«Una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor».
Bertrand Russell, Retratos de memoria y otros ensayos
Tras semanas de confinamiento, hemos tenido tiempo para experimentar los efectos secundarios de no poder salir. Parece que ya hemos hecho todo lo que se puede hacer en casa: jugar, practicar deporte, hacer montañas de deberes, publicar tik toks, ver la tele hasta la saciedad, limpiar el cuarto, enfadarnos con nuestros compañeros de confinamiento, hablar con nuestros familiares ausentes, atender a las redes sociales, aplaudir a las 8 como muestra de solidaridad... Pero, seguramente, a pesar de todos esos esfuerzos, no hemos podido mantener alejado del todo el aburrimiento. ¿Qué alternativas nos quedan?
La expresión latina horror vacui ('miedo al vacío') se utiliza en arte para describir aquellas obras en las que de manera intencionada se muestra una acumulación de elementos decorativos para llenar todos los espacios y eliminar el vacío. Se emplea también este término para destacar que una obra produce saturación visual por ser demasiado recargada.
El concepto, que es en su origen filosófico, se ha aplicado a todas las disciplinas artísticas (pintura, arquitectura, escultura, literatura...). Algunos ejemplos visuales de horror vacui los encontramos en la decoración islámica, las iglesias barrocas, el rococó y en el diseño de interiores de la época victoriana.
Sin embargo, este recurso estético podemos encontrarlo también en la vida cotidiana actual: tatuajes que cubren gran parte del cuerpo, casas decoradas de forma recargada, discursos que no dejan espacio al silencio, redacciones sin márgenes que dejen respirar el texto, luces de neón coloridas en una gran ciudad…
Encontrarás algunas muestras de horror vacui en las imágenes que tienes a continuación.
La noción de vacío puede provocar angustia en el ser humano y, por ello, es preferible evitarlo. Habrás podido comprobar que las imágenes anterior son buenos ejemplos de horror vacui en el espacio: se trata representaciones visuales en las que no queda ningún hueco sin llenar en una superficie. Sin embargo, el ritmo frenético de nuestra vida habitual tiende a padecer un horror vacui aplicado al tiempo: debemos ocupar nuestro tiempo en hacer cosas, especialmente si son útiles y productivas.
Y es que las personas tratamos de estar ocupados todo lo posible, siempre queremos tener algo que hacer: llenamos con palabras vanas los silencios porque nos resultan incómodos y empleamos nuestro tiempo en actividades para evitar el aburrimiento. De hecho, del mismo modo en que ocupamos nuestro tiempo haciendo cosas, ocupamos nuestra mente con muchos pensamientos. ¿Has probado alguna vez la mente en blanco?
Cuando tienes muchos estímulos visuales, te resulta más complicado fijarte en la singularidad de las cosas y distinguir lo principal de lo secundario. Sin embargo, cuando hay pocos elementos, resulta mucho más sencillo encontrar algo concreto o diferenciar lo que resulta importante de lo que son simples detalles.
Cuando nos encontramos con una sobrecarga visual o mental (como en situaciones de estrés), nuestro cerebro se colapsa por un exceso de información. ¿En esos momentos, somos capaces gestionar bien esa información y descubrir qué es lo realmente importante?
Después de un primer sentimiento de horror vacui temporal en el que me autoagregué a mil y un grupos de Telegram para conocer mil y una actividades que hacer con niños, me convertí en seguidora de mil y una clases de yoga, de pilates, de meditación; me agendé mil y un conciertos, obras de teatro o charlas culturales, y me descargué mil y un libros electrónicos gratuitos (cortesía de editoriales), parece que he entrado en un tiempo de pausa.
Ese miedo al tiempo muerto, o esa cosa absurda de no saber qué hacer con el tiempo libre (cuando en realidad nos pasamos la vida anhelándolo) o con el tiempo en casa, hizo saltar por los aires las redes sociales y la brecha digital. En el momento en que se declaró el estado de alarma, de repente, sentimos la necesidad de que nada cambiase, de llenar ese espacio nuevo con las cosas de siempre (también el de los niños), desaprovechando una inesperada oportunidad de hacer las cosas de nunca, esas que nunca hacemos en casa precisamente por falta de tiempo. Paradójico.
(fragmento)
Belén Rodríguez, en Eldiario. es (8/4/2020)
Al parecer, los seres humanos no podemos estar aunque sea un tiempo mínimo sin ninguna actividad concreta y se convierte en un estado insoportable si no es algo espontáneo y elegido. Así nuestra práctica real consiste en estar haciendo continuamente algo, manipulando algo (el móvil por ejemplo), oyendo música, mirando algo, hablando o interactuando. Dicho de otra manera, el no hacer nada se puede convertir en la peor de las torturas.
Blog Profesor en la secundaria, Joselu
Llevamos inoculados en la mente patrones económicos que exigen productividad: debemos a toda costa rentabilizar el tiempo. Leer los infinitos libros que nos quedan por leer, escribir un diario de confinamiento para Facebook, practicar #InstaYoga... [...] La prescripción es la misma: sacarle rendimiento a la situación, recobrar así un ilusorio control sobre la existencia y salir del aislamiento más fuertes, más cultos, más fit, vueltos un mejor producto, listos para el mercado post-epidemia, cuando todo vuelva a la normalidad. ¿La normalidad?
Brontis Jodorowsky
Es precisamente ese horror a la nada el que nos hace también sociables, colaboradores, leales, fieles, amantes, cómplices. Lo importante, por tanto, no es tener dentro un agujero negro, sino saber con qué llenarlo. El cómo queda enteramente a discreción. A unos les da por componer la Novena sinfonía, a otros solo por matar marcianitos en la videoconsola.
Carmen Posadas
Según los primeros filósofos, el caos es aquello que es impredecible e inesperado, frente al cosmos, que representa el orden y la regularidad que la razón descubre cuando observamos la naturaleza (el día sucede a la noche, al verano sigue el otoño, en primavera florecen las plantas...).
Aquello que es previsible nos reconforta y nos hace sentir seguros, pero el caos se empeña en recordarnos que no todo lo podemos controlar: una enfermedad, la muerte de un ser querido, un terremoto, un estado de alarma… Experiencias como estas pueden hacernos sentir incómodos, pero también pueden ser un estímulo para cuestionar ciertos aspectos de nuestra vida, observar de una manera distinta el mundo que nos rodea y conocernos mejor a nosotros mismos.
El abismo que abre este caos que podríamos llamar coronavirus nos coloca frente a un escenario de cambio, de incertidumbre. El caos es, como hemos visto, la incertidumbre y la angustia que nos produce no saber lo que va a pasar. Podemos plantearnos si la situación que nos está tocando vivir puede ser también una oportunidad que nos sitúe ante nuevas posibilidades.
El tiempo de pausa que estamos viviendo parece ser una vía directa al aburrimiento. Y el aburrimiento tiene mala prensa. Lo relacionamos con falta de organización, con pérdida de tiempo, vaguear y no hacer nada. ¿Podemos convertir esa incomodidad que produce el aburrimiento en algo positivo?
Ya sabes que metafóricamente entendemos el tiempo como algo muy valioso, por ello, tratamos de invertirlo en cosas útiles. Pero si prestamos un poco de atención, nos daremos cuenta de que lo inútil también puede ser valioso y está íntimamente ligado con la satisfacción que conlleva llevarlo a cabo. ¿Por qué algunas personas cantan en la ducha? ¿Por qué bailamos cuando estamos contentos? ¿Por qué tratamos de hacer cosas complicadas hasta que parecen fáciles? El hecho de disfrutar de situaciones que no nos aportan un beneficio material no significa que no tengan sentido y valor en sí mismas.
Muchas personas se plantean la vida en función de objetivos y metas. Pero ¿sólo vale la pena buscar metas útiles? Responder esta pregunta nos conduce a plantearnos cuáles son las cosas realmente importantes de nuestra vida y si es posible que algo «inútil» sea valioso.
¿En qué estás empleando tú este tiempo de confinamiento? ¿Te has detenido a reflexionar sobre lo que está pasando y lo que es realmente valioso? ¿Estás adquiriendo algún aprendizaje que crees que te va servir en un futuro? ¿Cuáles?
En el día de hoy (20/04/2020) tendrás que hacer tres actividades obligatorias y una voluntaria, que servirá para subir nota. Recuerda que debes presentarlas por separado.
¿Qué pasaría si se repitiera una y otra vez el mismo día? De alguna manera nosotros podemos caer también en la tentación de pensar que estamos viviendo un día interminable…
Atrapado en el tiempo es una película de 1993, protagonizada por Bill Murray, que nos presenta una situación parecida: Phil es el hombre del tiempo de una cadena televisiva, un personaje antipático, gruñón que vive como la obligación tener que asistir un año más a Punxstawnwey, un pueblo de Pennsylvania, a cubrir la información del festival del Día de la Marmota.
En el viaje de regreso, Phil y su equipo se ven sorprendidos por una tormenta que los obliga a regresar a la pequeña ciudad. A la mañana siguiente, al despertarse, comprueba atónito que comienza otra vez el Día de la Marmota.
Phil “se ve condenado a revivir, una y otra vez, el mismo día. Todo se repite, excepto su percepción de que, lo que le sucede en cada momento, ya lo ha vivido. Con esta simple premisa arranca un divertido guión en el que, además de crearse ingeniosas situaciones, se asistirá al cambio de valores del protagonista sin caer en la obviedad ni la sensiblería. Muy recomendable.” (Pablo Kurt: FilmAffinity)