Post date: 10-may-2010 12:33:07
He encontrado una narración de una iniciación a la espeología, que no me he resistido a compartir con vosotros:
Cueto- Coventosa:
Crónica de una primera vez
Era el 19 de noviembre de 1994 cuando me dirigí muy de mañana al local del club, con la idea de pasar un fin de semana "diferente", el día anterior me habían dicho que pensaban ir a alguna cueva, así que decidí ir, a pesar de que aún no sabían con exactitud a cual. Ya en el local me dijeron que íbamos a hacer la travesía de Cueto-Coventosa. Dije que vale, sin saber que me esperaba, siendo tan inexperto como era, una experiencia al lado de la cual el descenso a los infiernos de Dante es una chirucada.
Empecé a mosquearme en el coche, cuando oí algo de 300 metros de profundidad; al preguntar si íbamos a bajar tanto me contestaron: "¿Tanto? Si eso es solo el primer pozo." Desde ese momento el miedo se convirtió en un fiel compañero del que no me separaría en las próximas horas, salvo para sustituirlo por el pánico.
Llegamos a San Juan de Socueva, donde dejamos los coches y nos pusimos a andar. La siguiente grata sorpresa que me esperaba eran las dos horas de subida que había hasta la boca de la sima, subida que hice con gran resignación y una buena colección de juramentos, pensando que podía ser peor. Y lo era.
La boca de la sima era una grieta estrecha que no parecía especialmente amenazadora, aunque hasta tiempo después se apareció en mis peores pesadillas (literalmente). Fueron entrando Champi, Dani, Martín y Gelo, quedando Wichi y Olarra, y yo entre ambos. Cuando me asomé a la cabecera del pozo de 302 metros mis ya escasos ánimos desaparecieron completamente. A pesar de mi firme ateísmo, he de reconocer que al suspenderme de la cuerda sufrí un fuerte ataque de misticismo, que me hizo desear la existencia de dioses o demonios, cualquiera a quien pudiera venderle mi alma a cambio de la promesa de que no iba a salir muy deteriorado de ese agujero. De todas formas, dios o diablo, hubiera salido perdiendo con el trato. Y aquí comenzó lo verdaderamente "jevi". El pozo se baja en tiradas de unos 50 metros, con varias reuniones. Al ir sin guantes, en la primera tirada me quemé la mano por la fricción, y cuando quedaban unos 4 m. hasta la reunión solté la cuerda en un acto reflejo, siendo Jesús quien lo arregló tensando rápidamente la cuerda. Te estaré agradecido toda la vida, Jesús, pero no esperes que te lleve la saca.
Tras el merecido rapapolvo me dispuse a bajar los siguientes 50 m. con el guante que Wichi me había dejado para evitar volver a quemarme. Pero ese no debía ser mi día, y en medio del rappel se me enganchó el guante en el descensor. Tratando de mantener la calma poca me puse a forcejear como un descosido, pero fui incapaz de deshacer el entuerto. Fue entonces cuando tuve el mayor ataque de pánico de toda mi pútrida existencia; no me puse a berrear como un histérico porque estaba demasiado acojonado para emitir sonido alguno. Pero la situación no era para menos: una caída de 260 m. A plomo, un inútil (que solo había rapelado una rampa de 25 m.) atascado sin saber cómo salir, tonelada y media de miedo...
Finalmente, tras 20 minutos bajó Wichi a solucionar el "problemilla"; en sí era una estupidez tremenda, pero la falta de experiencia estuvo a punto de costarme un serio disgusto. Cuando alcancé la repisa a -192 m. Casi besé a los allí presentes (aunque me contuve). El resto de la bajada hasta la base de los pozos (-581) fue bastante tranquila; tardamos 8 horas. Ahora comenzaba lo verdaderamente cansado: un montón de horas andando por galerías, con algún pozo, destrepes, meandros... lo de siempre pero a lo bruto. Siete horas después ya no sentía las piernas, ni los brazos ni los ojos ni nada. De mientras ya había tenido bastantes problemas con el casco, lo que hizo necesario que me alumbraran en las zonas complicadas como los meandros en oposición, etc... Para entonces mis compañeros estaban tan hartos de mí como yo de la cueva, lo que es decir mucho.
Además, mis queridos camaradas se preocupaban de ilustrarme acerca de los accidentes habidos y por haber en tan entrañable cavidad ("... y aquí colgó las botas el inglés... aquí se la dio el suizo al que le amputaron la pierna..."). Todo ello no contribuía precisamente a tranquilizar mi ya de por sí desquiciada mente. Pasamos así por el Oasis, la Galería de Navidad, La Sala Blanca... hasta el Agujero Soplador, una estrecha fisura de 17 m. y de una anchura de 40 cm.
A estas alturas ya tenia bastante claro, y lo sigo teniendo, que para dedicarse a esta "actividad" (por no usar otras palabras más indecorosa), o se ha tenido una infancia muy traumática o simplemente se es retrasado mental en grado agudo.
Estabamos ya en las amplias galerías de Coventosa, y empezaba a sentirme medianamente optimista en cuanto a salir traumatizado sólo psicológicamente y no físicamente, cuando vino el postre: cruzar los 3 lagos con el bote ¡¡ Bien !! Utilizamos un bote de 2 plazas, pero como eso era demasiado vulgar hicimos los viajes de 3 en 3. En ese momento me vinieron a la cabeza gratos recuerdos, como el inglés muriéndose de una hidrocución en uno de los lagos, etc... Mientras "navegábamos " por las gélidas aguas (que bonito) me prometí no volver a entrar bajo tierra hasta que acabaran el metro de Bilbao. Tras el ameno crucero venía el tramo final, en el que me tuvieron que ayudar a superar alguna trepada, ya que mis últimas fuerzas se habían quedado enganchadas en alguna afilada roca (al menos no fueron jirones de carne lo que se quedaron). Cuando superé el último tramo de cuerda y pude por fin ver el sol (eran las 12 pasadas de la mañana del domingo) me consideré el ser humano (o casi) más feliz del sistema solar y alrededores. Llegué a casa a la una y pico (afortunadamente mis padres no estaban para ver la piltrafa humana que volvía 29 horas después de marcharse), me duché, comí como un jabalí y caí desmayado en la cama (literalmente). Tras sufrir las agujetas más brutales de todas mis reencarnaciones juré solemnemente ahorcarme con mis propios intestinos antes de volver a entrar en una cueva, promesa que cumplí... hasta el siguiente fin de semana. Luego modifiqué mi promesa, jurando no volver al Cueto, cosa que no hice... hasta un año y medio después.
Hoy por hoy sigo padeciendo ese cáncer llamado espeleología, aunque me he apuntado a un cursillo de auto estima y a una terapia de grupo, y aun mantengo alguna pequeña esperanza de curarme, pero pocas.
Fuente original: http://www.ramales.com/cueto/cronica.htm