Indice: links a cada capítulo

A mis hijos: Josefina, Pedro, María Teresa y Guadalupe. Ellos son el futuro de Córdoba.Y -por sobre todo- son la razón de mi vida.


     Prólogo de Raúl Hermida


 

Aproximarse con experiencia y conocimiento a la caracterización de la provincia de Córdoba y a su futuro en el contexto de un país que ha vivido recurrentes crisis que lo condujeron al estancamiento económico y social durante décadas es una contribución imprescindible para comprender qué nos pasa y hacia dónde vamos.

Sebastián García Díaz tiene la trayectoria personal y profesional para hacerlo desde su temprano involucramiento en las actividades sociales, culturales, políticas y empresariales de la provincia con una actitud que no fue común a su generación resaltando el mérito de su esfuerzo. Tal como lo explica en el libro que nos presenta, su contenido refleja la vivencia personal en espacios que describen numerosas facetas de la personalidad de Córdoba, resaltando como aspecto positivo la actitud de sus emprendimientos orientados a la creación de riqueza mediante la inversión y la exportación que agregan valor a sus valiosos recursos naturales.

Córdoba se expresa así colocando productos y servicios competitivos en los mercados internacionales, sin recurrir a la falsedad del discurso interesado y contradictorio sobre la necesidad de insertar al país en la economía global, mientras se lo acompaña con medidas contrarias al comercio exterior, diseñadas desde el centralismo protector de una economía cerrada y con numerosas prebendas.

Es allí donde su análisis comienza a mostrar la otra cara de Córdoba, con una tremenda desigualdad social, los problemas que genera la proliferación del comercio y el consumo de drogas y la violencia urbana donde “no tenemos ladrones, tenemos mafias” y se produce la “Favelización de Córdoba” que ya había señalado en uno de sus libros, publicado en el año 2010. Esa situación social no es la consecuencia de la apertura económica ni de la competencia propia de una economía de mercado. Es que nuestra provincia no es la excepción en un país donde las raíces más profundas de su decadencia se encuentran en el frecuente engaño y el alejamiento del estado de derecho, del imperio de la ley y la falta de una auténtica cohesión social. Se reafirma en el Capítulo 13, V. Si no hay justicia, no habrá nada.

A pesar de todo lo anterior, Córdoba es diferente más allá de los intentos de subestimarla, reflejando una cultura forjada en su trayectoria universitaria generadora de conocimientos fundamentados y enriquecido por el aporte de los inmigrantes que trajeron prácticas y herramientas artesanales y tecnológicas desde otros horizontes.

La combinación de los atributos y las dificultades mencionadas marca un sendero para el futuro de la provincia especialmente importante en un momento en que parece que se consolida un cambio cultural, que emerge desde la sociedad después de tanto desatino. Sebastián lo refleja cuando enfatiza la necesidad de trabajar en conjunto con nuestros países vecinos, cambiar la orientación educativa demasiado centrada en el sistema público y con escaso debate y apertura a las oportunidades de la salida laboral. También cuando reclama a los empresarios una mayor ambición y apertura en sus perspectivas, mirando al mundo, generando puestos de trabajo con alta productividad y valor agregado que a través de la competencia colabore en reducir la exclusión y la desigualdad.

En lo que considera el corazón de la propuesta del libro menciona que el futuro de Córdoba será el resultado de la gente sobre la base del sano principio de la subsidiariedad para que ciertas funciones importantes sean gestionadas por la propia comunidad, dejando atrás una sociedad demasiado estatizada. Para ello al final del libro convoca a los jóvenes, que siendo parte de una nueva dirigencia comiencen la traza de Córdoba hacia un futuro mejor.

Coincido con Sebastián en que la provincia es diferente a buena parte del resto del país y tiene un papel de liderazgo que contribuirá significativamente en marcar un punto de inflexión en su futura trayectoria. A veces nos olvidamos de la ubicación geográfica privilegiada de la provincia en el Cono Sur de nuestro continente y como parte de la Región Centro que la posiciona en la intersección del Corredor Bioceánico Central y el sistema hidroviario de la Cuenca del Plata.

Ese posicionamiento genera valor exportable hacia el Este dentro de su territorio sobre la pampa húmeda y hacia el Oeste proveyendo los insumos y servicios del enorme potencial minero, energético y frutihortícola de las regiones aledañas a la cordillera. También como centro logístico en el camino hacia los puertos del océano Pacífico y con un papel preponderante en el cuidado del medio ambiente mencionado en el capítulo 15, tanto por la necesidad de conservar sus valiosos escenarios naturales que generan un gran potencial turístico como por la disponibilidad de biomasa generada a partir de la actividad agroindustrial.

Por este extenso análisis contenido en el libro al que hago referencia en alguno sus puntos, es especialmente recomendable su lectura para comprender adecuadamente los atributos de una provincia como Córdoba y sus perspectivas futuras en un nuevo escenario que difícilmente nos vuelva al pasado y que nos presenta grandes desafíos en beneficio del país y la región volviendo al escenario mundial del que nunca deberíamos habernos apartado.


Raúl Hermida.
Córdoba, 4 de Abril de 2024.-



1.       Te cuento mi por qué

 (Ver en versión PDF)

 

Córdoba me inquieta. ¿A vos te pasa lo mismo? En mi caso, soy muy feliz aquí. He podido realizarme en lo personal, en lo familiar, en lo económico. Tengo a mi familia entera aquí, mis amigos, mis clientes, mi caballo y mi perro, mis compañeros del colegio y de la vida…

Pero hay algo que no me cierra. Que en algunos casos me decepciona o me enerva. Igual que a vos, seguramente. Está claro: se puede vivir contento con “lo privado” -con lo nuestro- y decepcionado con lo público, con lo de todos (de hecho, así vivimos desde hace años), pero no es sano. No es bueno. No es sustentable.

¿Córdoba nos decepciona o es Argentina el problema? Buena pregunta. Argentina claramente nos decepciona. Nada de lo que esperamos respecto del país se ha cumplido hasta ahora (veremos si Javier Milei lo logra; no lo voté, pero lo miro con esperanza). Sin embargo, esa eterna historia de crisis y decadencia nacional, junto a la observación de que “aquí nosotros no estamos tan mal”, nos ha hecho ir apagando a los cordobeses las voces de lo local, hasta acallarlas totalmente.

Es un silencio que se fue instalando en los medios de comunicación, en la dirigencia y en las instituciones -y también en la gente-, sobre lo que nos rodea, lo que realmente nos afecta en el día a día, que es lo que nos pasa en Córdoba. Hay reclamos por todos lados, en la radio y en la calle, pero no hay planteos más profundos. Hemos dejado de soñar en plural, o -por lo menos- no lo estamos manifestando como corresponde. Lo único que escuchamos es la edulcorada publicidad de gobierno, que es un presente y un futuro de cartón pintado.

Vemos colocar una maceta colorida o intervenir una avenida con un cantero y, por un momento -mientras vamos en el auto- decimos: ¿en el marco de qué se estará haciendo esta intervención? Nadie nos lo cuenta -como dando por sentado que no nos interesa- pero, digamos la verdad: tampoco nosotros lo demandamos. A los dos minutos, ya estamos pensando en otra cosa.

Es que el presente de Córdoba no parece tan malo -insisto con este concepto que solemos pensar- en comparación con otras provincias. Es cierto: no somos Formosa, que es un feudo. No somos Rosario, donde los narcos se matan. No somos San Luis, gobernada desde que tenemos memoria por un par de locos desquiciados con aires monárquicos. ¡No somos Santa Cruz, sometida por los Kirchner! No somos Santiago del Estero, donde cambiaron los gobernantes, pero la corrupción y las formas permanecen intactas. No somos Buenos Aires y su tremendo conurbano, con un gobernador que vuelve a ganar habiendo hecho todo mal, incluidos sus funcionarios corruptos, mostrados en yates lujosos, con “gato y champagne”. No mueren tantos chicos aquí como en el impenetrable chaqueño. No tenemos tanta deserción como Chubut y un poco más de días de clase que Catamarca…

¿Estamos conformes con esto? ¿Esa es la vara de nuestra aspiración? ¿Siempre atrás de Capital Federal (lejos), a la par de Santa Fe (Córdoba vs Rosario) y por delante del resto de las provincias?

Participé en la última elección provincial de Córdoba del 2023, como candidato a Legislador provincial, por la capital. Perdimos por 60.000 votos en lo que se refiere a gobernador. En mi caso, no accedí a la banca por 15.000 votos. Durante la campaña, que fue muy intensa en toda la provincia, me surgió la motivación para escribir este libro.

Yo veía en cada acto, en cada salida de prensa, en cada comunicación, un esfuerzo muy grande de parte del gobierno por remarcar lo bien que estábamos (la circunvalación, el Faro, la bicisenda en altura, etc.) y -de parte nuestra- todas las energías concentradas en forzar a mirar lo mal que estábamos, en lo que se refiere a seguridad, educación y salud. Pero ninguno de los dos discursos lograba cautivar, entusiasmaba. Ninguno de los dos se atrevía a plantear una hipótesis desafiante sobre el futuro de Córdoba. Un planteo que lograra hacer vibrar incluso a las nuevas generaciones. Nuestras palabras no tenían futuro. Nuestra propuesta no tenía una esperanza que nos proyectara a un trabajo común. Todo estaba teñido de cierta dosis de mediocridad.

Al ver lo que hizo Milei, que ganó en forma contundente en Córdoba sin siquiera visitarla, me conecté con mi convicción más profunda: al final del día lo que mueve a las personas son las ideas, las convicciones. A la gente no le interesa el qué y el cómo, sino el por qué y el para qué.

La falta de ideas sobre el futuro de Córdoba no es una falencia solo de la política. Si le preguntás a los académicos, a los empresarios, a los dirigentes o a los máximos referentes de Córdoba, en los más diversos sectores, a los comunicadores, “hacia dónde va Córdoba” la respuesta no es clara. Titubean. Algunos desempolvan propuestas de sus archivos, que tienen mucho olor a pasado reciclado, pero que no están actualizadas y mucho menos articuladas en una visión de conjunto.

El “cordobesismo” por ahora es una arenga de resistencia a los desmanes que vienen de lo nacional. Es una queja por maltrato, por abuso de autoridad, por centralismo. Martín Llaryora ya arrojó su frase: “que no nos vengan a decir qué hacer los pituquitos de Recoleta” y seguramente le dio algunos puntos de posicionamiento ante los cordobeses, que siempre hemos sido convocados desde allí, desde la denuncia por el centralismo, pero no desde un proyecto de futuro.

Hasta ahora, podría decirse, la convocatoria al espíritu cordobés -la isla, corazón de mi país, pituquitos de Recoleta- es una palanca usada (y abusada) sobre nuestro subconsciente, para activarnos desde el marketing político, nada más.

Esta falta de compromiso y de claridad con nuestro futuro -aunque el presente “no parece tan malo”- nos obliga a responder la pregunta que nos haría cualquier observador distante: ¿no estaremos forzando los cordobeses demasiado la fórmula de vivir “de prestado” de lo que se forjó en el pasado, por parte de nuestros antecesores, y ahora -que es nuestro tiempo- no estamos haciendo lo que nos toca para forjar el futuro?

Con todas estas inquietudes en el corazón, me planteo la posibilidad de hacer un aporte. De ir más allá de la crítica y la protesta. No sé bien si lo lograré con este libro, pero - como podrán ver- lo estoy intentando. Dios quiera que lo logre.  

¿Cómo será el futuro de Córdoba? Más de uno esperará leer un libro técnico, para responder a semejante pregunta. Con datos y cuadros que fundamenten sus afirmaciones e hipótesis. Seguramente eso le daría más solidez a los planteos y a las hipótesis. Pero todos sabemos que a un escrito así solo lo leerían un reducido grupo de profesionales y que, por tanto, su impacto sería muy restringido. Ya he escrito alguna vez en esa línea y ya comprobé los resultados.

No es la idea. Esta vez quiero escribir desde lo que soy y desde lo que siento, como un ciudadano más, pensando que todo cordobés interesado en su futuro y en el de su familia pueda leerlo con gusto. No me voy a creer dueño de la verdad, sino solo un portavoz de una verdad. Seguro habrá otras.

Tal vez la única verdad firme es que nadie en este momento es capaz de plantear algo certero respecto a un futuro que -ya no para Córdoba, sino a nivel mundial- se muestra tan volátil y tan incierto. Es la “modernidad líquida” de Zygmunt Bauman.

En este caso me tomo de Lao-Tse: “Un viaje de mil millas, comienza con un primer paso”. Por algún lado se empieza: ¡alguien tiene que volver a arriesgar! Abrir el debate sobre hacia dónde queremos ir ¡para que se debata!, sin preconceptos y sin prejuicios, sin que la contingencia y la circunstancia nos obnubile. Sin tener como fin ser oficialista u oposición, de este lado de la grieta o de aquel. Sin temor a equivocarnos en el intento. Tal vez todo lo que aquí se diga, no sirva para nada. Pero si abre el debate, ya cumplió un propósito. Incluso si solo te hizo pensar ya pasamos el umbral.

En otras regiones del mundo la pasión por la tierra donde viven los moviliza fuerte. En Europa, en Estados Unidos, en Brasil. Los texanos se sienten parte de los Estados Unidos, pero empujan fuerte por Texas. Los catalanes, los lombardos.

Hay un público al que está especialmente dirigido el mensaje: escribo este libro con la secreta esperanza de llegar a los jóvenes de Córdoba. Porque el futuro de esta provincia es de los jóvenes. El futuro -en general- es de ellos. Y la fuerza, la rebeldía y la adrenalina para construirlo. Es verdad que también son el presente. Pero en lo que respecta a esta obra, son los protagonistas: y como convoca a debatir el futuro, la invitación es directa a ellos.

Si ellos debaten es mucho más interesante, porque estarán hablando sobre la vida que van a vivir aquí los próximos 70 años. Es un debate que los involucra de lleno. En las últimas elecciones han demostrado que hay una fuerza latente allí que está buscando ser canalizada.

Soy consciente -sin embargo- de que probablemente pocos jóvenes me lean. Y los pocos que lo hagan, posiblemente no lo realicen en forma completa. Me pasa un poco como la canción de Charly García: “Para quién canto yo entonces, si los humildes nunca me entienden”. En este caso son los jóvenes los que posiblemente no me entiendan… Estoy interactuando todo el tiempo con ellos, por mis hijos jóvenes y adolescentes, por el equipo joven que trabaja conmigo, por ciertos jóvenes con los que hago cosas. Ellos me hacen saber que está difícil motivarlos con una charlita. Tendremos que hacer mucho más que eso para que nos presten alguna atención e interactúen.

De todas maneras, escribo con pasión. Porque tengo “la Fe de los escritores”. Todo escritor tiene esa esperanza, que su libro pueda influir de una manera que no imagina. Lograr la trascendencia y el impacto de generar una tendencia, que se vuelva en algún momento -aunque sea muchos años después- masiva. Yo tengo esa Fe. Veremos.

Creo que el futuro nos exige construir un nuevo “sentido común”. El sentido común de lo que viene. Porque no hay sentido común, cuando no hay proyecto común, al cual uno se dirija y del cual tome referencia. Ya verán que no hablo de una aventura totalitaria más, que nos obligue a todos a resignar algo de libertad en favor de la “tierra prometida”. Todos estamos suficientemente escaldados con esas experiencias que tanta sangre han hecho correr. Aquí solo hablo de que -en libertad- nos encaminemos hacia un norte deseado, que somos capaces de visualizar y que nos inspira.

Durante el transcurso de las páginas ya verán que he perdido cualquier miedo a la “policía del pensamiento progresista”, que desde hace mucho tiempo me desdeña en cualquier opinión que emito, tildándome de derecha, de conservador, de reaccionario. Tal vez sean los años, pero me cansé de ser políticamente correcto. Pero tampoco quiero adscribirme de plano a las nuevas derechas, hoy de moda, porque no me gustan sus formas y tampoco me gustan sus fundamentos (no me gusta Trump, no me gusta Bolsonaro). A ver si podemos construir algo que sea simplemente cordobés, único. Esa es mi esperanza.

Si no sos joven, y leés este libro, y al final sentís que te ha dejado un mensaje positivo que vale la pena difundir, entonces ayudame, acercándoselo a un joven. Puede ser un hijo o el hijo de un amigo o un familiar, o un estudiante si sos profesor.

Como explico en los capítulos finales, solo hacen falta 500 jóvenes convencidos para producir un cambio de fondo en Córdoba, para construir un futuro mejor. No hablo de revoluciones sino de “evoluciones”. Y para lograrlo no hacen falta más que un número reducido de dirigentes jóvenes comprometidos.

Si 5 jóvenes convencen cada uno a 10 amigos y esos 10 amigos convencen cada uno a 10 amigos más, tenemos la masa crítica para que las ideas alocadas de este escrito se hagan realidad. Vamos por ello.



2.       La pregunta del millón

(Ver en versión PDF)
 

   

Para saber si vale la pena leer este libro, es necesario hacerse primero la pregunta del millón. ¿Es importante, para un cordobés, ser cordobés? O en un plano más personal: ¿cuán importante es para vos, que estás leyendo este libro, ser cordobés?

La cuestión parece tonta, pero no lo es. A los efectos de esta reflexión es clave, porque si la respuesta es negativa ¿para qué nos interesaría leer algo sobre el futuro de Córdoba?

En principio entiendo que la gran mayoría de nosotros diríamos que sí, aunque tendríamos diferencias respecto a cuán importante es.

El célebre historiador y pensador de nuestros días, Youval Harari, ha sostenido en todos sus libros la importancia central de los grandes relatos que han hecho que la humanidad “se la crea y avance”. Podríamos discutir si absolutamente todo -al final del día- es una construcción social, que alguien se encargó de fabricar para que creamos y podamos convivir, o si -por el contrario- hay algún porcentaje de esas construcciones que tienen un sustento real.

En otra época de mi vida estos debates me hubieran apasionado -recuerdo haber discutido en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba acaloradamente con los profesores sobre la existencia del derecho natural-. Pero hoy prefiero concentrarme en debates un poco más concretos.

Lo cierto, sin embargo, es que todo, desde la idea de que el “pueblo de la nación argentina escribió una constitución del país a través de sus representantes” hasta que “lo mío es mío” por derecho o que las criptomonedas tienen un poder similar al de una moneda, o que el dólar representa algo, o que es necesario respetar al vecino…. Todos son relatos que se han instalado como sedimentos, en una acumulación de siglos en el inconsciente colectivo. Y creemos con firmeza, hasta no dudar.

El mundo avanzó -y lo ha hecho a lo largo de la historia- porque algunas personas nos comprometemos con estos relatos y llegamos incluso a dar la vida por ellos. Gracias a Dios existe esta capacidad de parte de los seres humanos, porque si no reinarían el caos y el escepticismo (como verán, por mi Fe dejo aparte la idea de un Dios ¡aunque perfectamente podríamos incluirlo en el debate sobre si no es otro relato!).

En el caso de Córdoba hay una zona geográfica en Sudamérica donde vivían comenchingones, sanabirones y diaguitas que fue llamada “Córdoba” por su fundador español, Jerónimo Luis de Cabrera -que terminó muriendo decapitado por quien fuera su sucesor-, y que existió incluso mucho antes que la idea de una “Argentina”, en un marco amplio y disperso como era -en ese entonces- el Virreinato del Perú primero y luego el del Río de la Plata.

Por supuesto, fuimos también una de las provincias claves en la formación de esa República Argentina. Pero está claro que ser cordobés tiene una raigambre e incluso una entidad anterior en el tiempo y -tal vez por ello- anterior en nuestros corazones.

El paso de los años hizo que, en esta tierra, se produjera una amalgama de vínculos, de historia, de experiencias alegres y sufridas, de hechos y anécdotas (incluso de mitos) tanto personales como familiares, barriales y vecinales que hacen que, los que nacen aquí o los que viven en la zona, se sientan “cordobeses y cordobesas”. Que tengan ciertas características comunes en su personalidad, a pesar de la propia diversidad de la naturaleza humana y de las fuertes y distintas comunidades que conforman nuestra provincia.

Está claro que no es igual el cordobés del barrio San Vicente que el que habita un pueblo como Monte Maíz por ejemplo, mixturado hasta el límite con piamonteses y otros inmigrantes o como San Marcos Sierras.

Si tensamos un poco las diferencias, lo “cordobés” se diluye. O queda restringido al vecino de la ciudad capital. Si somos más condescendientes con la etiqueta, entramos todos, aunque probablemente nos impacte en la pregunta inicial que nos hicimos con menor intensidad.

Tal vez los jóvenes (o algunos jóvenes o muchos jóvenes) tengan sentimientos muy distintos con respecto a ser cordobés, que aquellos que somos más viejos. Tal vez el vecino de Río Cuarto no se inmute como sí lo hace el que ama el cuarteto, Talleres, La Mona y el fernet de Barrio Las Violetas…

La pregunta que deberíamos hacernos para que el asunto pueda adquirir el nivel de tensión e intensidad que corresponde es: ¿Estaríamos dispuestos a ir a una guerra por Córdoba? O más aún ¿Estaríamos dispuestos a morir por Córdoba? Aunque ciertamente no sea necesario hacerlo -ni siquiera pensarlo- el ejercicio vale la pena para poner la cuestión blanco sobre negro.

Me atrevería a decir que, en el hecho de sentirnos cordobeses, hay mucho más que un relato que nos ha convencido. Hay un sentimiento que cala nuestros huesos. Seguro que tiene que ver con el amor de nuestra familia grande, de nuestros amigos y está muy bien que así sea, porque por allí empieza un sentir de pertenencia de este tipo. Pero no se queda allí. Para graficarlo con una anécdota de cuando éramos chicos: cuando uno andaba en el auto de nuestros padres por alguna ruta perdida de la Argentina y se cruzaba con una patente que comenzaba en X, se alegraba y tocaba la bocina. Y el otro devolvía el saludo…

No nos duelen las desgracias humanas que hemos visto y que vemos en otros puntos del planeta como nos sensibilizan cuando le pasan a gente que vive cerca. Y no festejamos de igual manera las proezas de un ídolo, aunque sea argentino como lo hacemos si, además de argentino, es cordobés. No nos impacta de igual manera una postal de cualquier lugar del mundo, por más bonito que sea, como lo hace un recuerdo del paraje donde hemos vivido en Córdoba o donde hemos pasado un verano de primos y amigos.

Aunque cada vez con menor intensidad, la alegría de los que somos un poco más grandes (y ni hablar de nuestros viejos) cuando somos capaces de detectar que ese o esa joven son hijos de alguien que hemos conocido en una circunstancia de la vida, o primo de un amigo que a su vez es amigo de un primo… Somos parte de un entramado social que nos ancla. En definitiva, ya no importa si es un relato para mantenernos “en manada”. A esta altura condiciona nuestros sentimientos de una manera determinante. Y eso es mucho.

 

I. No me da lo mismo

 

En mi caso quiero confesarles -para comenzar a transitar este libro y, sobre todo, para los jóvenes que posiblemente no me conozcan de ningún lado- que me siento un cordobés de punta a punta. Soy un típico “producto” de Córdoba. Y sin saber si esto es real o una “construcción mental”, sin embargo, me lo creo. Este es mi lugar en el mundo y me corre por las venas. No me da lo mismo lo que pasa aquí y lo que no pasa.

Hace 52 años que camino las calles y avenidas de la ciudad de Córdoba. Y la vida me ha llevado a recorrer sus barrios y también los pueblos y ciudades de la provincia con una particular intensidad.

Nací en un barrio de la zona sur -Parque Vélez Sársfield-, jugué toda mi infancia en la barranca (que hoy es Cañada Honda), jugué “al fulbo” (y en algunos casos me peleé a las trompadas) en el Club de la zona, con chicos de Barrio Suárez, Bella Vista y Costa Cañada… Fui a Colegio de curas en el primario (los salesianos del Pio X) y al querido Colegio Nacional de Monserrat en el secundario, desde donde me volvía haciendo dedo en la Plaza Vélez Sársfield (nos levantaba en su auto nada más ni nada menos que el Profesor Maiztegui, quien era el autor del libro de Física que acabábamos de estudiar en las aulas, además de una eminencia).

He bailado en los boliches de Córdoba -en los más “chetos” y en algunos más innombrables-, he escuchado conciertos y óperas en el Teatro San Martín y en el Teatro Real y también he asistido a bailes de cuarteto en la ciudad y en humildes bailongos de pueblitos de las sierras, con pista de baile que en algún caso eran de “piso e tierra”. He comido tanto en sus restaurantes como en sus lomiterías y he comprado criollitos en la Panadería Independencia. He pegado carteles con engrudo en los postes del centro, invitando a fiestas multitudinarias y me he tomado el bondi a las cinco de la mañana desde Villa Rivera Indarte hasta la zona sur, muerto de frío, después de esperar casi una hora y media que viniera de regreso de bailar.

Hace 51 años que interactúo con uno de esos pueblitos del Valle de Calamuchita -San Clemente- donde mis padres compraron una casa, justo el año en que nací. Allí aprendí a manejar, me emborraché por primera vez con mis amigos y conocí de muy chico a mi querida mujer, Carmen, con la que llevo 25 años de casado y con la que he formado una linda familia con cuatro hijos, que son unos verdaderos personajes.

Apenas casado viví durante cinco años en pleno centro, a una cuadra de la Compañía. Recorría las plazas con mi hijita recién nacida, desayunaba en los bares céntricos y hacía las 7 visitas en Semana Santa como es tradición. ¡Quién no conoce el centro de Córdoba!

¡Quién no fue al cine Gran Rex, al Cinerama o al Cine Rivadavia! ¡Quién no vendió o compró los libros del cole en esas galerías tan pintorescas de la peatonal!

El trabajo empresario -dirijo una agencia de publicidad y marketing que se llama “Oxford”, fundada por mi padre hace 57 años (la consultora más antigua del interior del país), y en la que incluso ya trabaja una tercera generación-, me ha llevado  a viajar por la Provincia en todas las direcciones en incontables oportunidades, no solo a las ciudades, sino también a ciertos parajes perdidos del interior del interior donde hay clientes que, con mucho esfuerzo, despliegan actividades agropecuarias e industriales pujantes. Desde Arias a La Para, desde Leones a Villa Dolores, desde Las Varillas a Freyre, desde Holmberg a Brickman.

La actividad política, que inicié de muy joven fundando un partido local de jóvenes -Primero la Gente- me hizo recorrer en cinco oportunidades la ciudad de Córdoba de punta a punta, los 400 barrios, subirme a los ómnibus para hacer campaña cuerpo a cuerpo entregando nuestros folletos, también en las esquinas de las avenidas y en la Peatonal, visitar colegios, centros vecinales, iglesias y templos evangélicos, centros de jubilados, bibliotecas populares, juntar firmas en la esquina de Rivera Indarte y 25 de Mayo para distintas causas públicas; incluso llegué a dormir en una villa de la zona norte “Hermana Sierra” de la ciudad, para mostrar mi compromiso con los más pobres…

En dos oportunidades recorrí también la provincia como candidato a diputado nacional, como candidato a legislador provincial y también como Secretario de Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico, función que cumplí desde febrero del 2009 a febrero del 2010 y que fue una experiencia muy profunda e impactante de conocer el submundo de nuestra sociedad. En el otro extremo he recorrido también una y otra vez las rutas y caminos de Córdoba en motocicleta, con mis amigos de la vida, explorando diversos parajes…

Vuelvo sobre mi trabajo profesional: mi actividad tiene la particularidad de que uno interactúa -en forma diaria- con empresas muy distintas, del agro, del supermercadismo, vendedores de autos y seguros, mutuales y coberturas de salud, academias, fábricas de alimentos, desarrollistas, dueños de cementerios, laboratorios, importadores y exportadores, cooperativas… algunas son grandes empresas, otras medianas, otras pequeñas, muchas de ellas empresas familiares -con todo lo que ello supone- con directorios en los que conviven dos, tres y cuatro generaciones, a veces en armonía y a veces en tensión.

Mi activismo en instituciones como la Bolsa de Comercio de Córdoba, la Asociación de Agencias de Publicidad, AIP (Acción para la iniciativa Privada), ACDE (Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas), Fundación Mediterránea y otras, también me han permitido conocer mucha gente del sector productivo y comercial de Córdoba.

No ha sido menor el modo en que mi actividad vinculada a grupos cristianos, desde muy joven, me hizo interactuar con Córdoba de una manera muy especial, tanto desde la Parroquia del barrio en el que participé de todo tipo de grupos misioneros, como en “Ateneo Juventus” que me llevó a desplegar acciones sociales en barrios humildes, orfanatos y asilos.

Otras ONG’s me han tenido participando (como podrán ver, desde muy chico me ha gustado meterme y participar en todas estas cosas, las disfruto), y me han vinculado con problemáticas sociales como la discapacidad, la gente en situación de calle, las personas con problemas de consumo de drogas, víctimas y familiares de víctimas de delitos, de accidentes de tránsito, etc.

En este punto, tengo que mencionar a mis hijos, que me han acercado al mundo de los clubes deportivos, las academias de baile y las movidas de la música e interactuar con otros muchos padres de distintas edades, así como mi hermana Mariana y mi cuñada Carolina que me han acercado al mundo del arte y la cultura de Córdoba.

Una experiencia que vale la pena resaltar, fue que siendo muy joven (22 años) tuve la posibilidad de producir y conducir un programa de televisión “La Nueva Utopía”, durante 3 años, en el que invitaba a otros jóvenes, con distintas visiones, a discutir sobre temas de la realidad. Las temáticas me llevaron a explorar distintas realidades muy extremas e impactantes como la situación de los marginados, los discapacitados, los homosexuales, las mujeres que abortan, la noche de Córdoba, los inmigrantes precarizados, etc., que llevaba al programa semanalmente en formato de investigaciones audiovisuales y entrevistas. Tema aparte: este programa de tv “La Nueva Utopía” me valió que me eligieran como uno de los “jóvenes sobresalientes de Córdoba” en el año 1996 con 22 años (imaginen mi alegría).

Esta misma experiencia periodística se trasladó luego a un programa de radio que produjimos junto a Carmen Cardeilhac, por varios años en Radio Shopping y en LV2, en el que entrevistábamos al aire a todo tipo de referentes y personalidades de Córdoba.

También menciono a nuestra institución, Civilitas, ONG que fundamos en nuestra época universitaria un grupo de amigos jóvenes -y que ya lleva más de 35 años de existencia- a través de la cual hemos interactuado con innumerables personas y realidades, que también reflejamos en nuestro programa de televisión semanal que emitimos por Canal C desde hace más de 15 años.

Una última vivencia importante: Gracias a Dios he podido viajar mucho durante la vida. Por turismo, por estudio, por trabajo. Viví en Europa un año en Pamplona, Navarra, cursando un máster. Anduve por Latinoamérica: por México, Perú, Colombia, Ecuador, Chile, Brasil, Bolivia y Uruguay. Estuve becado viviendo en el interior del interior de Estados Unidos -en Austin, Texas- y en Washington y New York. Y estoy desarrollando actividades empresariales actualmente en Miami.

Como seguramente te ha pasado en los viajes que has hecho, esto te permite comparar lugares con el tuyo propio, personas, actitudes, comportamientos y proyectos de desarrollo. Siempre me gustó ver y tomar lo que pasaba en otros lados y contrastarlo con lo que nos pasa aquí.

 

II.     A vos ¿tampoco te da lo mismo?

 

Como verás... ¡“confieso que he vivido”! Pero todo esto que he contado (podría contar mil historias más como que trabajé en Tribunales o que toqué la guitarra en bares de Córdoba) no es para hacer “autobombo”, ni para contarles mi currículum entero -como hacen los que empiezan a ponerse viejos-, sino para fundamentar que me siento por lo menos autorizado para hablar de Córdoba, pensar, preguntar y debatir sobre ella -sobre su pasado, su presente y sobre todo su futuro- sin tener que dar mayores explicaciones de por qué lo hago y desde dónde.

El mismo ejercicio te lo propongo para que lo hagas vos mismo. Y adviertas la cantidad de cosas que te atan a Córdoba y te hacen quererla. Qué hay en tu historia de vida que le debas a esta querida provincia y que, de alguna manera, te “obligan” a pensar en ella y a comprometerte.

Efectivamente, puede haber experiencias que son “constitutivas” del ser cordobés, como, por ejemplo, ser fanático de un club deportivo -Talleres, Belgrano, Instituto, Racing, etc.- aunque este no ha sido mi caso. Soy de Talleres de toda la vida y he ido a la cancha varias veces, pero no he vivido esa pasión que sí he visto en mis amigos de confianza que se subían a los ómnibus a seguir a Talleres por todo el país, incluso en las épocas más duras en las que descendió hasta los más oscuros fondos…

Algunos podrán decir: “no se puede decir que conocés Córdoba, si no vivís en una esquina de Barrio Müller o Maldonado, donde se convive con las realidades más crudas de la droga y la marginalidad”. Tal vez. O si no asistís a los festivales de verano que hay en todas las latitudes de la provincia y comés choripán con fernet a la salida.

En mi caso estas excepciones no tiran abajo la propuesta. Créanme que soy un cordobés que conoce a Córdoba, tanto como vos que estás leyendo. Y que la quiero en forma entrañable. Por eso se justifica este libro.

Cuando uno tiene esta raigambre con el lugar donde vive, está más que convencido de que vivirá aquí hasta el final de sus días y será enterrado en algún momento en esta tierra. Y por lo que uno ha heredado, y también por lo que ha forjado en todo este camino, seguramente nuestros hijos y nuestros nietos también seguirán aquí en el futuro, como ya lo hicieron nuestros abuelos, que vinieron en algún momento y se quedaron para siempre (en mi caso, mi bisabuelo materno vino desde Bélgica a fundar el conservatorio de música a Córdoba y aquí se enamoró de mi bisabuela y se quedó para forjar su vida).

Si esto mismo te pasa a vos, si pudieras -al igual que yo- hacer un largo raconto de las mil y una cosas que te unen a esta tierra, y también tenés esperanza en que seguirán los tuyos aquí por un buen tiempo (más allá de que seguramente puedas tener algún hijo o familiar que ya decidió irse a vivir afuera a probar suerte), entonces lo que vamos a desentrañar en este libro seguro te interesa, te va a hacer pensar y en algún caso te darán ganas de debatir y de rebatir. Qué bueno si logramos eso.

Como la intención de esta reflexión nos obligará a relevar y a diagnosticar ciertas realidades -qué nos pasa-, lo más seguro es que en alguna de ellas te sientas aludido de alguna manera (¡porque sos cordobés!). Y a nadie le gusta que “le cuenten las costillas”.

Mi pedido, casi gracioso, es “no maten al mensajero”. No te enojes conmigo. Es bueno revolver, revisar y tirar hipótesis. Si están erradas, hay que dejarlas pasar. Tomá lo que te sirva y no te quedes en las cosas que te parecen erróneas.

La pregunta del millón queda respondida entonces: ¿cuán importante es para vos, que estás leyendo este libro, ser cordobés? Entiendo que mucho, al igual que para mí.

Encaremos entonces una conversación amena, que no tiene vocación científica, sino más bien un sentido de inspiración. De encender la mecha, para que se inicie esta reflexión sobre hacia dónde vamos. Una conversación que hace tiempo no tenemos y nos debemos. ¡Vamos!


3.       La tesis central

(Ver en versión PDF)

  

Córdoba nos enorgullece a los cordobeses. Es el sentimiento general que cunde entre nosotros. Y más allá de que -puertas adentro- somos perfectamente capaces de asumir nuestras falencias y “zonas erróneas”, aun así el balance que hacemos es positivo.

En primer lugar, nos enorgullece su geografía. Nos encanta esa combinación que nos ha regalado Dios, entre sierras y pampa, ríos, salinas y “mares”, como es el Mar de Ansenuza (o Mar Chiquita). El clima también es un factor muy positivo: ni tanto frío, ni tanto calor, ni tanta lluvia, ni tanta sequía. Solo añoramos un poco más de nieve, que cada tanto cae en nuestra querida Pampa de Achala. La fórmula geográfica de Córdoba es fantástica y nos encanta.

Pero no se agota allí el romance con nuestra tierra. En lo humano, también “nos gustamos”.

Posiblemente la combinación entre la tensión que vivimos históricamente con Capital Federal, y la perspectiva de que estamos mejor que la mayoría de las provincias del interior, de las cuales nos sentimos -en cierta medida- sus representantes o embajadores, potencie este sentimiento de “orgullo cordobés”.

Desde afuera, no dejan de mencionarnos que nos ven así. Incluso nos lo remarcan con humor, por lo jodidos que nos ponemos cuando nos tocan Córdoba, o hablamos como cordobeses.

¿El vaso está medio lleno o está medio vacío en Córdoba? La pregunta es así a propósito, porque depende de las perspectivas que tomemos. Incluso del estado de ánimo.

Tal vez si te lo pregunto cuando acabás de ir por sexta vez a hacer un trámite a la Municipalidad, tu mirada sea catastrófica sobre lo que somos. Pero ese mismo día mencionan que somos los principales productores de maní por la televisión y se te infla el pecho, aunque se le infla otras partes del cuerpo al productor que quedó varado en un camino rural por falta de arreglos. Vas por la circunvalación, recientemente terminada en la ciudad capital, y respirás con aires de gran metrópoli. Pero luego un infortunio te lleva a un dispensario del Gran Córdoba y sentís que vivimos en el tercer mundo. No te digo nada si sufrís un asalto o un delito (que seguro lo has sufrido o alguien de tu familia, porque 2 de cada 3 cordobeses han sido víctimas de un delito a lo largo de los últimos años). Ahí te dan ganas de armar las valijas e irte de este lugar de m…

Cuando en torno al vaso medio lleno o medio vacío se arma “la grieta política”, el debate ciertamente desgasta (yo he participado del mismo, por eso lo digo con fundamento).

Si alguien pone una maceta linda en una plaza, le reprochamos que no hay gasas en los dispensarios. Si llega una nueva aerolínea internacional al aeropuerto, alguien recuerda que “durante el verano, a los pobres turistas le cobran lo que quieren según la cara que te vean y que en ningún lado hay Posnet”. Cada vez que una empresa cordobesa anuncia que ha logrado exportar, hay otra que se queja porque no puede pagar el costo de EPEC, ni los altos impuestos de ingresos brutos que se cobran en esta provincia.

Pero no importa cómo está el vaso, la tesis central de este libro es que todo lo que somos en este momento en Córdoba, y lo que usufructuamos como habitantes de esta tierra, es fruto de lo que soñaron e hicieron los cordobeses del pasado, que estaban muy comprometidos y sentían un amor particular por el desarrollo de esta región. En el presente la observación inicial es que no estamos sembrando esta tierra con suficientes planes e ideas que “proyecten” a Córdoba para que la puedan disfrutar las próximas generaciones. No al menos con la misma energía ni con la misma magnitud con la que supieron hacerlo nuestros antecesores.

Asumir esta situación nos pone ante una posición incómoda. Vivimos disfrutando de un estándar que es de los mejores en el marco del país, pero nada nos está impulsando a seguir construyendo, a alcanzar el próximo estadio. Es como si nos estuviéramos gastando la herencia recibida, pero sin preocuparnos en que se regenere y se proyecte.

Echemos un rápido primer vistazo a esta tesis a ver si tiene asidero o es una especulación subjetiva de mi parte.

 

I. Los que se jugaron por la Fe

 

Córdoba es, en primer lugar y en un porcentaje importante, el fruto de personas e instituciones inspiradas por una enorme Fe religiosa. Desde el mismo momento de la fundación de Córdoba llegaron curas, monjas, jesuitas, dominicanos, franciscanos, benedictinos, salesianos, escolapios… y comenzaron su tarea evangelizadora.

Podemos tener una visión revisionista respecto de si su tarea no fue legitimante de una dominación española que llegó al continente americano a hierro y fuego y con una ambición desmedida de oro y poder. Pero esa es “harina de otro costal”.

Lo cierto es que, en su matriz fundacional como sociedad, e incluso como Estado, una parte importante de lo que Córdoba es tiene esa inspiración y esa impronta: las iglesias, la Universidad de Obispo Trejo, el Monserrat de Duarte Quirós, las estancias jesuíticas, los hospitales, los colegios más prestigiosos, las principales instituciones de beneficencia, los asilos, los orfanatos, los “cotolengos” y también el arte, la música…

Más adelante vamos a discutir cuán positivo o negativo es el espíritu conservador que ha insuflado esta impronta religiosa inicial de la “Córdoba de las campanas”, que además inspiró a nuestros próceres locales en su accionar, a nuestra participación en las grandes epopeyas patrias, a los hombres que fundaron empresas, partidos políticos e instituciones de todo tipo. Pero no nos equivocamos si decimos que por lo menos el 50% de lo que Córdoba es -cuando uno explora- tiene un fundamento o un antecedente religioso por detrás.

No voy a hacer un ejercicio de historiador porque no quiero desviarme de la tesis central (y porque me excede la tarea), pero es muy interesante estudiar la incidencia decisiva que tuvo un sacerdote como el Deán Gregorio Funes, representante de Córdoba ante la Junta de Mayo como aliado de Cornelio Saavedra, a la hora de ordenar ese impulso revolucionario que, en manos del morenismo, podría haberse distorsionado mucho.

Tal vez el paradigma de esta raíz cordobesa sea el “Cura Gaucho”: José Gabriel Brochero. Un cordobés de pura cepa: comprometido con lo religioso, pero de mucha acción, renegado para los formalismos, pero astuto para utilizar los contactos a fin de lograr cosas para Córdoba. Como él hay varios nombres emblemáticos: por ejemplo, Tránsito Cáceres de Allende.

Esta raigambre y sus frutos los podemos seguir hasta bien entrado el siglo XX con hitos como la fundación de la Universidad Católica de Córdoba o incluso en hechos políticos como la Revolución Libertadora que tuvo arraigo católico. Si recorriera el interior encontraría en cada zona de la provincia este mismo basamento en cada ciudad y en cada pueblo.

A nivel educativo, podríamos decir que las instituciones de mayor prestigio en las que día a día nos formamos los cordobeses y gente de todo el país -tanto personas de fe como los que reniegan de ella- vienen de esa vertiente. Los cordobeses que podemos elegir, en un porcentaje mayoritario, mandamos nuestros hijos a los colegios que vienen de esta tradición. Podríamos resumir esta primera observación diciendo que Córdoba es “la docta” porque los que la construyeron en nuestro pasado estaban inspirados en la Fe.

 

II.  Los que se jugaron por la libertad

 

Una segunda tendencia que forjó desde el pasado a Córdoba fue la corriente liberal de la generación del 80, que tuvo una vinculación directa con nuestra tierra y nuestra sociedad y sentó las bases de la Argentina moderna, en el momento en que llegó a constituirse en uno de los países más desarrollados del mundo.

En lo político, Córdoba jugó un papel decisivo para que el tucumano Julio Argentino Roca alcanzara el sillón de Rivadavia y colocó además dos presidentes: Miguel Juárez Celman y José Figueroa Alcorta. La misma impronta que forjó al país, imprimió su sello en Córdoba con la construcción de edificios centrales como Tribunales, el Teatro San Martín y tantos otros, el desarrollo del ferrocarril que tanta incidencia tuvo en el crecimiento de nuestra provincia y medidas económicas y sociales que permitieron la inmigración, el desarrollo y la exportación.

Córdoba abrió su corazón a “lo moderno” gracias a esta influencia. Y aquí es donde terminamos de ganar un lugar en la mesa chica de la República Argentina hacia adelante.

Tengamos presente -como lo apunta el reconocido historiador Tito Dómina en un artículo muy interesante- que el primer vicepresidente de Hipólito Yrigoyen fue Elpidio González, cordobés por adopción, en tanto que el segundo fue Enrique Martínez, gobernador electo de Córdoba. En la otra vereda militaba Leopoldo Lugones, el gran poeta de Río Seco.

Es esta corriente la que le termina dando, no sin tensiones, una amalgama entre el espíritu conservador de la primera tendencia que describimos y el espíritu liberal de esta segunda. Los cordobeses somos -mayoritariamente- conservadores en lo moral y liberales en lo económico, desde aquella época.

El balance entre estas dos fuerzas, que en otros países son contradictorias -las fuerzas de lo conservador y de lo liberal-, forjaron nuestra sociedad de un modo tal que luego cualquier movimiento político, social, sindical, intelectual o artístico que ha querido incidir en nuestra provincia ha debido readecuarse a nuestra idiosincrasia (doy como ejemplo al Radicalismo de Córdoba y también al Peronismo).

 

III.  Una mano atrás y otra adelante

 

Una tercera corriente importante, que construyó la Córdoba que hoy disfrutamos, es la de los inmigrantes (sobre todo europeos y muy especialmente italianos y españoles), que a lo largo del siglo XX fundaron las empresas que enorgullecen a nuestra provincia, sus industrias y comercios, que hicieron que se distinga por tener sus propias marcas de cada producto o servicio.

El espíritu austero, ahorrador -casi amarrete- pero a la vez disciplinado, dispuesto a trabajar de sol a sol y no esperar nada de nadie, innovador para inventar lo que haya que inventar y copiar cuando se pueda (incluso atarlo con alambre cuando sea necesario), sumado a una ética a prueba de balas (basta un apretón de manos en una estación de servicio, para cerrar un acuerdo entre “gringos” del interior), todo ese espíritu se filtró en las venas de los cordobeses.

Esta vertiente tuvo un rol histórico trascendental como fue poner en jaque el statu quo que se había formado al calor del espíritu conservador (nos habíamos pasado de rosca con el espíritu “chupacirio”, digamos, y el impacto de la generación del 80 no había llegado a permear en la clase media, que se había mantenido aristocrática).

Y es así como este espíritu se propagó en transformaciones civiles y sociales, la reforma universitaria, la incorporación de nuevos estilos arquitectónicos en edificios y construcciones, nuevas tendencias de vanguardia en artes, nuevas lecturas. La rebeldía cordobesa que viene de los primeros tiempos tuvo -sin embargo, al calor de esta corriente- capítulos históricos como el Cordobazo y otros.

Se podría decir que el contacto que Córdoba ha logrado con el mundo en lo que se refiere a vínculos reales, pero también en lo que se refiere a mentalidad, viene de esa clase media que se forjó desde los inmigrantes dispuestos a tener “un hijo doctor” pero no quedarse allí.

Así como la primera tendencia -los que se jugaron por la Fe- llenó nuestras ciudades de Iglesias, para decirlo en términos resumidos, y la segunda -los que se jugaron por la libertad- de edificios públicos que hasta hoy nos enorgullecen, esta tercera tendencia que fueron los inmigrantes, además de llenar nuestras ciudades de fábricas, empresas y comercios avanzó con construcciones modernas como el edificio de la Municipalidad de Córdoba o el Correo, por nombrar construcciones modernas paradigmáticas en la ciudad capital.

Soy consciente de que estoy dando saltos históricos considerables y con cierta discrecionalidad, pero lo que quiero dejar son -por ahora- grandes títulos de la tesis que estoy compartiendo.

De esta época sigue viviendo con melancolía el radicalismo de Córdoba, que logró aplicar todo lo que había sembrado y crecido a lo largo de los años, en el regreso de la democracia, tanto a nivel nacional con Raúl Alfonsín como a nivel provincial con Eduardo Angeloz. Pero de nuevo: esa impronta fue forjada en el pasado y cosechada en el presente.

Es cierto que estas tres tendencias en interacción -la conservadora, la liberal y la inmigratoria- desordenaron a Córdoba. La sacaron de sus cabales y todo fue más caótico en lo que respecta a su desarrollo. Un recorrido por la Córdoba actual muestra parches y contrastes que solo se explican por la tensión de estas tendencias. Pero, aun así, el resultado fue el progreso.

 

IV.   La Córdoba del progreso

 

Hay una cuarta tendencia que irrumpió en los años 60 y que se ha desplegado hasta nuestros días. Es la corriente que nació con lo popular, con las barriadas trabajadoras de Córdoba y con la fuerza del sindicalismo. Es la vertiente que ha nutrido al cuarteto, que nos ha dado el humor y el desenfado, que también le dio a la religiosidad una Fe expresada en novenas, en procesiones y en devociones a santos que caminaron la calle. Son los carnavales de San Vicente. Es el cuarteto desde sus orígenes. Es el festival de doma y folklore aun para los que lo disfrutan tomando fernet en el cordón de la vereda de la esquina porque no tienen plata para entrar.

El legado de esta tendencia es que Córdoba respira igualdad, aunque por supuesto no somos iguales y cunden la desigualdad y la injusticia. Pero la aspiración es a igualarnos, el sentido del prójimo ya no tiene solo un fundamento bíblico, sino que es la empatía del que es o tiene más y se dispone a no contrastar en exceso con el que es o tiene menos. Con una historia breve podemos remarcar a qué nos estamos refiriendo: el rastrojero (o el Torino) lo forjaron técnicos e ingenieros –de los más preparados de nuestras fábricas. Y sin embargo fue el pueblo cordobés, en el sentido “popular” de la acepción, el que le puso vida y corazón en las calles de Córdoba y los llenó de anécdotas. Todos los productos de esta provincia salen al mundo con esa impronta (como la Tarjeta Naranja para nombrar un caso local que se proyectó más allá).

También traigo desde el pasado a ciertos gobernantes, funcionarios y técnicos que tuvieron la visión de construir infraestructura. Los diques, por ejemplo, que hoy disfrutamos para tomar agua y para turismo. Sumemos a sindicatos que construyeron sus hoteles, a emprendedores y comisiones que fundaron fiestas y festivales…, el turismo que hoy enorgullece a Córdoba es un caso paradigmático de un disfrute actual a gran escala de lo que se forjó en el pasado. Por supuesto, se han hecho aportes en los últimos años como los avances de Villa General Belgrano, el Cosquín Rock,  etc., ciertos hoteles paradigmáticos, pero en términos estructurales, hoy cunde más el desarrollo de muy pequeñas iniciativas sobre la estructura generada desde el pasado.

¿Qué ocurre con los clubes deportivos (para tomar otro parámetro completamente distinto)? Son producto del sacrificio de hombres que se “pusieron la camiseta” hace varias décadas en el pasado. Solo alguna excepción de clubes del interior rompe la regla. Es cierto que hay casos como el Club Atlético Talleres donde hay un nuevo liderazgo que lo está llevando a otro nivel hoy. Pero todavía no se compara -en términos relativos- con el esfuerzo de los fundadores.

En lo que se refiere a medios de comunicación, también podríamos encontrar su momento fundacional en el pasado como es el caso de La Voz del Interior, La Voz de San Justo o el Puntal de Río Cuarto, Canal 12, Canal 10 o Canal 8, así como las radios más reconocidas como Cadena 3. Hoy la mayoría de los medios de comunicación ni siquiera son cordobeses.

Los grandes hospitales privados e instituciones de la salud de Córdoba, las grandes empresas de infraestructura, los bancos, los comercios que son marcas registradas, todo fue forjado en el pasado. Nombro -solo por nombrar uno- al Hospital Privado de Córdoba construido por aquel puñado de médicos que querían forjar un ámbito donde desarrollar medicina de excelencia.

Hasta las empresas públicas que hoy están en la mira, con posibilidades de ser privatizables, como son la Petroquímica Río Tercero, la fábrica militar de aviones FADEA, los SRT o a nivel provincial EPEC, Banco de Córdoba, Lotería de Córdoba son todas iniciativas que se forjaron en el pasado.

Las principales instituciones que representan a sectores como la Bolsa de Comercio, la Bolsa de Cereales, la UIC, las sociedades rurales, la Fundación Mediterránea, los colegios profesionales más importantes… todos nacieron de la iniciativa de personas que empujaron sus orígenes en el pasado.

 

V.  ¿Y nosotros?

 

La segunda pregunta importante que tenemos que hacernos entonces es: ¿qué estamos forjando en el presente que pueda incidir, de esta manera tan positiva y contundente, en un buen desarrollo del futuro de Córdoba? Y una pregunta complementaria igual de importante: ¿quién o quiénes están comprometidos con este futuro de Córdoba más allá de lo individual?

Sería muy injusto concluir que no estamos haciendo nada por nuestro futuro y que nadie está comprometido con ese horizonte de tiempo. Hay cientos de iniciativas en todos los frentes que están germinando y que plantean innovaciones o incluso disrupciones respecto a lo que nos ha legado el pasado.

Puedo nombrar dos ejemplos muy distintos solo para abrir lo que seguramente sería un largo listado: el desarrollo de la Universidad Siglo 21 o la Universidad Blas Pascal o el despliegue de la empresa Grido, por nombrar proyectos que se destacan.

Fíjense que si uno mencionara la Circunvalación de Córdoba cometería un error tal vez porque -en verdad- es un proyecto que nació en los años 60 ¡y que tardamos más de 60 años en construir! Por más linda y útil que se muestre hoy este emprendimiento, más bien podríamos ponerla en el listado de ejemplos de cómo se ha ralentizado nuestra capacidad de empujar el desarrollo de Córdoba, sobre la base de proyectos visionarios que nacieron en el pasado.

Creo que todos vamos a coincidir en que, aun sumando proyectos e innovaciones surgidas en los últimos 20 años, en términos generales el balance de la capacidad de sembrar futuro para Córdoba denota que está adormecida.

Si nos comparamos con los hombres y mujeres que protagonizaron estas grandes tendencias que resumimos, posiblemente sentiríamos cierto pesar, por no estar a la altura de las circunstancias.

Incluso sabiendo que hoy supuestamente contamos con más recursos económicos y humanos, tecnología y capacidad, si tuviéramos el mismo compromiso y capacidad de acción, la curva de “construcción de futuro” para Córdoba debería ser exponencial. Y no lo es. Fíjense un dato muy revelador: la economía de Córdoba hace más de 10 años que no crece. Está completamente estancada. Más allá de la coyuntura política y el contexto nacional, creo que coincidiremos en que aquí hay algo más profundo.

No es esta tesis un ataque político a nadie en particular. Es una observación de cordobés a cordobés. No hace falta refutarla para defender a nadie ni a Córdoba, porque es un análisis que estamos haciendo nosotros mismos y para nosotros. O mejor dicho para nuestros hijos.

Cierro la presentación de la tesis con esta observación: tal vez si nos miramos desde una distancia prudencial, advertiremos que no somos una sociedad que respira futuro, que vibre al calor de las vanguardias, si no que somos una sociedad cuyas glorias están más en el pasado, aunque se proyecten hacia el presente.

Que desde el presente hacia el futuro no hay un puente que nos vincule, ni siquiera un puente en construcción. Vamos hacia el futuro en un “siga, siga”, pero sin la conciencia de que somos los artífices de lo que luego pasará con nosotros y con nuestra descendencia.



4.             ¿Cómo somos realmente?

(Ver en versión PDF)

 

  

Es interesante llevar esta tesis del terreno de lo “material”, es decir, del legado que nos ha dejado la acción de intrépidos cordobeses y cordobesas del pasado en obras e instituciones, en desarrollo de sectores económicos y académicos sobre el presente que disfrutamos, al plano más subjetivo de las personas. Esas personas, somos -ni más ni menos- que nosotros mismos.

Esto es, cuánto ha incidido su legado y su forma de ser y de actuar en nuestra forma de ser y de actuar como cordobeses de hoy.

No voy a eludir la pregunta previa: ¿hay realmente un patrón de forma-de-ser- cordobés? Es muy difícil responder esta pregunta. Somos tan diversos y tan distintos según edad, género, condición socioeconómica, región donde vivimos dentro de la provincia, instituciones donde estudiamos, barrio en el que vivimos, lugar donde trabajamos, que sería bastante osado hablar de una sola forma de ser del cordobés.

Pero estamos entre cordobeses. Y nos conocemos bien. Sin llegar a ser científicos y sociólogos, creo que somos capaces de enumerar características que nos son comunes, al menos en forma mayoritaria. Encaremos esta aventura, sin temor a equivocarnos. Al final de cuentas se trata de un ejercicio sano.

 

I. Un punto de comparación

 

¡Podríamos comenzar diciendo que los cordobeses no somos como los porteños! Esto que inmediatamente puede sacarnos una sonrisa, tiene algo interesante e histórico. Porque, viendo ciertas “distorsiones”, por llamarlas de alguna manera, en la forma de ser y de actuar de la mayoría de los que han vivido y viven en Capital Federal, reconocemos que no somos iguales. Incluso andamos por ahí -sobre todo cuando estamos con personas de otros países- aclarando que somos argentinos, pero inmediatamente agregando “que no somos porteños”, lo que libera tensiones y genera algún comentario de parte de nuestros interlocutores de sufrimientos vividos, por haber tratado en algún momento de su vida con un porteño presuntuoso.

El cordobés no tiene tanta necesidad de mostrar lo que es a través de lo que tiene, como sí parecen necesitarlo los porteños. No estudiaré aquí la razón sociológica. Solo presento la observación. Siempre se ha dicho que el porteño cambia su auto y a propósito elige otra marca y otro color para que todos adviertan que tiene uno nuevo. Y en cambio el cordobés cambia el auto por la misma marca y mismo color para que nadie advierta que lo hizo. Aunque esto se ha diluido con los años, sigue siendo una observación que nos describe.

Posiblemente seamos de menos palabras, más humildes para hacer nuestra primera presentación, con utilización del humor en cuanto se nos da la oportunidad como forma de relacionarnos… eso sí: de más palabras (inclusive un torbellino de palabras) cuando tenemos que conquistar a una mujer, de cero. Es el famoso “chamuyo” cordobés.

Algunos señalan la diferencia entre la influencia italiana sobre los porteños y nuestra ascendencia más española como una fuente de esta distinta forma de ser, pero no podría dar fundamento de esta teoría.

Como contracara de este modo más sencillo de desenvolvernos, hay de parte nuestra una menor capacidad de arriesgar y de tomar decisiones difíciles en forma rápida (incluso al borde de la ilegalidad). Los porteños -en definitiva- son en general más temerarios y más desenfadados en su temeridad que los cordobeses. Nosotros parecemos más medidos y más prudentes, con todo lo bueno y todo lo malo que esto puede significar.

Es interesante añadir el vínculo con la naturaleza que la mayoría de los cordobeses tenemos por estar tan próximos a entornos serranos, campos, lagos y lugares que nos sacan de nuestro hábitat ordinario (y nuestra zona de confort) y nos conectan con un costado más agreste, más cercano a la belleza de lo natural, al contacto con los animales y al tiempo lento que conlleva la contemplación de la naturaleza, que permite mayor reflexión. No es lo mismo una tarde entera en un bar de la Recoleta, por muy linda que sea la zona, que hacerlo al lado de un río serrano. Esta experiencia, repetida desde que somos muy chicos, estoy seguro de que imprime actitudes y valores en nuestro subconsciente.

Agregamos en este listado nuestro sentido más fuerte de la familia y de los amigos, seguramente por este contexto en el que se da nuestra vida. No solo por la naturaleza. Hemos tenido más barrio y más pueblo en Córdoba que Buenos Aires y eso nos ha dado otro sentido de la realidad y de la calle. Hay como una personalidad más “comunitaria” en nosotros: tal vez por eso saludamos al entrar a un bar o a un ascensor, aunque en realidad no conozcamos a nadie. Pero por si acaso.

 

II.  Todos mezclados

 

La formación de nuestras ciudades y sobre todo de la principal, la ciudad de Córdoba, también es una observación que vale la pena poner sobre la mesa de análisis.

Córdoba es curiosa por la forma en que se combinan, en todas las zonas, los barrios de nivel socio-económico alto con otros barrios a muy pocas cuadras de nivel socio económico medio e inclusive bajo. Doy por caso la zona que más conozco: el sur de Córdoba. En muy pocas cuadras convive Barrio Jardín Espinosa y el Country del Jockey, con Villa Revol y Barrio Chino, que a su vez queda a muy pocas cuadras de Rogelio Martínez. En el norte también conviven Argüello Lourdes con Barrios del Cerro de las Rosas y la Villa Hermana Sierra o Villa Urquiza. Y así se produce esa caótica mixtura en todos los puntos geográficos que conforman un damero muy particular en el marco de las grandes ciudades del mundo.

Está claro que en general las ciudades están mucho más claramente segmentadas, con personas pudientes que viven en una zona y personas más sufridas o incluso marginadas que lo hacen en otra.

La ciudad de Buenos Aires -aunque se han hecho grandes esfuerzos por diluir esta diferencia en los últimos gobiernos- sigue teniendo la zona norte con grandes diferencias respecto de la zona sur de La Boca, y la zona central de la ciudad que es donde habita la clase media. En Córdoba todos los barrios están mezclados como si alguien hubiera barajado un mazo de cartas.

Esta convivencia es muy interesante en términos de interacción social. En lo que se refiere a las personas obliga a no desconectarse de la realidad del prójimo, porque uno convive con “vecinos” en cada cuadra y en cada esquina. Y por más que a unos les pueda ir muy bien y vivir en el mejor barrio de Córdoba, no dejan de interactuar en distintos momentos con personas que viven en condiciones más humildes o en la extrema pobreza.

Situaciones similares ocurren en el interior de Córdoba. La dueña de la empresa principal del pueblo -posiblemente hija del fundador que también nació allí-, que se podría considerar millonaria y les da trabajo a casi todas las familias de esa localidad, vive en el mismo entorno, en una casa más junto al resto, tal vez mejor -por supuesto- y con más confort, pero integrada. Esto ocurre en la mayoría de las ciudades y pueblos de la provincia de Córdoba.

En el damero hay que sumar las corrientes inmigratorias recientes que han venido de Paraguay, Perú, Bolivia y Venezuela más cerca en el tiempo. Ellos le han aportado a la cultura de Córdoba una mirada distinta, de trabajo y de sacrificio, así como costumbres y visiones diversas (incluso sabores y olores distintos que han enriquecido nuestro acervo). Algunos han querido instalar una mirada despectiva de estos inmigrantes, pero el prejuicio -gracias a Dios- no se extiende, porque todos somos conscientes de que fuimos o somos un producto directo de la inmigración, en un momento de la historia de nuestras familias. ¿Cómo no ser respetuosos con los nuevos inmigrantes si vemos en ello el arrojo y también la precariedad que vivieron nuestros antepasados?

Está claro que no puedo olvidarme de mencionar la incidencia de los miles de universitarios, que provienen de todas las latitudes de Argentina e incluso de otros países. Este impacto, que además es histórico, es determinante para lo que ha sido forjar el carácter del cordobés: porque hay un número de personas jóvenes, que en porcentaje relativo sobre el total de la población es muy incidental, que han traído desde hace cientos de años y también hoy su adrenalina nueva, su aprendizaje de vivir solos, su idiosincrasia de las sociedades de donde provienen y también una cuota de madurez porque no son “almas bellas” sin destino, por decirlo así, sino todo lo contrario, sus familias hacen un sacrificio para costear su estadía en Córdoba y eso le imprime una tensión por cumplir los objetivos. El Barrio Nueva Córdoba -para nuestra ciudad- es un músculo joven que late y nos hace vibrar.

En un sentido más macro, el hecho de que Córdoba sea un punto de encuentro entre las rutas de todo el país, lugar obligado a donde vienen a abastecerse, hacer compras y atenderse por temas de salud desde el noroeste, donde vienen a turistear los del este y donde también convergen los del sur en congresos y en exposiciones, produce en nuestra cultura y en nuestra forma de ser una experiencia de interacción con otras culturas de todo tipo, verdaderamente fascinante.

No es en vano que Córdoba se distingue por la forma en que conviven los diversos credos religiosos, incluso con una institucionalización del diálogo como es el caso del COMIPAZ conformado por católicos, evangélicos, judíos y musulmanes. Y que no tengamos problemas raciales o de desencuentros entre personas de distintos orígenes. Tan es así que todo es motivo de humor: el judío termina siendo ruso; el sirio, libanés y al revés.  Aun los cánticos supuestamente xenófobos que se han dado en canchas y otros ámbitos no dejan de ser parte del ácido humor cordobés, sin ninguna proyección a algo más serio.

Podría hablar de cómo nuestros músicos son capaces de tocar en la Sinfónica del Teatro San Martín los lunes y los sábados en los bailes de cuarteto, o cantar con la misma pasión el folklore, el rock, el tango y el cuarteto. Como también comemos de todo ¡y tomamos de todo     (vino bueno y también patero, champagne o priteao)!

 

III.  Nuestras zonas erróneas

 

Hasta aquí la descripción viene bien, nos hace sentir a gusto y hasta nos saca una sonrisa. Marca a nuestro favor un entramado de valores que nos constituyen, más allá de que luego cada uno es como es y que tal vez ¡haya muchos que más vale perderlos que encontrarlos!

Podríamos agregar muchas otras variables, como el contacto con los millones de turistas que vienen cada año, nuestros eventos culturales que disparan nuevos valores en la música, en el baile, en la jineteada, etc., todo confluye para mostrarnos pujantes, pero sin alardear.

Esta forma de ser de los cordobeses, que nos ha permitido amalgamar lo conservador, lo liberal, lo desarrollista, lo progre, lo académico y lo popular, lo autóctono y lo extranjero, lo fino y lo chabacano, lo gourmet con el asado y el fernet, lo serio con el humor, lo profesional con una siesta panza arriba al aire libre, debajo de un árbol en verano…, este esquema de características tan reales y tan “valiosas” vale la pena resaltarlo como un verdadero capital que nos han sabido legar desde el pasado.

Es muy buena base lo que somos y cómo somos, en un momento como el actual, en el que se pone énfasis en las “habilidades blandas” y los valores para trabajar en equipo. Y nosotros podemos hacerlo.

Pero no son todas flores: también tenemos características muy negativas. Somos indisciplinados por naturaleza, porque nos hemos acostumbrado a que la ley “se acata, pero no se cumple”. Esto se refleja en la forma en que manejamos (nombro nuestro comportamiento en las rotondas solo como botón de muestra), el (in)cumplimiento que hacemos de las normas de todo tipo y en general en la forma en que nos conducimos por la vida.

Nos gusta jugar al margen o inclusive hacer trampita (somos buenos jugadores de truco y mejores para cantar falta envido con 24). En algunos casos podríamos llegar a decir que somos un tanto mentirosos o con tendencia a exagerar o sobre vender para conseguir lo que queremos.

Otra característica negativa es que, a pesar de que amamos nuestro entorno, somos en general muy agresivos con lo público. Rompemos plazas y mobiliario urbano, ensuciamos parques, nos robamos las canillas y pintamos con un aerosol “Ana te quiero” en una piedra de una reserva natural. Llegamos a un río serrano y ponemos la música a todo volumen, prendemos fuego aun teniendo el cartel que nos recuerda la prohibición al frente sabiendo que podemos llegar a quemar miles de hectáreas de bosque. Y cuando nos vamos dejamos la basura tirada. Donde podemos, tratamos de entrar sin pagar. Hablamos mal, en forma guaranga, y en algunos casos lo hacemos con orgullo, como si fuera parte de nuestra identidad. Más de una vez nuestro humor es una forma sutil de “bullynear” y hace doler a ciertas personas.

Hay una característica que tal vez sea la más negativa: somos muy apáticos a la participación constante y persistente. Nos gusta movilizarnos y llenar el Patio Olmos o las plazas cuando algo nos enerva. Pero son muy pocos los que pasan de la protesta a la propuesta y de la reacción a la acción. De los que sí participan, que no es más que el 7% de la población total, sí vale la pena destacar que en Córdoba un 80% reconoce una inspiración religiosa y lo hace a través de una institución de ese tipo, sin importar en este caso el credo. Pero lo que reina en el cordobés es el desinterés y la poca participación en las cuestiones que no son estrictamente personales y familiares.

El periodista de La Voz del Interior, Edgardo Litvinoff, recientemente publicó un artículo en el que habla de la “Participación ciudadana en Córdoba ¿Qué hacemos, además de quejarnos?” Allí hace referencia a un caso paradigmático: en muchas de las cuadras de nuestra ciudad existían contenedores verdes para depositar residuos reciclables: botellas de plástico, papeles, envases de vidrio. A los pocos meses -en noviembre de 2020- la Municipalidad de Córdoba decidió retirarlos. La argumentación: que los cordobeses no respetábamos la separación de los residuos, con los cestos verdes para secos y los contenedores negros para húmedos.

Más de uno a esta altura estará diciendo: “yo no soy así”, “yo no soy asá”. Está claro que estoy hablando de características muy generales que justamente “nos singularizan”, aunque posiblemente las excepciones sean tantas o más que la regla.

En el balance entre las virtudes y defectos, la balanza nos favorece. Y por eso -en términos generales- los cordobeses somos considerados buenas personas.

Sin embargo, no podemos evitar enfrentarnos a la tendencia: los valores que nos salvan del aplazo, que nos ponen en un plano virtuoso, se van perdiendo por la forma en que van creciendo nuestras ciudades, nuestras costumbres posmodernas, por el individualismo que se expande, porque la tecnología nos ha ido aislando, porque el impacto de la educación ha ido mermando a causa de su declinación (¿o su decadencia?) y la cultura popular ha ido decayendo, incluso por el crecimiento de una cultura marginal o cuasi tumbera que ha crecido desde los barrios populares y que nos asemeja a los asentamientos del conurbano bonaerense o a las favelas brasileras.

 

IV.  La inseguridad nos cambió a todos

 

Lamentablemente, el factor inseguridad ha sido un verdadero cáncer en nuestra sociedad y ha ido calando fuerte en nuestras bases sociales de convivencia. Paulatinamente nos hemos ido encerrando en guetos, interactuando menos, desconfiando de las personas que tenemos al lado, contentándonos con estrechar lazos solo con los muy cercanos y nuestros amigos virtuales.

El recuerdo de la noche de los saqueos en Córdoba en el año 2013, por el “paro” de la policía, sigue fresco en nuestra memoria y nos ha mostrado lo peor de nosotros como sociedad, de lo que somos capaces, cuando se pierden el “relato” y la autoridad. Pero no hace falta irnos tan allá: el mismo hecho de interactuar con gente desconocida -padres del colegio, vecinos del barrio o de una comuna- en un grupo de whatsapp nos pone en alerta sobre lo “sorprendentemente pelotudos” que nos hemos vuelto.

Ha habido, eso está claro, muchos momentos en nuestra historia donde han cundido las fuerzas del desencuentro y la violencia. Desde que fueron echados los jesuitas o los fusilamientos de los contrarrevolucionarios, los desencuentros violentos entre unitarios como el Manco Paz y federales como Juan Bautista Bustos, o en hechos más recientes que aún nos duelen como fueron las noches oscuras de las últimas dictaduras, o los desencuentros entre peronistas y antiperonistas que calaron hondo y crearon heridas que hasta hoy recordamos.

Muchos tenemos un recuerdo de un familiar que fue echado por no ponerse la cinta negra cuando murió Evita o, al revés, por no sumarse cuando triunfó la Revolución Libertadora. También tenemos muchos un familiar desaparecido o conocido, así como un militar que sufrió con bombas puestas en sus domicilios o en sus automóviles.

Es curioso, porque todas estas tendencias negativas, si hacemos un análisis muy fino, son ajenas a nuestra idiosincrasia local y -de alguna manera- nos han atacado desde afuera, como si fueran virus exógenos que se nos han metido en nuestro trajinar diario.

Por dar solo un ejemplo y poder seguir: Córdoba no generó el narcotráfico ni mucho menos. Pero este flagelo nos ha llegado y nos ha condicionado en extremo. Otro ejemplo completamente distinto pero que refuerza la teoría: veamos cómo la pelea entre vedettes y los “puteríos” del verano que ha sabido importar la ciudad de Carlos Paz se replican en los medios nacionales de Buenos Aires, pero no termina de tener repercusión local. A los cordobeses nos gustaría nuestro propio puterío que tiene otros códigos: los nuestros. Aun el caso de la Revolución Libertadora para derrocar a Perón, que en una parte importante se gestó en Córdoba de la mano del General Lonardi, hay que advertir que llevaba el sello cordobés del respeto resumido en la consigna que dijo el propio general al asumir la conducción del país: “ni vencedores ni vencidos”. Pero a los pocos meses otro fue el cariz de ese golpe con fusilamientos y persecuciones.

El problema es que a las tendencias que nos achatan y nos vulneran, los cordobeses no ofrecimos ninguna resistencia. Y hoy nos parecemos (para mal) a otras regiones populosas de América Latina. Paulatinamente nuestro “ser cordobés” va perdiendo personalidad en lo profundo y queda superficializado (o incluso en modo meme) solo en el “culiau”, el Fernet, la Mona, el cuarteto y los alfajores. Demasiado poco para todo lo que somos, fundamentalmente cuando le abrimos la puerta a las mejores tendencias de nuestra historia.

No me equivoco si digo que hoy el “ser cordobés” está siendo modelado más desde los medios nacionales que por nuestra propia impronta. Más por esos exponentes “border” de programas taquilleros tipo Gran Hermano que por cómo se destacan nuestros jóvenes sobresalientes premiados por la Bolsa local. Incluso la última anécdota cuasi cómica del ex gobernador Schiaretti en los debates políticos hablando de una Córdoba que todos los cordobeses sabíamos que exageraba, marca -sin embargo- que nuestra impronta no es firme, sino vulnerable a las manipulaciones desde medios nacionales.

El impacto de la tecnología, sobre todo aquella que tiende a despersonalizar (nombro como caso paradigmático al masivo Tik Tok que tanta ascendencia tiene entre nuestros jóvenes) puede terminar de ser una sentencia de muerte para un “ser cordobés” robusto y valioso.

 

V.  Qué nota nos ponemos a nosotros mismos

 

Más allá de estas consideraciones generales, hagamos por un momento un análisis más personal de cómo somos -o cómo estamos siendo en el presente- identificándonos, según sea el caso, con alguna de las tendencias que mencionamos forjaron la Córdoba de hoy, desde el pasado.

Si somos religiosos, gente de Fe que creemos que “este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar”, no importa cuál sea nuestra religión específica. Si creemos que buscar el reino de Dios nos traerá todo lo demás por añadidura y que hemos recibido una serie de talentos que tenemos que multiplicar siendo luz y sal… podríamos preguntarnos: ¿cómo nos vemos respecto a aquellos hombres y mujeres religiosas que en el pasado cordobés fundaron -como recordamos- colegios, asilos, orfanatos, instituciones, hospitales, estancias y universidades y que trabaron fuerte con fe, con esperanza y con caridad para que estos proyectos se desarrollasen contra viento y marea y pervivieran hasta nuestros días?

Salvo excepciones, que los conocemos y los reconocemos, lo más seguro es que la mayoría de nosotros bajemos la mirada con tristeza porque -en lo que nos incumbe- la comparación con el compromiso del pasado nos pondría en un lugar incómodo, por nuestra poca Fe, esperanza y caridad.

Si no es lo religioso lo que nos identifica, sino tal vez lo liberal o lo progresista. O los valores que claramente podemos resaltar de nuestros abuelos y bisabuelos inmigrantes.

¿Qué nota nos ponemos frente a esa comparación? Si nos identificamos con lo popular, ¿dónde están nuestras acciones cooperativas para levantar -entre todos- las paredes de la escuelita del pueblo, cada uno poniendo lo que sabe, incluso mano de obra, sin esperar nada a cambio?

Los que hoy son funcionarios públicos o gobernantes, los que son dirigentes en las más diversas instituciones, los técnicos, los profesores de la universidad o de nuestros colegios, los empresarios, los periodistas, los profesionales, los artistas, los que se ganan la vida con oficios o haciendo changas… No importa lo que digamos hacia afuera, en una especie de “examen de conciencia” hacia adentro, podríamos preguntarnos ¿estamos dando todo lo que nuestra identidad nos ha preparado para ofrecer por esta tierra en la que vivimos?

La tesis que venimos desarrollando aquí adquiere -soy consciente- un cariz más doloroso, porque nos involucra y nos interpela.

Podría pasar que llegados a este punto reformulemos la respuesta que dimos inicialmente y -casi para zafar- digamos: “es que, a mí, Córdoba me chupa un huevo” (lo digo así, porque en la informalidad muchos podríamos usar esa expresión). Si así fuera, entonces, como en el juego de la oca que sabíamos jugar cuando éramos chicos: “vuelve al inicio” o directamente “termina tu juego” en el marco de este libro. ¿Para qué seguirías leyendo sobre algo que no te inmuta? Hasta la próxima.

Podría darte una larga perorata de que es una locura pensar que podremos “salvarnos solos”, nosotros o los miembros de nuestra familia. Es claramente un error cerrar la percepción de lo común a nuestro estricto marco familiar, un error muy usual en las concepciones individualistas. En primer lugar, porque la estabilidad y la felicidad de la familia dependen de la comunidad, aunque sea ella su núcleo central. Para decirlo de algún modo: nuestra familia necesita de muchas otras familias para ser feliz y todas necesitan de un marco común.

Un ejemplo elemental puede ilustrar el comentario: los padres pueden ser excelentes, pueden querer a sus hijos del modo más apropiado; sin embargo, estos últimos no podrán realizarse en forma integral sin el marco de sus amigos y, en general, de un entorno cuyas condiciones promuevan el desarrollo. De hecho, por este motivo los hijos, aún de familias pudientes de Córdoba, se están yendo a vivir a otros lados. Cuando uno les pregunta por qué, hablan de la seguridad, de la pobreza, de la inestabilidad…. Se van porque falla el proyecto de futuro.

Pero no es el objetivo de este libro despertar conciencias, sino convocar a los que ya la tienen despierta. Por ello, si algunas de estas ideas te han hecho pensar, sigamos.

Al parecer, el hecho de estar viviendo en el presente, más gastando la herencia que hemos recibido de los cordobeses del pasado que invirtiendo en ella, sin un gran compromiso con seguir ese legado, no solo afectaría en la realidad que vivimos y hacia el futuro, sino que nos afectaría a nosotros. Hay un “nosotros” sujeto a revisión. Hay un “yo” incluso que vale la pena poner sobre la mesa (hasta me animo a decir que hay un “ego” para analizar).

Y aquí viene lo peor: si nosotros no estamos suficientemente comprometidos, ¿cómo vamos a transmitirle compromiso a nuestros hijos, a los más jóvenes, a las nuevas generaciones? Ellos están más para ir a hacerse unos mangos, trabajando en cualquier lugar del mundo donde ganan más dólares que cualquiera de nosotros, que para “construir la patria” que -en este caso- es la patria chica, que es Córdoba.



5. Qué futuro nos espera

 

(Ver en versión PDF)

 

 

No soy partidario de los que militan la “planificación” de nuestras sociedades. Nunca lo fui. Pero si hay un momento de incertidumbre, de diversidad y de absoluta imposibilidad de “domar el futuro” desde una cabina de planificación, es hoy, incluso si en esa cabina estuvieran los mejores técnicos planificadores del mundo.

En nuestros días, ni siquiera el futuro de nuestras empresas comerciales a diez años vista puede ser planificado, simplemente porque no sabemos cómo serán los consumidores, los productos y los servicios en un plazo que -en el actual contexto- es larguísimo plazo. Lo mismo sucede en el ámbito de la educación, de la investigación, incluso de los comportamientos.

Hace 10 años la tecnología y las redes sociales no eran lo que son hoy. Y el aceleramiento exponencial en la utilización de nuevas tecnologías hace que todo fluya con extremada rapidez y cierto caos. No digo nada si agrego el impacto de la inteligencia artificial. Hoy más que nunca las palabras del filósofo Heráclito, formuladas hace más de 2.500 años inspiran nuestra realidad: “lo único constante es el cambio”.

Recuerdo que la primera publicación que pude imprimir y presentar en sociedad siendo joven -se llamaba “la Nueva Utopía”, como el programa de televisión- ya exponía que, siendo 6.000 millones de seres humanos en todo el planeta, no había posibilidades de plantear una sola utopía para todos. Mantengo esa convicción hasta hoy (que ya somos 8.000 millones) y también para el caso de Córdoba.

Las sociedades se construyen de abajo hacia arriba en la alegre y caótica pulsión de las iniciativas de las personas, los grupos y las comunidades (también los mercados), incluso con intereses contrapuestos y enfrentamientos. Por supuesto, no creo que sea el Estado el que deba planificar el rumbo. Creo en el principio de subsidiariedad: que no haga el nivel superior lo que puede hacer el nivel inferior. Y que no haga el Estado lo que puede hacer la sociedad. Ni la sociedad lo que puede hacer el individuo.

¿Cómo embarcarnos entonces -suponiendo que estamos todos de acuerdo con la tesis planteada- en una aventura de construir con mayor compromiso y énfasis el futuro de Córdoba, si el futuro se nos muestra tan inasible y la capacidad de construirlo juntos aparece como una convocatoria casi utópica?

Como dije en el prólogo, creo que necesitamos soñar el proyecto común para generar el sentido común que viene. La sociedad tiene un cierto sentido arquitectónico sobre nuestras vidas, sin llegar a obligarnos por ley (o prohibirnos). No es lo mismo lo que me enseñen desde la más tierna edad en el colegio primario, sobre la mirada de nuestro pasado y nuestro futuro, que si solamente es un esquema por completo neutral. No es igual cuando el relato se vuelve una convicción colectiva.

 

I. Imaginemos nuestro futuro

 

Propongo el siguiente ejercicio: nos permitamos -por un momento- visualizar el futuro grande que querríamos para Córdoba, el futuro en el que nos gustaría vivir o que vivan nuestros hijos y nuestros nietos. No abordemos por ahora cómo lo haremos, ni quiénes, ni los tremendos condicionamientos que seguramente deberemos sortear. Incluso la posibilidad de que aun sobre este horizonte nos cueste ponernos de acuerdo. Por ahora solo soñemos un futuro compartido.

El bien común que todos anhelamos no es un horizonte final en el cual -si accedemos- seremos todos felices. Esta es la visión de ciertas ideologías totalitarias, como por ejemplo el marxismo. “Sacrifiquen sus libertades ahora en el altar de la gran causa, para que podamos hacer una revolución proletaria y entonces alcanzaremos, todos juntos, la conjunción entre libertad e igualdad.” El bien común no opera así. Reconoce que los hombres buscamos nuestra felicidad y nuestra realización personal y que cada uno tiene como destino su propia realización individual. El bien común solo construye el conjunto de condiciones políticas, sociales y económicas básicas para que cada uno pueda encarar en libertad ese proyecto de realización personal.

Aquí se abre la discusión entre los que solo requieren un esquema muy básico de bien común: garantizar la seguridad, la justicia, la educación y la salud y lo demás librado al juego libre de las interacciones, y los que quieren agregar otras políticas que garanticen estándares de igualdad, no solo la igualdad de oportunidades.

Menciono este pequeño marco teórico para justificar que podemos pensar en un proyecto de futuro para Córdoba que nos sirva como base de bien común para que luego cada uno haga lo que quiera y como pueda.

El destino de los pueblos está muy supeditado a si esos pueblos “se la creen”, si sienten que hay un destino glorioso para ellos que tiene que ser alcanzado. ¿Qué diferencia hay entre el pueblo griego en su momento y los pueblos que vivían en la costa de España? Que uno construyó una épica de su proyecto y los otros simplemente se dedicaron a hacer la suya. Lo mismo con los romanos, con los vikingos, con los ingleses, con los españoles, con los judíos, con los árabes.

¿Por qué en nuestros días hay ciertas regiones que de repente comienzan a resplandecer como Irlanda, tan vapuleada hace unas décadas, o Miami por nombrar solo algunos? Porque sin perder la individualidad (incluso el individualismo) de sus habitantes, alguien les prendió la mecha de su imaginación y de su compromiso por un proyecto común.

¿Qué diferencia hay entre Chile, por ejemplo, o Uruguay y Córdoba? Podríamos responder que ellos son países y Córdoba es solo una provincia, pero eso sería una respuesta solo formal. Lo que ha hecho despegar a Chile es su conciencia de ser un pueblo con un proyecto que debe surgir a pesar de su complejo territorio y sus limitaciones. Lo mismo Uruguay. Esa es la conciencia que, en nuestro caso, debemos despertar.

Aunque podríamos hacer un ejercicio de imaginación libre para luego ir filtrando, temo que no tengamos la paciencia suficiente para semejante tarea, porque rápidamente nos ganaría el escepticismo respecto a la posibilidad de lograrlo.

Si yo comenzara este ejercicio de visioning diciendo: “me gustaría que Córdoba se convierta en el epicentro a nivel mundial donde se realicen todos los lanzamientos de naves tripuladas al espacio”, posiblemente nos ganaría el escepticismo o incluso la ironía, recordando las célebres reflexiones del ex presidente Carlos Menem, que prometía llegar a Japón desde Córdoba en dos horas con una nave que alcanzaría la estratósfera para bajar en Tokio.

La propuesta -por tanto- es ser visionarios, pero tomando lo que hoy somos, para ver en qué podemos innovar y en qué vale la pena ser disruptivos, pero tomando como plataforma lo que somos hasta ahora.

Siguiendo los consejos de gente que sabe entusiasmar con una idea, voy a intentar en este capítulo concentrarme en tres grandes ideas-fuerza, que entiendo nos haría muy bien potenciar hacia el futuro. Hablo de ideas-fuerza porque responden a tres fuerzas latentes en el presente de Córdoba, que ya se discuten y que por lo tanto no nos sorprenderán, y que además están bien metidas en nuestra percepción de oportunidad. Por ello nos resultará más fácil y más rápido ponernos de acuerdo respecto a su proyección hacia el futuro.

Hay muchas más, está claro, pero en la búsqueda de un norte inspirador, simple y convocante, me obligo a mí mismo a elegir estos tres pilares, porque son en los que más fuerte late la posibilidad de concreción en un tiempo prudencial.

 

I.  Córdoba, la docta

 

En primer lugar, hay una fuerza casi genética en el “ser cordobés” que merece seguir proyectándose con la mayor de nuestras energías. Es nuestra relación con el conocimiento, con lo académico, con el saber. Esta “Córdoba la docta” en verdad es un vector que nos posiciona a la vanguardia de lo que hoy las sociedades del mundo están anhelando perfilar y perfilarse. No se construye en un día y hay sociedades que no lo alcanzarán nunca por su idiosincrasia. Pero nosotros ya lo tenemos incorporado a nuestro ADN gracias al espíritu visionario de miles de cordobeses y cordobesas que lo forjaron poniendo su vida al servicio de esa causa.

Aquí tenemos un primer diferencial que podemos llevar a un umbral de máxima. Agrego en este primer vector los conocimientos médicos acumulados, porque suponen una especialización en la que también nos destacamos, aunque hay mucho por trabajar.

Si tuviéramos que destacarnos a nivel mundial en algo dentro de 50 años debería ser por lo que se sabe y se aprende y se investiga y se difunde, no solo en nuestras instituciones académicas sino en todos nuestros entornos de la sociedad civil.

Pero esto exige una condición: necesitamos volver a tener hambre de saber y espíritu para competir con otras ciudades y provincias que quieren lo mismo, no solo en Argentina sino en el mundo (tengamos presente que el mundo es y será globalizado y cada vez más potenciado en esa globalización al calor de la tecnología y la inteligencia artificial).

La sociedad cordobesa debería construirse una y otra vez en forma natural en torno a ese eje: ser una sociedad curiosa y atenta a la vanguardia y a lo desconocido, siempre dispuesta a entender, debatir y enseñar. También a aprender. No hablo solo de la ciudad de Córdoba, aunque la raigambre en la capital es mayor con este vector. Pero no en vano Río Cuarto, Villa María, ahora Río Tercero, San Francisco y otras localidades han hecho tanta fuerza para sumarse al posicionamiento educativo y universitario.

Vuelvo por un momento sobre el tremendo desafío que supondrá el despliegue de la inteligencia artificial a lo largo de los próximos años. Como bien sabemos, esta tecnología aprende de sí misma por lo que su progreso es exponencial. Si ya el conocimiento estaba en la palma de la mano gracias a Internet y Google, ahora a través de las plataformas de inteligencia artificial, toda la oferta educativa y de conocimientos es y será puesta en jaque.

Por eso, si decidimos jugar esta partida hay que jugar a todo o nada, sabiendo que tenemos que competir en este contexto donde el conocimiento se universalizará de tal manera que habrá que generar mucho valor agregado para que alguien quiera elegirnos por ese diferencial de conocimiento general o aplicado.

Si aspiramos a que Córdoba sea tierra del saber, tenemos que jugar a ser primeros. A ser los mejores.

 

II.   Podemos alimentar al mundo

 

La segunda idea-fuerza que deberíamos poner sobre la mesa es nuestra capacidad de producir alimentos. En esta ventaja comparativa respecto a muchas otras regiones del mundo, y competitiva respecto a la calidad de lo que podemos producir, hay un verdadero “regalo de Dios” a nuestra tierra y a nuestra gente.

Tanto en la materia prima, como su procesamiento en productos de calidad y con marca, así como el ejercicio de exportarlos a todas las latitudes, allí hay una gran fortaleza que -aunque parezca mentira- está demostrada desde hace años, pero no aún explotada como corresponde, con la escala y la profundidad con la que podríamos hacerlo.

Es cierto que vamos a la vanguardia en la producción agropecuaria, pero se trata -en un porcentaje mayoritario- de granos solo destinados a engordar porcinos y ganados de otras latitudes del mundo, que son exportados como commodities.

Y en lo que respecta a la industrialización de esa materia prima, tenemos dos empresas señeras como es ARCOR y AGD -responsables de un porcentaje muy importante de la exportación industrial de alimentos y aceites-, y empresas que han hecho esfuerzos importantes como Grido, Dulcor y otras, pero que son un puñado en comparación con el potencial. La realidad es que deberíamos tener 1.000 empresas de este tipo, si nos atenemos a las condiciones dadas.

Como el planeta entero requiere alimentos naturales de calidad, allí hay un “mundo por recorrer”. Todos hablamos de este potencial en Córdoba, todos reconocemos la oportunidad, todos sabemos que es políticamente correcto decirlo cada vez que podamos. Pero no estamos haciendo lo que hay que hacer, ni desde lo público ni desde lo privado, ni desde las universidades y colegios, ni desde las instituciones, para que esto realmente tome visos de seriedad y de escala.

Hacerlo bien nos requerirá correr en el máximo nivel de excelencia y vanguardia en el cumplimiento de normas y seguir un mercado que cada vez será más exigente en lo que se refiere a qué comen en las sociedades avanzadas y cómo se elaboran esos alimentos, incluso por quién.

Seguramente tendremos que hacer las cosas muy distintas a como las estamos haciendo hoy, teniendo ese norte. Tendremos que forjar marcas internacionales, productos de calidad, trazabilidad, tecnología en su producción, en su comercialización y en su distribución, una red de servicios internacionalizados para dar soporte a este desafío, carreras y posgrados con los mejores profesores a nivel mundial y metodologías, que realmente nos permitan apurar los procesos de aprendizaje práctico. Habrá que saber idiomas, conocer los mercados más diversos del mundo, tener buenas conexiones para volar a negociar y también para llevar la mercadería, sistemas innovadores de financiamiento, esquemas jurídicos dinámicos y flexibles… Tendremos que trabajar con una pasión similar a la de nuestros antepasados si en verdad queremos lograrlo.

Por supuesto que habrá que multiplicar nuestra potencia de generar materia prima y también carne vacuna, porcina y avícola. Convertir granos en proteínas. Y aunque, en lo que hace a la explotación agropecuaria estamos a la vanguardia, no podremos dormirnos en los laureles. Habrá que avanzar en trazabilidad, digitalización para una Agricultura 4.0 y también en sustentabilidad.

Alguno podrá enojarse porque preferimos la industria de los alimentos y no otras industrias que también posee Córdoba. ¿Por qué no elegir una tendencia para proyectar hacia el futuro nuestra impronta industrial en otros rubros?

¿Podemos proclamar -por ejemplo- que también vamos a posicionarnos a nivel mundial en la producción y comercialización de aeronaves, como en algún momento soñamos en los años 60 con la Fábrica Militar de Aviones y la producción de los “Pulqui” o de tractores?

Aquí podemos abrir un debate profundo (en mi caso, estoy dispuesto). Porque, salvo excepciones como Alladio y otras empresas como Volkswagen Córdoba, pero que son contadas con los dedos de la mano, en general nuestra industria metalmecánica no tiene la competitividad necesaria para hacerle “pelo y barba” a los gigantes asiáticos, Europa o Estados Unidos, o los nuevos emergentes. Y si no hubiera ánimo para un debate y yo tuviera que votar directamente, posiblemente no agregaría este ítem en nuestra flecha hacia el futuro, aunque deposito mis expectativas en que logren sumarse en algún momento, si se esfuerzan mucho.

Lo mismo con el factor logístico. Está claro que Córdoba tiene un rol histórico de punto de encuentro e intermediación por nuestra situación geográfica de estar en el centro del país y de la región. Sin embargo, esa ventaja que nos da la ubicación no pareciera que fuera a incidir hacia el futuro. Mejor dicho: el solo hecho de “poner galpones y camiones” y “zonas francas” no nos va a proyectar de manera potente. Necesitamos terminar el entramado de autovías y autopistas en toda la provincia, sí. Pero incluso tener buenas vías de comunicación no sé si será suficiente para que lo logístico se convierta en una pulsión hacia nuestro futuro estratégico.

Si asumiéramos que queremos ser un punto logístico de referencia de Sudamérica, deberíamos pensar más en construir realmente un HUB aerocomercial para convertirnos en el puerto seco de Sudamérica, con vinculaciones y derivaciones con el resto de los transportes y a los fines comerciales y turísticos. Entonces tal vez podríamos competir con otros HUB’s como Miami o Sao Paulo. Pero tampoco aquí deposito mis expectativas.

No puedo agregar (y lo digo con dolor, porque me encantaría) al polo tecnológico de Córdoba como un vector para seleccionar dentro de los tres más importantes para proyectarnos hacia el futuro. Aunque aquí hay una semilla importante que viene germinando, la escasez de jóvenes que quieran dedicarse a estudiar en profundidad (y no solo carreras cortas de rápida salida laboral) es -por ahora- un obstáculo insalvable. Está claro que el mundo demanda servicios tecnológicos y que podríamos jugar ese partido con enjundia. Pero nos faltan jugadores.

Incluso -también para sorpresa de varios- voy a dejar afuera de esta “short list” a la potencia del factor turístico de Córdoba. Al turismo de nuestra provincia, proyectado hacia el futuro, lo pongo en duda como vector central, porque el turismo nacional tiende a diversificarse en múltiples puntos de atracción. Y estamos lejos de formular una propuesta que sea atractiva de modo determinante para el turismo internacional.

Así como las Cataratas, Bariloche o Jujuy son “must” para el turismo internacional nosotros deberíamos serlo, pero -digámonos la verdad- no lo somos.

¿Cómo proyectar el turismo que es hoy un factor estratégico de la economía de Córdoba hacia el futuro? Me parece que es una pregunta desafiante, llena de oportunidades, pero también de amenazas si no la respondemos con seriedad y con una cierta mirada disruptiva. No agrego al turismo a mi selección de tres grandes fuerzas latentes.

Digo con firmeza que ojalá me equivoque y también algunos de estos sectores se cuele en la lista de ideas fuerzas que movilicen a Córdoba hacia el futuro. Pero parado en el hoy, miro y digo: hay muchas regiones en el mundo que nos sacan -por ahora- algunas cabezas en la industria metalmecánica, en el desarrollo de software, en la logística y en lo que hace a servicios y atractivos turísticos. Pero hay muy pocas en todo el mundo que tengan las condiciones para combinar materia prima, capacidad e instalación, recursos humanos y condiciones del entorno natural y social para posicionarse en la vanguardia de la producción de alimentos y competir de igual a igual con las otras regiones del mundo.

 

III.  Un lugar para vivir

 

La tercera fuerza latente que dejo sobre la mesa es tal vez el aporte más innovador de este libro. También está instalado en las mentes y los corazones de los cordobeses, pero -por algún motivo- no le hemos prestado la debida atención.

El gran factor diferencial que podría construir Córdoba, hacia el futuro, es que podemos convertirnos en el lugar buscado y elegido para vivir por aquellos que tienen la oportunidad de hacerlo.

Nuestras bellezas naturales no se destacan de otros lugares muy bellos, pero el hecho de que nuestras hermosas sierras, con todos sus servicios y condiciones, estén tan cerca y tan integrados con las ciudades es un contexto de naturaleza muy deseado en un porcentaje creciente de personas y familias.

El hecho de que esté tan cerca la materia prima y los campos y establecimientos -que no distan a más de dos o tres horas de los centros urbanos- también. Las principales economías de la región están ubicadas en forma equidistante, así como las ciudades que le dan soporte y servicios. La red de 500 municipios y comunas que se ha formado en Córdoba, y que en algún momento fue juzgada como una exageración, nos está dando una organización política, económica y social muy interesante, con una ciudad central como Córdoba que opera en el entorno estratégico del Gran Córdoba, cinco o seis ciudades complementarias equidistantes y centenares de pequeñas ciudades y pueblos también ordenados en todo el territorio.

En Córdoba y el gran Córdoba tenemos este mapa extendido de barrios con terrenos amplios y casas, barrios cerrados, abiertos y residenciales, tanto viejos como nuevos que verdaderamente convocan a forjar allí un hábitat con una calidad de vida que es extraordinaria en comparación con otras urbes.

En las proximidades de estos barrios, se están conformando pequeños centros comerciales y de servicios que posibilitan a sus habitantes no tener que movilizarse hasta el centro o los grandes centros comerciales para abastecerse de productos o servicios.

La reciente tendencia mundial de vanguardia de plantear modos de vida en “ciudades de 15 minutos” donde trabajo, escuela, hospital y centros comerciales están a esos minutos de distancia y que están siendo desarrolladas en las afueras de Londres, de EE.UU. y de otros países de Europa, nosotros aquí lo hemos construido en forma espontánea y natural.

La combinación de la ciudad de Córdoba con las 14 ciudades del Gran Córdoba que están alrededor, aunque presenta grandes desafíos, e incluso amenazas en lo que respecta a servicios, transporte, basura, cloacas, etc., conforma un polo de atracción que es muy potente para que personas que dirigen empresas, sus técnicos y empleados, los profesionales que ofrecen sus servicios a esas empresas y sus proveedores nos elijan para vivir.

Hay en todo este marco una potencia latente que -si le ponemos foco- nos puede convertir en el lugar donde quieran asentarse las principales empresas de Argentina y el mundo, para que vivan sus directivos y sus empleados jerárquicos.

Esto nos permitiría imaginar un futuro con mucho empleo, de buenos sueldos formales, más la presencia de emprendedores y de Start Ups que nos darían un gran dinamismo económico, apalancados y combinados con la primera idea-fuerza de ser “zona de conocimiento y buen servicio de salud”, y la segunda tendencia de tener alimentos para ofrecer al mundo.

Si en un territorio con menos ventajas naturales, económicas y sociales como es San Francisco en EE.UU. se pudo desarrollar el Silicon Valley, donde prosperó al máximo la revolución digital del mundo, ¿por qué no podría aspirar Córdoba en convertirse en el polo donde residen los directorios y las oficinas centrales de la mayoría de las empresas de Sudamérica con un particular foco en las alimenticias?

Por supuesto: tendremos que garantizar seguridad para esas familias, más estabilidad en el flujo de nuestras ciudades. También tendremos que lograr un servicio de conexión al mundo que sea de excelencia. Debemos asegurarnos que muchos de nosotros logremos ser multilingües. Habrá que garantizar que el flujo de dinero no encuentre el más mínimo condicionamiento para fluir de aquí para allá y viceversa. Y que los “amenities” de la vida: el deporte, la vida social, lo religioso, el esparcimiento, el arte y la cultura, la música, el cine, los parques y paseos, el transporte, todo fluya… ya no solo por nosotros -los que aquí vivimos- sino para atraer a personas que decidan hacer su vida aquí e invertir en estas tierras su dinero mensual y sus ahorros.

Esta última idea-fuerza se combina implícitamente con el proyecto de hacer del turismo de Córdoba una de las palancas del desarrollo. Pero de alguna manera, redobla la apuesta. Porque tal vez nos cueste menos hacer que una empresa radique sus directivos en Córdoba para que vivan (y consuman productos y servicios) aquí, que atraer turistas excéntricos del mundo que quieran elegirnos por sobre otros centros turísticos argentinos y mundiales mejor posicionados.

En esta idea fuerza está el mayor potencial de creación de trabajo para todos los niveles. Porque, donde hay personas con buenos sueldos, se conforma un ecosistema virtuoso de servicios de todo tipo, para que esas personas canalicen sus recursos en bienestar y calidad de vida.

Tal vez la idea-fuerza de posicionarnos a la vanguardia en la producción de alimentos, nos obligue a pensar en instalaciones digitalizadas, con robótica y no necesariamente muchos empleados, por la propia naturaleza de esas producciones. Tendremos mucho ingreso económico, pero intuyo que no grandes fábricas de miles de empleados. En cambio, la atracción a directivos y personal de buen poder adquisitivo a nuestra región se concatena con una inmensa red de trabajadores de todos los rubros que se activan para dar soporte a esa promesa de calidad de vida.

Por ahora nos quedemos con esa visión y estas tres ideas fuerzas centrales. Y la contrastemos -claro está- con las nuestras propias. ¿Qué nos está impidiendo llegar a ese futuro? Es hora de enfrentar nuestros condicionamientos.



6.     Nuestra relación con Buenos Aires

(Ver en versión PDF)

 

  

Dejemos que las ideas fuerza decanten en nuestra mente y en nuestro corazón. Está bien que miremos este tipo de propuestas inspiradoras, pero alocadas, con una cuota de desconfianza. Es parte de nuestro “ser cordobés”. No queremos que nadie nos venda un buzón. Vale la pena masticarlas -rumiarlas-, para ver si tienen real asidero.

Sin embargo, no vamos a poder despegar hacia un futuro potente y compartido como cordobeses si antes no tratamos nuestra histórica y siempre difícil relación con Buenos Aires.

Casi podríamos convocar a una especie de sesión de terapia colectiva, porque esa relación nos condiciona y nos hace sentir menos, limitados; nos resiente y en algunos casos nos enoja.

Alguno podrá decir con humor que vamos a necesitar muchas horas de “constelación”, trayendo a la mesa esta práctica de convocar a nuestros antepasados para resolver dolores y heridas que nacieron allí y han quedado grabados en nuestro subconsciente o incluso en nuestra genética.

En efecto, esta relación tormentosa se proyecta a través de la historia a los propios orígenes de ambas regiones. Es muy interesante (y divertida) una anécdota que recoge el historiador Prudencio Bustos Argañaraz en su último libro, “Córdoba y Buenos Aires, dos proyectos de país”.

Allí rescata de los anaqueles de la historia que Jerónimo Luis de Cabrera, a los pocos días de fundar Córdoba, parte con un pequeño ejército con rumbo hacia el Paraná con la idea estratégica de fundar un puerto allí y que nuestra ciudad tuviera un puerto. Cuando llega encuentra a Juan de Garay, fundador de la Ciudad de Buenos Aires, que había ido río arriba y se encontraba siendo asediado por indios lugareños. Cabrera lo ayuda dispersando a los indios, pero inmediatamente se arma lío porque, más allá del favor, ambos tenían iniciativas que se contrastaban. Desde ese primer momento de la historia en adelante ¡venimos tensionando con los porteños!

Hay tanto material como para sentirnos dolidos con “la metrópoli” que hay, como decimos aquí para hacer “dulce de leche”. Allí se han concentrado -y se concentran- los recursos nacionales en forma arbitraria, que son de Córdoba y de todos los argentinos. Todo el país les hemos estado pagando durante años el servicio de policía y otros muchos servicios más y nadie se ha inmutado. Tienen el boleto de “bondi” tres veces más barato que nosotros, así como las tarifas de luz, agua y gas pisadas en su costo por cuestiones políticas. Claro: los gobernantes no se le animan a la “opinión pública porteña” como sí se le animan a la nuestra. Son innumerables las obras que allá se hicieron desde siempre y que en Córdoba se demoraron…

Hay tanto justificativo para estar molestos con la falta de federalismo de nuestro país que podríamos escribir un libro entero. El “unitarismo” perdió la pelea histórica, pero -sin embargo- terminó ganando en la dinámica de la propia realidad política y económica. Nuestra tensión por lo tanto tiene fundamento.

Pero como este libro es -sobre todo- para cordobeses, vale la pena que tengamos una mirada introspectiva de por qué nosotros hemos permitido estas distorsiones. Y sobre todo por qué nos sentimos condicionados frente a la concentración de Buenos Aires.

Tal vez sea necesario que, previo a cualquier despertar en un compromiso con nuestro propio futuro, hagamos un corte mental respecto a la subordinación con Buenos Aires y dependencia de sus decisiones. Y comencemos a acostumbrarnos a valernos por nosotros mismos y a solo pedir a la esfera nacional que se meta lo menos posible con nuestra provincia.

No es necesario, como lo hemos amenazado muchas veces, hablar de secesión, de independencia o plantear que haremos una república distinta. Estas son envalentonamientos verbales que todos sabemos no tienen ningún sentido y que son inviables. No necesitamos imitar la lucha de Cataluña o del País Vasco respecto de Madrid para independizarnos.

El mundo actual nos permite perfectamente proyectar vínculos directos con el mundo, sin necesidad de pasar por Buenos Aires. Por supuesto que hay cuestiones de organización política, de marco impositivo y de políticas macro económicas que se toman en el nivel nacional (¡en Buenos Aires!) y que nos inciden fatalmente. Las retenciones, por nombrar solo un ejemplo bien sufrido por nuestro campo cordobés. Pero “que los árboles no nos impidan ver el bosque”: podemos ordenar nuestra relación con nuestra querida Argentina de la que somos parte, pero aprovechar el triunfo del federalismo que forjó la forma del Estado argentino, para encarar nuestro proyecto de provincia, sin tener que esperar lo que opinen alrededor de las 50 cuadras que rodean la Casa Rosada.

Es natural, por la larga historia que nos antecede y que -en este caso- nos pesa, que todos los cordobeses sintamos que el primer escalón para triunfar es Buenos Aires. Tanto en lo económico y empresario, en lo artístico y deportivo, en lo académico… en todo aparece ese primer mercado y ese puerto, como la primera Meca a conquistar. Esta sensibilidad para advertir a dónde están las oportunidades no podemos aplastarla: es cierto que están concentradas en Buenos Aires.

Pero también tenemos un rosario de fracasos acumulados todos los que hemos tratado de conquistar esas oportunidades como única vía. Cada vez que hay uno que lo logra, hay miles que quedan en el camino en su proceso de llevar sus productos o servicios, abrir comercios allá, o mudarse para estudiar y conseguir trabajo, o para acceder a clubes deportivos o castings de teatro o música.

Tal vez necesitemos cambiar nuestro mindset, y advertir que hay tantas oportunidades para nosotros en CABA y GBA como las hay en Santiago de Chile, en Montevideo, en Sao Paulo, Río de Janeiro o Curitiba, en Asunción, Santa Cruz de la Sierra o La Paz. Que tal vez nos resulte más rentable aspirar a conquistar Miami que Buenos Aires. O hacer un vínculo directo con Shanghái, que intentar dominar los códigos -a veces cuasi mafiosos- del conurbano bonaerense.

Puede ser importante que un día nos paremos en la punta del Champaquí y, mirando hacia el Este, gritemos a los cuatro vientos, no “la pucha que vale la pena estar vivos”, como en la película Caballos Salvajes, sino que estamos firmemente dispuestos a asumir que somos distintos y que lo vamos a proclamar con orgullo, no con rabia ni con resentimiento, ni con intenciones de hacer enemigos, sino con la madurez de un pueblo que ha decidido forjar su propio destino, sin esperar que lo definan desde Buenos Aires.

 

I. Otro país

 

En un ámbito como el de este libro, podemos decirlo sin tapujos: Buenos Aires es otro país. Con otra cultura, con otra escala, con otros códigos para convivir y para comerciar. Su intención de ser lo más parecido a una ciudad europea no es nuestro proyecto ni nuestro anhelo. Su vocación por mostrar todo lo que se tiene y marcarle la cancha a sus interlocutores, con ironía y cierto desdén, no es -ni de cerca- nuestra vocación, ni nuestro modo.

En un análisis sociológico, que todavía nos debemos, es altamente probable que concluyamos que somos y nos sentimos más parecidos a los uruguayos, a los chilenos y por supuesto a los provincianos del interior, que al arquetipo de la persona que nació y se crió alrededor del Obelisco.

Debería ser para nosotros como el inicio de una nueva etapa de nuestra vida como sociedad. Es como cuando un hijo mayor se va a vivir solo. No se pelea con su familia (no queremos pelearnos con Buenos Aires), sino que se independiza. Y eso lo lleva a tener  una relación más de pares, más de igual a igual.

No quiero utilizar la metáfora de los divorciados, aun en buenas formas, porque allí hay un corte que no estamos proponiendo, al menos en esta obra. Es más bien una maduración de nuestra parte, que nos decidimos a pararnos de otra manera frente a nuestros hermanos de Buenos Aires. Es más parecido al “no sos vos, soy yo”, asumiendo que posiblemente es más una cuestión de cómo nos sentimos nosotros, que de una intención deliberada de parte de ellos de hacernos sentir así.

Claro que, en este nuevo relacionamiento, habrá temas por discutir. Sobre todo, respecto al manejo de fondos que salen de nuestra provincia y se van a lo nacional. ¿Por qué les reconocen regalías a las provincias petroleras por el hecho de extraer debajo de su superficie el combustible que necesitamos y exportamos todos los argentinos, y sin embargo no nos pagan nada a nosotros, que extraemos todos los años de nuestra superficie el trigo, el maíz, la soja, el maní, las hortalizas y legumbres que alimentan la riqueza nacional, sin ver ni un solo peso de regalía a cambio? ¿No hay un sacrificio de parte de nuestras tierras que está siendo aprovechado por toda la Argentina y que debería ser compensado?

Muchos otros temas ilustrarían la discusión económica que deberemos darnos, con otro espíritu renovado y seguramente otro tono un poco más envalentonado. Si hay fuerzas federales que las pagamos entre todos, entonces que se distribuyan en el territorio de acuerdo a cómo pagamos. Y ciertas instituciones paradigmáticas, como por ejemplo nuestra Universidad Nacional de Córdoba y las otras instituciones universitarias, nos gustaría tener una mayor incidencia local sobre los destinos de esos fondos que vienen de lo nacional. Incluso podemos discutir si no es un momento para provincializar esas instituciones con el traslado de sus recursos respectivos.

Que los porteños no van a pensar en nuestro bien común cordobés, por más compromiso que demuestren, eso me parece que es un aprendizaje que ya debemos hacer. ¿Por qué lo harían? Muchos de ellos ni siquiera conocen Córdoba. Otros comienzan siempre la interacción con nosotros diciendo: “quiero mucho a Córdoba, porque venía en el verano cuando era chico” o “visito todos los años a mis primos”. ¡Pero esas pocas experiencias no alcanzan para decir que conocen una provincia y un pueblo tan complejo como es el cordobés!

En el año 2023 tuve la oportunidad de discutir con una prominente figura de la política nacional, mano derecha del ex presidente Mauricio Macri y funcionario de su gobierno. Con la Senadora Nacional por Córdoba, Carmen Álvarez Rivero, le pedíamos que tome una decisión sobre un grupo de personas que en Córdoba lo siguen. Él se negaba a aceptar nuestra sugerencia con este argumento: “En los últimos cinco años he visitado más de 13 veces la provincia de Córdoba. La conozco a la perfección”. Implícitamente nuestro interlocutor nos sugería que conocía más la provincia que nosotros que nacimos aquí. Con Carmen nos agarrábamos la cabeza pensando: “¡qué petulancia pensar que con 13 visitas uno llega a conocer un lugar como para tomar decisiones sobre él!”

Otra anécdota similar: a un político que estaba cerca de Patricia Bullrich, a quien nosotros intentamos ayudar desde Córdoba en su carrera presidencial, le enviamos también con Carmen una propuesta para que Patricia hablara de manera muy concreta y directa con los cordobeses y ofreciera hacer un pacto a cambio de tomar diez compromisos:

1.      Me comprometo con el campo de Córdoba en dejar las retenciones en cero antes de que termine mi presidencia.

2.      Me comprometo a reactivar el aeropuerto de Córdoba para vuelva a ser un hub y se convierta en el puerto seco de la Argentina.

3.   Me comprometo a triplicar la presencia de las Fuerzas Federales en la Provincia de Córdoba desde el comienzo de mi gestión para profundizar la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado.

4.      Me comprometo a que el transporte de Córdoba tendrá la misma tarifa que en Capital Federal.

5.      Me comprometo a que los cordobeses pagarán la misma tarifa de luz, agua y gas que en Capital Federal.

6.      Me comprometo a terminar antes del fin de mi presidencia la Ruta 19 que va de Córdoba a San Francisco.

7.      Me comprometo a financiar la obra para que la Ciudad de Córdoba logre el 100% de cloacas.

8.  Me comprometo a destrabar los pagos que adeuda la nación a la Caja de Jubilaciones de Córdoba, con la condición de que sea normalizada.

9.      Me comprometo a financiar la construcción de una Cárcel Federal en Córdoba para los delitos federales como narcotráfico.

10.   Me comprometo a que el Tren de Córdoba a Buenos Aires vuelva a funcionar como corresponde.

Y lo más importante: me comprometo a garantizar que los fondos y partidas que el Gobierno Nacional destina a Educación, a Desarrollo Social, Seguridad Social, etc. lleguen a Córdoba en el porcentaje que representa su población en el país.

Una vez al mes, el gabinete de ministros haría su reunión en Córdoba, que será declarada “Capital Complementaria del país” como un primer paso hacia la descentralización política y administrativa de la Argentina.

Este político, cuando accedió a nuestra propuesta nos hizo una devolución casi risueña del planteo, respondiendo que no creía que una ruta (como la 19) fuera importante para el discurso de una candidata a presidente, comparado con otras cosas como la seguridad. Aseguraba que lo del tren no lo veía, que hablar de la obra de cloacas era meterse en cosas muy locales, etc.

Lo hacía de buena fe, empatizaba con nosotros, pero dejaba en claro que estaba tan lejos de la realidad de Córdoba que había que escribirle un libro como este que estoy escribiendo para convencerlo. Ese mismo político, en cambio, sí reaccionaba en su cuenta de twitter ante cualquier noticia doméstica de la ciudad de Buenos Aires que surgiera. Y era entendible: él vive allí y nosotros acá.

Anécdotas como ésta seguramente tendrás miles para aportar. Viajes hechos a Buenos Aires por reuniones que se desarman a último momento, sin pensar que uno viajó durante todo el día en auto o en ómnibus; o se levantó a las 6 de la mañana para tomar el avión con la posibilidad de que el vuelo de regreso no despegue de Aeroparque o que el taxi se atasque en la Panamericana.

¿Por qué a una persona, ni siquiera amiga sino solo conocida, tendríamos la deferencia de no aceptar que siempre viniera él a nuestra oficina o a nuestra casa, y proponerle que alguna vez podemos ir para su oficina o lugar; y -en cambio- una institución que está radicada en Buenos Aires difícilmente tenga esa deferencia de trasladar sus reuniones en forma periódica a otros puntos desde donde vienen sus socios del interior?

En términos psicológicos, como digo, hay una idea de que “como Dios atiende en Buenos Aires” es natural que uno deba ir allá cuantas veces sea necesario, a las oficinas de nuestros interlocutores que, en cambio, muy rara vez se embarcarán para visitarnos. Es una superioridad y una dependencia forjada por cientos de años que hacen que unos y otros actuemos de ese modo, sin mala fe. Solo porque así se da la cosa.

Es el director técnico de un seleccionado que se felicita a sí mismo en cámara, por haber integrado “gente del interior” dejando que haya, por ejemplo, 2 cordobeses en el plantel, aunque siga habiendo 9 de Capital Federal. ¿Por qué no al revés? ¡Sería inconcebible en el marco de cómo se han dado las relaciones entre el puerto y el interior! Pero es un esquema del cual tal vez debamos desprendernos o cambiar de actitud porque nos condiciona. Ha llegado el momento de pedirle a Dios que se mude al interior o que por lo menos ponga una sucursal aquí.

Un factor decisivo que ha profundizado este condicionamiento es el modo en que los medios nacionales han ido concentrando la programación, los espacios y el poder. Los cordobeses consumimos choques entre autos que se producen en las esquinas de Capital, los robos, los secuestros, los piquetes, las peleas, las opiniones, el estado del tiempo, los personajes, las marcas, las tendencias, las opiniones. Y cada vez el espacio para desarrollar las cosas que podrían interesarnos a nivel local es más restringido.

Por si acaso dejo sentado: no soy partidario de que decisiones políticas reviertan esta situación, como fue el intento de plantearlo vía “Ley de Medios” o procesos compulsivos de ese tipo. Se tiene que dar de manera natural y sustentable, sobre todo en términos económicos. El desafío es lograr que dar un espacio a lo local sea tan atrayente para Córdoba -produzca tanto rating- que sea negocio para el medio que se aventure por esos caminos.

Dicho sea de paso, el porteño -y más el que supera los 40 años- no termina de entender que cuando una noticia aparece en el diario Clarín, Nación o en Radio Mitre, Canal 13 o TN, no quiere decir que la hayan leído, visto o escuchado en Córdoba. Aquí tenemos nuestros propios medios, nuestros noticieros y sobre todo nuestras noticias. Están también esos medios, pero no tienen el mismo impacto que en CABA y GBA.

Lo mismo sucede con lo digital. Córdoba tiene suficiente vida propia, como para llenar todos sus medios. Pero nos falta una dosis de coraje para encarar esa aventura.

Vuelvo a escandalizar un poco con mis comentarios agregados. Pero estamos entre cordobeses. Y lo hago al solo efecto de seguir profundizando en una visión de mayor toma de distancia respecto a que nuestro destino esté “atado”, cual un destino fatal, al del gobierno nacional y sobre todo a CABA y GBA.

Discuto en estos días con un grupo de chicos jóvenes que se escandalizan porque están por sacar la Ley que limita la posibilidad de compra de inmuebles, terrenos y campos por parte de extranjeros. ¡Nos van a colonizar y se van a comprar todo! Me decían alarmados. Pero esos mismos jóvenes no se intranquilizan ante el hecho que más del 60% de los campos -sobre todo los más grandes- de la provincia de Córdoba con mayor superficie de hectáreas tengan como titulares a propietarios hacendados que viven en los últimos pisos de las torres de Capital Federal, de Puerto Madero o de Recoleta, San Isidro o Pilar.

¿Por qué un brasilero o un norteamericano que compra un campo en Córdoba tendría una actitud distinta -más positiva o más negativa, más prudente o más temeraria- de la que pudiera tener un porteño que lo compra, sentado confortablemente en su departamento de Avenida Libertador y lo arrienda -sin pruritos- porque no tiene ganas de arriesgarse y explotarlo?

Este ejemplo no pretende que impidamos a los porteños tener campos en Córdoba. Sino para que tengamos una mirada abierta respecto a que ellos son personas dispuestas a invertir en nuestra provincia, como podrían serlo también los hacendados de otros países. Son uno más en un largo listado de posibles compradores a los que deberíamos ir a buscar.

 

II.   Buenos Aires no es mi ciudad

 

“Pero es que Buenos Aires es la ciudad de todos los argentinos”, nos dirá alguno, utilizando el slogan que usaba en su campaña nacional su último Jefe de Gobierno. ¡Eso no es cierto! Buenos Aires no es mi ciudad, aunque yo vaya seguido, al igual que Rosario no es mi ciudad. Córdoba es mi ciudad y las demás son ciudades que puedo querer, pero no las puedo sentir mías.

La concentración de riquezas de todo el país en Buenos Aires podría hacernos pensar que, por estar allí nuestro dinero, podríamos sentirnos “como en casa”. Pero eso sería mentirnos a nosotros mismos.

Por mi actividad profesional, asesoré hace unos años a una empresa multinacional líder que quería instalarse en Córdoba para ofrecer productos para el agro. Como había desarrollado una tecnología de vanguardia en las semillas que estaba patentada a nivel mundial, pero en Argentina no se respetan las patentes porque la legislación es débil, exigía al gobierno que proteja su desarrollo como condición para comercializarlo y mejorar el rendimiento de las cosechas argentinas de soja en forma exponencial. El gobierno nacional de ese momento -kirchnerista- no quiso pagar el costo político de esa protección y los envió a firmar acuerdos, uno por uno, con los grandes productores de soja de la Argentina. Toda esta historia viene a cuento porque cuando mi cliente gestionó esos convenios y logró pactar con el 80% de los grandes productores de la Argentina (aproximadamente unos 8.000 productores) casi 6.000 de ellos firmaron en las oficinas de la empresa en Recoleta, porque vivían a menos de 100 kilómetros del centro de Buenos Aires.

Esto nos muestra la enorme concentración que se ha producido sobre Buenos Aires. Enojarnos no nos ha servido de nada hasta ahora. Llegó el momento de evolucionar hacia otro tipo de reacciones.

Sigo ilustrando la situación con otro ejemplo archiconocido por los empresarios y comerciantes cordobeses, que también lo he visto con mis propios ojos, por mi actividad profesional.

Empresario que fabrica mermeladas y que tiene su fábrica en Monte Cristo. Si quiere acceder a vender sus productos en las sucursales de los grandes súper e híper que son nacionales, aunque solo le dé la capacidad (y la publicidad) para hacerlo en los locales de Córdoba de esas cadenas, en el 90% de los casos tiene que despachar sus camiones hasta Buenos Aires, donde se encuentran concentrados los grandes centros de distribución, para que luego otro camión los traiga desde allá para ponerlo en las góndolas del hipermercado de Córdoba. ¿No podemos directamente despacharlo aquí en el centro de distribución local? Pregunta, desesperado, el empresario porque los costos de trasladarlo y los riesgos de que le roben el camión en la entrada del Gran Buenos Aires son altos. La respuesta es siempre la misma: “no, no se puede, así estamos organizados”, responden los gerentes que dirigen estas cadenas, desde lujosas oficinas de Belgrano o Palermo Hollywood.

Dos ejemplos más para no aburrir: uno menor pero revelador de lo que muchas veces pasa cuando uno se convierte en el segundo de una lista, en lugar de ser el primero de otra.

En una de mis habituales visitas a clientes de Buenos Aires, tuve la oportunidad de conversar con los organizadores de una Fashion Week de B.A. Un evento potente de tendencias y glamour, que se hace en Patio Bullrich y que concentra a las grandes marcas nacionales e internacionales. Existía la inquietud de llevar este evento a Córdoba y nos convocaban por ello.

En primer lugar, sucedía lo que siempre sucede (y es lógico, pero a la vez muy condicionante): nos pedían que en Córdoba organizáramos algo mucho más acotado en despliegue, por una cuestión económica. Todos sabemos que los presupuestos de las marcas asignados a cubrir acciones y publicidad en el interior no suman más del 20% del total, salvo puntuales excepciones con rubros específicos como el agro, por ejemplo.

En segundo lugar, la discusión se daba respecto de que participaran marcas y referentes locales, así como modelos y diseñadores. Para la responsable de decidir esto, que era una mujer muy valiosa pero muy concentrada en B.A., la cuestión no le cerraba. Temía que eso le bajara el nivel al evento. Y lo decía sin tapujos al frente de un cordobés como yo, como si una persona de piel blanca le estuviera diciendo a uno de piel negra que no quiere invitar negros a su cumpleaños porque le va a bajar el nivel.

Pero además había una cuestión que los cordobeses conocemos muy bien: a los responsables de llevar este evento a Córdoba, desde la oficina de Buenos Aires, en cierta medida, les daba trabajo y sacrificio la gestión y eso les generaba un poco de pereza, digamos. Demasiado trabajo tenía en Buenos Aires como para tener que trasladarse veinte días antes para la pre-organización y luego quedarse durante la semana del evento. ¡Era -como dicen los jóvenes ahora- “un viaje”! Por eso esta responsable nos pedía si podíamos garantizar lo más posible que nuestros servicios fueran “llave en mano”, para no tener que viajar.

Tenían -por último- una convicción, aunque no la expresaran a viva voz: hacerlo en el interior, sí o sí debía resultar más barato, porque el interior… es el interior. Y no se equivocaban, porque así es la realidad. Por el costo de alquilar un cartel de publicidad en la Panamericana, una marca puede desplegar una campaña entera con medios masivos, acciones, prensa y eventos en una plaza como Córdoba.

 

III.      Basta de sentirnos “segundos”

 

Si este es nuestro destino a futuro: siempre ir por detrás de Buenos Aires, siempre ser el 10% del mercado nacional y no el 35% como es CABA y GBA; si siempre las inversiones, las propuestas disruptivas, los desembarcos de marcas internacionales, los lanzamientos, se realizarán primero en Buenos Aires y luego, por derrame se harán en Córdoba, estamos sentenciados a tener un límite de por vida.

Último ejemplo: participé como miembro y secretario de la Bolsa de Comercio de Córdoba, institución centenaria donde se realizaban las transacciones bursátiles y del mercado de valores de la región. ¿Tiene Córdoba, como punto de atracción de todo el interior del país, suficiente espalda como para tener una bolsa de capitales regional propia? ¡Por supuesto! Y por eso la importancia del edificio que ostenta la Bolsa de Comercio de Córdoba, frente a la Casa del Virrey Sobremonte, a una cuadra de la plaza principal (podríamos hablar de cómo fue denostado por la cultura de Capital Federal la figura de Sobremonte, pero ese sería otro largo tema).

En una de las tantas crisis recurrentes que hemos vivido en los últimos 20 años, Rosario se posicionó con mayor fortaleza que nosotros en lo que hace al mercado de granos, que es el más competitivo. Pero lo cierto de la historia es que, en una decisión desde capital se cerraron las bolsas regionales como la de Córdoba y se concentró todo en Capital Federal y solo una pequeña variante en el mercado de Rosario.

Los cordobeses de la “gloriosa” Bolsa de Comercio de Córdoba tuvimos que reunir fondos entre todos para comprar el 2 % del mercado marginal de Rosario, que es una pequeña sombra respecto del mercado concentrado de Capital Federal. Este es uno de los capítulos tristes en los que, sin darnos cuenta ni ofrecer batalla, Córdoba se quedó sin su Bolsa de Comercio propia, para representar a los capitales del interior.

Insisto en que así no podemos seguir. Los representantes que enviamos a Buenos Aires a representarnos, es como si “se fueran muy lejos”. El oropel de los grandes edificios de capital los termina encegueciendo o disminuyendo a la mayoría de ellos. Y el poder político que queda en Córdoba es como que está eternamente subordinado a la plata nacional, por lo que no puede terminar de “sacudirse el yugo”.

Esto no es poesía sino realidad: el 50% de los ingresos del Estado cordobés viene del nivel nacional. Es cierto que somos una de las provincias que menos dependemos ¡porque hay otras donde el aporte nacional llega a representar el 90%!

Un caso que nos puede servir para mirar nuestra relación con Buenos Aires desde otro lugar es el de Uruguay. Nuestro país vecino y hermano es muy notable por las coincidencias que tiene con Córdoba. En lo que se refiere a extensión, cantidad de habitantes, PBI, ciudades importantes, extensión de rutas, empresas, etc., somos sorprendentemente similares. Todos sabemos que Uruguay podría ser parte de Argentina, si no fuera por la intransigencia y la petulancia de Buenos Aires frente a los planteos del buen Artigas. Pero no es allí donde quiero apuntar: Uruguay se forjó en su espíritu propio. Y a pesar de que interactúa con Argentina en forma intensa (Punta del Este ha sido desarrollado sobre todo por capital y gente argentina) se para de otra manera ante Buenos Aires y ante el mundo.

Montevideo es una ciudad muy similar a Córdoba, pero el solo hecho de ser “capital” de la República Oriental de Uruguay los dispone de otra manera para proyectarse y hacer negocios con el mundo.

¿Necesitamos los cordobeses ser capital de una república independiente de Argentina para tener esta actitud? No, no es una cuestión de independencia política. Es una cuestión de tener otra mirada respecto de nosotros mismos. No somos los segundos de Argentina, ni los terceros. ¡Somos únicos! Somos una patria pequeña. Somos una nación dentro de una nación. Y tenemos que insuflar nuestra vocación de forjar nuestro propio destino, sin depender de nadie y con la capacidad de vincularnos con todo y todos, sin esperar un decreto para que nos libere o una línea área que nos conecte de pasada con Madrid o con Asunción.

No habrá futuro para Córdoba si no estamos dispuestos a escribir nuevamente nuestro propio porvenir.



7. Nuestra relación con el mundo

(Ver en versión PDF) 

 

 

Córdoba tiene que conectarse en forma directa con el mundo. Un porcentaje de cordobeses ya lo hace. Y por eso tenemos la exportación que ya logramos. Nuestras fábricas, sobre todo las automotrices, muestran una larga tradición de interacción con el mundo, incluso con gerentes de distintos lugares que se radican por un tiempo aquí (también hay otros rubros, por supuesto).

Varios de nosotros nos hemos ido a formar al exterior. Muchos viajan. Es plausible cómo algunos cordobeses van a ferias y congresos en todo el mundo para ver lo último de su área de interés, sea del agro, la medicina, los alimentos o la maquinaria.

La tendencia reciente de chicos y chicas que se van a “hacerse de algunos dólares” trabajando en Estados Unidos, Nueva Zelanda o Australia, incluso Costa Rica o México, es una experiencia positiva que luego se transmite a sus pares (mientras escribo este libro un hijo mío está haciendo esa experiencia).

El hecho de que varios estudiantes internacionales vengan a nuestra tierra a aprender español o hacer sus carreras, por una cuestión de costos (porque somos muy baratos), pero también por lo que ofrecemos, agrega a conformar una visión abierta al mundo. Ciertos eventos internacionales como el Rally y espectáculos extranjeros de todo tipo nos han hecho interactuar con gente de distintas latitudes.

Pero claramente no es suficiente. Estamos “sub ejecutando” -utilizando la jerga de los administradores- relacionamiento con el exterior.

El futuro de Córdoba pasa por una relación más directa e intensa con el mundo. Necesitamos ir y que vengan. Vender y comprar. Formarnos allá y que se formen en nuestras instituciones. Hablar sus idiomas. Competir para que se decidan a vivir aquí y que muchos cordobeses también se decidan a vivir en el exterior y mantener desde allá un vínculo permanente y organizado con su Córdoba querida.

 

I. La relación con los vecinos

 

Aquí hay distintas esferas de relacionamiento, que muestran diferentes niveles de complejidad. Hay una primera dimensión que es inconcebible que no hayamos desarrollado ya hasta el límite de nuestras posibilidades. Son los países limítrofes y sobre todo el gran país de Sudamérica: Brasil.

Sabiendo la incidencia que ya hoy tiene Brasil en nuestro comercio exterior, sin embargo, el relacionamiento que tenemos con el vecino país es mínimo. A nivel académico, a nivel institucional, en lo que se refiere a las vías de comunicación y el tráfico que generamos.

Raúl Hermida desde hace años se desvive explicando desde el ámbito del Instituto de la Bolsa de Comercio de Córdoba las oportunidades que supone para la Región Centro de Argentina aprovechar al máximo las redes fluviales (sobre todo el Paraná) para fortalecer un corredor bioceánico. Regiones del interior de Brasil conectadas con algunas de las nuestras, nos convertiría en una de las zonas más potentes del mundo. Todos hemos salidos inspirados y entusiasmados de estas presentaciones. Pero luego nada sucede.

Estoy seguro de que, si hacemos una investigación de cuánta gente que viaja en los vuelos que salen de Córdoba con destino a Sao Paulo u otras ciudades de Brasil como Río de Janeiro, lo hacen para quedarse allí y cuántas porque están en tránsito para ir a otros lugares, encontraremos que la mayoría no se queda y pasa de largo. Allí estamos perdiendo una oportunidad.

Vamos a lo más básico. ¿Cuántos de nosotros sabemos hablar portugués? ¿Cómo vamos a establecer relaciones más profundas si ni siquiera estamos en condiciones de comunicarnos? No quiero mencionar que no estudiamos la configuración, la historia y las costumbres de Brasil, ni en el colegio ni en la universidad, porque eso sería pedir demasiado. Está claro que subestimamos lo que tenemos que hacer para vincularnos con uno de los 10 países más importantes de la tierra.

Deberíamos tener mucho más en claro que esta relación con Brasil nos conviene sobre todo a nosotros. Y que en ese mercado y en ese país -con la población que tiene- puede canalizarse un porcentaje muy importante de nuestras expectativas de crecimiento y de expansión. Vincularnos con esta potencia vecina es un paso importante para ponernos en acción.

Más cerca en las posibilidades están Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú (aunque este último no sea limítrofe). Aquí no tenemos la barrera idiomática y las disparidades económicas son menores y más manejables. Tenemos el aditamento que nuestros productos y servicios son valorados en estos países posiblemente en mayor grado que Brasil que tiene como rasgo cultural que “ama” sus productos locales (por ello todos los que quieran introducirse al mercado brasilero, terminan haciéndolo desde una marca y una empresa local).

El caso de Santiago de Chile también es para preguntarnos por qué estamos perdiendo semejante oportunidad. Tenemos desde hace muchísimos años un vuelo que no es caro, que demora una hora para contactarnos con una ciudad que ha hecho bien los deberes en los últimos años y está conectada con los grandes mercados del mundo, sobre todo con los mercados asiáticos. “Los chilenos son difíciles y no le abren la puerta fácilmente a los argentinos”, repetimos como una muletilla para justificar nuestra mediocridad (además como si nosotros fuéramos fáciles).

En términos geopolíticos, si queremos dar un puntapié a una nueva era, donde no dependamos de Buenos Aires y comencemos un camino de independencia, no política pero sí “mental”, es estratégico que forjemos una alianza muy profunda con Santiago de Chile. Que hermanemos nuestras instituciones académicas y empresarias, nuestros medios de comunicación, que compitamos para generar lazos de amistad en lo deportivo y en lo cultural. Que intercambiemos todo lo que podamos intercambiar. Que abramos nuestras oficinas allá y estimulemos al máximo que ellos abran las suyas acá. Son parecidos a nosotros, más ordenados tal vez, pero debería resultarnos muy sencilla esta interacción, tal vez más de lo que supone interactuar con Paraguay o Bolivia, donde hay rasgos culturales y de idiosincrasia que, si en el caso de Chile nos hace hermanos, en el caso de ellos nos hace “primos hermanos”.

 

II.   Hispanoamérica está cerca

 

Una segunda esfera de relacionamiento con el mundo es América Latina y España. Aquí no hemos hecho nada y hay mucho por explorar. México, Colombia, Ecuador, Centro América y la gran España, que por distintos motivos hace tiempo que no exploramos con la intensidad que amerita el hecho de compartir el mismo lenguaje y costumbres.

Si lo único que queremos de España es el pasaporte si somos descendientes de españoles para irnos y ya no volver, entonces estamos fritos.

Yo me incluyo en este mea culpa. He tenido la oportunidad de interactuar durante todos estos años con sucesivos “cónsules de España” y nunca he aprovechado la oportunidad para explorar cosas de fondo.

En todos estos relacionamientos hay múltiples factores que deberían movilizarnos. Pero no nos pongamos colorados frente al principal factor que debería movernos: la necesidad de conseguir dólares, euros y aprovechar nuestra ventaja competitiva: tenemos buenos productos y servicios a un precio que a nivel internacional es muy bajo. No solo en la actual circunstancia del país donde directamente somos “regalados”, si no en general.

Direccionar la economía cordobesa hacia el foco de internacionalizarnos y direccionar nuestras instituciones y nuestra sociedad hacia la internacionalización es un faro de nuestro futuro, claro y potente.

 

III. Un cambio de mentalidad

 

Por supuesto que hay una tercera y una cuarta esferas, que al mencionar las anteriores ya nos desbordan y nos hacen resoplar por lo difícil que será todo. Y, sin embargo, es una picardía que estemos perdiendo el tiempo sin hacerlo ahora mismo. Se trata de la exploración de los grandes países y mercados: fundamentalmente Estados Unidos, Unión Europea y China.

¿Deberíamos explorar África? ¿deberíamos explorar Israel? ¿Por qué no explorar Irlanda, el sistema educativo de Finlandia o incluso la India? Hay tantas oportunidades para nosotros allá afuera, no tan lejos, muy cerca, que no estamos aprovechando por nuestro “espíritu provinciano” que en este caso nos juega en contra.

Cuento una anécdota que vale más que mil párrafos. Hace muchos años gané una beca para ir a Alemania a un encuentro internacional de jóvenes líderes de todo el mundo. La experiencia fue fascinante porque éramos representantes de más de 80 países. Apenas llegamos, como es natural, inmediatamente nos hicimos amigos entre los latinoamericanos. El brasilero, divertido y seductor de las mujeres, el cubano que rebosaba de palabras y adjetivos en cada frase, los uruguayos y chilenos muy parecidos a mí…

En la primera ronda de exposiciones nos pidieron que en 5 minutos cada uno explicara brevemente la situación de su país. Yo en ese momento venía de colapso del 2001, del corralito, los 5 presidentes y el “que se vayan todos”, así que cargué todas las tintas en la crisis y en la decadencia de Argentina. Otros latinoamericanos hicieron lo propio con sus países. Pero cuando empezamos a escuchar lo que contaban los jóvenes de África, los de Corea y Vietnam, los de Rusia, los de Medio Oriente, Irán, Afganistán, etc., advertimos que nuestras regiones son mucho más estables, tranquilas y desarrolladas de lo que nosotros pensamos.

Recuerdo a una líder africana que en su presentación dijo: “estamos muy felices por el nivel de desarrollo que estamos alcanzando. Hemos logrado que a las mujeres no se les aplique el Corán sino la Ley Civil, y que ya no sean apedreadas en la plaza pública. ¡Esto es revolucionario!” Con nuestros amigos brasileros, chilenos y uruguayos nos mirábamos con sorpresa.

No me equivoco si digo que, de tanto mirar negativamente nuestro contexto, nos subestimamos más de la cuenta en nuestra realidad y potencialidad. Y con Córdoba nos pasa lo mismo.

No somos más, pero tampoco somos menos. Y no tenemos que amilanarnos. Yo lo estoy viviendo en persona en los últimos años, en los que hemos internacionalizado nuestra empresa y hemos hecho trabajos para Estados Unidos, Colombia, Brasil y México. Tenemos calidad a buen precio. Contamos con profesionales de primera. Tenemos creatividad argentina, pero también poseemos disciplina.

Sin embargo, algo nos frena. Tenemos que revisar ese “algo” a fondo para correrlo, eliminarlo, superarlo. Se nos va la vida en esta acción superadora. El mercado argentino y la sociedad argentina, tan supeditados a lo que ocurre en el AMBA, y tan distorsionados por el conurbano bonaerense, son un mundo demasiado chico como para que podamos allí desplegar todo nuestro potencial.

Sé que cuando llega el momento, esta traba mental surge. Esta semana un aliado con el que estoy trabajando desde Miami me proponía atacar juntos el mercado del Perú: “durante un mes hacemos prensa, comunicación, organizamos un evento virtual para empresas a fin de difundir lo que sabemos sobre transformación digital. Y en 30 días viajamos para establecernos dos semanas y visitar las principales empresas”. Este aliado incluso tiene un “country manager” en Lima, por lo que la exploración tiene base firme. Yo dije que sí, pero para mis adentro pensaba: “cómo hago para viajar a Perú desde Córdoba” y otra serie de dudas propias de salir de mi zona de confort. ¡Qué esto no nos pase!

Quiero cruzar en el final de este capítulo la exhortación a “conquistar el mundo” comenzando por el más cercano, pero sin limitarnos solo a él con las ideas fuerza que marcamos como determinantes de nuestro futuro.

Si vamos a construirnos como polo de conocimiento, de alimentos y como el lugar donde las empresas y sus directivos deben radicarse, entonces tenemos que creérnosla y también prepararnos en estas verticales. Las acciones que hagamos para posicionarnos no pueden ser tímidas, ni extenderse en el tiempo ad aeternum. Necesitamos intervenciones cortas, intensas y eficientes.

Digo algo a modo de ejemplo disruptivo: exploremos qué tenemos que hacer para que 10.000 estudiantes de los países y los mercados que nos interesan vengan becados a estudiar aquí. Y que 10.000 estudiantes nuestros hagan sus carreras allá. Este tipo de acciones son las que rompen esquemas. O a nivel digital preparemos “landings” en los idiomas respectivos y no solo hagamos campaña, sino que nos aseguremos de montar un servicio muy eficiente de contacto y seguimiento de oportunidades.

¿Qué medidas audaces y disruptivas podemos hacer a lo largo de los próximos años para que los alimentos que ya se producen en Córdoba estén en las góndolas de todo el mundo? Hablo de los productos de Firenze, Dulcor, La Lácteo, Egran, Palmesano, Verdeflor, La Paulina, Piamontesa o Pritty, de Oblita y de Grandiet…

Está bien lo que hace la Agencia Pro Córdoba de exportación, de subsidiar el 50% de un viaje de negocios. Pero no creo que sea suficiente. Aquí necesitamos sumergirnos todos en una idea común que nos ilumine, nos inspire, nos entusiasme y nos lleve a la acción. Y que, una vez convencidos, toda la fuerza de Córdoba se encamine y no solo una humilde agencia.

Un punto extra para este capítulo: el turismo de Córdoba tiene que aspirar a ser internacional. Por lo menos de la primera esfera: chilenos, uruguayos, brasileros, peruanos. Aquí hemos hecho en distintos momentos algunos movimientos para lograrlo, pero luego quedaron en nada.

El turismo nacional no es suficiente para que el desarrollo del turismo de Córdoba sea sustentable. Necesitamos muchos más visitantes extranjeros ingresando por nuestro aeropuerto, con actividades que los entusiasmen para quedarse más de 2 días, que es lo que hoy dedican a Córdoba y así consuman, compren, coman, salgan por la noche, además de visitar nuestras bellezas (que debemos estar atentos, porque no son tan raras como creemos nosotros), y sobre todo experiencias de vida extraordinarias, que es allí donde podemos lucirnos, así como en lo que hace al turismo de convenciones.



8.     Educación: necesitamos una revolución

(Ver en versión PDF) 

 

  

Hemos definido que uno de los vectores sobre el que vale la pena seguir construyendo nuestro futuro es el desarrollo de nuestra matriz educativa. Pero no podemos ser mediocres: tenemos que picar en punta. Los países y las regiones compiten ferozmente en la actualidad por este factor diferencial cualitativo.

La combinación entre educación de excelencia, buenos servicios para que vivan aquí los directivos de las empresas y un posicionamiento muy definido sobre “alimentos” son los tres pilares que seleccionamos entre muchos posibles. Explicamos las razones de por qué elegimos esos y no otros.

Aquí hay una dualidad en la idiosincrasia cordobesa que nos anula. Por un lado, hay una mayoría apabullante de cordobeses que son conscientes del factor decisivo que es la educación para el ascenso social y también para superar la decadencia y la mediocridad en la que nos encontramos. Si hacemos una encuesta, el resultado sería demoledor: si nos preguntaran qué puede cambiar el presente de Córdoba, todos responderíamos que la educación. El compromiso pareciera no tener grises.

Pero a la hora de los hechos concretos, no demostramos ese compromiso, ni como padres, ni como educadores, ni como estudiantes, ni como gobierno, ni como miembros de la sociedad civil. Somos cómodos. Y si una institución educativa o un profesor nos libra de tener que poner esfuerzo en el tema, nos alegramos. La “ley del menor esfuerzo” se cumple en la mayoría de nosotros. De alguna manera -como dicen los jóvenes- lo “careteamos” al compromiso con la educación.

Si nuestra preocupación fuera real, posiblemente tendríamos otra actitud, como personas y como sociedad. Siempre se cuenta con admiración el modo impresionante de compromiso que muestran las culturas orientales respecto al éxito en la trayectoria educativa de los miembros de su familia. Dejan todo para que sus hijos asciendan y vayan a las mejores instituciones, conquisten las mejores notas y aprueben los exámenes. Como sociedad buscan que los protagonistas de la educación sientan el apoyo total, incluso en lo económico.

Una anécdota ilustra ese hecho: el día que se toman los exámenes generales en todo el país para ingresar a la universidad, en Corea, se prohíbe a los aviones hacer ruido despegando o aterrizando. Y la ciudad se pone al mínimo para que los estudiantes puedan concentrarse en su estudio y rendir los exámenes con éxito. Son un rally de exámenes de 8 horas seguidas.

Posiblemente esa cultura no sea nunca la nuestra, pero en nuestra tradición docta hay un largo camino recorrido de apuesta por la educación y la excelencia que debemos honrar y potenciar. Es, al final del día, nuestro principal orgullo. Y si hay algo por lo que no podemos dudar en jugarnos el todo por el todo es en esta competencia por ser un faro de educación en Sudamérica.

Sin embargo, la educación en Córdoba hoy es un “castillo de naipes”, que creemos que todavía se mantiene, pero en verdad ya se ha caído. Es uno de los sectores que más usufructúa el pasado, sin invertir en el futuro.

¿Hace falta que te fundamente que la educación en nuestra provincia está muy pero muy mal? Como no creo que sea necesario, lo voy a condensar en un par de párrafos para poder avanzar.

 

I. S.O.S. Educación Pública

 

El sistema de educación pública, que fue uno de los baluartes no solo del desarrollo de Córdoba sino de Argentina, está destruido. Si nos mentimos, nos vamos a equivocar feo. Porque reparar problemas y deficiencias del proceso educativo son proyectos a -por lo menos- 10 años.

Venimos de 15 años bajo la gestión del ministro Walter Grahovac y el liderazgo alternado de José Manuel De la Sota y Juan Schiaretti, que han resultado -más allá de la buena voluntad de Walter- un golpe de muerte para un proceso de decadencia que ya se insinuaba desde el comienzo de la democracia en 1983.

Es curioso el resultado, porque obras no faltaron. En su momento se construyeron 200 escuelas nuevas, aunque lamentablemente su construcción estuvo sospechada de corrupción (participó ni más ni menos que Ricardo Jaime, en ese momento viceministro de Educación de De la Sota, hoy sentenciado a prisión. Dato de color: ¡era agrimensor!).

También se construyó la Universidad Provincial, se han repartido computadoras y se probaron modalidades distintas como las escuelas PROA… desde la recuperación de la democracia incluso podemos rescatar el proyecto PAICOR, que fue una innovación para contrarrestar la pobreza y la subalimentación.

Pero hoy el panorama es decepcionante. Tenemos escuelas que a nivel edilicio son extremadamente básicas o muestran serias deficiencias. Que dan de comer a medias, en el sentido de la calidad de la comida. Pero lo más preocupante no es lo físico y ni siquiera estos servicios alimenticios, sino “espiritual”, podríamos decir.

El sistema público de educación de Córdoba está desahuciado, con docentes que ganan muy poco (que deben trabajar en 2 y 3 lugares trasladándose como locos) y que se muestran doblegados ante la realidad de no poder contener e inspirar a sus alumnos, por falta de preparación, de metodología, de adecuada utilización de la tecnología, por falta de contenidos adecuados y de tiempo para una interacción más profunda con sus educandos.

Los chicos no valoran la escuela pública, en términos generales. No le reconocen autoridad para enseñarles ni para cambiarles la vida. Y no es como fue siempre: que los niños y jóvenes más bien son reticentes a “levantarse temprano e ir a la escuela”. Ahora se da un fenómeno mucho más profundo, donde los chicos y chicas no le encuentran el sentido y abandonan directamente, o van, pero solo para cumplir con un mandato social.

La mitad de los adolescentes abandona en las escuelas públicas antes de llegar al final del secundario y la mayoría muestra -en las evaluaciones- severos problemas de aprendizaje en lenguas y matemáticas, comprensión de textos y consignas. Solo 50 de cada 100 niños y niñas que empiezan primer grado en nuestra provincia terminan la primaria en el tiempo esperado y con conocimientos suficientes en lengua y matemática. Casi la mitad no aprende lo que tiene que aprender. En el secundario los resultados solo empeoran. Apenas 24 de cada 100 estudiantes cordobeses que comienzan terminan en tiempo y forma.

La Senadora Carmen Álvarez Rivero viene levantando la voz, junto con especialistas y gente muy comprometida, respecto a cómo la raíz del problema se sitúa bien en el comienzo del proceso educativo, con falencias en la enseñanza básica de alfabetización y proceso de lectura y enseñanza de la matemática.

Lo que supuestamente damos por sentado que ocurre en los primeros grados del primario, no ocurre. Los chicos y chicas no aprenden a leer y escribir, a sumar y hacer operaciones elementales, así como a interpretar lo que leen. Y entonces van escalando año tras año en la complejidad del sistema -pasan de grado- sin tener lo básico.

Por supuesto, el guiso de distorsiones se nutre de problemas sociales y económicos que vienen desde los hogares, así como la droga y el consumo de alcohol, la violencia, la cultura de la marginalidad, el bullying…

También cuestiones que van en profundidad sobre la mala alimentación de los niños y niñas desde sus primeros años de vida, el lugar donde duermen y con quién, dónde comen, dónde estudian, el entorno familiar y los amigos que forjan (la buena o mala yunta, digamos).

Como el Estado gestiona mal la educación y está ausente en estos problemas más profundos y estructurales, la perspectiva se complica mucho.

Como me dijo una maestra de un barrio marginal alguna vez: “De aquí se fueron todos y dejaron al colegio público, al cura y al pastor en el medio de esta realidad para que nos la arreglemos solos”.

 

II.   Barrer bajo la alfombra

 

Dos actitudes de esta larga gestión educativa fueron muy negativas y no podemos darnos el lujo de permitirlas otra vez. La primera fue un signo de la gestión de Walter Grahovac y sobre todo de su Secretaria de Educación, Delia Provinciali, aunque mi convicción es que la orden venía de arriba. La estrategia que se intentó fue que nada que ocurriera en el ámbito de la educación generara olas en la opinión pública, ni siquiera que trascendiera.

La orden a todo el plantel educativo era que, si pasaba algo, se comunicaran con los directivos para que lo pudieran solucionar en silencio y sin “hacer olas”, con el claro objetivo de “barrer la basura bajo la alfombra”.

Esa sensación instalada, artificial, de que todo va bien en educación y que aquí en Córdoba los chicos no desertan, que no hay violencia, que no hay problemas (y que en cambio aprenden robótica e idiomas) fue una constante. Fue, podríamos decir, una exitosa estrategia de marketing político. Pero generó hacia abajo una olla a presión que no explotó, pero sí calcinó todas las voluntades y ganas de mejorar y cambiar que había hacia abajo. Los protagonistas de la educación en Córdoba -la mayoría de ellos- se muestran rendidos, abrumados, aun más después de la pandemia.

Recuerdo haber solicitado una reunión, junto con Carmen Álvarez, al ministro Grahovac para llevarle nuestra preocupación por la deserción escolar, potenciada luego de la pandemia, de la que nos venían alertando padres y madres, así como docentes en nuestras visitas a barrios y localidades. Grahovac nos atendió a los pocos días -en esto hay que rescatar que era un hombre accesible- y junto con un técnico del ministerio (mate en mano) intentó convencernos de que ellos tenían un sistema informático sofisticado, que seguía a cada alumno del sistema y que le indicaba que la deserción post-pandemia en Córdoba era mínima y no superaba el 7/8%.

Nosotros le expresábamos nuestras serias dudas sobre esta “información oficial”, porque en todo el país la deserción escalaba el 50% y además le reportábamos lo que nos estaban diciendo padres y educadores en nuestras recorridas, pero no hubo caso. La actitud de “aquí no pasa nada” volvía a repetirse con disciplina prusiana.

 

III. Educación estatizada

 

La segunda actitud es más compleja en sus consecuencias, aunque es de sintonía fina: el ex ministro Grahovac, que proviene del mundo sindical de la UEPC, y a pesar de que varios interlocutores que lo valoran señalaron a lo largo del tiempo su avance en lo que se refiere a visión, siguió hasta el final de su gestión priorizando la educación pública estatal, en desmedro de las instituciones educativas de gestión privada.

En las conversaciones con él, discutimos acaloradamente sobre el tema, pero él tenía una convicción: la interacción de las escuelas públicas con ONG’s, con empresas de la zona, con la comunidad, era una intervención y una distorsión. La educación pública tenía que ser dirigida y completada en un 100% por el Estado.

Él miraba con mucha desconfianza las iniciativas educativas privadas o que fueran iniciativa de la comunidad, por fuera del Estado. Esta visión, con el paso del tiempo, ha terminado “estatizando” de tal manera a las escuelas públicas que se volvieron instituciones cerradas solo gestionadas por agentes estatales, donde solo acude la gente que no tiene otra opción.

Los que tienen una posibilidad económica, por pequeña que sea, huyen de la escuela pública y hacen lo imposible por asistir a colegios de gestión privada o comunitaria. Este dato es suficiente muestra de que, así como vamos, no vamos bien. Estamos en el camino equivocado.

Si quisiéramos embarcarnos en una “revolución educativa” que contemple desde los inicios de los jardines maternales, jardín de infantes, primario y secundario, hay que elegir una estrategia distinta.

Una, más conservadora, sería apurar el paso para que la educación pública de Córdoba resuelva al menos los toscos problemas que se ven sobre la superficie, como por ejemplo la deficiente formación docente de los actuales agentes educativos.

Si recorremos este camino, en 10 años habremos revertido la tendencia a la decadencia, pero estaremos muy lejos de vivir un proceso ascendente. Porque, además de todos los problemas básicos, la educación -como institución y mecanismo social de transmisión de conocimientos y aprendizaje de habilidades- está puesta en jaque, ya no solo aquí sino en todo el mundo.

Nos puede pasar como a los viejos que arreglan la cancha de bochas pensando que es ese el problema por el cual la gente joven no acude a jugar, pero que -luego de arreglada- advierten que no vienen por una razón más profunda: a la gente ya no le interesa jugar a las bochas (es un ejemplo, no sé si le interesa o no).

Lo primero que tenemos que hacer, para poder volver a traer al centro del debate la educación y ver cómo la solucionamos, es superar la legitimación exclusiva para hablar de este tema que hemos dado solo al espectro ideológico de izquierda y de centro izquierda.

Todos los que no somos de ese espectro -esto ha ocurrido durante muchos años- directamente es como que no estamos autorizados a hablar, porque queremos corromper, quitar derechos y todas las cosas que nos endilgan, impotentes, para no darnos entidad siquiera de interlocutores tan válidos como ellos para expresar nuestra opinión.

Sin intención de hacer una “cacería de brujas”, es necesario subrayar que la educación pública argentina viene siendo planificada, conducida y gestionada por estos dirigentes y técnicos que podríamos enrolar en ese espectro ideológico mencionado de la centro-izquierda. El fracaso del sistema es sobre todo imputable a ellos.

Ellos mismos se auto titulan “progresistas”, pero su fórmula ha sido concentrar la transformación social a través de un esquema centralizado por el Estado y gestionado por grandes burócratas. En verdad no fue una política progresista sino muy retrógrada. A esto no lo digo yo solamente, lo dicen los resultados objetivos obtenidos como consecuencia de una mala gestión sostenida durante tanto tiempo

Todos los gobiernos nacionales, desde Raúl Alfonsín a Cristina Fernández, los provinciales (incluso los municipales) negociaron políticamente la cartera de Educación con estos sectores. Y bajo la influencia de esas ideologías, se han probado una y mil variantes de reformas, como si fuera un laboratorio de humanos. Sacar las notas, disminuir la competencia, adoctrinar a través de manuales y contenidos, atacar la noción de mérito y disciplina, introducir materias que no terminan de estar adecuadamente configuradas y nadie sabe bien para qué sirven, y hacer que todo suene políticamente correcto, pero careciendo de toda eficacia.

El fracaso está a la vista. Las últimas incursiones de La Cámpora en escuelas y jardines o los libros obscenos que enviaba el Ministerio de Educación de la Nación a las escuelas son epílogos grotescos de esta “militancia educativa” llevada a su extremo. 

 

IV.      Un camino disruptivo

 

¿Debemos poner entonces a la educación pública ahora en las manos de la centroderecha? Eso sería un error igual de funesto que el que hemos cometido en estas tres décadas. La propuesta más acertada en este caso es asumir que tal vez tengamos que explorar algunas medidas disruptivas.

Una de ellas, quizás la más novedosa, es que apostemos, como sociedad, a una educación que supere sus enormes falencias, no a través de una gestión estatal centralizada, sino al calor de la diversidad que produce el involucramiento y protagonismo de la sociedad civil, la iniciativa privada y comunitaria y la decisión de los padres en este ámbito, que hoy los repele.

Hablo de permitir que, un porcentaje importante de las escuelas públicas de gestión estatal, pasen a ser inspiradas y dirigidas por actores sociales, instituciones civiles o religiosas, cooperadoras de padres o emprendedores. Cada uno le dará su impronta, respetando -por supuesto- un núcleo básico de contenidos universales y mecanismos que procuren garantizar la calidad educativa.

Esto no es liberal, ni libertario. El principio de subsidiariedad, que es propio de la doctrina social de la Iglesia de toda la historia, aplicado al ámbito de la educación pública puede producir un verdadero círculo virtuoso, de abajo hacia arriba. Este principio aconseja que no haga un nivel superior, lo que puede hacer -sin ayuda- el nivel inferior. Nos sirve en este caso para ordenar lo que puede y debe hacer el Estado nacional, el provincial, el municipal, lo vecinal, la comunidad organizada de la sociedad civil, la familia, la empresa, el individuo. En lo educativo, abre las puertas para que se involucren -en forma activa- para gestionar, y también para decidir, los educandos, los padres, la comunidad que está alrededor de la escuela, las empresas que están allí, las ONG’s.

No hablo de instalar el “voucher educativo”, que sugirió Javier Milei y su gente, porque al parecer, es muy difícil su implementación en una realidad tan compleja como  la de Córdoba.

Por supuesto que la “revolución” se completaría, promoviendo que aquellos padres que envían a sus hijos a escuelas públicas también pudieran llegar a elegir la institución que mejor los interprete. Que incluso puedan premiar o castigar el desempeño de la escuela, moviendo sus chicos si no están conformes y detrás de ellos los fondos que asigna el Estado.

Eso cambiaría completamente la lógica de cómo se ofrece el sistema educativo hoy y cómo lo demandan los interesados. Dado que el boleto educativo en Córdoba es “gratuito” permitiría que los niños se movilicen sin costo hacia cualquier escuela, si no se sintieran satisfechos con la que están cursando. Pero -como digo- implementar estos criterios tipo “voucher” sería complejo.

Sí podemos producir un giro copernicano, si dejamos de pensar el rol educativo del Estado como una función que deba gestionar en forma exclusiva o prioritaria, como la pensamos hoy, sino a modo de excepción, recostándose más sobre auditar que se cumplan con los parámetros mínimos que pretendemos asegurar que estudie un ciudadano argentino y cordobés. Pero, de allí en más, dejar que la libre iniciativa permita que se multipliquen las opciones, ya sea por propia iniciativa o porque el Estado “licita” la gestión de las escuelas, que hasta ahora son gestionadas por empleados estatales.

Los fondos seguirían siendo aportados por el Estado en su totalidad, como ahora, pero su administración sería más eficiente, pues estaría en el nivel donde deben tomarse las decisiones –que es el propio colegio- y sujeta a resultados.

Imaginemos un sistema educativo plural y diverso, con algunos colegios públicos preparados para enseñar religiones y otros que no; unos que se inclinen por la música; otros por el deporte; con una rápida salida laboral; aquellos que planteen educación mixta y los que no; los que ofrezcan educación “militar” o se adapten a su medio rural; los que propongan muchas actividades extracurriculares: inglés, portugués, robótica, inteligencia emocional, ajedrez, artesanías o tornería...

Pensemos que en algunos colegios del mundo le están enseñando a respirar, a estar conectados con el presente, incluso en algunas regiones tienen una materia para fomentar la felicidad, porque advierten que los chicos están sufriendo y con ciertos indicios de depresión (este es el tema del último libro de Andrés Oppenheimer: “¡Cómo salir del pozo! Las nuevas estrategias de los países, las empresas y las personas en busca de la felicidad” que vale la pena leer).

¡Qué shock de vitalidad para nuestra educación hoy tan anquilosada! ¡Qué verdadera revolución educativa que será esa incorporación de la sociedad a sus claustros! Derribar esa muralla que tanta desigualdad produce entre la educación pública y la privada. Y dejar que la gente sea la protagonista, y no el funcionario de turno.

¿Hay margen para debatir estas ideas en una sociedad tan “estatizada”? Al menos pensémoslo para las escuelas públicas por inaugurar hacia el futuro. Aunque deberíamos incluir todo el sistema educativo incluidas las privadas.

 

V.   Abramos las puertas de la educación

 

La segunda prueba disruptiva que podemos permitirnos explorar, y que puede producir un “giro copernicano” en la educación de Córdoba, es relativamente simple de instrumentar y está al alcance de la mano. Solo es una decisión de romper con lo “políticamente correcto” que han instalado los supuestos especialistas de centroizquierda.

Se trata de la necesidad que tenemos de abrir la posibilidad de ser profesor del secundario a profesionales y personas que muestren experiencia en su rubro y que pueden aportarle a los chicos y jóvenes mucho más que solo conocimientos de libro.

En todos lados, pero sobre todo en los pueblos y ciudades pequeñas, hay personas muy reconocidas por su labor -médico, farmacéutico, comerciante o empresario, ¡hasta el cura o el pastor!- que sería muy bueno pudieran incorporarse a la dinámica docente, para “airear” las personas que ponemos al frente del aula para interactuar con los educandos, así como los contenidos que dictamos.

Traigo aquí la experiencia que viví en el Colegio Nacional de Monserrat, en donde la inmensa mayoría de los docentes (sino todos) eran profesionales que ejercían su profesión y a la vez daban algunas horas de clases. Esa institución durante muchos años fue un emblema de calidad educativa, a tal punto que sus egresados marcaban notorias diferencias en la universidad respecto de los estudiantes que habían asistido a otros colegios.

Por supuesto que podríamos (y deberíamos) exigirles que cumplan con ciertos requisitos, como realizar cursos de pedagogía y de metodología. Pero esos cursos son mucho más breves que los años de estudio que esa persona ya ha realizado y los años que tiene de experiencia profesional en la vida.

Lamentablemente, los profesorados docentes nunca han logrado dar a sus alumnos (futuros docentes) el mismo nivel que obtuvieron aquellos que cursaron una carrera universitaria. Y ni hablar si los comparamos con aquellos que, además de tener título universitario, han ejercido la profesión.

Está clarísimo que los que se dedican a la docencia secundaria pondrán el grito en el cielo. Pero estamos buscando variantes para que la educación, no solo mejore, sino que cambie.

Si todos asumimos, aunque nadie se atreva aún a gritarlo a viva voz, que el avance vertiginoso de la inteligencia artificial va a tumbar los cimientos actuales de nuestra tambaleante estructura educativa, porque simplemente los chicos y las chicas lo utilizarán para que los ayude a escribir cualquier proyecto, buscar alternativas, hacer cuadros comparativos (¡y hasta los machetes!), entonces no podemos demorar pensar que tal vez la transmisión de contenidos ya no podrá ser el eje de la dinámica educativa del secundario y que tendremos que poner foco en el desarrollo de habilidades: actitudes y aptitudes para utilizar de la mejor manera las nuevas tecnologías.

Y en ese marco, es probable que estos “nuevos profesores” que vengan del afuera tengan mucho más para aportar que nuestra estructura docente actual.

Está claro que la resistencia será feroz. Sigo con las anécdotas acumuladas por tantos años de trabajo en conjunto con Carmen Álvarez Rivero. En las charlas que mantuvimos con el ex Ministro de Educación, y ante la escasez de profesores y profesoras de inglés para dar esa materia clave en los colegios públicos, Carmen insistía en que los vayan a buscar a la Escuela de Lenguas de la Universidad, porque tienen un buen nivel y una interesante comunidad de egresados (Carmen conocía de primera mano ese nivel porque de esa facultad había egresado recientemente una de sus hijas). Pero el ministro Grahovac se ponía tozudo respecto a que “esa gente no sabía enseñar”. Y allí nos quedábamos entonces: con el problema irresuelto, sin explorar la posibilidad de un plan b.

 

VI.   La relación entre la educación y las empresas

 

Hay una tercera prueba disruptiva que podemos intentar. Va en la línea de las anteriores, pero agrega un elemento extra. Es el esfuerzo que debemos hacer para romper los obstáculos que impiden una relación fluida e intensa entre el sistema educativo y el sistema productivo, esto es, las empresas de todo tipo y especie.

Posiblemente, el mayor obstáculo que haya que remover sean prejuicios ideológicos del sistema educativo y una gran desconfianza de parte de las empresas de que les hagan perder el tiempo y les desordenen sus procesos.

Si esta interacción no se institucionaliza de alguna manera, va al muere. Si solo se trata de “una charlita del empresario a los chicos del último año” o de “una pasantía de un mes para que vean un poco de qué se trata trabajar en una empresa”, esa interacción está dando resultados muy flacos.

Aquí hay una propuesta estructural que está desarrollando la Senadora Carmen Álvarez Rivero y que no es invento de ella, sino que funciona en muchísimos países del mundo. Se trata de generar una nueva modalidad en el secundario, llamada “Educación Dual”, por la cual los jóvenes desde el cuarto año del secundario pueden elegir este camino que les permite trabajar y capacitarse tres días en una empresa -en un oficio determinado- y luego dos días asistir al colegio y recibir educación formal.

El oficio que aprenden por supuesto tiene que tener todos los requisitos: contenidos homologados, formas establecidas de examen de los avances, perfil del tutor dentro de la empresa.

Cuando la referida senadora nacional ha salido -en los últimos dos años- a conversar con los más diversos sectores empresarios, sindicales y técnicos ha encontrado que aquellas empresas que no están ávidas de nuevos perfiles, lo ven difícil y encuentran uno y mil peros. Pero en aquellas otras en las que les está faltando como recurso clave jóvenes técnicos, aceptan la iniciativa con los brazos abiertos.

¿Puede un chico de 15 años aprender mientras está en el colegio el oficio de tornero, plomero, cocinero, mozo, administrativo especializado en una tecnología, ayudante agropecuario, etc.? ¡Sí puede! Si estamos de acuerdo en esto, encarar los detalles de cómo instrumentarlo no debería ser un obstáculo.

Como estamos pudiendo ver, hay alternativas para estudiar, hay nuevos caminos que otras regiones similares a nosotros han recorrido en el mundo con éxito. Solo necesitamos reconocer que, así como venimos, no va más. Y que la necesidad de disrupción es fuerte y evidente.

La educación en Argentina, según la Constitución Nacional, depende de las provincias. Es decir, que en esta dimensión no podemos mirar para otro lado: lo que hagamos o dejemos de hacer depende de nosotros, los cordobeses.

¿No ha llegado la hora -por la profundidad de la crisis actual de la educación- de convocar a un Congreso Educativo con profesores, padres y alumnos para definir los contenidos que queremos sean “obligatorios”, tanto en el primario como en el secundario en Córdoba? ¿Se animarían los burócratas que pretenden manejar la educación desde sus oficinas del Ministerio a semejante apertura?

 

VII. La hipótesis de máxima

 

No quiero terminar este capítulo sin dejar asentado el horizonte más disruptivo, pero que tal vez termine siendo el más eficaz: la posibilidad de que el Estado cordobés solo garantice titulaciones primarias, secundarias y terciarias por haber sido rendidos ante una instancia pública certificante. Pero que cada alumno y su familia puedan decidir con absoluta libertad cómo y a dónde prepararse para rendir esas titulaciones.

¿Podría darse el caso extremo de que una madre prepare a los chicos en su casa para que luego vayan a rendir? No sería recomendable, porque allí no se da el factor de la sociabilización. Pero en esta última instancia no estaría prohibido, con tal de que el hijo luego rinda los exámenes y pruebe que está avanzando hasta llegar a la titulación final.

Lo importante es que le perdamos el miedo a la libertad. Los cordobeses, liberados en su iniciativa, vamos a construir en la diversidad la mejor versión de nosotros mismos hacia el futuro.

Una sociedad diversa, de personas educadas por instituciones comprometidas con lo que creen, plurales en su pensamiento y en su modo de entender el mundo, es la opción más adecuada para que Córdoba desarrolle una identidad enriquecida y llena de matices, para un futuro como el que hemos descrito y que se viene para las próximas décadas.

¿No estás de acuerdo con nada de lo que he propuesto? Perfecto. No hay problema. Con solo lograr que te pongas a pensar tu propuesta alternativa -como ya dije- habré cumplido con el propósito. Lo importante es que coincidamos en que, así como vamos, no hay futuro para la educación en Córdoba.



9.     Universidad Nacional ¿de Córdoba?

(Ver en versión PDF) 


  

En estas reflexiones sobre la universidad -como mencioné- no solo dejo mi pensar, sino también mis sentimientos.

Ir al Colegio Nacional de Monserrat supone ir a un colegio universitario, desde muy chico. Viví ese orgullo -aprendí desde niño a cantar el himno de la universidad, en latín, para entonarlo en cada evento patrio-. Pero también viví los continuos intentos de la “política universitaria” mediocre de destruir los valores del Colegio Monserrat, por motivos ideológicos.

Yo mismo, siendo presidente del Centro de Estudiantes en el último año, debí pelearme con dirigentes estudiantiles universitarios que odiaban el sistema de ingreso por examen que tenía nuestro colegio y querían darlo de baja a toda costa. Les parecía que era más justo que la gente entrara por sorteo. Otras autoridades universitarias odiaban que el colegio tuviera tan entronizada en su pasillo central a la Virgen de Montserrat. Para ellos era un insulto a la “laicidad” que muestra orgullosa la UNC. Recuerdo haberles hecho mención de lo extraño que era negar sus propios orígenes y hasta su propio escudo que lleva una consigna religiosa: "Ut Portet Nomen Meum", que significa "para que lleven mi nombre", y el distintivo jesuítico "JHS".

Fui también a la Facultad de Abogacía de la Universidad Nacional de Córdoba del año 1990 al año 1996. Y me recibí de abogado con orgullo, aunque también sufrí esos claustros, por la mediocridad, el “formalismo en las formas”, el vacío en las prácticas y por un esquema donde los profesores, no importa si sabían o no, no tenían ningún estímulo para desplegar un vínculo más profundo con sus educandos.

Cuando egresé, escribí y publiqué un libro -“Ay Justicia! Consejos inútiles para ingresantes a la Facultad de Derecho”, de Editorial Atenea- donde intentaba advertir a los nuevos alumnos que no se dejaran enfriar el alma por la amansadora del enciclopedismo de esa Casa de Altos Estudios, que nos largaba a la calle sin haber hechos ni media práctica concreta, ni medio debate, solo cátedra y memorización.

En ese libro hablaba de la “educación procustiana”, haciendo referencia al célebre Procusto, que en la mitología griega se encargaba de igualar a todos: a los que sobresalían los achataba y a los otros los alargaba. Era una metáfora de la uniformidad y la mediocridad que yo sentía tenía la facultad y la universidad en general en esos años.

No puedo describirles el impacto psicológico que fue para mí, luego de haber cursado cinco años de la nacional, poder ir a cursar un master a la Universidad de Navarra en España. Tener profesores full time dedicados, que luego de clase nos incorporaban a los equipos de investigación en los que hacían estudios súper actuales -del hoy y del ahora- mientras nos alentaban a leer el material básico de la materia, pero sin quedarnos solo en ello. Y que el profesor nos dijera al final de cada clase: “cualquier duda pueden pasar por mi box por la tarde y lo conversamos personalmente”… Era como vivir en otro planeta. Lo disfruté muchísimo, pero además me sirvió de contraste con lo básico que resulta cómo enseñamos y cómo aprendemos en nuestra rústica y querida universidad nacional, masiva, igualitaria, pública, y la mar en coche… pero mediocre.

Treinta años después pude ver a mis dos hijos mayores intentar desarrollar sus carreras en la Nacional con entusiasmo. Pero a los dos años decidieron cambiarse de universidad. En las otras les va bárbaro, sacan notas excelentes, pero les ha quedado un dolor grande por la indiferencia y la frialdad académica que vivieron esa fría maquinaria de transmitir conocimientos, rendir y hasta ahí nomás que es hoy la Universidad Nacional de Córdoba.

Lo he visto también con sobrinos, con primos, con amigos e hijos de mis amigos. Y lo he vivido como empresario y como dirigente, cuando me he relacionado con alumnos y egresados.

Esa fuente de orgullo que es nuestra “mater universitas” para los cordobeses, está decadente, tenemos que decirlo y tenemos que gritarlo, a pesar de los hermosos kilos de cemento que se incorporaron en la etapa kirchnerista (además de mucho relato y folklore político/ideológico). Pero nadie puede o se anima a decirlo o gritarlo. Porque aquí, más que en ningún otro ámbito, funciona la “policía del pensamiento progresista” de lo políticamente correcto.

 

I. La universidad nos estafa

 

¿Por qué sigue siendo la institución más respetada en Córdoba, por arriba de otras instancias? Porque es un caso paradigmático de algo que en nuestra provincia está usufructuando su pasado, que le alcanza para zafar en el presente, pero cuya proyección es preocupante, por su falta de proyecto de futuro acorde con el proyecto de Córdoba.

Hablamos de uno de los presupuestos más importantes de Córdoba, después del gobierno provincial por supuesto y de la municipalidad. Son más de 100 mil millones de pesos -similar a todo lo que invertimos en seguridad los cordobeses- que se consumen en un 90% en sueldos docentes.

Los profesores son muchísimos -más de 10.000 titulares, adjuntos y ayudantes-, porque el ingreso de alumnos es completamente indiscriminado y su permanencia -a lo largo del tiempo- no tiene ningún tipo de estímulo, ni tampoco de penalidad respecto de la velocidad para egresar.

En los primeros años, vemos esas grandes aulas, con cientos de alumnos que llegan antes para guardar su pequeño espacio; con profesores que -ante la cantidad- no logran empatizar y personalizar y solo atinan a seguir el programa dando los contenidos establecidos, para ver si los chicos aprueban con cuatro y fluyen hacia adelante, sin pensar si los están preparando verdaderamente para la vida y para la profesión. La dinámica es una estafa para los chicos y las chicas; un engaño realizado con dinero público y a los ojos de todos. ¿Por qué una estafa? Porque esos chicos y chicas no están aprendiendo realmente.

Leo los datos del último año de la UNC y aparece que son 180.000 estudiantes con 44.000 que ingresaron a comienzo del año, pero con 6.700 que egresaron. Estamos hablando del 15%. ¿Cuánto nos sale este “probar” de tantos miles de estudiantes?

La estafa se propaga como una mancha de aceite, hasta en detalles que -en este marco de análisis- producen risa: la universidad no solo es completamente gratuita para los alumnos, sino que además los subsidia en el lugar donde comen diariamente -el “comedor universitario”-. Allí tiene de tal manera subsidiado el menú que sale un décimo de lo que sale en cualquier otro lado. Si supiera realmente la persona sin recursos, que compra un paquete de fideos para paliar el hambre del día, que en esa adquisición está financiando el menú de aquellos universitarios que comen casi “gratis”, estoy seguro que se enojaría. Pero el progresismo no se lo quiere decir y -en cambio- le insiste que financiar a todos los estudiantes, sin mirar si tienen recursos o no ¡es luchar por la igualdad!

La forma en que la política universitaria ha tomado la universidad y ha invadido todas sus dependencias es demencial. Hay un militante de Franja Morada, del Peronismo, del PRO, de los independientes y de la izquierda, tanto sean del sector profesores, alumnos, egresados y no docentes en cada cuartito y en cada dependencia, cobrando por algo que no se termina de saber si sirve o no para el mejor funcionamiento de la universidad. Con entregables de dudosa calidad académica, científica e institucional.

El ámbito donde delibera el Consejo Superior de la UNC, parece una mesa de la Unión Europea, en forma de círculo, con micrófonos, cafés y asesores por doquier, pero sin la energía para producir la transformación que nuestra universidad necesita. Claro: del presupuesto universitario el 50% se concentra en la estructura central. Y solo un 25% es  gestionado por las 15 unidades académicas (el resto es Hemoderivados, hospitales y escuelas).

Con solo una anécdota puedo graficar el grado de distorsión ideológica que reina en esos claustros. Hace pocos años unos decanos me convocaron, por nuestra empresa de marketing, para realizar unos videos institucionales por una presentación internacional que debían hacer. Cuando formulamos la propuesta, uno de los guiones hablaba del vínculo estrecho entre la Universidad y las empresas de Córdoba. Esto motivó un largo debate entre ellos y sus asesores sobre la conveniencia de poner “semejante frase”. “¿Qué pasa si se filtran estos videos y son compartidos por la comunidad educativa?” ”¿Qué diremos cuando nos increpen respecto a qué empresas se están vinculando? ¿Y con qué intereses?” Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Los directivos de la universidad tenían pánico de proclamar un vínculo con las empresas, que -dicho sea de paso- era tan mínimo como casi inexistente. El final de la historia es que me pidieron con toda delicadeza que evitara esa frase…

 

II.    La universidad es de los cordobeses

 

La pregunta es: ¿esta universidad nacional, así como está, nos sirve a los cordobeses? Y un interrogante mucho más profundo, para saber si podemos intervenir o no en su derrotero: la universidad nacional de Córdoba, ¿es de la nación o es de Córdoba?

¡Es de la comunidad educativa!, gritará un joven militante, agregando: “gracias a la Reforma Universitaria, nos dimos el derecho de autogobernarnos”. Yo, que también estoy orgulloso de que hayamos hecho en nuestra historia la referida reforma, sin dudarlo le respondería: “hay dos posibilidades, o la universidad es de la nación porque de allí vienen los fondos, o la universidad es de los cordobeses, porque nosotros la forjamos antes de que fuera del Estado Nacional -un legado jesuita- y la necesitamos como factor estratégico”. ¡Además los fondos que financian nuestra universidad es la que nos sacan por impuestos!

Si asumimos que es nuestra y que es estratégica para nuestro futuro -un pilar de las tres grandes ideas fuerzas que compartimos- entonces hay que intervenir de manera decidida y contundente, para que nos garantice la excelencia que necesitamos en la formación de nuestros profesionales y la investigación que requerimos para posicionarnos a la vanguardia de la industria de los alimentos y entre las regiones que más apuestan a la educación y el conocimiento.

Para que tengamos una idea: hoy se financian unos 4.500 docentes que supuestamente también son “investigadores” y aproximadamente 1.400 proyectos de investigación. ¿Qué de todo eso impacta real y positivamente en las patentes y proyectos de innovación que necesitamos para Córdoba?

Tenemos que levantar la voz: no queremos muchos alumnos, que luego no egresen, porque es un despilfarro de guita. No queremos además estimular el egreso de carreras donde nos sobran profesionales, sino que queremos poner foco en las carreras donde nos faltan: ingenierías, tecnología, medicina, agronomía, matemáticas, bioquímica, etc. ¿De qué nos sirve que el año pasado hayan ingresado 4.600 alumnos a Psicología y 3.800 a Abogacía, si solo 1.220 decidieron estudiar Licenciatura en Ciencias de la Computación?

Tampoco queremos que cualquiera dé clases, sino profesionales de reconocido prestigio, que se hayan especializado con formaciones de post grado y que estén evaluados constantemente por los alumnos, por la universidad y por auditorías externas. Y sobre todo que tengan mucha experiencia en la vida, en la profesión y en el mercado.

Queremos transparencia en la administración de los recursos, concurso en todos los nombramientos y completa publicidad de toda la información, incluso las notas, tanto de los alumnos como de los profesores, todo. Al igual que en la administración pública, no debería haber ningún despacho con información que no pueda y deba ser compartida a través de internet con los cordobeses, que somos los dueños de esa institución histórica.

El caso de la Universidad Provincial es para analizar. Allí se están dando otros criterios de gestión y por eso está logrando otro perfil en los 12.000 alumnos que integra. Deberíamos discutir el criterio de selección de las carreras que se dictan en relación a qué proyecto de provincia inspira esas decisiones. No digo ni propongo dejar de enseñar Arte, Cerámica y Diseño, pero si hay otras opciones públicas y privadas, posiblemente deberíamos hacer foco en las carreras que no existen y que necesitamos con mayor urgencia.

Tal vez sea más necesario una tecnicatura en la industria del petróleo (para no seguir repitiendo solo la idea fuerza de alimentos) o de software o de turismo o de logística, que enseñar cerámica. Por lo menos deberíamos discutirlo abiertamente, porque esa universidad también es nuestra y la sostenemos con nuestros impuestos.

No tengo la suficiente información como para hablar de la Universidad de Río Cuarto y de la Universidad de Villa María. Pero intuyo que debe replicarse el modus operandi que aquí y por lo tanto los resultados mediocres. Temo que la nueva universidad nacional de Río Tercero, recientemente aprobada, sufra las manipulaciones políticas que ya denunciamos y nazca fallida o mediocre de entrada.

No voy a dejar de decir que aquí también debemos poner en observación a los responsables de que la educación universitaria en el país y en Córdoba esté sufriendo esta decadencia. Es una yunta extraña entre la intelectualidad del kirchnerismo, de la izquierda y del radicalismo, que han tejido una telaraña infranqueable.

A todos los cordobeses nos conviene ver con buenos ojos el crecimiento de las universidades privadas, tanto nuestra querida Universidad Católica como la Universidad Blas Pascal o la Universidad Siglo XXI. Allí también hay mucho por hacer y por crecer. Posiblemente estas estructuras estén mejor preparadas para reaccionar más rápido a proyectos a futuro que la elefantiásica Universidad Nacional.

Dejo aparte a la UTN porque, a pesar de ser pública, ha sabido mantener un estándar de excelencia notable y una conexión con el mundo de las empresas de Córdoba y de la producción que vale la pena destacar.

 

III.      Universidad y empresas, codo a codo

 

¿Cómo podemos hacer para que las universidades nacionales se pongan cuerpo a cuerpo con las empresas de Córdoba y las start ups a investigar, desarrollar, probar, disponer de tesis e hipótesis, prototipos, estudios de campo? ¿Cómo hacemos para que, el puente entre estos dos sectores, sea tan fluido y directo que se integren desde el momento de definir el perfil de los egresados, los contenidos que trabajan y los casos, la integración entre los profesores y los profesionales y directivos de las empresas, así como sus áreas técnicas?

Cuando hablo de empresas hablo de las empresas de Córdoba, que en su mayoría son pymes, incluso consultorios, agencias, consultoras, comercios, kioscos. Está claro que solo un porcentaje muy minoritario son grandes empresas. Pero es, en ese “enjambre” de pequeñas empresas, donde se puede prender como una mecha el potencial de este relacionamiento.

¿Puede ser que -por ejemplo- yo, que dirijo una de las consultoras de marketing y publicidad más antiguas de Córdoba, así como antes mi padre y mi hermano, jamás hayamos sido convocados por la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC para que podamos contarles las inquietudes y necesidades de nuestro sector, así como las fallas en el perfil del egresado que advertimos están produciendo?

Todos los días llegan currículos y hago entrevistas a esos egresados -lo he hecho por años- y advierto estas falencias. Pero no puedo hacer nada, porque ni siquiera he sido convocado a dialogar por las autoridades. ¿Será una excepción mi caso o es la regla general? Si sos empresario, contame: ¿alguna vez te convocaron?

Veamos el caso de los oficios que están tratando de desarrollar desde la Universidad y también la iniciativa de pomposo nombre: “universidad popular” que han llevado a varias localidades (de hecho, a la mitad de las localidades de la provincia). Es notable cómo cuando algún profesor o directivo ha realizado el contacto con la demanda del mercado, esos procesos han sido exitosos. En cambio, cuando han sido paridos a puertas cerradas desde la Universidad han sido un fracaso rotundo, con mucha ideología y poca práctica.

Entro ahora mismo a la web de la UNC, en el buscador pongo “universidad popular” y me surge una serie de cursos y talleres realizados con nombres de este tipo: “Curso Mujeres emprendedoras: herramientas para emprender con perspectiva de género”.

¿Acaso la “perspectiva de género”, que es un planteo ideológico, le va a dar a la formación de esa emprendedora algo distinto que al emprendedor hombre? ¡Por favor!

¡Que se trata de la plata de todos! Del albañil y del desempleado que manda fondos a la universidad desde su compra de fideos, que acaba de hacer…. Un poco más de respeto por los fondos públicos.

 

IV.      ¿Debe ser “gratuita”?

 

Aquí solo dejo sobre el escritorio para pensar, porque hemos dicho que vamos a debatir todo sin prejuicios ni condicionamientos, la cuestión de la supuesta gratuidad de la universidad pública, sin ningún tipo de filtro.

Anticipo mi posición en ese debate: que la universidad sea completamente gratuita para todos y todas, sin distinción, es una injusticia de la que se van a escandalizar las generaciones futuras, así como ahora nos escandalizamos de actos discriminatorios flagrantes del pasado.

El silencio de la clase media cordobesa respecto de este tema es un factor más muy negativo. Pero, de alguna manera, la política y el Estado han comprado nuestro silencio.

Hablamos de muchos cordobeses que nos hemos acostumbrado a que un cierto “colchón de privilegios” se nos sea dado porque si. Ir a la universidad gratis, trabajar en el Estado con buenos sueldos y sin tanto trabajo, recibir luego la jubilación de la Caja que intenta pagar el 82% móvil prometido, aunque eso ponga en jaque a las finanzas provinciales, disfrutar de ciertos espacios de cultura y deporte también gratis o a un costo insignificante….

Que todo ese colchón de privilegios se mantenga en un status quo, sin importar lo que cueste, es -hay que decirlo sin vueltas- una vergüenza.

Ha llegado la hora de sacarnos las anteojeras y ver la contradicción que es flagrante: que está en frente de nuestras narices. La mayoría de los estudiantes que van a la Universidad Nacional podrían pagar aunque sea una cuota simbólica para estudiar. Porque seguramente lo venían haciendo en el Colegio Secundario. Aquellos que no pueden pagar, deben ser becados. Pero los que podemos pagar, deberíamos costear aunque sea una parte de la educación de nuestros hijos en un país donde la mitad de la población es pobre.

 

V.   ¿Podemos contar con la universidad o no?

 

Saber si vamos a contar o no con la Universidad Nacional de Córdoba, para forjar nuestro proyecto de futuro, es muy estratégico. Me atrevería a decir que, si fracasamos en esta gestión, posiblemente fracasemos en todo el resto.

Pero seamos optimistas: visionemos una universidad de Córdoba que ha logrado superar con éxito el desafío de la virtualidad -y por tanto la competencia con cualquier universidad virtual del mundo-, con miles de estudiantes de otros lugares  del planeta que vienen a estudiar aquí para enriquecernos con ese tremendo intercambio cultural (sin que eso suponga que les financiemos nosotros la aventura); y otros miles de nuestros estudiantes en intercambios en Europa, en EE.UU., en Asia, en África y, por supuesto, en América Latina, logrando ese estándar de internacionalización que nos hemos planteado.

También con profesores que vayan y vengan. Con titulares de Cámaras empresarias sentados en los Consejos Directivos de las universidades, compartiendo lo que el mercado demanda, y con una fuerte impronta de investigación (con su correspondiente presupuesto asignado) de cuestiones que realmente nos sirvan para producir más y mejor. Tal vez con un foco particularísimo en innovar en la producción de alimentos que puede ser nuestra estrella polar.

Una universidad con un sistema flexible de créditos, que le permita a los estudiantes moverse entre las facultades, en busca de las materias que más les interesan según su perfil personal (y que también los vincule en forma multidisciplinaria y les quite el sesgo propio de cada título). Que un estudiante de abogacía pueda estudiar algunas materias en ciencias económicas, así como una estudiante de lenguas en filosofía, o uno de administración, en ingeniería.

¡Qué tremenda incidencia que tendría la Universidad Nacional de Córdoba si los cordobeses la recuperáramos para nosotros y para que sea un factor clave de nuestro futuro!



10.      Las empresas de Córdoba ¿tienen futuro?

(Ver en versión PDF) 


  

El futuro de Córdoba, según el espíritu de estas reflexiones, no dependerá de un gobierno, ni de un funcionario, ni siquiera de un líder, sino de la sociedad, de la gente, pero sobre todo de la iniciativa privada de los cordobeses.

Y aquí juegan, en primer lugar, las empresas y los comercios de Córdoba: su fin de lucro es una motivación muy concreta y muy potente -ha quedado demostrado por la historia- para asentar sobre ellas las expectativas de que sean los que más rápido y más enérgicamente reaccionen buscando aprovechar las oportunidades.

La iniciativa privada no es “el chupasangre” al que hay que mirar con desconfianza, sino el agente más potente de construcción del futuro. Por supuesto que va a ganar plata por eso y así debe ser. Pero en el camino, nos beneficiamos todos de manera directa e indirecta. En este sentido, los proyectos privados tienen mayor eficiencia que los de la comunidad porque muchas veces, estas últimas al no tener dueño, avanzan con más ambigüedad.

Nombro, como un caso paradigmático, a las empresas desarrollistas de Córdoba. Porque han sido ellas las que han invertido y arriesgado para ampliar la ciudad y mejorarla en su oferta residencial y de departamentos, incluyendo acuerdos públicos-privados que han aportado obras e infraestructura, a la par que han transformado zonas que en otra época aparecían completamente degradadas.

Un caso para destacar -hay muchos- es la tarea que ha desarrollado por ejemplo la empresa Edisur en “Manantiales”, que se construyó sobre lo que -cuando yo era chico- era la Villa de las Siete Alcantarillas: un lugar tremendamente sucio y peligroso. Hoy es una de las zonas más lindas de la Ciudad de Córdoba.

Si concibiéramos este desafío como un mundial, al que tenemos que enviar un equipo de futbol, en la delantera de las empresas deberían estar las compañías dedicadas a la producción y comercialización de alimentos, porque hemos puesto allí nuestra particular mirada sobre la potencialidad que ostentamos.

Por detrás correría el inmenso abanico de empresas de todo tipo y especie que, aun no siendo las “estrellas de los alimentos”, son competitivas en la industria del software, la metalmecánica, laboratorios y por supuesto la industria del conocimiento.

En la retaguardia tenemos una inmensa red de empresas capaces de proveer de servicios, tanto a la delantera industrial local como directamente al exterior. Desde servicios de logística hasta de medicina, profesionales o turísticos, de educación o de arreglo del auto (o de dientes).

Al arco y en la defensa, tendríamos a la robusta producción agropecuaria que nos brinda volumen de exportación, estabilidad económica y financiera y materia prima para encarar los desarrollos industriales.

 

I.     Necesitamos dólares

 

Todo, absolutamente todo en Córdoba, debería estar enfocado a la exportación. ¡Necesitamos muchos dólares! Tenemos que aspirar a duplicar y triplicar lo que somos capaces de vender al exterior. En volumen, en divisas y en diversidad de productos. Si hoy exportamos 87 productos distintos, deberíamos lograr que sean 240.

La búsqueda de “dólares” (aunque también de euros y de yuanes) debería convertirse para nosotros en una verdadera obsesión. La columna vertebral de nuestro despegue económico. Todo lo que somos capaces de hacer y producir (nuestro producto bruto interno) debería intentar pasar por el tamiz de ser ofrecido afuera, hasta que logremos que sea demandado. A Córdoba y a nuestro proyecto de futuro el mercado interno nos queda chico (o debiera ser así).

Lo que en un momento fue una idea novedosa como crear la Agencia Pro Córdoba para fomentar la exportación, tal vez hoy nos está quedando chica como catapulta para este futuro que queremos. Debería convertirse en el principal ministerio de los futuros gobiernos y el desvelo de los gobernadores que vengan, si realmente se piensan a sí mismo como estadistas. ¿No es preferible un Ministerio de Comercio Exterior que uno de “Cooperativas y Mutuales”?

La aparente contracara de esta moneda -porque al final del día, todo conduce al mismo fin- es la intención de convocar a empresas nacionales e internacionales para radicar en nuestra tierra sus oficinas centrales y la residencia de sus directivos, por las condiciones de vida que vamos a ofrecer y garantizar.

Este trabajo de “pinzas” puede catapultar, si nos esforzamos en concretarlo, un futuro próspero, de mucho empleo de calidad, con sueldos “internacionalizados” y flujo de dinero hacia la economía local.

 

II.    ¡Pero nuestras empresas son pequeñas y precarias!

 

Más de un lector puede estar pensando para sus adentros: “este tipo está chupado, las empresas de Córdoba son todas pequeñas y precarias… ¡de qué internacionalización está hablando!”

En efecto: la economía de Córdoba no está protagonizada por grandes compañías, ni mucho menos. Hablamos de aproximadamente unas 55.000 empresas, pero con un 70% de ellas con menos de 3 empleados. Somos Pymes y mucho más “py” que “me”, incluso la mayoría son micro empresas. Nuestra estructura comercial, productiva y empresarial es una matriz de pequeños emprendimientos, sobre todo porque aquellas que tienen más de 20 empleados solo son el 3%.

Observemos el caso de la Ciudad de Córdoba, donde supuestamente se concentra una parte importante de la actividad económica de la provincia. Aquí el 77% de las empresas y comercios tienen tres empleados o menos, el 10,5% cuatro a cinco empleados, el 6,7% seis a diez empleados, 3,2% de once a veinte y solo el 2,1% más de 20 empleados.

Tener esta matriz no debe alegrarnos, pero tampoco entristecernos. Es la realidad de la que partimos. Es cierto que un futuro soñado de exportación nos exige que no haya solo un Arcor, un AGD o un Grido, sino miles de estas grandes empresas liderando la salida al mundo. Son ellas las que nos pueden garantizar que se abra el agujero del túnel hacia el otro lado de la montaña. Pero en muchas regiones del planeta, por detrás de las grandes hay un enjambre de pymes que fluyen exportando con eficiencia como es, por ejemplo, el histórico caso de Italia.

Hemos reflexionado acerca de las fortalezas y de las oportunidades. Pero, ¿cuáles son nuestras debilidades y amenazas? Aquí voy a hablar -sin tapujos- porque me considero un empresario pyme. Y tengo como clientes a cientos de empresarios pymes. Los conozco y conozco a fondo sus empresas, sus gerentes, sus glorias y sus fracasos, sus márgenes y sus pérdidas, por lo puedo detectar -casi como si fuera un veterano doctor- sus “puntos de dolor” que también son los míos. Nadie puede enojarse, porque estamos hablando de nosotros mismos.

Es posible que en el rubro empresario también se esté cumpliendo la tesis general del libro. Y un porcentaje importante de la economía de Córdoba y sus empresas estemos viviendo de las glorias del pasado. De lo que forjaron los fundadores o los antecesores, pero con directorios hoy más apocados en su sed de crecer e innovar (seguramente justificados, por tanto desquicio en las políticas económicas de los últimos 20 años de kirchnerismo).

De hecho, los números indican que la economía de Córdoba hace más de 10 años que no crece (al igual que lo que ocurre en el país). Pero ya hemos acordado que no nos vamos a llenar de justificativos para explicar por qué no estamos encargándonos de nuestro propio futuro, como corresponde.

Si repasamos esas grandes empresas cordobesas que le competían de igual a igual a las marcas nacionales con sus propias marcas, productos, red de sucursales, etc., advertiremos que hay más glorias en los anaqueles de la historia -aún reciente- que en la actualidad. La globalización trajo consigo la venta de muchas empresas cordobesas, otras cerraron, otras se fusionaron y otras están con “pulmotor” apenas sobreviviendo.

¿En su lugar han surgido nuevas empresas, que podamos mencionar como paradigmáticas? No son tantas, seamos sinceros. En un balance cualitativo más que cuantitativo posiblemente nos arrojaría como resultado que estamos perdiendo el presente empresario respecto de un pasado más glorioso.

Tal vez los emprendedores de Córdoba nos pasamos de rosca con la parte negativa de la forma de ser de los cordobeses. Demasiado amarretes y demasiado cómodos como para arriesgar en exceso. Nuestros abuelos innovaban, copiaban, hacían funcionar algo y si fallaba lo ataban con alambre, pero seguían adelante en un marco de absoluta precariedad e incertidumbre. Nosotros hemos hecho de la prudencia, tal vez, una religión talibana.

La transformación digital, por dar un ejemplo que conozco en detalle, que es un factor clave de las empresas de Córdoba para achicar las distancias con el país y con el mundo, para conquistar y para fidelizar clientes, para que vivan la experiencia de interactuar con una empresa cordobesa con sus valores y su impronta, y para buscar la escalabilidad. Sin embargo, esa ola mundial no la hemos surfeado con el compromiso de aquellos que quieren estar en la cresta.

Los softwares de nuestras empresas son anticuados. Pocos de nosotros hemos explorado el mundo del e-commerce y, los que lo hacen, muestran una timidez que exaspera, como si tuvieran por delante 50 años para carretear.

La mayoría ni siquiera tiene “base de datos” de sus clientes, ni ha contratado un CRM para seguirlos y personalizarlos. Ni hablar de tener SRM para sistematizar su relación con proveedores, ni un equipo comercial online capaz de llevar en un 100% el proceso de venta en modo digital.

No hablo de abrazar y liderar la exploración de la inteligencia artificial y sus infinitas derivaciones empresarias -la revolución que sigue dejando atónito al mundo en estos días- porque ahí no nos hemos asomado todavía. Ni de explorar a fondo el nuevo mundo de las criptomonedas -apenas sí algunos empresarios cordobeses hicieron una pequeña aventura de minado y nada más-. Tampoco de adentrarnos en las posibilidades que ofrece el metaverso. Ni pensar en desarrollar robótica, siguiendo los pasos de Japón.

Es cierto que se ha formado un clúster tecnológico y que hay un conjunto de empresas que hace fuerza por tirar el yunque. Meritorio su esfuerzo. Pero no estoy hablando de ellos, sino del empeño general del empresariado cordobés por subirse a una tendencia digital de vanguardia para intentar liderarla.

En un momento se produjo una ventana de oportunidad y se desarrollaron en Córdoba los call center: una excelente iniciativa que además daba trabajo a miles de jóvenes. Pero eso no duró ni 10 años y al poco tiempo ya se habían ido a otro lado. Está clarísimo que no es imputable a los empresarios, sino más bien a los cambios de regulaciones e impuestos. Pero…

 

III.   Las industrias de Córdoba

 

Donde tiene que haber una transformación profunda que empiece por los propios empresarios es en el ámbito de las industrias de Córdoba.

Allí se produce una paradoja: los industriales cordobeses hasta el día de hoy han mostrado mucha decisión por mantener infraestructura y maquinaria de vanguardia. Aún en las peores condiciones y contexto económico han comprado máquinas italianas o alemanas (y de múltiples países) y han montado líneas de producción contra viento y marea. Sufrieron la falta de repuestos, de técnicos para que las operen, de servicios adecuados, pero nada les importó: fueron para adelante.

Cuando uno los visita, les brillan los ojos si se les pide recorrer la planta y te muestran su flamante cortadora laser de metales, la cabina de pintura de última generación, el mejor camión y el más costoso para movilizar la mercadería o el nuevo galpón con infraestructura de vanguardia para el almacenamiento. Aquí su compromiso es realmente ejemplar. Muchos -aunque no todos- invierten también en hacer más eficientes los procesos y en la aplicación de normas internacionales.

Pero, como contracara, esos mismos industriales son extremadamente básicos en lo que hace a la dinámica comercial de su empresa, la innovación en sus productos, la potenciación de sus equipos humanos, la capacitación, los estudios e investigaciones y la participación de la empresa en exploraciones comerciales. Para decirlo casi en chiste, en los términos de la jerga de consultoría: “para hacer que un industrial contrate un estudio de mercado y haga una investigación sobre el nivel de fidelidad de sus clientes (NPS) primero hay que matarlo.”

“¿Cómo es posible, que siendo mi fábrica tan buena y mis productos tan sólidos no venga la gente y haga cola en la puerta para comprármelos?”, así pareciera razonar el industrial, enojado porque no tiene la respuesta comercial que “le” corresponde. De alguna manera, los líderes empresarios de Córdoba subestiman muchos de los aspectos que hacen a la gestión de un CEO y a su liderazgo.

Si tu mermelada es buena -no porque lo dice el dueño de la empresa, ni su mujer, ni sus primos, sino porque lo ratifica un panel de consumidores- y querés conquistar el mercado nacional, ¿por qué no estás dispuesto a revisar ese logo tan antiguo que tiene 50 años y ese packaging que solo te tira para abajo? ¿Por qué no estás dispuesto a invertir un 3% del valor de ese producto en hacer publicidad masiva de marca y de producto con un buen material de presentación, si te gastaste mucho más en forjarlo con estándares de excelencia y con una instalación formidable? Comprendan que estoy dando ejemplos cercanos a mi actividad profesional, porque puedo hablar con fundamentos por la experiencia vivida de tantos años.

¿Por qué estás haciendo un esfuerzo grande por exportar y has decidido irte vos como titular, junto a directores y gerentes a la Feria más grande del mundo, y hasta has contratado un stand, pero en el mismo acto te agarra el espíritu amarrete y ponés un escritorio con una silla, maceta con flores y una pantalla atrás pequeña y triste, que no convoca a nadie?

Si solo fuera una falta de cultura respecto del marketing, no sería tan preocupante. Pero insisto en que el empresariado cordobés no está teniendo la sensibilidad que alguna vez tuvo a las tendencias positivas que cruzan las empresas de todo el mundo.

No estamos incursionando a fondo en modelos de vanguardia de gestión empresaria exitosa, como los modelos japoneses, ni estamos participando de instancias disruptivas que nos permitan pensar nuestras empresas en el desafío de la escalabilidad. No exploramos a fondo las herramientas financieras, y siempre sub ejecutamos presupuesto para hacernos asesorar por los que realmente saben.

En lo que se refiere a educación, nos falta mayor compromiso con la capacitación de nosotros mismos y de nuestros directores y gerentes en instancias de posgrado y de actualización empresaria. ¿Cuántos de nosotros hablamos bien el inglés o el portugués? y si la respuesta es negativa ¿cuántos estamos tratando de aprender?

 

IV.  Por eso, la apertura nos destruye

 

¿Qué ocurre con nuestras empresas, entonces, cuando hay cambios económicos, o cuando se producen aperturas como las que vivimos en los años 90, o que seguro viviremos durante la gestión de Milei? Nuestras compañías, a las que dedicamos todo nuestro tiempo y esfuerzo, pero que también reciben nuestras limitaciones, son tumbadas por organizaciones más eficientes, más dinámicas, con mayor tecnología incorporada y con mayor visión de hacia dónde quieren ir y cuál es la estrella polar que buscan alcanzar.

Yo me pongo de pie y aplaudo a las empresas del interior de Córdoba, así como a las cooperativas que concentran capital en forma envidiable y muestran un compromiso con su región y con su quehacer como ninguna otra empresa podría mostrar. Es la combinación de la tenacidad de los productores del interior con la de gerentes y directores que se esfuerzan mucho más allá de lo que su trabajo formal exige.

Pero son precarios, muy precarios, en los análisis que realizan, en la forma en que despliegan los proyectos, en la forma en que estudian y diagnostican su situación y su F.O.D.A., en la experiencia que están dispuestos a darles a sus clientes. Esa precariedad también incide en los presupuestos que planifican para ejecutar esos proyectos, que muchas veces son muy restringidos. Y por eso no tienen resultados y las iniciativas que despliegan no resultan sustentables en el tiempo.

Un apartado especial para las empresas y comercios en Córdoba que tienen como centro de su negocio la intermediación. Por nuestra ubicación geográfica y por una historia de ser punto de encuentro de caminos, hay una matriz de representaciones de marcas nacionales e internacionales que usan a nuestra provincia como un lugar estratégico para poner una sucursal, una oficina o un depósito. También tenemos distribuidoras, mayoristas, comercios de todo tipo que comercializan estas marcas. Es muy importante la incidencia de este tipo de empresas.

Aquí también hay que revisar en profundidad cuál es el valor agregado que ofrecemos hacia el futuro, porque la sola intermediación está en el ojo de la mira de compañías que ya no quieren que sus productos y servicios se encarezcan por tener estos intermediarios: están buscando una relación directa con sus clientes aprovechando las posibilidades de lo digital.

Si no desarrollamos nuevas propuestas, como el valor del asesoramiento del intermediario sobre la mejor opción, la capacitación, la especialización en la postventa, el service y los repuestos, la garantía extendida, el servicio a domicilio, etc., posiblemente el futuro se convierta más en una amenaza que en una oportunidad. Aquí también se repite la tesis del libro.

Hay una falencia que es muy básica y resulta común a los empresarios de Córdoba. Somos demasiado individualistas, al punto en el que afecta nuestra propia conveniencia y el devenir de nuestros negocios.

Reconozcámoslo: nos cuesta mucho trabajar en conjunto con colegas, o desarrollando un clúster, o en Fundaciones, Bolsas o entidades. Ni siquiera sabiendo que lo que allí se defiende y se trata de conseguir claramente nos beneficiaría en forma contundente. Los que participan en la “vida empresaria” en Córdoba no llegan al 5% del total.

Muchos no participan de estas instancias por desconfianza, porque creen que esos lugares son como los grupos de whatsapp del club, una yunta de gente que “habla al pedo”. La verdad es que no es así, pero no se dan la oportunidad de probar. La mayoría simplemente les da fiaca. Prefieren ir a jugar al futbol con los amigos que ir a una reunión con el embajador de Irlanda, invitado por la Cámara de su sector, donde puede haber un negocio que no imaginan.

 

      V.     Una anécdota y una moraleja

 

Recuerdo una anécdota que me impactó mucho en su momento. Siendo parte de la AMCHAM -la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina- un día me llaman para avisarme que estaría el embajador de Estados Unidos en Córdoba; si quería participar de un almuerzo. Dije que sí y sentado en la mesa cuando el embajador llega nos arrebata con una pregunta: “¿cuánto van a tardar en darme sus carpetas de sus respectivas empresas para que yo les gestione compradores o socios en EE.UU.?” Debo confesar que a mí, con la pregunta tan prematura en el mismo comienzo de la charla que íbamos a tener, me dejo “off side”. Como empresario PYME había caído en el pecado provinciano de no pensar que eso pudiera ocurrir nunca.

Pero el embajador fue más allá: me miró justo a mí, por casualidad y me preguntó: ¿a qué te dedicas? Le conté de nuestra empresa e inmediatamente me dijo: ¿tienes un plan de negocios para conseguir inversores? Dámelo ahora. Yo no lo tenía. Pero de allí en adelante tuve en claro que debía tenerlo siempre actualizado, porque puede haber oportunidades a la vuelta de la esquina que -si no estamos debidamente preparados- simplemente se van.

En algún momento pensé que tal vez estas debilidades que estoy reseñando pudieran ser “defectos de una generación” a la que les tocó vivir en esta argentina en eterna crisis. Pero que los nuevos empresarios jóvenes podían tener otra impronta. Pero he conocido en los últimos años organizaciones empresarias de jóvenes o dirigentes nuevos y advierto que el patrón se repite.

Queridos empresarios de Córdoba: vamos a tener que revisarnos a nosotros mismos. Porque nuestras empresas deben escalar lo más rápido posible. ¡Y no lo podremos hacer si vamos tan “paso a paso”!

En lo personal, otra vivencia me marcó la magnitud de este desafío. Un coaching, especializado en empresas familiares -que en su momento me perturbó por lo que me decía- me dejó pensando cuando, con un desafío simple pero muy difícil de alcanzar nos ponía entre la espada y la pared. “Si sos una segunda generación empresaria -nos decía- tenés que intentar dejar, a cada uno de tus hijos, por lo menos la herencia que tu padre te deja o te dejó a ti. Es decir que uno tiene que plantearse -como piso- repetir la experiencia de la generación anterior. Y de allí “hasta el infinito y más allá”.

Yo no lo he logrado a ese umbral, ni mucho menos. Posiblemente vos tampoco, si lo pensás ahora, por muy bien que le pueda ir a tu actividad empresaria o profesional. Por supuesto que hay cientos de casos en los que sí. ¡Les ha ido muy bien! Pero es bueno tener una vara que nos desafíe en serio a los que aún no lo logramos.

En ese marco, crecer, expandirnos, exportar; pensar que nuestra empresa tiene que pervivir fuerte y competitiva para las próximas generaciones familiares, sacarnos una y otra vez de nuestra zona de confort para ejercitar lo que los americanos llaman “moonshot thinking”, que es la motivación que les dio en su momento el presidente Kennedy a los americanos para llegar en el plazo de 10 años a la luna, a pesar de que cuando formuló el desafío no había ninguna posibilidad de alcanzarlo. Pero el hecho de tener un liderazgo capaz de mirar mucho más allá, los alineó y lo consiguieron incluso antes. ¿Cuál es el lugar donde deberíamos soñar poner a nuestras empresas, si viviéramos un proceso de moonshot thinking? ¿Cuál es nuestra propia regla de 10X (que es una metodología en boga para lograr multiplicar nuestros resultados por 10)?

Tal vez tengamos el coraje y la bravura, incluso por herencia y por genética, pero a lo mejor necesitamos potenciar nuestra capacidad para elevar la mirada y ser capaces de escalar más alto.

Aquí deberíamos abrir el abanico de opciones. ¿Estamos dispuestos a “joint ventures”, alianzas estratégicas con otras empresas nacionales o internacionales? Sé muy bien que la figura ni siquiera existe en términos jurídicos en Argentina (un botón de muestra de lo poco preparado que está el país para potenciar el emprendedurismo de alta complejidad). Pero más allá del vacío legal, habría que chequear si no tenemos también un vacío mental respecto a dicha posibilidad. O la de incorporar capitales de inversores sobre nuestra empresa y los proyectos que queremos encarar. Incluso la flexibilidad para estar dispuestos a vender nuestras compañías cuando sea convenient, si pensamos que con ese capital podríamos iniciarnos en otro sector donde advertimos más oportunidades de negocio.

Todas nuestras empresas deberían estar en venta, aún con precios altos, cuando no estamos urgidos de hacerlo. Para no perder objetividad y perspectiva sobre nuestro propio negocio, resulta fantástico realizar en forma periódica el ejercicio de saber cuánto vale una venta total o parcial, y para qué utilizaríamos ese dinero.

¿No habrá llegado el momento de poner al frente de la empresa a un gerente de máximo nivel internacional, que incluso gane mucho más que nosotros mismos, pero que haga saltar a nuestra compañía al siguiente nivel en un plazo breve? Seguro que muchas veces lo pensamos, pero -como les digo- nos gana la “prudencia”. Y de tan prudentes nos van a comer los piojos.

Hay una situación que he visto y vivido en muchas empresas, sobre todo familiares. Donde el rol de empujar a la innovación y la disrupción la tiene el padre o el abuelo o un tío, pero todos con edades avanzadas. Y -en cambio- los jóvenes de ese mismo directorio, que deberían ser los que traen ideas desopilantes (que hacen que los viejos se agarren la cabeza y tengan miedo de probar), resultan los más conservadores. No cumplen el rol de ser ellos los que naturalmente generen estas tensiones para buscar caminos alternativos hacia el futuro.

Podríamos justificar que esos jóvenes han crecido con cierta holgura económica propia de una empresa que pudo dar un estándar de vida alto a su familia, a diferencia de los más grandes que comenzaron más de cero y sortearon las mil y una limitaciones. Esto hace a los primeros más prudentes que los segundos. Pero habría que explorar también si ese confort no les ha hecho perder una cuota muy necesaria de pasión y amor al riesgo, propio de su edad.

Como contracara, cuando hay una compañía donde el joven pide pista para explorar, para innovar, incluso con licencia para equivocarse, ¡hay que arriesgar y darles ese lugar! Solo ese riesgo va a asegurar la longevidad de nuestras empresas en Córdoba.

He visto también muchos jóvenes a quienes se les va pasando la juventud ya y que refunfuñan eternamente en los pasillos de la empresa, desilusionados porque nunca los más grandes aprueban las iniciativas que proponen. Cuando llegue el momento ese joven se hará cargo, pero tal vez haya perdido para ese tiempo el brillo de sus ojos.

 

VI.      Un problema de imagen

 

A esta altura hay que hacer un parate y tomar la perspectiva de cómo ven el resto de los cordobeses a los empresarios de nuestra provincia

Como dije, mi caso es distinto, porque yo lo miro de adentro. Pero hay una realidad que es muy triste: una y otra vez, en las encuestas que se realizan por distintos motivos, los empresarios son considerados por la población en los últimos lugares en lo que hace a imagen positiva, cerca de los sindicalistas y de otros referentes con los que nunca se imaginarían estar.

Aunque esto es un fenómeno generalizado, incluso en muchas regiones del mundo, los guarismos que arrojan esas encuestas en nuestra provincia deberían preocuparnos. ¿Por qué los empresarios de Córdoba tenemos tan mala imagen?

Mi padre -que es un publicista histórico, posiblemente el más experimentado que quede con vida en nuestra provincia- suele decir: “la gente ama a las empresas y odia a los empresarios”. Es así: los consumidores aman los productos de las compañías, las marcas, sus locales, la experiencia que brindan. Pero miran con recelo y desconfianza a sus dueños y titulares. Esto es así desde siempre.

También hay que decir que la distorsión ideológica de la que hablamos, que impregnó la educación y también la universidad, ha hecho su juego instalando lamentablemente un resentimiento gota por gota a lo largo del tiempo.

Pero no podemos escabullirnos y quedarnos solo en estas explicaciones. En las últimas décadas han habido demasiados empresarios en Córdoba que hicieron dinero en forma fraudulenta. También hay un porcentaje importante de supuestos empresarios, que se sientan en las mesas de las entidades del sector y en las fiestas de fin de año (incluso reciben premios) pero que nadie sabe bien de dónde surgió la plata para montar su actividad, ni tampoco quiénes son sus clientes, ni sus referencias.

En el ámbito de la construcción, por ejemplo, lamentablemente tenemos muchos de estos casos. Empresarios que han promovido desarrollos o proyectos y luego terminaron estafando a la población. Algunos de estos han ido presos, pero la mayoría de los estafadores permanecen impunes en libertad. También desarrollos que, por su fuente de financiamiento, dan lugar a dudas. Varios empresarios del sector en realidad han sido y son prestanombres de políticos para quedarse con el dinero de la obra pública.

Igual circunstancia en otros rubros como la salud, los medios de comunicación y ni qué hablar en el sector más complicado en este sentido, que es el financiero.

¿Cuántos son valiosos y cuántos más vale perderlos que encontrarlos? Seguramente los inescrupulosos son la minoría. Aunque vale una anécdota: estando en una mega evento empresario de fin de año, sentado al lado de un viejo relacionista público de Córdoba, cuando ambos mirábamos a todos los que estaban ubicados en las distintas mesas como chusmeando quién estaba presente, con voz pensativa me dijo: “mirá Sebastián, esta sala podemos dividirla en tres tercios. Hay un tercio que son empresarios que se rompen el culo, todos los días y con gran sacrificio hacen crecer sus empresas. Hay otro tercio que hacen negocios con el Estado, con todo lo que ello significa. Pero hay un tercio que, si la Justicia funcionara en Córdoba, estarían todos en cana.”

Para poder ser protagonistas en la construcción del futuro, vamos a tener que encarar este dolor de nuestra reputación de manera frontal. Para ello deberíamos tener estándares más estrictos de autocontrol empresario, para levantar la vara en nuestra actividad. Lo mismo deberán hacer los profesionales de Córdoba porque allí ocurre un fenómeno similar, aún en las más disímiles profesiones.

 

VII.    ¿Qué hacen los gobiernos?

 

¿Qué estamos haciendo para que haya más empresas en Córdoba? ¿Y para que las que ya existen puedan crecer, tomar más empleados, expandirse a nivel nacional y abordar otros mercados internacionales?

Sin meter a la política coyuntural, no podemos dejar de decir que el balance de estos últimos 20 años de trabajo de los gobiernos no arroja resultados positivos. Ha habido más marketing que realidad. Las “políticas públicas” que han desarrollado con nombres  pomposos, desde los ministerios de economía, de industria, de agricultura, desde las Agencias arrojan resultados muy modestos. La movida ha sido demasiado política y poco empresarial.

Y mientras eso ha ocurrido, empeoramos las principales variables que sí son determinantes para la sustentabilidad de las compañías locales -incluso para definir si viven o mueren en el corto plazo-, como es el peso de los impuestos y de los servicios. Todo esto hasta llegar a un nivel muy asfixiante de carga impositiva.

El impuesto provincial más distorsivo es por lejos Ingresos Brutos, que carga -cual parásito- sobre la facturación de nuestras empresas y se lleva su parte, sin importar si al final del proceso hay ganancias (si las hay te vuelve a cobrar impuesto a las ganancias).

Al comienzo era un porcentaje menor. Pero ahora supera el 7% en algunos sectores de la economía. Y para colmo se ha transformado en el principal impuesto para financiar los gastos del gobierno provincial, por lo que resulta muy difícil sacar este parásito de la matriz económica de Córdoba.

Como dije, no es este un libro técnico para llenar de números el análisis. Solo confirmo que más del 90% de las empresas de Córdoba seguramente al final de cada año no logran tener ganancias netas -habiendo pagado todos los gastos y todos los impuestos- mayores a un 5%, un 7% tal vez, incluso algunas pueden llegar al 10%. Por lo que si el Estado Provincial, apenas cobraste la factura, te cobra un 7% o un 5%, en términos reales te está sacando -de cuajo- el 50% de la rentabilidad que lograrás al final del año luego de mucho esfuerzo. Es un socio al 50%, pero sin ningún riesgo y sin ningún aporte.

¿De qué hablamos entonces cuando nos juntamos a conversar con los funcionarios del gobierno provincial? Los empresarios de Córdoba no deberíamos hablar de otra cosa que de esto: ¡bajen la carga impositiva!

A la par está la realidad de que pagamos la electricidad más cara, el gas más caro y el agua más cara que en Buenos Aires y que en otras provincias. ¿Estamos todos locos?

Si los interlocutores del empresariado cordobés ante el gobierno y los responsables de cuidar las políticas públicas para este sector no son del mundo empresario, es muy probable que esa representación no sirva.

Fíjense el caso de los últimos ministros de industria: el de Schiaretti fue Eduardo Acastello, que tiene un largo recorrido político, pero en su vida no gestionó ni administró una industria, una empresa o un comercio. Y hoy el gobernador Llaryora tiene al ex intendente de Marcos Juárez Pedro Dellarossa, que es productor agropecuario, pero no conoce la complejidad de la industria ni de los servicios.

Termino este capítulo mencionando a las entidades empresarias de Córdoba. Allí pongo mis votos y mi esperanza. Conozco su gente y sus pasillos y hay muy buena base en la UIC, la Bolsa de Comercio, la Cámara de Comercio, la Cámara de la Construcción, la Cámara de Industriales Metalúrgicos, AFAMAC de maquinaria agrícola, la Cámara de la Madera y el resto de las cámaras, entidades y fundaciones como la Fundación Mediterránea o el Foro Productivo de Zona Norte. En el interior también hay un tejido muy bueno de instituciones empresarias, sociedades rurales y entidades cooperativas, así como fundaciones, como por ejemplo FADA en Río Cuarto.

El “tercer sector empresario” ha logrado trabajar en equipo entre las distintas instituciones. El caso del G6 es realmente muy destacable porque se han reunido las principales instituciones representativas de los diversos rubros e incluso han amalgamado vínculos y esfuerzos con el sector agropecuario y sus respectivas entidades.

Otro tanto ocurre con los colegios profesionales que tienen una buena dinámica y representantes que se comprometen y trabajan.

Estoy convencido que de allí pueden surgir muchas cosas buenas y un gran protagonismo en este debate que promueve nuestro libro.

Pero hay dos grandes problemas. El primero: en casi todos los casos, el financiamiento de estas instituciones está solventado -en un porcentaje importante- por aportes del Estado Provincial, los municipios y también del Estado Nacional. Esto los condiciona tremendamente para poder decir las cosas que quieren decir, sin miramientos.

A lo largo del tiempo esta práctica de “subsidio” de las entidades, pagando el Estado sus estudios, auspiciando sus Congresos y actividades, solventando viajes, dando soporte crediticio a los proyectos importantes, lamentablemente ha ido consolidando una dependencia que el poder además ha sabido gestionar con sutileza, pero con profundidad.

Recuerdo como anécdota la presión que metió el ex gobernador De la Sota a la Bolsa de Comercio de Córdoba por un estudio sobre competitividad de las provincias que incluso obligó a no repetir el informe en el tiempo. Recuerdo también haber participado de la apertura de la Exposición de la Sociedad Rural de Jesús María, donde los líderes se atrevieron a reclamar con firmeza por ciertas cuestiones al gobierno provincial y también el entonces gobernador De la Sota -cuando tuvo el uso de la palabra- los increpó de una manera tan desafiante que en el ámbito donde estábamos todos reunidos no volaba ni una mosca…

De aquellas experiencias a hoy, el condicionamiento ha empeorado a medida que más necesario se ha hecho el financiamiento del Estado a estas organizaciones.

Para el futuro de Córdoba una condición básica para que el sector empresario tenga voz y voto y pueda ser protagonista es que el financiamiento total de su actividad esté garantizado por sus representados y que no haya intervención del gobierno.

El segundo problema hace a la motivación de este libro, señalada en el prólogo: la participación de los jóvenes. Las instituciones empresarias y profesionales de Córdoba, por sus formas y sus protocolos, no están siendo convocantes de la nueva generación de emprendedores que quieren ámbitos más descontracturados para interactuar.

Tengo la impresión que las Comisiones Directivas de todas estas instituciones están subestimando esta falencia y demorando peligrosamente que se produzca “el pase” y dejar el lugar que corresponde para que las nuevas generaciones tomen el mando, hagan cosas nuevas y hasta se equivoquen sin tener que pedirle tanto permiso ni tener la mirada juzgadora de los viejos. Si esta transición no se produce, todas estas instituciones pasarán al olvido en un tiempo breve.

Aquellos bien intencionados que dicen: “si llegan jóvenes con ganas de dirigir haremos un paso al costado” no se dan cuenta de que los jóvenes de hoy no tienen ese espíritu de conquista de instituciones, como tal vez se tenía en otra época. Es necesario dejar el lugar vacío para que alguien lo llene.



11.      El futuro de nuestra sociedad

(Ver en versión PDF) 

 

  

Todo muy lindo hasta ahora. Pero ¿qué hacemos con el 50% de personas pobres y con ese 12% de personas indigentes que conviven con nosotros en Córdoba? ¿Qué futuro hay para ellos?

Estamos hablando de 700.000 compatriotas cordobeses que viven en la pobreza. Hay 70.000 que no comen todos los días y no tienen ni siquiera las condiciones mínimas. Son nuestros indigentes y son 7 ciudades enteras, para que tengamos una idea de la dimensión de la crisis. Estos números cambian día a día y hora a hora conforme avanzan la inflación, el desempleo y la informalidad.

Este es el verdadero drama y el verdadero desafío de Córdoba porque es urgente. Cada minuto que demoramos en hacer algo, es un destino que se frustra. Como dice la canción de René y Mercedes Sosa, tan hermosa pero tan dramática, “a esta hora exactamente, hay un niño en la calle”.

En la discusión sobre qué camino tomar para llegar a ese futuro que anhelamos, algunos podremos hacerlo por vocación, otros lo harán para cuidar sus intereses. Pero, a los que nada tienen, se les va la vida en la elección del rumbo correcto, porque -para ellos- no hay alternativa.

Aquí es donde -yo al menos- me diferencio de los liberales y los libertarios. Porque estamos juntos en la lucha por garantizar la mayor libertad posible de las personas para que puedan ser protagonistas de su vida, lucha que en nuestros países -tan intervenidos y sofocados por el Estado- tiene un carácter incluso épico. Pero ese no puede ser el proyecto de “bien común” excluyente. Si nos quedamos ahí, finalmente es una épica del individualismo. De que mi egoísmo aplicado derramará algo hacia la sociedad y entonces allí, recién allí, se podrán beneficiar los marginados. ¿Qué proyecto de bien común, sobre todo en un marco democrático como el nuestro, puede ser ese?

Tenemos que avanzar en forjar las bases para que todos los cordobeses tengamos la mayor cantidad de oportunidades similares y condiciones básicas para ejercer nuestra libertad. Efectivamente, después cada uno es libre para ver si las aprovecha o no. Pero si no hay una base de bien común, de igualdad, entonces el relato solo estará sirviendo para sentenciar a los más vulnerables a una pobreza de por vida.

Rescato en este punto la convocatoria más pura y dura de la tradición social cristiana, para que el proyecto de futuro que forjemos (si este libro despierta los corazones, como se ha propuesto) tenga una “opción preferencial por los más pobres”.

Si cada punto que definamos no trae más trabajo, más educación, más salud, más justicia, más seguridad, más vivienda, más condiciones básicas, más cultura y más oportunidades a los que hoy son más vulnerables, entonces saquémoslo del ideario, porque la urgencia de nuestros coetáneos es lo que manda.

El futuro anhelado de la sociedad cordobesa viene de nuestro pasado y de nuestra forma de ser, pero se reconfigura hacia el futuro, en el contexto de los nuevos tiempos. ¿Qué sociedad queremos forjar? Una sociedad con una amplísima clase media -lo más amplia posible- de gente trabajadora que, con su trabajo, pueda progresar sin pensar en extravagancias, pero sí aspirando a lograr una calidad de vida en la que puedan realizar sus expectativas.

Necesitamos que un porcentaje mayoritario de personas vivan bien, sin lujos, pero sin limitaciones groseras, que podamos atenuar los contrastes entre los más ricos y los más pobres. Una sociedad en cierto sentido igualitaria, pero no por el poder y el asedio del Estado, sino por la virtud de nuestra cultura que -como escribimos en otros capítulos- no necesita ostentar, ni pasarse de rosca con el consumismo que caracteriza a otras.

El sueño de tener una casa con jardín, un auto, un trabajo formal y una cobertura de salud que no nos deje a pata cuando nos pase algo, con un sistema educativo que impulse a nuestros hijos a sacar lo mejor de cada uno, y un ámbito donde puedan hacer deporte y actividades culturales, la posibilidad de comernos un asadito cada tanto, vacacionar en algún lugar tranquilo, y no quedarnos atrás en los avances de la tecnología, tanto para el hogar como para la comunicación; la garantía de que si nos esforzamos al final de nuestra vida tendremos una jubilación y un estándar aceptable… Estos sueños todavía están pendientes, más allá de todos los cambios sociales y económicos que se están produciendo. Lo básico sigue pendiente.

Es cierto que los chicos y las chicas jóvenes están cambiando: tal vez ya no sueñen con casarse y tener hijos; están viendo la posibilidad de ir a trabajar para ganarse unos pesos afuera o incluso quedarse a vivir en el exterior. Pero lo que los mueve, al final del día, es el sueño incumplido para sus padres y abuelos de vivir tranquilos y progresar de a poco, con base en su esfuerzo. Lo puedo asegurar: el sueño sigue siendo el mismo.

Si uno toma conciencia de que más del 60% de los jubilados de Córdoba no llegan a ganar U$S 200 dólares por mes para vivir y comprar sus remedios, advertimos que este sueño, tan normal y tan básico a primera vista, sigue estando pendiente. Ni hablar para esos 700.000 cordobeses pobres. Y qué decir de los indigentes.

Aunque aquí cabe hacer una observación, para no caer en la desesperanza: la mitad de las personas pobres en Córdoba han caído en esa situación a lo largo de los últimos años. No vienen de una pobreza estructural de generaciones. Tienen todos los resortes culturales y de educación aptos para ser activados y dar el salto si se les brinda la oportunidad.

Para decirlo en términos muy simplistas pero gráficos: cada punto que baja la inflación es un punto menos de personas bajo la línea de pobreza, porque se va generando empleo y se formaliza una capa de empleo informal, se va activando el consumo y también el ahorro, etc. El desafío de la pobreza estructural y la indigencia en Córdoba bajo esta perspectiva es más acotado, aunque igual de dramático.

 

I.     El debate sobre la pobreza

 

Si estamos todos de acuerdo con este sueño de bien común, y actuamos todos de buena fe -conscientes de la complejidad de las soluciones-, no hay problema en que debatamos los cómo. Ahora bien: no hay duda de que el debate sobre los “cómo” nos va a llevar un tiempo y no tenemos que cansarnos en el camino.

Insisto en la buena fe de las personas involucradas. Voy a dar un ejemplo: en todos estos años he interactuado y apoyo a personas que realmente son extraordinarias, incluso me animaría a decir que son “santas”. Por ejemplo, el Cura Mariano Oberlin de la Parroquia “Crucifixión del Señor” de la zona este de la Ciudad de Córdoba (la zona “roja”), o el Padre Munir de la Pastoral Social de Córdoba, por citar solo dos sacerdotes de los muchos hombres de fe comprometidos que conozco. A ellos les daría las llaves de mi casa sin vacilar. Su conocimiento de la realidad social y su compromiso me superan en kilómetros. Y puedo trabajar con ellos, como de hecho lo hemos llevado a cabo en varios proyectos, codo a codo, sin preguntarnos qué pensamos sobre tal o cual tema. Sin embargo, si nos sentamos a pensar sobre cómo revertir la pobreza en Córdoba lo más probable es que no estemos de acuerdo en una primera instancia. Y que tengamos que trabajar muchísimo -y con muchísima paciencia- para lograr acordar algo.

Lo importante en estas instancias es no atacarnos como personas, ni poner en duda nuestra buena fe. Aceptar que tenemos visiones muy distintas, pero que todos queremos lo mismo: que a lo largo del tiempo haya menos personas en la pobreza. Pensar diferente no es un problema si lo sabemos manejar, sino todo lo contrario: es una oportunidad.

Traigo a colación otra anécdota de mi vida, que me dio una lección. Tuve la oportunidad de viajar con una beca a estudiar la Unión Europea a Bruselas. Allí estuve en el Parlamento Europeo y me resultó impactante ver cómo 15 países completamente distintos en sus características y en sus intereses (incluso en sus idiomas) sentaban sus representantes alrededor de una mesa. Y trabajaban por horas para ponerse de acuerdo en un régimen común de pesca, con todos los interpretes de las distintas lenguas sentados por detrás traduciendo de una a otra con rapidez. Apenas conseguían consensuar algo, por más pequeño que pareciera, lo confirmaban con sus manos levantadas y quedaba anotado en el acta de acuerdo. Así iban tejiendo, punto por punto, a lo largo de los días. Impresionante. De esa paciencia y respeto por el otro, sin resignar lo que nosotros pensamos ni tenemos para aportar, tenemos que aprender.

 

II.    Sin seguridad, la pobreza seguirá

 

¿Cuáles son las ideas fuerza que proponemos para que la sociedad cordobesa avance hacia el sueño proclamado de una gran clase media y una disminución drástica de la pobreza? Voy aquí con la primera, que posiblemente genere polémica y debate.

La condición básica y elemental para revertir el fenómeno de la pobreza creciente en Córdoba, previa a cualquier otra, es garantizar la seguridad. Y es exactamente esta misma premisa fundamental la que está faltando para producir el despegue de la sociedad cordobesa en general.

Es clave para nuestro futuro, para el de los más desfavorecidos, para todos los cordobeses y también para el proyecto de convertirnos en un lugar donde “todo el mundo quiera venir a vivir” que, primero que nada, resolvamos nuestro más grande desafío: la inseguridad que sufrimos todos los días.

Si no está garantizada la seguridad de que, al salir de nuestra casa, no nos van a asaltar, o no nos van a matar para robarnos; o que, si ocurre, será en forma excepcional y no como regla; si el Estado y nosotros como sociedad no estamos en condiciones de garantizar esto que es tan mínimo y elemental, tanto para una persona pudiente, como para una persona que vive en una tapera, entonces es muy difícil lograr la cooperación social.

¡Doy fe de que el problema de la inseguridad lo viven con mayor crudeza los sectores populares más que cualquier otro! Porque si en Barrio Jardín Espinosa están robando autos y bolsos a troche y moche, la cantidad de robos que se realizan en los barrios humildes, se multiplica por diez.

Es irreal la imagen que se hacen algunas personas que “viven en un táper”, respecto de que “ los choros” viven todos en los barrios humildes. Y que a los suyos no les hacen nada y son apañados por todos los vecinos para que salgan y les roben a los ricos.

Nada de eso: los choros roban en todos los barrios, incluidos los suyos propios; amedrentan a sus vecinos para que no los denuncien, los asaltan a cara descubierta, les cobran “peaje” a las personas trabajadoras de bien cuando van saliendo de esos barrios por calles de tierra anegadas por el barro (como es el caso de Bajada San José en la zona Este de la ciudad de Córdoba, por dar un ejemplo). Y por supuesto estos malandras fuerzan a sus vecinos a darles información y cobertura para la venta de drogas (incluso en algunos casos los obligan a vender con amenazas, aun cuando la persona o el comerciante no quieran hacerlo).

El porcentaje de hombres y mujeres de bien en los barrios populares es muy similar a los de un barrio de clase media, o incluso un barrio cerrado. El 80 por ciento es gente trabajadora o con aspiración de trabajar, que se preocupa por sus hijos y que tiene ganas de avanzar. Sus hogares humildes, son dignos y cuidados, como son los hogares de personas con más posibilidades.

Claro: el 60% de las casas de Córdoba no tienen los arreglos necesarios, ni la pintura, ni los pisos, ni los muebles, tal vez sí los artefactos como la heladera o la cocina, pero en el resto están largamente sub ejecutadas en los cuidados mínimos necesarios. Eso hace todo mucho más difícil. Pero la actitud de tener un hogar cuidado, en el 80% de los casos está intacta. Son gente que no quiere meterse en problemas. Que, si les dan seguridad y estabilidad, están dispuestos a dedicar su vida para tener lo que anhelan para sus hijos.

Hay un 20% que quiere conseguir las cosas por izquierda, como en todos lados. Y hay un 5% que se introduce en la cultura de la marginalidad y se vuelve un profesional del delito. Este porcentaje es el mismo en los barrios cerrados o de mayor poder adquisitivo, no nos engañemos. Una mayoría que trabaja, un porcentaje que monta empresas para defraudar o para hacer negocios turbios con el Estado. Y una minoría que directamente está vinculada con el delito. En los barrios marginales se vuelven soldados de las redes de narcotráfico. En los barrios pudientes se vuelven testaferros.

En ningún caso es posible desplegar un proyecto de bien común, si no podemos ni siquiera encontrarnos en la plaza unos con otros a conversar. Si no podemos abrirle la puerta a una persona que nos visita, por la desconfianza absoluta de que pueda ser un ladrón. Si la violencia de la cultura del delito se va apoderando de la noche, del fútbol, de la calle y hasta de las escuelas, lo único que nos queda -a ricos y pobres- es encerrarnos en nuestras covachas, restringiendo al mínimo el contacto con el entorno que no sea nuestro círculo íntimo.

Hace un tiempo el propio Gobierno de la Provincia de Córdoba hizo un estudio sobre la percepción de inseguridad de los cordobeses y los resultados fueron muy contundentes. Confirman lo que estamos diciendo: el 75% de los cordobeses nos sentimos muy inseguros en una plaza, en el cajero, o en la calle. Está claro que no es una percepción equivocada: tenemos miedo, porque sabemos lo que le pasa a la gente todos los días.

No quiero que nuestro sueño de futuro haga un idilio del pasado. Pero sí vale la pena que no mueran en nuestros corazones el recuerdo y el anhelo de volver a sentarnos en la vereda, con los chicos jugando por el barrio, sin que nos preocupemos dónde están. Y con la posibilidad de “pasar las navidades con la mesa en la calle”, como supo ocurrir durante años en pueblos y barrios de Córdoba.

Nuestros jóvenes, que -como tales y por la naturaleza propia de su edad se sienten inmortales- sin embargo, cuando les preguntamos por qué se quieren irse de Argentina, en un porcentaje mayoritario no dudan en responder: “porque aquí no se puede vivir así, te matan por robarte un par de zapatillas”.

Ellos saben que efectivamente así no se puede vivir. No pueden usar el transporte público en horarios complicados (en los que ellos se mueven usualmente) porque te roban en la parada o arriba del bondi. No pueden comprarse una motito, una bici, ni un celular porque te lo roban. Ni pueden interactuar yendo a clubes, ni moverse en la noche de Güemes porque te roban en modo “robo piraña”.

Las mujeres también están sufriendo el asedio de los robos de sus carteras, sus collares y demás pertenencia, con gran violencia. Y eso impacta en la forma en que se pueden desplegar en la sociedad. ¡Los ancianos ni hablar!

El costo económico de tener un mínimo de seguridad es, para las familias y para las instituciones, una carga muy pesada, que genera además bronca e indignación. “No le puedo pagar inglés a mi hijo porque tengo que pagarle a un hombre en un R12 destartalado, para que se ponga en la esquina a cuidarnos”, me decía una madre en la última campaña. En su reclamo está la indignación de todos los cordobeses.

 

III.    Lo que nos mata es la impunidad

 

Garantizar la seguridad, por tanto, es la base del cambio social. Pero antes de desplegar esta visión a fondo, es importante que desterremos la idea romántica que se sigue intentando establecer (sobre todo desde sectores de izquierda) de que el delincuente lo hace por necesidad. Que es una persona vulnerable, desesperada por su situación (porque tiene “hambre”), que sale a robar para “darle de comer a sus hijos”. Esto no es así. Tal vez pueda haber algún caso excepcional, o algunos, pero son los menos.

En la mayoría de los casos los delincuentes lo son por dos razones: porque han tenido una defectuosa formación en valores y porque el cálculo que hacen sobre el riesgo que corren por elegir “el camino fácil” les da un margen grande. Esto es: las probabilidades de ser atrapados por sus actos son tan bajas, que la tentación de obtener resultados rápidos -por fuera de la ley- se acrecienta al máximo.

Pensemos en un acto bien sencillo y mínimo: dos autos esperando el semáforo en rojo en un lugar donde no hay control, ni cámaras y nadie pasa. Las posibilidades de que caigan en la tentación de pasar aumenta. Lo único que hará que uno se decida a incumplir y otro no, es el bagaje de valores cívicos que tenga cada uno. Lo mismo ocurre con negocios ilegales en personas encumbradas. Y en el joven que decide vender droga en una esquina del centro de Córdoba.

Tengamos conciencia de que en nuestra provincia solo el 0,6% de los delitos que se realizan, terminan con una condena y sentencia incluyendo un responsable preso. El cascadeo de información es escalofriante: dos de cada tres familias de Córdoba han sufrido un delito. Solo un tercio de esos ilícitos fue denunciado, porque la gente ha perdido la esperanza de que atrapen a los malhechores. De ese tercio, solo un tercio es investigado y así vamos paso a paso hasta llegar a ese número ínfimo de delincuentes juzgados y presos.

La impunidad que reina en Córdoba por tanto es total y los delincuentes lo saben. La percepción de riesgo -del que se atreve a delinquir- es tan baja, que es casi nula. La posibilidad de cambiar rápidamente tu vida y tu status económico es un llamador demasiado atrayente. Pero otra vez: aquí la gente se divide, no importa si es rica o pobre, entre los que -incluso con semejante marco de impunidad- aun así quieren hacer lo correcto y los que cambian sus valores por la circunstancia.

Esta necesidad de que no construyamos relatos románticos en torno a los delincuentes que nos roban, se confirma cuando uno estudia las estadísticas en las cárceles de nuestra provincia.

En su inmensa mayoría es gente que no está sola en la vida, porque tiene familia en un porcentaje importante, gente que ha tenido la posibilidad de estudiar y que sin embargo delinque y reincide en un porcentaje tremendo. Son reclusos que no trabajan dentro de los establecimientos, aun teniendo la posibilidad de hacerlo.

Es cierto que detrás de cada delincuente debe haber una razón por la que se inclinaron por el camino fácil. Seguramente habrá una historia complicada. Pero, en esta instancia de desarrollo de nuestro Estado, creo que no podemos llegar a cuidar esos matices. La cuestión sigue siendo más básica: garantizar que el que las haga las pague. Es más fuerte el derecho del inocente, de la víctima, a no ser atacada que el del conflictuado delincuente que -por su historia de vida- nos violenta en forma reincidente.

Forjar una sociedad hacia el futuro, donde esté muy claro que el que las hace las paga (y rápido) es la idea fuerza más sencilla, pero a la vez la más difícil. Nos tenemos que esforzar para que eso suceda en un porcentaje importante, de modo que cunda el ejemplo.

 

IV.      No tenemos ladrones, tenemos mafias

 

Aclarado este primer punto, vamos al segundo, que es más importante, porque hay un porcentaje mayoritario de cordobeses que todavía no lo han comprendido. En mi caso, pude tener el panorama complejo en toda su complejidad cuando estuve al frente de la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico de Córdoba.

Los ladrones en Córdoba no actúan en forma individual, por iniciativa propia, o en pequeñas bandas que se organizan para la ocasión, sino que hace muchos años son parte de una matriz de redes de delincuencia muy complejas -cada vez más-. Si no entendemos esta nueva estructura del delito que se ha configurado en Córdoba, no podremos jamás dar una solución definitiva.

Por debajo de la superficie del fenómeno de la inseguridad en nuestra provincia, se viene produciendo en los últimos 20 años una transformación muy profunda y preocupante de consecuencias graves, muy similar a lo que ha ocurrido en las grandes capitales del mundo.

El factor que lo ha desencadenado es la irrupción y el dominio de las redes de narcotráfico y las mafias organizadas, que operan en nuestra tierra (y en todo el territorio nacional) con esta impunidad notable que destacamos arriba.

Hemos comenzado a sufrir delitos con mayor violencia, de delincuentes cada vez más jóvenes y -en muchos casos- con síntomas de consumo de estupefacientes o síndromes de ansiedad por no poder adquirirlos.

Últimamente recibimos además noticias de asesinatos cada vez más frecuentes y aumentos de delitos de mayor complejidad. Pero nadie nos dice que, en realidad, esos son los primeros síntomas del cambio producido en las bases del fenómeno de la delincuencia.

Aunque la gente intuye que algo grave se está gestando, no tiene información suficiente como para obtener una radiografía del fenómeno. Lamento sospechar que la renuencia a hacer más eficiente la tarea de brindar datos estadísticos, transparentar procesos y recursos y convocar a las instituciones académicas, políticas y sociales a debatirlo, está producido por el interés de seguir “contentando” a la población con anuncios y noticias de impacto mediático, que atenúen la sensación de inseguridad, aunque a todas luces los expertos adviertan su inutilidad para revertir la tendencia. Ya no sirven los anuncios de compra de vehículos y más efectivos; aquí necesitamos tecnología, capacitación y estrategia.

El accionar del narcotráfico en nuestra provincia lo ha cambiado todo. Con su caja económica -dinero en efectivo- y un producto que permite ganar plata fácil sin mayor esfuerzo (y sin mayor riesgo dado el escaso resultado de la persecución penal), ha ido “disciplinando” a los delincuentes locales, haciéndolos parte de una estructura de mayor escala, recursos y más fácil conversión a dinero como fruto de sus delitos.

Antes nos enfrentábamos a ladrones individuales, lanzados a la acción por necesidad o por viveza criolla, solos o en muy pequeñas bandas. Rateros, estafadores, cafishos y toda suerte de malvivientes que operaban sin coordinación, en un caos delictual, sin reconocerse autoridad unos sobre otros (solo respeto) y operando algunos “con códigos” y otros -los menos- sin ellos. Los jóvenes y los adolescentes hacían sus incursiones circunstanciales, pero eran la excepción. Delitos y delincuentes, como suelen recordar los más viejos, hubo siempre en Córdoba y de accionar intenso.

Varios de estos malvivientes se aseguraban el amparo de ciertos policías, o incluso de ciertas personas influyentes, pero no había -bajo ningún aspecto- una cobertura estructural del poder, ni una organización que por detrás los estuviera guiando. Cada provincia además era una realidad aislada de las otras, salvo por alguna circulación del material robado.

La complejidad de los delitos que sufríamos no superaba el robo a mano armada. Y sobre esa base se intentó organizar una policía y una justicia que tuviera una respuesta cuantitativa (más agentes en la calle y más funcionarios judiciales), aunque los recursos tecnológicos fueran escasos y la capacidad de investigación casi nula.

Los delitos hasta ese momento -razonaban los gobernantes- no ameritaban mayores sofisticaciones. Lo más aconsejable era fortalecer las acciones de prevención del ilícito en la vía pública. Hasta el día de hoy se sigue planificando con estos criterios cuantitativos el crecimiento de las fuerzas de seguridad y de la Justicia.

Pero -insistimos- el narcotráfico lo ha cambiado todo. ¡Abramos los ojos! ¿Cuán complejas y extendidas son estas redes? Hoy ya no solo operan con drogas, sino con trata de personas, tráfico de armas, robos de camiones, desarmaderos, logística de mercadería ilegal, secuestros de personas.

Aunque muchos delincuentes no son conscientes de que operan para estas redes (porque solo responden al cabecilla que les facilita el arma y la reducción de lo robado),  son una pieza más en el rompecabezas que se va organizando.

El naranjita de la esquina de Barrio Güemes, que a su vez vende un poco de droga a los jóvenes que le piden, es tan parte de la matriz como el equipo organizado (por lo menos por 7 personas) que se dedica diariamente a robar carteras a pocas cuadras -en la esquina del arzobispado- y los jóvenes que roban en modo piraña en la zona, o los que inhiben las alarmas de los autos para llevárselos, o por lo menos para robar las gomas de auxilio. Todo es parte de un entramado que tiene plan, método, proceso, financiamiento y jefes comunes.

Los que lideran operan a nivel nacional, con contactos internacionales. Su capacidad financiera es muy importante. Tengamos en cuenta que traer 1.000 kilos de cocaína desde el extranjero, corromper todas las instancias de control, movilizarlo, fragmentarlo, cocinarlo, esconderlo, separar una parte para enviar a Europa y distribuir la otra para los miles de “dealers” supone una operación de no menos de 20 millones de dólares en cada caso y con varios meses de trajín, por lo que se requiere una “espalda financiera” fuerte.

Debemos saber que solo para el consumo interno de nuestra provincia se necesitan por lo menos 50.000 kilos de cocaína al año y aproximadamente 80.000 kilos de marihuana. En Córdoba, por tanto, el mapa del delito –ahora- ya no admite confeccionarlo de “abajo hacia arriba” como era antes, sino al revés: desde las cabezas que poseen el financiamiento para sostener y someter toda la estructura hacia abajo, hasta el último “perejil” que es usado como mano de obra barata en algún barrio marginal.

En toda la cadena de mando de la red, por ahora se produce un quiebre en un punto. Hacia arriba están los verdaderos jefes, cuyo perfil dista mucho de ser el de los cabecillas de los mandos medios, algunos de los cuales son circunstancialmente juzgados y apresados (como el “Chancho Sosa”, por ejemplo).

Estos últimos son como “maestros mayores de obra” o “jefes de cuadrilla” (para utilizar un paralelismo con el rubro de la construcción), quienes a su vez lideran delincuentes rasos y se encargan de realizar el trabajo en la base. De este tipo de bandas con base territorial hay decenas en el territorio provincial de distinto tipo que incluso compiten por el dominio de la zona. En la oferta, se incluyen también barras bravas, punteros políticos, dirigentes comunitarios que han distorsionado su accionar e incluso bolicheros y productores de bailes de cuarteto. Pero en los niveles superiores la competencia es muy reducida, incluso a nivel nacional.

Si tenemos en cuenta que el eje de estas organizaciones ha pasado a ser el tráfico internacional de drogas, y que a nivel mundial los “jugadores” son mafias como los carteles colombianos y mexicanos, la guerrilla colombiana y peruana, la mafia rusa, la mafia calabresa 'Ndrangheta que introduce la droga a Europa y otros, incluso con la protección de ciertos Estados en el mundo, podemos advertir la importancia y el poder que pueden tener los operadores que representan a esas organizaciones en nuestro país.

Estas redes utilizan tecnología y una metodología eficiente para todas sus operaciones delictuales. Con la misma dinámica con la que logran ingresar al país un cargamento con 1.000 kilos de cocaína desde Colombia y entregarla procesada y camuflada para ser enviada a Europa en el puerto de Buenos Aires, traen mujeres esclavizadas de República Dominicana para que terminen obligadas a dar servicios en un burdel de Morteros (por dar solo un ejemplo de su flexibilidad). Se despliegan sobre el territorio con una red de distribución y acción que sería la envidia de cualquier empresa comercial.

No podemos tener una mirada superficial del fenómeno y contentarnos con noticas de capturas de delincuentes con poca cantidad de estupefacientes. Si atraparon a uno con 10 kilos de cocaína en un barrio marginal, tenemos que estar seguros de que hay un proveedor que días antes ha distribuido por lo menos 100 kilos en toda la zona y que a su vez responde a una red que ha operado una mercadería de por lo menos 1.000 kilos  en esa ciudad o región.

Recordemos además que todavía hoy el 70% de las drogas que llegan a Córdoba son procesadas para la exportación vía el puerto y el aeropuerto de Capital Federal, con destino a Europa. Lo que queda aquí, se utiliza para financiar la operación y satisfacer el consumo interno. Pero -insisto- en esa misma logística, entregan armas para que los delincuentes operen, reducen lo robado y lo transportan -desde electrodomésticos hasta autos- traen mujeres para la prostitución, entregan mercadería ilegal, etc.

El hecho que un vendedor senegalés en la peatonal de Córdoba pueda ofrecer a un transeúnte desde un reloj trucho, hasta una bolsita con cocaína, no debe extrañarnos en este marco.

Hablamos de delincuentes sin escrúpulos, asesorados por los mejores profesionales (abogados, contadores, informáticos, expertos en logística, relacionistas que conocen los pasillos del poder) y que lavan el dinero en operaciones bancarias e inmobiliarias, en  el juego, en el fútbol, y en otras transacciones que les permitan blanquearlo.

Con ese poder, corrompen al más alto nivel para asegurarse la impunidad. Un cálculo aproximado de cuánto dinero moviliza el narcotráfico en Córdoba nos arroja un monto superior a los mil millones de dólares al año, lo que nos permite tener una dimensión de su “capacidad de influencia”. No prever que estas redes están involucradas en el financiamiento de la política (y actuar en consecuencia) es de una ingenuidad rayana con la negligencia.

En este marco, el vendedor al menudeo que está en la esquina y que tanto nos molesta es -en verdad- una anécdota, dramática y necesaria, pero anécdota al fin, así como el patrullero que está dándole cobertura. No lo haría -tengámoslo por seguro- si más arriba no hubiera un funcionario de alta jerarquía que ha acordado con estos “jefes” un esquema de protección a la estructura entera.

Los narcotraficantes no se han contentado con este dominio sobre el mapa de la delincuencia. Han ido tomando los barrios marginales intentando asentar allí su poder, aprovechándose de la necesidad, como lo han hecho en los barrios populares de toda América latina.

 

V.    Favelización de Córdoba

 

Aquí es donde la historia comienza a ponerse complicada. Porque si dijimos que hay tanta gente potencialmente delincuente en un barrio pudiente como en un barrio marginal, el intenso accionar de esta gente de mierda -perdón que hable así, pero estamos entre cordobeses- por supuesto que ha producido que en algunas zonas del Gran Córdoba un porcentaje preocupante y extraordinario de familias enteras vivan comprometidas con estas redes de una u otra manera.

Los hijos de los vendedores de droga (que súbitamente aparecen con un auto de lujo, un reloj de oro o cosas que nada tienen que ver con su entorno), conviven con otros niños humildes que aspiran a seguir su suerte con sus padres que no llegan a fin de mes. Todos saben quién vende, quién cocina, quién es el jefe y cuándo viene el auto del jefe que está todavía más arriba. Nadie está dispuesto a denunciar, porque en general han comprobado con sus propios ojos ciertos vínculos con los policías de la zona y estos vendedores de drogas.

Los narcos, por un lado, actúan como benefactores, entregando dinero a modo de beneficencia o ante dificultades de los miembros de esas familias. Pero, por el otro, impulsan a los mismos “vendedores al menudeo” -en general jóvenes- al consumo y la adicción, para que tengan necesidad de delinquir y no piensen ni por un minuto en salirse de la organización.

Sobre este tema profundicé en detalle en el libro “Favelización de Córdoba. Droga, poder y burocracia”, ya publicado en el año 2010 (han pasado 14 años, por lo que imaginemos cómo la situación ha empeorado). Hay por lo menos 50 barrios en el Gran Córdoba muy comprometidos con esta situación de señorío de los narcotraficantes. Pero si nos quedamos solo concentrados en los barrios de la droga, no habremos impactado sobre las causas que está produciendo esta nueva matriz y que es, sin duda, la impunidad con la que se están desplegando las organizaciones de narcotráfico sobre toda la provincia.

¿Qué debemos hacer entonces? Ha llegado la hora de cambiar completamente la estrategia. Antes que nada, sepamos que esta matriz solo se puede combatir de manera eficaz desde el nivel nacional. ¿Cómo es que un defensor del federalismo dice esto? Porque, justo en este caso, se requiere operar en todo el territorio del país, sus fronteras, su sistema financiero, sus rutas, sus trenes y aviones, su sistema de telefonía, de internet, centralizando la información que producen las fuerzas de seguridad, de las policías provinciales y hasta de los inspectores municipales. Mientras no tengamos una  legislación adecuada, una fuerza nacional especializada en combatir estas redes y un fuero judicial también especializado en juzgarlos, no lograremos resultados contundentes.

Argentina -en este sentido- no solo es mencionada en todos los organismos especializados como uno de los países cruzados en forma estructural por el fenómeno del narcotráfico internacional, sino que también lidera -tristemente- los rankings de las condiciones que lo permiten, como un sistema precario para controlar el lavado de dinero, altos índices de corrupción que nos ubican entre los 30 países más corruptos del mundo, mecanismos solo formales para el control de aportes del narcotráfico a campañas políticas, fronteras no controladas de manera adecuada, caos en las estructuras de cooperación entre las fuerzas y las instituciones provinciales dedicadas a combatir el delito, etc.

¿Qué podemos hacer desde Córdoba? El cambio debe comenzar desde el principio. Las hipótesis de trabajo, tanto en la faceta de prevención del delito como en la persecutoria, deben tener como premisa que ningún delito en nuestra provincia está exento de vinculación con estas estructuras de crimen organizado y así debe ser abordado. Las excepciones que se vayan comprobando probablemente confirmarán la regla.

 

VI.   Cambiemos de perspectiva

 

“Vamos por los jefes máximos de las redes”. Necesitamos reformular las prioridades en las líneas de investigación y concentrarnos en apresar a los cabecillas. Eso requiere tecnología, capacitación de jueces y policías, presupuesto, voluntad política y fuerzas especializadas con capacidad de investigación sofisticada. Un cuerpo de jueces que investigue el vínculo entre poder político y narcotráfico y sus ramificaciones en la policía y también en la propia Justicia.

En paralelo necesitamos obstaculizar el modo en que fluye el delito por todo el territorio provincial. Una cuestión tan simple como sofisticar los controles ruteros para que no solo pongan multas por llevar las luces apagadas, sería un golpe de muerte a la logística de estas organizaciones. Aunque la introducción de la droga a la provincia se da por múltiples vías (avionetas ilegales, camiones, ómnibus, correo, viajeros con equipajes, etc.), la droga en algún momento se traslada por carreteras. Podríamos decir que necesitamos “blindar Córdoba”.

Pero la innovación más revolucionaria que podemos introducir en este combate contra las redes de delincuencia es la participación de la ciudadanía como “ojos en alerta”. Generar el incentivo y la facilidad tecnológica -en lo que se refiere a whatsapp- para que todo el que tenga algún dato lo denuncie y la sistematización eficiente de esa información se haga online y sea pública para todo el mundo.

Los miles de ojos de los vecinos, observando y denunciando en actitud comprometida y también genuina, multiplicarían por mil nuestra vigilancia sobre las diferentes aristas de la realidad del delito en Córdoba.

También se requieren acciones extraordinarias para romper esa matriz que se está consolidando a nivel territorial. Debemos generar una fuerza de elite preparada para hacer operativos de saturación de zonas urbanas tomadas por el narcotráfico. Esas fuerzas deben incluir no solo policías, investigadores, fiscales y funcionarios (para que todas las decisiones se puedan tomar en tiempo real sobre el terreno), sino además trabajadores sociales, educadores, agentes religiosos, promotores comunitarios, etc. Hablamos de intervenciones que tengan como primer objetivo urgente reinstalar la “normalidad”, integrar nuevamente la comunidad al resto de la ciudad, recuperar la confianza y los lazos comunitarios.

¿Estamos diciendo que, en un barrio humilde de Córdoba, donde falta de todo, y hasta alimentación, la prioridad es reestablecer el orden de la ley? Sí, eso estamos diciendo. Como condición previa a cualquier otra intervención que pretendamos realizar.

Si no hacemos este tipo de acciones, en muy poco tiempo veremos empeorar la situación social en esos barrios, se consolidará el dominio de estas redes y organizaciones, las fuerzas y el Estado cada vez tendrán más difícil el acceso para realizar su tarea y no me extraña que se multipliquen las bandas de jóvenes delincuentes con sus propios códigos dispuestos a matar, como ha sucedido en tantos otros países de Latinoamérica. Esto ya está sucediendo en los barrios marginales de Córdoba, pero todavía no tenemos un fenómeno consolidado y masivo. Hay margen para actuar si lo hacemos ahora.

 

VII.    ¿No somos Rosario?

 

La pregunta que se estarán haciendo varios lectores es: “¿pero esto que estás describiendo, Sebastián, es Córdoba o es Rosario o el Gran Buenos Aires?” La pregunta es pertinente, porque los cordobeses estamos con esa esperanza errónea metida en nuestros corazones.

Creemos que, como no se están matando aquí entre bandas como lo hacen en Rosario, como todavía no balearon la casa del gobernador, ni colgaron a un narco rebelde de un  puente ahorcado, entonces estamos aún lejos de esas realidades.

¡Estamos locos si pensamos así! La gravedad de la situación es la misma. La única diferencia es que aquí todavía no se han desconocido entre las bandas y las personas influyentes. Y aún todos se encargan de que no haya sobresaltos en la superficie y que la basura se barra debajo de la alfombra. Pero la posibilidad de que la situación cambie repentinamente es demasiado alta. El solo hecho de que los violentos de otras ciudades y regiones se vengan para Córdoba (estamos a 500 km de Rosario y San Francisco está a una calle de distancia de Frontera, provincia de Santa Fe) es demasiado probable como para que nos quedemos tranquilos.

¿Por qué el mayor narcotraficante de Ecuador decide mandar a su familia a vivir a Córdoba, en uno de los countries más conocidos de la ciudad? ¿Por qué en nuestra provincia atraparon al mayor traficante de armas de América Latina hace poco tiempo? ¿Por qué logra permanecer durante más de 10 años un jefe del Servicio Penitenciario que está siendo juzgado por asociación ilícita con los propios presos para cometer todo tipo de delitos? ¿Por qué el jefe de bomberos de Córdoba -que llegó a ser Subjefe de la Policía de la provincia- tenía organizado un sistema aceitado de coimas en la ciudad capital para habilitar cualquier cosa que quisiera ser habilitada? ¿Por qué aparecen los principales jefes de policías y ministros o secretarios de seguridad continuamente vinculados con delitos, maltratos a sus mujeres, y un actuar dudoso, incluso con conexiones con el narcotráfico? Menciono aquí al exministro Mosquera que, además de su papel repugnante en el caso de Blas Correa, el joven muerto por un balazo de la policía, continuamente jugaba en los grises en el cumplimiento de su función.

Y la situación no se circunscribe solo al ámbito de la policía, la justicia y la seguridad. El poder político de ciertas zonas rojas del narcotráfico, como es el caso del Valle de Punilla y la ruta 38, debe ser investigado por su accionar displicente con los traficantes de droga que pasan por la zona y usan esas poblaciones como guardaderos y asentamientos para hacer el traslado grande y también la distribución a nivel provincial.

¿Por qué un intendente de Villa María, que además logra ser ministro de la Producción, no puede justificar hasta el día de hoy haber sido descubierto con miles de dólares en su caja fuerte? Lo más grave es que ese ex intendente ha sido nuevamente elegido en los últimos comicios como mandatario de una de las cinco ciudades más grandes de la provincia…

El listado podría seguir: funcionarios de gobierno que manejan lo más oscuro del deporte y también de la noche y el cuarteto. ¡Y hasta se dan el lujo de comprar medios de comunicación! Pero sirva este pequeño listado para que seamos conscientes que la podredumbre es seria y profunda. La gangrena o el cáncer que ha producido el vínculo entre delito y política en Córdoba no podemos subestimarlo.

Cuando uno trabaja sobre las soluciones posibles -yo lo he hecho en equipos técnicos de un posible gobierno- advierte que ni siquiera lo básico está garantizado: los policías de Córdoba estudian para serlo en ámbitos precarios, sin las herramientas adecuadas y con material de estudio que, cuando uno lo lee, advierte que no llega a lo mínimo. ¿Qué  policía saldrá de una capacitación así?

Con un dato lo digo todo: la escuela de policía en la Ciudad de Córdoba fue trasladada de un predio que tenía en Villa Belgrano (que seguramente habrá tenido como segunda intención dárselo a un emprendimiento inmobiliario) y fue derivado a una escuela secundaria en Barrio de los Cuartetos a la salida de la ciudad, en donde los aspirantes a policía comparten con estudiantes del secundario el patio y las instalaciones. ¡En el “campito” del lado hacen sus pruebas con armas!

Podría seguir, pero se desnaturalizará el sentido del libro y su visión de futuro (demasiado presente hemos expresado en estas hojas). Sin embargo, todo lo dicho confirma la primera idea-fuerza: si desde el Estado (que es el único que posee el monopolio de la fuerza pública) no somos capaces de garantizar la seguridad de todos los ciudadanos, entonces ¿de qué otra cosa vamos a hablar?

Estoy seguro de que, si pudiéramos garantizar un estándar de seguridad, aunque sea básico, un 80% de las familias que hoy vivimos en un country o barrio cerrado derribaríamos los muros para integrarnos a la ciudad. Porque nadie quiere vivir segregado, ni tampoco segregar. Solo pasa que, teniendo posibilidades económicas, optamos por priorizar la seguridad de nuestras familias.

Un recordatorio de lo que ya mencioné sobre la seguridad como pilar del desarrollo social. Si nos comprometemos todos con el norte de lograr convertirnos en una tierra apetecida por directivos y gerentes, para radicar aquí sus oficinas centrales y sus empresas, por la calidad de vida que pueden lograr para ellos y sus trabajadores, es condición esencial que sobresalgamos en esta cuestión de garantizar la seguridad al máximo.

Aquí el desafío es doble: porque no solo tenemos que lograrlo, sino que además tenemos que sobresalir respecto del resto de las regiones por esta variable que es fundamental para definir una inversión.



12. El poder de la gente

 (Ver en versión PDF) 


  

Quiero llegar al corazón de la propuesta de este libro. Lo he venido anticipando en los capítulos anteriores, pero aquí quiero dejar la convocatoria al desnudo.

El futuro de Córdoba no será el fruto de la visión o la gestión de un gobierno y ni siquiera del Estado. Será el resultado de la gente -de los cordobeses-, empujando sus propios proyectos en libertad.

El Estado de Córdoba, no importa el color político del gobierno de turno, ha demostrado en los últimos 30 años de democracia que es ineficiente para lograr la transformación social. No deberíamos arrepentirnos de haberlo intentado. Pero no podemos permanecer indiferentes haciendo lo mismo, cuando los resultados están a la vista.

Como ya advertimos, no deberíamos quedarnos con el consuelo mediocre de que nuestro Estado provincial no es tan malo como en otras provincias, donde el ejercicio del poder es escandaloso. Eso no basta. Es posible que hayamos incluso contenido el estallido social, en muchas oportunidades de la historia reciente, a base de políticas populistas y distribución de bolsones, chapas y dádivas. Pero el entramado social de Córdoba se va deteriorando, año a año, pareciéndonos cada vez más al del Gran Buenos Aires.

En este capítulo quiero explorar hasta dónde podemos confiar -aquí, en Córdoba- en el poder de la gente, y hasta dónde llevar los límites de la desestatización de nuestra sociedad, para que ciertas funciones importantes sean gestionadas por la propia comunidad.

Es el sano principio de subsidiariedad, que indica que no haga el nivel superior lo que puede hacer el nivel inferior, como ya se indicó. Y que no haga el Estado lo que puede hacer la sociedad civil, ni ésta lo que puede hacer la familia y el privado. Es una apuesta por recuperar el protagonismo de las personas, que requiere -como contracara- un proceso de desestatización de nuestra sociedad.

Recién terminamos el capítulo en que insistimos con el rol fundante que tiene la seguridad para cualquier intento de mejora social que queramos hacer. Agrego -en el marco de este capítulo- que ninguna política de seguridad será efectiva si no parte de la base del involucramiento de la ciudadanía, como aliados a la hora de instrumentarla.

¿Qué puede ser más potente que millones de ciudadanos comprometidos con la seguridad, denunciando todo lo que ven y lo que advierten extraño, configurando un mapa del delito online que te permita acciones inmediatas? No proponemos que los ciudadanos realicen acciones directas de seguridad. Pero ¿qué mejor que tener a toda la sociedad en modo vigilante en contra de los que quieren robarnos?

Durante la campaña provincial, invitamos a Córdoba a los creadores de “Ojos en Alerta”. Se trata de un sistema de seguridad, implementado en la ciudad de San Miguel, Provincia de Buenos Aires, que les permite a los ciudadanos comunicarse online con la policía vía whats app, para informar cualquier cuestión que adviertan sospechosa. El mecanismo es tan simple como revolucionario. Ha permitido bajar los índices delictuales en forma sorprendente, por el solo hecho de que ya la seguridad no depende solo de la policía ni de la justicia, sino que está involucrada la gente.

En mi caso tuve la oportunidad de comprobar este poder con una experiencia concreta. Siendo un dirigente político joven, líder de nuestro partido recientemente creado “Primero la Gente”, advertimos en las recorridas que hacíamos por los barrios cómo la gente nos insistía con la problemática de la droga y las consecuencias que generaba. Era el 2001 y ya el flagelo del narcotráfico crecía por toda la ciudad. Decidimos, con mis compañeros del partido, contratar una vía pública que invitaba a la gente a denunciar dónde se vendía droga en su barrio, a través de un canal anónimo en nuestra página web.

Solo colocamos 100 carteles, porque no teníamos más dinero. Sin embargo, el resultado fue impactante: en una semana recibimos 600 denuncias con puntos exactos de dónde se vendía droga en toda la ciudad. Lo acercamos a la Justicia Federal, aunque la reacción del fiscal Senestrari -que recibió nuestras denuncias- fue deprimente. Me dijo, cuando se las entregué, que esa cantidad de denuncias era la que él procesaba a lo largo de todo un año. Me estaba anticipando que no tendría la capacidad de procesarlas en forma rápida y mucho menos reaccionar con celeridad. ¡Qué curioso que no fuera ni la Justicia ni la Policía la que pusiera esos carteles y fuéramos nosotros que éramos apenas un puñado de jóvenes bien intencionados! Más allá de la reacción de la Justicia, en aquella pequeña anécdota quedó demostrado el poder de la gente, cuando se la convoca con una causa justa.

Cuando fui Secretario de Lucha contra el Narcotráfico en el año 2009, en los primeros días de mi gestión compartí en los medios de comunicación el número de mi celular personal, para que todo el que se quisiera comunicar conmigo, lo pudiera hacer.

Los viejos políticos y funcionarios de gobierno me dijeron que estaba completamente loco. Que me iban a llamar día y noche y que no iba a poder dar respuesta a tanta demanda. Es cierto que casi me vuelvo loco, por el volumen de llamados que recibí, pero eso me permitió tener un rápido mapa de lo que estaba pasando en Córdoba, no solo en lo que se refiere a venta de drogas, sino también en lo que se refiere a asistencia y prevención del consumo de droga y alcohol.

Lamentablemente, el flamante ministro de Seguridad designado en la nueva gestión del gobernador Llaryora no convocó a la gente en su nuevo “plan” de seguridad. Y por eso lo más probable es que fracase. Porque en el marco de la complejidad del delito que se ha propagado en Córdoba (y que describimos en el capítulo pasado) no hay policía que alcance, si no está acompañada por la acción de los ciudadanos que -además- son los principales interesados en que la tendencia se revierta y rápido.

Pero como anticipé, quiero llevar la participación de la gente hasta el extremo de sus posibilidades. Ya propusimos en el ámbito de la educación de Córdoba que abramos las puertas a nuevos profesores que provengan de la sociedad civil y del mundo privado y a nuevos protagonistas que quieran gestionar la educación pública e interactuar con ella desde la comunidad y desde las empresas, seguramente con mucho más compromiso y eficiencia que el pesado Estado cordobés.

Pero aquí quiero dejar sobre la mesa la tesis más fuerte: el cambio social y la lucha contra la pobreza y la marginación que queremos promover, no deben pasar por el Estado, sino que también deben ser gestionados por la Sociedad Civil, sus instituciones y sus voluntarios.

Para ser bien claro: la disminución de la pobreza en Córdoba no es una responsabilidad exclusiva del Estado, ni siquiera principal, sino que es una tarea de la sociedad.

 

I.     Una tesis polémica

 

Yo sé que decir esto incomoda. Pero no estamos para ser condescendientes: si ponemos a la par la eficacia en su tarea de transformación de un agente del estado respecto de la de un voluntario de la sociedad civil, comprometido con su causa, es claro que será el segundo el que le sacará varios cuerpos de ventaja.

Puede que haya excepciones. Pero la regla es esa: puede más un misionero de la parroquia que dedica un sábado para visitar un barrio humilde o para hacer apoyo escolar a chicos marginados, que un plantel de trabajadoras sociales del Ministerio de Desarrollo. Puede más una familia comprometida con un chico huérfano, que un batallón de la SENAF. Y alimentan mejor los comedores gestionados por el Banco de Alimentos de Córdoba o de Cáritas que el Paicor.

No hay maldad y probablemente en muchos casos no hay desidia. Hacen su trabajo los empleados y funcionarios públicos dedicados a lo social. Pero no pueden igualar la pasión de los que lo hacen, acostumbrados a lograrlo sin recursos, en muchos casos en forma voluntaria y con la picardía de involucrar a amigos, vecinos y familiares que aportan lo que pueden pero que -en la suma- logran una inmensidad.

Aquí nos tenemos que enfrentar a un cambio de paradigma muy profundo en nuestra cultura, que seguramente será doloroso por ser disruptivo. Nos obligará a sacarnos de nuestra zona de confort.

Los recursos que todos los cordobeses destinamos para que lo social mejore en Córdoba no son pocos. Es la mitad del presupuesto provincial desde hace muchos años. Y sin embargo los resultados son pobres (¡valga el calificativo!). ¿No vale la pena probar otro camino, para ver si no es más eficaz?

Mi propuesta es que el Estado provincial no gestione la ayuda social, de ningún tipo. Ni trabaje en forma directa los problemas sociales, con personal del Estado. En su lugar que financie y audite el accionar comunitario de la sociedad civil e incluso de la iniciativa privada.

El cambio es mayúsculo. Requerirá un cambio cultural, eso está claro. Porque tanto ha avanzado el Estado en la intervención de la sociedad cordobesa, que hoy cualquiera que haga algo por los más pobres y desamparados, no deja de advertir cuando la cosa se pone difícil que “están haciendo lo que el Estado debería hacer”. Yo mismo he participado de reuniones de la Iglesia Católica, donde se habla de dejar de hacer asistencia social “que es responsabilidad del Estado” para pasar a preocuparnos por la tarea pastoral.

La realidad es que nuestro tejido social está en condiciones de hacerse cargo de todas las tareas sociales y de hacerlo bien. El problema o el desafío es el financiamiento. Allí sí tenemos una minusvalía con respecto a otras sociedades, en las que no solo hay personas que hacen por sí mismas, sin esperar nada del Estado, sino que también hay miles de personas, empresas e instituciones dispuestas a donar fondos, para que aquellos puedan desplegar su tarea. En esos contextos es donde el poder de la gente funciona a pleno, sin necesitar nada del burócrata de turno.

En nuestro caso tenemos esa grave falencia: los impuestos ya nos parecen demasiado (¡y lo son!). Y el costo de los servicios. Y somos amarretes a la hora de financiar causas benéficas. No se enojen conmigo, porque lo sabemos: los cordobeses somos amarretes. Incluso en las iglesias, donde el compromiso es nada más ni nada menos que con Dios, los aportes que se hacen en las canastitas que pasan por los costados son escuálidas, comparados con la regla del “diezmo”. Los evangélicos son un poco más disciplinados en esta obligación moral que se han autoimpuesto por la fe. Pero en términos generales nos falta generosidad.

Esta actitud la tendremos que mejorar y también es un gran desafío hacia el futuro (nuestro futuro), pero no me voy a detener aquí a lograrlo. La pregunta es: ¿qué sucedería si combinamos los recursos del Estado con la capacidad de hacer de la Sociedad Civil?

No hay nada nuevo en lo que estoy proponiendo. Ya se hace con algunas organizaciones. Pero no se hace bien. Todo es precario: hay varias fundaciones y asociaciones que son inventos creados para trasladar plata a través de ellas y que -en general- tienen vinculaciones con lo político, en el peor de los sentidos. En otros casos, las convocatorias están teñidas de amiguismo y de informalidad en los procesos.

Si vamos a probar una profunda descentralización de la gestión social hacia la sociedad civil, tendremos que hacerlo bien. Una convocatoria formal a cubrir las necesidades de alimentación, asistencia a menores, asistencia a ancianos, a discapacitados, asistencia en emergencias y catástrofes, prevención, apoyo escolar, cuidado de enfermos, cuidado de niños huérfanos, de personas en situación de calle, protección de mujeres maltratadas, asistencia a adictos, etc.

Ni qué hablar de otras acciones más “blandas” en las que también se involucra el Estado sin razón: cultura y deporte, por ejemplo. ¿Por qué dejamos que un Estado, que ni siquiera es capaz de gestionar bien la seguridad, se encargue de gestionar dos herramientas de transformación social, que son patrimonio de la propia comunidad?

Durante muchos años, junto a Carmen Álvarez Rivero y nuestro equipo de dirigentes, hemos propuesto una prueba piloto en la línea de estos párrafos: que el Gobierno Provincial permita que los contribuyentes, cuando pagamos nuestros impuestos provinciales, elijamos como destino del 5% de los mismos a una institución de la sociedad civil. No importa cuál, con tal de que tenga todos los papeles en orden y al día: puede ser una iglesia, un club, una ONG, una cooperativa, una biblioteca popular, una fundación. Incluso podrían ser varias.

En su momento sacábamos la cifra de la inyección de recursos que supondría este financiamiento a la sociedad civil, elegido por la propia gente según su criterio y predilección y el aporte era muy extraordinario.

Además, estábamos convencidos (y los seguimos estando) de que esto cambiaría la dinámica de estas organizaciones, que hoy se la pasan mirando todo el tiempo hacia el Estado, para ver si consiguen algún tipo de financiamiento y, en cambio, con este poder delegado a la gente, todas las organizaciones deberían esforzarse por convencer a sus seguidores de que son dignas de ser elegidas para canalizar este porcentaje de impuestos a través de ellos.

¡Lleven esta experiencia exploratoria del 5% a un umbral donde la mitad del presupuesto de la provincia de Córdoba, pudiera ser asignado por los propios cordobeses a las organizaciones, o al menos un porcentaje importante (la mitad de la mitad)! Hoy, ese enorme presupuesto (que para que nos demos una idea es de 2 billones de pesos, es decir millones de millones) destinado a lo social, se pierde en los vericuetos de ministerios, secretarias, dependencias, organismos, miles de empleados, edificios, cafés y criollitos, y burocracia sin fin (además de la siempre mano negra de la desviación de fondos y la corrupción).

 

II.   Una sociedad estatizada

 

Insisto en que el cambio requerirá un profundo debate ideológico. Si hoy alguien asevera en Córdoba que el PAICOR es una gran distorsión, en lugar de ser una gran solución, posiblemente será tildado de extremo. El programa tiene su prestigio y en el momento en que fue creado fue una gran innovación. Pero la distorsión es pensar que el Estado, a través de un mecanismo complejo -que, además, habilita corrupción en su ejecución- puede ser capaz de dar a los chicos y chicas en el colegio la comida que no reciben en sus hogares, por parte de sus padres. El esfuerzo no es sustentable, sobre todo porque no es natural y va en contra de la esencia misma de una familia, que es comer juntos.

Pero en Córdoba nos hemos acostumbrado a la estatalización de todo. Festejamos que el APROSS obligue a 500.000 personas a ser miembros de esa obra social del Estado en forma compulsiva. Eso compite, en forma injusta, con las obras sociales y sistemas de medicina prepaga privadas ¡Pero eso a quién le importa!

El Banco de Córdoba, que es un banco estatal en el que las personas que trabajan son nombradas por los políticos de turno, lanza su “tarjeta cordobesa” compitiéndole a otras tarjetas que se esfuerzan por crecer sin apoyo estatal. Es una competencia desleal porque la primera tiene el apoyo de un banco estatal ¡pero eso a quién le importa!

Fíjense que estatizados que estamos de mente, que nos parece aceptable que se autorice el juego en casinos y el juego online, con la excusa de que una parte de esa plata vaya a la Lotería de Córdoba, organismo estatal (atestados de personal y nombramientos políticos, así como de corrupción) para que este organismo supuestamente derive fondos a la ayuda social estatal. No pensamos que el juego provoca problemas sociales. En su lugar nos gusta pensar que detrás de esa práctica oscura hay un último fundamento de ayuda social. Reviso los números de Lotería de Córdoba y veo que hay 1.100 empleados y que por mes entrega 680 millones de pesos a los pobres, pero paga sueldos por 1.400 millones.

El estatismo se propaga como un virus y entonces no nos preocupamos demasiado de que los impuestos que pagamos todos, incluidos los más pobres, vayan a pagar el déficit de una Caja de Jubilaciones donde, en su gran mayoría, pagan jubilaciones a empleados provinciales, que no son ni pobres ni indigentes. No es poca plata: todos los meses son millones de pesos. Para ser exactos son 100.000 millones al año ¿No debería darnos vergüenza que le estemos sacando plata a las urgencias sociales, para -en su lugar- pagar a un grupo de jubilaciones que son más altas que la media nacional? Esa Caja de Jubilaciones, al igual que todas las que existen debería valerse por sí misma con el aporte de los activos que financian a los pasivos. Que todos los cordobeses paguemos el exceso es una aberración propia de una sociedad “estatizada”.

¿Y qué decimos cuando vemos que el dinero de los impuestos hace que viajen gratis en los ómnibus, tanto chicos que no pueden pagar, como otros que sí pueden hacerlo? ¿O cuando vemos que asisten a la universidad pública y gratuita jóvenes que hasta un tiempo atrás podían pagar cuotas caras de colegios privados y ahora estudian en la UNC sin pagar nada? Deberíamos avergonzarnos cuando vemos que el naranjita que cuida el auto de los chicos que van a la ciudad universitaria les está pagando, cada vez que compra pan, una parte del asiento de los que ingresan a esas aulas.

¿Acaso nos escandalizamos cuando vemos que los impuestos de la gente se utilizan para financiar, por ejemplo, un canal de televisión que no tiene ni 3 puntos de rating como es Canal 10 o Radio Universidad? Por mucho menos, ya deberíamos escandalizarnos:

¿Quién paga la bicicleta que tan “generosamente” pone a disposición la municipalidad para que probemos la ciclovía? ¿O el recital público y gratuito en ocasión de una fiesta popular (o del cumpleaños de Ulises Bueno)?

Ejemplos como estos, que muestran lo tolerantes que somos con los desmanes del Estado, por nuestra cultura estatizada, sobran en Córdoba.

El caso de EPEC es realmente paradigmático. Una empresa tomada por la política y el sindicalismo, que nombra centenares de amigos de los políticos y los sindicalistas, que privilegia a los hijos de los que allí trabajan sin ningún fundamento jurídico ni real (puro privilegio), que se reparten bonos especiales a fin de año que son millonarios. Y que todo esto no redunda en mejores tarifas para ningún cordobés, ya que pagamos una de las tarifas de electricidad más caras de la Argentina.

Si llegamos a preguntar si no sería mejor privatizarla, ya que ha quedado demostrado que nadie se atreve a ponerle “el cascabel al gato” en esa enorme empresa estatal, seguro nos tildarán de “vende patrias”, por lo menos. Cuando la realidad es completamente distinta: deberíamos tildar de inmorales a los que sostienen una empresa estatal que nos chupa la sangre, plagada de privilegios y que no nos arroja ningún beneficio claro.

Si tuviéramos mucho más marcado a fuego que la plata de esas empresas y organismos la pagamos con gran sacrificio en los impuestos de cada compra que hacemos (por eso es tan buena la iniciativa que promueve que en todos los tickets y facturas se distinga el precio real de los impuestos añadidos) y que en realidad debería estar enfocada en seguridad, justicia, salud y educación, la cosa sería distinta.

Lo que pagamos en impuestos para transformar lo social y para atenuar el impacto de la pobreza ¡no podemos darnos el lujo de que se malgaste! ¡ni un centavo! justamente por lo urgente de la cuestión -que hace sufrir a nuestros hermanos más vulnerables-… la prioridad de los gastos y quién los gestiona debería pasar a ser “EL” tema de debate sobre el futuro de Córdoba. Necesitamos una nueva cultura que considere a los recursos públicos como “recursos sagrados”.

Todas estas distorsiones que he estado enumerando ocurren porque hemos dejado que un funcionario o político sea el que defina nuestro futuro y gestione nuestro presente. Nos quedó cómodo, nos acostumbramos. Y nos adormecimos. Y han terminado haciendo lo que quieren, con fondos que nos urgen para financiar la transformación. ¿Es sano que gastemos lo que gastamos en publicidad oficial? ¡Es una inmoralidad! Y es más inmoral que el gobernante de turno la utilice para un posicionamiento político desenfadado, poniendo su nombre y su apellido al final como si el dinero fuera suyo o lo hubiera puesto él de su bolsillo. Es el dinero de todos ¡y no lo pusimos para eso! La indignación debería hacernos gritar.

Imaginemos por un momento a la sociedad de Córdoba reviviendo en miles de instituciones que ya tiene (pero que son precarias) y en otras tantas que nazcan alentadas por el nuevo esquema de descentralización del poder social, trabajando una verdadera revolución social de abajo hacia arriba, silenciosa y sin estridencias, pero concreta e intensa. Con la intensidad propia de los que trabajan convencidos y no solo por un sueldo, en el marco (a esta altura distorsivo) de una estabilidad laboral que los lleva a convertirse -en muchos casos- en máquinas de impedir o en personas que hacen como que las cosas pasan, pero con la conciencia de que al final del día, nada ocurre o nada cambia, al menos.

Aquí es donde me animo a subirme al “Faro” de Schiaretti –que con picardía ilustra la tapa de nuestro libro- y gritar a los cuatro vientos, convocando a los jóvenes de todas las edades y de todos los estratos, para construir una sociedad distinta, con un Estado fuerte en las funciones, pero mínimo en su estructura. Que financie y audite, pero que no gestione la transformación social. Para eso estamos nosotros, las personas. El poder de la gente.



13.  El futuro de los valores

 (Ver en versión PDF) 

  

Todo lo que hemos estado proponiendo necesariamente requiere un “colchón” de fuertes valores por detrás. Como sustento y como fuente de inspiración. Desde la aspiración básica de construir un futuro común, rebelarse contra nuestros eternos condicionamientos respecto de Buenos Aires, la ambición de posicionarnos como líderes del mercado de alimentos y también de la educación, así como llegar a ser “el mejor lugar para vivir”; el valor para dar la cruzada por una educación que logre un salto de calidad y una universidad que nos vuelva a servir para el proyecto de futuro de los cordobeses; el coraje para reconvertir nuestras empresas y para relacionarnos en forma directa con el mundo; la energía para transformar nuestra sociedad en una gran palanca de clase media que nos empuje a todos a realizarnos y que permita a nuestros hermanos que sufren salir de la pobreza y la marginación; el desafío de dar la batalla por la seguridad que no hemos dado como corresponde; el anhelo vivido y sufrido de que configuremos una tierra que confíe en la gente y en el poder de la gente y obligue al Estado y su burocracia a retirarse, a sacarnos la pata de encima…. Todo esto no será posible -coincidirán conmigo- si no hay fuertes valores por detrás. La convicción que te dan los valores.

Al igual que en un equipo de futbol -o en una empresa- el triunfo o el crecimiento exponencial no es magia: son los valores del equipo los que marcan la diferencia y lo hacen posible. Es la disciplina que te dan los valores.

 

I.   El valor fundamental

 

¿Cuáles son esos valores? En nuestro caso, si vamos a apostar por la libertad y el poder de la gente -que necesariamente es diverso y disperso- el valor fundante del futuro de Córdoba sin duda es la tolerancia. La posibilidad de convivir “bajo un mismo techo”, pensando y actuando distinto, incluso con algunos temas en los que directamente la acción de unos ofende a los valores de otros.

Claro: si vamos a permitir que convivan muy diversas opciones educativas, promocionadas y gestionadas por instituciones distintas (o por iniciativas privadas distintas), y si vamos a financiar al tercer sector para que gestione con mayor eficacia la lucha contra la pobreza y la marginación, tenemos que ser conscientes de que allí convivirán organizaciones muy distintas, con abordajes distintos.

Esta diversidad es una fortaleza y una oportunidad, pero requiere de mucha paciencia y tolerancia para no pensar que “lo que yo pienso, siento y quiero es lo que debe ser y no lo que piensa, siente y quiere aquel otro que piensa, siente y quiere algo completamente distinto a lo que yo quiero pienso, siento y quiero.”

Si agregamos que queremos convocar a directivos de empresas internacionales a asentar sus oficinas en Córdoba, y por lo tanto a sus familias, nuestro umbral de tolerancia a culturas distintas tiene que convertirse en una regla de oro.

A la pregunta dramática que hacía Alain Touraine cuando éramos más jóvenes en el título de su célebre libro -¿Podremos vivir todos juntos?- la respuesta desde Córdoba sería un sí rotundo.

Hay una buena noticia al respecto: Córdoba ya es tolerante. Si miramos el vaso medio lleno, hay -en nuestro entramado comunitario- una convivencia bastante lograda, entre sectores que piensan y actúan muy distinto.

Aquí las religiones conviven, como ya apuntamos. Y a su vez “lo religioso” no tiene problemas insalvables con lo “progresista”: también conviven en paz. Los empresarios y los sindicalistas en nuestra provincia tienen un vínculo que fluye, más allá de las rispideces que puedan surgir a la hora de las paritarias o de ciertos conflictos sindicales. Y así podríamos enumerar cómo sectores, grupos y personas que en otros lugares tienen enormes obstáculos que los separan, aquí conviven pacíficamente. Un ejemplo tonto pero muy decidor: aquí los sirios comparten la misma institución con los libaneses. Y los judíos conviven con los árabes, sin mayores problemas.

Grupos culturales, de estilos muy distintos, así como sus seguidores, también han aprendido a convivir. La postal de la Mona Jiménez cantando en el Teatro San Martín es ilustrativa. En general, como digo, hay un marco de respeto y esto es una gran fortaleza lograda por la sociedad cordobesa, que constituye una piedra basal de nuestro proyecto a futuro.

Alguno podrá traer a colación las peleas que se generaron cuando la municipalidad puso una bandera del orgullo LGTB en el Parque Sarmiento, en lugar de la bandera argentina. Y como un grupo de ex combatientes de Malvinas fue a sacarla, en forma destemplada. O los áridos debates que hemos tenido por el aborto, u otros temas sensibles como la legalización del consumo de marihuana, que han supuesto marchas multitudinarias contrapuestas. Pero son excepciones, en una larga historia de respeto y convivencia.

Posiblemente lo que produce esta tolerancia es que, al final del día, convivimos y nos conocemos todos (somos pocos y nos conocemos mucho).

Siempre cuento la anécdota de que, durante dos campañas provinciales que hice a pulmón, recorriendo con mi auto todo el territorio provincial como candidato de nuestro pequeño partido político, pueblo por pueblo, coincidíamos en muchas oportunidades con los candidatos de izquierda. Y en cada debate o presentación en la que nos invitaban a ellos y a nosotros, nos peleábamos sin tregua. Pero a la salida yo les ofrecía llevarlos y ellos me ofrecían un mate. E íbamos juntos hasta el otro pueblo.

Otra anécdota muy graciosa e ilustrativa en esta misma línea, fue el lanzamiento de una campaña a diputado nacional que hice en la Plaza San Martín en el año 2005. En esa oportunidad iba acompañado de dos candidatos que provenían del mundo evangélico. A la misma hora y en la misma plaza, lanzaba su candidatura un candidato de extrema izquierda. Muchos vaticinaban que podríamos tener problemas y enfrentamientos. Pero fuimos, conversamos, quedamos que nosotros lanzábamos primero y luego ellos. Y compartimos el mismo lugar. Lo notable era que mientras yo daba mi discurso, todos los militantes de izquierda me escuchaban desde el costado, mientras los que habían venido a nuestro acto (muchos evangélicos) en lugar de aplaudir gritaban “¡amén! ¡amén!”  Un periodista que cubría ambos eventos me supo decir: “nunca había visto nada igual”.

El desafío no es, entonces, cultivar la tolerancia. Creo que el reto hacia el futuro de Córdoba es cómo logramos que los diferentes grupos, que sostienen valores sustantivos distintos, se atrevan a lograr lo más difícil: la cooperación social. Ser capaces de trabajar en red por objetivos comunes, aun manteniendo las diferencias.

Aquí nos queda un largo recorrido por transitar, porque -aunque convivimos- cada grupo, sector o institución está ensimismado en sus cosas, en sus desafíos y en sus problemas. Nos está faltando interactuar a mayor escala.

Sin embargo, hay una segunda piedra fundante, que hemos defendido en este libro, que -si la tomamos- nos permitiría ser optimistas. Se trata de este “principio de subsidiariedad”, al que muchas veces hemos propuesto asirnos ante la duda, y que aconseja construir la sociedad de abajo hacia arriba, comenzando por la familia, lo privado, lo comunitario, lo social, lo municipal y vecinal. Y recién al final lo provincial y lo nacional.

Si adoptamos este criterio y nos guiamos por él podremos aprovecharnos de que, en el nivel básico de las familias, de lo comunitario e incluso de lo municipal (sobre todo en comunidades pequeñas) lo que prima es el conocimiento que se tienen las personas en general y los dirigentes en particular.

Pueden pensar muy distinto, pero se respetan porque conocen cómo viven. Es como si lo más importante no fuera escuchar lo que decimos, sino mirar cómo vivimos y lo que hemos hecho y hacemos de nuestra vida. Y sobre esa base se genera un respeto que baja los umbrales de cualquier condicionamiento ideológico o de otro tipo que podamos tener. En lo local, los problemas requieren soluciones urgentes y concretas, porque afectan a todos. Y allí no hay tanta ideología: arremangarse, discutir la mejor opción y probar sin temor a fallar. Si no sale bien, habrá que corregir y volver a intentar.

 

II.   El rol de nuestros dirigentes

 

Comienza a surgir una de las convicciones más profundas que quiero compartir. Es el rol fundamental que juegan los dirigentes de todos estos grupos e instituciones. Yo he interactuado con muchos de ellos. Y sé que, luego de un tiempo de experiencia en la gestión -siempre tan difícil y de escasos recursos-, luego de tener que interactuar y entender que no todo es blanco o negro, estos referentes se vuelven un factor de cooperación. No lo hacen solo por virtud, sino también por necesidad y eso es fantástico, porque lo convierte en algo más cercano. Más “necesario”.

Es en las “asambleas”, o cuando el juego se abre, donde surgen personas más desubicadas, por llamarlas de algún modo, que quieren detonar todo lo hecho porque le falta un punto y una coma, o porque traen en su psiquis un cargamento emocional extra que no han sabido trabajar correctamente. Pero estos dirigentes son, en general, capaces de conducir al grupo a buen puerto. Indudablemente la interacción humana con personas distintas, en todos los ámbitos de la vida, te hace más sabio y más prudente.

Aun en esquemas organizacionales muy básicos, como puede ser una cooperativa escolar, o incluso un grupo informal de padres que está organizando el viaje de egreso de sus hijos, o una comisión para administrar un barrio o un consorcio de edificio, hay momentos en los que la apertura a la participación produce caos, zozobra y ganas de “irse del grupo de whatsapp”. Pero siempre hay un dirigente que se ha puesto al hombro el proceso y la gestión que, con paciencia y tolerancia, conduce al grupo al objetivo. Es, en definitiva, la virtud de un líder: lograr, en la diversidad del conjunto, la unidad de la acción. Y lo logran.

Son estos dirigentes los que pueden hacer que el “colchón de valores” no sea un loteo parcelado de principios distintos, puestos uno al lado del otro sin cruzarse, sino una amalgama de estos -un damero de valores- en la sufrida experiencia de ponerlos en práctica en el día a día y ante problemas y desafíos concretos.

Otra experiencia de vida aquí puede ilustrar: siendo uno de los coordinadores de un grupo misionero cuando era joven, que visitábamos regularmente un asentamiento muy precario del sur de Córdoba, advertí apenas comenzamos a trabajar que nosotros, que íbamos los sábados, estábamos haciendo algo muy parecido a los evangélicos que iban los domingos, y a los de una ONG que concurrían los martes y a las trabajadoras sociales del Estado que asistían los jueves. Convocamos a todos los dirigentes de esos grupos y fuimos capaces -teniendo mucha paciencia- de cooperar en ordenarnos en lo que hacíamos cada uno por esa comunidad, configurar un espacio común que nos sirviera a todos, etc. No llegamos a una cooperación más compleja que hubiera sido el ideal. Pero lo básico sí se logró.

 

III.   Defendamos la familia

 

Quiero detenerme un momento frente al núcleo central de nuestra sociedad que, como siempre hemos dicho, es la familia: nuestras familias, la tuya, la mía.

Ya sabemos lo difícil que es la construcción de una familia en el medio del mundo actual, pero -a su vez- lo central que es este proyecto en nuestras vidas. Me atrevo a hablar por todos: el desarrollo de nuestras familias es EL proyecto de nuestras vidas.

En este sentido, aunque no podemos arrogarnos que sea un diferencial solo de Córdoba, porque el valor de la familia es universal y con mucha fuerza en la cultura de América Latina y de Argentina, por supuesto, sí podemos sostener que los cordobeses tenemos un punto fuerte en este sentido.

Nuestro entramado familiar es aún muy fuerte y resistente, con familias grandes conformadas por abuelos, tíos, padres e hijos, que conviven con mucha intensidad, por la propia característica de nuestra dinámica social: nuestros hogares, cientos de reuniones familiares, cumpleaños, bautismos, casamientos, comuniones, recibidas, navidades, semanas santas, idas al campo, asados, amigos que se integran…. La frecuencia con la que nos reunimos con nuestra familia es un dato de lo intensa que es nuestra relación y lo importante que es para nosotros. Es común el caso de una pareja que se va a vivir afuera e incluso le va bárbaro económicamente. Pero anhelan volverse, para poder vivir esta dinámica de familia y amigos.

Dada esta fortaleza, y pensando en el futuro de Córdoba y de nuestra sociedad, hay dos esfuerzos que tenemos que hacer con particular esmero. El primero es defender esta institución de cualquier ataque ideológico o interesado que quieran hacer. No voy a desplegar aquí teorías conspirativas de que hay un plan siniestro a nivel mundial que pretende destruir a las familias del mundo. Sí hay que decir que existen ideologías que han visto en la familia el germen del sistema capitalista y que han tratado de destruirla en forma expresa. Traigo a la mesa el caso de los Khmer Rouge en Camboya, en la década de 1960, brazo armado del Partido Comunista de ese país, que ponía en un cruce de caminos a los distintos miembros de las familias de espaldas y los obligaban a caminar- cada uno hacia distintos rumbos- sin mirar atrás, so pena de fusilarlos. Así se destruyeron miles de familias para intentar terminar con la “mala influencia” de esta institución. De más está decir que no lo lograron, pero sembraron mucho sufrimiento.

Como digo, no voy por esa línea conspirativa en esta reflexión. Solo subrayo que hay que cuidar a las familias de Córdoba. Toda decisión que debilite la estructura familiar es una medida equivocada, aunque tengamos buenas intenciones. Cuando le damos de comer  a los chicos en el colegio, porque los padres no pueden hacerlo en sus casas y no nos esforzamos por entregarle esa comida al entorno familiar, para que puedan sentarse en torno a la mesa e interactuar, estamos debilitando esa estructura. Cuando en el ámbito educativo le quitamos poder a los padres para decidir sobre la educación de sus hijos, porque los subestimamos y pensamos que sabe más el técnico o el burócrata que ellos, ocurre lo mismo. Cuando un director técnico intenta ahuyentar a los padres que apoyan al equipo y también se entrometen y opinan (por la propia pasión que les genera), están subestimando el valor central que tiene el acompañamiento de esos padres a ese hijo durante la aventura deportiva que está encarando.

Más arriba -por supuesto- está la inseguridad, que obliga a las familias a encerrarse entre rejas y no salir para que no le roben (con situaciones dramáticas como en los casos en que no pueden ir siquiera a festejar la Navidad con sus familiares, porque esa noche los desvalijan). También están las políticas de hábitat de los gobiernos, que en lugar de dar un crédito para que cada familia construya donde quiera, lo más cerca posible de los suyos, construyen planes de vivienda en cualquier lugar y le asignan una casa que los extirpa del entorno de sus seres queridos.

El debate sobre la educación sexual de los niños y adolescentes en el colegio es otro ejemplo que requiere sintonía fina. ¿Partimos de la base que la educación en la familia es retrógrada, que no se dialoga y no se informa, y que es bueno que un docente o un tercero desde el colegio configure la formación sexual y la información desde el colegio? ¿O son los padres los que deben tener ese protagonismo, incluso capacitándolos a ellos, para que luego transmitan según su marco cultural, religioso o ideológico?

Tengo la impresión de que en los últimos 30 años no hemos cuidado a las familias de Córdoba como corresponde. Las hemos dejado a su suerte. Nos preocupamos de la mujer, del niño, del joven, del anciano como individuos separados, pero no como partes integrantes de una institución capaz de contenerlos y hacerlos crecer como es la familia.

No me voy a escapar a la pregunta central que debemos hacernos aquí: ¿qué modelo de familia vamos a enseñar desde el jardín de infantes y durante el primario? Utilizando todos los conceptos que hemos desarrollado en este libro, mi propuesta es que no tomemos ninguna definición. Que haya alternativas distintas y que puedan ser los padres los que elijan a cuál quieren adscribirse y a qué escuela enviar a sus hijos. Luego serán ellos, durante la adolescencia y la juventud, los que decidirán si ratifican o se rebelan contra lo aprendido.

En esta misma línea pregunto también: ¿qué nos conviene a todos como sociedad y por supuesto también al Estado? ¿Que las parejas formalicen su relación en un matrimonio y que -además- sean estables, incluso con el horizonte de que estén juntos “hasta que la muerte los separe”? ¿O a la sociedad y el Estado nos es indiferente que se separen y se divorcien?

Aunque está claro que es un derecho individual de la persona a decidir sobre si quiere estar o seguir estando con su pareja, a la comunidad nos convienen parejas formales y estables. Si es así, entonces también tenemos que promover y proteger el matrimonio como institución, base para que luego exista una familia.

Cuando la relación no se formaliza y cuando una perspectiva de estabilidad -un proyecto de vida en común- no se consolida, las bases de esa familia son precarias. Si se rompen en el camino, eso seguro que repercutirá en los hijos, en el entorno y en la propia pareja con esquirlas hacia la comunidad más cercana. En términos de estabilidad de la dinámica social, es mejor tener familias estables y parejas fuertes.

Insisto en que no estoy hablando de abolir el divorcio ni mucho menos. Solo hablo de cuidar la institución familiar y su núcleo, que es una pareja formalizada en matrimonio. Aquí incluso voy mucho más allá de cualquier convicción religiosa, y desde un punto de vista meramente civil y social. Párrafo aparte merecerán las consideraciones de fe de cada persona o comunidad.

Más arriba hablamos de dos esfuerzos. Ya reflexionamos sobre el primero, que es cuidar a la familia como institución, si queremos construir un futuro potente para Córdoba. Pero el segundo esfuerzo va más lejos aún: la familia como institución puede convertirse en un centro revolucionario de gestión eficiente de muchos de los desafíos sociales que hoy nos aquejan y que aparentemente no tienen vías de solución. Esta idea la ha defendido con pasión Carmen Álvarez Rivero y tomo de ella la inspiración.

¿Qué podemos hacer con las personas mayores que están solas? Tal vez podamos trabajar soluciones que involucren a la propia familia. Incluso quizás sea mejor pagar a un miembro del núcleo familiar para que los cuide, que llevarlos a un geriátrico (por supuesto siempre que la condición de la persona anciana lo permita). Seguro que lo harán con más cariño y dedicación que un extraño. ¿Cómo trabajar con las personas con discapacidad? En lugar de inventar mil y un organismos, programas y cosas que no funcionan, tal vez hay que financiar a la propia familia, porque ellos sí saben qué se puede y qué no se puede hacer. Doy estos ejemplos, de muchos otros que podría citar, para que advirtamos la potencia y la mayor eficiencia de gestión de desafíos sociales que hay en el marco de la familia y su entorno.

Y si la familia no tiene que involucrarse con sus propios miembros respecto de problemáticas especiales, sigue siendo una unidad potente y eficiente para gestionar en instancias cercanas. Las familias trabajando con otras familias cercanas de amigos, en los colegios, en los clubes, en los grupos religiosos, en ONG’s, en apoyo escolar o en lugares de ese tipo son incomparables en su energía positiva y labor.

El padre Ricardo Rovira sabe decir: “lo que una madre le diga a su hijo, ese hijo se lo dirá al mundo”, resaltando esto que estamos mencionando y cómo la tarea de una madre, por ejemplo, que -en general- es la líder de la familia, puede irradiar compromiso y acción en el resto de los miembros de ese grupo íntimo.

Agrego este párrafo porque está claro que la madre sería la que mayor potencial y eficiencia tendría, en general, para liderar este tipo de procesos novedosos, si contara con los recursos adecuados.

¿Cómo se llevan estas reflexiones con los movimientos feministas y sobre todo los extremos? Está claro que estamos hablando desde concepciones distintas. Pero - poniendo en práctica el gran valor de la tolerancia- digo que la tarea que ha hecho el feminismo en los últimos años, en ciertos aspectos, ha sido interesante y positiva. No tal vez en intentar que cambiemos las palabras y hablemos con la letra “e” incrustada, porque es una “lucha” que pareciera demasiado semántica en comparación con los desafíos de la realidad. Pero sí en advertir sobre el machismo que puede habitar en muchas familias, con una mujer muy subordinada a ciertas tareas que no tienen por qué ser exclusivas de ellas.

Todos hemos vivido -yo también, en el seno de mi familia- una transformación positiva, un avance respecto de los roles y los preconceptos sobre qué tenía que hacer un varón y qué una mujer; sobre formas de tratar y de condicionar, sobre prejuicios infundados que estaban muy enraizados en nuestra cultura y que se han ido resquebrajando sobre todo por la exigencia de los jóvenes, de la nueva generación. Todo esto ha sido extremadamente positivo.

¿Hacía falta pasearse desnudas por las plazas o hacer caca en la puerta de la catedral, o los excesos que proponen “matar a un macho para terminar con el patriarcado”? Claro que no. Pero tampoco es bueno ser apocalípticos: todos los movimientos sociales -en sus comienzos- se mueven hacia los extremos y luego se moderan y se incorporan a la sociedad con todo lo bueno que pueden dar. De todas maneras, no quiero entrar en esta discusión ahora, porque nos aleja del objetivo del libro.

 

IV.   Que salga a la cancha la Sociedad Civil

 

Si escalamos en este camino de construcción, de abajo hacia arriba, por encima de la familia y más allá de la iniciativa privada -ya hablamos de las empresas y los comercios y su futuro- encontramos a la comunidad y su red de trabajo, que es la Sociedad Civil: el tercer sector o las organizaciones no gubernamentales (como queramos llamarlo).

Ya hablamos de ellas in extenso en el capítulo sobre el futuro de la sociedad cordobesa. Pero aquí quiero detenerme -en particular- en las organizaciones religiosas: las iglesias y hacer foco en la Iglesia Católica de Córdoba, que sigue siendo la institución mayoritaria.

Remarcamos a su turno cómo, de los voluntarios de nuestra provincia, más del 90% reconoce una inspiración religiosa para hacer lo que hace. Por lo tanto, el llamado a la sociedad civil seguro que traerá mucha gente comprometida de este sector. La pregunta que tenemos que hacernos -sobre todo de cara al futuro- es: ¿qué tienen para aportar, sustancial e innovador, desde las iglesias que valga la pena mencionar en este libro (¡y en el proyecto a futuro!)?

Detengámonos en la comunidad Católica, donde yo participo desde muy joven hasta nuestros días, por lo que puedo hablar con fundamento de causa. Nuestra iglesia local posee una infraestructura material y humana formidable. Para empezar, contamos con una red de construcciones distribuidas por todo el territorio -ya sean iglesias y templos, conventos, salones comunitarios, colegios, casas de retiros y otras que albergan obras de beneficencia, etc. Pero lo más importante no son los edificios, claro está, sino la organización que -aún con sus falencias- se despliega por detrás, en todos los rincones de la sociedad.

Contamos además con la Universidad Católica, con Cáritas, Radio María, la Pastoral Social dialogando con todos los sectores, Acción Católica, ACDE para el vínculo con los empresarios y -como digo- cientos de parroquias, colegios religiosos, fundaciones, grupos juveniles, misioneros y de acción, dispersos por toda la provincia y por todos los barrios.

Entre los laicos hay profesionales prestigiosos: empresarios, trabajadores, artistas, intelectuales, maestros y profesores, sindicalistas y referentes de todo tipo, con un compromiso social relevante. Las Iglesias, gracias a Dios, están llenas de jóvenes que además se organizan para estar en acción.

Los evangélicos en Córdoba viven un proceso notable de crecimiento, coordinación entre los diversos pastores y de inserción en la comunidad abierta. Apostaron por la formación de sus jóvenes y eso ya está arrojando resultados concretos. La militancia activa de sus bases es sorprendente y su estructura de comunicación crece.

La Comunidad Judía se muestra fuerte también, dinámica y organizada para la acción. El resto de los credos otro tanto.

Sin embargo, no estamos lo suficientemente “en salida”, como pedía el Papa Francisco en su momento. Estamos hacia adentro, como en zona de confort, aunque en verdad nada de lo que hace la iglesia es “confort”, porque generalmente está vinculado a sacrificios de personas que le ponen el hombro.

Pero nos está faltando creernos nuestra misión, no solo en lo micro sino también en lo macro, como portavoces de valores que pueden transformar la sociedad. Nos falta aspirar a tener -con nuestro mensaje- la incidencia que tuvimos en otros tiempos de la historia de Córdoba. Incluso nos pone nerviosos si alguien nos menciona esta posibilidad. Y eso está muy mal, porque una sociedad tolerante no condiciona que las partes que deben convivir entre sí renuncien a su afán evangelizador y transformador. Ese sueño de construir “la civilización del amor” que nos insufló el Papa Juan Pablo II cuando nos visitó -siendo todos jóvenes y adolescentes- está (o debería estar) más vigente y también más pendiente que nunca.

A este problema de falta de volumen en nuestro plan de transformación se agrega -o tal vez sea la causa- que no hay suficientes dirigentes, surgidos de entre las filas de los grupos religiosos, dispuestos a representar en forma activa esos valores en el ámbito de lo político y de lo público.

Es cierto que nuestras enseñanzas indican que más que alardear hay que “predicar con el ejemplo”. Pero aquí estoy hablando de otra cosa: de la posibilidad de que dirigentes se atrevan a pensar la proyección de los valores a nuestra sociedad, como lo supieron hacer los que -inspirados por la Fe- fundaron en Córdoba escuelas, universidades, grupos y estructuras que tanto incidieron en nuestro “hoy”.

Si las únicas veces que estamos dispuestos a organizarnos y salir públicamente a defender los valores es cuando nos convocan por el aborto, la tarea de expansión evangelizadora tiene más olor a reacción que a acción.

¿Qué nos falta? Hay que decirlo: en muchos casos sabemos perfectamente lo que no queremos, pero nos faltan -puertas adentro- debates más profundos, sistemáticos y propositivos sobre la Córdoba en la que queremos vivir, de cara al futuro.

Lo nuestro es pura resistencia, reacción, queja, melancolía incluso por un tiempo que no volverá. Pero las pocas propuestas que se elevan desde nuestros ámbitos no tienen la misma fuerza y sustancia. Son enunciados del deber ser, pero sin el roce con la realidad que todo lo condiciona.

Si las instituciones religiosas le siguen dando la espalda al juego de la política real y ya se han auto-convencido de que la realidad les ganó 1 a 0, y de que solo podrán remediar o “apalear” las consecuencias, entonces estamos complicados. Además, va a ser difícil -en ese contexto- que germinen vocaciones concretas, dispuestas a hacerle frente.

¿No tendrá algo que ver con todo esto que estoy mencionando la falta de vocaciones sacerdotales? Más allá de lo religioso, una falencia grave para nuestra sociedad es no tener una cantidad suficiente de sacerdotes, monjas y consagrados, porque son ellos -luego- dirigentes esenciales en el territorio para producir la transformación.

Entiendo que la Iglesia -al menos la Católica- sufrió las distorsiones que se produjeron en los 60 y 70 por la confusión entre fe e ideología y las consecuencias que eso produjo. Pero nos hemos pasado de pacatos. En los 90 se fueron desactivando las movilizaciones masivas de jóvenes (recuerdo el Estadio Córdoba, repleto de jóvenes en el Encuentro de Juventudes del 85 o en las peregrinaciones al Pan de Azúcar), los ámbitos universitarios se replegaron intramuros (ni siquiera la Facultad de Ciencias Políticas de la UCC nos interpela, ni tampoco a sus estudiantes). Los medios de comunicación propios y los espacios de reflexión, le siguen hablando a los que ya nos escuchan de siempre…

De alguna manera, a estos valores (en los que yo personalmente creo) les falta mística social, les falta épica, les falta relato que inspire. Me atrevería a decir que les falta marketing. Si vamos a seguir el mandato de ser “sal y luz”, entonces tenemos que comenzar por Córdoba, que es nuestro lugar, y convertirla en una tierra de amor y valores compartidos.

Iré a la próxima marcha en contra del aborto. Pero alguna vez quiero ir a la marcha de los 10 puntos que los hombres y mujeres de fe de Córdoba pensamos y proponemos para cambiar positivamente Córdoba y la Argentina.

Vuelvo a ser más “objetivo”. Y como ciudadano y miembro de la comunidad de Córdoba digo: así como sin avasallar la libertad de nadie, a nuestra sociedad le conviene que haya matrimonios fuertes y duraderos y también familias fuertes y duraderas, también digo que a nuestra sociedad -aun incluyendo a los que no son religiosos- nos conviene que las religiones (no importa cuál en particular) sean fuertes, creciendo y ramificándose en el tejido social, porque son garantía de que una parte de ese “colchón de valores” que necesitamos para construir el futuro no falte.

Esta consideración es tan simple y práctica como decir: “yo no participo en ningún club deportivo, pero soy consciente de la enorme función social que cumplen, aun cuando también abrigan personajes nefastos que se pelean con los referís, y barras bravas vinculadas con lo peor de la delincuencia. Pero no dudo ni un momento en levantar mi mano para que sigan, crezcan y se fortalezcan.” Con lo religioso sucede otro tanto en términos de importancia social.

 

V.   Si no hay justicia, no habrá nada

 

Antes de cerrar este capítulo sobre los valores, quiero hablar de un valor en particular que, si lo fortalecemos, más rápidamente puede arrojar resultados en términos de transformación social.

Así como arriesgamos que la lucha por la pobreza nos obliga a comenzar por garantizar la seguridad de la gente, o cuando hablamos de cómo liberar la potencialidad de las empresas de Córdoba no dudamos en exigir que el Estado cordobés nos saque la pata de encima con sus impuestos extorsivos, la gran pregunta para responder aquí sería: ¿cómo podemos procurar -en el corto plazo- un fortalecimiento del entramado de valores de nuestra sociedad? ¿Cuál debería ser el primer paso?

La respuesta no es innovadora, pero sí lo es en el marco de nuestra sociedad. El valor que más rápido puede activar esa palanca es la justicia.

Es que hemos vivido tantos años con la sensación de que el que las hace no las paga, que los acuerdos se pueden deshonrar sin consecuencias, que siempre hay margen para que un pillo haga sus picardías en cualquier ámbito y lugar, que eso nos ha replegado en nuestra interacción social.

No solo nos hemos encerrado tras las rejas por temor a que nos roben. También nos hemos encerrado en nosotros mismos por la desconfianza que nos produce interactuar con el entorno. Esto ha empequeñecido no solo nuestro mercado sino también nuestra sociedad.

Parece mentira, pero está muy constatado por la historia social que cuando el Poder Judicial no es rápido y certero, por ejemplo, para corregir las injusticias que puedan producirse entre los propietarios y los inquilinos, eso ralentiza la interacción de estos grupos y produce efectos negativos, con menos familias que puedan acceder a la vivienda propia.

Cuando eso mismo pasa en el ámbito laboral, con una Justicia que no castiga la informalidad, pero que se sobrepasa en la industria del juicio respecto de los que contratan, cuando no cuida que los contratos laborales sean respetados sin inclinarse en forma injusta para una de las partes, entonces el mercado del trabajo se distorsiona, se vuelve precario, desconfiado para volver a contratar o para entregar todo el esfuerzo en un nuevo empleo por parte del trabajador. Esto ocurre en la calle cuando  transitamos y chocamos, cuando contratamos un servicio, y en las mil y una interacciones que producimos día a día.

Esto mismo sucede en los ámbitos sociales. Mil y una injusticias que entorpecen la rueda de la interacción comunitaria. El señor de la cooperadora que se queda con la institución y mete a su señora de empleada después, y luego no presenta los papeles en IPJ y nadie le reclama nada… o al revés: la ONG que está naciendo, pero es asediada con presentaciones de balances y papeles para poder lograr estar en términos formales. En ambos casos se produce una “injusticia” que quita las ganas a las personas de bien de involucrarse y participar.

Eso es lo que transpiran los comentarios de los sacerdotes encargados de las parroquias, cuando uno charla con ellos: no pueden hablar con los ojos encendidos de su misión y de lo que hacen por expandir la civilización del amor, porque están aturdidos por regulaciones que no pueden cumplir, por juicios que le hacen en las instituciones que llevan adelante, por trabas en los proyectos que realizan, por injusticias. Lo mismo les sucede a los otros dirigentes sociales que hemos exaltado más arriba. El sistema y sus injusticias los terminan venciendo.

No les digo nada respecto de los que verdaderamente son víctimas: madres cuyos hijos han muerto en circunstancias que la Justicia no logra dilucidar, familias que han sufrido violencia pero que el Poder Judicial nada resuelve respecto del violento, mujeres que se hartaron de ir a solicitar el “botón anti-pánico” y que alejen a su exnovio violento, que terminan muriendo en un nuevo hecho porque la justicia no llegó a hacer nada a tiempo…

La Justicia de Córdoba funciona. Y lo mismo que ya dijimos: podríamos consolarnos diciendo que “al menos anda mejor que en otras provincias”. Pero eso sería sentenciar nuestro proyecto a futuro. Necesitamos una Justicia eficiente, rápida, independiente, con gente comprometida trabajando, con la urgente misión de dar a nuestra sociedad la certeza de que, si algo sucede (o nos sucede), el responsable tendrá castigo y la reparación será en tiempo y forma.

Mientras no tengamos esa seguridad los cordobeses, todo lo que venimos proponiendo en el recorrido de este libro se demorará hasta el extremo.



14. Y vos: ¿qué vas a aportar?

(Ver en versión PDF)  

  

Como podemos ver, son muchos los frentes que se abren, si en verdad queremos acomodar a Córdoba en la senda de construir su futuro. Las personas que tenemos más de 40/50 años lo hemos intentado -con mayor o menor compromiso y vehemencia-, pero tenemos que reconocerlo: los resultados que ostenta nuestro esfuerzo son pobres.

Sí o sí, este desafío es para los jóvenes. Es para vos, que -si tenés menos de 35 años- y has leído hasta aquí, claramente tenés una preocupación por lo que le pueda pasar a esta tierra cordobesa.

La pregunta que todos nos hacemos a esta altura, sensibilizados por lo que hemos leído y debatido es: ¿son los jóvenes actuales de Córdoba los que van a tomar “la posta” y el protagonismo en la construcción del cambio, o tendremos que esperar a una próxima generación porque ésta ya cayó en la indiferencia?

Incluso la idea es que la pregunta se vuelva tan personal como la del título: vos, que sos joven, ¿qué vas a aportar?

 

I. Propósito e impacto

 

Es muy bueno cómo la mayoría sub 35 han internalizado estos dos conceptos. Se manifiestan en la línea de tener un “propósito” en la vida. Y de alguna manera buscar lograr impacto. Propósito e impacto son dos conceptos que pican en punta entre los que se van asomando a la vida adulta y eso es muy bueno. ¿“Construir el futuro de Córdoba” es un propósito suficientemente inspirador como para dedicarle tu vida? ¿Y es suficientemente ambicioso como para que, si lo lograras, irte tranquilo a descansar al final de tus días por haber producido un impacto notable?

A mi modo de ver la respuesta es sí. Estarás trabajando en el lugar donde tienes alguna capacidad de influencia, porque conoces otros jóvenes, amigos, y amigos de tus amigos, familiares, vecinos y conocidos, poniendo foco en algo que tiene la grandeza de beneficiar a otros, pero también el estímulo extra de que estarás construyendo también para tu propio futuro y el de tus hijos.

Muchos jóvenes podrían reaccionar y decirme que “ya están haciendo cosas por el cambio”. Les doy la razón, porque los he visto: hay chicos y chicas trabajando para mitigar la pobreza, por la discapacidad, hay muchos que están motorizados por el medio ambiente, también por la cultura, explorando con sus bandas y sus grupos cómo expandir estilos y experiencias nuevas en los ámbitos de la música, teatro, pintura. Hay una gran cantidad de jóvenes haciendo mucho.

Se podría decir que esta franja etaria de la sociedad cordobesa sobresale por su búsqueda de propósito en la vida. Sin embargo, me atrevo a hacer de “abogado del diablo” de esta generación y poner en duda la escala del impacto que están produciendo con sus acciones.

A nivel conceptual, la nueva visión de los jóvenes no se termina de conformar como un sistema de ideas. Son pequeños flashes aislados que no acaban interpelando a nuestra sociedad cordobesa. Aquí hay una debilidad importante.

Los que están comprometidos con el ambiente o con los animales, o los que están comprometidos con lo religioso (para dar el ejemplo de dos grupos completamente distintos), viven su experiencia de vida a pleno en favor de sus objetivos, pero sin preocuparse por impactar con esas ideas y con esos valores a la comunidad toda, con la escala necesaria.  Tienen propósito, sí, pero no tienen impacto suficiente. 

Posiblemente esto sea porque ni siquiera están debatiendo entre ellos las ideas y los valores. En la interacción y en el debate las ideas se expanden, se vigorizan, te obligan a volver sobre ellas y revisar sus postulados, para ver cómo podés “ganar ese debate”. Te mantiene los músculos tensos, como en un partido de futbol contra un rival. Hay respeto y tolerancia, pero también hay intenciones de triunfar a nivel conceptual.

Este cruce no se produce en nuestros días y cada grupo se cocina en su propio círculo con sus ideas afines, lo que hace que el despliegue conceptual sea de baja densidad. En los extremos hay grupos pequeños que se espetan las ideas por las redes, pero eso no configura un debate.

Es curioso porque, en los pocos ámbitos donde sí se atreven al entrecruzamiento de ideas y debate, los conceptos se les graban a fuego a los jóvenes de hoy. Pongo como ejemplo la experiencia positiva, que se hace todos los años en nuestra provincia y en otras, con la simulación del modelo de Naciones Unidas (OAJNU). Los distintos grupos de diferentes colegios representan a los diversos países del mundo, sus culturas y sus posturas. Esto los obliga a estudiar y hacer discursos en frente de todos, tomar posiciones y votar. La experiencia se les graba a fuego.

Es cierto que los jóvenes no anhelan lograr esa visión totalizadora, propia de las ideologías del siglo pasado, tanto de derecha como de izquierda. El marxismo quería explicar todo desde su criterio materialista y su fórmula de la lucha de clases. El liberalismo quería explicar todo desde la maximización del egoísmo humano. El nacionalismo y el conservadurismo otro tanto. Esas grandes ideologías, que pretendían imponerse de arriba hacia abajo, terminaban explicando hasta los colores utilizados en una pintura o un mural de calle.

Semejante escalamiento, en el caso de la generación anterior, los llevó a excesos inadmisibles: “el fin justifica los medios”, todo sea por la causa, se justificaban para pasar a la clandestinidad y fundamentar acciones violentas. Esa experiencia ya sabemos lo mal que terminó.

Haberse alejado de esas distorsiones es una virtud de la nueva generación que no podemos dejar de aplaudir. Pero tal vez se les fue la mano. Y hoy la nula vocación por conformar propuestas generales de cambio, que integren aspectos más puntuales que interesen a unos y a otros, es una deficiencia para corregir.

Cuando un joven se compromete a luchar en contra de la explotación de los porcinos y realiza acciones en ese sentido, pero no es capaz de fundamentar cómo se inserta su vocación liberadora de los chanchitos con la necesidad de alimentar al mundo en un marco de economía de mercado, le está faltando ser capaz de pararse desde un punto de vista más general, que impacte al común de las personas preocupadas por temas mucho más básicos y pedestres. Las ideas necesariamente tienen vocación de mayorías.

A la falta de impacto y de escala conceptual, agreguemos ahora la falta de impacto con escala en el ámbito de la acción. Otra vez: un aplauso y una observación. El aplauso a esta generación de jóvenes es porque llevan inmediatamente el compromiso con las ideas y los valores a cambios en su conducta individual.

Si creen que la humanidad debería reciclar la basura, amanecen un día, se compran tachos para diferenciar los residuos y comienzan sin demora. Uno llega a advertirles que -en Córdoba- el camión que pasa a buscar la basura diferenciada por su casa, lo lleva y lo tira todo junto sin importar la diferenciación. Pero al joven comprometido con esa actitud, no le importa eso. Él, por lo menos, está haciendo su aporte. ¡Esto es un comienzo muy importante!

El que hoy recicla es un idealista extraordinario. Sin embargo, no se queda en la utopía, sino que aporta su granito de arena con la convicción de que su pequeña acción produce el “efecto mariposa”. Tiene esperanza, porque si no, no lo haría. Enfrenta un problema concreto de dimensión mundial, con madurez y decisión. Mi generación debería rendir culto a este compromiso con el cambio real en el nivel básico, pero fundamental, de nuestra propia vida (diciendo y haciendo, digamos).

¡Veo una mujer que vuelve de hacer las compras, con su bolsa de tela que recordó llevar para no seguir proliferando con “bolsas de plástico” -aun sabiendo que el 80% de las cosas que trae en ella todavía tienen plástico- y renuevo mi fe de que todo es posible!

Pero la observación es respecto de si podemos conformarnos con esa escala. O si estos jóvenes debieran poner la misma energía en lograr que ese impacto individual, que se están garantizando, también desencadene efectos colectivos más determinantes.

Esto es más difícil: si la objeción anterior requiere interacción y debate, en este caso necesita muchas horas de ingenio para lograr -con pocos recursos (siempre es ese el marco y el desafío)- un impacto masivo, en un plazo breve. Aquí la creatividad y la capacidad de desarrollar nuevas estrategias e ideas y ser capaces de ponerlas en acción, en conjunto con otras personas y otros grupos, es clave. Pero -insisto- es más difícil.

La joven comprometida con la idea de que la educación cambiará la humanidad, que los sábados a la mañana brinda unas horas de apoyo escolar en una organización como voluntaria ¡ya merece un monumento! Pero la pregunta de abogado del diablo que debemos hacerle es si no debería ser capaz de comprometerse con un cambio del sistema educativo de Córdoba, que -como vimos- es decadente, así como horas de interacción y debate para definir cuáles pueden ser las nuevas ideas para que esa transformación se produzca.

Si lográramos que la actual generación de jóvenes, que -con mucho tino- se alejó de las ideas de las revoluciones, y mucho más aún de las violentas, abrace la idea de las “evoluciones”, entonces está claro que los jóvenes de hoy serán protagonistas de la construcción del futuro. Si no es así, lamentablemente seguiremos con un esquema muy esquizofrénico, con mucha gente buena actuando en lo poco, pero mucha gente mala operando sobre lo macro, haciendo desastres.

 

II.   Reciclaje de Occidente

 

A nivel conceptual, planteo una idea evolutiva que tiene que ver con “reciclar Occidente”. Hemos trabajado estas premisas en los últimos años desde nuestra institución Civilitas. Y es oportuno traerlas aquí.

Al igual que cuando uno recicla valioso material orgánico (como una comida exquisita),  para que luego se descomponga y se degrade, a fin de que se convierta en el humus de una nueva planta que crece; al igual que una botella de plástico pasa a ser ladrillos de plástico compactado para construir una casa (en lugar de engrosar un basurero municipal); al igual que el papel, el vidrio, el cartón, o los elementos tecnológicos que nos deslumbraron hace 20 años, pero que ya no sirven para nada, y ahora coadyuvan (en las manos de un humilde recolector y separador de residuos) en la construcción de nuevos objetos valiosos… así deberán hacer las nuevas generaciones, con los pilares de Occidente.

¿Qué vale la pena reciclar, queridos jóvenes? De los cimientos de la cultura occidental hay cuatro que son realmente esenciales a nuestra cultura. Son constitutivos, pero están dañados.

El primero es la razón (que nos viene de los griegos) y la sed por encontrar la verdad -y por ella la belleza y el bien-. El reciclado debería venir por este renovado afán del diálogo en tolerancia. Es el mismo diálogo que generaban Sócrates y Platón en la Grecia clásica, pero adaptado a los desafíos de nuestros días. El diálogo hoy parece una pérdida de tiempo. ¿Para qué, si no nos vamos a poner de acuerdo? ¡Hagamos el intento y ambos dialogantes seremos personas distintas después de haberlo hecho!

Otro pilar de Occidente es el Derecho Romano, y su legado: el Estado de Derecho, la democracia, y todo lo que se estructuró desde el establecimiento de las reglas -la economía de mercado, el trabajo formal, los contratos, las paritarias, etc.- Mi humilde sugerencia es encarar el reciclaje de estas enormes instituciones, pero con la potencia que otorga hacerlo desde su faceta local (por eso tiene que ver con este libro). Esto es: ni tan pequeño que no impacte, ni tan grande que por buscar el efecto nacional o mundial nos quedemos sin nada. Aspirar al ámbito provincial parece ser la medida justa. El ideal sigue siendo el mismo pero lo local lo vuelve realizable.

¡Que las desigualdades que rechinan en todo el planeta, sea abordadas desde lo que podemos hacer en Córdoba! No sirve de nada “reconocer el derecho de vivienda a los hombres del planeta”. Yo, que soy intendente o un hombre o mujer de influencia en mi ciudad o pueblo, puedo comprometerme a que los que viven en mi zona tengan un techo. Y que ese niño con capacidades especiales pueda ir al colegio cercano. Y que ese homosexual que está siendo discriminado, no lo sea. Y que esa mujer a la que no le están reconociendo las mismas oportunidades que al hombre, pueda cumplir con su anhelo en la fábrica que está a la vuelta. Y que ese niño por nacer, que está siendo asediado por la posibilidad de un aborto tenga una solución efectiva para que la madre sea cuidada en el mientras tanto y luego el niño pueda vivir y eventualmente ser adoptado con rapidez. Lo local es la escala adecuada para reciclar Occidente.

¿De la caridad cristiana -un gran pilar que hizo que Occidente se humanizara- qué podemos reciclar? Aquí es donde creo que más rienda suelta podemos permitirnos. Porque Jesús no fue pacato, no fue módico, no fue medido. No en vano San Francisco decía de Él: “el nunca bastante”. Reciclar todo lo que sea norma, mandamiento, regla vacía, catecismo, misa de guardar, oración repetida, sacramentos de rigor, estampita e incienso, pompa y boato, mitra y báculo, bancos ambrosianos y monseñores en el ojo de la tormenta…. ¡Y lograr un renovado mensaje de amor por el prójimo!, de bienaventuranzas, de hijo pródigo perdonado, del perfume de la pecadora Magdalena arrojada a los pies del Señor. Del propio Jesús lavando los pies de sus apóstoles…, de muerte en cruz y resurrección. Es cierto que necesitamos más amor en lo individual, pero también incrustado en nuestra forma de vivir juntos.

Respecto del progreso (que es el último concepto que resaltaré como pilar de Occidente) no podemos caer en la tentación de restringirlo y condicionarlo. Aquí muchos de los ambientalistas que reciclan, fallan. La ciencia y la economía de mercado, combinadas, son la llama que mantiene vivos los motores de Occidente y a nuestras sociedades en crecimiento. Pero también el fuego que puede quemarlo todo. Aquí creo que el reciclaje de Occidente sugiere que será el cambio cultural de las personas, guiadas por otros intereses y otros valores -pero en absoluta libertad-, el que pondrá un alto a las distorsiones. No el formalismo de reglamentaciones y condicionamientos que han demostrado su inutilidad para frenar estas embestidas.

¡Qué aventura encarar el desafío de reciclar la razón griega, el Derecho Romano, la caridad cristiana y la idea de progreso (o el camino para llegar a el)!

 

III.      Son las instituciones, estúpido

 

Aquí llega mi consejo más profundo para los jóvenes que se atrevan a esta aventura. Sé que suena aburrido, pero créanme que ha sido el gran aprendizaje de todos estos años de fracaso colectivo.

El propósito y el impacto solo se logran cuando uno construye o participa en instituciones que logren estabilizarse, ser sustentables y trascender a las personas.

Como sabía decir un viejo político argentino: “la organización vence al tiempo”. Crear o participar en instituciones le quita glamour y romanticismo a la épica de la participación. A algunos los aburre, porque hay que pensar en papeleo jurídico y contable, cambio de autoridades, memorias y balances, asambleas, planes de trabajo, presentación de proyectos para lograr inversión, exenciones para conseguir aportes, y llevar un orden en todos los frentes: laboral, impositivo, etc. Pero las instituciones son las garantes de la continuidad, de la escala, del recambio de dirigentes y la renovación.

En Córdoba tenemos dos grandes problemas a este respecto. El primero es que hace tiempo que no surgen instituciones fuertes de la sociedad civil que se conviertan en faros de participación, de instalación de nuevas ideas, de debate, de acción. Todo (o la mayoría de) lo que ha sido creado en los últimos años, tiene “los papeles flojos” y están siempre al borde de sucumbir o de la disolución.

En algunos casos la institución no tiene sentido y por eso sucumbe. Porque ya hay una docena de ONG’s y organizaciones que hacen lo mismo. Posiblemente hubiera sido mucho más fructífero que sus fundadores se hubieran integrado a una institución existente para agrandar la masa crítica, en lugar de fragmentar. Pero todo el tiempo ocurre lo mismo: eludimos la difícil tarea de ponernos de acuerdo y tendemos a armar cada uno nuestro propio rancho, que luego no es sustentable. ¡Entre los jóvenes esto pasa muchísimo!

Es cierto que cuando uno crea una institución, pierde un poco de flexibilidad y debe dedicar mucho tiempo de sus dirigentes en administrarla. Pero créanme porque lo he visto durante estos 30 años de participación en múltiples organizaciones civiles, religiosas y empresariales: si no formalizamos el funcionamiento, la iniciativa durará lo que dure el compromiso del fundador. Apenas este se enferme, se canse, o cometa un error que lo obligue a hacer un paso al costado, esa organización se desvanece sin destino.

El segundo gran problema de las instituciones de Córdoba es que, en aquellas que ya están forjadas y consolidadas, no se está produciendo el recambio dirigencial. Los jóvenes no están empujando por producir la renovación y los más grandes no se están corriendo para dejar el lugar a los que vienen por detrás. Estos últimos no lo hacen por mala fe: de todo corazón sienten que nadie nuevo sostendrá la organización como ellos, con el mismo compromiso. Y por eso tienden a perpetuarse en presidencias, en direcciones y coordinaciones, como jefes por años y años. Los que están alrededor se acostumbran a esta situación. Y los que tienen alguna inquietud por producir una renovación se alejan.

La regla de fuego que hay que pintar en la pared de todas estas iniciativas es clara: la institución no es del que, o de los que la fundan. Así como los hijos no son propiedad de los padres y -por mucho esfuerzo que uno ponga en la tarea- hay que dejar que ellos forjen en libertad su propio destino, en el caso de las instituciones, hay que estar dispuesto a dar el puntapié -o en algún momento tomar la posta-, pero (luego de uno o dos intentos) dar un paso al costado y dejar que otro lo intente.

Aquí un pequeño “reto” para las nuevas generaciones. ¡Jóvenes: demuestren en acciones sus ganas de ocupar los espacios! ¡Métanse, involúcrense, no tengan miedo a plantear ideas y criterios pensando en que tal vez estén equivocados! ¡Necesitamos sangre nueva en las instituciones, dispuesta a hacer prueba y error para innovar y crecer!  Es mejor pedir perdón que estar todo el tiempo pidiendo permiso.

A los más grandes, a los que estamos desde siempre ocupando posiciones en ONG’s, fundaciones, cámaras, colegios profesionales, sindicatos, cooperativas, cooperadoras de padres, clubes de futbol, comisiones religiosas, en academias de ciencia, y en todos los lugares donde “hemos dado la vida”, también les dejo un desafío: revisen si no estamos siendo en lugar de canales de participación, tapones de los que vienen por detrás. Nos va a doler seguramente la conclusión que saquemos, pero si ya somos un obstáculo, es hora de dar un paso al costado.

Cuando uno más grande pretende que los jóvenes se involucren en la mesa chica, pero en el fondo, quiere transmitirles todo su conocimiento, experiencia y bagaje incluso con buena fe -para que no cometan los errores que ya se cometieron- se está equivocando feo. Porque los jóvenes no quieren trabajar para vos, anhelan probar y equivocarse ellos mismos. Les aburre que vos les muestres el camino, prefieren encontrarlo ellos, aunque repitan la misma senda que ya transitaron otros antes (incluso los mismos errores). La experiencia -como suelen decir- es un peine que te regalan cuando uno ya se quedó pelado. Ellos tienen mucho pelo, pero no quieren nuestro peine.

 

IV.  Un último consejo

 

Espero que no se hayan enojado los jóvenes con este capítulo. He pretendido que les sea útil y por ello asumí esta posición de “abogado del diablo” de su propia performance como protagonistas del presente. Es muy común que los propios jóvenes cuando tienen que emitir una opinión sobre ellos y su generación repitan la consigna: “nos dicen que somos el futuro, pero nosotros somos el presente”. Está muy bien esa frase porque es la realidad. Pero si quieren serlo, tienen que ser relevantes, o por lo menos incidentales.

Sin embargo, para terminar, me gustaría dejar un último consejo, como si se lo estuviera dando a mis propios hijos que son también jóvenes. Para que esta búsqueda de propósito e impacto sea un viaje de pasión y aventura, y no una mortificación o una acción que, al final, se termina abortando cuando los jóvenes empiezan sus trabajos y sus carreras, su vida en pareja, y las complicaciones los desbordan, es necesario que cada uno encuentre su “Ikigai”. En este caso sería nuestro “ikigai cordobés”.

Seguro han escuchado de este término japonés que amalgama las palabras “iki” (vida) y “gai” (valor o mérito) y que hace referencia a la necesidad de encontrar el equilibrio entre las cosas que amamos hacer, las que sabemos hacer bien, las que el mundo (en este caso Córdoba) necesita que hagamos, y aquello por lo que están dispuestos a pagarnos y que nos permite vivir con un estándar confortable.

Si hacemos lo que amamos y sabemos hacer claramente pondremos mucha pasión, pero si no es lo que Córdoba necesita y nadie está dispuesto a pagarnos por ello, evidentemente tenemos un problema. Vamos a tener satisfacción, pero un sentimiento de inutilidad. Si nos concentramos en lo que somos buenos y en lo que están dispuestos a pagarnos, pero no es lo que nos apasiona seguramente tendremos una vida confortable, pero sensación de vacío. Si hacemos lo que amamos y es lo que Córdoba necesita, estaremos cumpliendo nuestra misión, pero si nadie nos paga por ello porque en definitiva no somos buenos en el sentido de haber adquirido un nivel profesional, entonces vamos a vivir con mucha incertidumbre a medida que pase el tiempo.

En el medio de todos estos círculos que se conjugan está el ikigai que combina nuestra pasión, nuestra misión, nuestra vocación y nuestra profesión o especialidad.

En definitiva, este es el consejo que les doy: para que vuestro compromiso con el futuro de Córdoba sea sustentable, es importante que durante la juventud se concentren en descubrir su propio “ikigai” y combinar lo que aman hacer, lo que tienen aptitudes reales para hacer, lo que Córdoba necesita que hagan y -no menos importante- aquello por lo cual están dispuestos a pagarles para que puedan vivir bien.

Todos los cordobeses, de ahora y de las próximas generaciones, necesitamos que sean agentes activos de cambio y transformación -de evolución- a lo largo de toda su vida. Y eso se choca con la realidad, si solo son algunas pruebas de juventud, pero luego “cuelgan todo” para dedicarse a un trabajo que les permita vivir o sobrevivir.

He visto muchos jóvenes a lo largo de mi vida -yo mismo he sido uno de ellos- que tenían el fuego encendido por la Fe y se han sentido sacudidos por el mensaje cristiano de Jesús de dejar todo y seguirlo, de ser parecidos a San Francisco, de no ser tibios, etc. Fuego que, sin embargo, llegado un punto de la vida, hay que ponerlo a un costado para dedicarse a remarla. Esos jóvenes, luego de varios años, uno los encuentra en la calle y se les nota en la cara el desencaje entre aquella llama interior y su realidad actual.

Estoy seguro de que no es eso lo que quiere Jesús de vos ni de ningún joven. La misión hay que cumplirla a lo largo de la vida. Personalmente creo que para los que no quieren dedicarse a una vocación religiosa, el camino alternativo quizás consta en formar una pareja, un matrimonio, tener hijos, criarlos, darles un sustento que les permita estabilidad y crecimiento, y a su vez capacidad para ser “sal y luz” y motores del cambio. La gracia está en encontrar y mantener el equilibrio.



15.     Nuestro futuro medio ambiente

 (Ver en versión PDF) 

  

Admito que este tema no estuvo en mi radar hasta hace pocos años. Incluso reconozco que yo era de los que en su momento decía: “antes de preocuparnos por las ballenas, nos ocupemos de los más pobres”.

Mi ignorancia respecto a los desafíos ambientales que vive la humanidad me hacía sostener estas torpezas. Lamento eso. Pero gracias a Dios he evolucionado. Tengo que reconocer que -en este proceso- mi hija Josefina, a base de muchas discusiones, me hizo ver que estaba equivocado. También mi hija menor Guadalupe que, ya en los primeros grados de su colegio, llevaba carteles con consignas de cuidado del medio ambiente por su propia iniciativa. En su época miraba a Greta Thunberg con desconfianza. Ahora la sigo con admiración.

Entiendo que hoy, un porcentaje mayoritario de la población hemos asumido lo precaria que es nuestra civilización en esta tierra, si seguimos produciendo, consumiendo y gastando energías no renovables de la manera irresponsable que lo hemos hecho en los últimos 200 años.

El calentamiento global, el efecto invernadero, la desertificación, el destino de los residuos, son todos temas anteriores a cualquier debate ideológico. Hacen a nuestra subsistencia como especie en el planeta. Y si al debate lo volvemos ideológico, entonces debo decir que aquí es donde también tengo diferencias con los liberales y libertarios, porque está demostrado que, ni el mercado por sí solo, ni “la mano invisible”, pueden ordenar nuestros patrones de consumo en la oferta y la demanda para volverlos razonables y responsables, atendiendo a este valor supremo que es la protección del planeta.

Reconocida mi ignorancia sobre la temática, y aun a pesar de mi interés en los últimos años por conocer más al respecto, creo que no sería prudente que pudiera escribir un capítulo entero, con la misma convicción y profundidad con las que he escrito los anteriores. Aquí solo quiero hacer algunos apuntes como observador de cuestiones que son muy básicas y que llaman la atención de la realidad ambiental de Córdoba.

Comencemos por remarcar lo que ya dijimos: las enormes fortalezas que Dios nos ha regalado a los cordobeses. La exquisita combinación -en nuestro suelo- entre naturaleza y civilización con todos sus elementos a la palma de la mano: agua, alimentos, sierras y ríos, bosques, un clima benévolo, cientos de localidades esparcidas de manera uniforme por el territorio…

Sumemos a esto una serie de acciones muy positivas que han realizado nuestros antepasados y que nos han garantizado que este marco sea sustentable (como los diques, por ejemplo). Ya hemos remarcado estos atributos en los primeros capítulos y cómo el vínculo con la naturaleza es parte de nuestra idiosincrasia más valiosa.

Sin embargo, aquí también se repite la tesis de este libro: estamos viviendo de las glorias del pasado. Pero en lo que respecta a lo ambiental, la cuestión es más preocupante respecto de nuestro presente y nuestro futuro.

Como alertaron durante todos estos años los ambientalistas, por lagunas en la Ley y errores y burocracias ¡ya nos llevamos puesto el 95% del bosque nativo de nuestra provincia! Se trata de una verdadera barrabasada. Nuestra “explotación” de los recursos naturales, con fines productivos agropecuarios, y también con fines turísticos, es temerario. Hemos estado estresando nuestros recursos. Siempre las consecuencias nos han terminado poniendo en guardia y nos han hecho reaccionar, pero en ningún caso nos adelantamos.

El mal uso de productos químicos para proteger la siembra nos ha llevado a reaccionar solo cuando hubo consecuencias penales. La explotación masiva de lugares naturales, con flujos de turismo que se nos desmadra durante dos meses, y luego deja a toda nuestra estructura turística al mínimo durante el resto del año, es una verdadera “animalada” de nuestra parte (lo pongo entre comillas porque sé que hoy varios asumimos que los animales suelen comportarse con el ambiente mejor que nosotros).

Hay -sin embargo- dos grandes situaciones que pintan como nadie el desamor que demostramos al final del día los cordobeses con respecto a nuestra tierra (¡qué contradictorio! ¿No?). Son urgencias mucho más básicas y elementales que las grandes luchas que se dan en otras latitudes. Aquí es como que no estamos dispuestos a hacer ni siquiera lo que ya en otras sociedades no se discute. Revisemos de qué urgencias estoy hablando.

 

I.     Nos estamos cagando en Córdoba

 

La primera situación es el hecho vergonzoso que ¡más de la mitad de la Ciudad de Córdoba y la región metropolitana todavía no tenga cloacas! Esto es aberrante. Más de un millón de cordobeses -con perdón de la expresión- cagándonos en nuestra tierra, depositando nuestros desechos cloacales unos metros debajo de nuestra casa, intoxicando nuestras napas freáticas e hipotecando el futuro de toda esta región para las próximas décadas y centurias.

Aquí vendrán los que comienzan con sus justificaciones: “lo intentamos en el gobierno de tal”, “avanzamos en el gobierno de cual…” pero, como cordobeses, debería darnos vergüenza que no seamos capaces de enfrentar este desafío tan elemental. Pudimos hacer la circunvalación y nos quedó muy linda, pero esto -que lamentablemente va bajo tierra y le quita “glamour político” a la inauguración- nadie está dispuesto ni siquiera a mencionarlo como posibilidad.

Todo nuestro sistema de desechos cloacales es un desmadre en la región. Arriba del Lago San Roque el problema no se ha resuelto. Así está nuestro querido Lago… Y más abajo, cuando el Río Suquía pasa por nuestra ciudad, lo terminamos de destruir, sin piedad. El río se va de nuestra zona hacia la Mar Chiquita, de tal modo degradado que nadie lo puede utilizar ni siquiera para bañarse en sus orillas.

Claro: es que la otra mitad de la ciudad, aunque tiene cloacas, las envía a una planta que hasta el día de hoy no cubre las necesidades de tratamiento. Se inauguró una nueva recientemente, pero que vino a reemplazar la anterior, por lo que -en términos reales de procesamiento- estamos como estábamos.

La situación es urgente, es alarmante y es vergonzosa. Los jóvenes de Córdoba deberían hacer marchas y “huelgas de hambre” para forzar su tratamiento y la construcción de las obras necesarias.

Cada vez que un gobernante inaugure una obra que no tiene sentido o que es superflua en relación con estas urgencias -como el Faro o la bicisenda en altura-, los jóvenes de Córdoba no se la deberían dejar pasar.

Su presión para enfocarse en la prioridad de construir lo más elemental, que es nuestra red de cloacas, para que en un plazo no mayor a 10 años toda la provincia de Córdoba y sus 500 localidades estén obligadas a tener el 100% de sus domicilios conectados a la red y con plantas de procesamiento suficiente, debería convertirse en una de las grandes luchas de esta generación, tan preocupada por el medio ambiente.

Insisto con la comparación: el bosque nativo de las sierras chicas, en riesgo por la construcción de una autovía, es una causa para trabajar. Pero no tiene punto de comparación con esta urgencia ambiental de primera necesidad: que los cordobeses tengamos cloacas.

 

II.   Somos basura

 

La segunda situación que muestra nuestro desapego con el medio ambiente de Córdoba es lo poco y nada que hemos avanzado en el complejo desafío del tratamiento de la basura que consumimos.

Otra vez Córdoba y la región metropolitana se saca cero en esta materia (en general toda la provincia). Seguimos teniendo basurales a cielo abierto, solo camuflados por una capa de tierra que le ponemos arriba. En algunas regiones de Córdoba ni siquiera le ponen esa capa de tierra.

De las 70.000 toneladas de basura mensuales que enviamos a Bower, por ejemplo, solo estamos reciclando 2.000. Las otras 68.000 van a contaminar la tierra. La publicidad oficial intenta manipularnos hablándonos de “economía circular”, premios que nos dan por ser “sustentables”, pero la realidad es que no hemos avanzado ni 10 centímetros en el largo camino de lograr que todos los cordobeses nos concienticemos en utilizar cada vez menos plásticos, separar, reciclar, premiar con nuestras compras los productos, servicios y lugares que garanticen compromiso con el medio ambiente.

La provincia de Córdoba está en la prehistoria en materia de tratamiento de los residuos. En esto debiéramos avergonzarnos como cordobeses: tantas universidades, tanta sociedad civil, tantas empresas que compiten por la innovación, tanta gente religiosa que lee la “Laudato Si”, la encíclica del Papa Francisco publicada en mayo de 2015, sobre el compromiso con la tierra, tantos jóvenes que muestran su preocupación y ven los videos de Greta… y, sin embargo, aún no estamos haciendo nada, ni exigiendo a nuestros gobernantes que lo hagan (o por lo menos que comiencen a hacer algo).

Un dato: muchos técnicos hablan de que en Córdoba el hecho de que el basurero deje de pasar todos los días, produciría un ahorro tal que nos permitiría avanzar en políticas de reciclado a gran escala. Pero claro: ¿qué político se anima a decirnos a los vecinos que, de ahora en más, tenemos que preocuparnos en juntar la basura para sacarla solo una o dos veces a la semana? Mal por los políticos, pero también mal por nosotros.

 

III.   Que el futuro sea sustentable

 

Estas dos situaciones no agotan la agenda ambiental de Córdoba, eso está claro. Están los animales y cómo los tratamos -¿Parque de la Biodiversidad?-, así como la gestión de algunos que -sin control- pueden convertirse en un problema (como los perros y gatos en las ciudades, o los “chanchos del monte” en los campos y sierras).

La problemática del agua es absolutamente vital, no sólo por la naturaleza propia de dicho recurso, sino porque hasta aquí hemos hecho casi todo mal en nuestra provincia: degradamos canales, lagos y ríos, contaminamos cuencas, deforestamos bosques y las laderas de los cerros, invadimos con construcciones las márgenes de los espejos de agua, malgastamos, etc. En definitiva, también en la gestión de este recurso indispensable nuestra calificación es deplorable. Sin embargo, pareciera no importarnos demasiado, es como si tuviésemos la conciencia anestesiada.

Vinculado a ello, la cuestión de los incendios y la degradación de nuestra tierra. Miles de hectáreas de bosques nativos son devorados por las llamas cada año, a pesar de que supuestamente pagamos un impuesto especial para estar equipados a la vanguardia.  Es decir, las autoridades fueron rápidas de reflejos para imponernos un tributo, pero lentas e ineficientes para gestionar esos recursos. Todos, absolutamente todos, sabemos que cuando lleguen el otoño y el invierno, empezará la temporada de incendios en nuestras sierras, pero no logramos erradicar esta tragedia climática que ya casi que forma parte de nuestro ADN provincial.

Párrafo aparte para temas en los que intervienen intereses comerciales como son los desarrollos inmobiliarios, las producciones agropecuarias, las instalaciones industriales, los requisitos que se deberíamos acordar para la comercialización de ciertos productos que luego impactan negativamente en el medio ambiente, etc.

La agenda ambiental tiene que salirse del “Talleres-Belgrano”, de la grieta que produce el debate ideológico de cabotaje y posicionarnos todos en una reflexión sobre la sustentabilidad de nuestra provincia por los próximos 1.000 años.

Tal vez aquí es donde los jóvenes tienen la primera palanca para accionar fuerte como generación e impactar en el destino del futuro.

Las nuevas generaciones están completamente comprometidos con el tema en forma mayoritaria: tienen el propósito. Ahora llegó el momento de que se garanticen el impacto y la escala adecuada. Que la política de Córdoba no tenga otra opción que escucharlos.

Termino este capítulo remarcando que la mirada no solo se puede quedar en lo macro, aunque tampoco contentarse con lo micro, con lo individual. Aquí también hay una enorme oportunidad en lo local. Pero allí nos está costando la cooperación social de la que hablamos.

Voy a dar un ejemplo concreto que conozco bien: como comenté, tengo una casa familiar en San Clemente, que es un pueblo serrano del Valle de Calamuchita. Allí veranean y pasan sus fines de semana muchos profesionales y empresarios, gente valiosa en sus respectivos trabajos y oficios. Pero en lo que respecta a ese lugar que tanto queremos, no hacemos nada para prever su sustentabilidad. Estamos esperando que algún incendio nos pase por arriba, que el agua del río de donde extraemos para uso familiar se termine de degradar, que la basura que dejamos alegremente en los canastitos nos vuelva volando por los aires porque sabemos bien que se deposita solo unos kilómetros más allá, a “cielo abierto”. Esto mismo pasa en la mayoría de los pueblos y ciudades de toda la provincia.

Hagamos algo porque este futuro “nos quema” en las manos.




16.     El futuro de la política de Córdoba

(Ver en versión PDF) 

 

 

Ya dejamos en claro nuestra convicción: el futuro que estamos construyendo a lo largo de las reflexiones solo podrá ser construido con un compromiso amplio de la gente y también de los dirigentes de Córdoba.

La fuerza para hacerlo no puede venir desde un escritorio gubernamental, sino desde la sociedad, de abajo hacia arriba. En definitiva: no estamos hablando de un proyecto político -ni del mío, ni del de nadie- porque necesariamente lo excede. Si solo es un proyecto personal o sectorial, estamos jodidos. Será fugaz, pasajero.

Sin embargo, sería necio pensar que la política no va a tener un rol importante que cumplir. Posiblemente sería romántico e idealista pensar que vamos a poder lograr todos estos cambios dejando al margen lo político, pero -en términos reales- sería utópico. ¿Dónde colocamos entonces a la política y a los políticos en todo este proyecto de futuro?

En Córdoba se evidencia, en este más que en ningún otro ámbito, el patrón que hemos puesto de relieve al analizar cada sector. El pasado nos ha regalado un presente ordenado en la estructuración de las instituciones, que costó mucho conseguir. Pero la proyección hacia el futuro es preocupante, porque no estamos preparando el andamiaje institucional para los desafíos que vienen.

Aquí tampoco “estamos haciendo la tarea”. El pecado no es original de Córdoba. En Argentina ocurre lo mismo y en muchos países desarrollados también. Estamos enfrentando el futuro con instituciones políticas que fueron forjadas dos siglos atrás, cuando ni siquiera existía la electricidad.

Pero en nuestra provincia vivimos nuestra propia crisis política. Y no hablo de la coyuntura: si Llaryora viajó en avión o si la legislatura no sesionó. Hablo de una crisis muy profunda, estructural. Seguime en este análisis.

No es sustentable en el tiempo pretender vivir en un sistema en donde:

1.     En el marco de fragmentación, dispersión y satisfacción personal como premisa, tan propios de estos tiempos posmodernos, daría la sensación que cada cordobés vive en su burbuja.

2.     En ese escenario, un esquema de partidos políticos vaciados de sentido, mantienen el monopolio de las candidaturas, sin que nadie les crea, y en donde pocos participan. Por lo tanto, de ese modo, generan dirigentes mediocres, elegidos por un sistema electoral muy básico y vetusto, del que todos desconfiamos.

3.     Estos “representantes del pueblo” ocupan bancas en Legislaturas y Concejos Deliberantes precarios en su funcionamiento y por lo tanto también en su eficacia y eficiencia.

4.     Dicha desidia impregna también el ámbito de un Poder Judicial “precámbrico” en su modus operandi, que atrasa medio siglo por lo menos, y que -por ejemplo- se toma un mes y medio de vacaciones en un mundo económico, laboral, civil, familiar (y también penal) que acelera a 150 kilómetros por hora.

5.     El Poder Ejecutivo no es ajeno a este tobogán decadente: está dirigido por funcionarios que claramente no son los mejores, sino que son los que -en su mayoría- estuvieron desde el principio, rosqueando con el político de turno, sin ningún contacto con la faz técnica de la sociedad, ni con la dirigencia económica y social (más allá de reuniones protocolares, con nombres bonitos y fotos llamativas de ocasión, pero que nunca conducen a nada)…. Y como si fuera poco, una atmósfera de impunidad impregna casi todo su accionar.

6.     Finalmente, para intentar maquillar semejante nivel de atraso, pereza y deshonestidad intelectual y moral, se crean las “agencias” y las nuevas oficinas con nombres pomposos como “competitividad”, “innovación”, “aceleración”, “economía circular”, “economía del conocimiento”, “clusterización”, etc, etc…

7.     Y todo ello, absolutamente todo, bancado con los impuestos que abonamos de nuestros bolsillos.

¿Te pusiste a pensar alguna vez cuántas horas de tu día trabajás para sostener todo este sistema? Imaginate llegar a tu casa a las 7 de la tarde, cansado por un arduo día de trabajo, fatigado, con alguna dosis de estrés, con preocupaciones, y muchas ganas de encontrarte con los tuyos y descansar. Pero al llegar a la puerta te espera un burócrata del Estado, que primero te saluda amablemente, y después te pide el 35, el 40 y a veces el 50 por ciento de lo que produjiste ese día, para poder bancar todo este circo. Ahora sí, te da una palmadita en el hombro, te abre la puerta de tu hogar, y te dice “andá, pegate una ducha y descansá que mañana hay que seguir produciendo porque si no a nosotros nos comen los piojos”.

Si alguien cree que, con toda esta estructura política desvencijada, podremos preparar a Córdoba para recorrer el camino hacia el futuro, me parece -lo digo con todo respeto- que se está quedando corto en el análisis.

 

I.     El estado cordobés no funciona

 

La verdad más elemental en Córdoba, que todos sabemos, pero no estamos dispuestos a poner sobre la mesa, es que las cuestiones centrales por las que admitimos pagar los impuestos para sostener un Estado provincial no nos satisfacen. Están muy lejos de ser abordadas y gestionadas conforme nuestras expectativas.

Ni seguridad para nosotros ni nuestras familias, ni justicia para que “el que las haga las pague”, ni educación para asegurar la igualdad de oportunidades, ni salud para que no ocurra que -aquel que no tiene plata- pueda morir por falta de cuidado… Nada de esto funciona como corresponde en Córdoba.

También pagamos impuestos para que se desarrollen obras públicas. Aquí se ha avanzado con rutas y cierta infraestructura de la red de gas, agua y electricidad. ¡Con ese poco ya los gobernantes ganan elecciones y son aclamados! Pero a los efectos de este libro y de lo que propone, el desarrollo de infraestructura que estamos desplegando es muy básico y elemental. Si vamos a demorar 60 años en terminar otras obras trascendentales como ocurrió con la circunvalación -las cloacas, por ejemplo, de las que hablamos en el capítulo anterior-, entonces definitivamente el tren de la historia pasará por nuestro costado, sin que podamos subirnos.

Las instituciones que rodean esta estructura política central, como son el caso del Banco de Córdoba, EPEC, la Caja de Jubilaciones, La Lotería, el APROSS, la Red de Accesos a Córdoba (RAC), fueron innovadoras en su momento, pero ahora son un verdadero lastre. Un agujero negro de ineficiencia y además de corrupción.

En el regreso de la democracia, la priorización de la “gobernabilidad” hizo que se plasmaran en la Constitución Provincial ciertas mayorías automáticas en el Poder Legislativo para el partido que gana, por lo cual los mecanismos de “check and balance”, propios de una república y de una democracia que marcan como un poder es controlado por el otro y viceversa, funcionan al mínimo. La legislatura, así como está pensada, deja mucho que desear.

Tampoco los Concejos deliberantes de cada ciudad, donde el que gana directamente se lleva -por constitución- automáticamente la mitad más uno de los escaños. Estas instituciones que supuestamente son fundamentales, se han convertido en lugares donde se habla y se debate “al pedo”, porque luego la mayoría oficialista decide.

Los órganos de control como los tribunales de cuentas no terminan de ser instituciones eficaces para una auditoría efectiva que garanticen la transparencia. Tampoco los entes como el ERSEP y mucho menos la Defensoría del Pueblo, que es una institución de cartón, con muchos recursos que nadie sabe bien para qué se utilizan.

No quiero pelearme aquí con antiguos profesores de la Facultad de Abogacía. Pero la perspectiva de los últimos 30 años nos ha hecho ver a los cordobeses que aquella ola reformista de la Constitución de Córdoba, de las cartas orgánicas de cada ciudad e incluso de la Constitución nacional -donde muchos de estos profesores fueron protagonistas- debilitaron los mecanismos republicanos en lugar de fortalecerlos. Sobregiraron en artículos pomposos, con declaraciones de derechos que no hemos podido garantizar (ni de cerca).

Ejemplo: Artículo 26 de la constitución provincial: De la juventud. “Los jóvenes tienen derecho a que el Estado promueva su desarrollo integral, posibilite su perfeccionamiento, su aporte creativo y propenda a lograr una plena formación democrática, cultural y laboral que desarrolle la conciencia nacional en la construcción de una sociedad más justa, solidaria y moderna, que lo arraigue a su medio y asegure su participación efectiva en las actividades comunitarias y políticas.

A la hora de la verdad este formato pomposo, pero poco efectivo, ha permitido que el poder se vaya concentrando en el gobernante de turno.

¿Cómo podemos visualizar el futuro de la política de Córdoba de una manera que nos sirva realmente?

 

II.    Vamos a tener que revisar la teoría

 

Lo político es una vocación natural de los integrantes de una comunidad para vivir organizadamente. Somos por fortuna “animales políticos”, aptos para alcanzar fines superiores, viviendo juntos, aunque también -debe decirse- capaces de las peores barbaries cuando el sistema colapsa (como, por ejemplo, aquella noche temible en Córdoba del 3 de Noviembre del 2013 cuando se produjo el paro y el acuartelamiento policial).

Hay una distinción que debemos hacer: no todas las actividades humanas son políticas. Tampoco todas las situaciones que enfrenta el ser humano en su relación con la comunidad se convierten en situaciones políticas. Lo político hace referencia a todo lo que tiene que ver con el Estado y con lo público. Pero no todo lo que el hombre es y hace en su vida tiene que ver con lo político y con lo público -con el Estado-.

Es importante rechazar un sincretismo que sentencia “todo es político”. El sabio Aristóteles ya lo decía “No tienen razón los que creen que es lo mismo ser gobernante de una ciudad, rey, administrador de su casa o amo de sus esclavos”.

Perdón que haya planteado este esquema teórico, pero mi experiencia de recorrer la arena política de Córdoba me indica que esto -que es tan básico- no lo tienen tan claro los grandes partidos políticos de la provincia, ni la mayoría de sus dirigentes. A todos, de alguna u otra manera, les gusta extender la influencia del Estado, sin límite.

La votación masiva, desde todos los sectores sociales, edades, sexo y geografía que recibió el presidente Javier Milei en Córdoba, en la última elección, les hizo abrir los ojos a muchos de estos dirigentes y entender que están desfasados. Aunque hay que destacar que, ya desde la época de Carlos Menem, con el porcentaje que obtuvo Ricardo López Murphy, y el apoyo que obtuvo luego Mauricio Macri, el pueblo cordobés viene demostrando que no cree lo mismo que piensa la mayoría de su dirigencia.

Posiblemente ese voto y esa mirada de los cordobeses sea una reacción. Aquí, por muchas décadas, lo público ha sido concebido como un ámbito en exceso abierto y difuso. Y esto ha condicionado la fuerza de la iniciativa privada y de lo comunitario.

Discutir en Córdoba si EPEC, la “empresa” que nos brinda energía, debe ser estatal o debe privatizarse es -para la mayoría de los políticos locales- un pecado. Ni hablar cuando los sindicalistas -especialmente los de Luz y Fuerza- te respiran en la nuca. Y por eso nadie está discutiendo lo que los ciudadanos estamos indicando (con nuestro voto) que queremos que se discuta.

De más está decir que este agrandamiento del Estado se ha pagado con impuestos excesivos sobre la población (por ejemplo, el impresionante crecimiento de Ingresos Brutos) y con deuda que -lamentablemente- a lo largo de la última gestión es, en más de un 95%, en dólares. También con un costo alto para los consumidores de los servicios públicos locales. Y una provisión de servicios de educación, salud, seguridad y justicia de resultados muy pobres.

El futuro de Córdoba nos obligará a discutir en algún momento cercano qué es lo que debe ser público en nuestra provincia y qué vamos a dejar al ámbito de lo privado. Lo primero debería ser una excepción y lo segundo la regla.

Un caso reciente es la creación del Ministerio de las Cooperativas, que es una contradicción en sí mismo, porque -justamente- las cooperativas han sido creadas allí donde el Estado no llegaba con sus obras o servicios y para organizar el esfuerzo colectivo que emerge de abajo hacia arriba. Otro tanto ocurre con el “Ministerio de la Mujer”, que funcionó hasta el 10 de diciembre y que nadie nunca supo con exactitud qué misión cumplía en nuestra provincia. Qué objetivos se proponía y qué resultados obtuvo.

Está claro que necesitamos Estado y que necesitamos lo político para construir lo público. Que esto es muy importante. Lo que tenemos que discutir es cuánto margen le vamos a dar a lo político para que cumpla su fin y no nos condicione.

Comento antes de continuar que tuve la oportunidad de presentar un libro hace varios años que aborda específicamente este tema. Se llama “Cómo salvar a la política. Se trata de nuestros hijos” y tiene un desarrollo muy extenso de la cuestión que hoy estamos sobrevolando.

Allí decíamos: ni la teoría del contrato social es ya suficiente para explicar lo que necesitamos de lo político, pero a la vez los límites que necesitamos poner a lo político. ¿Cuánto puede durar la ficción de un pacto firmado que jamás existió para las personas que han sido desfavorecidas por la firma de ese contrato (desfavorecidas en términos reales y no solo formales)? Tampoco es suficiente en este tiempo con pararse en la “soberanía del pueblo”, porque -hoy más que nunca- es difícil sostener que exista “el pueblo” como una unidad. Lo que existen son mayorías circunstanciales, difíciles de conseguir, y cientos de minorías cada vez más exacerbadas”.

¿Qué ocurre en la realidad? Nada nuevo que no hayan previsto en el siglo XIX pensadores como Tocqueville o John Stuart Mill. La democracia, un sistema ideal para la participación de todos en lo público y para el progreso de la comunidad, se pervierte bajo el influjo del individualismo moderno, y al final nadie participa.

Esta consecuencia es catastrófica, pero aún falta lo peor: en el gobierno tampoco se elige a los mejores, porque los mejores no dudan en alejarse y comprometerse con el mundo de lo privado.

Alexis de Tocqueville nos “pica el boleto” a la salida de esta reflexión y nos sentencia con su observación de cómo somos: “Cada persona, retirada dentro de sí misma, se comporta como si fuese un extraño al destino de todos los demás. Sus hijos y sus buenos amigos constituyen para él la totalidad de la especie humana. En cuanto a sus relaciones con sus conciudadanos, puede mezclarse entre ellos, pero no los ve; los toca, pero no los siente, él existe solamente en sí mismo y para él solo. Y si en estos términos queda en su mente algún sentido de familia, ya no persiste ningún sentido de sociedad”. El problema es que el buen Alexis lo escribió a mediados del siglo XIX. ¡Imaginen cuánta agua ha pasado bajo el puente!

Si nos pusiéramos apocalípticos, podríamos terminar aquí este capítulo con el título del libro de Alain Touraine que ya mencioné: “¿Podremos vivir todos juntos?” Pero hasta él respondía con sensatez una pregunta que -a primera vista- parece alimentar a los escépticos. Su respuesta: Ya vivimos todos juntos. ¡Y bastante bien lo hacemos!

 

III.      Los criterios rectores de un nuevo modelo cordobés

 

No es la intención desplegar un tratado de teoría y de ingeniería política aquí, porque realmente nos aburriríamos. Propongo hacer un listado de qué cosas nos gustaría que cambien y que mejoren de lo político para ver si estamos todos de acuerdo o no con este “check list”.

1.     El poder cerca 
Es bueno y necesario que el poder esté lo más cerca de la gente posible. Ya lo dijimos mil veces, pero lo repitamos: pongamos en práctica el principio de subsidiariedad porque es práctico, realista y de sentido común. Y en ese marco, que los municipios absorban la mayor cantidad de servicios que puedan brindar, así como los recursos respectivos. Y que la provincia actúe en forma subsidiaria en todo aquello que requiera escala provincial y que exceda a las municipalidades.”.

Incluso es buena iniciativa que, entre los municipios y la provincia, haya nucleamientos regionales (en algún momento se generaron pero lamentablemente terminaron siendo un artilugio de nombramientos y de corrupción).

Por debajo de los municipios -sobre todo de los grandes- la descentralización hacia unidades menores es también una buena tendencia (en la ciudad de Córdoba, los CPC). Así como el fortalecimiento de los Centros Vecinales (hoy -lamentablemente- son instituciones que han sido cooptadas por la política).

Tengamos presente que, si estamos de acuerdo con las ideas de este libro, todo el aparato estatal, no importa en qué órden de gobierno, a su vez opera de manera subsidiaria de aquello que no pueda hacer la sociedad civil, la comunidad. Y este nivel es subsidiario de lo que perfectamente puedan hacer la familia y la acción privada.

¿Esta superposición de niveles no genera costos innecesarios? Hay lugares en Córdoba donde, en una distancia de no más de 7 km, coexisten varios municipios con sus autoridades, sus concejales y sus gastos, como por ejemplo en el caso del conglomerado de Villa Allende a Río Ceballos, o Villa María y Villanueva. Sin embargo, aquí el problema no es la fragmentación de la representación en sí misma (eso es bueno), sino los gastos que se generan. Por eso es tan importante que, a nivel local, los concejales y autoridades de estas instancias (como centros vecinales, CPCs, etc.) sean ad honorem y los gastos de funcionamiento, mínimos.

Por si acaso alguien se haya quedado con dudas respecto de si es bueno o es malo “dispersar” tanto el poder en el territorio, les dejo la siguiente observación: para ser una ciudad se requieren 10.000 habitantes. Ahí ya se conforma una intendencia. Hay pueblos más chicos que son comunas y que tienen un jefe comunal y una comisión que hace de instancia legislativa y de control. Y en estas ciudades y pueblos ya hay problemas que no logran ser debidamente abordados por estos representantes que están súper cerca (son realmente vecinos del pueblo que viven a la vuelta de todos y no se pueden hacer los vivos, digamos).

Imaginemos que en un barrio como Villa Libertador viven 160.000 personas. Serían 16 ciudades. Y sin embargo tienen un CPC con funciones acotadas. Claramente los problemas de este tipo de zonas son incluso más complejos que los de aquellas ciudades porque se cruzan la pobreza, la inseguridad, etc. Si en esas instancias pequeñas las gestiones no pasan el examen, estamos sentenciando a zonas más densamente pobladas a que nunca puedan recibir un servicio y una interacción con lo público que cumpla sus expectativas.

El tema es que al proponer que sean cargos ad honorem alguno podrá decir que estamos cerrando las opciones a gente pudiente, que pueda darse el lujo de trabajar en lo suyo y dedicar tiempo extra, de manera voluntaria, a llevar adelante una gestión ardua como son los temas vecinales y urbanos. Es cierto que la cuestión es polémica -como muchas de las propuestas de este libro-. Pero mi experiencia política me ha hecho concluir que hoy por hoy sería una buena opción para que el compromiso público de esos servidores resurja de manera genuina y no se mezcle con la idea de “conseguir un trabajo o un puesto político pago”.

2.     Un Estado pequeño   
Es bueno que el Estado haga lo menos posible en forma directa y con sus propios recursos humanos y que en cambio se fortalezca en su rol de garantizar y auditar los servicios que fundamentan su existencia: seguridad, justicia, educación y salud. Para ser claros: garantizar no quiere decir ejecutar. Supone sí que tiene que asegurarse de que se ejecuten -no importa quién los ejecute- conforme a los criterios que marque la ley y con su debida auditoría.

La cuestión es central y hace a la forma con la que deberíamos configurar el Estado. Si en todos los presupuestos públicos el porcentaje mayoritario se lo lleva sueldos de empleados públicos, y estos últimos siguen amparados en la estabilidad que impide que uno los despida sin justa causa (cuestión que en el actual contexto es un disparate), entonces mientras no se cambie esa regla tan dura de administración pública, resultará clave que los gobernantes minimicen la cantidad de empleados públicos y maximicen la cantidad de obras y servicios brindados por terceros y solo auditados por el Estado. Porque el compromiso de los gobernantes es con los ciudadanos, con los contribuyentes, y no con los empleados públicos (mucho menos con los sindicalistas).

La fórmula ideal a la que deberíamos apuntar es que todo presupuesto estatal invierta por lo menos el 30% en obras, el 30% en servicios tercerizados y solo el 30% en sostener la planta de empleados públicos. Cuidado: hay muchos presupuestos que están “dibujados” porque minimizan la incidencia del pago de sueldos, y esto porque todos los nombramientos aparecen como “contratados” o como “asesoramiento”. Eso es una distorsión: porque son agentes estatales precarizados. Muy lejos de ser servicios “tercerizados”, son empleados encubiertos.

3.     Un Estado eficiente    
Es bueno que el Estado (municipal, provincial y nacional, porque los bolsillos son uno solo) no cargue sobre las espaldas de los ciudadanos, en este caso los contribuyentes, un peso excesivo por garantizar esos servicios.

Tenemos que aspirar a que el peso del Estado en Córdoba, a través de los impuestos que nos cobra, no sea superior al 10% de los ingresos de la gente y de todo el PBI. Máximo 20% como una exageración (¡en este momento es el 50%!).

Este desafío ya no es una “buena intención” de los que vivimos aquí y estamos hartos de pagar impuestos, sino el marco competitivo de nuestra provincia en comparación con otras regiones del mundo, que están utilizando la menor carga impositiva para atraer inversiones.

Al parecer puede sonar exagerado, pero no lo es: Córdoba compite con Dubai para que se instalen start ups y emprendedores que buscan que el Estado no los entorpezca con sus regulaciones y que tampoco los esquilme con impuestos. Si no estamos dispuestos a jugar esa carrera a fondo, entonces una de las tres ideas fuerzas sobre el futuro de Córdoba se cae. Nadie va a invertir donde lo matan a impuestos.

4.     Un Estado independiente      
Es bueno que nuestra provincia comience a construir su futuro pensando en no depender de ningún modo de la Nación, en lo que respecta a su sustentabilidad económica, de obras y de servicios.

Es cierto que ahora eso es una utopía, porque la mitad del presupuesto cordobés proviene del Estado Nacional, a través del esquema de la Coparticipación federal. Pero es un norte claro hacia donde debemos conducirnos.

Llegó la hora de que nuestros representantes den la madre de todas las batallas legales y políticas para reformar el sistema de coparticipación y el sistema impositivo argentino y poder lograr la mayor autonomía posible.

Insisto mucho en esto: no estamos preparando nada para eyectarnos de la Argentina, ni ningún sueño alocado de ese tipo. Pero asumimos que tenemos que ser nosotros mismos los responsables de nuestro futuro, de nuestro desarrollo económico y social, y de nuestra conexión directa con el mundo.

5.     Renovación política   
Es bueno que forjemos un sistema político que renueve la dirigencia. Que permita se puedan presentar como candidatos personas con autoridad social -aun sin tener trayectoria política- que puedan hacer un aporte breve y acotado en lo público.

El ideal para la sociedad es que el gobernante no se eternice en el tiempo: que sean muchas personas ingresando, aportando y volviendo a sus actividades de origen. Es verdad que esto acota a los posibles candidatos porque tienen que tener muy ordenada su vida para poder desconectarse y contectarse, pero a su vez, es nuestra garantía de que se sea gente exitosa y potente.

La tarea política no es bueno que se convierta en una carrera sine die, donde los políticos van saltando de cargo en cargo a lo largo de toda su vida. Esto tiene que ser claro para los jóvenes porque he visto muchos que comenzaron conmigo siendo potenciales líderes y se fueron convirtiendo paulatinamente en mediocres empleados de la “casta política”.

En otra época hubiéramos podido discutir esta consideración, porque supuestamente esa carrera continuada en el tiempo los perfecciona y les brinda experiencia de gestión y de interacción en un terreno que es muy complejo. Pero hace tiempo que la realidad ha demostrado que la permanencia los vuelve como “parásitos” del Estado y condiciona su sentido común así como su libertad de acción y de votación. Se vuelven “defensores del estatus quo” y su vida queda tan supeditada al cargo que le pueda dar el líder de turno, que pierden pasión y autonomía.

Este punto, si en verdad queremos que sea así, requerirá revisar a fondo y sin tapujos el sistema de partidos políticos, afiliaciones, internas, punteros, trampas a la hora de votar y de elegir, financiamiento de las campañas, etc. También nos obligará a revisar el sistema electoral completo. ¿De qué futuro podemos estar hablando si en las elecciones nacionales votamos todavía con boletas papel y en las provinciales con una boleta única, que es superior, pero que -aun así- es precaria?

Permítanme que deje asentado aquí mi apoyo a la iniciativa que se propuso en los primeros días del gobierno del presidente Milei de avanzar hacia un sistema de circunscripción, para elegir a los candidatos en todo el país.

Este mecanismo anula las listas sábanas con esos largos listados de dirigentes que se presentan todos juntos y nos obligan a votarlos en bloque, solo conociendo -en el mejor de los casos- al primero y a veces al segundo de ellos.

El sistema por circunscripción, en cambio, divide la cantidad de representantes por el territorio. Y permite que en cada lugar pueda haber una competencia acotada entre todos los que quieran ser candidatos allí. Al final del proceso solo se elegirá a uno que represente a la circunscripción. Claramente el elegido será un referente porque les ganó a todos los otros.

Los detractores de este mecanismo de selección sostienen que puede favorecer a que un partido, en un momento determinado, se quede con los primeros lugares de todas las circunscripciones y eso impida la representación de otras vertientes políticas en la conformación de las cámaras o en los concejos deliberantes. Es un riesgo real. Pero se atempera con los beneficios que brinda la posibilidad de que verdaderos líderes de cada zona se atrevan a competir, conformando partidos de circunscripción, sin necesidad de matar su legitimidad en la amansadora de la interna de los partidos políticos de hoy, que son verdaderas máquinas de distorsiones.

Una mención especial, porque es parte de este interés por renovar la dirigencia política y transparentar la forma en que la elegimos, a la necesidad de que haya concursos públicos para ocupar los cargos de la administración y la Justicia. Ahora en Córdoba los hay, pero no son transparentes y confiables. Siguen teniendo en sus procesos “olor a acomodo” de los más amigos del poder.

Esta bandera, que a primera vista parece muy acotada y técnica, debiera ser levantada con mucha energía por los jóvenes. Porque de eso depende que uno de ellos, sin contactos políticos, pero con capacidad y ganas, pueda competir para ocupar un cargo y hacer la carrera como servidor público como cualquier hijo de vecino. Es una forma sana y genuina de cuidar las vocaciones reales de trabajar en el Estado, que hoy se mezclan en un barro infernal con la intención de una mayoría de jóvenes de conseguirse un carguito en la Muni o en la Provincia, para tener un sueldo fijo y que no te echen más.

¿Por qué nadie levanta esta bandera en Córdoba hoy? Porque lamentablemente los dirigentes actuales de todos los sectores tienen algún familiar o amigo que hicieron acceder por “cuña”, como se solía decir (por contactos con algún político), y con ese nombramiento compraron el silencio de una sociedad que ha visto llenar los cargos con gente que no está preparada.

6.     Interacción con la comunidad y la sociedad
Por último, en este listado de criterios para el futuro del Estado y la política de Córdoba, señalo la necesidad de que generemos espacios donde lo político interactúe con lo social y lo comunitario. Esta idea la he defendido desde muy joven y la logré fundamentar incluso con un nombre –Teoría política de la interacción comunitaria- en el libro que mencioné más arriba “Cómo salvar a la política”. Pero he de decir que, en todos estos años, las iniciativas que han surgido para tratar de generar estos espacios han fracasado todas.

Desde la creación de “Consejos Económicos y sociales”, Comités para elaborar planes estratégicos con la participación de funcionarios y de la Sociedad Civil, espacios de interacción entre las empresas y el Estado, entre los sindicatos y el Estados, las ONG’s, las religiones, el agro, la industria… yo he participado en estos 30 años en muchísimas de estas instancias. Y no pasaron de ser una típica “comisión” para que al final del día, nada ocurra.

Sin embargo, sigo viendo necesario que la legitimidad de esos dirigentes sociales y comunitarios pueda tener diálogo e interacción con lo político y logren incluso incidir y decidir además sobre el rumbo de políticas que, de otra manera, solo son definidas por burócratas desde su escritorio o políticos que llegan, pero no tienen idea.

Tengo la esperanza cierta de que, si el poder se descentraliza en Córdoba por aplicar todos los criterios que hemos defendido en este libro (y que hemos resumido en estos puntos), la interacción se producirá con más energía y en forma más sana.

Si, por ejemplo, nos atrevemos a instaurar que un porcentaje de los impuestos que pagamos los contribuyentes podamos asignarlos en forma directa a una institución y a una causa que nos importa, eso cambiará de raíz la perspectiva. Porque la decepción con estas instancias no es solo mía: todas las instituciones de la sociedad miran con mucho recelo esas invitaciones que hoy hacen los políticos a sus sedes y oficinas “para la foto”. Pero, con estos parámetros resumidos, todo sería muy distinto.

En términos filosóficos, a este anhelo lo dejamos asentado en “cómo salvar a la política”, el libro que les mencioné. Parece indispensable concebir un ámbito político intermedio. Un espacio que se perfile entre la pura obligación legal de una carga pública (pagar impuestos, por ejemplo), regido por aquel criterio de justicia normativa, y la absoluta libertad de nuestra esfera íntima. Debe existir -es necesario- un conjunto de posibilidades políticas que sea más fuerte que el simple plano moral, sin llegar a ser coactivo. O lo que es igual, un plano del poder ser que, aun sin resultar vinculante a la luz de los rígidos esquemas políticos actuales, permita la liberación de energías concordantes. El que quiera ir en profundidad con esta cuestión lo invito a leer ese material que está publicado con acceso gratuito en internet.

 

IV.      La democracia digital

 

Hay una última cuestión, que la saco adrede de la enumeración porque es más disruptiva. Posiblemente no sea una realidad en lo inmediato, sino en el transcurso de los próximos años: hablo de la incidencia de la tecnología sobre la política y la democracia.

Las probabilidades de que los ciudadanos, en forma directa y a través de mecanismos digitales, podamos incidir en las decisiones, opinar, incluso votar, son altísimas ya hoy. El CIDI o ciudadano digital nos ha individualizado frente al Estado, con todos los recaudos, y nos permite hacer trámites. También lo han hecho los organismos de recaudación (¡para esto sí es eficiente el Estado!).

Por lo tanto, no sería descabellado presionar para poder llevar a cabo esa individualización y digitalización -en la relación entre el Estado y el ciudadano- a otro nivel más comprometido.

A lo largo de la historia los “representantes” se han justificado por la imposibilidad física de hacer una asamblea con todos los ciudadanos, algo que era realmente imposible. Pero ¿y ahora que sí podemos? No propongo pasar por arriba de la teoría, pero sí presionar desde este avance tecnológico para que la representación y la capacidad de decidir sobre nuestras vidas por parte de los funcionarios y burócratas se vea condicionada (y enriquecida por supuesto) por la posibilidad de nuestra participación.

Las oportunidades que se abren a través de la utilización de instancias digitales son infinitas, no solo respecto a nuestra relación con el Estado sino también con la sociedad y la comunidad.

Solo un ejemplo nos puede hacer abrir los ojos: se está desarrollando en estos tiempos una prueba piloto a nivel mundial, que se llama “prueba de humanidad” (proof of humanity). Es una plataforma que invita a todo ser humano del planeta a individualizarse demostrando que lo es (que es un humano) quedando encriptado en el sistema. Te dan un beneficio económico simbólico. Aspiran a que toda la humanidad llegue a estar individualizada y encriptada. ¿Qué buscan con ello? Hay muchas aplicaciones respecto de votaciones, interacciones y demás.

Por ejemplo: pretenden que la gente pobre que necesita ayuda pueda recibir ese auxilio económico sin pasar por ningún intermediario, en forma directa. Esto es: si el Banco Mundial, por ejemplo, quiere invertir en luchar contra la pobreza en todo el mundo, puede acceder a esta plataforma y directamente asignarle un monto para que retire cada persona, sin necesidad de pasar por el Estado Nacional de cada país, el provincial o el municipal (y sus posibles corrupciones o ineficiencias). También tiene implicancias económicas, porque por detrás está el soporte de cripto monedas (trabajan con el mismo esquema de encriptación que las cripto monedas) por lo que su potencial es importante.

Si este tipo de proyectos ya se está desarrollando, y nosotros ya tenemos soportes concretos, entonces no podemos quedarnos cortos a la hora de pensar cómo la utilización de tecnología de vanguardia puede hacer que debamos revisar la teoría, la organización y hasta la gestión de lo público y de este tipo de innovaciones

Una cosa tan simple, pero que todavía no se ha hecho: imaginemos una plataforma masiva en donde las personas u organizaciones que necesitan algo puedan demandarlo  allí (cualquier tipo de necesidad: económica, social, de salud, de ayuda, de trabajo, de capacitación). Y a su vez imaginemos que cualquier persona u organización que está en condiciones de brindar algo pueda ofrecerlo. De la misma manera que Booking, Trivago, Despegar o Pedidos ya, combinan la oferta con la demanda -auto gestionada por millones de comercios, hoteles o lugares turísticos y millones de consumidores y clientes-, de la misma forma podría esta plataforma reunir a los que demandan ayuda con los que la ofrecen.

¡Qué revolución sería para el voluntariado y para la sociedad civil! Imaginemos también una plataforma en la que toda la demanda de apoyo económico estuviera sistematizada para que uno pudiera ingresar desde su plataforma bancaria o billetera virtual y asignarle lo que quiere aportarle sin necesidad de “poner plata en la canastita los domingos”.

Qué hablar si incorporamos la variable de la Inteligencia Artificial al pensar (o por lo menos imaginar el futuro), que ya se está aplicando en múltiples facetas y sectores. Imaginemos este proceso revolucionario de aprendizaje incremental a través de tecnología aplicado a la Justicia, a la Gestión de la administración pública, a la lectura de datos de todas las historias clínicas para detectar patrones de salud y enfermedad y prevenirlos, para la seguridad… ¡se abre un horizonte muy promisorio!

Todo esto puede ser muy revolucionario (en el buen sentido) si somos capaces de pensarlo y de implementarlo. No les digo nada si además logramos correr a la vanguardia y ser los primeros en avanzar. Puede convertirse en un elemento muy diferencial para Córdoba, que nos hará más competitivos respecto de otras regiones, por lo cual nos elegirán más personas para radicarse aquí.

Mientras soñamos con este horizonte, no tenemos historia clínica única los ciudadanos para que, no importa quién nos atienda, todos los estudios queden registrados en una sola plataforma y puedan ser accesibles por ley por cualquier profesional que luego nos atienda desde otra institución. Mientras tanto, no tenemos mapa del delito online configurado por las propias denuncias de nosotros, los ciudadanos. Mientras tanto se fue la pandemia y la educación pública quedó como estaba: sin preparar las herramientas para avanzar en un esquema híbrido que combine lo presencial con lo virtual (¡incluso por la mera posibilidad de que nos vuelva a pasar otra pandemia que nos encierren otra vez!). Mientras tanto no hemos podido desarrollar ni sistematizar que los viejos que están en nuestros asilos puedan conversar por video llamada con personas que quieran brindarles apoyo y diálogo. Mientras tanto la gente tiene que seguir viajando del interior a la Ciudad de Córdoba y de la provincia a la Capital Federal para hacer trámites a través de ventanillas, con papeles y fotocopias como hace 50 años. Incluso hasta lo más básico para la política no tiene visos de digitalizarse: las fichas de afiliación de los partidos se llenan a mano, adjuntando la fotocopia del frente y dorso del DNI. ¡Y poniendo el nombre de nuestros padres!

 

V.    Un futuro sin corrupción

 

No podríamos terminar un capítulo sobre el futuro de la política en nuestras tierras sin mencionar ese cáncer que nos lastima, que es la corrupción.

Aquí algunos querrán ir contra la tesis del libro: corrupción hubo siempre en la historia de nuestra provincia, desde sus orígenes, durante todas las etapas y hasta el día de hoy. Es un mal endémico de nuestra cultura latina y muy particularmente de estas tierras. El pasado aquí no nos muestra una ejemplaridad particular.

Incluso alguien, para seguir contrariando el esquema de este libro, podría aseverar que, dado el tsunami de corrupción que representó el kirchnerismo en el poder (y que dejó al menemismo como un “bebé de pecho”, como saben decir en la jerga popular), Córdoba todavía no ha vivido un ataque de la corrupción de esa magnitud y características. Otras provincias, en su escala, sí lo han vivido y lo viven en estos días. El conformismo de “no estamos tan mal como…” aquí podría funcionar parcialmente, según estos objetores.

Mi respuesta: esta conformidad nos ha hecho mal, nos ha relajado. Nos ha llevado a justificar el “roban,  pero hacen” de una manera tal que nos volvimos indiferentes hacia la inmoralidad que representa que nos roben en la cara. Que no pesen los bolsos, sino que cuenten los billetes, no lo hace menos malo.

Por estas tierras pasaron Jaime y también De Vido, con vínculos con De la Sota y Schiaretti. Hay obras hechas por contratistas amigos del poder en cada esquina. Hay fondos de la publicidad derivados a productoras en las que los políticos son socios. Hay coimas en cada baldosa de la administración pública, en cada oficina, desde el Paicor, hasta el juego, desde la salud hasta la seguridad.

Solo por nombrar dos casos recientes: en estos meses han procesado al que fuera Titular del Servicio Penitenciario de Córdoba por 17 años. Y también al que fuera Jefe de Bomberos y responsable de todas las habilitaciones de comercios y emprendimientos, así como Subjefe de Policía. Si en esos dos lugares hubo una fiesta de corrupción, imaginemos en los otros. Está claro que ninguna de las dos posiciones opera en soledad o en forma independiente. Están amparados por la estructura de poder.

Para que el robo y la malversación vuelvan a dolernos, déjenme que les haga este cálculo (vamos a hacer números redondos para no perdernos). El presupuesto este año del gobierno de la Provincia de Córdoba es de 4 billones de pesos, es decir millones de millones.

Si suponemos que el 50% se va a sueldos (allí hay nombramientos a amigos, pero no hay corrupción), queda el otro 50% para obras y servicios. Si de esa mitad los gobernantes se roban por las distintas vías de la corrupción el 5% -que es lo que sucede en la mayoría de los países corruptos de la tierra- hablamos de 100 mil millones que se llevan los corruptos cordobeses al año (U$S 100 millones de dólares). Si un gobierno se mantiene durante 24 años en el poder, logra acumular en caja de corrupción U$S 2.400 millones de dólares.

La cuestión es que la corrupción en Argentina no se lleva solo el 5%, sino que llega a “morder” hasta el 20% o incluso más. No les hago los números porque nos perderíamos. Serían 4 veces más esa cifra: ¡aproximadamente unos U$S 10.000 millones de dólares!

Además de indignarnos -y de pensar todo lo que podríamos hacer por Córdoba con esa plata- vale la pena reflexionar sobre la distorsión que produce este fondo de la corrupción para el que gobierna, respecto de los opositores que intentan ganarle. El sistema democrático y republicando se resquebraja.

El asunto va a los extremos cuando nos asomamos a las relaciones entre el poder y ciertas mafias, como por ejemplo el narcotráfico. No los voy a aburrir de nuevo con otro cálculo, pero créanme si les digo que por el flujo de narcotráfico que pasa por Córdoba hay para el poder por lo menos otros 100 millones de dólares más al año para “dejar pasar” y “dejar hacer”.

¿Cómo podemos construir un futuro sin corrupción? Todos los especialistas indican tres soluciones y no más que tres:

1.      Que los procesos y las instituciones de control funcionen. ¿Parece obvio no? Pero no lo es.

2.      Que las personas que están en cargos donde se toman las decisiones tengan una fortaleza moral superior. Si no tenemos mejores seres humanos en los cargos, no va a haber control que pueda con gente de mierda.

3.      Que el poder no se monopolice en pocas manos, porque eso aumenta las posibilidades de que en ese embudo crezca el poder a gran escala y eso desvirtué en el abuso del mismo.

Hace varios años ya trabajé la fórmula que se proponía respecto de la corrupción. Era así: C = M + D - R. ¿Qué significa? Que la corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad, menos rendición de cuentas.

Donde el poder se concentra y hay discrecionalidad, donde los mecanismos de control se debilitan, hay allí un caldo de cultivo, como es el agua estancada para el mosquito del dengue.

Por ello tengo fe en que el futuro de Córdoba -que aquí estamos desarrollando- limite la posibilidad de corrupción, porque el Estado tendrá menos expansión y estará más acotado (por lo tanto, menos oportunidades de corromperse), las instituciones funcionarán y sobre todo la libertad que habremos generado y el poder que le habremos dado a la sociedad civil y a la iniciativa privada hará que la competencia haga su trabajo.



17.      El gran Córdoba como proyecto

 (Ver en versión PDF) 


 

Ya vamos terminando esta gran aventura que hemos recorrido juntos. Pero no quería escribir el último capítulo sin dejar sentado antes la importancia estratégica de mirar a la Capital de Córdoba y a todas las ciudades que están cerca de ella como una unidad, en el marco de la región metropolitana.

Tal vez a algunos les guste esto y otros lo vean como un tremendo error, sobre cómo dejamos que creciera la mancha urbana de todos estos centros urbanos. A esta altura eso no importa. Ahora, lamentarnos sería como llorar por la leche derramada. Ya tenemos una realidad y es que a la Ciudad de Córdoba (que ya tiene uno de los ejidos más grandes del mundo) hay que sumarle otras 14 ciudades muy importantes como son entre otras Carlos Paz, Alta Gracia, Monte Cristo, Jesús María, Villa Allende, La Calera y el corredor de las sierras chicas, y los otros conglomerados que están alrededor de Córdoba.

No quiero nombrarlas a todas (no es esta una lección de geografía), pero sí nombro algunas porque nos amplían la mirada: Cosquín, Río Segundo, Colonia Caroya, Río Ceballos, Unquillo, La Falda, Villa Del Rosario, Malagueño, Malvinas Argentinas, Estación Juárez Celman, Saldán, Capilla del Monte, Salsipuedes, Santa María de Punilla, Mendiolaza, La Cumbre, Río Primero, Despeñaderos, Valle Hermoso, Huerta Grande, Tanti, Pozo del Molle, Bialet Massé, Colonia Tirolesa, Villa Giardino, Toledo, La Granja, Agua de Oro, Piquillín, Sinsacate, Lozada, Los Cocos, San Antonio de Arredondo, Anisacate, Villa Parque Santa Ana, Villa Santa Cruz del Lago, Estación General Paz, Icho Cruz, Bouwer, Parque Siquiman, Mi Granja, Mayu Sumaj, San Roque, Falda del Carmen, Potrero de Garay, La Bolsa, Los aromos, Ciudad de América, Cuesta Blanca, Cabalango, San Clemente, Tala Huasi, La Paisanita…

No mirar los problemas y los desafíos de esta región, con una mirada conjunta -metropolitana- sería una verdadera locura. Transporte, agua, tratamiento de la basura, infraestructura, seguridad, salud, educación, cloacas, desagües, medio ambiente, no hay tema en el que, si uno de estos municipios (y sobre todo Córdoba) se corta solo e intenta una solución por su cuenta, no esté sentenciando al resto. Porque lo que hace uno, afecta a todos.

 

I.     ¿Es suficiente con un “ente metropolitano”?

 

Recientemente se ha creado un ente largamente esperado que aglutina a todos estos municipios y comunas. La iniciativa va en la buena senda. Alguno podría poner reparos respecto de la utilización política que se está haciendo de estos espacios. Pero no lo haremos aquí: mientras sea bueno, no hay problema de que haya rédito político para alguien.

La cuestión es si resulta suficiente. Porque en esta región tenemos un desafío político grande: si cada municipio mantiene sus potestades intactas y el avance en medidas comunes en este tipo de entidades solo dependerá de la unanimidad de todas las voluntades de los intendentes sentados allí (que además son de distintos partidos), posiblemente estemos ante otra institución que nace más para la puesta en escena que para otra cosa.

Realmente necesitamos que, en una acción extraordinaria, los municipios deleguen facultades en este ente metropolitano, para que se puedan tomar decisiones y ejecutarlas desde ese nivel superior (por lo tanto, también tendrán que delegar presupuesto). Sé que es un pedido político muy difícil (casi imposible, dirán algunos), pero si no lo hacemos, esta región en un plazo breve será un caos.

Lo que estamos proponiendo es más parecido a lo que forjó la Unión Europea, cuando los países entendieron que no lo podrían lograr si cada uno mantenía sus potestades soberanas. Realmente había que deponer esa pretensión y entregar a un órgano superior las decisiones estratégicas (en ese caso la Comisión y el Parlamento Europeo). Todos deberían someterse al sano principio de la mayoría. Y acatar las decisiones, sin posibilidad de amagar con retirarse ante cada cosa que no le guste a un país u otro.

Aquí hay que hacer lo mismo, si queremos garantizarnos un futuro para esta región. Posiblemente los políticos no lo harán porque no les gusta perder poder (y presupuesto). Pero los ciudadanos tenemos que exigirlo con mucha fuerza. ¡Y los jóvenes ni hablar! Porque además es muy probable que las nuevas generaciones sean las que más experimenten esta integración, viviendo en una ciudad de las afueras, trasladándose a otra para trabajar, yendo a buscar provisiones a otras, cultura a la ciudad central, deporte a otra, esparcimiento a una de más allá, etc.

 

II.    La potencia de la región metropolitana

 

Córdoba como región metropolitana es una propuesta muy interesante hacia el futuro. No solo tiene que pensarse como una unidad para resolver problemas y desafíos -un mal necesario, digamos-, sino también como una plataforma para aprovechar las oportunidades que nos da la escala.

Esta región central está llamada a convertirse en un polo similar a San Pablo, Santiago de Chile, Montevideo, Miami o el propio Buenos Aires. Incluso competir con esas regiones.

Cuando lo vemos desde esta perspectiva, advertimos que, en un espacio con distancias no mayores a 80 kms, tenemos de todo para ofrecer. Si lo integramos, la propuesta de valor es muy diferencial.

En perspectiva de oportunidad, si pudiéramos llegar a establecer viendo al todo como un conjunto, la ubicación de las empresas, el desarrollo más denso de edificios y el despliegue más extendido de barrios, el emplazamiento estratégico de hospitales, de comisarías, etc., es probable que rápidamente podamos convertir en uno de los espacios más apetecibles para vivir e invertir de toda Sudamérica.

Dentro de esta región quiero poner la lupa sobre un territorio en el que se define su futuro. Se trata de los predios militares, tierra aún virgen de construcciones e infraestructura, que se extienden a la derecha de la autopista cuando uno va de Córdoba a Carlos Paz. La Reserva Militar La Calera.

Son campos del Ejército que ocupan 11.377 hectáreas, desde las ciudades de Córdoba y La Calera hasta el dique San Roque, bordeando esta autopista que llega a Villa Carlos Paz. Para que se puedan dar una idea de lo estratégico del futuro de esta tierra, todo el ejido de la Ciudad de Córdoba, que es un cuadrado de 24 km de lado y de 576 km2, dentro de la circunvalación tiene una superficie ocupada similar a todo este predio. Es casi como si fuera otra ciudad de Córdoba entera.

Y al estar en el corazón de esta región puede ser el punto que nos levante y nos catapulte, o -por el contrario- un motivo de vergüenza y decepción. ¿Por qué motivo se han salvado de malas ventas o de proyectos sin sentido como los que hemos visto muchas veces? Solo Dios lo sabe. Pero lo cierto es que allí está, como oportunidad latente, para que definamos qué queremos hacer con ese enorme espacio, en el marco de una visión estratégica de cara al futuro.

Por ahora es una reserva natural. Podría ser que quisiéramos mantenerla así para siempre y sería una opción muy interesante. Pero tendríamos que preparar todo para preservarla porque el crecimiento poblacional podría hacer estragos. De hecho, dos o tres incendios continuados en los últimos años la afectaron en forma dramática. ¿Cuántos más estragos así puede soportar?

Si, en cambio, la decisión fuera construir allí -en una parte- la ciudad de Córdoba del futuro, como han sabido hacer otras regiones, tendríamos que auditar también en este caso que el proyecto sea sustentable por muchas generaciones. No podemos rifar nosotros lo único que nos está quedando de modo tal que pueda afectar a las próximas 100 generaciones.

Traigo aquí a colación lo que sucedió con los predios de los ferrocarriles. Es impresionante cómo la desidia en la preservación de esas empresas y el abandono finalmente permitieron que muchísimas ciudades y comunas pudieran salvar a través de esos terrenos la falta de planificación urbana que habían vivido.

En esos lugares construyeron sus parques centrales, costaneras y centros deportivos. Todavía hay muchos predios (como el que está al frente de la Casa de Gobierno en la ciudad de Córdoba) esperando una reconfiguración y un destino.

Nos aseguremos que en el caso del predio de los militares al que hice mención no sea la desidia y la improvisación las que prosperen, sino la inteligencia y la visión estratégica.



18.      ¿Quién va a construir el futuro de Córdoba?

 (Ver en versión PDF) 

 

Puede ocurrir que estés de acuerdo con la mayoría de las ideas, valores y visiones que hemos dejado asentadas en este escrito. Pero que, en lugar de ver crecer la esperanza en tu corazón, crezca lo contrario: el escepticismo.

Puede ocurrir que esta visión de todo lo que nos falta por hacer y la energía que necesitamos para llevarlo a cabo -para construir el futuro de Córdoba que nos merecemos- te haga caer en una depresión, por lo difícil que parece. Más de uno habrá sentenciado que directamente es imposible lograrlo, por el estado actual de la cultura en nuestras ciudades, en nuestra provincia y en nuestra gente. Que el derrumbe de la Argentina es tan grande -es tanta la decadencia- que no hay forma de hacer la diferencia solo desde Córdoba.

Quizás tengamos la tentación de escapar. De pensar nuestro futuro, sin cargarnos esta mochila del proyecto conjunto. “Hacer la nuestra”.

No los juzgo. Yo también por momentos caigo en la desesperanza y en otras ocasiones en la desesperación. Pero valga este capítulo final para anclar la expectativa a un quién y a un cómo muy concretos y que puede hacerse en un lapso breve, digamos, antes de que yo muera (tengo 52).

La esperanza viene por aquí: efectivamente si tenemos que aguardar una reacción en cadena de parte de todos los cordobeses o su gran mayoría, un súbito despertar de la conciencia ciudadana que nos lleve a participar, a castigar con nuestro voto a los que no son buenos representantes y a votar por los que sí lo son, a trabajar activamente para que nuestra sociedad se desestatice y se liberen las fuerzas de la familia, la iniciativa privada y la sociedad civil, si todo ese poder que queremos darle a la ciudadanía, dependerá de los hombres y mujeres que hoy caminan por las calles de Córdoba -en el centro o en las afueras, en las ciudades del interior o en los pueblos-, el planteo claramente sería utópico. Es una realidad que la gente está “en otra”, que están más quietos que en movimiento en lo que respecta a lo público; que cada vez tienen menos conciencia cívica e incluso menos “conciencia de cordobés”.

No vamos a analizar aquí por qué pasó esto, el rol de la educación en continuo declive, la absorción de los medios de comunicación por grandes corporaciones de medios dedicados al entretenimiento y el “vanity fair” (y subordinados por la pauta oficial), la política “que nos quiere pobres” ….

La verdad, en esta ocasión el por qué pasó ya no importa. Lo que interesa es que la sociedad cordobesa hoy no está con la sensibilidad necesaria para ser convocada a un proyecto con esta épica.

Sí es justo decir que está dispuesta a acompañar como la ha demostrado con su voto (ya lo analizamos en el capítulo respectivo). No podemos interpretar sus razones en forma unitaria o blanco sobre negro (seguro que hay múltiples motivaciones), pero sí es posible decir que, desde el 2001 a esta parte, Córdoba -en forma mayoritaria- viene votando para que se produzca un cambio a nivel nacional. Si no lo hizo a nivel provincial posiblemente sea porque la oposición (yo pertenezco a esa oposición) no hemos sido capaces de plantear algo superador. Pero la vocación de cambio está expresada en todos los niveles sociales, en todas las edades y en todas las latitudes de la provincia.

Pero entonces, ¿quién se hará cargo de este llamado a construir el futuro? Hemos expresado desde el primer momento el anhelo de que sean los jóvenes los que asuman el desafío. Pero también aquí hay que ser muy realistas. Y -sin haber hecho un análisis sociológico, ni una investigación cuanti y cuali- me anticipo a asumir la realidad de que tampoco hay un porcentaje mayoritario de jóvenes dispuestos a liderar esta construcción (o si se quiere esta reconstrucción). Están en otra.

Alguien podría pensar en las mujeres y sería un aporte interesante. Ellas han demostrado en los últimos 20 años que están más comprometidas que los hombres en general en lo que respecta al cambio de la realidad. En toda causa justa que se está desarrollando en nuestra querida Córdoba, hay siempre una mujer empujando por detrás con su particular cualidad del “multi-tasking”, esto es, de poder trabajar en concreto muchos frentes complejos al mismo tiempo y en forma organizada.

Sin embargo, tampoco serían las mujeres en un porcentaje mayoritario y como grupo las que están dispuestas a responder a esta convocatoria en el corto plazo. Las valientes de las que estamos hablando son la excepción. La regla es que la mayoría de las mujeres cordobesas están concentradas en trabajar y llevar adelante sus familias en este marco de tremenda crisis.

Y entonces, ¿quién?

 

I.     Quinientos jóvenes

 

Hay una posibilidad concreta, si somos capaces de convocar a ciertos jóvenes comprometidos de diversos ámbitos que se animen a interactuar y a generar “amistad cívica” a fin de parir un proyecto de provincia para los próximos 100 años.

Córdoba está tan precaria en su entramado político, económico y social que estamos ante la oportunidad (y también el peligro) de que un grupo de referentes organizados puedan dirigir nuestra provincia hacia el destino que quieran. Lo digo de modo más directo: hoy un grupo de dirigentes, si se lo propone y se organiza, se puede quedar con el poder.

¿Cualquier dirigente? Sí, podríamos hacerlo un conjunto de referentes mayores, hombres y mujeres. Pero es muy difícil que confluyamos a esta altura después de tantas divisiones y tantas decepciones. Y que tengamos la paciencia, la humildad y la pasión para interactuar, hasta generar el marco nuevo y distinto que se requiere instrumentar. En cambio, los jóvenes tienen todo eso si se predisponen de manera consciente. Poseen algo muy importante: todo el futuro por delante. Tienen tiempo.

La precariedad a la que nos referimos, hace que el número de dirigentes jóvenes que deben ponerse de acuerdo no requiera ser tan grande. Hablamos de no más de 500 jóvenes, como para dar un número claro y redondo. En una provincia de casi 4 millones de personas, hablar de un número tan acotado de referentes jóvenes que se ponen de acuerdo, hace que el planteo sea vuelva perfectamente factible y viable.

¿Por qué 500? Por supuesto, es un número aproximado. Pero tiene su lógica. Para enderezar la traza del presente de Córdoba hacia un futuro mejor, hay 10 sectores que son claves:

1.      La política

2.      Las empresas

3.      La Justicia

4.      Los medios de comunicación

5.      Las universidades

6.      Las principales cámaras empresarias y sindicatos

7.      Las ONG’s más destacadas

8.      Los credos religiosos más representativos

9.      La cultura y la intelectualidad

10.   El deporte

Cada uno de estos ámbitos puede incidir en la construcción del futuro en forma determinante y rápida, si produce un cambio en su área de influencia y sale de su zona de confort hacia los horizontes que hemos ido marcando a lo largo de los capítulos (o hacia otros, por supuesto, que pueden ser discutidos… no es el mío el único camino posible).

En la Universidad Nacional de Córdoba hay 15 unidades académicas. Si tenemos a jóvenes que se proyecten como futuros decanos y sumamos a quien debería configurarse como próximo rector, si lo expandimos a las otras universidades de la provincia públicas y privadas, podríamos decir que necesitamos 50 jóvenes profesionales comprometidos, consustanciados con la idea de aportar al futuro desde ese ámbito académico. Esos dirigentes pueden producir desde allí una verdadera revolución si son capaces de insuflar estas semillas de cambio en los más de 200.000 jóvenes universitarios que pasan por todos estos claustros.

En la política, necesitamos mucha sangre nueva que asuman cargos legislativos, ministerios, concejos deliberantes, tribunales de cuentas, intendencias y gobernación. Pero también aquí seamos minimalistas: otros 50 jóvenes trabajando en red desde la capital y el resto de la provincia, que se han puesto de acuerdo con los 50 de la universidad y que hacen su recorrido por la arena (y el barro) de la política para producir el cambio desde allí. Podrían hacer una verdadera revolución. No hay en este momento en Córdoba (lo digo con conocimiento de causa) ningún grupo político que tenga 50 dirigentes jóvenes, preparados y capaces, encolumnados en un proyecto pensado para producir el cambio. Sí hay camarillas políticas que van improvisando sobre la marcha, y en general desde un solo partido.

Así podríamos avanzar con cada sector que aporta su reestructuración y su reforma parcial al cambio total y a la construcción del futuro pendiente. La Justicia, tanto provincial como federal es clave: 50 jóvenes preparados, potenciales jueces, camaristas, fiscales y secretarios… ¡harían maravillas en esas instituciones! Por supuesto, los medios de comunicación de Córdoba que necesitan tanto periodistas, como comunicadores y empresarios también comprometidos con dar marco y “canal de difusión” a estas voces de cambio. Aquí también necesitamos 50 jóvenes dispuestos.

Si hay también 50 jóvenes empresarios que se involucran desde las cámaras e instituciones del sector -y sus respectivos centros de estudios-, y asumen que no solo hay que acordar el proyecto de futuro, sino que también hay que financiarlo con técnicos y con acciones; si otros 50 jóvenes comprometidos con lo social lideran las principales ONG’s dedicadas a la lucha contra la pobreza, la discriminación, la falta de educación, etc.; si hay 50 sacerdotes, monjas, misioneros, pastores y rabinos que se ponen sobre sus hombros la tarea de renovar las estructuras religiosas de la provincia, para que sean protagonistas de este proceso, insuflando a sus fieles la Fe y la Caridad necesarias (¡y el Amor!) para dar parte de su vida por un bien común; si la cultura aporta belleza al proyecto y sentimiento y la intelectualidad investigación y estudio con otros 50 jóvenes… y si todos ellos se animan a trabajar en red ¡se puede conquistar el cambio, en el marco de una generación! Se abre así una esperanza concreta ¿no te parece?

¿Por qué hablo del deporte también como último sector? Porque es muy importante que este proyecto tenga apoyo popular. Que no quede en una élite que se mueve solo a nivel estructural, pero sin llegar a las bases de la sociedad. Los referentes deportivos, también los de la cultura, los de los medios, los religiosos y los de la ONG’s, pueden darle al proyecto la capilaridad necesaria para que, hasta el último joven de un barrio marginal, se sienta atraído por la movida.

Insisto con tomar el fenómeno de Javier Milei como un caso de estudio de cómo un “predicador de ideas” -aunque vayan a contracorriente del pensamiento dominante del momento-, y con un conjunto muy pequeño de personas, puede llegar a generar la oportunidad que produjo, más allá de cómo termine ese experimento político.

Aquí hablamos de algo más complejo y -a su vez- más sustentable si se logra. Pero traigo a la mesa ese caso tan actual, porque nos puede dar coraje de que es posible organizar un grupo que se enamore de un conjunto de ideas y que las contagie a la sociedad en un plazo breve.

 

II.    La pregunta es ¿cómo?

 

Poner de acuerdo a 500 jóvenes capaces, que provengan de todos estos ámbitos no parece una tarea imposible. Llevará tiempo, eso está claro. Discutir qué quieren lograr, cómo lo harán, y sobre todo empatizar, perder la desconfianza entre unos y otros hasta -finalmente- hacerse amigos y lograr “animus societatis”, puede llevarles 2 o  3 años, no más.

No es necesario que todos estos jóvenes se encolumnen detrás de un partido político o de una sola institución. Eso sería violentar demasiado la propia diversidad que requiere este blend dirigencial.

Los que vienen de la Justicia, por la propia naturaleza de su carrera no pueden entrar en un barro político, como así tampoco los que quieren proyectarse en el mundo académico. Los que provienen del ámbito social o de la cultura no pueden enmarcarse en una institución elitista… habrá que cuidar los matices a la hora de convocar y desde dónde.

En otras épocas de la historia, sí se podía pensar que una especie de “conspiración generacional” podría producirse desde una institución. De hecho, el propio Colegio Monserrat fue, en un momento, el que producía estos proyectos generacionales con dirigentes que luego ocupaban los más diversos cargos. También lo hizo el Liceo Militar. De más está decir que el experimento fue muy exitoso con la generación del 37 a nivel nacional y también con la generación del 80.

Más cerca en el tiempo podríamos señalar a la Fundación Mediterránea, liderada por Domingo Cavallo, que preparó un equipo de profesionales para abordar el Estado, pero con una visión de impacto más acotada a lo económico y además con una mirada nacional.

Pero en el actual contexto de Córdoba, el ámbito donde estos jóvenes deben “cocinarse en la misma olla” debe ser un escenario neutral, que los haga sentir cómodos y que respete la particularidad de cada uno.

Desde nuestra institución Civilitas hemos venido trabajando por esta convocatoria y esta consolidación de una propuesta generacional de dirigentes comprometidos con el bien común, para Córdoba, desde hace 35 años. Pero lo empezamos muy solos, desde jóvenes y no pudimos lograrlo hasta ahora, porque -además- en el camino probamos conformando un partido político provincial, integrándonos a otros, interactuando con religiones y con fundaciones… Se podría decir que, lo que hemos hecho hasta ahora, es un “manual de errores” que puede servir como base para otros que, desde Civilitas o desde ámbitos diferentes, lo intenten. La experiencia de los errores siempre sirve.

Hay un tema no menor que es el financiamiento de un proyecto de este tipo. Esos 500 jóvenes necesitan tener cierta tranquilidad económica de que pueden dedicarse a crecer en sus respectivos espacios, sin pensar en perseguir el mango y sobre todo “vender el alma al diablo” en el camino por conseguirlo. Esta cuestión es bien concreta y tiene que ser abordada.

Mi experiencia es que hay fondos económicos locales, nacionales e incluso internacionales -de fundaciones interesadas en que se motoricen este tipo de proyectos, tanto de Europa como de Estados Unidos y de América Latina- dispuestos a apoyar una iniciativa así, si el plan muestra la seriedad y la sustentabilidad necesarias. También podemos convencer al empresariado cordobés a que financie la iniciativa. Tengo la convicción de que se puede lograr.

Por lo tanto, llegamos al nudo más básico, pero más importante del desafío. A la verdadera pregunta del millón: ¿hay 500 jóvenes en toda nuestra Provincia de Córdoba, de entre 18 y 35 años, dispuestos a involucrarse en un proyecto para construir el futuro de Córdoba?


Yo creo que sí. Estoy convencido. Fíjense en lo siguiente: son 10 jóvenes que sean capaces de convencer a 5 amigos cada uno y que éstos últimos logren persuadir a 10 conocidos. ¡Y tenemos los 500!

Al igual que la fórmula matemática que indica que uno puede contactar a cualquier persona en el mundo, no importa lo estelar que sea, a través de una secuencia de 3 contactos, aquí también el escenario se simplifica.

Está claro que no puede ser cualquier joven. Tienen que ser 500 jóvenes con pasta de dirigentes. Esto nos agrega una dificultad, porque nos hemos dedicado durante muchos años a “abortar dirigentes”.

 

III.      Mención de honor

 

Esta reflexión es muy pertinente aquí. Pero lo divertido es que la escribí cuando tenía 20 años (es decir hace 32 años) y fue la primera publicación que me hicieran en el diario La Voz del Interior. Agradezco a su director, Carlos Jornet, por haberme dado esa oportunidad, siendo yo tan joven. Ya verán al leerlo que traigo estas ideas desde hace mucho tiempo. El artículo llevaba ese título: “Mención de honor”.

"Dirigente se nace", respondió un filósofo cuando le planteé la necesidad de formar una nueva generación de dirigentes en Córdoba. Después sentenció: "lo que ocurre es que no los dejamos nacer. Estamos abortando dirigentes desde la concepción."

Así es: desde muy niños, se enciende una pequeña llama en el corazón de un dirigente. Se los ve venir: tienen fuerza, son entrometidos, cuestionan, organizan, lideran... los padres orgullosos.

El colegio primario se encarga de que la llama sea lo suficientemente controlada como para no generar mayores problemas a las ya desbordadas maestras y directoras. Mueren durante ese período vocaciones dirigenciales -fundamentalmente- por falta de atención.

El secundario va más allá, y utiliza las más siniestras estrategias para que la llama de la vocación se apague. Enciclopedismo, dogmatismo, aburrimiento y un sistema lo suficientemente anticuado; la fórmula es implacable para matar un espíritu inquieto y el aborto está en proceso.

Ayudan la televisión, que no deja dirigente con cabeza, y se ríe de todos y de todo. El grupo de amigos, que no se cansará de burlarse del compañero que "pinta para político", el amor adolescente que en alguna noche de intimidad lo hará sentir como un estúpido: "¿Cómo que querés ser presidente? No seas ridículo".

Muchas familias -a esta altura- ya no están tan orgullosas y miran con nerviosismo la vocación pública del joven. "La política es un desastre hijo: no te metas", le dirá un padre con buenas intenciones. Ni qué hablar si es una hija.

El joven se está cansando de ser un "bicho raro" y de tener que salir al ruedo cada vez que alguien -que conoce su vocación- le recrimina lo que hizo el gobierno, tal político, tal sindicalista… como si el ya fuese parte del establishment.

El "aborto" se consuma, para los que no ingresan a la universidad, cuando deben empezar a trabajar en lo que sea para sobrevivir. Para los universitarios hay todavía un período de gracia.

Sin embargo, la Universidad será "el médico responsable" de hacer que esa llama nunca llegue a convertirse en el fuego sagrado que quema el pecho de un dirigente con vocación pública.

¿Será por eso que en Córdoba no hay suficientes jóvenes dispuestos a asumir el desafío de lo público? Seguro que sí. Porque los responsables de formar, no se dan cuenta de que la formación de un dirigente exige -ante todo- una formación del carácter.

Pero hay una cuestión más profunda: el líder nace al fragor de un proyecto común. Y hoy no hay proyecto común. La forma más dramática y más evidente de demostrarlo es preguntar a un joven: ¿Por qué o por quién estás dispuesto a morir? "Por nada y por nadie" será la respuesta. Ni por mi patria -no dejaré que un Galtieri me lleve al matadero- ni por mi gente, porque el único contacto que tengo con "mi gente" es el ómnibus y el estadio de fútbol.

Tampoco por la Libertad -¿de quién?- ni por la justicia. Sí por mi familia, pero nada más. Si no hay causas públicas, no habrá dirigentes públicos. ¿Cómo convencer a un joven idealista -pero no tonto- de que debe abandonar la vida privada para defender una causa "pública" que a nadie importa, y que sabe le traerá infinidad de enemigos y ninguna satisfacción? Ni siquiera el reconocimiento de la gente que solo murmurará: "algo se habrá quedado en el bolsillo".

En definitiva, no debe haber nadie en Córdoba que contradiga la necesidad de nuevos dirigentes públicos. Pero que no sea mi esposo, ni mi hijo, ni mi amigo, ni mi padre, ni mi novia. Héroes se busca, que sepan inventarse su propia causa y que hagan lo posible por convencernos (por supuesto, con buen marketing, porque no compramos cosas mal vendidas), que se forme solo, que vea la forma de mantenerse -no vaya a ser tan inmoral de pensar en vivir del Estado- y fundamentalmente que no moleste mucho con ideas alocadas, a ver si todavía algún empresario se enoja y amenaza con llevar su planta a otro país".

Tenemos un problema: faltan jóvenes dirigentes. Lo saben los grandes personajes de Córdoba. Los intelectuales, los empresarios, los periodistas, los educadores, los religiosos, los gobernantes. Y si uno les pregunta sobre el tema se rasgan las vestiduras. Pero llegado el momento, no mueven un pelo.

Propongo una causa: lanzar desde Córdoba algo grande -muy grande- que se proyecte a todo el país. Solicito especial esmero para detectar a jóvenes y adolescentes con perfil de dirigentes.

Que las instituciones educativas, políticas, religiosas y sociales aseguremos una atención especial a estos dirigentes en potencia, como si estuviéramos ante una "especie en extinción".

Vamos a alentarlos, a felicitarlos por su vocación, a dejar que forjen su espíritu al fragor del debate sobre lo que Córdoba necesita.

Mención de honor a la familia que sea capaz de dar un joven dirigente a la provincia.

 

IV.  La esperanza vence al miedo

 

¿Por qué vale la pena seguir trabajando para esta idea que -como verán- viene desde la juventud? Porque es el camino concreto para construir el futuro que anhelamos. Es un cambio realista, posible, concreto porque parte de una base que es alcanzable.

Está claro que luego esta “conspiración de jóvenes” logrará en su acometido un 20% de lo que se propondrá (¡en el mejor de los casos!). La próxima generación logrará otro tanto y así seguiremos empujando el pesado carro de la historia de Córdoba hacia el umbral de la civilización.

Está claro que hay una convicción por detrás que garantiza la esperanza y vence al miedo: la empresa humana de civilizarnos, paso a paso, avanza. Y nos va haciendo mejores seres humanos, mejores personas.

Y también está claro que, en mi caso, por detrás hay una fe: no somos nosotros quienes finalmente disponemos, sino Uno que creó todo. Pero que necesita que nosotros pongamos los cinco panes y los dos pescados. Él se encargará de multiplicarlo. Con esa fe, que me mantiene con alegría y con esperanza hasta el día de hoy, los invito a meditar todas estas ideas y las que les hayan surgido en el trayecto. Por supuesto también las refutaciones -incluso enojadas- que puedan tener.

Tal vez lo único que deberíamos prometernos es no dañarnos entre nosotros. He intentado llevar algunas de estas ideas, por ejemplo, a las redes sociales. Y a los pocos segundos aparecen los “odiadores” que intentan anular, no la idea, sino a mi persona, diciendo cualquier barbaridad. Siempre les escribo lo de Sarmiento: “las ideas no se matan, se debaten”, que me parece un resumen fantástico de la tolerancia que nos debemos.

Ni el más de izquierda, ni el más de derecha, ni el más religioso ni el más ateo, ni el más empresario ni el más hippie tienen toda la razón. La razón está en la deliberación de todos estos actores, al final del camino. Eso no quita que cada uno defienda lo que considera la verdad, incluso en forma airada. De hecho, es muy positivo que así suceda, porque si no -en la interacción las distintas partes- no estarán bien representadas. Pero a su vez hay que tener la tranquilidad de que la verdad surgirá en el proceso. Y al final saber que puede ser la idea que inicialmente sostuve u otra modificada, mejorada. En esto hay que traer la cultura del deporte de quienes juegan cada minuto del partido (de rugby, de fútbol, de tenis) como si fuera el último, no entregando ni un centímetro de terreno, pero al final se dan la mano y van juntos al tercer tiempo.

En este caso vamos a requerir un paso más: vamos a necesitar que estos 500 jóvenes se hagan amigos. Dispuestos a trabajar desde distintas trincheras, pero con un objetivo común: dejar a sus hijos una Córdoba como la que soñamos.

Que así sea.