En la música de Jürg Frey hay una constelación de aspectos bifásicos, donde la escritura implica una reflexión sobre la interpretación y el sonido en términos estéticos. Como en toda superficie, al penetrar con la reflexión sobre uno de los lados, uno se encuentra instantáneamente en el otro. Me propongo pensar sobre la música y los materiales de Frey, por un lado, desde un aspecto histórico: cómo su concepción del material musical (sonido y silencio) y el de su construcción configuran una posición particular respecto del tiempo en el que ocurre esta música, poniéndola en relación a la idea de la sedimentación histórica del material en Adorno, y en convivencia con otras músicas modernas. Y, por el otro lado, reflexionar sobre su particular forma de aproximación al material musical para entender las influencias estéticas que se reflejan en la posición antes mencionada. Finalmente mostraré cómo influye la particular idea del silencio en Frey, influenciada por el pensamiento estético chino, en la construcción y concepción del material musical.
Frey nació en Aarau, Suiza en 1953. Estudió clarinete en el conservatorio de Ginebra, técnica Alexander en Berna, y composición con Urs Peter Schneider. Probablemente a partir de su contacto como estudiante con Frederik Rzewski, Schneider introduciría a sus alumnos en las prácticas de la música experimental de la Escuela de Nueva York, particularmente en el pensamiento y las obras de John Cage y Christian Wolff. En 1991, Frey es premiado en el Seminario Internacional de Composición de Boswil, Suiza, que ese año se enfocaba específicamente en el concepto de Still Music: música “silenciosa” o “quieta”. Este evento es de particular relevancia en su carrera, no tanto por el mérito del premio sino porque es la oportunidad en que conoce personalmente a Christian Wolff, con quien luego colaboraría en reiteradas ocasiones como intérprete, y a Antoine Beuger, quien sería el fundador del sello/editorial/colectivo de compositores Wandelweiser, con sede en Düsseldorf, Alemania, y que incluiría posteriormente a compositores de todo el mundo –Frey entre ellos- nucleados en torno a la estética silenciosa post-cageana.
Cierta cualidad en la superficie de la música de Frey puede ser comparada a la de Morton Feldman, especialmente con su período tardío: los materiales parecen suspenderse en el espacio y la narrativa se ausenta para dar paso a una experiencia estática de la atención y la escucha. Sin embargo, aunque en un terreno similar en términos estésicos, los materiales y sobre todo los procedimientos de Frey carecen de cierta fetichización feldmaniana, que el último lesimprime a los elementos por la variación mínima y permanente, y aún por las yuxtaposiciones a menudo contrastantes de materiales. En este sentido, el transcurso de las piezas de Frey parece aún más estático, sin recurrir a dimensiones temporales tan extremas.
Aun así, Frey, que también ha escrito sobre su práctica compositiva, sitúa su música “en el umbral entre dos mundos experienciales: el del camino y aquél del paisaje”. 1 Frey define estos dos términos como polos de las posibles experiencias temporales con la música, donde el camino es lo asociado a la narrativa, al desarrollo lineal y a cierto tratamiento de los materiales para ser identificados por la memoria en un esquema formal más o menos complejo; y siendo el paisaje aquella experiencia más relativa a lo instalacional, lo estático, donde la memoria no está moldeada tanto por los eventos individuales en una situación formal que “por una situación en la que uno ha pasado una cierta cantidad de tiempo”.
El hecho de que Frey mismo sitúe su música en el punto en que “el pensamiento musical estático comienza a adquirir movimiento casi imperceptiblemente”, es decir, en aquel límite en donde comienza a sugerirse un camino en el paisaje, posa una sutileza respecto de la experiencia temporal de esta música. Es que la música de Frey no es absolutamente estática en el sentido de lo formalmente no-direccionado; no es una pura sucesión de elementos similares a sí, donde un presente en fuga se actualiza constantemente, aun cuando la atención pueda diluirse en él. Algunas de estas piezas aparentan un total estatismo, pero a través de esa experiencia y la de la dilación de la percepción del material por grandes porciones de silencio entre los eventos, logra mover el paisaje como si su luz cambiara gradualmente y esta camuflara el cambio o movimiento extremadamente lento y sutil de los materiales y, por tanto, del sujeto de la percepción en el devenir de la música. En su actitud compositiva hay una problemática formal que no se suspende, sino que se le hace frente.
La dimensión concreta en la que esto sucede es la del material y sus características. Frey se propone trabajar con él según las cualidades que le son propias. Aquí, la denominación de material cobra una relevancia o al menos un matiz más específico: donde un sonido tiene cualidades como los tiene la piedra o la madera, aquello analogable a lo táctil (materia) en lo aural. Los sonidos que aparecen en la pieza son ante todo puestos allí por su cualidad sensible y no por una gestualidad ni por su potencial de relación con otros materiales de la obra. Este segundo enfoque del material, que Frey no adopta, depositaría el movimiento narrativo directamente en el comportamiento del sonido (en tanto la acción o el gesto del mismo cobraría relevancia por sobre su cualidad) o en su vector formal, lo cual quitaría fuerza a la posibilidad de percibir una forma sutilmente, más allá de los eventos puntuales. Por eso, no todo sonido puede participar en esta idea de material. Para lograr la propuesta del movimiento más sutil posible, los sonidos deberían abstenerse de sugerir una dirección por sí mismos, pero, sobre todo, la composición debería privilegiar a los sonidos por sí mismos antes que a su función en la forma.
Lo que está en el umbral de ser irreconocible es entonces el “grado de composición” de la pieza: la arquitectura de la pieza es tan sutil que parece desaparecer, y tan sencilla que sostiene toda decisión sin afectar al material. Decisiones demasiado fuertes sobre el material lo envolverían con un peso o una direccionalidad evidente que los ahogaría, pero una retirada negligente de la construcción le quitaría su sentido a la composición y los materiales terminarían de disiparse.
En su cuarteto n° 2, existe una extrema economía de la utilización de los materiales (únicamente acordes homofónicos separados por silencios) y su distribución temporal (cuatro secciones marcadas por cambios tímbricos sutiles, donde la administración de las duraciones responde a una proporcionalidad exacta entre distintos niveles de la forma, y donde cada sección tiene su propia relación proporcional entre eventos y silencios). La característica experimental de esta pieza es que la experiencia formal propuesta reside plenamente en el campo de lo potencial: es tan probable que el oyente experimente estas sutiles direcciones como que no lo haga, que el sujeto de la percepción pueda aparecer, a través de la forma, en un lugar distinto del inicial, como permanecer siempre en el mismo lugar.
Ahora bien, esta analogía de lo aural con lo táctil (la escucha tiene su génesis en el tacto, donde el aire excita la membrana del tímpano, la acaricia o la golpea) no es inocente en cuanto a la historia de los materiales musicales. De hecho, en la música de Frey nos encontramos con materiales que provienen directamente de la tradición tonal. En el caso de obras como Sam Lazaro Bros. para piano, o en el ya mencionado cuarteto n° 2, Frey utiliza materiales fuertemente sedimentados por la historia (específicamente tríadas) y parece encontrar el modo de plantearlos, en el caso de Sam Lazaro Bros., en su matiz flotante, circular y no-direccionado, y en el cuarteto n° 2, de un modo casi objetual, pictórico.