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n la Costa Brava central, a poco más de media milla frente a la costa de Palamòs y pasada la preciosa Cala Castell, podemos contemplar la silueta de las Illes Formigues, unos islotes pequeños (de ahí su nombre), pero con un fondo marino rico en variedad de especies y lugar de peregrinación de submarinistas venidos de toda Europa. Pero hoy quería dejar aparcado el tema submarino para otro día. Les Illes Formigues fueron escenario de una batalla naval de gran trascendencia en la disputa por la hegemonía marítima del Mediterráneo.
Sucedió en 1285, cuando la Corona de Catalunya y Aragón, gobernada por Pere III el "Grande", dominaba aún las aguas del Mare Nostrum. El rey francés Felipe III se disputaba el trono de Sicilia, en poder del rey catalán. Este envió a el comandante y marino Roger de Llúria a defender su territorio, y el azar y los vientos costeros hicieron que las flota catalana y francesa toparan a la altura de estos islotes. La línea de batalla gala era muy estirada; los barcos maniobraron en posición cada uno siguiendo la estela del otro. Roger de Llúria aprovechó para romper la línea por el centro lanzando una lluvia de flechas a través de la famosa ballesta catalana, utilizada por los almogàvers, sanguinarios mercenarios reclutados durante el reinado catalano-aragonés. Era un arma mortífera; la cual revolucionó el abordaje naval de la época debido a que los dardos eran rectangulares, pesaban más que las flechas tradicionales y alcanzaban grandes distancias. La flota francesa fue diezmada, completamente aniquilada. Los testigos mudos de esta batalla, estas 'hormigas' de piedra, parecen hablarme mientras ahora navego a su lado. El suave viento de 'Migjorn' acariciando el acantilado suena como si me susurrase palabras. Oigo los gritos sobre las cubiertas, la palabra compuesta que gritaban los mercenarios catalanes antes de la muerte sangrienta: Despertaferro!! Era el preludio de que algo terrible iba a pasar.
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n menos de un año, las tropas españolas llegadas de Sicilia habían dado la vuelta a la tortilla y se encontraban en el interior de Anatolia. Fue allí donde tuvo lugar la batalla más celebrada de los almogávares, la del monte Tauro: Roger de Flor y su senescal Berenguer de Rocafort, al frente de 7.000 españoles, plantaron cara a unos 40.000 turcos. La misma ceremonia al alba, los hierros despertando entre chispas y la horda colina abajo gritando como posesos los nombres de Aragón y su santo patrón. Los turcos salieron en estampida después, eso sí, de dejar 18.000 cadáveres en el campo de batalla. "Feren tal carnissería que era meravella", apuntaría años después Ramón Muntaner, uno de los integrantes de la expedición, en su Crónica de los Almogávares. Corría el año 1304, y éste de los almogávares sería el último ejército cristiano en penetrar en el interior de Asia Menor, la actual Turquía. Hecho el trabajo, Roger de Flor y los suyos regresaron a Constantinopla. Tan impresionante había sido la victoria que el emperador le concedió un nuevo título, el de César.
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ra marzo de 1311. Cerca de las antiguas ruinas de Queronea. Estaba a punto de empezar una gran batalla: Una cansada banda de mercenarios llamados Almogávares formada por 3.000 guerreros a pie i 500 a caballo se iban a enfrentar a 3.000 nobles i caballeros Franceses, considerados la mejor caballería europea y 12.000 soldados de infantería con el armamento más moderno de la época. Los 2.000 mercenarios turcos que acompañan a los Almogávares al ver el gran ejercito francés huyen. El duque de Atenas pone a su caballería en un frente de la misma extensión de la compañía catalana y organizada en bloque a lo largo de dos filas. Empieza la batalla: La primera fila de caballeros franceses avanza hacia los Almogávares, pero cuando están a punto de chocar contra ellos quedan frenados y atrapados en el barro, la segunda fila llega después para empujar la primera pero también queda atrapada. Los Almogávares habían desviado el río la noche anterior y habían creado una zona pantanosa. Los caballeros franceses quedan inmobilizados dentro de sus pesadas armaduras de hierro. Los almogávares al ver que han caido en la trampa se avalanzan sobre los caballeros franceses aniquilándolos. Los Turcos al ver el cambio inesperado de la batalla, vuelven para ayudar a los Almogávares. El duque de Atenas es muerto y decapitado. La caballería Almogávar cae sobre la desprotegida infantería francesa mientras que la caballería turca carga contra su flanco izquierdo, la matanza es equiparable a la que se está desarrollando en los pantanos. Ningún Noble Francés escapa con vida de esa batalla.