El futuro de Cordoba Cap 8..pdf

Capítulo 8:
Educación: necesitamos una revolución

Participé en la última elección provincial como candidato. Ahí me surgió la motivación para escribir este libro. Vi un esfuerzo muy grande de unos por remarcar lo bien que estábamos y -de parte nuestra- todas las energías concentradas en forzar a mirar lo mal que estábamos. Ninguno se atrevía a plantear una hipótesis desafiante sobre el futuro de Córdoba. 

Al ver lo que hizo Milei, que ganó en forma contundente en Córdoba sin siquiera visitarla, me conecté con mi convicción más profunda: al final del día lo que mueve a las personas son las ideas, las convicciones. A la gente no le interesa el qué y el cómo, sino el por qué y el para qué.

Hemos definido que uno de los vectores sobre el que vale la pena seguir construyendo nuestro futuro es el desarrollo de nuestra matriz educativa. Pero no podemos ser mediocres: tenemos que picar en punta. Los países y las regiones compiten ferozmente en la actualidad por este factor diferencial cualitativo.

La combinación entre educación de excelencia, buenos servicios para que vivan aquí los directivos de las empresas y un posicionamiento muy definido sobre “alimentos” son los tres pilares que seleccionamos entre muchos posibles. Explicamos las razones de por qué elegimos esos y no otros.

Aquí hay una dualidad en la idiosincrasia cordobesa que nos anula. Por un lado, hay una mayoría apabullante de cordobeses que son conscientes del factor decisivo que es la educación para el ascenso social y también para superar la decadencia y la mediocridad en la que nos encontramos. Si hacemos una encuesta, el resultado sería demoledor: si nos preguntaran qué puede cambiar el presente de Córdoba, todos responderíamos que la educación. El compromiso pareciera no tener grises.

Pero a la hora de los hechos concretos, no demostramos ese compromiso, ni como padres, ni como educadores, ni como estudiantes, ni como gobierno, ni como miembros de la sociedad civil. Somos cómodos. Y si una institución educativa o un profesor nos libra de tener que poner esfuerzo en el tema, nos alegramos. La “ley del menor esfuerzo” se cumple en la mayoría de nosotros. De alguna manera -como dicen los jóvenes- lo “careteamos” al compromiso con la educación.

Si nuestra preocupación fuera real, posiblemente tendríamos otra actitud, como personas y como sociedad. Siempre se cuenta con admiración el modo impresionante de compromiso que muestran las culturas orientales respecto al éxito en la trayectoria educativa de los miembros de su familia. Dejan todo para que sus hijos asciendan y vayan a las mejores instituciones, conquisten las mejores notas y aprueben los exámenes. Como sociedad buscan que los protagonistas de la educación sientan el apoyo total, incluso en lo económico.

Una anécdota ilustra ese hecho: el día que se toman los exámenes generales en todo el país para ingresar a la universidad, en Corea, se prohíbe a los aviones hacer ruido despegando o aterrizando. Y la ciudad se pone al mínimo para que los estudiantes puedan concentrarse en su estudio y rendir los exámenes con éxito. Son un rally de exámenes de 8 horas seguidas.

Posiblemente esa cultura no sea nunca la nuestra, pero en nuestra tradición docta hay un largo camino recorrido de apuesta por la educación y la excelencia que debemos honrar y potenciar. Es, al final del día, nuestro principal orgullo. Y si hay algo por lo que no podemos dudar en jugarnos el todo por el todo es en esta competencia por ser un faro de educación en Sudamérica.

Sin embargo, la educación en Córdoba hoy es un “castillo de naipes”, que creemos que todavía se mantiene, pero en verdad ya se ha caído. Es uno de los sectores que más usufructúa el pasado, sin invertir en el futuro.

¿Hace falta que te fundamente que la educación en nuestra provincia está muy pero muy mal? Como no creo que sea necesario, lo voy a condensar en un par de párrafos para poder avanzar.

 

I. S.O.S. Educación Pública

 

El sistema de educación pública, que fue uno de los baluartes no solo del desarrollo de Córdoba sino de Argentina, está destruido. Si nos mentimos, nos vamos a equivocar feo. Porque reparar problemas y deficiencias del proceso educativo son proyectos a -por lo menos- 10 años.

Venimos de 15 años bajo la gestión del ministro Walter Grahovac y el liderazgo alternado de José Manuel De la Sota y Juan Schiaretti, que han resultado -más allá de la buena voluntad de Walter- un golpe de muerte para un proceso de decadencia que ya se insinuaba desde el comienzo de la democracia en 1983.

Es curioso el resultado, porque obras no faltaron. En su momento se construyeron 200 escuelas nuevas, aunque lamentablemente su construcción estuvo sospechada de corrupción (participó ni más ni menos que Ricardo Jaime, en ese momento viceministro de Educación de De la Sota, hoy sentenciado a prisión. Dato de color: ¡era agrimensor!).

También se construyó la Universidad Provincial, se han repartido computadoras y se probaron modalidades distintas como las escuelas PROA… desde la recuperación de la democracia incluso podemos rescatar el proyecto PAICOR, que fue una innovación para contrarrestar la pobreza y la subalimentación.

Pero hoy el panorama es decepcionante. Tenemos escuelas que a nivel edilicio son extremadamente básicas o muestran serias deficiencias. Que dan de comer a medias, en el sentido de la calidad de la comida. Pero lo más preocupante no es lo físico y ni siquiera estos servicios alimenticios, sino “espiritual”, podríamos decir.

El sistema público de educación de Córdoba está desahuciado, con docentes que ganan muy poco (que deben trabajar en 2 y 3 lugares trasladándose como locos) y que se muestran doblegados ante la realidad de no poder contener e inspirar a sus alumnos, por falta de preparación, de metodología, de adecuada utilización de la tecnología, por falta de contenidos adecuados y de tiempo para una interacción más profunda con sus educandos.

Los chicos no valoran la escuela pública, en términos generales. No le reconocen autoridad para enseñarles ni para cambiarles la vida. Y no es como fue siempre: que los niños y jóvenes más bien son reticentes a “levantarse temprano e ir a la escuela”. Ahora se da un fenómeno mucho más profundo, donde los chicos y chicas no le encuentran el sentido y abandonan directamente, o van, pero solo para cumplir con un mandato social.

La mitad de los adolescentes abandona en las escuelas públicas antes de llegar al final del secundario y la mayoría muestra -en las evaluaciones- severos problemas de aprendizaje en lenguas y matemáticas, comprensión de textos y consignas. Solo 50 de cada 100 niños y niñas que empiezan primer grado en nuestra provincia terminan la primaria en el tiempo esperado y con conocimientos suficientes en lengua y matemática. Casi la mitad no aprende lo que tiene que aprender. En el secundario los resultados solo empeoran. Apenas 24 de cada 100 estudiantes cordobeses que comienzan terminan en tiempo y forma.

La Senadora Carmen Álvarez Rivero viene levantando la voz, junto con especialistas y gente muy comprometida, respecto a cómo la raíz del problema se sitúa bien en el comienzo del proceso educativo, con falencias en la enseñanza básica de alfabetización y proceso de lectura y enseñanza de la matemática.

Lo que supuestamente damos por sentado que ocurre en los primeros grados del primario, no ocurre. Los chicos y chicas no aprenden a leer y escribir, a sumar y hacer operaciones elementales, así como a interpretar lo que leen. Y entonces van escalando año tras año en la complejidad del sistema -pasan de grado- sin tener lo básico.

Por supuesto, el guiso de distorsiones se nutre de problemas sociales y económicos que vienen desde los hogares, así como la droga y el consumo de alcohol, la violencia, la cultura de la marginalidad, el bullying…

También cuestiones que van en profundidad sobre la mala alimentación de los niños y niñas desde sus primeros años de vida, el lugar donde duermen y con quién, dónde comen, dónde estudian, el entorno familiar y los amigos que forjan (la buena o mala yunta, digamos).

Como el Estado gestiona mal la educación y está ausente en estos problemas más profundos y estructurales, la perspectiva se complica mucho.

Como me dijo una maestra de un barrio marginal alguna vez: “De aquí se fueron todos y dejaron al colegio público, al cura y al pastor en el medio de esta realidad para que nos la arreglemos solos”.

 

II.   Barrer bajo la alfombra

 

Dos actitudes de esta larga gestión educativa fueron muy negativas y no podemos darnos el lujo de permitirlas otra vez. La primera fue un signo de la gestión de Walter Grahovac y sobre todo de su Secretaria de Educación, Delia Provinciali, aunque mi convicción es que la orden venía de arriba. La estrategia que se intentó fue que nada que ocurriera en el ámbito de la educación generara olas en la opinión pública, ni siquiera que trascendiera.

La orden a todo el plantel educativo era que, si pasaba algo, se comunicaran con los directivos para que lo pudieran solucionar en silencio y sin “hacer olas”, con el claro objetivo de “barrer la basura bajo la alfombra”.

Esa sensación instalada, artificial, de que todo va bien en educación y que aquí en Córdoba los chicos no desertan, que no hay violencia, que no hay problemas (y que en cambio aprenden robótica e idiomas) fue una constante. Fue, podríamos decir, una exitosa estrategia de marketing político. Pero generó hacia abajo una olla a presión que no explotó, pero sí calcinó todas las voluntades y ganas de mejorar y cambiar que había hacia abajo. Los protagonistas de la educación en Córdoba -la mayoría de ellos- se muestran rendidos, abrumados, aun más después de la pandemia.

Recuerdo haber solicitado una reunión, junto con Carmen Álvarez, al ministro Grahovac para llevarle nuestra preocupación por la deserción escolar, potenciada luego de la pandemia, de la que nos venían alertando padres y madres, así como docentes en nuestras visitas a barrios y localidades. Grahovac nos atendió a los pocos días -en esto hay que rescatar que era un hombre accesible- y junto con un técnico del ministerio (mate en mano) intentó convencernos de que ellos tenían un sistema informático sofisticado, que seguía a cada alumno del sistema y que le indicaba que la deserción post-pandemia en Córdoba era mínima y no superaba el 7/8%.

Nosotros le expresábamos nuestras serias dudas sobre esta “información oficial”, porque en todo el país la deserción escalaba el 50% y además le reportábamos lo que nos estaban diciendo padres y educadores en nuestras recorridas, pero no hubo caso. La actitud de “aquí no pasa nada” volvía a repetirse con disciplina prusiana.

 

III. Educación estatizada

 

La segunda actitud es más compleja en sus consecuencias, aunque es de sintonía fina: el ex ministro Grahovac, que proviene del mundo sindical de la UEPC, y a pesar de que varios interlocutores que lo valoran señalaron a lo largo del tiempo su avance en lo que se refiere a visión, siguió hasta el final de su gestión priorizando la educación pública estatal, en desmedro de las instituciones educativas de gestión privada.

En las conversaciones con él, discutimos acaloradamente sobre el tema, pero él tenía una convicción: la interacción de las escuelas públicas con ONG’s, con empresas de la zona, con la comunidad, era una intervención y una distorsión. La educación pública tenía que ser dirigida y completada en un 100% por el Estado.

Él miraba con mucha desconfianza las iniciativas educativas privadas o que fueran iniciativa de la comunidad, por fuera del Estado. Esta visión, con el paso del tiempo, ha terminado “estatizando” de tal manera a las escuelas públicas que se volvieron instituciones cerradas solo gestionadas por agentes estatales, donde solo acude la gente que no tiene otra opción.

Los que tienen una posibilidad económica, por pequeña que sea, huyen de la escuela pública y hacen lo imposible por asistir a colegios de gestión privada o comunitaria. Este dato es suficiente muestra de que, así como vamos, no vamos bien. Estamos en el camino equivocado.

Si quisiéramos embarcarnos en una “revolución educativa” que contemple desde los inicios de los jardines maternales, jardín de infantes, primario y secundario, hay que elegir una estrategia distinta.

Una, más conservadora, sería apurar el paso para que la educación pública de Córdoba resuelva al menos los toscos problemas que se ven sobre la superficie, como por ejemplo la deficiente formación docente de los actuales agentes educativos.

Si recorremos este camino, en 10 años habremos revertido la tendencia a la decadencia, pero estaremos muy lejos de vivir un proceso ascendente. Porque, además de todos los problemas básicos, la educación -como institución y mecanismo social de transmisión de conocimientos y aprendizaje de habilidades- está puesta en jaque, ya no solo aquí sino en todo el mundo.

Nos puede pasar como a los viejos que arreglan la cancha de bochas pensando que es ese el problema por el cual la gente joven no acude a jugar, pero que -luego de arreglada- advierten que no vienen por una razón más profunda: a la gente ya no le interesa jugar a las bochas (es un ejemplo, no sé si le interesa o no).

Lo primero que tenemos que hacer, para poder volver a traer al centro del debate la educación y ver cómo la solucionamos, es superar la legitimación exclusiva para hablar de este tema que hemos dado solo al espectro ideológico de izquierda y de centro izquierda.

Todos los que no somos de ese espectro -esto ha ocurrido durante muchos años- directamente es como que no estamos autorizados a hablar, porque queremos corromper, quitar derechos y todas las cosas que nos endilgan, impotentes, para no darnos entidad siquiera de interlocutores tan válidos como ellos para expresar nuestra opinión.

Sin intención de hacer una “cacería de brujas”, es necesario subrayar que la educación pública argentina viene siendo planificada, conducida y gestionada por estos dirigentes y técnicos que podríamos enrolar en ese espectro ideológico mencionado de la centro-izquierda. El fracaso del sistema es sobre todo imputable a ellos.

Ellos mismos se auto titulan “progresistas”, pero su fórmula ha sido concentrar la transformación social a través de un esquema centralizado por el Estado y gestionado por grandes burócratas. En verdad no fue una política progresista sino muy retrógrada. A esto no lo digo yo solamente, lo dicen los resultados objetivos obtenidos como consecuencia de una mala gestión sostenida durante tanto tiempo

Todos los gobiernos nacionales, desde Raúl Alfonsín a Cristina Fernández, los provinciales (incluso los municipales) negociaron políticamente la cartera de Educación con estos sectores. Y bajo la influencia de esas ideologías, se han probado una y mil variantes de reformas, como si fuera un laboratorio de humanos. Sacar las notas, disminuir la competencia, adoctrinar a través de manuales y contenidos, atacar la noción de mérito y disciplina, introducir materias que no terminan de estar adecuadamente configuradas y nadie sabe bien para qué sirven, y hacer que todo suene políticamente correcto, pero careciendo de toda eficacia.

El fracaso está a la vista. Las últimas incursiones de La Cámpora en escuelas y jardines o los libros obscenos que enviaba el Ministerio de Educación de la Nación a las escuelas son epílogos grotescos de esta “militancia educativa” llevada a su extremo.

 

IV.      Un camino disruptivo

 

¿Debemos poner entonces a la educación pública ahora en las manos de la centroderecha? Eso sería un error igual de funesto que el que hemos cometido en estas tres décadas. La propuesta más acertada en este caso es asumir que tal vez tengamos que explorar algunas medidas disruptivas.

Una de ellas, quizás la más novedosa, es que apostemos, como sociedad, a una educación que supere sus enormes falencias, no a través de una gestión estatal centralizada, sino al calor de la diversidad que produce el involucramiento y protagonismo de la sociedad civil, la iniciativa privada y comunitaria y la decisión de los padres en este ámbito, que hoy los repele.

Hablo de permitir que, un porcentaje importante de las escuelas públicas de gestión estatal, pasen a ser inspiradas y dirigidas por actores sociales, instituciones civiles o religiosas, cooperadoras de padres o emprendedores. Cada uno le dará su impronta, respetando -por supuesto- un núcleo básico de contenidos universales y mecanismos que procuren garantizar la calidad educativa.

Esto no es liberal, ni libertario. El principio de subsidiariedad, que es propio de la doctrina social de la Iglesia de toda la historia, aplicado al ámbito de la educación pública puede producir un verdadero círculo virtuoso, de abajo hacia arriba. Este principio aconseja que no haga un nivel superior, lo que puede hacer -sin ayuda- el nivel inferior. Nos sirve en este caso para ordenar lo que puede y debe hacer el Estado nacional, el provincial, el municipal, lo vecinal, la comunidad organizada de la sociedad civil, la familia, la empresa, el individuo. En lo educativo, abre las puertas para que se involucren -en forma activa- para gestionar, y también para decidir, los educandos, los padres, la comunidad que está alrededor de la escuela, las empresas que están allí, las ONG’s.

No hablo de instalar el “voucher educativo”, que sugirió Javier Milei y su gente, porque al parecer, es muy difícil su implementación en una realidad tan compleja como  la de Córdoba.

Por supuesto que la “revolución” se completaría, promoviendo que aquellos padres que envían a sus hijos a escuelas públicas también pudieran llegar a elegir la institución que mejor los interprete. Que incluso puedan premiar o castigar el desempeño de la escuela, moviendo sus chicos si no están conformes y detrás de ellos los fondos que asigna el Estado.

Eso cambiaría completamente la lógica de cómo se ofrece el sistema educativo hoy y cómo lo demandan los interesados. Dado que el boleto educativo en Córdoba es “gratuito” permitiría que los niños se movilicen sin costo hacia cualquier escuela, si no se sintieran satisfechos con la que están cursando. Pero -como digo- implementar estos criterios tipo “voucher” sería complejo.

Sí podemos producir un giro copernicano, si dejamos de pensar el rol educativo del Estado como una función que deba gestionar en forma exclusiva o prioritaria, como la pensamos hoy, sino a modo de excepción, recostándose más sobre auditar que se cumplan con los parámetros mínimos que pretendemos asegurar que estudie un ciudadano argentino y cordobés. Pero, de allí en más, dejar que la libre iniciativa permita que se multipliquen las opciones, ya sea por propia iniciativa o porque el Estado “licita” la gestión de las escuelas, que hasta ahora son gestionadas por empleados estatales.

Los fondos seguirían siendo aportados por el Estado en su totalidad, como ahora, pero su administración sería más eficiente, pues estaría en el nivel donde deben tomarse las decisiones –que es el propio colegio- y sujeta a resultados.

Imaginemos un sistema educativo plural y diverso, con algunos colegios públicos preparados para enseñar religiones y otros que no; unos que se inclinen por la música; otros por el deporte; con una rápida salida laboral; aquellos que planteen educación mixta y los que no; los que ofrezcan educación “militar” o se adapten a su medio rural; los que propongan muchas actividades extracurriculares: inglés, portugués, robótica, inteligencia emocional, ajedrez, artesanías o tornería...

Pensemos que en algunos colegios del mundo le están enseñando a respirar, a estar conectados con el presente, incluso en algunas regiones tienen una materia para fomentar la felicidad, porque advierten que los chicos están sufriendo y con ciertos indicios de depresión (este es el tema del último libro de Andrés Oppenheimer: “¡Cómo salir del pozo! Las nuevas estrategias de los países, las empresas y las personas en busca de la felicidad” que vale la pena leer).

¡Qué shock de vitalidad para nuestra educación hoy tan anquilosada! ¡Qué verdadera revolución educativa que será esa incorporación de la sociedad a sus claustros! Derribar esa muralla que tanta desigualdad produce entre la educación pública y la privada. Y dejar que la gente sea la protagonista, y no el funcionario de turno.

¿Hay margen para debatir estas ideas en una sociedad tan “estatizada”? Al menos pensémoslo para las escuelas públicas por inaugurar hacia el futuro. Aunque deberíamos incluir todo el sistema educativo incluidas las privadas.

 

V.   Abramos las puertas de la educación

 

La segunda prueba disruptiva que podemos permitirnos explorar, y que puede producir un “giro copernicano” en la educación de Córdoba, es relativamente simple de instrumentar y está al alcance de la mano. Solo es una decisión de romper con lo “políticamente correcto” que han instalado los supuestos especialistas de centroizquierda.

Se trata de la necesidad que tenemos de abrir la posibilidad de ser profesor del secundario a profesionales y personas que muestren experiencia en su rubro y que pueden aportarle a los chicos y jóvenes mucho más que solo conocimientos de libro.

En todos lados, pero sobre todo en los pueblos y ciudades pequeñas, hay personas muy reconocidas por su labor -médico, farmacéutico, comerciante o empresario, ¡hasta el cura o el pastor!- que sería muy bueno pudieran incorporarse a la dinámica docente, para “airear” las personas que ponemos al frente del aula para interactuar con los educandos, así como los contenidos que dictamos.

Traigo aquí la experiencia que viví en el Colegio Nacional de Monserrat, en donde la inmensa mayoría de los docentes (sino todos) eran profesionales que ejercían su profesión y a la vez daban algunas horas de clases. Esa institución durante muchos años fue un emblema de calidad educativa, a tal punto que sus egresados marcaban notorias diferencias en la universidad respecto de los estudiantes que habían asistido a otros colegios.

Por supuesto que podríamos (y deberíamos) exigirles que cumplan con ciertos requisitos, como realizar cursos de pedagogía y de metodología. Pero esos cursos son mucho más breves que los años de estudio que esa persona ya ha realizado y los años que tiene de experiencia profesional en la vida.

Lamentablemente, los profesorados docentes nunca han logrado dar a sus alumnos (futuros docentes) el mismo nivel que obtuvieron aquellos que cursaron una carrera universitaria. Y ni hablar si los comparamos con aquellos que, además de tener título universitario, han ejercido la profesión.

Está clarísimo que los que se dedican a la docencia secundaria pondrán el grito en el cielo. Pero estamos buscando variantes para que la educación, no solo mejore, sino que cambie.

Si todos asumimos, aunque nadie se atreva aún a gritarlo a viva voz, que el avance vertiginoso de la inteligencia artificial va a tumbar los cimientos actuales de nuestra tambaleante estructura educativa, porque simplemente los chicos y las chicas lo utilizarán para que los ayude a escribir cualquier proyecto, buscar alternativas, hacer cuadros comparativos (¡y hasta los machetes!), entonces no podemos demorar pensar que tal vez la transmisión de contenidos ya no podrá ser el eje de la dinámica educativa del secundario y que tendremos que poner foco en el desarrollo de habilidades: actitudes y aptitudes para utilizar de la mejor manera las nuevas tecnologías.

Y en ese marco, es probable que estos “nuevos profesores” que vengan del afuera tengan mucho más para aportar que nuestra estructura docente actual.

Está claro que la resistencia será feroz. Sigo con las anécdotas acumuladas por tantos años de trabajo en conjunto con Carmen Álvarez Rivero. En las charlas que mantuvimos con el ex Ministro de Educación, y ante la escasez de profesores y profesoras de inglés para dar esa materia clave en los colegios públicos, Carmen insistía en que los vayan a buscar a la Escuela de Lenguas de la Universidad, porque tienen un buen nivel y una interesante comunidad de egresados (Carmen conocía de primera mano ese nivel porque de esa facultad había egresado recientemente una de sus hijas). Pero el ministro Grahovac se ponía tozudo respecto a que “esa gente no sabía enseñar”. Y allí nos quedábamos entonces: con el problema irresuelto, sin explorar la posibilidad de un plan b.

 

VI.   La relación entre la educación y las empresas

 

Hay una tercera prueba disruptiva que podemos intentar. Va en la línea de las anteriores, pero agrega un elemento extra. Es el esfuerzo que debemos hacer para romper los obstáculos que impiden una relación fluida e intensa entre el sistema educativo y el sistema productivo, esto es, las empresas de todo tipo y especie.

Posiblemente, el mayor obstáculo que haya que remover sean prejuicios ideológicos del sistema educativo y una gran desconfianza de parte de las empresas de que les hagan perder el tiempo y les desordenen sus procesos.

Si esta interacción no se institucionaliza de alguna manera, va al muere. Si solo se trata de “una charlita del empresario a los chicos del último año” o de “una pasantía de un mes para que vean un poco de qué se trata trabajar en una empresa”, esa interacción está dando resultados muy flacos.

Aquí hay una propuesta estructural que está desarrollando la Senadora Carmen Álvarez Rivero y que no es invento de ella, sino que funciona en muchísimos países del mundo. Se trata de generar una nueva modalidad en el secundario, llamada “Educación Dual”, por la cual los jóvenes desde el cuarto año del secundario pueden elegir este camino que les permite trabajar y capacitarse tres días en una empresa -en un oficio determinado- y luego dos días asistir al colegio y recibir educación formal.

El oficio que aprenden por supuesto tiene que tener todos los requisitos: contenidos homologados, formas establecidas de examen de los avances, perfil del tutor dentro de la empresa.

Cuando la referida senadora nacional ha salido -en los últimos dos años- a conversar con los más diversos sectores empresarios, sindicales y técnicos ha encontrado que aquellas empresas que no están ávidas de nuevos perfiles, lo ven difícil y encuentran uno y mil peros. Pero en aquellas otras en las que les está faltando como recurso clave jóvenes técnicos, aceptan la iniciativa con los brazos abiertos.

¿Puede un chico de 15 años aprender mientras está en el colegio el oficio de tornero, plomero, cocinero, mozo, administrativo especializado en una tecnología, ayudante agropecuario, etc.? ¡Sí puede! Si estamos de acuerdo en esto, encarar los detalles de cómo instrumentarlo no debería ser un obstáculo.

Como estamos pudiendo ver, hay alternativas para estudiar, hay nuevos caminos que otras regiones similares a nosotros han recorrido en el mundo con éxito. Solo necesitamos reconocer que, así como venimos, no va más. Y que la necesidad de disrupción es fuerte y evidente.

La educación en Argentina, según la Constitución Nacional, depende de las provincias. Es decir, que en esta dimensión no podemos mirar para otro lado: lo que hagamos o dejemos de hacer depende de nosotros, los cordobeses.

¿No ha llegado la hora -por la profundidad de la crisis actual de la educación- de convocar a un Congreso Educativo con profesores, padres y alumnos para definir los contenidos que queremos sean “obligatorios”, tanto en el primario como en el secundario en Córdoba? ¿Se animarían los burócratas que pretenden manejar la educación desde sus oficinas del Ministerio a semejante apertura?

 

VII. La hipótesis de máxima

 

No quiero terminar este capítulo sin dejar asentado el horizonte más disruptivo, pero que tal vez termine siendo el más eficaz: la posibilidad de que el Estado cordobés solo garantice titulaciones primarias, secundarias y terciarias por haber sido rendidos ante una instancia pública certificante. Pero que cada alumno y su familia puedan decidir con absoluta libertad cómo y a dónde prepararse para rendir esas titulaciones.

¿Podría darse el caso extremo de que una madre prepare a los chicos en su casa para que luego vayan a rendir? No sería recomendable, porque allí no se da el factor de la sociabilización. Pero en esta última instancia no estaría prohibido, con tal de que el hijo luego rinda los exámenes y pruebe que está avanzando hasta llegar a la titulación final.

Lo importante es que le perdamos el miedo a la libertad. Los cordobeses, liberados en su iniciativa, vamos a construir en la diversidad la mejor versión de nosotros mismos hacia el futuro.

Una sociedad diversa, de personas educadas por instituciones comprometidas con lo que creen, plurales en su pensamiento y en su modo de entender el mundo, es la opción más adecuada para que Córdoba desarrolle una identidad enriquecida y llena de matices, para un futuro como el que hemos descrito y que se viene para las próximas décadas.

¿No estás de acuerdo con nada de lo que he propuesto? Perfecto. No hay problema. Con solo lograr que te pongas a pensar tu propuesta alternativa -como ya dije- habré cumplido con el propósito. Lo importante es que coincidamos en que, así como vamos, no hay futuro para la educación en Córdoba.