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in duda alguna su primera campaña fué La Reconquista, donde nació esta extraordinaria unidad de infantería ligera. Almogávar es, como cualquier avispado lector ha podido suponer, una palabra de origen árabe. Los almogávares son producto de la reconquista, naciendo en las zonas fronterizas entre Aragón, Cataluña y los territorios aún bajo control musulmán. Allí se vive continuamente lo que los teóricos modernos han llamado una "guerra de baja intensidad", que básicamente consiste en que ambos bandos cruzan de vez en cuando la frontera y se dedican alegremente a saquear, violar y secuestrar al contrario. Una parte de la población, que ve como las aldeas son cada día menos seguras por ser fácil blanco de cualquier ataque, se retira a los bosques y la montaña, y allí decide que siempre es más rentable saquear que ser saqueado. Y es así como nacen los almogávares. A esa forma de guerrear –rápidas incursiones, seguidas de violentos saqueos y rápidas retiradas– se le llama "algara", y al soldado que va en algara los musulmanes le llaman "mugawir". Así que ya conocemos a los al-mugawires. Cuando el avance reconquistador de la corona aragonesa va pacificando tierras, estos muchachos deciden que le han cogido gusto a su actual oficio y pasan a convertirse en personal técnico altamente cualificado: mercenarios. Su forma de guerrear, extremadamente móvil, condiciona totalmente su armamento y su vestuario. Nada de farragosas y pesadas armaduras. Visten ropas y escudos ligeros, protegiéndose la cabeza con un capacete de tiras de metal. El armamento también es ligero: espadas cortas –más cuchillos grandes que otra cosa– lanzas ligeras y mazas. Su forma de combatir es bastante particular. Comienzan el combate golpeando sus lanzas contra el suelo, sacándoles chispas, a la vez que berrean: "¡Desperta, ferro!". Y luego embisten contra el pobre desgraciado que tiene la mala suerte de estar en el bando contrario. A veces incluso en el mismo bando. El modus operandi viene a ser muy sencillo: arrojar la lanza con toda la mala leche que se pueda –que es mucha– con vistas a ensartar al contrario; y en caso de que aún colee, rematarlo. Cuando se enfrentan a jinetes, la operación no cambia mucho: ensartan al caballo y luego rematan al jinete. Si a sus eficaces métodos de lucha unimos que son salvajes como ellos solos y que ni piden ni dan cuartel, entenderemos que se labraran una justificada y temible reputación.
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a intención de lanzarse sobre el Mediterráneo, más concretamente sobre Sicilia, supondría a Pedro III el enfrentamiento con las dos fuerzas más poderosas del momento: Francia y el Papado. Sin embargo, el rey de Aragón no se arredró ante esos inconvenientes, más aún, sabía las ventajas que podía reportarle la empresa, y que podía ser una buena ocasión para arreglar las cuentas a Francia, con la que siendo príncipe tuvo roces (conspiración de Marsella en 1263). También con la Iglesia tuvo problemas de cierta importancia cuando se negó a recibir la corona del Arzobispo de Tarragona. Asimismo, la presencia en Aragón de fugitivos sicilianos, como la hermana del rey Manfredo, Roger de Lauria, Conrado Lanza, influiría en el ánimo del rey y transformaría la lucha en una guerra de liberación. En 1281 era elegido Papa Martín IV, que era favorable a Carlos de Anjou, lo que contrariaba notablemente al aragonés. Sin embargo, el monarca llevaría a cabo sus preparativos militares y navales y así, el 7 de junio de 1282 partía de Portfangos la escuadra aragonesa al mando de Roger de Lauria. La conquista no fue difícil y pronto tuvo en sus manos toda la isla. Francia y la Iglesia, derrotadas, intentarán dar un escarmiento al osado invasor, al que se excomulga y se le priva de sus dominios. Francia intenta la invasión, pero las victorias navales aragonesas, que privan de abastecimiento a los franceses, y la peste declarada entre sus filas, obligaron a la retirada de las mismas.
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n 1284, el rey Felipe III el Atrevido, de Francia, decidió invadir Cataluña con un gran ejército, al que el papa Martín IV dio la consideración de cruzados. Se la llamó "Cruzada Aragonesa", y en opinión del historiador Chaytoe se trató de "la más injusta, innecesaria y calamitosa empresa realizada por la monarquía capeta". El objetivo del rey francés no era otro que coronar a su propio hijo Carlos de Valois rey de Aragón (el hijo de éste, Felipe VI, lo sería de Francia) y apoyar a su primo Carlos de Anjou en su conflicto con los aragoneses por el trono de Sicilia. Apenas dos años antes, Pedro el Grande y sus aliados bizantinos habían urdido las Vísperas Sicilianas que habían arrebatado la isla al de Anjou, en favor de Aragón. El rey de Mallorca, Jaime II, hermano del monarca aragonés y conde del Rosellón, también apoyaba al Capeto. En Cataluña, el rey Pedro el Grande había ofendido a los nobles debido al vigoroso ejercicio de la autoridad real, recibiendo escaso apoyo por su parte. Sin embargo, las atrocidades cometidas por los invasores en los asedios de Elna y Gerona levantaron a las ciudades y al campo en contra de ellos. El ejército invasor avanzaba lentamente, rindiendo las obstinadamente defendidas ciudades una por una, y contaba con la cooperación de un gran número de aliados, estacionados en escuadras a lo largo de la costa, las cuales traían suministros desde Narbona y Aigües-Mortes. De hecho, las líneas de suministro dependían totalmente de la flota francesa. El rey Pedro se dio cuenta de que la interrupción de las líneas de suminitro francesas les forzarían con toda seguridad a retirarse. Para ello, estaba dispuesto a arriesgar Sicilia durante un tiempo, y llamó a la flota aragonesa, al mando de Roger de Lauria, de Palermo, a la costa catalana. El almirante alcanzó Barcelona el 24 de agosto al frente de 40 galeras de guerra, siendo informado de la disposición de los franceses. En la imagen vemos a Pedro III el Grande en el collado de las Panizas. Óleo sobre lienzo de Mariano Barbasán. 1889. Advirtió que si podía romper el centro de la línea de escuadrones, tan estirada como estaba, podría posteriormente deshacerse de los extremos. En la noche del 28 de agosto, cayó sobre la escuadra central de la flota francesa cerca de las islas Formigues. El hábil Lauria colocó dos fanales encendidos en cada galera, para que en la oscuridad de la noche su flota pareciera el doble de grande. La flota del enemigo estaba formada por 10-16 galeras genovesas al mando de Juan de Orreo y 15-20 francesas a las órdenes de Henri de Mari. Los aragoneses rodearon las líneas enemigas, provocando la retirada de los genoveses y el desastre para los franceses. Mediante el uso enérgico de los espolones, así como con una destructiva lluvia de tornillos lanzados con las ballestas, que limpió las cubiertas francesas, la victoria fue completa. La derrota francesa fue seguida, como era habitual en las guerras navales del Medievo, por una matanza masiva. A continuación, Roger se aproximó a la bahía de Rosas, donde se hallaba estacionada otra flota de más de 50 barcos, engañada al aproximarse Lauria bajo colores franceses. En mar abierto, los franceses fueron derrotados el 3 de septiembre y toda su flota capturada o hundida. A continuación, con refuerzos llegados de Barcelona, al cabo del día conquistó la plaza, y todos los suministros y tesoros almacenados allí por los franceses pasaron a manos aragonesas. Esta brillantísima acción naval, junto con la derrota de las armas galas en el collado de las Panizas, forzó a Felipe III a retirarse. Felipe, gravemente enfermo, moriría en Perpiñán, siendo sucedido por el "Rey de Hierro", Felipe IV el Hermoso. Sin embargo, los franceses mantuvieron la ocupación del Valle de Arán hasta 1313, fecha en que fue recuperado por Jaime II de Aragón, el cual restituyó los usos y constituciones de sus habitantes, suprimidos por los franceses. La derrota francesa supuso también la confiscación del reino de Mallorca por parte del rey aragonés. Jaime II de Mallorca no recuperaría su reino hasta 1295.
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ras la paz de Caltabellota (1302), con la que se ponía fin a la guerra de Sicilia, los almogávares comenzarían un periodo de inactividad. El rey Federico temía que una vez acabada la guerra los soldados mercenarios, que sólo sabían vivir de las armas, comenzasen a perturbar la estabilidad del reino con pillajes y robos; y por ese motivo estaba muy preocupado. Cuando Roger de Flor, capitán de la tropa, le pidió permiso para embarcarse y ponerse al servicio de Andrónico II de Constantinopla, emperador de Bizancio, Federico no dudó en concedérselo. Como he mencionado anteriormente la razón que argumentaba Roger para embarcarse era la de ayudar al emperador Andrónico, amenazado por los turcos. Sin embargo, existía otra razón de más peso para alejarse de Sicilia y del Occidente europeo, y era que temía que el Papa le pidiese a Federico que le entregase al maestre del Temple, ya que el capitán perteneció a dicha orden y se le acusaba de haberse apropiado de parte del tesoro sacado de Acre tras su evacuación. Cuando tuvo licencia del rey mando preparar una galera que condujese a dos emisarios, elegidos entre los más fieles a Constantinopla, con las siguientes condiciones a Andrónico:
- Debía recibir por esposa a la sobrina del emperador.
- Ser nombrado megaduque (gran señor).
- La paga para la tropa debía ser de cuatro onzas al mes para cada caballero y una a cada peón, de cuatro en cuatro meses. El primer anticipo debían encontrarlo en Malvasía.
Andrónico accedió sin ninguna dificultad a estas condiciones.