E
n marzo del año 1311 a la orilla del río Cefís, los Almogávares entregaron una de sus batallas más famosas y victoriosas en el marco de la campaña de expansión por el Mediterráneo. A inicios del siglo XIV, los Almogávares se introdujeron a Tessàlia, territorio en manos de los Francos desde la cuarta cruzada, y fueron contratados por Gautier de Brienne, llegado de Atenas, para repeler a los griegos. Nuevamente, los catalanes, como en campañas anteriores, resolvieron la batalla brillantemente pero, en acabarla, descubrieron que no solamente no les querían pagar, sino que los expulsaban de Atenas. Las presiones de la alianza Venecia-Constantinopla sumadas al deseo de Gautier de Brienne de poner fin a la Compañía Catalana que iba camino de convertirse en una leyenda, hizo que los saliera a buscar reuniendo lo mejor de lo mejor de la caballería europea. Los almogávares se dieron cuenta que se encontraban en una franca inferioridad numérica, no bien aprovecharon las posibilidades que les ofrecía el terreno. Se van a instalar a la llanura de Queronea, la gran llanura que trae a Tebes donde el río dibuja numerosos meandros y forma el lago Copais. Entre montañas, en aquella amplia depresión por dónde pasan los caminos de Tesalónica en Atenas y comunican con Macedonia, la cuenca de Tessàlia y Àtica, el terreno es plano hasta perderse de vista, cubierto de hiervas, ofrece campos de batalla propicios para la acción ofensiva y las cabalgatas. Aquel terreno podía tentar a la caballería franca pero no a la infantería almogávar. Pero es allá, a la ribera derecha del Cefis, tocando los pantanos y el lago, no lejos del camino de Tebes donde deciden presentar batalla. El enemigo, piensan, creerá que el terreno los es ventajoso y acudirá confiado. La estrategia estaba calculada. Los almogávares escogen el lugar con precisión y preparan el terreno apuradamente. Delimitan el frente de batalla con atrincheramientos. Delante de esta línea, donde se proponen atraer el enemigo, conducen las aguas del río Cefis por la vía de pequeños canales que excavan para inundar el terreno que las hiervas disimularán. Hecho esto se sitúan en pos del campo inundado, en terreno firme, en la distancia apropiada para sus armas de tiro. Esta era una apuesta extremadamente arriesgada puesto que no había retirada posible, habían quedado atrapados entre el lago Copais, el río Cefís y el enemigo franco, no había más opción: luchar o morir. Al cabo de unas horas los francos empezaron a aparecer en el horizonte y en posición de batalla, encabezados por Gautier de Brienne. El ejército franco era tan superior e imponente, que los únicos aliados de los catalanes, los turcoples, soldados turcos de religión cristiana y que hacía más de cinco años que estaban con los catalanes, huyeron en desbandada, hecho que debilitaba las fuerzas en caballería y aumentaba más la superioridad de los franceses. En cambio, el ejército catalán se vio reforzado por unos 500 catalanes mercenarios que habían sido contratados por los francos. Los soldados se negaron a luchar a favor de los franceses: la sangre catalana sólo podía derramar d’una sola banda y ellos, no se enfrentarían a sus hermanos. Los catalanes se encontraban sólos, pero unidos.
12.000 soldados y 3.000 caballeros francos, se enfrentaban a 3.000 almogávares a pie y 500 a caballo. Con esta desigualdad de fuerzas empezó la batalla. El ejército de los francos, que venía del sur se presenta al frente que los almogávares ya ocupaban. Se despliegan paralelamente al ejército enemigo. De este modo Gauiter se encontraba dónde los almogávares querían, justo en pos del campo inundado pero que, bajo el campo de hiervas, ofrecía el aspecto limpio y plano de una campo de torneo. La Gran Compañía se había situado justo al otro lado. A la izquierda tocante al pantano, la derecha cubierta por la caballería. Los franceses tiraron una primera carga, pero poco a poco el lodo los fue frenando hasta quedar inmovilizados, debido al peso de las armaduras y los caballos. Seguidamente los francos tiraron una segunda carga de caballería, pero esta corrió la misma suerte que l’anterior. Ya estaban a disparo de los almogávares, y empezó a caer sobre ellos una lluvia de flechas y dardos. Al grito de Sant Jordi! y Despierta Hierro!, las filas de almogávares salen de sus atrincheraminetos, espada y daga en mano, cayendo encima de los caballeros desmontados buscando las juntas de sus armaduras para asestarles un golpe de gracia mortal. Muy pronto deja de ser una lucha para convertirse en una matanza. Los caballeros francos son apuñalados y degollados sin poder oponer defensa. Y para redondear, los turcoples, que se habían mantenido al margen en la batalla, viéndola decidida a favor de los de siempre se lanzan a rematar el trabajo. Delante del atoramiento de los franceses los almogávares van abalanzarse sobre un enemigo indefenso el cual no les resultó nada difícil de exterminar. Mientras la infantería almogávar eliminaba metódicamente uno por uno todos los prohombres y caballeros más influyentes del reino de Francia, la caballería catalana se tiraba sobre una infantería francesa puesta en retirada. En la batalla murieron el mismo Gauiter de Brienne y la mayoría de sus nobles y caballeros, y aún cuando el botín reunido por los almogávares fue considerable, más que oro y esclavos, esta vez sería un verdadero territorio en tierra griega.
El día siguiente eligieron como capitán Roger Desllor. Con esta batalla los catalanes reforzaron su prestigio en tierras griegas, al exterminar una parte muy importante de la nobleza francesa. De facto, los catalanes se convierten en una clase de Estado, por el momento sin señor, una cosa inconcebible en aquella época, por lo cual van a la protección del rey Frederic III de Sicilia, que les otorga su protección en 1317. La batalla representó el fin de la vida errante de la compañía catalana y su establecimiento en el ducado de Atenas, que retuvieron durante más de setenta años. La bandera de las cuatro barras ondeó durante todo este tiempo en el Partenón. Después, el año 1318, extendieron su dominio al sur de Tessàlia, dónde constituyeron el ducado de Neopàtria, unido al de Atenas, incorporándose los dos a la Corona de Aragón en tiempo de Pere IV.