Inmaculada Escamilla Canales (Madrid, 1973) es una eminente psiquiatra española con una especialización en TDAH y trastornos del humor. Realizó su tesis doctoral en Neurociencias en la Universidad de Navarra, donde investigó profundamente sobre la especialidad de la enfermedad bipolar pediátrica. Posteriormente, fundó el Instituto de Neurociencias Aplicadas a la Educación (INAE) en Madrid, donde ha continuado su carrera científica y su práctica médica. En su currículum cuenta con más de 20 años de experiencia, numerosas publicaciones en revistas internacionales y la posesión de varias patentes. Es miembro de prestigiosas sociedades científicas y ha sido galardonada con el Fellowship Donald Cohen de la European Society Child and Adolescent Psychiatry y una beca de la Fundación Alicia Koplowitz. De estos reconocimientos, confiesa sentirse “muy orgullosa”.
La doctora explica que “nosotros solo tenemos una pantalla con imágenes pero , sin embargo, hay muchas otras cosas que están estimulando al cerebro”. Como futura solución a estos problemas en niños y adolescentes, Escamilla afirma que “es fundamental el informar y hablar de las consecuencias". Según ella, "formar a la familia y a los políticos es una parte fundamental”.
—Usted es una psiquiatra de Madrid con reconocimiento a nivel nacional e internacional. ¿Qué le llevó a preocuparse e implicarse en la seguridad de los niños?
—Principalmente, observar lo desprotegidos que pueden estar los niños y la necesidad que hay de trabajar por ellos y sus familias. Desde la ciencia hay que entender cómo funciona el cerebro, que es la parte fundamental que dirige todo y dirige nuestra conducta. Y es una forma de ayudar desde la ciencia. Y qué mejor forma que siendo expertos en ese órgano que lo dirige todo.
—Leímos en el HOLA sobre la rigidez cognitiva, y que a veces se manifestaba en los niños a través de comportamientos obstinados. El artículo decía que esa actitud en los niños hace que, a veces, en situaciones de estrés, presenten alteraciones agresivas. ¿De qué forma está el consumo de contenidos violentos relacionados con esto y por qué?
—El problema no es solo el consumo de contenidos violentos, sino también la exposición a la red, a los videojuegos, a las pantallas… Es decir, cuando tú estás en un videojuego, sea o no violento, y si es violento más, el cerebro se pone en una forma de hiperestimulación, y esto significa que ese estímulo, la forma en la que se está transmitiendo la información desde la pantalla, estimula nuestro cerebro. Nosotros solo tenemos una pantalla con imágenes debajo; sin embargo, hay muchas otras cosas que están estimulando al cerebro, mucho más de lo que uno, conscientemente, puede ver. Pero hay muchas otras cosas que no se ven y que el cerebro está recibiendo, que nos ponen en una forma de alerta y de hiperestimulación. Ese estado, mantenido en el tiempo, o repetido muchas veces, hace que el cerebro cada vez se vaya poniendo más cabezón, más obstinado. Porque, cuando uno está en alerta o está nervioso, reduce el campo de visión; es decir, solo está fijándose en una cosa. Y eso es la rigidez cognitiva también, cuando uno no es capaz de ver otra opción. Realmente, cuesta mucho ver que esa no es la opción y que, lo que te está explicando tu madre u otra persona, puede ser verdad. Por eso, si tú has tenido el cerebro muy estimulado, hay una sensación de alerta, y esa sensación de alerta hace que tú te enfades más, que el cerebro se vuelva más inflexible.
—Teniendo en cuenta el peligro de los contenidos digitales violentos, ¿cuáles son las peores consecuencias de estos?
—Depende mucho del tiempo y la frecuencia con la que se exponga a ello, la edad y cómo es cada niño y cada persona. Es decir, el cerebro es un órgano plástico, como la plastilina; entonces, ese es capaz de ir cambiando según se le vaya estimulando. Por eso, cuanto más pequeños sois, mayor es la posibilidad de que lo que veis en vuestro entorno os afecte; tanto para bien como para mal. Cuanto más pequeños sois, mayor es el riesgo de estar expuestos no solo a los contenidos violentos, sino de pasar tiempo expuestos a todo ese contenido online o a ese videojuego. El tiempo que tú pasas expuesto a este contenido es el tiempo que restas a otro tipo de cosas. La cuestión es que eso no te limite ni te quite tiempo de tus responsabilidades y de tu vida social; es decir, de estar con tus amigos, de relacionarte con ellos, de hacer otros juegos… El gran problema es cuando casi todo tu tiempo de diversión lo utilizas en este tipo de cosas. Ese es el gran problema. Obviamente, cognitivamente el cerebro cambia mucho, se vuelve más rígido y en esos casos afecta mucho al área de matemáticas y al área de la creatividad; eso como mínimo. Es lo mismo que la obstinación. Cuando uno no tiene la capacidad de ver las cosas todas en conjunto y de ver la solución.
—Está científicamente probado que los contenidos violentos afectan psicológicamente a los niños y a los adultos, pero, ¿cómo afecta el consumo de contenidos violentos a las relaciones sociales con otras personas?
—Está también muy claro. El contenido violento te pone en una situación de hiperestimulación, con lo cual te pones en una situación de alerta; entonces, cuando uno está en alerta, percibe las cosas de forma diferente, como si les fueran a hacer daño. Por eso es más fácil que esté comunicándose con los demás como a la espera, al acecho; es decir, que a la mínima cosa que le hagan es más fácil que responda mal o, incluso, que interprete mal las situaciones, como si siempre le quisieran hacer daño. Eso es lo que hace y, por eso, las relaciones son más desconfiadas y más agresivas, mucho menos naturales y espontáneas.
—Puede haber varios tipos de contenidos. ¿Qué tipos de contenidos violentos existen y cómo afectan a la sociedad?
—Dependiendo de la edad, lo que está claro es que los niños no tienen madurez, no podéis procesar bien tanta información, sobre todo en esa plataforma. Es decir, antes había muchos dibujos animados y había tiroteos; películas del oeste, de vaqueros, pero no teníamos los problemas que tenemos ahora. Porque esto se transmitía a través de dibujos, de la televisión, de cómics, de libros; entonces, la forma en la que se transmitía es diferente y no afectaba al cerebro igual.
El problema es que se forma como un cóctel molotov: se junta que ese contenido te lo están transmitiendo de una manera, que hace que tú te pongas en esa situación y empieces a maquinar y a pensar como si realmente estuvieras en esa situación. Y ahí están también muchos de los problemas porque uno ya se queda configurado muchas veces. Depende del tiempo que tú emplees en ver todo eso, el cerebro se va configurando de esa manera, de tal modo que acaba distorsionando, viendo las cosas como no son. Entonces, yo creo que es muy importante el tiempo que se le dedica a estas cosas. Cuanto menor sea el tiempo que le dedicamos a la pantalla, a videojuegos y demás, sería mucho mejor.
Yo tengo dos consejos: uno es que no se utilicen las pantallas nada durante la semana y que, a lo mejor, se utilicen una hora el fin de semana. Y, si se utilizan, que siempre sea después de haber cumplido vuestras responsabilidades y durante un tiempo determinado, que pueden ser 20 minutos. Yo lo digo no solo porque afecta al cerebro, porque en ese caso podríais estar una hora, pero no una hora solo dedicada a los videojuegos, sino con el ordenador, televisión o iPad. Sin embargo, el problema es que si utilizáis todo eso perdéis de hacer muchas otras cosas que, realmente, no es que os favorezcan a vosotros o alas notas, sino que favorecen a vuestro cerebro, que es del que dependemos para el día de mañana. De cómo se forme ahora el cerebro, seréis mañana vosotros y podréis enfrentarnos al mundo del futuro.
—Los comentarios que se envían a través de videojuegos o redes sociales a otras personas pueden acabar llevando a las autolesiones u otras acciones graves. ¿Cómo se podría tratar de evitar esas acciones?
—Eso es de lo peor que existe y de lo que más daño nos está haciendo, y está aumentando las consultas en psiquiatría; es decir, la comunicación que hacéis a través de WhatsApp o esas plataformas. Cuando vosotros habláis en clase en una comunicación sabéis lo que queréis decir: hay un mensaje, un emisor y un receptor, y hay algo muy importante, que es lo que hace que se entienda lo que tú quieres decir, que es el contexto.
No es lo mismo decir una cosa si estáis en clase o cuando estáis solo dos y no quieres que se entere el otro; no es lo mismo riendo o en broma, ya que, si estáis serios, el mensaje que tú quieres transmitir cambia mucho. Depende de todas esas cosas, pero cuando os comunicáis online todo eso se pierde, lo que se llama el contexto, con lo cual, la comunicación que tenéis no es normal, no es adecuada y estamos expuestos al error. Podemos entender cualquier cosa diferente porque estamos perdiendo una parte de la comunicación entre personas, que es fundamental, que es el contexto y es lo que hace que cambie el significado de lo que estoy diciendo. Esto se pierde y, por eso, hay que determinar muy bien para qué sirven esas comunicaciones online. Son mensajes breves, avisos, cosas concretas, pero en las conversaciones por ese medio estás expuesto a error muchísimas veces.
—Siete de cada diez jóvenes han sufrido violencia en la red. ¿Cuáles son las implicaciones psicológicas a largo plazo para estas víctimas que por algún motivo ven contenidos violentos o sufren violencia en la red?
—Por donde está aumentando mucho la consulta en Psiquiatría, además de por el tiempo y la adicción, es por el abuso, por el acoso y por las situaciones que se dan en la comunicación online. Es uno de los problemas más graves que se dan con el uso de las comunicaciones online. Es muy fácil intimidar o acosar a las personas por esa vía porque uno cuando está hablando a la cara todavía siente esa intimidación natural; entonces, tenemos esos frenos que son necesarios para tener una buena relación, pero se pierden cuando estás en la comunicación online. Sin esos frenos uno es capaz de decir cualquier cosa, cualquier burrada. Sin embargo, si mirases a las personas a la cara, no dirías las cosas que se dicen a través de la red.
—¿Cómo pueden las redes sociales o las grandes empresas tecnológicas abordar eficazmente la violencia en línea?
—Esa es una cuestión tecnológica. Sabes que hay muchos controles parentales para que uno puede utilizar la red de forma más segura, pero después depende de las grandes empresas que pueden limitar la venta de mucho de ese contenido y luego, sobre todo, de que cumplamos las instrucciones de uso de ese contenido, porque a veces sacan una licencia y dicen que es lícito vender un determinado juego, pero después en la letra pequeña dicen que a partir de tanta edad. Por eso, después, la Asociación Americana de Psiquiatría, la de Pediatría o nosotros decimos que no más que una vez cada fin de semana. Pero lo que pasa es que eso tampoco se cumple. Depende de las empresas, de vosotros y de vuestros padres que tienen que ser responsables con lo que estáis haciendo.
—¿Cómo pueden los profesionales de la salud mental colaborar con otras entidades para combatir la violencia en la red?
—Podemos formar e informar cómo lo estáis haciendo vosotros; me estáis dando la posibilidad de que pueda informar de la realidad que estamos viviendo, de lo que está sucediendo. Yo creo que es fundamental el informar y efectivamente hablar de las consecuencias. Formar a la familia, a los políticos es una parte fundamental.
—Fijándonos en estudios recientes, hemos descubierto que la mayoría de los videojuegos son violentos. ¿Por qué cree usted que se da esta situación?
—El contenido violento pone al cerebro en una situación de alarma, que crea una adicción, y eso manda una señal al cerebro diciéndole que va a pasar algo y una vez se crea la adición es muy difícil deshacerse de ella.
—Usted es Doctora en Neurociencias por la Universidad de Navarra. ¿Qué aspectos nos enseña su disciplina que son esenciales para entender los efectos que puede tener en el futuro para alumnado de nuestra edad consumir contenidos digitales violentos?
—El consumir contenidos violentos en la red es lo que nos hace disminuir la capacidad de relacionarnos y la posibilidad de crear contenidos positivos disminuye de forma proporcional al tiempo que empleamos viendo contenidos violentos en la red. Y puede que nos haga reaccionar de forma violenta en algunos casos. Os pone en una situación de mayor alerta y mayor rigidez, sois menos capaces de poneros en el lugar del otro, estáis en una actitud más defensiva. Eso es por el circuito de alerta, la amígdala, y por el circuito de recompensa, que os pone en esa necesidad en la que vais acostumbrando al cerebro a una recompensa inmediata.
—Y pensando en una futura solución a estos problemas. ¿Qué medidas pueden adoptar los gobiernos, nosotros y la sociedad en general para conseguir que los niños y adolescentes dejen de consumir contenidos violentos?
—Hay que evitar el tiempo de uso de videojuegos en general, y todos debemos de conocer lo que pueden provocan, y reducir el uso de esos videojuegos, no utilizarlos en días lectivos y reducir la conexión a la red en los fines de semana, en el tiempo libre; sobre todo en edades tempranas. El objetivo es utilizarlos lo menos posible. Aunque no son malos en sí mismos, siempre tienen un riesgo que hay que saber controlar. La mejor forma es limitar su uso . Y los padres siempre tienen que ser conscientes de lo que están haciendo sus hijos. Que no se juegue solo, que se juegue donde haya más gente.
—Hay videojuegos que, aparte de tener contenidos violentos, también tienen un chat por el que puedes insultar a las otras personas. ¿De qué forma cree usted que puede afectar psicológicamente a esas personas?
—En mi opinión eso debería estar prohibido. ¿Cómo crees que os sentaría a cualquiera de vosotros si os estuvieran insultando?
—Mal, porque al final si te insultan te sientes mal.
—Eso es lo que pasa. Es lo mismo si hablas por la red que si te lo dicen en persona; incluso más. Es peor porque no sabes por qué te lo dicen ni quién; porque puede ser tu amigo o alguien que no conoces.
—Usted hablaba sobre la importancia que tiene el tiempo en el consumo de contenidos violentos. ¿De qué manera afecta el tiempo que consumimos estos contenidos en nuestro cerebro, aparte de pasar menos tiempo con nuestras familias u otros seres queridos?
—Si tú pasas mucho tiempo, se activa el sistema de alerta. Y el sistema de alerta no es bueno, es un sistema de estrés. Es como si pasáramos mucho tiempo con un gran estímulo, ansiosos. Entonces, al cerebro lo que le va generando es ansiedad e irritabilidad, y efectivamente, obstinación.
—Algunas personas, si se autolesionan debido a los contenidos violentos, no piden ayuda ni a sus familiares. ¿Cómo deberían solucionar esta situación tanto los niños como los adultos?
—Lo ideal es que siempre que estéis conectados a la red no estéis solos, que estéis en un sitio donde estéis todos juntos y que, así, sea más fácil controlar ese impulso de meterte en páginas que sabes que no van a ser buenas. Es más fácil que, si el que está a tu lado es mayor que tú, tus padres sepan alertarte de lo que está pasando si te sale un aviso o si te salen otras cosas muy desagradables mientras estás viendo esos contenidos. O que te puedan informar realmente de lo que estás haciendo o alertar de que tengas cuidado con dónde te estás metiendo. Por eso es muy importante que, aparte de que estéis poco tiempo, los padres sepan lo que estáis consumiendo. Y, obviamente, hay muchas páginas que tienen que estar controladas, porque, si no podéis acceder, esto es como cuando erais pequeños y en el primer año no os daban para comer un bocadillo porque os atragantaríais. Por eso los padres tienen que seguir haciendo lo mismo durante bastante tiempo, pero con cosas diferentes. Por esa razón los padres y vosotros tenéis que ser conscientes de que ellos tienen que decir lo que podéis ver y cuánto tiempo. Luego está el tema de las autolesiones. Debes tener claro que no hay nadie que te vaya a querer más que tu familia. Con eso no os engañéis.
—¿De qué manera considera usted irreversibles los daños causados por la violencia digital sobre los menores?
—Irreversibles no son. El cerebro es plástico y, para bien y para mal, tiene la capacidad de cambiar. Entonces, cuanto antes se intervenga y se diga me está pasando esto, mejor. El cerebro tiene muchas posibilidades de cambiar para bien y para mal entre los siete y los doce años. De los 12 a los 14 el cerebro se alborota mucho, se pone un poquito loco y está en esa etapa que llamamos neuronal. Eso lo pasamos todos, se puede pasar y se pasa. A partir de los 16 o de los 18 es cuando ya hay menos posibilidad de cambio. No es irreversible, pero, cuando se detecta, hay que ser valiente, afrontarlo y dejarse ayudar. Y no es irreversible siempre que se quiera solucionar.