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Capítulo 16:
El futuro de la política de Córdoba

La verdad más elemental en Córdoba, que todos sabemos, pero no estamos dispuestos a poner sobre la mesa, es que las cuestiones centrales por las que admitimos pagar los impuestos para sostener un Estado provincial no nos satisfacen. Están muy lejos de ser abordadas y gestionadas conforme nuestras expectativas.

Ni seguridad para nosotros ni nuestras familias, ni justicia para que “el que las haga las pague”, ni educación para asegurar la igualdad de oportunidades, ni salud para que no ocurra que -aquel que no tiene plata- pueda morir por falta de cuidado… Nada de esto funciona como corresponde en Córdoba.

Ya dejamos en claro nuestra convicción: el futuro que estamos construyendo a lo largo de las reflexiones solo podrá ser construido con un compromiso amplio de la gente y también de los dirigentes de Córdoba.

La fuerza para hacerlo no puede venir desde un escritorio gubernamental, sino desde la sociedad, de abajo hacia arriba. En definitiva: no estamos hablando de un proyecto político -ni del mío, ni del de nadie- porque necesariamente lo excede. Si solo es un proyecto personal o sectorial, estamos jodidos. Será fugaz, pasajero.

Sin embargo, sería necio pensar que la política no va a tener un rol importante que cumplir. Posiblemente sería romántico e idealista pensar que vamos a poder lograr todos estos cambios dejando al margen lo político, pero -en términos reales- sería utópico. ¿Dónde colocamos entonces a la política y a los políticos en todo este proyecto de futuro?

En Córdoba se evidencia, en este más que en ningún otro ámbito, el patrón que hemos puesto de relieve al analizar cada sector. El pasado nos ha regalado un presente ordenado en la estructuración de las instituciones, que costó mucho conseguir. Pero la proyección hacia el futuro es preocupante, porque no estamos preparando el andamiaje institucional para los desafíos que vienen.

Aquí tampoco “estamos haciendo la tarea”. El pecado no es original de Córdoba. En Argentina ocurre lo mismo y en muchos países desarrollados también. Estamos enfrentando el futuro con instituciones políticas que fueron forjadas dos siglos atrás, cuando ni siquiera existía la electricidad.

Pero en nuestra provincia vivimos nuestra propia crisis política. Y no hablo de la coyuntura: si Llaryora viajó en avión o si la legislatura no sesionó. Hablo de una crisis muy profunda, estructural. Seguime en este análisis.

No es sustentable en el tiempo pretender vivir en un sistema en donde:

1.      En el marco de fragmentación, dispersión y satisfacción personal como premisa, tan propios de estos tiempos posmodernos, daría la sensación que cada cordobés vive en su burbuja.

2.      En ese escenario, un esquema de partidos políticos vaciados de sentido, mantienen el monopolio de las candidaturas, sin que nadie les crea, y en donde pocos participan. Por lo tanto, de ese modo, generan dirigentes mediocres, elegidos por un sistema electoral muy básico y vetusto, del que todos desconfiamos.

3.      Estos “representantes del pueblo” ocupan bancas en Legislaturas y Concejos Deliberantes precarios en su funcionamiento y por lo tanto también en su eficacia y eficiencia.

4.      Dicha desidia impregna también el ámbito de un Poder Judicial “precámbrico” en su modus operandi, que atrasa medio siglo por lo menos, y que -por ejemplo- se toma un mes y medio de vacaciones en un mundo económico, laboral, civil, familiar (y también penal) que acelera a 150 kilómetros por hora.

5.      El Poder Ejecutivo no es ajeno a este tobogán decadente: está dirigido por funcionarios que claramente no son los mejores, sino que son los que -en su mayoría- estuvieron desde el principio, rosqueando con el político de turno, sin ningún contacto con la faz técnica de la sociedad, ni con la dirigencia económica y social (más allá de reuniones protocolares, con nombres bonitos y fotos llamativas de ocasión, pero que nunca conducen a nada)…. Y como si fuera poco, una atmósfera de impunidad impregna casi todo su accionar.

6.      Finalmente, para intentar maquillar semejante nivel de atraso, pereza y deshonestidad intelectual y moral, se crean las “agencias” y las nuevas oficinas con nombres pomposos como “competitividad”, “innovación”, “aceleración”, “economía circular”, “economía del conocimiento”, “clusterización”, etc, etc…

7.      Y todo ello, absolutamente todo, bancado con los impuestos que abonamos de nuestros bolsillos.

¿Te pusiste a pensar alguna vez cuántas horas de tu día trabajás para sostener todo este sistema? Imaginate llegar a tu casa a las 7 de la tarde, cansado por un arduo día de trabajo, fatigado, con alguna dosis de estrés, con preocupaciones, y muchas ganas de encontrarte con los tuyos y descansar. Pero al llegar a la puerta te espera un burócrata del Estado, que primero te saluda amablemente, y después te pide el 35, el 40 y a veces el 50 por ciento de lo que produjiste ese día, para poder bancar todo este circo. Ahora sí, te da una palmadita en el hombro, te abre la puerta de tu hogar, y te dice “andá, pegate una ducha y descansá que mañana hay que seguir produciendo porque si no a nosotros nos comen los piojos”.

Si alguien cree que, con toda esta estructura política desvencijada, podremos preparar a Córdoba para recorrer el camino hacia el futuro, me parece -lo digo con todo respeto- que se está quedando corto en el análisis.

 

I.     El estado cordobés no funciona

 

La verdad más elemental en Córdoba, que todos sabemos, pero no estamos dispuestos a poner sobre la mesa, es que las cuestiones centrales por las que admitimos pagar los impuestos para sostener un Estado provincial no nos satisfacen. Están muy lejos de ser abordadas y gestionadas conforme nuestras expectativas.

Ni seguridad para nosotros ni nuestras familias, ni justicia para que “el que las haga las pague”, ni educación para asegurar la igualdad de oportunidades, ni salud para que no ocurra que -aquel que no tiene plata- pueda morir por falta de cuidado… Nada de esto funciona como corresponde en Córdoba.

También pagamos impuestos para que se desarrollen obras públicas. Aquí se ha avanzado con rutas y cierta infraestructura de la red de gas, agua y electricidad. ¡Con ese poco ya los gobernantes ganan elecciones y son aclamados! Pero a los efectos de este libro y de lo que propone, el desarrollo de infraestructura que estamos desplegando es muy básico y elemental. Si vamos a demorar 60 años en terminar otras obras trascendentales como ocurrió con la circunvalación -las cloacas, por ejemplo, de las que hablamos en el capítulo anterior-, entonces definitivamente el tren de la historia pasará por nuestro costado, sin que podamos subirnos.

Las instituciones que rodean esta estructura política central, como son el caso del Banco de Córdoba, EPEC, la Caja de Jubilaciones, La Lotería, el APROSS, la Red de Accesos a Córdoba (RAC), fueron innovadoras en su momento, pero ahora son un verdadero lastre. Un agujero negro de ineficiencia y además de corrupción.

En el regreso de la democracia, la priorización de la “gobernabilidad” hizo que se plasmaran en la Constitución Provincial ciertas mayorías automáticas en el Poder Legislativo para el partido que gana, por lo cual los mecanismos de “check and balance”, propios de una república y de una democracia que marcan como un poder es controlado por el otro y viceversa, funcionan al mínimo. La legislatura, así como está pensada, deja mucho que desear.

Tampoco los Concejos deliberantes de cada ciudad, donde el que gana directamente se lleva -por constitución- automáticamente la mitad más uno de los escaños. Estas instituciones que supuestamente son fundamentales, se han convertido en lugares donde se habla y se debate “al pedo”, porque luego la mayoría oficialista decide.

Los órganos de control como los tribunales de cuentas no terminan de ser instituciones eficaces para una auditoría efectiva que garanticen la transparencia. Tampoco los entes como el ERSEP y mucho menos la Defensoría del Pueblo, que es una institución de cartón, con muchos recursos que nadie sabe bien para qué se utilizan.

No quiero pelearme aquí con antiguos profesores de la Facultad de Abogacía. Pero la perspectiva de los últimos 30 años nos ha hecho ver a los cordobeses que aquella ola reformista de la Constitución de Córdoba, de las cartas orgánicas de cada ciudad e incluso de la Constitución nacional -donde muchos de estos profesores fueron protagonistas- debilitaron los mecanismos republicanos en lugar de fortalecerlos. Sobregiraron en artículos pomposos, con declaraciones de derechos que no hemos podido garantizar (ni de cerca).

Ejemplo: Artículo 26 de la constitución provincial: De la juventud. “Los jóvenes tienen derecho a que el Estado promueva su desarrollo integral, posibilite su perfeccionamiento, su aporte creativo y propenda a lograr una plena formación democrática, cultural y laboral que desarrolle la conciencia nacional en la construcción de una sociedad más justa, solidaria y moderna, que lo arraigue a su medio y asegure su participación efectiva en las actividades comunitarias y políticas.

A la hora de la verdad este formato pomposo, pero poco efectivo, ha permitido que el poder se vaya concentrando en el gobernante de turno.

¿Cómo podemos visualizar el futuro de la política de Córdoba de una manera que nos sirva realmente?

 

II.    Vamos a tener que revisar la teoría

 

Lo político es una vocación natural de los integrantes de una comunidad para vivir organizadamente. Somos por fortuna “animales políticos”, aptos para alcanzar fines superiores, viviendo juntos, aunque también -debe decirse- capaces de las peores barbaries cuando el sistema colapsa (como, por ejemplo, aquella noche temible en Córdoba del 3 de Noviembre del 2013 cuando se produjo el paro y el acuartelamiento policial).

Hay una distinción que debemos hacer: no todas las actividades humanas son políticas. Tampoco todas las situaciones que enfrenta el ser humano en su relación con la comunidad se convierten en situaciones políticas. Lo político hace referencia a todo lo que tiene que ver con el Estado y con lo público. Pero no todo lo que el hombre es y hace en su vida tiene que ver con lo político y con lo público -con el Estado-.

Es importante rechazar un sincretismo que sentencia “todo es político”. El sabio Aristóteles ya lo decía “No tienen razón los que creen que es lo mismo ser gobernante de una ciudad, rey, administrador de su casa o amo de sus esclavos”.

Perdón que haya planteado este esquema teórico, pero mi experiencia de recorrer la arena política de Córdoba me indica que esto -que es tan básico- no lo tienen tan claro los grandes partidos políticos de la provincia, ni la mayoría de sus dirigentes. A todos, de alguna u otra manera, les gusta extender la influencia del Estado, sin límite.

La votación masiva, desde todos los sectores sociales, edades, sexo y geografía que recibió el presidente Javier Milei en Córdoba, en la última elección, les hizo abrir los ojos a muchos de estos dirigentes y entender que están desfasados. Aunque hay que destacar que, ya desde la época de Carlos Menem, con el porcentaje que obtuvo Ricardo López Murphy, y el apoyo que obtuvo luego Mauricio Macri, el pueblo cordobés viene demostrando que no cree lo mismo que piensa la mayoría de su dirigencia.

Posiblemente ese voto y esa mirada de los cordobeses sea una reacción. Aquí, por muchas décadas, lo público ha sido concebido como un ámbito en exceso abierto y difuso. Y esto ha condicionado la fuerza de la iniciativa privada y de lo comunitario.

Discutir en Córdoba si EPEC, la “empresa” que nos brinda energía, debe ser estatal o debe privatizarse es -para la mayoría de los políticos locales- un pecado. Ni hablar cuando los sindicalistas -especialmente los de Luz y Fuerza- te respiran en la nuca. Y por eso nadie está discutiendo lo que los ciudadanos estamos indicando (con nuestro voto) que queremos que se discuta.

De más está decir que este agrandamiento del Estado se ha pagado con impuestos excesivos sobre la población (por ejemplo, el impresionante crecimiento de Ingresos Brutos) y con deuda que -lamentablemente- a lo largo de la última gestión es, en más de un 95%, en dólares. También con un costo alto para los consumidores de los servicios públicos locales. Y una provisión de servicios de educación, salud, seguridad y justicia de resultados muy pobres.

El futuro de Córdoba nos obligará a discutir en algún momento cercano qué es lo que debe ser público en nuestra provincia y qué vamos a dejar al ámbito de lo privado. Lo primero debería ser una excepción y lo segundo la regla.

Un caso reciente es la creación del Ministerio de las Cooperativas, que es una contradicción en sí mismo, porque -justamente- las cooperativas han sido creadas allí donde el Estado no llegaba con sus obras o servicios y para organizar el esfuerzo colectivo que emerge de abajo hacia arriba. Otro tanto ocurre con el “Ministerio de la Mujer”, que funcionó hasta el 10 de diciembre y que nadie nunca supo con exactitud qué misión cumplía en nuestra provincia. Qué objetivos se proponía y qué resultados obtuvo.

Está claro que necesitamos Estado y que necesitamos lo político para construir lo público. Que esto es muy importante. Lo que tenemos que discutir es cuánto margen le vamos a dar a lo político para que cumpla su fin y no nos condicione.

Comento antes de continuar que tuve la oportunidad de presentar un libro hace varios años que aborda específicamente este tema. Se llama “Cómo salvar a la política. Se trata de nuestros hijos” y tiene un desarrollo muy extenso de la cuestión que hoy estamos sobrevolando.

Allí decíamos: ni la teoría del contrato social es ya suficiente para explicar lo que necesitamos de lo político, pero a la vez los límites que necesitamos poner a lo político. ¿Cuánto puede durar la ficción de un pacto firmado que jamás existió para las personas que han sido desfavorecidas por la firma de ese contrato (desfavorecidas en términos reales y no solo formales)? Tampoco es suficiente en este tiempo con pararse en la “soberanía del pueblo”, porque -hoy más que nunca- es difícil sostener que exista “el pueblo” como una unidad. Lo que existen son mayorías circunstanciales, difíciles de conseguir, y cientos de minorías cada vez más exacerbadas”.

¿Qué ocurre en la realidad? Nada nuevo que no hayan previsto en el siglo XIX pensadores como Tocqueville o John Stuart Mill. La democracia, un sistema ideal para la participación de todos en lo público y para el progreso de la comunidad, se pervierte bajo el influjo del individualismo moderno, y al final nadie participa.

Esta consecuencia es catastrófica, pero aún falta lo peor: en el gobierno tampoco se elige a los mejores, porque los mejores no dudan en alejarse y comprometerse con el mundo de lo privado.

Alexis de Tocqueville nos “pica el boleto” a la salida de esta reflexión y nos sentencia con su observación de cómo somos: “Cada persona, retirada dentro de sí misma, se comporta como si fuese un extraño al destino de todos los demás. Sus hijos y sus buenos amigos constituyen para él la totalidad de la especie humana. En cuanto a sus relaciones con sus conciudadanos, puede mezclarse entre ellos, pero no los ve; los toca, pero no los siente, él existe solamente en sí mismo y para él solo. Y si en estos términos queda en su mente algún sentido de familia, ya no persiste ningún sentido de sociedad”. El problema es que el buen Alexis lo escribió a mediados del siglo XIX. ¡Imaginen cuánta agua ha pasado bajo el puente!

Si nos pusiéramos apocalípticos, podríamos terminar aquí este capítulo con el título del libro de Alain Touraine que ya mencioné: “¿Podremos vivir todos juntos?” Pero hasta él respondía con sensatez una pregunta que -a primera vista- parece alimentar a los escépticos. Su respuesta: Ya vivimos todos juntos. ¡Y bastante bien lo hacemos!

 

III.      Los criterios rectores de un nuevo modelo cordobés

 

No es la intención desplegar un tratado de teoría y de ingeniería política aquí, porque realmente nos aburriríamos. Propongo hacer un listado de qué cosas nos gustaría que cambien y que mejoren de lo político para ver si estamos todos de acuerdo o no con este “check list”.

1.      El poder cerca       
Es bueno y necesario que el poder esté lo más cerca de la gente posible. Ya lo dijimos mil veces, pero lo repitamos: pongamos en práctica el principio de subsidiariedad porque es práctico, realista y de sentido común. Y en ese marco, que los municipios absorban la mayor cantidad de servicios que puedan brindar, así como los recursos respectivos. Y que la provincia actúe en forma subsidiaria en todo aquello que requiera escala provincial y que exceda a las municipalidades.”.

Incluso es buena iniciativa que, entre los municipios y la provincia, haya nucleamientos regionales (en algún momento se generaron pero lamentablemente terminaron siendo un artilugio de nombramientos y de corrupción).

Por debajo de los municipios -sobre todo de los grandes- la descentralización hacia unidades menores es también una buena tendencia (en la ciudad de Córdoba, los CPC). Así como el fortalecimiento de los Centros Vecinales (hoy -lamentablemente- son instituciones que han sido cooptadas por la política).

Tengamos presente que, si estamos de acuerdo con las ideas de este libro, todo el aparato estatal, no importa en qué órden de gobierno, a su vez opera de manera subsidiaria de aquello que no pueda hacer la sociedad civil, la comunidad. Y este nivel es subsidiario de lo que perfectamente puedan hacer la familia y la acción privada.

¿Esta superposición de niveles no genera costos innecesarios? Hay lugares en Córdoba donde, en una distancia de no más de 7 km, coexisten varios municipios con sus autoridades, sus concejales y sus gastos, como por ejemplo en el caso del conglomerado de Villa Allende a Río Ceballos, o Villa María y Villanueva. Sin embargo, aquí el problema no es la fragmentación de la representación en sí misma (eso es bueno), sino los gastos que se generan. Por eso es tan importante que, a nivel local, los concejales y autoridades de estas instancias (como centros vecinales, CPCs, etc.) sean ad honorem y los gastos de funcionamiento, mínimos.

Por si acaso alguien se haya quedado con dudas respecto de si es bueno o es malo “dispersar” tanto el poder en el territorio, les dejo la siguiente observación: para ser una ciudad se requieren 10.000 habitantes. Ahí ya se conforma una intendencia. Hay pueblos más chicos que son comunas y que tienen un jefe comunal y una comisión que hace de instancia legislativa y de control. Y en estas ciudades y pueblos ya hay problemas que no logran ser debidamente abordados por estos representantes que están súper cerca (son realmente vecinos del pueblo que viven a la vuelta de todos y no se pueden hacer los vivos, digamos).

Imaginemos que en un barrio como Villa Libertador viven 160.000 personas. Serían 16 ciudades. Y sin embargo tienen un CPC con funciones acotadas. Claramente los problemas de este tipo de zonas son incluso más complejos que los de aquellas ciudades porque se cruzan la pobreza, la inseguridad, etc. Si en esas instancias pequeñas las gestiones no pasan el examen, estamos sentenciando a zonas más densamente pobladas a que nunca puedan recibir un servicio y una interacción con lo público que cumpla sus expectativas.

El tema es que al proponer que sean cargos ad honorem alguno podrá decir que estamos cerrando las opciones a gente pudiente, que pueda darse el lujo de trabajar en lo suyo y dedicar tiempo extra, de manera voluntaria, a llevar adelante una gestión ardua como son los temas vecinales y urbanos. Es cierto que la cuestión es polémica -como muchas de las propuestas de este libro-. Pero mi experiencia política me ha hecho concluir que hoy por hoy sería una buena opción para que el compromiso público de esos servidores resurja de manera genuina y no se mezcle con la idea de “conseguir un trabajo o un puesto político pago”.

2.      Un Estado pequeño 
Es bueno que el Estado haga lo menos posible en forma directa y con sus propios recursos humanos y que en cambio se fortalezca en su rol de garantizar y auditar los servicios que fundamentan su existencia: seguridad, justicia, educación y salud. Para ser claros: garantizar no quiere decir ejecutar. Supone sí que tiene que asegurarse de que se ejecuten -no importa quién los ejecute- conforme a los criterios que marque la ley y con su debida auditoría.

La cuestión es central y hace a la forma con la que deberíamos configurar el Estado. Si en todos los presupuestos públicos el porcentaje mayoritario se lo lleva sueldos de empleados públicos, y estos últimos siguen amparados en la estabilidad que impide que uno los despida sin justa causa (cuestión que en el actual contexto es un disparate), entonces mientras no se cambie esa regla tan dura de administración pública, resultará clave que los gobernantes minimicen la cantidad de empleados públicos y maximicen la cantidad de obras y servicios brindados por terceros y solo auditados por el Estado. Porque el compromiso de los gobernantes es con los ciudadanos, con los contribuyentes, y no con los empleados públicos (mucho menos con los sindicalistas).

La fórmula ideal a la que deberíamos apuntar es que todo presupuesto estatal invierta por lo menos el 30% en obras, el 30% en servicios tercerizados y solo el 30% en sostener la planta de empleados públicos. Cuidado: hay muchos presupuestos que están “dibujados” porque minimizan la incidencia del pago de sueldos, y esto porque todos los nombramientos aparecen como “contratados” o como “asesoramiento”. Eso es una distorsión: porque son agentes estatales precarizados. Muy lejos de ser servicios “tercerizados”, son empleados encubiertos.

3.      Un Estado eficiente 
Es bueno que el Estado (municipal, provincial y nacional, porque los bolsillos son uno solo) no cargue sobre las espaldas de los ciudadanos, en este caso los contribuyentes, un peso excesivo por garantizar esos servicios.

Tenemos que aspirar a que el peso del Estado en Córdoba, a través de los impuestos que nos cobra, no sea superior al 10% de los ingresos de la gente y de todo el PBI. Máximo 20% como una exageración (¡en este momento es el 50%!).

Este desafío ya no es una “buena intención” de los que vivimos aquí y estamos hartos de pagar impuestos, sino el marco competitivo de nuestra provincia en comparación con otras regiones del mundo, que están utilizando la menor carga impositiva para atraer inversiones.

Al parecer puede sonar exagerado, pero no lo es: Córdoba compite con Dubai para que se instalen start ups y emprendedores que buscan que el Estado no los entorpezca con sus regulaciones y que tampoco los esquilme con impuestos. Si no estamos dispuestos a jugar esa carrera a fondo, entonces una de las tres ideas fuerzas sobre el futuro de Córdoba se cae. Nadie va a invertir donde lo matan a impuestos.

4.      Un Estado independiente  
Es bueno que nuestra provincia comience a construir su futuro pensando en no depender de ningún modo de la Nación, en lo que respecta a su sustentabilidad económica, de obras y de servicios.

Es cierto que ahora eso es una utopía, porque la mitad del presupuesto cordobés proviene del Estado Nacional, a través del esquema de la Coparticipación federal. Pero es un norte claro hacia donde debemos conducirnos.

Llegó la hora de que nuestros representantes den la madre de todas las batallas legales y políticas para reformar el sistema de coparticipación y el sistema impositivo argentino y poder lograr la mayor autonomía posible.

Insisto mucho en esto: no estamos preparando nada para eyectarnos de la Argentina, ni ningún sueño alocado de ese tipo. Pero asumimos que tenemos que ser nosotros mismos los responsables de nuestro futuro, de nuestro desarrollo económico y social, y de nuestra conexión directa con el mundo.

5.      Renovación política 
Es bueno que forjemos un sistema político que renueve la dirigencia. Que permita se puedan presentar como candidatos personas con autoridad social -aun sin tener trayectoria política- que puedan hacer un aporte breve y acotado en lo público.

El ideal para la sociedad es que el gobernante no se eternice en el tiempo: que sean muchas personas ingresando, aportando y volviendo a sus actividades de origen. Es verdad que esto acota a los posibles candidatos porque tienen que tener muy ordenada su vida para poder desconectarse y contectarse, pero a su vez, es nuestra garantía de que se sea gente exitosa y potente.

La tarea política no es bueno que se convierta en una carrera sine die, donde los políticos van saltando de cargo en cargo a lo largo de toda su vida. Esto tiene que ser claro para los jóvenes porque he visto muchos que comenzaron conmigo siendo potenciales líderes y se fueron convirtiendo paulatinamente en mediocres empleados de la “casta política”.

En otra época hubiéramos podido discutir esta consideración, porque supuestamente esa carrera continuada en el tiempo los perfecciona y les brinda experiencia de gestión y de interacción en un terreno que es muy complejo. Pero hace tiempo que la realidad ha demostrado que la permanencia los vuelve como “parásitos” del Estado y condiciona su sentido común así como su libertad de acción y de votación. Se vuelven “defensores del estatus quo” y su vida queda tan supeditada al cargo que le pueda dar el líder de turno, que pierden pasión y autonomía.

Este punto, si en verdad queremos que sea así, requerirá revisar a fondo y sin tapujos el sistema de partidos políticos, afiliaciones, internas, punteros, trampas a la hora de votar y de elegir, financiamiento de las campañas, etc. También nos obligará a revisar el sistema electoral completo. ¿De qué futuro podemos estar hablando si en las elecciones nacionales votamos todavía con boletas papel y en las provinciales con una boleta única, que es superior, pero que -aun así- es precaria?

Permítanme que deje asentado aquí mi apoyo a la iniciativa que se propuso en los primeros días del gobierno del presidente Milei de avanzar hacia un sistema de circunscripción, para elegir a los candidatos en todo el país.

Este mecanismo anula las listas sábanas con esos largos listados de dirigentes que se presentan todos juntos y nos obligan a votarlos en bloque, solo conociendo -en el mejor de los casos- al primero y a veces al segundo de ellos.

El sistema por circunscripción, en cambio, divide la cantidad de representantes por el territorio. Y permite que en cada lugar pueda haber una competencia acotada entre todos los que quieran ser candidatos allí. Al final del proceso solo se elegirá a uno que represente a la circunscripción. Claramente el elegido será un referente porque les ganó a todos los otros.

Los detractores de este mecanismo de selección sostienen que puede favorecer a que un partido, en un momento determinado, se quede con los primeros lugares de todas las circunscripciones y eso impida la representación de otras vertientes políticas en la conformación de las cámaras o en los concejos deliberantes. Es un riesgo real. Pero se atempera con los beneficios que brinda la posibilidad de que verdaderos líderes de cada zona se atrevan a competir, conformando partidos de circunscripción, sin necesidad de matar su legitimidad en la amansadora de la interna de los partidos políticos de hoy, que son verdaderas máquinas de distorsiones.

Una mención especial, porque es parte de este interés por renovar la dirigencia política y transparentar la forma en que la elegimos, a la necesidad de que haya concursos públicos para ocupar los cargos de la administración y la Justicia. Ahora en Córdoba los hay, pero no son transparentes y confiables. Siguen teniendo en sus procesos “olor a acomodo” de los más amigos del poder.

Esta bandera, que a primera vista parece muy acotada y técnica, debiera ser levantada con mucha energía por los jóvenes. Porque de eso depende que uno de ellos, sin contactos políticos, pero con capacidad y ganas, pueda competir para ocupar un cargo y hacer la carrera como servidor público como cualquier hijo de vecino. Es una forma sana y genuina de cuidar las vocaciones reales de trabajar en el Estado, que hoy se mezclan en un barro infernal con la intención de una mayoría de jóvenes de conseguirse un carguito en la Muni o en la Provincia, para tener un sueldo fijo y que no te echen más.

¿Por qué nadie levanta esta bandera en Córdoba hoy? Porque lamentablemente los dirigentes actuales de todos los sectores tienen algún familiar o amigo que hicieron acceder por “cuña”, como se solía decir (por contactos con algún político), y con ese nombramiento compraron el silencio de una sociedad que ha visto llenar los cargos con gente que no está preparada.

6.      Interacción con la comunidad y la sociedad  
Por último, en este listado de criterios para el futuro del Estado y la política de Córdoba, señalo la necesidad de que generemos espacios donde lo político interactúe con lo social y lo comunitario. Esta idea la he defendido desde muy joven y la logré fundamentar incluso con un nombre –Teoría política de la interacción comunitaria- en el libro que mencioné más arriba “Cómo salvar a la política”. Pero he de decir que, en todos estos años, las iniciativas que han surgido para tratar de generar estos espacios han fracasado todas.

Desde la creación de “Consejos Económicos y sociales”, Comités para elaborar planes estratégicos con la participación de funcionarios y de la Sociedad Civil, espacios de interacción entre las empresas y el Estado, entre los sindicatos y el Estados, las ONG’s, las religiones, el agro, la industria… yo he participado en estos 30 años en muchísimas de estas instancias. Y no pasaron de ser una típica “comisión” para que al final del día, nada ocurra.

Sin embargo, sigo viendo necesario que la legitimidad de esos dirigentes sociales y comunitarios pueda tener diálogo e interacción con lo político y logren incluso incidir y decidir además sobre el rumbo de políticas que, de otra manera, solo son definidas por burócratas desde su escritorio o políticos que llegan, pero no tienen idea.

Tengo la esperanza cierta de que, si el poder se descentraliza en Córdoba por aplicar todos los criterios que hemos defendido en este libro (y que hemos resumido en estos puntos), la interacción se producirá con más energía y en forma más sana.

Si, por ejemplo, nos atrevemos a instaurar que un porcentaje de los impuestos que pagamos los contribuyentes podamos asignarlos en forma directa a una institución y a una causa que nos importa, eso cambiará de raíz la perspectiva. Porque la decepción con estas instancias no es solo mía: todas las instituciones de la sociedad miran con mucho recelo esas invitaciones que hoy hacen los políticos a sus sedes y oficinas “para la foto”. Pero, con estos parámetros resumidos, todo sería muy distinto.

En términos filosóficos, a este anhelo lo dejamos asentado en “cómo salvar a la política”, el libro que les mencioné. Parece indispensable concebir un ámbito político intermedio. Un espacio que se perfile entre la pura obligación legal de una carga pública (pagar impuestos, por ejemplo), regido por aquel criterio de justicia normativa, y la absoluta libertad de nuestra esfera íntima. Debe existir -es necesario- un conjunto de posibilidades políticas que sea más fuerte que el simple plano moral, sin llegar a ser coactivo. O lo que es igual, un plano del poder ser que, aun sin resultar vinculante a la luz de los rígidos esquemas políticos actuales, permita la liberación de energías concordantes. El que quiera ir en profundidad con esta cuestión lo invito a leer ese material que está publicado con acceso gratuito en internet.

 

IV.      La democracia digital

 

Hay una última cuestión, que la saco adrede de la enumeración porque es más disruptiva. Posiblemente no sea una realidad en lo inmediato, sino en el transcurso de los próximos años: hablo de la incidencia de la tecnología sobre la política y la democracia.

Las probabilidades de que los ciudadanos, en forma directa y a través de mecanismos digitales, podamos incidir en las decisiones, opinar, incluso votar, son altísimas ya hoy. El CIDI o ciudadano digital nos ha individualizado frente al Estado, con todos los recaudos, y nos permite hacer trámites. También lo han hecho los organismos de recaudación (¡para esto sí es eficiente el Estado!).

Por lo tanto, no sería descabellado presionar para poder llevar a cabo esa individualización y digitalización -en la relación entre el Estado y el ciudadano- a otro nivel más comprometido.

A lo largo de la historia los “representantes” se han justificado por la imposibilidad física de hacer una asamblea con todos los ciudadanos, algo que era realmente imposible. Pero ¿y ahora que sí podemos? No propongo pasar por arriba de la teoría, pero sí presionar desde este avance tecnológico para que la representación y la capacidad de decidir sobre nuestras vidas por parte de los funcionarios y burócratas se vea condicionada (y enriquecida por supuesto) por la posibilidad de nuestra participación.

Las oportunidades que se abren a través de la utilización de instancias digitales son infinitas, no solo respecto a nuestra relación con el Estado sino también con la sociedad y la comunidad.

Solo un ejemplo nos puede hacer abrir los ojos: se está desarrollando en estos tiempos una prueba piloto a nivel mundial, que se llama “prueba de humanidad” (proof of humanity). Es una plataforma que invita a todo ser humano del planeta a individualizarse demostrando que lo es (que es un humano) quedando encriptado en el sistema. Te dan un beneficio económico simbólico. Aspiran a que toda la humanidad llegue a estar individualizada y encriptada. ¿Qué buscan con ello? Hay muchas aplicaciones respecto de votaciones, interacciones y demás.

Por ejemplo: pretenden que la gente pobre que necesita ayuda pueda recibir ese auxilio económico sin pasar por ningún intermediario, en forma directa. Esto es: si el Banco Mundial, por ejemplo, quiere invertir en luchar contra la pobreza en todo el mundo, puede acceder a esta plataforma y directamente asignarle un monto para que retire cada persona, sin necesidad de pasar por el Estado Nacional de cada país, el provincial o el municipal (y sus posibles corrupciones o ineficiencias). También tiene implicancias económicas, porque por detrás está el soporte de cripto monedas (trabajan con el mismo esquema de encriptación que las cripto monedas) por lo que su potencial es importante.

Si este tipo de proyectos ya se está desarrollando, y nosotros ya tenemos soportes concretos, entonces no podemos quedarnos cortos a la hora de pensar cómo la utilización de tecnología de vanguardia puede hacer que debamos revisar la teoría, la organización y hasta la gestión de lo público y de este tipo de innovaciones

Una cosa tan simple, pero que todavía no se ha hecho: imaginemos una plataforma masiva en donde las personas u organizaciones que necesitan algo puedan demandarlo  allí (cualquier tipo de necesidad: económica, social, de salud, de ayuda, de trabajo, de capacitación). Y a su vez imaginemos que cualquier persona u organización que está en condiciones de brindar algo pueda ofrecerlo. De la misma manera que Booking, Trivago, Despegar o Pedidos ya, combinan la oferta con la demanda -auto gestionada por millones de comercios, hoteles o lugares turísticos y millones de consumidores y clientes-, de la misma forma podría esta plataforma reunir a los que demandan ayuda con los que la ofrecen.

¡Qué revolución sería para el voluntariado y para la sociedad civil! Imaginemos también una plataforma en la que toda la demanda de apoyo económico estuviera sistematizada para que uno pudiera ingresar desde su plataforma bancaria o billetera virtual y asignarle lo que quiere aportarle sin necesidad de “poner plata en la canastita los domingos”.

Qué hablar si incorporamos la variable de la Inteligencia Artificial al pensar (o por lo menos imaginar el futuro), que ya se está aplicando en múltiples facetas y sectores. Imaginemos este proceso revolucionario de aprendizaje incremental a través de tecnología aplicado a la Justicia, a la Gestión de la administración pública, a la lectura de datos de todas las historias clínicas para detectar patrones de salud y enfermedad y prevenirlos, para la seguridad… ¡se abre un horizonte muy promisorio!

Todo esto puede ser muy revolucionario (en el buen sentido) si somos capaces de pensarlo y de implementarlo. No les digo nada si además logramos correr a la vanguardia y ser los primeros en avanzar. Puede convertirse en un elemento muy diferencial para Córdoba, que nos hará más competitivos respecto de otras regiones, por lo cual nos elegirán más personas para radicarse aquí.

Mientras soñamos con este horizonte, no tenemos historia clínica única los ciudadanos para que, no importa quién nos atienda, todos los estudios queden registrados en una sola plataforma y puedan ser accesibles por ley por cualquier profesional que luego nos atienda desde otra institución. Mientras tanto, no tenemos mapa del delito online configurado por las propias denuncias de nosotros, los ciudadanos. Mientras tanto se fue la pandemia y la educación pública quedó como estaba: sin preparar las herramientas para avanzar en un esquema híbrido que combine lo presencial con lo virtual (¡incluso por la mera posibilidad de que nos vuelva a pasar otra pandemia que nos encierren otra vez!). Mientras tanto no hemos podido desarrollar ni sistematizar que los viejos que están en nuestros asilos puedan conversar por video llamada con personas que quieran brindarles apoyo y diálogo. Mientras tanto la gente tiene que seguir viajando del interior a la Ciudad de Córdoba y de la provincia a la Capital Federal para hacer trámites a través de ventanillas, con papeles y fotocopias como hace 50 años. Incluso hasta lo más básico para la política no tiene visos de digitalizarse: las fichas de afiliación de los partidos se llenan a mano, adjuntando la fotocopia del frente y dorso del DNI. ¡Y poniendo el nombre de nuestros padres!

 

V.    Un futuro sin corrupción

 

No podríamos terminar un capítulo sobre el futuro de la política en nuestras tierras sin mencionar ese cáncer que nos lastima, que es la corrupción.

Aquí algunos querrán ir contra la tesis del libro: corrupción hubo siempre en la historia de nuestra provincia, desde sus orígenes, durante todas las etapas y hasta el día de hoy. Es un mal endémico de nuestra cultura latina y muy particularmente de estas tierras. El pasado aquí no nos muestra una ejemplaridad particular.

Incluso alguien, para seguir contrariando el esquema de este libro, podría aseverar que, dado el tsunami de corrupción que representó el kirchnerismo en el poder (y que dejó al menemismo como un “bebé de pecho”, como saben decir en la jerga popular), Córdoba todavía no ha vivido un ataque de la corrupción de esa magnitud y características. Otras provincias, en su escala, sí lo han vivido y lo viven en estos días. El conformismo de “no estamos tan mal como…” aquí podría funcionar parcialmente, según estos objetores.

Mi respuesta: esta conformidad nos ha hecho mal, nos ha relajado. Nos ha llevado a justificar el “roban,  pero hacen” de una manera tal que nos volvimos indiferentes hacia la inmoralidad que representa que nos roben en la cara. Que no pesen los bolsos, sino que cuenten los billetes, no lo hace menos malo.

Por estas tierras pasaron Jaime y también De Vido, con vínculos con De la Sota y Schiaretti. Hay obras hechas por contratistas amigos del poder en cada esquina. Hay fondos de la publicidad derivados a productoras en las que los políticos son socios. Hay coimas en cada baldosa de la administración pública, en cada oficina, desde el Paicor, hasta el juego, desde la salud hasta la seguridad.

Solo por nombrar dos casos recientes: en estos meses han procesado al que fuera Titular del Servicio Penitenciario de Córdoba por 17 años. Y también al que fuera Jefe de Bomberos y responsable de todas las habilitaciones de comercios y emprendimientos, así como Subjefe de Policía. Si en esos dos lugares hubo una fiesta de corrupción, imaginemos en los otros. Está claro que ninguna de las dos posiciones opera en soledad o en forma independiente. Están amparados por la estructura de poder.

Para que el robo y la malversación vuelvan a dolernos, déjenme que les haga este cálculo (vamos a hacer números redondos para no perdernos). El presupuesto este año del gobierno de la Provincia de Córdoba es de 4 billones de pesos, es decir millones de millones.

Si suponemos que el 50% se va a sueldos (allí hay nombramientos a amigos, pero no hay corrupción), queda el otro 50% para obras y servicios. Si de esa mitad los gobernantes se roban por las distintas vías de la corrupción el 5% -que es lo que sucede en la mayoría de los países corruptos de la tierra- hablamos de 100 mil millones que se llevan los corruptos cordobeses al año (U$S 100 millones de dólares). Si un gobierno se mantiene durante 24 años en el poder, logra acumular en caja de corrupción U$S 2.400 millones de dólares.

La cuestión es que la corrupción en Argentina no se lleva solo el 5%, sino que llega a “morder” hasta el 20% o incluso más. No les hago los números porque nos perderíamos. Serían 4 veces más esa cifra: ¡aproximadamente unos U$S 10.000 millones de dólares!

Además de indignarnos -y de pensar todo lo que podríamos hacer por Córdoba con esa plata- vale la pena reflexionar sobre la distorsión que produce este fondo de la corrupción para el que gobierna, respecto de los opositores que intentan ganarle. El sistema democrático y republicando se resquebraja.

El asunto va a los extremos cuando nos asomamos a las relaciones entre el poder y ciertas mafias, como por ejemplo el narcotráfico. No los voy a aburrir de nuevo con otro cálculo, pero créanme si les digo que por el flujo de narcotráfico que pasa por Córdoba hay para el poder por lo menos otros 100 millones de dólares más al año para “dejar pasar” y “dejar hacer”.

¿Cómo podemos construir un futuro sin corrupción? Todos los especialistas indican tres soluciones y no más que tres:

1.      Que los procesos y las instituciones de control funcionen. ¿Parece obvio no? Pero no lo es.

2.      Que las personas que están en cargos donde se toman las decisiones tengan una fortaleza moral superior. Si no tenemos mejores seres humanos en los cargos, no va a haber control que pueda con gente de mierda.

3.      Que el poder no se monopolice en pocas manos, porque eso aumenta las posibilidades de que en ese embudo crezca el poder a gran escala y eso desvirtué en el abuso del mismo.

Hace varios años ya trabajé la fórmula que se proponía respecto de la corrupción. Era así: C = M + D - R. ¿Qué significa? Que la corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad, menos rendición de cuentas.

Donde el poder se concentra y hay discrecionalidad, donde los mecanismos de control se debilitan, hay allí un caldo de cultivo, como es el agua estancada para el mosquito del dengue.

Por ello tengo fe en que el futuro de Córdoba -que aquí estamos desarrollando- limite la posibilidad de corrupción, porque el Estado tendrá menos expansión y estará más acotado (por lo tanto, menos oportunidades de corromperse), las instituciones funcionarán y sobre todo la libertad que habremos generado y el poder que le habremos dado a la sociedad civil y a la iniciativa privada hará que la competencia haga su trabajo.