservatorio moscovita. Sin embargo, su carácter perfeccionista hizo que la música se convirtiera en algo estresante para ella. La química fue su sustituta, en parte porque su padre hacía tiempo que había muerto y la familia necesitaba dinero para subsistir, así que empezó a trabajar en una fábrica de tintes. Todo esto sucedía en 1929, el mismo año que se casaba con el ingeniero Serguéi Raskov, con el que tendría una hija, Tania y del que se divorciaría pocos años después.

Pero sería su trabajo como dibujante de planos en el Centro de Navegación Aérea de la Academia del Aire el que cambiaría su destino para siempre. Cuando en su nuevo puesto entró en contacto con el mundo de la aviación, supo que había encontrado su verdadero camino.

En un tiempo récord asumió tales conocimientos que la convirtieron al año de ingresar en el centro en profesa de la Academia del Aire Zhukovski. Era la primera mujer que lo conseguía. Y no sería su único logro.

Admirada por StalinEn 1934 se graduaba y empezaba una larga serie de vuelos cuyas marcas no pararía de superar. La más sonada fue la hazaña que consiguió en 1938 cuando junto a otras tres mujeres se embarcaron en una aventura que las pondría al borde de la muerte.

Marina Raskova, Valentina Grizobudova y Polina Osipenko decidieron hacer un viaje que atravesara toda la “Rodina” nombre con el que se conocía a la madre patria rusa. El 24 de septiembre un bimotor ANT-37, al que pusieron el mismo nombre de Rodina, despegaba de Moscú con destino a la lejana Komsomolsk. Fueron veintiséis horas de vuelo ininterrumpido en el que atravesaron más de seis mil kilómetros de tundra y estepa. La aventura se complicó cuando, sobrevolando Siberia, las alas del avión empezaron a acumular hielo. Para poder perder peso y ganar altura empezaron a lanzar objetos innecesarios. La propia Marina, viendo que la situación era complicada, no dudó ni un segundo en lanzarse ella misma en paracaídas en plena estepa rusa. Un campesino salvó a Marina de una muerte segura y las tres mujeres regresaban a Moscú como auténticas heroínas.